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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

20 de octubre de 2010

Como una catarata de fuego se vació mi vientre


El día 14 de mayo del año 23 llegó mi primer hijo a la vida.
Por fin, como una catarata de fuego se vació mi vientre...

La poeta, que todavía no había publicado ninguno de los vagidos que desde la tierra subían a su útero, dijo, y ya la maternidad la vistió de renuevos, como mismo el bosque que sonríe al beso de la primavera. Sus pupilas, sigue diciendo, las tenía jubilosas. Enrique, como el padre, fue el nombre que le dieron, Enrique segundo, Henry comúnmente. Además de poeta, el hijo mayor de Marilola fue locutor, periodista como el padre, excelente taqui-mecanógrafo en inglés y español y un reconocido boxeador: “El caballero del Ring” decíanle, aunque nunca fue campeón mundial ni olimpico, solo boxeador en los rings locales. Y mientras trabajaba en la Base naval de los Estados Unidos en Guantánamo, Cuba y escribía en el periódico que allí se publicaba, The Indiam,: Henry escribía artículos sobre temas relacionados con la Historia de Cuba y en particular sobre José Martí, al que admiraba desde su casa, como poeta y como paradigma de la eticidad cubana. Con actitud inclaudicable, en sus artículos, Henry fustigaba las insolencias yanquis en Guantánamo y por su compromiso con la Patria se incorporó al Movimiento 26 de Julio liderado por Fidel Castro. En circunstancias un tanto confusas, Henry García murió el 21 de agosto de 1959.

El impacto de este suceso fue demoledor para el curso de la vida de Marilola. “(...) mi hijo dejó un vacío negro y profundo en mi vida”, escribió ella 34 años después del hecho. Cuando murió, el muchacho nada más tenía 32 años y varios proyectos por realizar.

A partir de entonces la poeta olvida sus apetencias anteriores y una vez, otra, otra y siempre, volvió sobre el suceso maldito. En cartas habla de su Henry, en los diarios que lleva, en los poemas que escribe.

Sueño (para mi hijito)

No me sorprendes ¡No!
Pues siempre sueño
Que al toque de mi puerta
Romperás mi soledad
Con tu presencia.

Tu recuerdo es luz
Es llama y brújula
Que sabe donde va
Y quien lo espera.
Es radar, es llamado
Y es esencia
Y siempre sueño
Que rompas mi soledad
Con tu presencia...
(Diciembre, 1986)

Henry no regresa y nunca se marcha. En sus memorias la madre escribe del día que lo trajeron muerto: “Yo andaba como una autómata. Desconocida. Todos mis sueños yacían rotos y sobre ellos caminaba hacia no sé dónde (...) yo no era nada ni nadie por el dolor sin nombre. Sin una lágrima lo contemplaba, yo, tan sensitiva, que lloraba al ver un pajarito muerto en la calle y me quedé impávida...”

Transida, tempestuosamente agonizando de dolor, Marilola recoge a los hijos que le quedan, Ariel y Pedro, y se va lejos, lo más lejos que consigue llegar, La Habana. Y allá fija su residencia. Pero nada la contiene. Ella regresa a Holguín cada vez que le es posible, especialmente los 14 de mayo. Trae las maletas llenas de ropas para niños recién nacidos y la exhibe en las vidrieras de alguna tienda de la ciudad. (Ahí la conocí, no a su rostro sino a su trémula nostalgia por el hijito muerto). Las ropitas, dice el cartel escrito por su caligrafía regordeta, serán entregados al primer varón que nazca en la ciudad el mismo día que nació Henry. La artesana pone una sola condición, que al niño lo nombren Henry. (y yo, con menos de 17 años, ajeno al huracán de feroz intensidad que azotaba incansable e insaciablemente en la oferta, soñé que tener hijos, muchos, todos nacidos el 14 de mayo, para evitar los gastos). Entregar canastillas ese día se convirtió en una tradición y Henry García en un héroe. Marilola no dejó de hacerlo ni siquiera el año de su muerte, 1990.

Tampoco perdió la pista a ninguno de los Henrys. “¿Qué busco en esos niños/que se llaman Henry?/¿risas extraviadas por los/bosques del tiempo?/¿gestos perdidos que no/supimos retener?. Ellos me traen algo, algo/pequeñito, pero positivo”.

Después que Henry murió, Marilola nunca más publicó poemarios. Solo una novela “El dolor de ser mujer” que dedica a su padre, valiente independentista cubano, de quien confiesa haber aprendido que la patria es lo primero, y a Fidel Castro, al que considera un gigante que sacudió nuestra conciencia.

