LO ÚLTIMO

La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

3 de mayo de 2011

Breve historia natural del cactus enano de Holguin


Desde su descubrimiento el cactus enano de Holguín llamó la atención, tanto a botánicos y conocedores cubanos como extranjeros, por su singular aspecto y por su distribución.


Y comenzó el intercambio de informaciones, todos, semillas y colectas. De ella, relacionada con el enano de Holguín, se conserva la cruzada entre Modesto Roca de las Escuelas Pías de Guanabacoa y el Señor Rolando García Castañeda. En una carta del 20 de diciembre de 1939 le dice el primero al último: “(...) recibí hace unos pocos días su bella foto de la cactácea Mamillaria de esa región. Es realmente interesante y de un notable parecido con la especie M. prolifera en Oriente y que no falta en los mogotes de Pinar del Río”.

Estatua del Hermano Marie-Victorin en el Jardín Botánico de Montreal

El Hermano Marie-Victorin y el Hermano León cuentan que efectuaron una parada en la villa de Holguín para admirar a Copernicia Yarey, y que fue esa la ocasión cuando la esposa de Britton, Mrs. Britton, queriendo ubicar el trípode de su cámara fotográfica “se hundió en los dedos unas finas espinas, que la hizo fijarse en un minúsculo cactus ubicado entre las piedras y disimulado por las hierbas”. Según Vilardebo & Leyva (2005) este hecho ocurrió en el mismo lugar donde fuera descubierta la especie por Shafer en 1909.
 
Fue Pepito García Castañeda el más fiel guardián del cactus enano.



José Agustín García Castañeda (Pepito) fue, quizás, el primer cubano que luchó fuertemente por la protección del cactus enano como patrimonio holguinero. Fundador del Museo de Historia Natural de Holguín “Carlos de la Torre y Huerta", Pepito perteneció a la Sociedad Botánica de Cuba y mantuvo correspondencia con el Hno. León, el Dr. Nathaniel Lord Britton, (Miembro de Honor de la Sociedad Cubana de Historia Natural Felipe Poey desde el 26 de mayo de 1917), Carlos de la Torre y el paleontólogo Emilio Sánchez.

Fue Pepito quien redescubrió el cactus enano y por él veló celosamente. Incluso, se dice que por años fue Pepito el único holguinero que sabía el lugar de Holguín (y del mundo, como es obvio), donde vivía la especie, pero a nadie Pepito le decía su secreto mejor guardado, ni siquiera a extranjeros que vinieron hasta su casa y le prometieron grandes sumas con tal de conseguir semillas... A quien sí recibió fue a Jan Ríha. 
 
Jan Ríha fue un conocedor de la botánica y especialmente  amante y estudioso de las cactáceas. Ríha visitó Cuba con el solo objeto de recolectar semillas del cactus enano de Holguín, porque esa, decía, es esa  “la perla que me hará reventar de alegría”. Y finalmente lo pudo conseguir porque lo acompañó el Dr. Jorge Ramón Cuevas representando a la Academia de Ciencias de Cuba y en Holguín colaboró con ellos el museólogo, profesor, historiador y naturalista José Agustín García Castañeda.

Colonia de Cactus Enano entre las piedras
 De las colectas de 1970 hechas por Ríha actualmente se conservan algunos clones en la colección de Ríha y al sur de California en la colección de J. Menzel, quien recibió las semillas del Dr. Meixner de Valtice y éste a su vez del botánico checo.

Asimismo Pepito García Castañeda mantuvo correspondencia con el alemán Dr. Friedrich Hilberath, quien había creído al cactus desaparecido. Hilberath envía una carta el 2 de noviembre de 1964 desde Alemania a García Castañeda donde le comenta “En la Enciclopedia Cactaceae de Backeberg he leído que en su Jardín Botánico existen ejemplares de la casi desaparecida Neolloydia cubensis. En los Jardines Botánicos de Europa, así como en colecciones particulares, busqué intensivamente pero sin éxito, esta especie, ya que estoy haciendo un estudio de comparación con el género Neolloydia. Le estaría muy agradecido si me pudieran enviar unas semillas de esta especie”. Al parecer la petición de Hilberath fue leída, puesto que el 7 de febrero de 1965 vuelve a escribirle al holguinero para agradecer el envío de los ejemplares y comenta: "yo creía que esta planta ya estaba exterminada, cuando el próximo verano los ejemplares florezcan observaré su crecimiento y su estudio me permitirá escribir un artículo…del cual enviaré a usted una edición especial”. En 1968 el Dr. Friedrich Hilberath le escribe a García Castañeda, refiriendo que en el estudio realizado a la rizosfera del cactus se obtuvo la siguiente composición: 

SiO2= 28,3%; Fe2O3= 24,6%; Na2O= 0,3%; K2O= 0,2%; Al2O3= 5,8%; Cl= 0,01%; Mn3O4= 0,3%; CO2= 0,3%; Cr2O3= 2,2%; NiO= 0,4%; P2O5= 0,1%; B2O3= 0,06%; CaO= 1,5%; MgO=17,1%; N= 0,09%; C+H2O= 18,74%.

Hasta el momento no se han encontrado referencias de alguna publicación oficial realizada por el Dr. Friedrich Hilberath.


Otros estudios se divulgaron sobre los cambios taxonómicos del cactus enano de Holguín y su  difícil ubicación taxonómica. En 1983 el ¿desaparecido? cactus  se localizó nuevamente, esta vez en Báguanos… pero después de esa vez, la plantita no se ha vuelto a reportar en esa zona.

Estudios de 1983 hechos por el Museo de Historia Natural de Holguín dicen que  la germinación del enano comienza a los 7 días después de sembrada la semilla pero que puede demorar hasta 30 días y, asimismo, que las flores abren a las 10:00 AM y cierran a las 3:00PM. Este estudio también se planteó  “conocer el hábitat y el área de dispersión, el medio ambiente en general e indagar en las condiciones naturales necesarias para su conservación”. En ese dicho estudio se recogen aspectos esenciales de la ecología de la especie: descripción del hábitat, densidad de población, la flora, las raíces, la composición química del suelo, disponibilidad de oxígeno, clima, floración e influencia del hombre.

