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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

14 de julio de 2018

José Miró Argenter, el primero en 1895 en dar la voz de guerra en Holguín



Por: María Julia Guerra y Edith Santos
El catalán José Miró Argenter fue el primer hombre en dar la voz para que los holguineros se alzaran en armas en la guerra organizada por José Martí:
El 22 de febrero de 1895, cuando llegó el telegrama de Juan Gualberto Gómez a Manzanillo, el general Masó y sus conjurados se reunieron en una casa situada en las alturas de la ciudad, para cambiar impresiones y cumplir sin demora la orden de levantamiento señalada para el día 24. La mayoría de los presentes estuvo de acuerdo en salir el mismo día 24, pero José Miró expuso muy acertadamente que el que amaneciera en su casa el día 23 sería detenido y encarcelado, y que él, Miró, no estaba dispuesto a que lo apresaran, y que para evitarlo se iría ese mismo día 22. Y así lo comprendieron y aprobaron todos y lo llevaron a cabo. El General Masó se fue con algunos amigos a su finca “La Jagüita” y de allí a Bayate, lugar éste donde el día 24 lanzó sus dos patrióticas proclamas anunciando y justificando la guerra que desde ese momento se declaraba por lo cubanos al gobierno colonial. Por otro lado Miró, acompañado por Jaime Muñoz, se puso en camino hacia Holguín para avivar y fortalecer con su presencia y prestigio el moviendo encabezado por los hermanos Sartorio, Diego Carballo y Pablo García, que se hallaban vinculados a él.
Desde mitad del camino y después de hacer noche en una finca cercana al pueblo de Barranca (el mismo donde Carlos Manuel de Céspedes hizo pública una valiente proclama en 1868), Muñoz, que era como un hermano de Miró y con quien hizo toda la guerra como Jefe de su Estado Mayor, regresó a Manzanillo, por encargo de éste, para que trasladara a Holguín a su esposa, Luz Cardona de Miró, que había quedado allí. Y así lo hizo.
Queda pues, demostrado, el hecho de que dos días antes, o sea, el 22 de febrero, la gente comprometida de Manzanillo, donde por la jerarquía y prestigio del General Masó estaba de hecho consolidada y definida la conspiración, en relaciones directas con el Delegado de la Junta Revolucionaria, se hallaba en el campo y que “gracias a haberse recibido oportunamente el telegrama en dicha ciudad, no fueron encarcelados los individuos que componían el Comité Revolucionario[1].
En el camino de Manzanillo a Holguín se le fueron sumando a Miró algunos hombres, casi todos sin armas ni caballos, por lo que él les pidió que regresaran a sus casas hasta que se les pudiera armar.
El día 23 por la noche llegó a Mala Noche, en la jurisdicción de Holguín. Le acompañaban Luis Jerez y otros hombres y allí se les incorporaron Diego Carballo y Pablo García. Se hospedaronn en la casa de Antonio Santiesteban, a quien pidió Miró que le comunicara a los hermanos Rodríguez, a los Sartorio, a Panchito Frexes, y otros, el lugar donde se encontraba: así se inició la Guerra en el territorio holguinero.
A su llegada a Cuba, el Generalísimo Máximo Gómez dividió el mando de esta región en dos: la occidental, en la que dejó a Miró al frente, y la occidental con Luis de Feria Garayalde.
Desde los primeros momentos Miró, que conocía la imperiosa necesidad de recaudar armas, conseguir caballos y movilizar hombres para la guerra, hizo un periplo por la zona de Holguín. “El alcalde de Tacajó notifica al gobierno de Holguín, que el 27 de febrero de 1895 se presentaron en  su alcaldía Miró, los dos Sartorios, don Teófilo Martínez y varios individuos, hasta el número de trece o quince, entre ellos iban armados de tercerolas cinco o seis”.[2]
El 15 de marzo el alcalde de San Lorenzo comunicó que allí estuvo el día 13 con una partida de 18 a 20 hombres entre blancos y de color, todos armados. Cambiaron tres caballos. Desapareció don Prudencio Acosta, blanco, vecino y casado que se supone incorporado a la partida. Esta emprendió seguidamente marcha en dirección a Calabazas.[3]
Miró Argenter estableció su campamento en la prefectura de Tacámara. Es precisamente allí donde  recibe, de manos de Ángel Guerra, una carta de José Martí:

CARTA AL CORONEL JOSÉ MIRÓ ARGENTER
Hato en Medio, 7 de mayo de 1895
Sr. coronel José Miró
Al fin, en el placer superior del servicio abnegado de una causa pura, iba a conocer de cerca a Ud., y saludarle en persona, ya que mis dos comisionados especiales, detenidos en Manzanillo uno y en La Habana otro, no pudieron traerle antes el saludo, la pasión por la libertad que con razón le hace a Ud. mirar como propia la tierra que como a propio mira, y le ha movido a entrar, con sus cualidades superiores, a una vida que demanda el continuo sacrificio de sí al bien común, y sólo nos da por premio verdadero la majestad de la estimación propia, y la fuerza y consuelo del cariño de los hombres capaces de entendernos y amarnos. Y me empiezo a apartar de sus tierras con la pena de que por ahora, en mi rápido viaje a los servicios que me sea dable prestar, no he de poder abrazarlo, ni gozar más de cerca del fruto de su pensamiento y el calor de su palabra.
A prudencia continua, y sincera aceptación de la realidad útil, y sutil y provechoso conocimiento de nuestra larga historia y compleja constitución, hemos podido ir levantando esta obra unida, por la reflexión ordenada donde ha sido posible y la cooperación espontánea donde no pudo llegar el concierto, de todos los elementos hábiles, apetecibles o inevitables, de la revolución. Ya estamos en marcha, y en camino de victoria,- si no apeamos la mano a la pelea, sin más descanso que el de la independencia, y no perdemos de vista, en la delicada composición y trances de la guerra, toda esa realidad, de derechos previos o actuales, al respeto a la cual debo, en mi humilde parte, cuanto he podido hacer,- con sofocación voluntaria de cien ímpetus y capacidades que pueden existir en mí, para dar a la patria, en pie sobre su suelo alzado, todos los elementos necesarios para su redención. Si en algún hombre se puede fiar para que ayude a Cuba a componer, y hacer de todo viables, las fuerzas necesarias para el triunfo, y a acumular, en vez de restarle, sus elementos naturales e imprescindibles, él ha de ser de la especie poco común de hombres a que Ud. me parece pertenecer:- la de los que al empuje de la resolución en momentos críticos, unen la grandeza que jamás pone precio a sus servicios,- y el reconocimiento oportuno de la utilidad ajena. Servir es nuestra gloria, y no servirnos: y Ud. es de esa talla. Mucho puede Ud. hacer, con ayuda de gente probada, y vieja en la guerra y en esa comarca, por poner pronto en pie brillante de pelea continua a esa región, cargada de glorias, que a Ud. y a mí, que caemos mozos en esta contienda, nos costará trabajo imitar. Lo que haya que vencer y suavizar para esa labor, y aun aquello en que pudiera tener que vencerse, en justicia y oportunidad, Ud. mismo- eso es de su magnanimidad y prudencia, que de seguro adornan a Ud. en el mismo grado que el ímpetu, el talento y el valor.
En esta fe, y con tiempo más escaso del que desearía, saluda a Ud. con vivos deseos de verle de cerca alguna vez, y agradecimiento sincero por su ayuda en la causa de nuestro honor.
El Delegado
                                                                                           José Martí