Y la ciudad de Holguín, este viejo pobladito, dice, es una de sus constante en la más alta vejez. Dice que aquí vuelve irremediablemente porque necesita regar sus raíces y hacerlas florecer. En el “Folleto literario comercial” que se publicaba en la ciudad bajo su dirección, dice, con ternura, que es este “mi pueblo polvoso y querido”, “valle feliz, escoltado por montañas y tras esas montañas, otras y otras”. Fue esta ciudad la meta de la escritora.

En un cuaderno de apuntes, escrito cuando tenía 83 años, reconoce que en La Habana había conquistado grandes afectos y había tenido gratas acogidas, mas no acababa de sentir que sus raíces vitales se prendían. Siempre pensó que el destino la había trasplantado y que debía retornar.

Si la muerte me sorprende fuera de él (de Holguín) he pedido a mis hijos el reposo eterno en su tierra querida donde nací, sufrí, fui amada y por algunos olvidada. Allí daré mi postrer fortaleza. Allí encontraré el último aliento de paz. Algún día en esta misma tierra a la que dono mi cuerpo herido dormiré tranquila, sin más equipaje que mi sueño realizado. Y volveré a florecer”.
      (texto manuscrito, junio 23, 1982)

Los familiares, entre ellos su nieta Arilda, hija de Ariel, (Arilda fue mi profesora de Literatura y la primera persona que me permitió hablar en público, a mis condiscípulos, nada menos que sobre los Veinte poemas de amor y la canción desesperada de Neruda), guardan con celo la papelería inédita de Marilola: diarios, cartas, textos poéticos, libretas de notas, apuntes.

Entre ellos, dormidita, están las memorias de la poeta tituladas: Por favor, un asiento para una vieja... Marilola la comenzó a escribir el día en que llegó a los primeros 82 años de su edad. Su propósito, confiesa, es rendir homenaje a sus seres queridos, pues, está convencida, “la palabra es más firme que el mármol. La evocación perdura y es más poderosa que el acero”.

Advierte la poeta que estas, sus memorias, son, solo, un abigarramiento de papeles que nadie más que yo entiende. Pienso que aquí se oculta el sentido de mi vida, porque aquí, dentro de esta montaña de garabatos, escritos a veces con letra ilegible o frases sueltas, sin forma, sin proyecto formal, hay segmentos de mi vida que deseo mostrar”.

Posteriormente añade: “Empiezo a copiar estas memorias con la ilusión de que se publiquen, a la mayor brevedad, hoy día 28 de enero 1987, natalicio de nuestro Apóstol, José Martí. Que él me inspire. Me dé su poesía y su luz”. (Ah, Marilola, todavía nadie hace pública esa vida tuya que quisiste enseñar).

Las profesoras María Elena Infante Miranda, Lis Cuesta Peraza y Maricela Messeguer Mercadé, biógrafas de la poeta, dicen que la lectura de las memorias de Marilola es realmente difícil: se trata de una obra inconclusa, pero “(...) sorprende su lucidez, la minuciosidad con que describe determinados episodios, los datos que ofrece.

“A través de este texto desfilan personajes de la época, gente del pueblo, humildes figuras que forman parte de la imagen de la ciudad de entonces. La autora evoca la época feliz de su infancia, describe travesuras, caprichos, gustos. Recuerda la bondad infinita de su madre y sus hermanos y el amor que sintió por sus sobrinos”. (Junto a su madre, Marilola crió a sus sobrinas Martha, Marilolín y Teresita, hijas de su hermano Rafael. A estas la poeta las estimó profundamente. En su poema “El legado” hace mención de ellas:
“Marta es una violeta de serena belleza...
 Marilolín es un clavel de Arabia: morena y pícara
 Teresita es un lirio: llena de poesía y dulzura...”
Este texto aparece publicado en el libro Puesta de sol.

Asimismo entre la papelería inédita de la poeta destaca el texto “Mi hijo y yo”, dedicado a Henry y que es, dicen las biógrafas de la poeta, un canto a la maternidad, a la felicidad que produce en la joven madre ver al pequeño crecer, las angustias y desvelos ante las adversidades que pueden amenazarlo...

Y, entre montañas de viejos papeles que ya casi nadie remueve, Marilola dejó un capítulo de una novela que quiso titular “Los Esclavos”. Ese capítulo, a su vez nombrado “Las raíces miran al sol”, sirve a la autora para censurar la discriminación a la que se sometía a la población negra y mucho más si era pobre. Marilola, que quiso que un negro infeliz que era bueno con la niña que fue, fuera su padre, esto escribe en las palabras preliminares del libro que no terminó de escribir: “Dedico este libro a mis hermanos negros, a los que compartieron mis juegos infantiles, mi sombra y mi dulce: Mi sol era de ellos y no lo sabían...”

Por su parte, otro inédito, “Canto a todo”, contiene imágenes que revelan el amor de la escritora por la naturaleza y su concepción de que todo cuanto rodea al hombre puede ser motivo de canto poético.

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