LO ÚLTIMO

La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

19 de noviembre de 2009

Delfín Prats: Yo tengo un mal karma*

Por Leandro Estupiñán

La casa de Delfín Prats es ruidosa, penúltimo sitio en el cual se refugiaría un poeta. Construcción moderna de cemento y placa con el interior pintado de azul, enlosado el suelo, enrejadas puertas y ventanas, de pequeño espacio, escueta. 

Pocos muebles utilizables dentro: tres sillas de bagazo y un sillón defectuoso. Desde el otro lado de la pared, en su cuarto-cocina, asoma una cama de hierro. Lo demás no logra verse pero él lo ha dicho: “Tengo un radio junto a la cama.” Y posee más, una bicicleta cubana, una hornilla eléctrica criolla, y un gato. Libros no tiene; ni siquiera los suyos. 

Su casa se encuentra en una esquina del reparto Pueblo Nuevo de Holguín. De las calles que la limitan la más ruidosas es la de al lado, y eso a Delfín lo fastidia muchísimo: “El problema es que hay mucho ruido”, se queja. “A mi molesta mucho vivir frente al ruido porque no puedo ni leer ni escuchar música”. 

Oyéndole, uno empieza a entender lo que de él se dice: extraño, escurridizo, humilde. ¿Por eso prefiere el campo? -“Es un problema rusoniano, no de ruso, si no de Rousseau. Es mi necesidad de buscar paz, sosiego. Me gusta la naturaleza. En un lugar donde no haya ruido disfruto más la lectura, quizás hasta se me ocurre una idea para escribir.” Y hace mucho tiempo que no escribe. Tanto silencio por parte del poeta ha dejado una traza de inquietudes a lo largo de este país. Unos se preguntan: ¿Se habrá muerto?, y el poeta duda pensativo: “¡Se habrá muerto!”. Otros quieren saber: ¿Se habrá ido del país?, y aún más pensativo, subraya: “¡Sí señor! Se habrá ido del país.” 

Equívocos como en un vodevil. Si allí está, o por ahí va, o aquí estuvo. Lo más fácil del difícil mundo de Delfín Prats es encontrarle, verle, hablarle en los últimos tiempos. “Ahora mismo estoy tratando de empezar a trabajar en la promotora literaria Pedro Ortiz. Intento realizar una labor más relacionada con la literatura.”, afirma. Uno duda, ¿cómo es posible que un poeta como él se haya apartado de las palabras, de la creación? -“Yo a veces quisiera estar escribiendo porque sería una válvula de escape; pero…tengo mucho miedo. Como considero logrados algunos de mis poemas, de pronto empezar a escribir… y que eso que escriba no quede al nivel de lo logrado. No quisiera escribir dentro de una retórica, tampoco volver a repetir mis viejos aciertos.” -“En los últimos años no he producido ningún libro, pero vamos a confiar que en el futuro sí se produzca algo.”, confiesa… 

Delfín Prats manifiesta simpatía por la obra de Gastón Baquero. ¿Coincidieron en alguna ocasión? -“Durante el encuentro de poesía La Isla entera coordinado por el Instituto de Cooperación Iberoamericana de Madrid. Era un momento en el cual estaban presentes Pablo Armando, César, Heberto, Gastón Baquero. Todo el mundo presentó una ponencia en esa reunión, que fue poética sobre todas las cosas. Entonces coincidí con Gastón en un estanquillo de revistas. Iba con Reina Maria Rodríguez en un auto, que manejaba un amigo de ella cuando dijeron ellos: Mira a Gastón. Estaba en un estanquillo de revista. Bajé para despedirme. Le dije: Maestro, ya me voy; y él me compró el diario El país y me lo regaló. No tuve una larga conversaciones con él, debí haber aprovechado el momento, pero no soy periodista…” Su admiración por Gastón Baquero le hace decir más: “Gastón se quedó sin grandes premios.” “Gastón merecía el Cervantes. Dulce Maria también era merecedora del premio porque hay una trayectoria en Dulce Maria interesante, la vida que vivió, el hecho de representar algo así como el país.” 

Otro de los momentos, junto con aquella publicación de Lenguaje de mudos, más controversiales en la vida de Delfín Prats se relaciona precisamente con un antiguo amigo, el escritor holguinero Reinaldo Arenas. Arenas convirtió a Prats en personaje de alguna de sus obras, entre ellas, quizás la de mayor renombre, sus memorias, Antes que anochezca. -“Amigo es una noción excesiva cuando se habla de Arenas, sabido es que rechazaba el amor y la amistad, se jactaba de utilizar a las personas tanto para fines literarios como extraliterarios. El personaje que crea Arenas es exagerado si se compara con el muchacho que yo fui. Un muchacho mucho más inocente, mucho más ingenuo que el personaje de ficción. No es que quiera defenderme ahora, pero yo era un romántico, uno que ballaguianamente se paseaba «con el ombligo al viento» por playas y tugurios. Reinaldo es un gran fabulador y entonces, a partir de los elementos más triviales construía una cosa novelesca. Las peripecias que me atribuyó fueron tremendas. En su escritura todo está hiperbolizado. Esa es la gran virtud del libro que has citado. Como testimonio su escritura falla, como literatura de ficción no. ¡Cómo supo ficcionar todos aquellos años! Aquellos viajes en tren, donde hay cierta dosis de verdad. Es cierto que nosotros cogimos más de una vez el tren aquel en el que ibas de pie entre un tumulto de seres más que generosos, pero en ese tren no se podían hacer aquellas cosas que describe, delante de todo el mundo. Por mucho que uno quisiera, aunque tuvieses el partenaire disponible, no podía. He leído el libro muchas veces y me entretengo muchísimo.”
 
*Fragmento de la entrevista publicada en la revista cubana La gaceta de Cuba. No 3. Mayo-junio. 2006 Fotos: Kaloian Santos Cabrera

Poeta holguinero Delfín Prats: Maestro de Juventudes

Por Leandro Estupiñán

Delfín Prats parece ajeno a los acontecimientos. Sin embargo, este domingo llegó a La Habana para recoger el máximo premio que entrega la Asociación Hermanos Saíz (AHS): Maestro de juventudes, a propósito de la Jornada por el día de la Cultura Nacional que han preparado las distintas asociaciones de escritores y artistas, juntos al Ministerio de Cultura.

Dicen que Abel Prieto, Ministro de Cultura, se entusiasmó al ver el nombre del poeta en una nómina donde, también, se encuentran prestigiosos intelectuales como Luis Carbonell, Teresita Fernández, Rogelio Martínez Furé, Antonia Luisa Cabal y Fernando Pérez. El reconocimiento al holguinero es un acto de justicia con el autor de “Lenguaje de Mudos”, poemario ganador del David, en 1968.



Luis Morlote, presidente de la Asociación Hermanos Saíz entrega a Delfín Prats el título que lo designa Maestro de Juventudes



 
Prats (Holguín, 1945) es un hombre sencillo, tercamente metido en un mundo del que se encarga de volver constantemente. Vive en el reparto Pueblo Nuevo, labora en el Centro de Promoción Literaria Pedro Ortiz y. aunque es autor de unos cuatro libros de poesía, dos de cuento e igual número de antologías, su calidad poética ha merecido la atención de público y crítica.

Su carrera literaria comenzó después de licenciarse en Idioma Ruso por la Universidad de Moscú. Para entonces, laboraba como traductor en diferentes instituciones habaneras y, luego, de su ciudad natal.

Durante su estancia en la capital cubana publicó sus primeros poemas en la revista La Gaceta de Cuba, dirigida por Nicolás Guillén y comenzó a relacionarse con grupos de escritores y poetas que tenían su refugio en la noche habanera de los sesenta.