No tenemos documento alguno que nos diga desde qué fecha José Martí tenía conocimiento de las actividades de Miró Argenter en Holguín, pero tal vez por informes incompletos o mal intencionados, en 1894 aún no estaba totalmente convencido de su actuación y así se lo dice en carta a Antonio Maceo:
“Por allí los visibles, que andan como ordenando, y me llenan de cartas y no mi inspiran fe, son los Sartorios y Miró, que son vistos por los nuestros como de reojo, y así creo que ha de ser; mientras no se vean más claro en ellos”.[4]
Sin embargo, en la carta que le envía de mano de Ángel Guerra se lamenta que otros no pudieron traerle su saludo personal y le reconoce su valor personal y su actitud en la participación de una lucha que no es por su tierra, España, sino por Cuba.
Tan pronto Miró recibe la carta y toda vez que Martí le dice en ella que no se podrán ver en esa ocasión pues se aleja de las tierras holguineras, decidió salir a su encuentro y delante envió a Pancho Díaz, para que lo alcanzara en el camino hacia Altagracia y le avisara de su próxima llegada.
En su Diario Martí nos describe y da sus impresiones de la llegada de los holguineros que han ido a alcanzarlos y sobre Miró:
Miró llega, cortes en su buen caballo: le veo el cariño cuando me saluda: él tiene fuerte habla catalana; tipo fino, barba en punta y calva; ojos vivaces. Dio a Guerra su gente, y con su escolta de mocetones subió a encontrarnos (…) Miró, a gesto animado y verba bullente; alude a su campaña de 7 años en La Doctrina de Holguín, y luego en El Liberal de Manzanillo (…) donde les sacó las raíces a los “cuadrilongos”, a los “astures”, a la “malla integrista”. Dejó hija y mujer y ha paseado, sin mucha pelea, su caballería de buena gente por la comarca.[5]
El 11 de mayo en el lugar conocido por La Travesía, se separa Miró de Martí y se pone a disposición de Maceo.
……………
En los primeros días de junio el general Antonio Maceo había incursionado por los distritos de Holguín y Las Tunas y el día 14 en carta al general Masó le indica que en las fuerzas de su jurisdicción (Bayamo) debe bosquejar los cuadros respectivos de los cuatro regimientos que  se deben formar y le precisa que “no sería vicioso la repetición del nombre Céspedes, Aguilera, pudiendo ponerle a los restantes Figueredo y Maceo, caídos todos en la gigantesca epopeya de los Diez Años”.[6]
Es posible que Maceo orientara lo mismo a los jefes de Holguín, pues el día 16 de junio Miró y algunos de los holguineros que conocieron a José Martí forman un Regimiento mixto de infantería y caballería, que quedaría al mando de Miró Argenter, y lo nombran Martí.
El 23 de agosto, desde Velasco, informan al gobierno español en Holguín que cinco hombres de Miró y seis que no especifican a quien responden, mandados por Pepe González y Manuel Pereira, merodean por Velasco, Bocas, Limones, Hatico y Uñas, recaudando dinero y hombres.[7]
El 29 de septiembre En la finca Santa Inés, ubicada en los montes de Bijarú, acampó Miró con su regimiento Martí, compuesto por más de 500 hombres. En este lugar se une al general Antonio Maceo, quien incursiona en territorio holguinero para seguir al de Bayamo.
……………………
El contingente invasor, mandado por el general Antonio Maceo, parte desde Mangos de Baraguá el 22 de octubre de 1895 y llega a Mala Noche el día 31, donde permanece hasta el 3 de noviembre. Allí se le incorporan los regimientos de caballería Martí y García. Maceo estructura y organiza su Estado Mayor. José Miró Argenter es designado jefe del Estado Mayor.
Tras la caída en combate del Titán de Bronce, el 7 de diciembre de 1896 en San Pedro de Punta Brava, Miró se dirige al encuentro de Máximo Gómez, a quien le pide licencia para reponer su salud junto a su familia.
El 6 de enero de 1897, ya en la provincia de Camagüey, le escribe a su esposa Luz Cardona de Miró:
“Hállome ya en este territorio y en marcha para el lugar de tu residencia [El Anoncillo]. Mando con anticipación al Capitán Augusto Ramírez para que sepas de mí y que pasamos sin novedad la trocha de Júcaro a Morón, que tanto cuidado te inspiraba”.[8]
Y, más adelante:
“Con Augusto te envío 10 centenes para que se provean de lo que haga falta de momento. Yo no puedo tomar otro alimento que leche y algún pollo”.[9]
Y asimismo le avisa que con él viene Jaime Muñoz y le pide vea el modo de adquirir algunas galletas, pues no puede comer vianda de ninguna clase.
Desde Camagüey Miró continuó su labor de colaboración con el periódico independentista que se publicaba en la manigua “El Cubano Libre”; precisamente es entonces cuando organiza los papeles escritos durante la invasión, los cuales publicará en forma de libros. No se incorporó de nuevo a las filas combativas.
LA VIDA DE MIRÓ ARGENTER
A José Miró Argenter nació el 4 de marzo de 1851 en la villa catalana de Sitges, España; cursó dos años de medicina en Barcelona pero abandonó la carrera. Luego se enroló en el ejército carlista donde se desempeñó como jefe de compañía con el grado de teniente. En 1874 se licenció y embarcó para Cuba. Permaneció en la ciudad de La Habana hasta 1876, trabajando en la Casa Comercial de Barahona Domenech.
Enfermó de una dolencia intestinal, la que se le hizo crónica. Se trasladó a Santiago de Cuba, donde conoció en 1878 a Antonio Maceo, en el almuerzo de despedida que le ofrecieran cuando este iba a embarcarse para Jamaica.
Por un artículo que Miró escribió en un periódico de Santiago de Cuba, en el que denunciaba  los maltratos a que había sido sometido un negro fue enjuiciado y condenado a tres años, seis meses y 21 días de cárcel, pena que le fue conmutada por la de destierro a 20 leguas de la capital de Oriente. Este azar lo trajo a la ciudad de Holguín. Pasado algún tiempo en esa ciudad se le designó director de un periódico autonomista, al que puso por nombre  La Doctrina.
Por sus labores conspirativas en la ciudad y los artículos de denuncia que publicaba fue conminado a abandonar la ciudad y partió para Manzanillo. Allí fundó El Liberal, periódico abiertamente de oposición al régimen colonial español. Por uno de los artículos que publicó las autoridades españolas ordenaron su detención y fijaron una fianza de 10 mil pesos. Apresado fue enviado a la cárcel de Santiago de Cuba por espacio de dos meses, a donde le acompañaron la esposa y la hija Remedios. Al cabo de ese tiempo retornó a Manzanillo y continuó conspirando. De allí partió para alzar en armas a la zona de Holguín el 24 de febrero de 1895.
Pocos días después, 14 de marzo, se batió con una columna española en Ciego La Rioja. El combate se extendió hasta Los Marcano y Ojo de Agua. Cuando el general Antonio Maceo llega  a Cuba (1ro de abril de 1895), le ratifica el grado de coronel a Miró, y en el mes de septiembre lo asciende a general de brigada. Luego lo nombra en el cargo de jefe de Estado Mayor de la columna invasora.
Durante la campaña de invasión a occidente estuvo junto a Maceo. Se destacó en el combate de Iguará (3-12-1895), en la zona de Sancti Spíritus, y días después en el de Mal Tiempo (15-12-1895), por el cual se le propuso para el grado de general de división, el que le fue reconocido al  terminar la guerra.
Participó y fue herido en el combate de San Pedro (7-12-1896), donde cayó muerto el mayor general Antonio Maceo.
Luego Miró pidió licencia para regresar a las provincias orientales a reponer su salud. Se quedó en una zona de Camagüey, con su familia en el monte, y se dedicó a escribir para el periódico El Cubano Libre y sus Crónicas de la Guerra, que posteriormente a la salida de España de la Isla fueron publicadas como libro.
Terminada la guerra volvió a Manzanillo y fundó y dirigió el periódico La Democracia. El 23 de enero de 1899 lo nombraron inspector del Departamento Oriental. Asimismo se desempeñó como secretario de la Junta Liquidadora del Ejército Libertador.
Finalmente se estableció en La Habana y durante los primeros años de la República se encargó del archivo del Ejército Libertador. Murió en la capital cubana el 2 de mayo de 1925.




