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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

27 de enero de 2017

La muralla de Gibara



Después de La Habana, fue Gibara la única ciudad de Cuba que tuvo murallas


Fuerte de “La Tenería”, a la entrada de Gibara

Cuando comenzó la guerra de independencia de Cuba en 1868 los gibareños levantaron una muralla con cinco fuertes  y se instaló un puesto de avanzadas en el punto llamado “La Tenería”.
Dos porterías la cerraban todos los días a las 5 de la tarde y no se volvían a abrir hasta el día siguiente.
Mapa de la muralla de Gibara en el que se marca donde estaba cada fuerte

Aunque es tradición decir que la obra fue costeada por suscripción voluntaria entre los vecinos de Gibara, no parece que esa afirmación sea cierta del todo. En viejos documentos del pueblo dice que el ayuntamiento estableció el aporte obligatorio y que se exigió a cada vecino el pago de las cifras asignadas. Así por ejemplo en las actas del ayuntamiento de abril de 1875 se habla de la preocupación de esa institución por hacer efectivos los pagos pendientes de integristas morosos de la localidad. Y el 31 de julio de ese año se insiste:
 "Tantas son las veces que en varias épocas y de distintas maneras se les ha requerido el pago a estos vecinos en el  transcurso  de un año en que se estableció este cobro, que sólo una fuerza obligatoria les hará pagar, pues la persuasión y las mas  justas  observaciones para hacer comprender la necesidad  y  la  obligación del pago, se han apurado hasta lo infinito"[1]
Fuerte de La Vigía y único fragmento de la muralla que se conserva

Ya en la paz la muralla de Gibara fue demolida y el material se usó para el arreglo de las calles, pero aún pueden verse algunos tramos.



[1] LA MURALLA DE GIBARA Y SUS FORTINES.  Maria Hernández Medina y Maria Teresa Ruiz de Quevedo. En  “G I B A R A”  Revista Cuatrimestral editada por la Sección de Base de la  Unión de Historiadores de esa ciudad. AÑO I. ENERO - ABRIL de 1999 No. 1


El Gibara Yacht Club, la historia.



Por Robustiano Verdecia 
      (revista de Gibara, 1953)
Antes de ser balneario de Holguín, los gibareños no sabían que el Verano era un tesoro.
Es que acostumbrados al comercio en grande durante todo el siglo XIX, ellos no se percataron que en sus blancos y calientes arenales había una riqueza por explotar y que los viejos y confortables palacios que habían levantado en la villa cuando el dinero corría por sus calles, podían servir de “hoteles” y, playas y casonas, podían traerle al pueblo las entradas económicas que ya el puerto les había dejado de dar después que en el XX los barcos crecieron y la bahía fue demasiado baja.
Es verdad que hubo gente inteligente que llegó a la Villa y lo aconsejó, pero a los gibareños le pareció una soberana locura, ¿cómo entregar las casonas señoriales a la turbamulta de bañistas? Eso era sacrílego, dijeron, orgullosos.
Más cierto día de sol intenso llegó al otrora riquísimo pueblo y entonces llamado en son de burla por sus enemigos, “La Villa de los Tubos”, porque “tuvo” de todo y ya no tenía de nada, llegó, se domicilió y ocupó un puesto en el Juzgado de Instrucción el Sr. Emiliano Danger.
El nuevo vecino muy pronto chocó con el ambiente monótono del pueblo y con el pensamiento arcaico y estrecho de los vecinos, cada uno de ellos atados a la forma de pensar de ricos venidos a menos. Dicen que por un tiempo don Emiliano miró el mar, las playas hermosas, la arena blanca y llegó a la conclusión que allí estaba lo que podía darle una sacudida a la tristeza de Gibara. De casa en casa fue el nuevo vecino, hablando como un iluminado, haciéndole ver a todos que tenían lo que no había en otro lugar a decenas de kilómetros a la redonda. Pero Nada consiguió. Todos fueron indiferentes a su propuesta. Los más se rieron y alguien pintó un cuadro trágico en el que se veía a una macha de tiburones comiéndose a un grupo de bañistas.
Pero Emiliano no abandonó su propósito porque él sabía que podía ser un éxito tremendo. Un domingo paró cuatro palos en un lugar del litoral y los cubrió con un encerado que le prestó un almacenista. Abajo colocó cuatro mesas para servir ron y comida y contrató un conjunto de cuerdas para que amenizaran el guateque. Es verdad que apenas hubo bailadoras, pero varios hombres comieron, bebieron y bailaron y eso dio tema para el comentario de los que miraron por las rendijas.
A Emiliano lo denunciaron ante las autoridades por perturbar la moral de la juventud. Y él desistió de su empeño.
Pero su idea se expandió. Llegaron al pueblo extraños que tenían capital y edificaron varios palacetes que miraban al mar. La brisa entró a las habitaciones adormeciendo a los veraneantes que muy pronto comenzaron a llegar desde todas partes. Y los inversionistas, que primero que los otros que después los imitaron, fueron Rafael Masferrer Landa y Juan Goiricelaya, adquirieron ganancias.
Verdad es que en la primera temporada, que fue en el año 1935, nada más fueron de visita a Gibara doce familias; pero en 1937 ya eran 102 familias. Desde entonces el verano nutrió la maltrecha economía de Gibara, refrescó la mente de los vecinos y la otrora villa marinera y comerciante comenzó a reír, orgullosa de sus encantos naturales.
Como casi siempre sucede, Emiliano no gozó de ver su idea realizada pues él pasó a prestar servicios al Juzgado de Palma Soriano y de allí se fue a su natal Santiago de Cuba, adonde le llegaron las noticias de que Gibara se convirtió en el lugar de veraneo preferido de los holguineros y de los pueblos comarcanos.
El Gibara Yacht Club
Gibara Yacht Club
En un principio el balneario fue una casa chica de piso de tierra propiedad de Juan Goiricelaya, pero al paso del tiempo se operó el milagro que su dueño vio donde otros ni siquiera lo imaginaron.
Para los “ciegos” era una locura y un fracaso seguro que Goiricelaya, por demás, representante en el Término Municipal de Holguín de la cerveza “Cristal”, levantara una edificación a un costo de miles de pesos en un lugar que no tenía valor alguno, pero el inversionista, testarudo, insistió y no solo eso, sino que su empeño fue agrandándose temporada tras temporada.
Según el edificio tomaba forma, Goiricelaya buscó colaboradores eficientes: Andrés Torres Ochoa, Amalio Méndez y al gran organizador Gabriel Terán que se convirtió en el administrador del balneario, y colaboró también Pelayo Hidalgo, encargado de la contabilidad.
Por su postura elegante y sus fiestas brillantes y alegrísimas, el balneario se convirtió en alma de Gibara y lugar natural para oír la  música rítmica de la Orquesta Villa Blanca.