Dice el estudio citado que “las flores del cactus enano son verdes amarillentas de 16 cms aproximadamente, embudadas, unas veces solitarias, pero en ocasiones hay individuos que presentan varias flores, que estas son hermafroditas, con estambres numerosos…  En la época seca la raíz se contrae por la pérdida de agua, halando la planta hasta ocultarla casi completamente, al punto que se vuelve muy difícil observarla”. 

Maltrato de la zona que sirvió de cuna al casi desparecido cactus enano de Holguín

En 1998 la Unión Mundial para la Naturaleza (UICN) consideró el cactus enano holguinero en peligro crítico y por tanto lo incluyó en su Lista Roja de Plantas Amenazadas. En el 2005 la plantita fue inscrita en Lista Roja de la Flora Vascular Cubana.

1 de mayo de 2011

John Adolph Shafer, descubridor del cactus enano de Holguín.

 Escrito por su colega y amigo: Otto E. Jennings
 

John Adolph Shafer nació el 23 de febrero 1863, en Penn Avenue, Pittsburgh, donde residió hasta la muerte de su padre en 1884. A la edad de 18 años se graduó en la Escuela de Farmacia de su ciudad natal. Dos años después comienza a trabajar en una droguería.

Por ser el hijo mayor, a la muerte de su padre, cuida de la familia numerosa en la que había nacido. Por ello es que se esfuerza sobremanera y abre, con la colaboración de Albert Koch, su propia droguería. Pero este trabajo le provoca trastornos a su salud. La familia se traslada a una finca que había comprado en Municipio de Luna, el Condado de Allegheny.

El 23 de febrero de 1888, Shafer se casó con Martha Tischer, a quien había conocido mientras trabajaba como farmacéutico. De la unión nacen cuatro hijos: Quercus T. Adolfo T., Ulmus T., y Hettie Martha. Para entonces deja atrás la farmacia y comienza a dedicarse a la jardinería y al trabajo botánico.  En 1896 murió su esposa. Dos años después Shafer se vuelve a casar, esta vez con Mina Tischer, quien era hermana de su primera esposa; y de este matrimonio hubo siete hijos: Dorothy, Elvira, Teodoro, Juan, Catalina, Celtis, Wilma.

El profundo interés por las plantas le vino al Dr. Shafer desde niño. Recuerdan quienes le conocieron que sus veranos los pasaba en la granja de su abuelo vagando por el bosque; decía Shafer que para descubrir nuevas plantas (por lo menos para él, porque en verdad todas aquellas que allí había en abundancia, ya eran conocidas por los botánicos).  

El sincero amor de Shafer por las plantas lo demuestran sus biógrafos contando que siendo un niño todavía convenció a sus padres para que a falta de patio de tierra donde sembrar, lo hicieran en un almacén de la tienda que era de su propiedad. Aquel, su jardín, Shafer lo convirtió en una extraña selva bajo techo, donde convivían todas las plantas que pudo encontrar. Por otra parte eran todos sus libros sobre botánica. Shafer fue uno de los  miembros fundadores de la Sociedad Botánica de Western Pennsylvania, organizado en 1886. En ella Shafer se convirtió en personaje principal actuando como custodio de las colecciones, como secretario y como líder de muchos de los viajes de su campo. Es obvio que aquellas excursiones ampliaron el herbario de sus propias colecciones.

Después de la fundación del Museo Carnegie en 1896, el herbario de la Sociedad fue trasladado al cuidado de esa institución y , en 1897 Shafer fue nombrado Guardián de la Sección de Botánica. Allí trabajó incansablemente en la edificación del herbario, dedicando especial atención a la flora del oeste de Pennsylvania. Y a la vez que estos trabajos viajó a lo largo y ancho a lo largo de la parte suroeste del Estado, acompañado en muchos de estos viajes por uno u otro de los entusiastas de los primeros días de la Sociedad, entre los cuales se pueden mencionar CC Mellor, Adolfo Koenig, Patterson DH, JD Shafer, y 0. P. Medsger. Medsger P. En 1894 y 1895 la Universidad  Occidental de Michigan (actualmente la Universidad de Pittsburgh) encargó a Shafer que enseñara botánica allí. Esa misma Universidad le otorgó el 16 de junio de 1895 el título honorario de Doctor en Farmacia.

 Por invitación del Dr. NL Britton, director del Jardín Botánico de Nueva York, Shafer pasó en septiembre de 1902 a trabajar en la selección de duplicados para el herbario del Museo Carnegie. En marzo de 1903, fue con el Dr. Britton en una expedición botánica a Cuba, donde permaneció hasta mayo. Las colecciones que hizo en la Isla se encuentran en la actualidad en  el New York Botanical Garden y el Museo Carnegie. En 1904 Shafer fue nombrado Custodio del el Jardín Botánico de Nueva York, cargo que ocupó hasta 1910. A principios de 1910 regresó a su granja cerca de Carnot (unos dieciocho kilómetros al oeste de Pittsburgh), dedicándose totalmente a la jardinería pero en algunas ocasiones hace varios viajes  a los trópicos de América como colector del New York Botanical Garden.

Tal como antes había hecho en Cuba, (1903-1912), Shafer hace recolectas de plantas en Montserrat, Puerto Rico, Vieques, Islas Vírgenes (St. Thomas, St. John, Tortola, Virgen Gorda), Anegada, para finalmente, entre 1916 a 1917 Argentina y Paraguay, especializándose en esta ocasión en las cactáceas.

Nathaniel Lord Britton-Botánico
De Shafer dijo el Dr. NL Britton: "Las colecciones hechas por el Dr. Shafer en Cuba son las más grandes que jamás se ha hecho y estudiado de esa isla. Ellas solo son superadas en importancia científica por las de Charles Wright, quien entre 1859 a 1864, consiguió recolectar una muestras de varios cientos de especies cubanas nuevas para la ciencia y proporcionar una gran cantidad de información relativa al hábitat y distribución geográfica de las especies de la Isla".