[1] Nemesio Lavie Bayate. “Índice de la Revolución de 1895”, pp. 64 y 65.
[2] Archivo Provincial de Historia, Holguín. Fondo Gobierno. Expediente 888ª, Número 32.
[3] Ibídem. Expediente  890. Número 32
[4] Obras Completas. T.3, p. 246.
[5] Obras Completas. T. 19, p. 232.
[6] José L. Franco. “Antonio Maceo”. T.II, p.125.
[7] Archivo Provincial de Historia, Holguín. Fondo Gobierno. Legajo 165, número 5641.
[8] Martha María Fernández Rodríguez. “José Miró Argenter: el catalán mambí”, p. 54.
[9] Ibídem, p. 54.

Ángel Guerra y José Martí, desavenencias y amigamiento de dos soldados por la independencia de Cuba.



Por María Julia Guerra y Edith Santos
El holguinero Ángel Guerra Porro acompañó a José Martí en su viaje hacia Cuba; Juntos desembarcaron por Playitas de Cajobabo y juntos estuvieron hasta el 8 de mayo de 1895, cuando, por orden del general Máximo Gómez, Ángel Guerra parte hacia tierras de Holguín para ponerse al frente de las tropas que antes dirigía Miró Argenter.
Sin embargo no siempre fueron amistosas las relaciones entre Martí y Ángel. Pero  el sentimiento de patriotismo, el amor que ambos le tuvieron a  Cuba, la capacidad de comprensión de Martí y la intervención de Gómez, limaron todas las asperezas y ambos hombres corrieron la misma suerte por varios meses.
……………….
Ángel Guerra fue deportado de Cuba y llegó a Nueva York el 30 de octubre de 1891 e inmediatamente se comunicó con Enrique Trujillo, director de El Porvenir. A través de ese personaje no siempre aceptado por la historiografía cubana y tampoco por sus contemporáneos, hizo contacto con emigrados cubanos radicados en aquella ciudad a quienes informó de las actividades conspirativas en Cuba, y  especialmente en la zona de Holguín.
Es probable que dentro de los primeros días de su estancia en aquella ciudad se produjera el encuentro entre Ángel Guerra y Martí, y lo decimos por coincidir ambos en Nueva York y relacionarse con las mismas personas.
Al holguinero no debió resultarle seductora la figura de Martí porque este era prácticamente desconocido en la Isla y, sobre todo, por el rechazo que le hacían algunos viejos luchadores desde su rompimiento con el Plan Gómez-Maceo en 1884, y Ángel Guerra era un militar nato, de los que no aceptaban que la lucha por la independencia de Cuba la dirigiera un civil.
A lo anterior se le debe sumar que Guerra pudo estar influenciado por la enemistad que existía entre Martí y Enrique Trujillo desde que este último obró a espaldas del primero y corrió los trámites con el Cónsul Español para que la esposa del organizador de la guerra necesaria, Carmen Zayas Bazán y su hijo, regresaran a Cuba.
Por demás debe saberse que muchos de los oficiales del Ejército Libertador cubano residentes en Nueva York estaban en desacuerdo con la estrategia planteada por Martí, quien abogaba por la unidad de todas las fuerzas revolucionarias en torno a una organización de carácter civil.
Asimismo el 26 de noviembre Martí había pronunciado un discurso en Tampa, que circuló en una hoja suelta bajo el título “Por Cuba y para Cuba”, reproducido en el periódico La Lucha, en La Habana, y en El Porvenir, en Nueva York, en el que censuró el libro A pie y descalzo, de Ramón Roa. A juicio de Martí, en el momento en que se preparaba una nueva contienda, el libro la  perjudicaba seriamente por inculcar miedo a las penurias reales de la guerra. 


José Martí vs. "A pie y descalzo" de Ramón Roa

¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones? —Pues como yo sé que el mismo que escribe un libro para atizar el miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta a todas las necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo: —¡Mienten!