Donde además de explicar el origen de la palabra Gibara se habla de otros asuntos igual de gibareños



Hay una pequeña ciudad cubana donde quedan  muchos tesorosque no pudieron llevarse los corsarios ni los piratas y tampoco los colonizadores y otros explotadores de igual o peor laya. Y no fue, precisamente, por las altas murallas que protegían a dicho pueblo que se conoce en el mundo como la Villa Blanca de los Cangrejos.
 
 
 
Trescientos años después y casi en el mismo lugar al que llegó y por donde desembarcó el Gran Almirante de la Mar Océana, don Cristoforo Colombus, a principios del decimonono (Siglo XIX), construyeron una enclenque fortaleza militar que nombraron Fernando VII para que custodiara las embarcaciones que llegaban a Punta de Yarey del ataque de corsarios, piratas y otros impíos. Y al lado de la dicha construcción militar fue surgiendo un pueblo al que llamaron por el mismo nombre que le habían dado al lugar los indios difuntos: Gibara.
Diz que vino el nombre del árbol Jibá, pero no es tan clara esa etimología, o por lo menos no tanto como la que hace ver Pepito García Castañeda en un libro por él escrito que se llama “Así es  Gibara” (libro que no debe mencionarse ese dicho título delante de gibareño alguno por lo que más adelante contaremos).
Para el máximo periodista y escritor de la Villa, Armando Leyva, Gibara se debe a la también indígena palabra de “Guibara”, que era como en idioma de los aborígenes taínos se le llamaba a la uva caleta, un arbusto que con tanta profusión crece en sus costas. Así desde la más remota “gibareñidad” aparecen escrito en diversos textos para nombrar a la bahía: “Xivara”, “Jivara” y “Givara”, y el de “Punta de Yarey”, y a veces, “Yarey de Gibara”, para el pueblo hasta el año de 1856, en que oficialmente bahía y pueblo tomaron el mismo nombre de GIBARA. 
¿Por qué el “Güibara” indio se trasformó en Gibara?, seguro que porque en castellano es más fácil decirlo de la segunda forma.
 

En su libro dice Pepito García Castañeda
Cuentan en la Villa de la existencia de un comerciante español que escribiendo a la Madre Patria le pregunta a sus dependientes, españoles como él, “¿cómo se escribe Gibara?, ¿con GUI?” “No, Gibara se escribe con JUI”, le contesto uno a lo que el dueño responde: “mira que usted es brutos, se escribe con “EQUIS”.
Sea cual sea la etimología u origen del nombre, lo verdaderamente cierto es que después e la apertura del puerto, el lugar fue el más próspero del norte del oriente cubano, tanto que para explicarlo los historiadores dicen que lo que ocurrió fue “el milagro de Gibara”. Y a la prosperidad económica siguió el florecimiento sociocultural y arquitectónico que al cabo de mas de 150 años aún resulta motivo de orgullo para los jibareños que esperan ver restaurado el centro histórico de su pueblo, considerado el mas importante de la provincia y por ello declarado Monumento Nacional.