Al volver a Holguín comienzan sus relaciones con el movimiento cultural en ascenso de la ciudad oriental con nombres de valía como Pedro Ortiz, Carlos Jesús García, Alejandro Querejeta, Lourdes González y Lalita Curbelo, entre otros.

Entre los premios que ostenta por su obra se destacan el David, el Premio de la Ciudad de Holguín (1991) y el de la crítica (1987), sin contar homenajes y estudios que ha merecido su obra. El escritor Ronel González mantiene inédito su libro-ensayo: “Delfín Prats en su temida polisemia”.

El premio Maestro de Juventudes, también entregado a personalidades como Alfredo Guevara, es sin dudas un acto de justicia. No sólo por soporíferos días que le tocaron décadas atrás, sino porque él mismo necesita electrochoques de este tipo de vez en cuando.

Sin dudas, su fuerza poética y su propia sencillez le han convertido en una figura vital en el auge experimentado por la literatura en holguinera en los últimos tiempos.

Tan cardinal ha sido su influencia que se especula con la realización de un mural, en uno de los dos edificios más altos de la ciudad, para su poema “Humanidad”, el más conocido de todos los suyos, quizás, y el que revela del poeta la esencia más comprometida con su especie.

La poesía y el ser en un instante exacto

Fotorreportaje de Kaloian Santos Cabrera

A sus sesenta años, el poeta Delfín Prats pasa sus días inmerso en una pequeña casa de la ciudad de Holguín, rodeado de tres sillas, una cama personal, un tocadiscos para escuchar la radio, una bicicleta cubana, unos mapas pegados a las paredes de color azul y su gato Amarillo. También conforman ahora su espacio la promotora literaria Pedro Ortiz y algunas presentaciones de libros.


Gracias a las inquietudes literarias del buen amigo y periodista Leandro Estupiñán, llegué hasta Pueblo Nuevo (así se llama el reparto donde vive Delfín) para hacerle fotos al bardo para una entrevista --o mejor una plática afable.

Delfín, aún desde un barrio periférico donde reina el ruido que "me molesta mucho porque me aburro", y donde no conserva libros (ni los suyos propios) al no ser el de turno que este leyendo, es cosmopolita. Menudo contraste con la escena donde actúa.

Su definición de sí mismo: "Yo nunca he cultivado la literatura profesionalmente, por lo tanto no hay razón para considerarme un escritor. Cuando han venido los poemas, los he escrito. Cuando me los han pedido para su publicación, los he entregado. Cuando los he visto aparecer en antologías, me he sentido satisfecho. Nunca he cultivado la poesía, no he aprendido a rimar ni a medir, ni a valerme de recursos retóricos propios de este arte. Si he dado en el clavo ha sido de chiripa. Por lo tanto no hay razón para considerarme un poeta. Y como no soy miembro de cofradía literaria alguna, ni estoy insertado en los medios culturales de Madrid, Roma, Perú, Londres o Ciudad México, no hay razón para encasquetarme el sombrerito de intelectual. En realidad convendría aplicarme el calificativo de 'vate', si la palabra no tuviera connotaciones de una brutalidad y una vanidad desconcertante. O de 'nabí', pero es regla que nadie lo es en su tiempo y espacio."


Más, en una reciente antología publicada en Cuba Literaria nombrada Cien poetas cubanos, encontré sobre Prats: "Su poesía participa del aliento testimonial de su tiempo, del tono conversacional común a su promoción, pero agrega la problematicidad biográfica, la mirada transida del mundo, cierto temor que no llega al tono elegíaco, la duda más que la afirmación rotunda. Su sinceridad no es, sin embargo, expresividad descarnada del acontecimiento vital, porque prefiere usar la gasa estética que cubre la realidad."

No es de extrañar que muchas voces autorizadas en el tema consideren a Prats como uno de los más talentosos de su época en la nación cubana. Tampoco debe caber la menor duda de lo anterior, hasta para quienes no están al tanto de la historia de los versos en esta Isla con solo leer:



NO VUELVAS A LOS LUGARES DONDE FUISTE FELIZ

No vuelvas a los lugares donde fuiste feliz.
Ese mar de las arenas negras
donde sus ojos se abrieron al asombro
fue sólo una invención de la nostalgia.

Extraviado en medio de la noche
no puedes recordar;
has perdido los senderos del sueño
y despiertas buscándolo en el ocio
y el juego de los soldados y su lengua,
extraña a tus oídos, había sido para él
un descubrimiento en este día hecho
para creer en la memoria de ambos
como las montañas que entonces los rodearon.

Di adiós a los paisajes donde fuiste feliz.

Vive la plenitud de la soledad
en el primer instante
en que asumes la separación,
como si ya su estatua
en ti elevada por el amor,
para la eternidad fuera esculpida
contra el cielo de aquella isla,
contra sus ojos, más grandes
y más pavorosos que el silencio.

Y es que poder conversar con él e intuir que fluye una amalgama universal de culturas es una sensación inusitada.

Con los que comentamos que habíamos estado entrevistando a Delfín y le conocían, nos miraban como si hubiésemos alcanzado el Olimpo.

Se lee en la entrevista ya referida, a publicarse próximamente en La Gaceta de Cuba: "Hace mucho tiempo que no escribe. Tanto silencio ha dejado una traza de inquietudes a lo largo de este país. Unos se preguntan, ¿Se habrá muerto?, y el poeta repite pensativo, '¡Se habrá muerto!'. Otros quieren saber, '¿Se habrá ido del país?', y el poeta aún más pensativo, subraya, '¡Sí señor! Se habrá ido del país '. Equívocos como en un vodevil. Si allí está, o por ahí va, o aquí estuvo. Lo más fácil del difícil mundo de Delfín Prats es encontrarle, verle, hablarle en los últimos tiempos." 


Y uno duda, ¿cómo es posible que un poeta como él se haya apartado de las palabras, de la creación?

"Yo a veces quisiera estar escribiendo porque sería una válvula de escape; pero tengo mucho miedo. Como considero logrados algunos de mis poemas, de pronto empezar a escribir, y que eso que escriba no sirva. No quisiera escribir dentro de una retórica, tampoco volver a repetir mis mismos logros."

Habla de trece poemas nacidos al fragor de la bohemia habanera de los años sesenta del siglo pasado, contenidos en un libro bajo el título Lenguaje de Mudos (Ediciones Unión, La Habana, 1968), ganador del premio David.

También los recopilados en Para festejar el ascenso de Ícaro (Ediciones Unión, La Habana, 1987), premio de la Crítica, otorgado por las editoriales y el Ministerio de Cultura a las diez obras más representativas del año 1988.

Ahora queda el poeta a merced de las instantáneas. Trato de que fluya un encuentro donde se funden en un instante exacto la poesía y el ser.


14 de noviembre de 2009

La ruta del Chan Chan.

Tomado de http://cubavistaalasseis.blogspot.com/2009/11/una-ruta-surrealista-la-ruta-del-son.html



foto:lázaro wilson


Una canción despertó en algunos holguineros la iniciativa. Si el legendario Compay Segundo había inmortalizado un camino por el que los bardos y bohemios se desplazaban para enriquecer su acervo mediante el intercambio, ¿por qué no hacerle un homenaje y, a la vez, aprovechar el camino ya conocido en el mundo para abrir una ruta que muestre idiosincrasia, y una Cuba menos folclórica?