(Discurso en Tampa, noviembre 1891)


Inmediatamente del escrito martiano, Enrique Collazo salió en defensa de Roa y se entabló una polémica que creó una desagradable situación, aunque, luego, los elementos más destacados de la emigración se expresaron públicamente a favor de Martí y se zanjaron las diferencias surgidas.
Todo lo dicho debió influir en la actitud de Ángel Guerra.
Asimismo es de suponer que Martí no tuviera las mejores referencias del militar holguinero que siempre fue hombre de carácter tozudo.
………….
El primero de diciembre Ángel Guerra dejó Nueva York y partió hacia Cayo Hueso donde tampoco halló mejor ambiente. En el Cayo las opiniones sobre Martí y sus proyectos eran encontradas: los jóvenes y varios viejos luchadores aplaudían su prédica, mientras que algunos de rico historial de guerra lo miraban con desconfianza y lo criticaban severamente. Por tanto ahora “Guerra contaba con mayor cantidad de elementos adversos a la figura de José Martí, por lo que se supone que con este mismo ánimo las propalara en los contactos que establece con otros patriotas”[1].
…………
De Cayo Hueso Ángel Guerra viajó a Montecristi, en la República Dominicana, e hizo contactó con Máximo Gómez, al que puso al tanto de los resultados del  movimiento llevado a cabo por Maceo en Cuba, de la situación en la Isla y,  particularmente en la zona de Holguín con los hermanos Sartorio.
Y mientras se ponen en contacto con Ángel Guerra los integrantes del Club Convención Cubana de Cayo Hueso, quienes se habían comunicado con los holguineros José Miró Argenter, Rafael Manduley del Río, Francisco Frexes y, especialmente, con los hermanos Sartorio, ofreciéndole apoyo para el levantamiento que se preparaba en el territorio. A Ángel Guerra los de la Convención le dan la misión de que consulte con Máximo Gómez y que luego viaje al Cayo para que se encargue de la expedición que debería traer a Holguín las armas.
Guerra viajó a Cayo Hueso y allí se reunió con algunos patriotas y les hizo saber la opinión de Gómez respecto al levantamiento que se preparaba; a partir de entonces se le consideró “el comisionado de Gómez” o “el comisionado de Oriente”, y surgieron diferentes interpretaciones y versiones de sus planteamientos.
El 2 de agosto Martí le escribió a Serafín Sánchez diciéndole:
“Sobre Ángel Guerra. Cuidado en la Convención. Recuerde la impresión que nos hizo a todos. De Santo Domingo escriben a Justo Sorio, contradicciones visibles. No está de más toda prudencia; y como que ya se ha cacareado mucho, por sus movimientos, su actitud de invasión, importa por lo menos desviar esos rumores con su quietud aparente.
Yo le escribo (a Gómez). Complete allá la obra. Escribiré también a Calderón, a quien ha de decir que sentí muy de veras no verlo. Sale, y esto guárdemelo de Guerra, el comisionado a Oriente...”[2]
En carta de ese mismo día, Martí le dice a Fernando Figueredo:
“Apresurado le hablaré de A. Guerra. Acá ha traslucido, y sacado a la calle, algo de su misterio, por lo que, de todos modos, y dado lo indispensable de su quietud, ruego que no se justifique, y que se desvíe la curiosidad que ha excitado. Ni he de recomendarle la gravedad de ponernos en peligro de fracasar en lo más por acelerar lo menos. Ya allá nos lo dijimos todo. Eso es hoy, con la red que tendemos por allá, más importante que ayer. Dejo eso al patriotismo vigilante de Uds. Las exhortaciones de Gómez robustecen la determinación de espera que convinimos en tomar, y que nuestro comisionado estará por allá dentro de pocos días...”[3]
…………..
Es innegable que Martí recelaba de Ángel Guerra, sin embargo, entre agosto y diciembre de ese año se había creado la Junta Revolucionaria de Holguín, filial del Partido Revolucionario Cubano, y pese a que Ángel Guerra se encontraba en el exterior, había sido electo para integrarla.
En una carta que Martí le escribe a José Dolores Poyo del 9 de agosto de 1892, le dice: “Sírvase decir a Calderón y Guerra que anhelo tiempo para escribir”[4]. Y en esa misma carta habla Martí de los preparativos del levantamiento de los hermanos Sartorio en Holguín, pero, ¿qué pensaba de Ángel Guerra? Nada se sabe, el Apóstol mantiene reservas y está bien informado, según él mismo dice.
Ese mismo Martí vuelve a escribir a Poyo:
“...desde el Consejo exija absoluto sigilo en el interior de los clubes sobre esta organización, y ejercicio y compra de armas; que no se dé prueba escrita susceptible de caer en manos del correo avisado que las busca, de que se están reuniendo armas contra España, que el público aquí habla más de lo que se debe de Ángel Guerra; y de ahí han venido cartas a él que deberían habérseles entregado acá a su venida. Van los comisionados. Publico los manifiestos a Cuba y a los Estados Unidos. Salgo para Santo Domingo. Reprimamos mientras completamos. No demos ocasión, sobre todo, para querella alguna de este Gobierno, donde no tenemos hoy amigos. Especialmente le recomiendo esto último, porque por ahí viene un peligro. La Convención obrará con todo su juicio en lo de [Ángel] Guerra. Por lo demás, ¿qué le habría de decir que no le pareciera pedantería? Muévame en junto su ejército; no le deje tiempo para fruslerías intestinas...”[5].
Martí no las tiene todas con Ángel Guerra, discrepa de sus métodos y liderazgo. No quiere nada precipitado.
