Reescrito
por César Hidalgo Torres a partir de la
basta información del historiador José Abreu Cardet, descendiente de las
familias que se mencionan en esta crónica.
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Amanecían
las primeras décadas del siglo XVIII a la llegada de Francisco Cardet a Puerto
Príncipe, hoy Camagüey, en la isla de Cuba. Iba el inmigrante con la pupila
impregnada de tanta guerra de ingleses, franceses e hispanos que peleaban por
ser dueños de la isla donde nació, Mallorca, en Las Baleares.
Al
llegar pensó que el paraíso era asunto terrenal. El Camaguey era tierra
de paz y ni siquiera había montañas que cortaran el paso al caminante, sino,
solamente llanuras infinitas que parecían excitar a la crianza del ganado. Y
dispersas entre la mucha hierba, arboledas que llamaban al reposo del
caminante.
Hombre
de tierra de muchas adversidades, el primer y entonces único Cardet en
Cuba, no tardó en hacer fortuna en su nueva patria y luego siguió el
destino de la mayoría de los recién llegados, se casó con una cubana, María
Jiba, y nace la familia Cardet Jiba, camagueyanos todos, o sea, principeños
como entonces se decía. Tres niños, tres varones: Antonio, Francisco y
Miguel. Francisco, se hace sacerdote. De Antonio nada se sabe y Miguel, fue
cualquier cosa menos un santo[1].
Era
Miguel Cardet Jiba un hombre emprendedor y trabajador. Tanto que llegó a tener
tal relevancia social y económica que la orgullosa sociedad camagüeyana le
permitió el matrimonió con una vecina de la comarca de apellido tan principal
que no se puede escribir la historia de aquella localidad durante la segunda mitad
del siglo XIX sin mencionar a alguno de sus parientes. Con doña Isabel de
Cisneros y Montejo tuvo Miguel cuatro hijas, las Cardet de Cisneros.
Y
habría sido el de ellos un matrimonio feliz tal cual Dios manda sino es que
llevaba el Miguel la raicilla del emigrante, como corresponde a un isleño. Noticias
le llegaron de una zona que estaba alcanzando notoriedad en el Oriente de Cuba,
Holguín. (Algunos dicen que era el destino que estaba tejiendo sus hilos
enrevesados, y verdad que don Miguel tenía escrita una tarea inmensa en la
pretérita y orgullosa ciudad de San Isidoro de Holguín. Si Miguel no viene,
otra muy diferente sería nuestra historia o, por lo menos, los nombres que
repiten los escolares textos de historia local tendrían nombres muy diferentes).
Pero ahora, allá en el Camaguey, sabidas las noticias, don Miguel nada más
preguntaba por los holguineros bosques seculares que parecían reclamar su
hacha del leñador. Eran las de Holguín, le dijo alguien cual publicista
turístico de la remota antigüedad, llanuras onduladas en espera del
ganado.
Desflorador
natural, el principeño no pudo resistir la tentación de tanta virginidad
económica y demográfica. Atrás dejó su consolidada fortuna y prestigio; el
Camaguey quedó atrás por esos misterios humanos que impelen a los hombres
a emprender la marcha.
Carretas
y bestias pronto estuvieron listas y al paso cansino de los bueyes partieron
los Cardet de Cisneros. Una avanzada de peones confiables abría veredas en la
manigua a filo de machete. Por precaución, aunque él decía que era por
instinto, don Miguel no se desprendía de un par de pistolas y un mosquete
cargados: había bandidos por esos caminos. Y llegaron.
Holguín,
que es y ha sido siempre pueblo hembra, poseía un título de ciudad firmado por
el rey don Fernando VII, que bailaba en el lodazal de las pocas calles de
tierra y casas hechas de material
enclenque;, pero hembra al fin abrió las piernas y acostó a don Miguel Cardet y
a los suyos en un lugar tibio. Él le fue marido del pueblo y ahora, aún, está
hecho polvo, que es lo único que queda de los muertos. Pero la muerte fue después,
antes, a retazos, el hombre se fue enterando de la historia breve de la
comarca en la que acababa de avecindarse: En las primeras décadas del siglo XVI
se establecieron algunos de los conquistadores que llegaron con Diego
Velázquez, pero muy pronto el hechizo de la conquista de México los alejó de la
comarca. Uno de ellos, García Holguín, le dio nombre al territorio que era
entonces parte de la jurisdicción de Bayamo, esta última una de las
primeras villas fundadas por los españoles.