Creo, que le escuché la idea por primera vez a Richard Ronda, en medio de unas Romerías de Mayo, cuando trabajaba en su organización junto a Alexis Triana. Pero, fue este, el sábado 7, quien dio el primer paso para la materialización de un proyecto ambicioso, porque engarza varias tradiciones culturales desde un nombre genérico: La Ruta del Son. “Puede parecer utópico”, dijo Triana frente al Edificio de La Periquera, “el kilómetro cero”, según una arenga al universo para exhortarle a emprender este camino que iniciaríamos. Inmediatamente la caravana inició el periplo de cientos de kilómetros. Pretendía revivir mitos, casi mágicos, como los de la Virgen del Cobre, atestiguar costumbres de los cubanos asentados en los campos y ser partícipes de un itinerario peculiar.


Tres guaguas, un par de autos ligeros, un camión y una manada de motos antiguas, trazaron la ruta de lo que, luego, podrá convertirse en un derrotero marcado en mapas de turistas, aventureros o seguidores de una tradición casi extinta hoy: la bohemia y ese valorar la cultura desde lo cotidiano, desde lo que nos rodea, desde las cosas que por común nos parecen ordinarias, auque en verdad son poseedoras de una carga de tremendo valor, subrayado por la novedad y la nostalgia.


Las motos (Harley-Davinson, BCA-500, 300, Triunfo, MZ, de 1944 la más antigua) eran conducidas por hombres del Club LAMA (Asociación Internacional de Motociclistas Latinoamericanos), una sociedad que tiene como objetivo primordial el amor a este tipo de vehículo y la disciplina. Así, un puñado de motocicletas rugientes y motoristas campechanos, con chalecos negros y pañoletas en la cabeza, fueron la punta de la manada.


El primer alto ocurrió en Santa Lucía, debajo de una Ceiba, en el parque “de los creadores”, como le dicen a un paseo hecho con piezas de lo que fuera el Central Rafael Freire. Allí, el cuarteto Sueño Real interpretó un tema repetido luego pueblo tras pueblo: “El Chan Chan”, porque La Ruta del Son incluye la Ruta del Chan Chan, pero esa llegó un poco después. Antes, la caravana, desafiando campos pintados con el espléndido color de noviembre, haría unas cinco paradas más. En el Chorro de Maíta, fue la siguiente, el Museo y la Aldea Taina, que recrea la vida de los primeros moradores de estas tierras, nos recibió dadivosamente. Allí, alcancé una replica de la deidad Yucaho Bagua Morocote, una especie de dios de la yuca y el mar.


Alexis Triana, director provincial de Cultura, habla en todos los lugares. Explica el objetivo de la ruta y su importancia cultural. Entre los caravanistas hay un italiano que ha promovido un disco, inspirado en la ciudad de Holguín. Una pareja de mexicanos aprovecha las paradas para tomarse fotografías y mezclarse con los músicos o grupos folclóricos, como el Proyecto Cultural Guateque La Parranda y el grupo musical Rechiva del son que, en Banes, escenificó una escena con pelea de gallos incluida.


Mientras transcurre el espectáculo, en las puertas del Museo indo-cubano Baní, “el único de su tipo del Caribe” (dice una trabajadora) converso con Yurisay Pérez Nakao, investigadora con quien compartí una estancia en La Habana durante la pasada Feria del Libro. Ambos presentábamos libro. El de ella: Inmigración española, jamaiquina y árabe a Banes: historia, cultura y tradiciones. A la carrera, le vuelvo a entregar mi teléfono. Ella me regala una tarjeta con sus datos. “Vaya”, le dijo: “Ya tienes tarjeta”. Ríe. A su lado, un animalejo conservado en formol resulta la atracción para muchos.


Sobre el mediodía, estábamos en Antilla, “tierra de leyendas”, dijeron por unos bafles situados frente al mar, junto a la ermita donde estuvo la Virgen de la Caridad, hoy del Cobre. Hubo toque de tambor. Un vecino miraba extrañado la concentración y se quejó en mi oreja: “Uno no se entera de nada. Ni en su cuadra”. Lo dijo porque la representación cultural ocurría en la esquina opuesta a su vivienda. Ante sus ojos, bailó la rueda de casino Holguín Forever y a la moto que había llegado la noche anterior desde Camagüey le colocaron una bandera.


En todas las paradas lo hacían: Una bandera para cada motocicleta y, después, las banderas repicaban el aire y daban una imagen multicolor a nuestro viaje. La siguiente parada fue en Báguano: pleno carnaval, multitudes en las calles, el central López-Peña con su chimenea gigante, parado, cerrado, como Gulliver tumbado en la tierra de los enanos. Aquí estuvo por primera vez la Virgen del Cobre, dijo un hombre. Estábamos ya en Barajagua. Recto, la carretera lleva a Mayarí, pero antes debimos desviarnos para visitar Alto Cedro.




Ahora sí: La Ruta del Chan Chan, la que inmortalizó Campay Segundo. En el pueblo, atravesado por una línea ferroviaria, el septeto Aire cubano tocaba. Todo el mundo se había reunido en la Terminal. Había tanta gente, tan entusiasta, que de haber colocado un video en YouTube cualquiera habría creído presenciar la resucitación de Michael Jacson, pero no: era un hombre del lugar quien, simulando a Compay Segundo, era comprimido por una multitud que coreaba cadenciosamente: “Compay, Compay”.


Una viejita de 86 años me confesó que el acontecimiento parecía el más grande, en años. Alto Cedro es tan lejano, tan olvidado que, sin dudas, la visita fue gratificante para los vecinos. La Ruta, para el pueblo puede ser volver a vivir, existir, y con orgullo. La intención cultural intenta hacerlo seriamente. Por eso, la tarja colocada dice: “Aquí comienza la Ruta del Chan Chan”. Lo sabemos, sigue en Marcané, Cueto y, finalmente: Mayarí.


Ya de noche, hubo representación artística y jolgorio: baile, tragafuegos, claves, repentistas y hasta una banda municipal en el Boulevard de Cueto. En Mayarí, casi a las once de la noche, la gente estaba revuelta. Vivía la XX edición del Festival del Son, un encuentro de Agrupaciones Soneras que reúne orquestas de primera línea junto a los anfitriones: Los Tainos de Mayarí. El final del recorrido fue allí, a pocos metros de la Plaza Central donde a esa hora la muchedumbre se divertía.


De vuelta, la cosa fue menos divertida. El cansancio golpeaba como un boxeador profesional. La caravana iba en silencio. Los policías de la motorizada, que nos acompañaron durante la jornada, se retiraban en silencio. Los motoristas de las Harley-Davinson, BCA-500…esperaron unos minutos antes de salir. Quien nos vio regresar no nos hubiera conocido. Horas antes, éramos una culebra que amplificaba sones sin parar, gracias a un altavoz amarrado en el techo de un auto. A media noche éramos reflexión, como la caballería que vuelve de las cruzadas con la mente puesta en lo que ha hecho.




LETRA DEL CHAN CHAN.
Autor: Compay Segundo

De alto cedro voy para marcané
llego a cueto, voy para mayarí

El cariño que te tengo
no te lo puedo negar
se me sale la babita
yo no lo puedo evitar

Cuando juanica y chan chan
en el mar cernían arena
como sacudía el jibe
a chan chan le daba pena

Limpia el camino de paja
que yo me quiero sentar
en aquél tronco que veo
y así no puedo llegar

De alto cedro voy para marcané
llegó a cueto voy para mayarí

24 de septiembre de 2009

Crónica sobre la única víctima porque le cayó un pedazo de nave espacial encima


Por César Hidalgo Torres.


En toda la historia espacial se registra un solo ser viviente que haya muerto porque le cayó encima un pedazo de una nave: esa fue una vaca holguinera.