Tras ponerse de acuerdo con Gómez, Martí va al Cayo y se reúne con la Convención Cubana y le pide al comisionado de Holguín que se aplace el levantamiento y lo hagan coincidir con la fecha que sería acordada luego para el alzamiento general. Ángel Guerra, con su tozudez característica, no acepta y en noviembre parte desde el Cayo a la vez que escribe a Máximo Gómez dándole su criterio desfavorable de Martí y su organización, el Partido Revolucionario Cubano, o sea, que el holguinero estaba abiertamente en contra de la persona del Delegado, y esta idea suya en cuanto a Martí la mantuvo por largo tiempo.
…………………
Después que sale de Cayo Hueso, Ángel Guerra permaneció unos días en la capital de Jamaica, y desde allí partió en enero de 1893 hacia Costa Rica, al encuentro con Antonio Maceo.
Al llegar encuentra que Maceo acepta lo planteado por Martí.
Tal vez la posición de Maceo hizo que Ángel Guerra reflexionara y comenzara a cambiar su actitud hacia el principal organizador de la guerra por la independencia de Cuba.
En junio de ese año Martí viajó a Santo Domingo, donde se entrevistó con Gómez, y luego vuelve a Costa Rica para verse con Maceo. Ambos jefes aceptaban el plan trazado por Matrí: el alzamiento simultáneo en toda la Isla.
El 8 de abril de 1894, Martí recibió en Nueva York a Máximo Gómez y al hijo del General, Panchito Gómez Toro. Es muy posible que cuando Gómez regresó a Montecristi  valoró con Ángel Guerra, que residía allí, el encuentro con Martí en los EE. UU., y esa conversación influyó grandemente para que se produjeran cambios en las ideas del holguinero en cuanto a la materialización de la independencia de Cuba, de cómo conseguirla y quién o quiénes serían los líderes.
Más, suponemos, después de la nueva visita que en 7 de junio hizo Martí a Maceo en Costa Rica, donde no solamente obtuvo el apoyo de Antonio sino, también de Agustín Cebreco, José Maceo y Flor Crombet.
Pero aún Martí tenía reservas sobre Ángel Guerra. En una carta a Serafín Sánchez del mes de septiembre le dice:
“Guerra está ahí. Calderón le escribió acá, por malas manos. Yo escribiré a Calderón, a fin de que entre de lleno en la confianza justa. Guerra dice en el Cayo que Gómez como que desaprueba nuestras gestiones, lo que va contra lo conveniente y lo verdadero. Y lo dice, téngalo por seguro, en los oídos de quienes lo repiten y me lo preguntan, y lo van repitiendo. Use el dato para remediarlo, y para que, por lo menos, vean nuestros amigos que no anda por ahí muy abundante la discreción”[6].
Martí preocupado por la discreción con que debía hacerse la preparación de la guerra, piensa que el holguinero no calla lo que debe callarse; pero aún así sigue trabajando para limar las asperezas y para que desaparezcan las desavenencias entre generaciones y entre los viejos luchadores, para que las contradicciones entre el exilio y la gente de adentro no sea un freno para llevar adelante la contienda emancipadora.
Cuando ya ha logrado cierta concordancia Martí comienza los preparativos para traer a Cuba a los principales jefes mambises que se encontraban en el exilio.El plan era habilitar tres barcos con material suficiente para armar a mil hombres. Uno de los barcos debería recoger en La Florida a Carlos Roloff, Serafín Sánchez, Rafael Rodríguez y José Rogelio Castillo, quienes debían desembarcar por Las Villas; otro iría a recoger en Costa Rica a Antonio y José Maceo, Flor Crombet y Agustín Cebreco con los hombres que habían reclutado, para desembarcar por las costas de Guantánamo. Y el tercero lo abordarían en Santo Domingo Máximo Gómez, Paquito Borrero, Mayía Rodríguez, Ángel Guerra y otros combatientes que estaban alistados, para arribar a Cuba por Santa Cruz del Sur, en Camagüey. Así pondrían en pie de lucha las tres provincias orientales a un mismo tiempo.
Pero el Plan conocido como “de Fernandina”, fracasó, sin embargo ello no impidió que los patriotas continuaran laborando para recuperarse y seguir adelante:  el 31 de enero de 1895 Martí salió de Nueva York en compañía de Enrique Collazo, Manuel Mantilla y Mayía Rodríguez rumbo a República Dominicana. Llegaron a  Cabo Haitiano y continuaron la marcha. En bote salieron hacia Montecristi, donde los esperaba el generalísimo Máximo Gómez a quien se le había sumado Ángel Guerra.
A la altura de esa fecha Ángel Guerra había ganado la confianza de los principales dirigentes de la revolución, y tanto que es uno de los escasos hombres que comparte con Gómez los secretos de la guerra que se prepara.
Ya en Montecristi  y con la presencia de Martí, se fundó  un club revolucionario al que se le puso el nombre del viejo luchador holguinero: Ángel Guerra.
Los planes eran que Máximo Gómez marchara de inmediato hacia Cuba acompañado de Paquito Borrero, Mayía Rodríguez, Ángel Guerra y Enrique Collazo, en tanto José Martí y Manuel Mantilla regresarían a Nueva York. Pero el 9 de marzo el periódico dominicano Listin Diario reprodujo una información que hacía referencia a la presencia de Gómez y Martí en la guerra que había estallado en Cuba, lo que determina cambios de  planes: Enrique Collazo y Manuel Mantilla volvieron para Nueva York, mientras que Máximo Gómez, José Martí, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario emprendieron viaje hacia la Isla.