De
entonces y en lo adelante comenzó una lenta historia demográfica que se
desarrolló durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Las tierras se fueron poblando
de bayameses en una extraña colonización a la que también se le podría
decir auto colonización. Y como siempre ocurre, un grupo de familias se
convirtieron en la élite política y económica.
Alrededor
de 1720 un alcalde de Bayamo durante uno de sus periódicos recorridos por la
región convenció a varios vecinos para que fundaran una población; la aldea fue
creada a 30 kilómetros de la costa y sus vecinos casi le volvieron la espalda a
las profundas y bien guarnecidas bahías que abundan en el litoral, o sea, eran
gente más interesada de vivir cerca de sus fincas y haciendas que de
preocuparse de muelles y navíos mercantes. Y otra vez “o sea”; que los futuros
holguineros preferían la seguridad de la tierra a las muchas zozobras del
océano y el comercio. Pero, ¡oh contradicción!, los fundadores, a pesar de lo
dicho anteriormente, no arrastraban el espíritu ni la mentalidad de
aldeanos, sino que tenían amplia aspiración: Un viajero que recorrió la comarca
escribió en sus memorias que los holguineros eran gente “de temperamento
novelísimo”[2].
Novelísimos,
eran: noveleros por voluntad y porque gozaban de libertad de la
imaginación. Quizás fue por eso que se despertó muy tempranamente en ellos los
deseos de independizarse del cabildo de Bayamo. Tenían sobrados motivos para conseguirlo:
se sentían poco atendidos por el cabildo.
Entre
Holguín y Bayamo hay 70 kilómetros que entonces estaban poblados de selvas,
pantanos y un caudaloso río, el Cauto.
Muy
pronto los reclamos de los holguineros dieron sus frutos, para felicidad
de los segundos. En 1751 el rey acabó reconociendo sus derechos a
constituir un cabildo y al año siguiente se puso en práctica la decisión real.
Una de las casas de Holguín vistas desde el Cerro de la Cruz 1870 (Actual reparto El Llano). |
Miguel
Cardet Jiba llegó en ese preciso momento, que tan a propósito era para
tejer su historia personal en Holguín. En 1757 ya tenía una finca valorada
en 2500 pesos, lo que en la época y el lugar era un símbolo de abundante
bonanza[3]. En
1770 el Cardet contaba con suficientes tierras como parra arrendar parte de
ellas a un vecino por la cantidad de 9915 pesos, cifra astronómica en el
contexto en que vivía[4].
Sin
embargo, de pronto el camagueyano quedó viudo de su legítima y también
camagueyana esposa y en el cabildo lo acusaron públicamente de que era: “(…) un
loco y que mató a su mujer”.[5]
Más,
no aparecieron pruebas para llevarlo a los tribunales y todo concluyó en
los comentarios, que tampoco fueron suficientemente sólidos como para
impedir que antes del “duelo aconsejable” el viudo irrumpiera en la iglesia
local exigiendo que el párroco lo casara con una holguinera, Ana María de
la Cruz Infante.
No
era doña Ana de la Cruz mujer que estuviera al alcance de cualquier recién
llegado, ella era hija legítima de la élite fundadora de Holguín; por línea
materna estaba emparentada con García Holguín y eso despertó las sospechas
de las comadres. Pero libre el Señor a este cronista de querer levantar falsos
criterios cuando tanto tiempo ha transcurrido. No obstante le pica la
lengua: a don Miguel le convenía más que nada ser parte de las familias
poderosas de la comarca.
El
apellido Cruz lo aportó en Holguín el canario Juan Francisco de la
Cruz y Prada, que no era un pobre emigrado sino lo contrario. En 1681 era el
flamante dueño del hato de Yareniquén.[6] Y si
no lo sabéis creedme cuando les diga que aquel abarcaba una porción de
terrenos muy extensos, tanto o casi como un municipio de los actuales.