30 de noviembre de 1960: Estados Unidos en su frenética carrera por alcanzar a la Unión Soviética en la conquista del espacio, lanzó rumbo al cosmos un enorme cohete con la misión de poner en la órbita circunsterrestre dos satélites artificiales. El gigantesco aparato despegó de la plataforma de lanzamiento de Cabo Cañaveral, (Centro Espacial Kennedy) en la Florida. Pocos minutos después unos campesinos que en Holguín trabajaban la tierra y que no sabían ni jota del lanzamiento, escucharon, dijeron, “un extraño silbido, como el que emiten los aviones supersónicos, y después varias explosiones”. Segundos después, pesados fragmentos de metal cayeron en una ancha franja del territorio que forma parte de la jurisdicción de esta municipalidad. Víctimas solo hubo una: una vaca a la que un pedazo del cohete le destruyó el cráneo.

Entre las piezas retorcidas que las autoridades lograron recopilar se encuentran dos esferas metálicas de 50 libras de peso cada una. Había, igualmente, múltiples pedazos de motor, turbinas, bujías y otros restos varios. De ellos, muchos fueron encontrados profundamente enterrados, lo que da idea de la fuerza y velocidad del impacto.

Los escuetos partes del Gobierno de los Estados Unidos dijeron que tras el lanzamiento los científicos perdieron el control del cohete por lo que sencillamente lo hicieron explotar sobre Cuba.

El asesinato del año en Holguín (1845)



Por César Hidalgo Torres

Un horrendo crimen se cometió en esta ciudad de Holguín en la noche del 11 de junio de 1845. El muerto fue don Cirilo Alcalá, un prestigioso vecino al que muchos odiaban y que querían ver a varios metros bajo tierra. Se dedicaba el personaje a hacer préstamos, por lo que en su propiedad tenía muchos comprometedores pagarés. Parece que los deudores, todos, prestigiosos vecinos, pusiéronse de acuerdo para pagar al asesino.



El asesino fue Isidoro Hernández, un preso recluido en la cárcel pública de donde sus clientes lo sacaron para que cumpliera la parte que le correspondía. Y para mayor comodidad del criminal, el prestamista vivía a una cuadra de distancia de la penitenciaría (exactamente en las que ahora se nombran calle Mártires esquina a Aricochea).

Cumplido su propósito Isidoro Hernández regresó a la cárcel con toda la ropa enrojecida por la sangre de la víctima. A sus compañeros de galera díjoles que lo habían llevado a degollar un carnero, pero los demás presos habían escuchado los gritos del difunto y lo acusaron a las autoridades.

Dos años demoró el Teniente Gobernador en reunir la información que necesitaba para dictar sentencia. Pero el 20 de junio de 1847 Su Señoría había arribado a una decisión: El asesino debía morir en garrote vil con un letrero en el pecho que dijera ASESINO. Más, no pudo realizarse la condena porque Isidoro Hernández falleció en la cárcel envenenado, se supone, por las personas implicadas.

Igual, a dos años de prisión fue condenado Luis María, picapleitos y falsificador que varias veces había sido juzgado por sus faltas e incluso, hasta había sido expulsado de la ciudad. Y a dos años también a Francisco popa del que no tengo otra información. A Diego Parra lo condenaron a seis meses de presidio por falsas declaraciones y al Alcalde de la cárcel, don Rafael Cedeño a pagar una multa de 300 pesos o seis meses de reclusión por haber permitido la salida del preso.

Al sargento Marcos Núñez, quien la noche del crimen fungía como Comandante de Guardia de la prisión lo entregaron a sus superiores del Regimiento Galicia para que lo juzgaran.

Por su parte, el abogado José Joaquín de Quesada fue castigado a 6 meses de prisión por sus ilegales consultas y al Alcalde del Cabildo José Gordillo y a los escribanos Pedro Rodríguez y Antonio de la Fuentes, todos endeudados con el difunto, debieron pagar altas multas por las irregularidades que cometieron en el sumario (tratando de evitar ojos y oídos sobre ellos).

Hasta los testigos que concurrieron al juicio los multaron al pago de 100 pesos por las continuas y evidentes declaraciones falsas.

Y cuando ya se creía que nadie más sería culpado, el dedo acusador señaló, nada menos, que al cura párroco de Holguín, don José Angel de Fuentes.

El licenciado Quintín Aguilera, ilustre entre los hijos ilustres de esta ciudad donde hay una calle que lleva el nombre Hermanos Aguilera entre los que Quintín era de los más reconocidos, también estuvo implicado en el asesinato. Lo sancionaron a 6 años de prisión pero pudo escapar de la Isla.

Todos los cronistas coinciden que aquel fue el asesinato del año.

Luis Marcano Alvarez: Primer jefe militar internacionalista del Ejército Libertador cubano.

Por César Hidalgo Torres.

En República Dominicana, más exactamente en el poblado de Baní, región de Quisqueya, fue donde nacieron los combatientes internacionalistas que ocuparon los más altos grados militares en el Ejército Libertador cubano durante la primera guerra independentista de esta Isla, también y mayormente conocida como Guerra Grande de los 10 años.


En 1855 la necesidad de la defensa del territorio dominicano contra las invasiones haitianas, obligó a muchos jóvenes de aquella localidad a incorporarse al Ejército de su país. Entre ellos sobresalen: Máximo Gómez, Féliz Charles, Modesto Díaz y Félix, Francisco y Luis Marcano Alvarez.

Luis Marcano Álvarez, primer jefe de operaciones del Ejército Libertador cubano por decisión de Carlos Manuel de Céspedes, nació el 29 de septiembre de 1831. a los 24 años ya Luis Marcano era teniente de Infantería del Estado mayor del Ejército de su país. A principio de la década de 1860 la situación político-social en Dominicana devino en cruenta guerra civil. Ello, sumado a los continuos ataques de las fuerzas imperiales hatianas, llevaron al país a un estado incontrolable y motivó que en 1861 el general Pedro Santana, Jefe del Ejército en aquella época, solicitara la anexión de la Isla a la Corona española. Por Real Decreto la anexión se materializó el 19 de mayo.

Las tropas leales a Santana se mantuvieron junto a las filas del Ejército español, formando sus reservas dominicanas. Entre ellos estaban gran cantidad de aguerridos combatientes que, al paso del tiempo, pasarían a ser héroes de las guerras de independencia de Cuba.

En mayo de 1865, ante la imposibilidad de mantener el control en Dominicana, la Corona española decidió retirar de aquella Isla a sus fuerzas regulares. Y con ellos también se evacuaron gran parte de los oficiales de las reservas. Unos fueron destinados a las Islas Canarias y las Baleares, otros a Africa y Filipinas, y, aunque las autoridades españolas trataron de evitar que alguno de ellos llegaran a Cuba, muchos, Luis Marcano Ávila fue uno, se radicaron inicialmente en la región de Santiago de Cuba.

Ante las continuas ofensas y abierta discriminación de que eran objeto los oficiales de las reservas dominicanas, así como por los reiterados atrasos en los pagos, que les imposibilitaba la manutención de sus familiares, gran parte de aquellos renunciaron a sus grados militares y solicitaron su separación del Ejército.

A mediados de 1868 Marcano se había entregado de lleno al negocio de la explotación maderera y había pasado a radicar en la localidad de El Dátil, cerca de Bayamo. Muy pronto el dominicano estableció contacto con los conspiradores locales y se sumó a sus filas, imbuido por profundo sentimiento antiesclavista.

Horas después de la Proclamación de la Independencia cubana, el 10 de octubre de 1868, Carlos Manuel de Céspedes envió una comunicación personal a Marcano. El Padre de la Patria cubana entendía que los conocimientos militares de dominicano le serían útiles a la bisoña tropa. Al día siguiente el quisqueyano respondió a Céspedes uniéndose a la revolución con 300 hombres en la sabana de Cabagán. (Fue ese el primer refuerzo que recibió Céspedes posterior al revés de Yara).