Dejemos que de ahí en adelante sea el propio Martí quien cuente la historia:
El plan pendiente a la salida de Collazo y Manuel fracasó después de larga espera, por la negativa de los marinos. Compramos otra goleta, para mayor provecho de su Capitán Bastian, que había de llevarnos. El 1ro. de abril por fin salimos, a las 3 de la mañana, asaltando en los botes abandonados de la playa, la goleta Brothers que nos esperaba afuera, y a la madrugada siguiente, andábamos en la isla inglesa de Inagua, adonde iba el Capitán para renovar sus papeles, y de allí caer por ruta muy distinta de la que ahora hemos traído. A las pocas horas era claro que el Capitán había propalado el objeto del viaje, para que las autoridades lo redimiesen de la obligación, impidiéndonos seguir viaje. Por la mañana nos visitó la Aduana someramente: sentíamos crecer la trama: a la tarde, con minutos de aviso de Bastian, volvió la Aduana a un registro minucioso. La recibí, y gané su caballerosidad: nuestras armas podían seguir como efectos personales. Pero los marinos se habían ido: sólo uno fiel quedaba, el buen David, de las islas Turcas. No se hallaban marineros para continuar el viaje. Bastian fingía contratarlos, y movía a otros a que los disuadiesen. En tanto, ya nuestra retirada estaba descubierta: por tres días, los necesarios para su llegada a Cuba, podía explicarse nuestra ausencia en Montecristi, por un viaje al interior, y ya corría el tercer día. Podía España avisada asediarnos en Inagua, en la isla infeliz y sin salida. Asomó un vapor alemán, que iba de Cuba al Cabo Haitiano; obtuve del Cónsul de Haití, Barbes, los pasaportes: y a la mañana siguiente, aquel duro Capitán, con asombro unánime, me rendía el barco, que Barbes devolvió luego a Montecristi, y  los $450 que había recibido para sí y la tripulación. Al Cabo llegamos al siguiente día, dejando ya en Iguana comprado a Barbes un buen bote y al favor de un recio temporal nos repartimos en grupo los seis compañeros: el General Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas, joven puro y valioso de las Villas, Marcos del Rosario, bravo dominicano negro, y yo. El 10, continuando el plan forjado en el camino, nos reembarcamos en el vapor Nordstrand, Capitán H. Loewe; recogimos en Inagua el bote, y el 11, a las 8 de la noche; negro el cielo del chubasco, vira el vapor, echan la escala, bajamos, con gran carga de parque, y un saco con queso y galletas: y a las dos horas de remar, saltábamos en Cuba. Se perdió el timón, y en la costa había luces. Llevé el remo de proa. La dicha era el único sentimiento que nos poseía y embargaba. Nos echamos las cargas arriba, y cubiertos de ellas, empapados, en sigilo, subimos los espinares, y pasamos las ciénagas. ¿Caíamos entre amigos o entre enemigos? Tendidos por tierra esperamos a que la madrugada entrase más, y llamamos a un bohío: decir ahora más, fuera todavía imprudente, pero antier, cuando asábamos en una parrilla improvisada la primer jutía, y ya estaba el rancho de yaguas en pie, veo saltar hombres por la vereda de la guardia: “¡Hermanos! “¡Ah hermanos!” oigo decir, y nos vimos en brazos de la guerrilla baracoana de Félix Ruenes. Los ojos echaban luz, y el corazón se les salía. Ahora, de aquí a pocos instantes, emprenderemos la marcha, al gran trabajo, a hacer frente a la campaña de desorganización que se viene encima,-o de intento de impedir que cunda la organización, con Martínez Campos de cabeza equivocada, y los autonomistas y los cubanos fáciles de voluntario instrumento.  Pero con el mismo amor y mente que hasta aquí, echaremos la campaña atrás. Vemos el riesgo, y eso es ya evitarlo. Maceo y Flor van delante, desde el 1ro. de abril en que desembarcaron, y creo que el doctor Agramonte, que de ayudante les acompaña, será Frank, que había ido con la comisión que encargué: a las dos horas del desembarco, pelearon, y se salieron de los 75 que perseguían a los 23, haciéndole un muerto y doce heridos. Adelante van ellos, y nosotros seguimos. A pie, y llegaremos, a tiempo de concertar las voluntades, parar los golpes primeros, y dar a la guerra forma y significación. Allanados parecen los obstáculos que a este fin urgente se hubieran podido presentar: el General Gómez siente hoy, tan vivamente como yo, esa primera necesidad, como medio eficaz y rápido de oponerse a la campaña inicial de reducción y localización que el enemigo va a emprender contra la guerra. Y del espíritu con que por fin entremos en esta labor, les dará muestra el incidente con que para mí se cerró el día de ayer. “General” me llamaba nuestra gente desde que llegué, y muy avergonzado con el inmerecido título, y muy querido y conocido, me hallé por cierto entre estos inteligentes baracoanos: al caer la tarde vi bajar hacia la cañada al General Gómez, seguido de los jefes, y me hicieron seña de que me quedase lejos. Me quedé mohíno, creyendo que iban a concertar algún peligro en que me dejarían atrás. A poco sube, llamándome, Ángel Guerra, con el rostro feliz. Era que Gómez, como General en Jefe, había acordado en consejo de Jefes, a la vez que reconocerme en la guerra como Delegado del Partido Revolucionario, nombrarme, en atención a mis servicios y a la opinión unánime que lo rodea, Mayor General del Ejército Libertador. ¡De un abrazo, igualaban mi pobre vida a la de sus diez años! Me apretaron largamente en sus brazos. Admiren conmigo la gran nobleza. Lleno de ternura veo la abnegación serena, y de todos, a mi alrededor”[7].
Todos los desencuentros habían sido zanjados; se había logrado la identificación completa y la unidad de espíritu y voluntades. Martí mismo lo había dicho: “subir lomas hermana hombres”.
……………………
Pocos días después del desembarco en Cuba el General en Jefe determinó que el brigadier Ángel Guerra, nombrado Jefe de Operaciones,  partiera para la zona de Holguín y se hiciera cargo de las fuerzas que tenía bajo su mando José Miró Argenter. Martí escribió a Miró para que no se opusiera a Guerra y le ayudara y además, redactó una proclama a los holguineros que firmó y que Ángel Guerra llevó consigo.

