Texto: Alina Perera Robbio.
Fotos: 10K
Como soplo purificador, el aire marino recorre todas las sendas de Gibara. El olor a caracoles, a secretos profundos, a maderos lamidos por el oleaje, sumerge a los pobladores de ese municipio de la costa norte de Holguín en una sensación de magia, de ser los elegidos para contar grandes historias de otros tiempos y de estos.
Se asegura que Cristóbal Colón tocó esa tierra. La gente lo cuenta con orgullo, como lo hace sobre otros sucesos que confieren cierto toque de distinción al poblado, universo que se queda prendido de la memoria del visitante por esa imagen tan nítida, como dibujada, de los botes dormidos a la orilla del mar.
Parece que, por fortuna, el destino de Gibara es ser testigo de acontecimientos encantadores. Si alguien dudara al respecto, que busque detalles sobre lo que allí se vive cuando echa a andar, como es tradición desde hace unos años, el Festival Internacional de Cine Pobre -sueño que tomó cuerpo por el empeño del cineasta cubano Humberto Solás-, cita en la cual se mezclan creadores, todo tipo de peregrinos e hijos del pueblo, en un escenario siempre delineados por la pureza de la imagen.
Gibara se ha convertido por eso en el vórtice de un encuentro donde todos, lo mismo anfitriones que visitantes, son artistas; donde los pescadores no solo miran al mar a ver qué cosas buenas llegan, sino también al corazón del hermoso pueblito, tan discreto y sumergido en la geografía oriental de Cuba, y sin embargo tan reivindicado desde lo que une realmente a los seres humanos: la creación.
Para mi amigo 10K, amante del cine y tan sensible a toda imagen que alimente su nostalgia, lo más inolvidable de Gibara serán siempre sus botes tranquilamente amarrados a la entrada del pueblo, como sobrios testigos de una ciudad abierta a las mejores corrientes, a los mejores sueños.
GIBARA, CIUDAD DE PESCADORES
MIRANDO GIBARA
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