Dice Enrique Collazo: “Por fortuna para la historia del pueblo cubano, al retirarse Céspedes (de Yara), encontró a su paso a Luis Marcano”. Inmediatamente Céspedes otorga a Marcano el grado de Teniente General y lo designa para el cargo de Jefe de Operaciones del Ejército Libertador. Marcano propuso e ataque y ocupación de Bayamo, por ser esta la más importante ciudad del territorio, desde la que se dominaba toda la amplia zona del Valle del Cauto. Tomar aquel pueblo facilitaría el enlace con el resto de las jurisdicciones orientales.

En la toma de Bayamo fue donde Marcano demostró por primera vez su capacidad militar: le correspondió a él trazar el plan para la operación, organizar las columnas de ataque, sitiar la ciudad y posterior al asalto, alcanzar la primera gran victoria de las fuerzas cubanas. La ciudad cayó en manos cubanas el 20 de octubre de 1868. ese día Céspedes y Marcano firmaron el acta de capitulación de las unidades españolas que guarnecían la localidad.

Todavía Bayamo estaba en manos cubanas. Era diciembre de 1868. Luis Marcano älvarez es designado al mando de jurisdicción de Holguín. Le secundan el venezolano Amadeo Manuit y el holguinero Julio Grave de Peralta.

En esta zona norte oriental Marcano desarrolló un intenso trabajo en la fortificación de los campamentos permanentes de las tropas cubanas y el 5 de enero 1869 combate en Auras.

En la primera quincena de marzo de 1869 Julio Grave de Peralta es designado al frente de las fuerzas de Holguín. Luis Marcano Álvarez es ascendido al grado de Mayor General y designado para la jefatura de la zona Bayamo-Manzanillo, donde activó grandemente las operaciones.

El 9 de agosto de 1869, grupos de enemigos infiltrados en las fuerzas revolucionarias atentaron contra la vida de Marcano: aprovechando las horas de la noche, los enemigos lo atacaron al machete. Como consecuencias el viejo General quedó fuera de servicio y remitido a un hospital de sangre.

Meses después, absolutamente restablecido, Luis MarcanoÁlvarez se reincorporó al Ejército independentista, esta vez nombrado para el cargo de Segundo Jefe del Estado mayor. El 12 de marzo de 1870 Marcano planificó un ataque al campamento enemigo El Congo. Pero el ataque fracasó por la negligencia de un oficial, el coronel Juan Hall, quien dio al traste con el factor sorpresa. Hall fue debidamente amonestado por el Jefe y en represalia Hall disparó su fusil a mansalva. De esta forma murió el primer jefe militar internacionalista del Ejército Libertador cubano.

Las ya olvidadas fiestas de globos de Holguín

Por: César Hidalgo Torres


Dicen que en Holguín en las últimas décadas del siglo XIX no había fiesta completa sino se “botaba” a los aires un globo. Generalmente aquellos aparatos eran construidos de papel doble o tafetán barnizado. Otros se hacían de dos cubiertas de tafetán con otra intermedia de material elástico.

Igual dicen, que se encendía una hoguera en medio de la plaza San José y allí se llenaba el globo de aire caliente y, a volar globitos de mi vida. Adornados de guirnaldas, banderitas y colas gigantescas, los globos caían en manos de los vientos alisios e iban a perderse detrás de la loma del Fraile.

Todas las clases sociales de la ciudad acostumbraban a asistir a aquellos actos que provocaba hurras y vítores. Era una figura muy popular quien generalmente se encargaba de la tarea: José Gregorio Hechavarría, alias Chepenché.

Pasadas las fiestas, se preguntaban los holguineros dónde habrá caído el globo: ¿acaso en Yareyal, acaso en Guirabo, en San Lorenzo...?. Pero no había que esperar mucho para tener la respuesta. Generalmente a los pocos días aparecía un jinete que paseaba el desinflado artefacto por las calles. La chiquillería corría detrás de él anunciando a todos que había aparecido el globo. Por cierto, quien encontraba el globo recibía un premio. Y premio, igualmente, recibían los que habían acertado o adivinado donde iba a caer.

Lamentablemente el 2 de octubre de 1896 un desgraciado suceso vino a entorpecer la sana diversión a la que estaban acostumbrados los holguineros u holguinenses. Ese día, mientras lo inflaban el globo explotó y mató al curioso niño Conrado Urbino Guillén. Las autoridades prohibieron los globos, pero muy poco después, olvidado el incidente y el muertecito, se restableció la costumbre.

Costumbre que desapareció y ya nadie recuerda como tampoco al sacristán, relojero, latinista, músico e inflador de los globos José Gregorio Hechavarría, Chepenché.

25 de agosto de 2009

Al Guayabero esté donde esté, lo mismo en el cielo que en el infierno









SANTAS PALABRAS DE UN HOLGUINERO SINGULAR

Por: Paquita de Armas.

Fue precisamente en el Parque cuando una noche vi a Faustino Oramas, El guayabero, vestido con un saco azul oscuro por arriba de la camisa blanca y con su tres tomado por la garganta con su mano grande y negra. Una de mis amigas de la Secundaria Básica José Martí ―racista como una buena cantidad de holguineros― lo señaló y dijo “mira ese negro que cree que canta y solo dice groserías”.




FAUSTINO ORAMAS Y LA JUNGLA DEL TIEMPO (entrevista)

Por: Leandro Estupiñán

Los últimos meses fueron para Faustino Oramas (El guayabero) una especie de jungla tupida, de pantano por el que avanzaba cuando se lo permitía el vacilante suelo. El primer indicio de andar por una estepa de desánimo lo dio a su asistente y amigo Cecilio Peña: “No quiero cantar”, rezongó. Y Cecilio lo repetía constantemente: “No quiere cantar más”. Y agregaba: “Está un poco vago”. Lo decía en broma, como para jaranear con el viejo jaranero. Pero Faustino apenas podía escucharlo. Se mantenía inmutable en su sillón, en la sala de su casa, mirando al suelo.




EL DOBLE SENTIDO LO PONE USTED (entrevista)

Por: Mario Jorge Muñoz y Joaquín Borges Triana

Faustino Oramas sintetiza la imagen viva del "típico jodedor cubano". Sin embargo, son pocos los que pueden asegurar que lo han visto sonreír en alguno de sus conciertos.






EL GUAYABERO: CON LA BOCA LLENA DE RISA

Por: Bladimir Zamora.

El Guayabero ha muerto en su ciudad. Hombre, da pena no poderlo volverlo a saludar digamos de manera convencional, pero a esa muerte no le tengo ningún miedo. Lo que nos queda en la memoria de su vocación andariega y las pocas y definitorias grabaciones de sus obras, que nadie nos podrá arrebatar, dan perpetua seguridad de su presencia.





MAL PENSADO DE FILA

Por: Amado del Pino

El guayabero representa la quintaesencia de una tradición riquísima de cultura popular, del ingenio criollo que se opone —sobria pero tenazmente— a la retórica o a las fronteras mentales que, de vez en cuando, asoman la cabeza.




AL GUAYABERO, ESTE DONDE ESTE

Por: Kaloian Santos Cabrera

Una vez (El Guayabero) dijo: “Es la filosofía de la vida. Nadie se escapa. Cuando el tren para en tu puerta, no vale que “llévate a mi hermano que está más viejo”, “déjame vestirme” o “a ver si me pelo”… Ahí no hay escapatoria. Viene de golpe y porrazo”.




MURIO EL REY, YA NO TENEMOS REY


Por. Amaurys Betancourt

19 de agosto de 2009

¡Murió el rey!, ¡ya no tenemos rey!

