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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

29 de marzo de 2019

Dichos populares (Mayarí) (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo. 


Mayarí, Holguín, Cuba

A la gente le gustaba decir refranes, y a veces eran muy simpáticos. Mi padre no era refranero, pero en cambio mi madre, muy criolla, los usaba mucho. Por ejemplo, cuando una persona era precavida decían: “Bien sabe la jutía el palo en que se sube”. Si un hijo se parecía a sus padres decían: “Hijo de majá sale pinto” (otra vez refiriéndose a un animal cubano, pues la jutía es un roedor que vive en los árboles comiendo frutas y el majá, una serpiente que no es venenosa). Hablando de la muerte se decía: “A cada santo le llega su día y a cada puerco, su San Martín”. Si alguien enfermaba se decía: “Le cayeron los curujeyes” (que es una planta que se le enreda a los árboles viejos y los va matando. Como en Cuba los tambores se hacían con piel de chivo, cuando alguien recibía el castigo que merecía se decía: “Chivo que rompe tambor con su pellejo lo paga”. Y otra vez, refiriéndose al chivo, cuando mi madre ya entrada en años padecía de los achaques de la vejez, me decía: “Mi'jito, la vejez es una chiveta” (o sea, una constante molestia), frase que comprendo bien ahora que yo también los estoy padeciendo.
Asimismo, se repetían muchas coplas tradicionales. Una que me viene a la mente, y que puede ser del siglo XVI, en los tiempos de la reina Juana, hija de los Reyes Católicos, es:
El mundo se tambalea
La reina se llama Juana,
Quien no se baña en batea
Se bañará en palangana.
Pero eran todavía más divertidos los dichos que me aprendía en la calle. Estos no los conocía mi madre, que era una dama que no usaba palabras gordas. Es más, no creo que ella supiera esas palabras, porque los señores de esa época no las decían delante de sus esposas e hijas. Por ejemplo, cuando mi abuelo se enojaba, sólo decía: “Ajo, Juana”, igual que cuando ustedes eran chiquitos yo decía: “Con-chocolate” o “Jócara” para evitar los expletivos. Esos sí, entre nosotros los muchachos decíamos barbaridades tales como:
Este mundo es un relajo
En forma de gallinero
Y el que se sube primero
Se caga en el que está abajo.
Y entonces sube un guanajo,
De peso no muy ligero,
Y es cuando se rompe el gajo
Y se va para el carajo
El que se subió primero.
Recuerdo otro que nos hacía reír a carcajadas:
En este lugar sagrado
Adonde acude tanta gente
Aquí puja el más cobarde
Y se caga el más valiente.
Y había otro, bastante feo. No sé si te lo debo contar, porque refleja el racismo de la época. Dice:
El negro me hiede a grajo
A berrenchín huele el chino
Y el blanco, por ser más fino,
Huele a mierda de gato.
Esas cosas no se dirían hoy en día, pero al fin de cuentas demuestran la tendencia del pueblo a igualarnos a todos.

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Personajes de la villa (Mayarí) (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo. 


Mayarí, Holguín, Cuba
Todavía me acuerdo de algunos personajes de la villa. No había locos ni mendigos, salvo los sábados por la mañana cuando muchas viejitas de las afueras de la ciudad venían al centro a pedir su limosna. Viejitas blancas, muy vestiditas con sus trajes baratos pero bien planchaditos, acostumbradas a que les dieran un medio aquí y un medio allá. No, mendigos no, pero personajes interesantes, sí.

Había un señor que le decían El Mundo. Nadie sabía su verdadero nombre. Tenía un carretón y vivía de ser carretonero, un hombre fuerte. Y hubo una época en que un médico español hacía unos experimentos tocando el nervio trigémino para que los mudos hablaran. (El médico español Fernando Asuero se hizo famoso en 1929 por sus curas estimulando el nervio trigémino). Entonces a Jonás Galán, que tenía fama de ser un poquito exhibicionista, se le ocurre tocarle el trigémino al Mudo. Calienta un instrumento y le dice: “Abre la boca”. Y le da tal quemadura que El Mudo suelta un grito del diablo. Y la gente, que observaba por la puerta abierta del consultorio, decía: “El Mudo no ha hablado, pero sí gritó”. Y ésa era la risa. Pero nunca habló, porque era mudo.

Había una pobre señora que le decían Lola la Mulata, que estaba alcoholizada. Por las tardes iba a las cantinas pidiendo que alguien le regalara un medio o un real, y con eso se daba un traguito de ron. Y después que se había tomado dos o tres tragos, volvía a su casa medio borracha, riéndose y haciendo chistes, Lola la Mulata.