Destaca sobremanera en las exploraciones tropicales que Shafer hizo lo competente que era en la  observación aguda y perspicaz. Sus informes generales son obras científicas de notable valor y, está claro, también lo son los artículos que publicó.

En 1901 Shafer publica una excelente  "lista preliminar de la Flora Vascular del condado de Allegheny, Pennsylvania", basado en las colecciones en el herbario del Museo Carnegie, (esas que describe son principalmente las antiguas colecciones de la Sociedad). Y en 1904 describe una nueva especie de Senna que encontró en el oeste de Pennsylvania. A esa le da el nombre de su amigo y ex miembro de Sociedad Botánica,  Medsger.

Asimismo Shafer asistió al Dr. Britton en la preparación del volumen "Arboles de América del Norte", publicado en 1908. A Shafer hay que agradecerle la aparición en este volumen  de varias referencias y algunas fotografías en relación con algunos de los árboles que crecen en el oeste de Pennsylvania.

Dos géneros de plantas, han sido nombradas en honor al Dr. Shafer por ser él quien las recolectara el oeste de la provincia de Oriente, Cuba. Esas son: Shaferocharis y Shafera. Y encontradas por él en la isla de Vieques, en su honor, se nombró a la Malphigia Shaferi . Por otra parte su nombre lo lleva un hongo y varios de sus cactus de América del Sur.

El entusiasmo del  Dr. Shafer por la exploración botánica fue tal que nada lo detuvo, ni siquiera los peligros que para su vida le acarreaba el campo… Debió ser por eso que enfermó de la infección que alguna planta le ocasionó,  (probablemente un parásito de la sangre). Largos fueron los años de enfermedad. Y al cabo de ellos murió en el Hospital Sewickley Valle el 1 de febrero de 1918. 

Conocí al Dr. Shafer en 1904, algún tiempo después que él tomó posesión de su trabajo en el New York Botanical Garden. Desde entonces me reuní con  él con frecuentemente durante sus intermitentes periodos de residencia en su casa cerca de Carnot. Siempre se le veía impaciente de partir y nervioso por el temor de haber equivocado algunos de sus fallos sobre las plantas que conoció en sus viajes allende las distancias. Asimismo era un hombre de altos ideales,  deseosos de ayudar y un compañero agradable con todo el que compartía su interés por las plantas. A su muerte todo Pensilvania lloró a quien fue un botánico pionero de todo. Las colecciones de la Sociedad, así como sus colecciones privadas y, luego, el herbario del Museo Carnegie, es un monumento perdurable y digno que Shafer legó a la humanidad.

La historia de una especie emblemática del patrimonio holguinero: el cactus enano. (Historia taxonómica)

Dr. Shafer, "descubridor" del cactus enano de Holguín

Aunque Dr. Shafer fue el descubridor del Cactus enano de Holguín, supuestamente en 1909 y  que sus colectas de 1909 y 1912 respectivamente, se conservan en el Jardín Botánico de Nueva York, no es él quien describe la plantita, sino que lo hacen  el Dr. Nathaniel Lord Britton, director del Jardín Botánico de Nueva York y el colaborador de este Rose.

Leer además: Memorias que de John Adolph Shafer narró un amigo, el ex comisario Otto E. Jennings

Debió ser después que hacen la descripción cuando los notables botánicos neoyorquinos se percatan que se trata de una especie nunca antes conocida por el mundo académico y por tal motivo envían al Dr. Shafer nuevamente a Holguín. En 1912 este le escribe una carta al director del museo para el que trabaja:  "Fui como usted sugirió a Holguín, para buscar más muestras de aquel raro y pequeño cactus Coryphanta cubensis Britton, descubierto por mí algunos años atrás en una colina de serpentina al noroeste del pueblo. Esto se logró el 4 de marzo con la amable asistencia de mi buen amigo Angus Campbel, después de 5 horas de búsqueda diligente”.  


El cactus recién acabado de conocer por ellos fue descrito con el nombre Coryphanta cubensis Britton & Rose (1912), como: 
“planta deprimida, globosa, penachuda, de 2 cm a 3 cm de ancho, de color verde claro; con numerosas mamilas, comprimido verticalmente, de 6 mm a 7 mm de longitud, de 4 mm a 5 mm de ancho, cerca de 3 mm de grueso, surcos en la parte superior desde el ápice hacia abajo hasta la mitad, los surcos muy diferentes; espinas cerca de 10, blancuzcas, radiadas, aciculares, pero débiles, de 3 mm a 4 mm de longitud; aquellas mamilas jóvenes subtendidas por un penacho de pelos blancos plateados de 1,5 mm de longitud, flores verde amarillentas-pálidas, 16 mm elevadas, con segmentos finos, estilo filamentoso y estigma amarillento lobulado; fruto rojo, de menos de 1 cm de longitud, desnudos; semillas negras, un poco angulosas”. 
 Britton & Rose (en 1912), plantean que el enano se encuentra “entre pequeñas piedras en las sabanas estériles al sudeste de Holguín” y Shafer (en ese mismo año) afirma que “vive  atrás en una colina de serpentina al noroeste del pueblo”. Los historiadores actuales consideran que el lugar donde el cactus fue visto por primera vez por Shafer es donde posteriormente se construyó el Colegio de Los Maristas (actualmente la escuela “Juan José Fornet Piña”). Este lugar, entonces, se conocía como las ”Alturas de Parera”, y se localiza al sudeste de Holguín. 

Según Vilardebo & Leyva (2005), quienes hicieron una visita al lugar donde fue descubierto el cactus, dijeron que en la actualidad aquel lugar está carente de vegetación, por lo que el “E. cubensis no existe más en el sitio de su descubrimiento, sin embargo los botánicos cubanos lo han encontrado en otras localidades”. Todos esos lugares están en Holguín, únicamente.