Fotos: Amaury Betancourt

Santas palabras de un holguinero singular

Autora: Paquita de Armas
Holguineras y holguineros con más de 60 años recuerdan que antes de 1959 en el Parque Calixto García ―el más céntrico de aquella ciudad― se daban dos vueltas, una alrededor de unos bancos, en la que paseaban muchachas y muchachos de cierto abolengo, y la otra, más ancha, por la que transitaban pobres y negros. No faltaba el joven apuesto y pudiente, que detrás de una mulatita o una sirvienta fuera parte de la rueda grande.
Ir al parque entonces ―y ahora― ha devenido una suerte de rito: allí se flirtea y también es un lugar de citas de todo tipo. Hoy, por supuesto, no existen vueltas divisorias. Dos amigos de cualquier color pueden quedar en encontrarse en una de sus esquinas, o en un banco específico, para luego seguir la rumba del sábado o el domingo. Y aunque los que más abundan de noche son jóvenes, el Parque que así se le dice al Calixto García, aunque haya muchos más, sirve a las más diversas generaciones de descanso o lugar para refrescar con alguna brisa en tardes tórridas. Fue precisamente en el Parque cuando una noche vi a Faustino Oramas, El guayabero, vestido con un saco azul oscuro por arriba de la camisa blanca y con su tres tomado por la garganta con su mano grande y negra. Una de mis amigas de la Secundaria Básica José Martí ―racista como una buena cantidad de holguineros― lo señaló y dijo “mira ese negro que cree que canta y solo dice groserías”.
Si hoy yo dijera que salí en defensa del Guayabero mentiría. Tampoco lo hice cuando empecé a trabajar a principios de los años 70 en el Periódico Ahora y su presencia dividía las opiniones: tipógrafos, cajistas, impresores y algún periodista lo trataban de artista, los otros decían que todo lo que decía era vulgar y soez, sin ningún aporte cultural.
Cuando fui a estudiar a Santiago de Cuba, en las noches que pasé en la Isabelica, centro de reunión de trovadores y poetas, fue que aprehendí al Guayabero. Todavía tengo intacta la memoria de un día que empatando una canción con otra, nos dio las cinco de la mañana y la mayoría eran del juglar holguinero, que sin estar presente fue el gran protagonista.
No creo que yo sea una excepción. Pienso que para muchos de mis coterráneos El guayabero pasó de ser el “negro flaco con doble sentido” al trovador original y raigalmente cubano, que con su picaresca humorística logró enamorarnos de una manera de hacer el son. Mirando hacia atrás me pregunto cuántos sinsabores tuvo que sufrir Oramas antes que fuera reconocido como artista. En Holguín desafió un doble problema: los rezagos racistas de una ciudad nacida entre blancos hacendados españoles, con muy pocos esclavos y ser intérprete del son, con un doble sentido que en mentes mediocres y mal pensadas hacía que fructificara lo vulgar, sin que lo soez estuviera en las frases del Guayabero.
Claro que buena parte de su vida la pasó en el camino como típico juglar. De pueblo en pueblo andaba, viviendo de “el cepillo” y con la aventura de acostarse donde lo cogiera la noche. Así tuvo amantes, novias y líos como la trigueña que conoció en Guayabero, casada con un cabo de la policía, y que sirvió para la canción homónima, interpretada años después, en 1960, por Pacho Alonso y que le dio la vuelta al mundo, para alegría de su compositor que ya había perdido su nombre original.
Quizá, como él mismo decía, la interpretación de Pacho le sirvió para ser conocido, pero no fue hasta 1985 que grabara un disco, aunque ya por ese año recibía toda la atención de las autoridades de su Holguín natal. Así, en vida, por suerte, recibió todos los homenajes: medallas, premios, invitaciones y atención individualizada.
Pero creo que el tributo mayor al Guayabero ha sido el reconocimiento de sus compatriotas que lo han reconocido como suyo desde lustros atrás. Al final la historia hizo justicia y Faustino Oramas devino para holguineras y holguineros el hijo brillante y mundialmente conocido, que con humor logró que la música cubana se afianzara en el sitial que merece. Y no por esperado fue menos impresionante su sepelio. Las cámaras enseñaron varias cuadras llenas de personas y otras decenas asomadas en balcones y azoteas, todas ―viejas o jóvenes, negras o blancas― diciendo adiós a su juglar, el que les hizo reír y les tomó el pelo por décadas, con ese singular doble sentido dibujado con santas palabras que nunca dieron cabida al mal gusto o lo pedestre.

Faustino Oramas y la jungla del tiempo

Autor: Leandro Estupiñán
Los últimos meses fueron para Faustino Oramas (El guayabero) una especie de jungla tupida, de pantano por el que avanzaba cuando se lo permitía el vacilante suelo. El primer indicio de andar por una estepa de desánimo lo dio a su asistente y amigo Cecilio Peña: “No quiero cantar”, rezongó. Y Cecilio lo repetía constantemente: “No quiere cantar más”. Y agregaba: “Está un poco vago”. Lo decía en broma, como para jaranear con el viejo jaranero. Pero Faustino apenas podía escucharlo. Se mantenía inmutable en su sillón, en la sala de su casa, mirando al suelo.
   Así lo encontré el pasado verano cuando el trovador cumplía 96 años (o los 103 que le atribuyen). Faustino no estaba ya para hacer bromas. Lo suyo era el dolor interno, el recuerdo que persigue a los seres humanos al final de sus días y su sordera. Cada día sentado en el sillón, mirando el televisor u oyendo el radio (o haciendo como que veía, como que escuchaba). Intenté hacerle una entrevista, que al final hice, solo que nunca intervino en ella con algo más que discretos monosílabos. Mi suerte fue encontrar, además de Cecilio, a Santana Oramas Osorio, primo y músico de la orquesta, un negro divertido quien palmeó un hombro del viejo trovador para asegurarme: “Este viejo es un sala’o. Es un pillo”. Dejaba claro que en su andar por el mundo, en su paso por los bares, El guayabero había redoblado aquello que en su sangre había de negro y español. Era el rey del doble sentido.