Otro al que le gustaba darse unos traguitos se llamaba León de León, ése era su nombre y su apellido también era León. Cuando éste se tomaba dos tragos se volvía simpatiquísimo y se metía con todo el mundo. Un día, ya medio borracho, pasó una muchacha fea como ella sola, y le dijo: “Adiós, fea”.  La muchacha, ofendida, le dijo: “Borracho, indecente borracho”. Y él le contestó: “Sí, pero a mí se me quitará la borrachera y a ti lo feo no se te quita ni con cuatro docenas de aspirinas”. Todo el mundo se reía de las cosas de León de León. Y a veces era mal hablado. Un día, borracho como una uva, dijo que iba a cruzar el río a nado, a pesar de que estaba crecido. Sus amigos trataron de disuadirlo, pero él insistió y empezó a meterse en el agua. entonces se detuvo y, con una gran sonrisa, recitó unos versos que se le acababan de ocurrir: “Oh río, crecido estás / conozco tus intenciones / me ahogarás por los cojones / porque aquí viro hacia atrás”. Y sus amigos lo aplaudieron y lo abrazaron. 

Y se usaban mucho los apodos. Había un joven, como de veinticinco años, que caminaba todo doblado, y le decían Barco Vira'o. A mí me parecía muy mal eso y nunca se lo dije. Había una mujer, lavandera, mulata, delgada, muy nerviosa, que se llamaba Nina, y como siempre andaba de prisa, le decían Nina la Vená (de venado), como si fuera un animalito que corría y huía. Y entonces a su hijo le decían Venadito. Pero no se le decía en forma insultante. Es el hecho: también al hijo del bombero le decían bomberito. Todo el mundo se conocía así, íntimamente. Era una sociedad muy cariñosa.


El teatro de Mayarí (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo. 


El teatro Presilla estaba a mitad de la cuadra donde nosotros vivíamos, y allí se proyectaban películas todas las noches. Imagínate que costaba solamente un real la luneta y un medio la galería. Había dos tandas, una temprano y otra tarde. Íbamos todos los muchachos, pagábamos un medio y veíamos películas de vaqueros y de indios. A veces también de espías y ladrones, pero sobre todo muchas de vaqueros y de indios. Nos encantaban. Había un vaquero llamado Tom Mix, que tenía un caballo precioso y corría y cogía a todos los indios. Películas que además eran silentes, con subtítulos, (estoy hablando de cuando éramos muchachitos, de eso hace más de ochenta años). Tocaban pianola. Había una persona que le ponía el rollo y a medida que éste iba dando vueltas, pues de alguna manera tocaba un valse o alguna canción antigua que no tenía nada que ver con la película, pero hacía ruido, que era lo importante.

Un hijo del dueño del teatro protagonizó un suceso trascendental, al extremo de que se inauguren estatuas suyas en Moa
En el teatro hacíamos aviones de papel con los anuncios, subíamos a la galería y, tan pronto empezaba la película, los lanzábamos. Entonces parecía como si el cine se volviera un circo de pajaritos, porque se veían los avioncitos volando por la luz del proyector del cinematógrafo. Y le caían los pedacitos de papel a las muchachas y nos moríamos de risa. El dueño del acueducto, que se llamaba Federico Villoch, tenía una calvicie que a la luz del espectáculo brillaba, y era como un blanco para los aviones. Él no sabía que se los dirigían a su calva; además, no siempre le daban. Unas veces llegaban y otras no. Y él sabía que eso era parte de la fiesta. No había mala intención, sino boberías de muchachos.


Fiestas patrias (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo. 


Banda Municipal de Mayarí desfila por el pueblo (1952)
Las fiestas patrias se celebraban con mucho fervor. Recuerdo el programa de un 24 de febrero en que se conmemoraba el principio de la Guerra de Independencia. Comenzaba muy de mañana con una diana que tocaba la banda municipal, marchando por la calle Leyte Vidal. Todos los niños nos levantábamos entusiasmados para ver a los músicos desfilar. Luego desayunábamos y nos vestíamos con nuestros mejores trajes, algunos hasta estrenaban zapatos nuevos. Nos reuníamos en el colegio y salíamos desde allá con nuestros maestros en un desfile infantil hasta llegar al Centro de Veteranos.

El acto patriótico siempre era igual. Se invitaba a algún destacado ciudadano para que diera el discurso de apertura. Un año se invitó a un farmacéutico santiaguero que tenía fama de ser gran orador. Todavía recuerdo las frases con que empezó su discurso: “Señores profesores, queridos niños, damas y caballeros: en esta patriótica ocasión quisiera ser un Demóstenes o un Castelar para celebrar con una brillante alocución este importante día. Y quisiera que en este momento el fosfato de calcio de mi cerebro me permitiera elevarme a la altura y belleza de esta gran fiesta cubana”.

Mientras seguía su retórica disertación, los niños y niñas aprovechábamos para sentarnos a la sombra y algunos para quitarse los zapaticos que les apretaban. Y luego comenzaban las recitaciones de poemas por los niños que habían sido escogidos para participar en ese acto. A mí me tocó recitar versos de José Martí que decían: “Del ancho Cauto a la Escambraica Sierra, / Ruge el cañón…” y por ahí continuaba yo recitando y rogando a todos los santos que no se me olvidara ningún verso en medio de mi entusiaso.

Después de más de una hora de interminables recitaciones, el director de la escuela, don Huberto Tamayo, cerraba el acto con palabras alusivas a la celebración. Volvíamos a ponernos de pie y formábamos filas para regresar a la escuela bajo el calor del brillante sol tropical, nuestra felicidad mezclada ahora con el sudor y el cansancio. 


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