Actualmente las mayores poblaciones de la especie se localizan detrás de la Loma “El Fraile”, una colina de serpentinas no muy distante del pueblo, ubicada al noroeste de la ciudad Holguín.  Y en el 2003 también se encontró el enano holguinero en el territorio del “Valle Mayabe”. 

Por otra parte, dice la Doctora en Ciencias Elena Fornet Hernández que lo que quizás no sabían los exploradores que vieron el cactus enano de Holguín en el Valle de Mayabe es que, quizás, fue en este lugar donde se produjo la colecta de Shafer.  Y seguidamente abunda la científica que es muy difícil hoy comprobarlo pero que se aventura a "deslizar" la hipótesis de que Shafer se equivocó al decir dónde vio por primera vez la planta. El motivo  que le hace pensar así es que hasta el momento no se han encontrado los documentos donde Shafer expresa dónde estuvo en 1909. ¿Por qué hoy no hay E.Cubensis donde se le apareció a Shafer y sí en Mayabe?. ¿No sería que Shafer no quería revelar las zonas exactas donde había estado?

En fin, amables lectores de la Aldea, la localidad tipo de la especie es un elemento que no está clara. De lo que sí se tiene referencia es que en 1912 Shafer estuvo en Matamoros, localidad donde actualmente se observan las mayores poblaciones del cactus. 

Por otra parte los botánicos holguineros consideran que es probable que en el pasado la especie se distribuyera ampliamente en las colinas de serpentinas que rodean la ciudad Holguín y que la actividad del hombre haya contribuido a su desaparición. 

Pero volvamos al Dr. Shafer. Se sabe que la colecta hecha por él  en 1909 floreció el 13 de marzo de 1910 y que la de 1912 floreció 2 veces, una el 5 de abril y la otra el 1 de julio de 1912. Por lo que parece que en su visita de 1909 Shafer colectó en pleno proceso de floración y en 1912 ya estaba culminando el mismo. 

Para terminar de atenderlo a él, una nota más escrita por Shafer; dice que su ultima colecta del cactus enano la hizo el 5 de abril de 1912, pero esto debe ser un error porque de su puño y letra dice que en la noche del 4 él y sus acompañantes llegaron a Antilla y salieron al otro día por la Bahía de Nipe, llegando a Nueva York el 10 de abril de 1912”. 

29 de abril de 2011

El poder del domingo en Cosme Proenza. Megaexposición del artista después de 40 años de creación

 
A Cosme Proenza le fue dado el don de ver las cosas en profundidad, apreciar, como pocos, el color; disfrutar a plenitud la vida con la beatitud de lo cotidiano.

Consciente de que quería ser pintor, la belleza del sitio donde le tocó nacer influyó en su educación estética posterior.

La vida tranquila del campesino, y el paisaje que le rodeaba en su infancia, marcaron esa línea sinuosa y casi erótica con la que alcanzó un credo estético; una forma de expresión que arrancó con el dibujo como entretenimiento primario, como la gran arquitectura de su obra posterior.

Dibujante, ilustrador y muralista, Proenza (Holguín, Cuba, 5 de marzo de 1948) se graduó como Master of Fine Arts en el Instituto de Bellas Artes de Kiev, Ucrania. Émulo del Bosco en la isla, cuenta con una treintena de exposiciones personales en su país y en el extranjero.

Sus obras integran las colecciones del Museo Nacional de Bellas Artes, en La Habana, y el Museo del Vaticano, en Roma. Parte de su prolífica creación también se aprecia en colecciones particulares en más de 20 países.
 
 


-¿Cuándo supo que sería pintor?

-Yo tenía ese concepto bien claro desde que tenía 9 o 10 años de edad. Por aquel entonces mi primo más cercano, con quien compartía juegos, decía que iba a ser ingeniero eléctrico y ni siquiera me embullé, no me interesó. Yo era una especie de bicho raro en la familia; estudiaría una carrera que no servía para nada, mientras que el otro iba a estudiar algo que daba dinero.

Al final, no sé cuántos beneficios económicos le habrá dado su carrera a él, pero a mí me produce muchas satisfacciones y no las cambiaría, para nada, por ninguna de sus experiencias como ingeniero.

Doy gracias a Dios porque todo haya sido tan orgánico. Yo estudié pintura porque me gustaba, me gradué y tuve que trabajar en diversos empleos con un fondo salarial. A veces, un cuadro mío se vendía por casualidad, aunque regalé muchísima pintura, eso sí.

Hoy me resulta paradójico oír hablar de comercio del arte en Cuba, un contrasentido, porque solo existe la posibilidad de vender obras, que es otra cosa. Vivo de esto último pero no de un comercio, porque mi obra no es comercial. Nunca he hecho concesiones de carácter comercial y nunca las haré porque no tengo necesidad.

Yo no pinto para vender, pero vendo lo que pinto. Además de eso, me doy el lujo de quedarme con determinadas obras, con las que creo debo conservar. Si lo hice cuando no vivía de la pintura y tenía que pensarlo muy bien para no deshacerme de una obra, ¿cómo no lo voy a hacer ahora?





El tránsito es más interesante que el propio camino en sí. Es como el Camino de Santiago; hay un periplo más sugestivo que la llegada a Santiago de Compostela. Lo lindo está en el camino y creo que mi obra es un poco eso.

Visto por mí, lo atractivo de mi obra es la obra en sí, toda. En su conjunto es una especie de discurso que, si bien se valora, la convierte en un hecho plástico digno de tener en cuenta en la cultura cubana.

Don Fernando Ortiz dijo que la cultura cubana es un ajiaco, un compendio de la cultura universal, y yo soy uno de esos componentes del ajiaco. Es decir, mi obra no se puede leer de otra manera; lo cubano de mi obra está precisamente en el ajiaco.

Mi cubanía es esa. Es la de ser todo el mundo en uno solo, y convertirla en un elemento. Cierta vez, Alicia Alonso expresó algo que a ella misma se le había olvidado. Le dije: “Me encantó la forma en que definiste la cubanidad cuando dijiste que Giselle o cualquier pieza del ballet se convirtieron en elementos de la cultura cubana por un fenómeno de popularidad. Cuando se baila Giselle en Cuba, es parte de la cubanidad”.