Cubanos de Holguín
La Revolución ordenada y potente que otra vez ha estallado en Cuba, para no acabar más que con la independencia absoluta de nuestro país, me manda venir a servirla á esta comarca llena de de glorias. Vengo de ver los campos de Oriente en todas partes victoriosos. Vengo de pasear en seguridad, con las fuerzas libertadoras, las entradas mismas de las sociedades orientales, que han mandado su juventud mejor á los combates. Vengo de asistir al triunfo de nuestras armas, á la confianza y amor a nuestro pueblo, al desorden y aislamiento de nuestros enemigos, y á la unanimidad del pueblo cubano, que adentro peleará hasta vencer; y afuera nos auxiliará hasta que triunfemos. No hay derrota para esta revolución. Lo sentimos así todos en nuestras entrañas. Es la voz del pueblo. Los caminos están llenos de hombres que se nos unen, con fe y alegría, de mujeres que nos alientan y bendicen, y dan a la patria sus maridos y sus hijos.
Los hombres de pensamiento comprenden que un enemigo desorganizado, empobrecido, que pelea si fe y sin voluntad, será impotente contra la revolución bien pensada y bien dirigida, con un ejército de pelea adentro y otro de auxilio afuera; en que se alza, determinada á no rendirse, la dignidad cansada de un pueblo de veteranos, que al morir legan sonriendo su bandera á los hijos que combaten a su pié.
Para la paz hacemos esta guerra, que será á la vez enérgica y generosa. Para asegurarnos un país libre al mérito cubano, á la industria legítima de todos los habitantes de Cuba, cubanos y españoles. Para salvar a Cuba del abuso y de la corrupción, y para abrir á Cuba al mundo. Yo, por mi parte, no quiero saber de descanso. Mi deber es vencer todos los días, hasta que hayamos conquistado el honor. Ya está armado, y en gran parte con las armas tomadas al enemigo, el Ejército Libertador. Ya tiene a su cabeza al general amado, á Máximo Gómez. Ya las fuerzas de los Maceo triunfan por todo Oriente. Ya está encendida la isla y se junta en nuestras filas el joven poderoso de la ciudad, el hermano del campo y el abogado brillante, al jornalero. Ya se nos muestra respeto y admiración en los primeros pueblos del mundo.
¡Hombres del Consejo, ayúdenme sin timidez, á que entienda y se ame la revolución!
¡Hombres de corazón venid todos, pronto, á que Holguín peleé, como se pelea en todas partes, y renueve sus glorias!
Por la guerra, á la honra. Os espera en el campo el brigadier Ángel Guerra.
Escrita por José Martí y suscrita por Ángel Guerra.
El original se encuentra en el Museo Histórico Ignacio Agramonte,    de Camagϋey.


Al amanecer del día 8 de mayo de 1895 en Hato del Medio, se despidieron Martí y Guerra con un fuerte abrazo; cada uno siguió su camino de glorias. De este modo se ponía de manifiesto, una vez más, la habitual delicadeza y probada habilidad de Martí en los menesteres de unir criterios y voluntades políticas entre “los elementos expertos y novicios, por igual movidos de ímpetu ejecutivo y pureza ideal, que con nobleza idéntica, tras el alma y guía de los primeros héroes, a abrir a la humanidad una república de trabajadores…”[8]






[1] Fernando Fernández Rodríguez. “Valoración crítica sobre el accionar independentista del General Ángel Guerra Porro”. Tesis presentada en opción al título académico de Máster en Historia y Cultura de Cuba. Holguín, 2000, p. 54. (inédita). 
[2] Obras Completas. T. 2, p. 83. 
[3] Ibídem,p.84. 
[4] Ibídem. p.103. 
[5] Ibídem. p. 125. 
[6] Obras Completas. T. 3, p. 259. 
[7] Obras Completas. T.4, pp.125-127. 
[8] Ibídem, p. 100.

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