Posteriormente
la familia de la Cruz llegó a poseer otros varios hatos en Holguín, entre
ellos los de Yabazón, San Marcos de Auras, Guayacán y todavía otros más.
Uno
de los miembros de la familia, Basilio Cruz y Leyva, se encontraba entre los
que fundaron la población durante las primeras décadas del siglo XVIII[7].
Al
crearse el Cabildo holguinero en 1752 la familia Cruz tenía permanentemente un
puesto reservado en esa institución. Y hasta muchos años después fueron
considerados una familia poderosa; de ellos, uno a uno y sin faltar nunca por
más de un siglo, fueron el gobierno en Holguín.
Verdad
es que los Cruz llegaron al Cabildo porque eran ricos, o lo que es mejor dicho,
llegaron porque lo eran. Pero verdad también lo es que el poder político los ayudó
a incrementar la billetera, y no exageramos sino que poseemos documentos para
probarlo: Cristóbal de la Cruz y Moreno se apropió, previo pago al
ayuntamiento, de la hacienda San Cristóbal.[8]
A
esa dinastía fue a la entró Miguel Cardet con su matrimonio con Ana de la Cruz
y, como es fácil de deducir, consiguió mujer y sobre todo, puesto asegurado en
el cabildo: No había transcurrido mucho tiempo y ya fue proclamado Regidor.
Pero
el señor Regidor don Miguel Cardet hombre sumiso, sino que hasta se opuso a los
abusos de un Teniente Gobernador. Y después protestó contra el orden
establecido. Y no es que fuera un independentista temprano, lo que él buscaba
era beneficiarse tratando de impedir las limitantes al comercio
impuestas por la metrópoli a los vecinos del oriente de Cuba.
Sin
embargo España no oyó al comerciante y él se entregó a las ilícitas formas del
comercio de contrabando: Vendía cueros de reses y tabaco a comerciantes
franceses, ingleses u holandeses que llegaban a nuestras costas en
goletas. Y a ellos compraba lencería y herramientas, vinos y tejidos. Dicen que
sin recato alguno don Miguel hacía desfilar
desde Holguín hasta las orillas las carretas cargadas y de vuelta las traía
cargadas, sin preocuparse mucho de ojos y lenguas delatoras. Y claro que lo
acusaron[9].
La
esposa, mientras tanto, le parió cinco hijos, uno cada año. Cuatro varones y
una hembra[10]. A la hembra deben
mirarla al rostro, se llamó y todavía sigue siendo uno de los personajes más
interesantes de la historia de la comarca, María Josefa Cardet Cruz, y le
decían Pepa, La Pepa Cardet. El célebre historiador Pepito García Castañeda
dijo que fue ella "la primera prostituta holguinera", más, fácil o no
para el amor, la Pepa tuvo otras habilidades y asimismo fue la abuela de dos
generales mambises cubanos.
[1] Archivo Provincial de
Holguín. Fondo Protocolos Notariales año 1758, Folio 1.
[2] Olga Portuondo Zuñiga:
“Nicolás Joseph de Ribera”. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1986. p.
140.
[3] Archivo Provincial de
Holguín. Fondo Protocolos Notariales, año 1757, Folio 3.
[4] Archivo Provincial de
Holguín. Fondo Protocolos Notariales, año 1777, Folio 37.
[5] Archivo Provincial de
Holguín. Fondo Tenencia de Gobierno, Legajo 63, expediente 1922, Folio 51.
[6] José Novoa Betancourt.
“Historia Colonial de Holguín. El pueblo (1720-1752)”. Ediciones Holguín.
Holguín 1997, p. 22.
[7] José A. García Castañeda.
“La Municipalidad Holguinera: Su creación y desenvolvimiento hasta 1799”.
Editorial El Arte Manzanillo, 1949. p.78.
[8] Idem, p. 146
[9] Archivo Provincial de
Holguín. Fondo Tenencia de Gobierno, Legajo 63, Expediente 1924, Folio 48.
[10] Archivo Provincial de
Holguín. Fondo Protocolos Notariales, 1786, Folio 22.