El tránsito de mi obra creo que no ha concluido, está sujeto a otro cambio, de hecho ya ido cambiando sin proponérmelo. Soy, ahora mismo, 15 pintores en uno solo. No es un discurso a ultranza, posmodernista. He saltado también en el posmodernismo y eso es parte de mi obra, pero no ha hecho más que reafirmar mi discurso.


 
-Usted es una persona muy asequible y comunicativa, pero a la vez distanciada. ¿Por qué?

-Hace poco, mi hija me aseguró que no me entendía, porque le había dicho que me encanta mi soledad. Es muy difícil meterse en la piel ajena para poder entender cosas de ese tipo. Yo soy una persona que, más que disfrutar de un encuentro social donde hay mucha gente, prefiero un día tranquilo, en solitario.

-¿Y cuándo llega ese momento?

-Cuando llegue, por eso mi soledad es tan libre. Me gusta mantener ese estado en que digo: “Ahora voy a agarrar un papel y voy a hacer tal cosa, me dio la gana de hacerlo, sentí deseos de hacerla”. No es que tenga algo programado, pero me gusta trabajar en la mañana.

Una vez que empiezo con una obra, no soy de los noctámbulos que se pasan la noche entera sufriendo. Nada de eso. La noche se hizo para muchísimas cosas, menos para trabajar. No quiere decir que sienta deseos de pintar en la noche y no lo haga, pero no es la norma. Soy una persona que aporta mucho en la mañana, porque el mundo no te ha movido nada, es cuando la persona descansó y está fresca.

 
-Su arte puede parecer elitista, sin embargo es un arte popular.

-Esa parte es toda una teoría, para mí es algo muy interesante. Mi arte, por raíz, de donde sale, es muy elitista, pertenece a la más alta élite visual. A lo largo de los siglos el arte más elitista se ha ido sedimentando, se ha ido popularizando y se ha ido viendo en libros, en revistas, en películas. Ya la población de esta época ha tenido contacto suficiente como para que forme parte del gusto personal.

En mi caso, no está hecho para complacer a alguien. Creo que a mí mismo, sí; hay una autocomplacencia a la hora de seleccionar un tipo de figuración. Mi obra es un fin que tiene un sentido mucho más profundo en la historia del arte, y es creer que esta existe, independientemente de que haya gente que piense que está muerta.

Creo haber sido uno de los que ha dado a mi país y a su cultura el medioevo que no tuvo, el barroco que no tuvo, todo lo que no tuvo a través de los ojos de un caribeño, de un aborigen, de un guajiro que ve esas cosas con otra óptica, convertidas en pintura cubana, gústele a quien le guste.




-Todo el mundo habla del paraíso de Cosme. En verdad, ¿usted se creó un paraíso o se creó un mundo sobrenatural donde exclusivamente habitan sus seres imaginarios?

-Todos los seres humanos tenemos un paraíso donde evadirnos. No quiero decir que estoy evadiendo algo. Soy un ser con los pies bien plantados en la realidad y muy concreto en lo que vivo, pero tengo otra dimensión: la dimensión espiritual, que me permite viajar.

Me considero privilegiado porque entiendo muy bien a José Lezama Lima, que no tuvo necesidad de sacar sus pies de Cuba, es decir, él viajaba, tenía suficientes alas en la cabeza y aunque pareciera que recorrió el mundo no tuvo necesidad de hacerlo.

Es como mi pintura. Ese paraíso es mío, al fin y al cabo es una especie de paraje diferente. Es un lugar seductor y, si me seduce a mí, espero seduzca a los demás; puede constituir un espacio de especulación, o no. Hay personas que me han dicho que mi obra es de evasión; otros, con quienes comparto más el criterio, aseguran que es una obra de resistencia.

-¿Por qué una obra de resistencia?

-No es de resistencia política, ni de resistencia económica. Nada de eso. Es un arte que está diciendo que, a pesar de los puntos de vista en que está viajando el arte contemporáneo, la obra debe estar viva; la cultura universal existe.

Es decir, el arte es vivo, es algo que hizo el hombre y ha ido evolucionando, y lo que hago es tratar de mantener una imaginería, una forma de ver el arte –incluso, en la manera de ejecutarlo-, porque en pleno siglo XX, con una tecnología muy sugerente, mantengo formas que pueden ser conservadoras pero las llamo de resistencia.

En síntesis, el arte no puede, bajo ningún concepto, perder el olor ni el sabor.




-¿Cómo se ve Cosme Proenza a sí mismo?

-A veces, la peor opinión es la que tiene uno de sí mismo. Como he cambiado tanto en mi vida, he tratado de ser lo que creo en el momento que lo he hecho. Me veo como un ser muy dado al cambio y lleno de esas posibilidades, de tener hoy un criterio y de mejorarlo o anularlo mañana, si fuera necesario.

Eso quiere decir que no soy esclavo, ni de mi vida ni de mis cosas, ni de costumbres tampoco. Aparentemente soy una persona muy ordenada, muy dado a la costumbre, a no romper esquemas, pero no hay nada más distante que esa realidad.

Quizás de una vida interiormente tormentosa, he hecho un arte muy sereno. Hay gente que saca sus demonios; a mí, en cambio, se me quedan, y entonces saco los ángeles, esa parte que los demás disfrutan y que yo disfruto también.




-¿Ha pensado en que llegue el momento de decir: “stop”?.

-No, eso lo marca la muerte. El día que me de cuenta –y ojalá suceda- que no tenga nada importante que decir, me detendré; pero sucede que a mí me encanta pintar, y nadie deja de hacer lo que le gusta.

Yo no tengo sentido interno de necesidades de parar algo, porque no tengo compromisos de continuar haciendo una misma cosa.

Si hay algo que creo tiene de valor y es interesante mi obra es, precisamente, su conjunto, el discurso total. Como concepto, pienso que el cuerpo vivo de ella es el conjunto, por eso la conservo. 