   Aprendió a tocar el tres con Pepe Osorio. Trabajó en el conjunto Los diablos. Luego se aventuró en dispersas controversias mientras trabajaba en un comedor de nombre El guachinango. Descendía de una familia longeva. Hasta principios del año pasado se mantuvo en activo. Lo había dicho en una entrevista: “Me tengo que morir divirtiendo al pueblo, esa es la consigna que me hice”.
   Cada noche lo llevaban a la Casa de la trova (que lleva su nombre). Lo conducían a la tarima donde le ayudaban a sentarse, a acomodarse, a concentrarse. Entonces, iniciaba los rasgueos en su guitarra y comenzaba a murmurar todas esas canciones por él tantas veces repetidas. A veces, viéndolo, me pregunté cómo pasaban las letras por su cabeza. Porque un día podrían amontonársele las palabras provocando tal embotellamiento en su cerebro que la lengua terminaba trabada, y ese doble sentido podría dejar de ser doble para volverse de un único y claro significado. Pero no le ocurrió. Nunca pudieron vencerle quienes en la ciudad lo acusaban de ser un grosero. “Eso lo piensa usted. No yo”, se defendía ante los criterios de que sus canciones estaban pobladas de palabras ofensivas. Se valía del doble sentido y, siempre, del son montuno para enredarnos la lengua con su juego verbal cubanísimo. Sus letras representan lo que se denomina “tradición trovadoresca”, interpretadas en antologías como el caso de Buena Vista Social Club, donde Ibrahim Ferrer cantaba “Candela”.
   “La yuca de Casimiro”, “Mañana me voy pa’ Sibanicú” y “Marieta” lo volvieron tremendamente popular. En Holguín hubo un Club donde la gente recordaba sus canciones. En El Rincón del Guayabero se cantaba, se bailaba, se amaba. La gente hacía todas esas cosas que gusta hacerse en los clubes nocturnos. Pero ha pasado el tiempo. Hoy no existe ese club, y el propio Faustino zumbaba: “Bien que se pasaba allí.”
   Hermanos y parientes iban a visitarlo porque comprendían que su tío, aunque se movía poco, era historia musical viviente, imagen de una época que parece haber quedado en el olvido: tiempo de esquinas llenas de gente que bebía ron en las cantinas junto a acordes de guitarras. Por todo el Oriente cantó. Después se expandió su música por Cuba. En España tiene zonas donde es una especie de ídolo.
   El día de mi visita, El guayabero fue un hombre cortés. Eran pocos quienes acudían a verlo. No se quejó, pero pudo hacerlo. Cecilio lo hacía por él: “En otras provincias se preocupan más.” El viejo proverbio del profeta que no lo es en su tierra. En su ciudad natal Faustino era, de tan normal, a veces imperceptible.
   Al final, apenas pudo atenderme, y se disculpó por ello. Fue Cecilio quien conversó, quien revivió anécdotas, viejos recuerdos. Pero quería hablarle, oír su voz.
   “¿Sabe que hasta en Internet pueden encontrarse datos suyos?”, le pregunté.
   Me mira El guayabero, con sus clásicos ojos de bóvido, rostro de gente pícara, esa seriedad: “¿Cómo?”, pregunta. “Internet, ¿sabe?“¿Internet?”, repite él, calmoso. “Internet”, le confirmo yo. “Internet”, casi le grita desde su sillón Cecilio. “Internet”, murmura él. Parece habernos entendido y averigua: “¿Esa ya se murió?”
   Casi un año después, complicado de salud, pero mostrando una increíble resistencia murió en su ciudad natal. Me recordó el suyo, a un velorio del pasado, de esos que alguna vez vi a través de viejas fotografías: bandera cubana, fotos, flores, gente iluminadas levemente, contrastando con la arquitectura antigua del edificio. Estuvo expuesto por 24 horas en La Periquera, emblemático edificio de la ciudad, frente al Parque Mayor General Calixto García. Para verlo (u homenajearlo) cientos de holguineros desfilaron junto al féretro, acompañado por familiares, amigos, su música.
   Si algo hay que agradecer de su muerte (porque la muerte también se agradece, a veces) es que mientras duró el sepelio no se escuchaba otra música en los alrededores que su música, la música cubana. Había un ambiente amable, al amparo de una noche suave y húmeda.
 
   A la mañana siguiente, centenares de personas lo acompañaron al cementerio. Un asfalto humano cubrió las calles. Se vieron sombrillas, cámaras y su grupo musical tocando. Había muerto el trovador holguinero más popular y conocido: Faustino Oramas (El guayabero), Premio Nacional de Humorismo, poseedor de múltiples condecoraciones; ese señor bien viejo al que encontré en su casa, cabizbajo, como armando un rompecabezas mental. Parecía un pobre anciano. Sin embargo, sé que, aún sin hablarme, mirándome con unos ojos que parecían pesarle, él (más jodedor que cualquiera) entonaba: 
Allí llegó una viejita 
que ya contaba setenta
y según sacaba cuenta
decía que era señorita...

El doble sentido lo pone usted

Autores: Mario Jorge Muñoz y Joaquín Borges Triana


No hay otro. “Y tampoco lo habrá”, aseguran orgullosos sus compatriotas músicos de Holguín, ciudad donde Faustino Oramas, el mítico Guayabero, ha vivido los 95 años que cumple este domingo 4 de junio. Nacido en 1911, el “Rey del doble sentido”, como lo reconocen trovadores y humoristas cubanos, festejará su onomástico junto a su pueblo y otros importantes músicos del resto del país, que por estos días viajaron a la Ciudad de los Parques para compartir con el legendario juglar, a quien está dedicado el III Festival y Concurso Música con Humor.
Hombre sencillo, El Guayabero es uno de los artistas más queridos por el público cubano, de ahí que le fuera conferido el Premio Nacional de Humorismo en el año 2002. Alto, flaco pero nervudo, este negro con figura quijotesca es autor de sabrosos sones y guarachas, que algunos no creerían salidos de la imaginación de un músico autodidacta.
Caballero andante con su guitarra al brazo, llevó su gracia y su música a los más disímiles puntos de la geografía cubana.
Faustino Oramas sintetiza la imagen viva del "típico jodedor cubano". Sin embargo, son pocos los que pueden asegurar que lo han visto sonreír en alguno de sus conciertos.
Apasionado por las mujeres, a las que aún considera una de sus principales fuentes de inspiración, el autor de la popular Marieta, y de En Guayabero —que le dio el apodo—, entre muchos otros temas famosos, comenta que "le gusta hacer que la gente se divierta", sin comulgar con la chabacanería.
Con una sordera "de cañón" que lo ha seguido al ritmo del almanaque —pero no le ha impedido continuar con su canto— y padeciendo "algunos achaques propios de la vejez", el popular compositor, con más de 70 años dedicados a la música, confiesa sentirse "bastante bien, guapeando".

Quisiéramos que nos hablara de su llegada a la música.
¡Oh!, eso es largo.
Tenemos tiempo...
¿Seguro? Empecé a los 15 años, con el Septeto Tropical, de Benigno Mesa, tocando maracas y haciendo coro. En ese grupo estuve bastante tiempo.
¿Siempre vivió en Holguín?
Sí, toda la vida. Nací el día 4 de junio.
¿De qué año?
¿Qué?... (Se ríe). El 4 de junio de 1911.
¿Y cuando comenzó a cantar vivía de la música o tenía algún otro trabajo?
Que recuerde, son muchos años con el tres y cantando. Pero antes, de muchachito, fui tipógrafo, trabajé en una imprenta.
¿Siempre se dedicó al son montuno o hizo también otras cosas?
Son montuno, toda la vida.
¿Por qué lo prefiere?
Siempre me dediqué a eso. Me interesó siempre la música típica cubana. 