Gibara, después de la Habana, fue la segunda ciudad amurallada de Cuba. Para protegerla de los libertadores de la isla, los vecinos la rodearon con un muro de mampostería de dos metros de altura y casi dos kilómetros de longitud, y de tramo en tramo dotaron la muralla con cinco fortines, un puesto de avanzada y dos tambores de defensa.
La muchas veces llamadas entonces "España chiquita" o "Covadonga" tiene una iglesia con tal prestancia y amplitud que es inusitada para una ciudad tan pequeña, pero que está en consonancia con el poderío económico de las principales familias y comerciantes de la zona en la época que la levantaron.  
 

También hubo en Gibara un teatro hermosísimo que aún se mantieneen pie por puro milagro y por cuyo escenario desfilaron prestigiosas personalidades de nuestra cultura como Brindis de Salas Ignacio Cervantes, Díaz Albertini y otros interpretes compañías de baile y de teatro. (Incluso, dicensin que lo puedan probar, que allí bailó Isadora Duncan).
Pero quizás lo más llamativo de Gibara sea la proliferación de vitrales, siendo los más famosos y valiosos los de mediopunto colocados en el Museo de Ambiente Cubano por estar considerados los mayores de la isla.



El misterio que rodeaba a la Casa Larga del Manco Rondán en Auras, (Floro Pérez), Gibara, Holguín



Por: Ángel Quintana

Las tres grandes casonas de don Francisco Rondán y Rodríguez, mayormente conocido por el sobre nombre de Manco Rondán, están rodeadas de leyendas que hablan, todas, de la existencia de túneles secretos.

La siguiente nota da cuenta de la de La Casa Larga, ubicada en el poblado de Auras, posteriormente nombrada Floro Pérez en homenaje a ese combatiente asesinado por la dictadura de Gerardo Machado.

 

El Manco mandó a construir esa casa a mediados del 1800 y, según un viejo residente en ese poblado, fue el constructor del edificio misterioso José Manuel Capote.

Dice la tradición popular que el dueño de la más grande fortuna de la comarca durante la segunda mitad del siglo en que vivió reunió tanto dinero gracias a turbulentos negocios que iban desde el tráfico de esclavos, hasta el asesinato de huéspedes adinerados en la referida Casa Larga. 

Sobre los trajines del Manco de Auras dijo la octogenaria Claudina González que su padre, un carpintero del pueblo nacido en 1863, le contaba que Rondán tenía en La Casa Larga un mesón o posada donde solían hospedarse viajantes y vaqueros que trasladaban ganado. En complicidad con un barbero que pelaba y afeitaba a los visitantes, degollaba a los negociantes para robarle y los cuerpos los arrojaba en los túneles de la misteriosa hostería. Y cuando tuvo dinero suficiente el Manco lo usó para construir en Holguín su famosa Periquera.

Otro anciano de Auras, entrevistado hace mucho tiempo ya, dijo que en el pueblo había un dicho para evaluar a quienes cometían vilezas: "Eres igual que el mando Rondán". 

Otro cuento que hacen los vecinos del pueblo es que en la casona es que en una de las habitaciones había un pozo ciego sobre el que el Manco colocaba una mesa de juego. Los forasteros que aceptaban una partida siempre ganaban y eso los envalentonaba para apostar sumas mayores. Puesto el dinero sobre la mesa el Manco apretaba un botón, se abría el piso y el jugador caía en el pozo que de tan profundo seguro que llegaba hasta cerca de la China, cruzando por el centro de la tierra. Todavía en el pueblo viven viejos que aseguran haber visto el pozo profundísimo que por más que lo intentaron jamás pudieron cegarlo.

En el exterior de la inmensa casa que ocupaba toda una cuadra, existían unos bancos raros con espaldares altos como muros. Quienes se sentaban en ellos  apenas podían ver y escuchar a quienes se encontraban en el otro lado, por lo que eran una delicia para las parejas de enamorados.

Un fotógrafo jubilado, que de residió de niño en La Casa Larga, dijo que para él era el edificio algo así como parte de un cuento de castillos encantados que grabó en su lejana infancia y que jamás ha podido borrar.

En distintas épocas allí hubo posada, barbería, panadería, tabaquería, cuartel español y del ejército batistiano y hasta fue en la casona donde se instaló el primer cine silente de Auras. De uno de sus pozos se extrajeron muchas armas antiguas. Cuando desmantelaron el viejo horno de la panadería cayó una lluvia de monedas de oro cayó sobre los demoledores. 

La voracidad e indolencia o posiblemente el miedo que el pueblo le tenía a la casa, acabó con ella. Cuando la demolieron los vecinos usaron los tablones de cedro del techo para fabricar muebles domésticos. 

Todavía hoy los vecinos esperan por los arqueólogos que quieran escarbar el suelo para encontrar los túneles, si es que los hubo.

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