Entrevista: Pedro Quiroga.
Fotos de las obras: Amaury Betancourt

Megaexposición del maestro de la plástica Cosme Proenza.

El centro de arte de la ciudad de Holguín acoge la megaexposición Paralelos, historia y tradición del arte occidental, una muestra que celebra los 40 años de vida artística del reconocido pintor cubano Cosme Proenza.




Cosme Proenza Almaguer nació en 1948 en Holguín y estudió primero en la ENA (Escuela Nacional de Arte) en La Habana y después en el Instituto de Bellas Artes de Kiev, donde se graduó de „Master of Fine Arts“. Sus obras recibieron 13 premios y forman parte de 23 colecciones de museos en 23 países, entre otros, en el Vaticano.
"Artista es aquel que puebla el vacío con sus fantasmagorías. El que muestra al mundo su imagen interior sin recato. El que es dueño de un espejo cóncavo.
Cosme Proenza parece seguir este decálogo con fidelidad. Su arte lleva el hálito del mundo en su entraña holguinera.
El no cree en falsos nacionalismos ni en estereotipos de la identidad.
El no conoce el pudor. Se enfrenta al lienzo, dueño y señor de su cabeza, de sus fantasías. Nadie se ha apoderado de la tradición como él, nadie con manos más firmes y ondulantes ha recreado al Bosco como él; no creo que en Cuba haya un pintor más excéntrico, más aparentemente ajeno.
El tiene el poder del domingo, la llave del castillo encantado.
Su dibujo es seguro y delicado, su tratamiento del color le da una dimensión lírica a su postmodernismo, la fortalece, le provoca una epifanía. Su hedonismo reúne a todas las fuentes, la erótica, la hídica, la mítica...
Pocas obras de arte cubanas muestran un virtuosismo tan inusual."
Miguel Barnet.

La exposición «Paralelos. Cosme Proenza: historia y tradición del arte occidental», contentiva de 114 obras de ese artista cubano de la plástica, se inauguró el jueves 28 de abril de 2011 en el Centro de Arte de esta nororiental ciudad.

En declaraciones a la prensa local el pintor explicó que esta muestra celebra 40 años de trabajo y reúne piezas a través de las cuales se pueden analizar las distintas etapas de su creación, además de rendir tributo a la tradición pictórica occidental desde el siglo XV hasta finales del XX.

«No busco la originalidad individual, enfatizó Proenza, sino la visualización de cuatro décadas consagradas al arte, lo cual será posible porque todas esas obras se encuentran en mi poder o en instituciones culturales de Holguín».

«Paralelos…» ocupa las tres salas del Centro Provincial de Arte  (Sala Moncada) en cuyo espacio principal se expondrá una obra realizada especialmente para esta conmemoración, titulada «Medio Occidental o el fin justifica el medio». Esta muestra tiene mucho de didáctico y ofrece una mirada de un creador que ha permanecido en Holguín, porque es aquí, dijo, donde me siento cómodo para crear y trabajar.

Explicó que no es un pintor de vanguardias o tendencias, sino un artista que mira lo que le antecedió en el terreno de la plástica, lo estudia y lo trabaja con mucho ahínco.

La expo, comentó, hay que mirarla también desde el ángulo de la investigación, porque resume muchos años dedicados al estudio de cinco siglos de pintura en el mundo.

Jorge Cuevas Ramos, Miembro del Comité Central del PCC y Primer Secretario en la provincia y Vivian Rodríguez, Presidenta de la Asamblea Provincial junto al artista.


Para ver una selección de las obras expuestas haga clic aquí



La Salida - Emerio Medina


El cuento pertenece a su libro inédito La Grand Havana o el tiempo perdido.

Entonces había mucha gente tratando de irse. Mucha gente haciendo sus planes y sus cálculos. Se inclinaban de noche sobre los mapas y trazaban rutas en el agua. Gastaban el dinero en cualquier embarcación. Vendían las reliquias y las joyas para comprar un bote que pudiera sacarlos de la isla. Todos los ahorros se entregaban por un bote que aguantara bien el mar. Por una lancha vieja, o por cualquier cosa con motor. Por cualquier cascarón sin pintura y sin nombre que pudiera flotar sobre las olas y se dejara empujar por el viento.

De noche se quedaba la gente mirando el mar. Hasta muy tarde se quedaban en la costa. Miraban las olas que se rompían contra el muro con espuma abundante. Con el brillo de las fosforescencias marinas. Se rompían las olas con un bramido de agua que decía de otra vida en ciudades lejanas. De otra vida y otra gente. De otras cosas y de otras maneras, y la gente lo creía. Lo comentaban entre sí. Decían que pronto cambiaría todo. Que todo sería mejor en el futuro.

La gente miraba las olas y el horizonte. Más allá del horizonte y de las olas estaba la otra vida. La gente hacía sus planes de irse. Las familias enteras. Los padres con los hijos. Las novias con los novios. Encendían velas a los santos y prometían portarse bien. Prometían estudiar y prepararse para la vida nueva que los esperaba detrás de las olas, sobre el horizonte, en algún sitio lejano, en algún lugar desconocido.

Las familias enteras miraban el mar. Los jóvenes y los viejos miraban. Los que aún crecían miraban también. Lo aprendieron de los padres y de los abuelos. Lo aprendieron en la calle y en el patio de la casa. Lo aprendieron en los parques de la ciudad.

Y mirar el mar se les hizo costumbre.

La ciudad se quedaba vacía por las noches. La ciudad entera se mudaba a la costa.

La gente no podía hablar de otra cosa que no fuera el mar. Conocían los caminos en el agua como las calles de la ciudad. Cocinaban en fogones improvisados en la costa. Comían hablando del mar. Hacían el amor y esperaban su momento.

Y hubo mares tranquilos y mares revueltos. Hubo mares tan profundos como el gran océano, y mares con el fondo claro y cercano. Y hubo mares perfectos para irse.

Pero el momento nunca llegó.