¿Y por qué las letras más cercanas al choteo, al humorismo cubano?
El doble sentido lo pone usted. Yo digo una cosa y usted piensa otra. Lo que está pensando yo no lo puedo decir. Es a usted al que le gusta pensar otra cosa de lo que yo digo.
¿Se considera un humorista?
Bueno, eso dicen ellos. Yo hago lo que siempre he hecho.
¿Sus temas surgen a partir de vivencias personales o salen de historias que suceden a otras personas?
Algunas sí me han pasado; por ahí uno se inspira y sale el numerito. Otras me las cuentan los amigos, la gente. Después el número llega al público, y si gusta, entonces está hecho.
¿No ha tenido problemas por los textos, gente que se haya ofendido, por ejemplo?
Un día con un guardia rural en un carnaval en la provincia de Santiago de Cuba. Dijo que yo estaba cantando relajos. Estaba descargando en una tarima cuando viene abriéndose paso por el público un teniente y me dice que no puedo seguir cantando relajo. “Relajo, qué relajo”, le dije yo. "Eso que está cantando es relajo", repitió. Le pedí que subiera a la tarima. Él lo hizo, le di un lapicero y un papel para que apuntara. Me ordenó que cantara lo mismo que había terminado de cantar. Le dije: "bueno". Y canté, mientras apuntaba: "Yo vi allá en Santa Lucía, bañarse en un arroyo —anote ahí— a una vieja que tenía cuatro pelitos en el moño”.
Entonces le pregunté si dudaba de lo que había escrito: “porque no puede dudar de mí. Si puso otra cosa es asunto suyo”. El público comenzó a chiflar y tuvo que irse.
No crea, me han pasado algunas boberías como esa: en un carnaval en Gibara querían lanzarme al mar. Yo canté: “Las mujeres de Gibara son bonitas y forman rollo, mucho polvo y colorete y no se lavan la cara”. Y comenzaron a gritar que me fuera... Si no es por la policía me tiran al mar.
Aquí, en Holguín, también tuve mi problemita con una familia donde casi todos eran tuertos, bobos y el carajo... Había uno, Silvino, que era el más rebelde y todo lo cogía en serio. Pero Benilde, buen amigo mío que tocaba el tres conmigo y era tuerto, todo lo tiraba a relajo. Le saqué una cosa que decía más o menos así: “La familia de Benilde es completa. Marcelino y Benilde son tuertos, Aníbal tiene pata de palo, Silvino los brazos virao’s, Enrique mañoso, loco; por desgracia la vieja es lisiá; el viejo tiene dos bigotes que parecen dos pencas de coco; el caballo... no puede con dos sacos de carbón. Benilde tiene un perro loco que le faja a la pata de la silla”.
Imagínate, Silvino la cogió con ir adonde yo cantaba y se escondía con una cabilla para ver si tocaba el número ese. Tuve que perderme unos meses de Holguín, me estaban velando.
¿Por qué le dicen El Guayabero?
Porque saqué el número “En Guayabero”, que se hizo famoso. Ahí, en el central Mella, que antes era Miranda, había un pobladito que le decían Guayabero, una colonia de caña. Antes se usaban los pagos de colonia, que le decían quincena. Y yo cogía del grupo a tres músicos más y salíamos desde el primero hasta el día 15 recorriendo centrales, buscando plata. En las cantinas, el dueño nos daba un tanto y nosotros buscábamos un poco más dinero con los mismos bailadores.
Pero llegamos a Guayabero y en la cantina había una trigueñita que parece que le gustaba lo que yo estaba haciendo. Ella nos atendió muy bien, nos dio unos cuantos tragos. Pero resulta que era mujer de un cabo, y antes un cabo del ejército era como un presidente en una colonia de esas. Y un cotilla le dijo que su mujer no andaba clara, que estaba dándonos licor.
Fue a donde yo estaba y me dijo que tenía que tomarme un litro con él. Le dije que estaba equivocado, que nosotros andábamos buscando dinero y que no estábamos buscando borrachera. Entonces él respondió que si habíamos tomado con su mujer teníamos que tomar con él. En eso llegó otro cabo que no era de allí y se lo llevó porque había una bronca. Pero antes de irse le dijo al cantinero que me diera lo que quisiera.
Cuando regresó me preguntó si había tomado. Le contesté que un litro. Nosotros habíamos hecho una combinación con el cantinero para que llenara una botella con agua y nos lo diera delante de todo el mundo, para que el público creyera que nos estábamos tomando el licor.
Pero qué va... Volvió a decirnos que teníamos que tomarnos un litro con él. En eso el cantinero nos llamó: “Vengan acá, tenía que decirles una cosa que se me había olvidado. Miren, si pueden irse uno a uno, váyanse, porque este cabo cuando no tiene a quién darle se pega él mismo”. Y así lo hicimos.
Por el camino fue que vino: “Trigueña del alma no me niegues tu amor, trigueñita del alma dame tu corazón... en Guayabero, mamá, me quieren dar”.
¿Qué compone primero, la letra o la música?
La letra me da el pie, a partir de ahí le pongo la música como sea conveniente.
¿Qué música le gusta escuchar?
Me gusta toda la música, para mí toda es buena. Pero lo mío es el son.
¿Y entre los autores?
Pacho Alonso, el difunto Pacho, que además echó pa’ lante al Guayabero. En una sola palabra, el que me hizo el número fue él. Porque adondequiera que iban los peloteros del team Cuba, ahí estaba Pacho tocando la canción con Los Bocucos. Después él grabó el número con su orquesta. Hizo famoso el tema, la verdad. También me gusta Ibrahim (Ferrer).
Dicen que mantiene buena amistad con Silvio Rodríguez y Pablo Milanés...
Esos no son hermanos míos, son mis hijos. Silvio, Pablo y toda esa gente son mis hijos. Mano a mano, ahí. Los quiero mucho. Y ellos, según me han demostrado, me tienen buen aprecio. Mira, ahí están los dos. Lee lo que dice ahí, (señala a una de las paredes de la casa donde junto a una de sus caricaturas cuelgan dos viejos afiches de los trovadores cubanos): "Para Faustino Oramas, maestro de maestros, de su deudor, Silvio Rodríguez", dice de puño y letra en uno de ellos.
¿De los jóvenes?
Ahora han nacido muchos muchachos buenos. Y es más, tocan cualquier instrumento. Antes decirle a un muchacho que cogiera un bongó era ofenderlo, decirle que tocara un tres era ofenderlo. Tenía que ser piano, guitarra, trompeta o algo que piensan que es lo más importante. Ahora no, ahora cualquier muchacho te toca una tumbadora. Hay muchos y tocan bueno. Te pones a oírlos y no sabes con cuál quedarte.
¿Recuerda la primera vez que grabó un disco?
Ahora te voy a decir... ¿cuándo fue la primera vez, carajo?... Fue en Santiago de Cuba, por el año 85, por ahí.
¿Le gusta que otros músicos canten sus canciones?
Como no, ya lo creo, es negocio. Porque además de que la cantan y la gente la oye, me cae dinero. Cuando menos te piensas llega un chequecito.
¿Sigue componiendo?
Alguna bobería, pero estoy tranquilo ya. Cumplí 59 años (se golpea suavemente con el puño en la cara. Y sonríe).
¿Cuál ha sido su mayor felicidad como músico?
Cuando Pacho me grabó En Guayabero; cuando Ibrahim me grabó Hay Candela y Mañana me voy pa’ Sibanicú. Como músico eso. Eran grabaciones para mi público, que gustaban. Eso es una felicidad. Porque la alegría de uno es que el número salga bien, pero también que lo toquen otros, y otros más lo estén escuchando. Eso es...
En su vida deben haber muchos buenos momentos...
Para qué te voy a contar eso. Son tantas las cosas que se unen en mi mente que no puedo ni empezarlas a decir. Han pasado muchas cosas. Son 59 años que ya tengo. Déjame tocar madera (vuelve a golpearse en la mejilla).
La Casa de la Trova de la ciudad lleva su nombre, ¿qué opina de eso?
Mira, en España han hecho un monumento a mi persona. La gente va, mira, vienen y me lo dicen. Yo me río de eso. Si es negocio... Ellos ganan dinero porque es una propaganda. Pero para mí también es propaganda. El Guayabero, el músico, que si esto, que si lo otro... Y todo el que ve la estatua lo que hace es reírse.
Realmente se siente bien, porque hay mucha gente que lo quiere y está preocupada por su salud.
Hace unos días estuvieron jaraneando sobre mi persona en la Casa de la Trova y dijeron que yo cumplía 101 años, que era uno de los viejos más viejos de aquí. Mira pa’ eso, relajo conmigo, quién lo iba pensar, se aprovecharon de que no estaba.
Pero se ve fuerte, ¿volveremos a escucharlo?
Vamos a ver. La vida está llena de sorpresas. Va y sí, puede que no. Porque desde arriba te vienen a buscar y no avisan. Ella no entiende. Cuando le haces falta te dice, ven, y no puedes decirle que no. Porque a esa no se le puede decir que no. Hay que ir.
¿Cree que hay Guayabero para rato?
Bueno, es posible. Ya tengo 59 años, puede que cumpla alguno más. Usted se fijó que toqué madera.
Madera fuerte...
Y de la buena (se vuelve a reír).

LO MAS POPULAR DE LA ALDEA