Esperaron mucho tiempo, y se cansaron de esperar. Regresaron a sus casas y siguieron viviendo como antes. Con sus problemas grandes y sus problemas pequeños. Con sus alegrías y sus escaseces. Con sus cosas de a diario y sus cosas de siempre. Con sus nostalgias por la otra vida y sus planes guardados en secreto. Con sus ilusiones quebradas y sus esperanzas muertas.

Entonces alguien habló de La Nada.

Lo supieron por un mensaje cifrado.

Alguien que tenía sus primos del otro lado del mar.

Alguien dijo que las lanchas llegarían a La Nada. 

Y La Nada estaba lejos de la ciudad.

Estaba lejos La Nada, y no estaba en los mapas.

Sólo los santos sabían dónde estaba.

Y los santos hablaron.

En algún punto de la costa estaba La Nada. Detrás de los montes secos y de los charrascos. 


Detrás de los peligros y las plantas de guao. Pero el guao y los peligros no pudieron aguantar a la gente. Fueron pocos los que lo supieron porque todo se mantuvo en secreto. Del otro lado del mar recomendaban discreción. Sólo se podía correr la voz entre los más cercanos. Se podía hablar de los planes sin revelar el lugar. Sin decir la ruta precisa. Sin mencionar los nombres de los guías y de los contactos.

Se les podía decir a los hermanos porque eran hermanos. A los primos buenos si lo merecían. A los padres y a los hijos. A las novias y a las esposas se les podía decir.
Las familias enteras tomaron el camino de La Nada.

Las familias se fueron con sus niños y sus viejos. Pero pocas familias, porque alguien aconsejó discreción. Se marchaban de noche para no revelar el secreto. Anunciaban que se iban a pasar unos días en el campo y desaparecían de la ciudad. Amanecían las casas vacías. Las casas sin los ruidos de siempre. Sin la risa de los niños ni la discusión de los mayores. Sin el quejido de los viejos ni el ladrido de los perros. Con el tiempo quedaron las casas silenciosas y vacías. Con el tiempo quedó vacía la ciudad.

Las familias enteras tomaron el camino de La Nada. Las familias se fueron con sus niños y sus viejos. Pero pocas familias, porque alguien aconsejó discreción. Se marchaban de noche para no revelar el secreto. Anunciaban que se iban a pasar unos días en el campo y desaparecían de la ciudad. Amanecían las casas vacías. Las casas sin los ruidos de siempre. Sin la risa de los niños ni la discusión de los mayores. Sin el quejido de los viejos ni el ladrido de los perros. Con el tiempo quedaron las casas silenciosas y vacías. Con el tiempo quedó vacía la ciudad.

Algo en él no encajaba con la idea general que teníamos de un guía. De momento no pudimos adivinar lo que era, y nos sentimos incómodos. Estuvimos un poco nerviosos. Un poco con miedo. Estábamos lejos de la ciudad. Cualquier cosa podía parecernos extraña. Cualquier cosa podía ser un peligro. Conocíamos un montón de historias de gente que se iba y las pasó muy mal. Y en el monte podía pasar cualquier cosa. No estábamos acostumbrados a las sorpresas que podía guardarnos el monte.

Cuando el hombre se acercó, descubrimos que tenía los ojos demasiado grandes.

Era un hombre no demasiado viejo con los ojos demasiado grandes.

Tenía unos ojos como almendras, o como pelotas brillantes. Unos ojos como los ojos de un ciervo. Unos ojos redondos y brillantes como debían ser los ojos de un ciervo. No habíamos visto nunca un ciervo de cerca, pero había en los ojos demasiado grandes del hombre algo de animal salvaje. Algo como enormes ventanas abiertas, como sólo podían ser los grandes ojos de un ciervo.

El hombre nos miró de cerca con sus ojos enormes. Nos miró las mochilas y la ropa. Nos miró los zapatos y las manos. Nos miró la piel. Nos olió de cerca. Nos tocó la cara.

Debía ser el hombre que buscábamos. Tenía que ser él. Nos habían alertado sobre el tamaño de sus ojos. Nos habían dado sus señas y su nombre. Pero no esperábamos encontrar un hombre con los ojos tan grandes, como almendras, o como pelotas brillantes.
Le extendimos el papel.

El hombre hizo un gesto para darnos a entender que el papel no hacía falta.

─ Los estaba esperando ─ dijo, y se metió en el monte.

Se movía con agilidad entre la vegetación. Esquivaba las zarzas y la sombra de los guaos. Nos pedía hacer lo mismo. Indicaba la forma de saltar las zanjas profundas, los declives y los barrancos. Saltaba sobre las zanjas con la soltura de un ciervo. Con la ligereza de los animales salvajes. Pero todo el tiempo nos daba la espalda. Sólo se volvía cuando nos quedábamos muy atrás. Cuando nos quedábamos enganchados en las espinas de las zarzas.

Se detenía y esperaba por nosotros cuando las zanjas eran demasiado profundas y nos tardábamos mucho tiempo saltándolas. Decidiéndonos. Escogiendo el momento del salto. Aguantando la respiración en el segundo final. El hombre se detenía y nos miraba. Sólo nos miraba. Se volvía y nos mostraba sus ojos. Sus ojos demasiado grandes. Sus enormes ojos de ciervo. Brillaban bajo el sol como linternas opacas. Como ventanales, o como trampas de luz que se abrían o cerraban cuando el hombre parpadeaba.

Y lo seguimos aunque nos resultara difícil. Aunque nos diera trabajo avanzar entre las zarzas. Aunque temiéramos partirnos un pie cuando saltábamos sobre las zanjas. Aunque nos asustara la sombra tenebrosa de los guaos y sintiéramos en la piel un roce inexistente.

Conocíamos todas esas historias terribles. Sabíamos de gente que se llenó de quemaduras porque no se cuidó de la sombra. Porque no sabían del peligro anidado en las plantas. Era gente que no sabía esos secretos. Gente fina de ciudad que había quedado con las marcas para siempre. Habían tenido que desistir del viaje por la hinchazón en la cara y los brazos. Por una pierna que se les partió en una zanja camuflada en el suelo. Entre las hierbas secas se escondían las zanjas. A veces eran zanjas profundas. Y a veces se detenía la gente a descansar a la sombra de un guao sin saber que la sombra quemaba.

Pero eso no pasó con nosotros.

Caminábamos con cuidado porque el hombre indicó la forma de hacerlo. Indicó la forma de apartarse del guao y las sombras. Tal vez el hombre lo hizo porque nos veía demasiado jóvenes. Tal vez lo hizo así por eso. Porque éramos gente de ciudad. Porque éramos demasiado jóvenes y no conocíamos los peligros del monte.

Éramos Lizandra y yo. Éramos muy jóvenes entonces. Demasiado jóvenes. Vivíamos con las prisas y las presiones del momento. Vivíamos en la ciudad y no nos conocíamos. Yo no podía imaginar que Lizandra existiera, y Lizandra no podía imaginar que existiera yo.

Nos habíamos conocido por casualidad. Fue una de esas tardes en que llovía bastante en la calle. La gente escapaba de la lluvia en cualquier sitio con techo. Yo creo que ese día llovió para que nos conociéramos. Ahora creo que esa tarde llovió para eso. Ahora puedo creer cualquier cosa. Ahora ya estamos aquí y no nos preocupan las cosas de antes. No nos interesan las cosas de aquel tiempo. Las cosas de cuando andábamos solos por los parques y las calles y vivíamos en la ciudad sin conocernos.

Bajo el rincón techado estaba Lizandra esa tarde. Se rió de mí porque llegué con la ropa mojada. Me chorreaba la lluvia desde la cabeza, y eso le gustó a Lizandra. Me corría el agua por la cara, y Lizandra se rió de eso. Se rió con esa risa que la hacía parecer tan especial. 

Poca gente podía reír de esa forma, pero así se rió Lizandra de mí. Y yo me reí un poco también. Me reí de mí mismo, y a Lizandra le gustó que lo hiciera.

Nos hicimos amigos.

Empezamos a salir juntos a la ciudad. A los muchos lugares que la ciudad ofrecía. A los parques llenos de gente y a las discotecas donde los jóvenes bailaban. A las fiestas y a la costa íbamos también. A los desfiles y a los velorios. A las plazas y a las tiendas. A donde hubiera gente íbamos nosotros.

Nos gustaba oír las discusiones en los parques. El canturreo de los pregoneros que anunciaban sus escobas y su agua. Los gritos de los maridos celosos en los solares. Las noticias de un robo. El número de víctimas de un accidente. Los partes del tiempo anunciando ciclones y lluvia. La agonía de las guaguas y las colas y las fajazones en las bodegas.

Nos gustaba mirar a la gente. Los oíamos hablar de fugas y de planes. Oíamos a los padres que reclamaban a los hijos por los zapatos rotos antes de tiempo. Por el dinero gastado en peces de colores y abalorios de santos que alguien vendía en las escuelas. Por las virginidades perdidas sin aviso previo. Por los tatuajes que se habían hecho en la piel sin estar autorizados. Por la novia que se fue con otro. Por la música tan alta en las horas altas de la noche. Por las palabras extrañas que habían aprendido en un concierto.

Cuando se fue la tarde, el hombre preguntó si estábamos cansados. Nos ayudó a descargar las mochilas y a disponer las cosas. Nos sugirió cortar el pan y la carne en pedazos pequeños. Recomendó tomar poca agua para que el cuerpo se acostumbrara a la abstinencia. Pero no quiso comer con nosotros.

Se apartó hacia una poza del monte y se quedó lejos. Nos miraba con su forma extraña. Nos encandilaba con sus ojos de ciervo. Los veíamos brillar en la oscuridad y pensábamos cosas terribles. Unos ojos tan grandes brillando en la noche nos hacían pensar en lo malo. Unos ojos tan grandes sólo podían presagiar el desastre. Conocíamos las historias que se contaban en la ciudad. Sabíamos de cuerpos mutilados por los guías en el monte. Y esa noche no pudimos dormir pensando en los ojos del guía. Pensábamos en el mal que los ojos ocultaban. En lo que podía pasar con Lizandra y conmigo. En lo que podía pasar con los dos en el monte desierto.

Pero pasó la noche y no pasó nada malo. Sólo el sueño velado en los ojos y el cansancio en las piernas y en la espalda. El hombre aconsejó masajear los muslos y los hombros. Aconsejó desayunar bien y bañarnos en la poza para eliminar el cansancio. Dijo que sería bueno bañarnos a esa hora aunque nos pareciera extraño. Aunque nos pareciera el agua demasiado fría y nos asustara el fondo oscuro de la poza. Nos dijo que teníamos tiempo. Que teníamos todo el tiempo. Podíamos nadar y relajarnos. Podíamos dejar que el agua nos penetrara bien para que la piel se mantuviera fresca.

─ Claro que no es la piscina de un hotel ─ dijo. ─ Cuando lleguen allá estarán mucho mejor.

─ Falta mucho ─ pregunté.

─ Son tres días de camino hasta el punto. Tres días con tres noches ─ dijo cuando se alejaba.

Fue Lizandra quien habló primero del punto.

Cuando estábamos en la calle habló del punto.

Cuando regresábamos de una fiesta que no se dio por falta de gente.

Cuando nos sentíamos cansados de caminar por la ciudad.

Cuando buscábamos desesperadamente un lugar a donde ir.

Cuando ya no tuvimos con quién hablar porque la ciudad se había quedado vacía.

Cuando sólo hablábamos de la gente que se fue y de los amigos que no vimos más.

Cuando nos hastiamos de recorrer las calles y las tiendas y las plazas desiertas y nos parecía escuchar alguna risa de niño. O algún quejido de viejo. O el grito de un marido celoso en algún solar donde ya no vivía nadie. O la simple voz de un pregonero anunciando sus dulces y sus escobas y su agua. O los padres reclamando por los zapatos rotos.

LO MAS POPULAR DE LA ALDEA