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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

20 de abril de 2017

Donde se da cuentas del hijo del mayorquín, don Miguel de la Cruz y Jiba, sus antecesores y su llegada a Holguín, de la fortuna que hizo en la villa y de su fusión permanente con la rica dinastía de los de la Cruz



Reescrito por  César Hidalgo Torres a partir de la basta información del historiador José Abreu Cardet, descendiente de las familias que se mencionan en esta crónica.
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Amanecían las primeras décadas del siglo XVIII a la llegada de Francisco Cardet a Puerto Príncipe, hoy Camagüey, en la isla de Cuba. Iba el inmigrante con la pupila impregnada de tanta guerra de ingleses, franceses e hispanos que peleaban por ser dueños de la isla donde nació, Mallorca, en Las Baleares.
Al llegar pensó que el paraíso era asunto terrenal. El Camaguey era tierra de paz y ni siquiera había montañas que cortaran el paso al caminante, sino, solamente llanuras infinitas que parecían excitar a la crianza del ganado. Y dispersas entre la mucha hierba, arboledas que llamaban al reposo del caminante.
Hombre de tierra de muchas adversidades, el primer y entonces único Cardet en Cuba, no tardó en hacer fortuna en su nueva patria y luego siguió el destino de la mayoría de los recién llegados, se casó con una cubana, María Jiba, y nace la familia Cardet Jiba, camagueyanos todos, o sea, principeños como entonces se decía. Tres niños, tres varones: Antonio, Francisco y Miguel. Francisco, se hace sacerdote. De Antonio nada se sabe y Miguel, fue cualquier cosa menos un santo[1].
Era Miguel Cardet Jiba un hombre emprendedor y trabajador. Tanto que llegó a tener tal relevancia social y económica que la orgullosa sociedad camagüeyana le permitió el matrimonió con una vecina de la comarca de apellido tan principal que no se puede escribir la historia de aquella localidad durante la segunda mitad del siglo XIX sin mencionar a alguno de sus parientes. Con doña Isabel de Cisneros y Montejo tuvo Miguel cuatro hijas, las Cardet de Cisneros.
Y habría sido el de ellos un matrimonio feliz tal cual Dios manda sino es que llevaba el Miguel la raicilla del emigrante, como corresponde a un isleño. Noticias le llegaron de una zona que estaba alcanzando notoriedad en el Oriente de Cuba, Holguín. (Algunos dicen que era el destino que estaba tejiendo sus hilos enrevesados, y verdad que don Miguel tenía escrita una tarea inmensa en la pretérita y orgullosa ciudad de San Isidoro de Holguín. Si Miguel no viene, otra muy diferente sería nuestra historia o, por lo menos, los nombres que repiten los escolares textos de historia local tendrían nombres muy diferentes). Pero ahora, allá en el Camaguey, sabidas las noticias, don Miguel nada más preguntaba por los holguineros bosques seculares que parecían reclamar su hacha del leñador. Eran las de Holguín, le dijo alguien cual publicista turístico de la remota antigüedad, llanuras onduladas en espera del ganado.
Desflorador natural, el principeño no pudo resistir la tentación de tanta virginidad económica y demográfica. Atrás dejó su consolidada fortuna y prestigio; el Camaguey quedó atrás por esos misterios humanos que impelen a los hombres a emprender la marcha. 

Caminos que conducían a Holguín en tiempos muy posteriores a la llegada de don Miguel Cardet, por lo que se puede creer que los que lo trajeron a esta eran peores, si es que se puede creer que haya peores caminos que el de la imagen.
Carretas y bestias pronto estuvieron listas y al paso cansino de los bueyes partieron los Cardet de Cisneros. Una avanzada de peones confiables abría veredas en la manigua a filo de machete. Por precaución, aunque él decía que era por instinto, don Miguel no se desprendía de un par de pistolas y un mosquete cargados: había bandidos por esos caminos. Y llegaron.
Holguín, que es y ha sido siempre pueblo hembra, poseía un título de ciudad firmado por el rey don Fernando VII, que bailaba en el lodazal de las pocas calles de tierra y  casas hechas de material enclenque;, pero hembra al fin abrió las piernas y acostó a don Miguel Cardet y a los suyos en un lugar tibio. Él le fue marido del pueblo y ahora, aún, está hecho polvo, que es lo único que queda de los muertos. Pero la muerte fue después, antes, a retazos, el hombre se fue enterando de la historia breve de la comarca en la que acababa de avecindarse: En las primeras décadas del siglo XVI se establecieron algunos de los conquistadores que llegaron con Diego Velázquez, pero muy pronto el hechizo de la conquista de México los alejó de la comarca. Uno de ellos, García Holguín, le dio nombre al territorio que era entonces parte de la jurisdicción de Bayamo, esta última una de las primeras villas fundadas por los españoles.
De entonces y en lo adelante comenzó una lenta historia demográfica que se desarrolló durante los siglos XVI, XVII y XVIII. Las tierras se fueron poblando de bayameses en una extraña colonización a la que también se le podría decir auto colonización. Y como siempre ocurre, un grupo de familias se convirtieron en la élite política y económica.
Alrededor de 1720 un alcalde de Bayamo durante uno de sus periódicos recorridos por la región convenció a varios vecinos para que fundaran una población; la aldea fue creada a 30 kilómetros de la costa y sus vecinos casi le volvieron la espalda a las profundas y bien guarnecidas bahías que abundan en el litoral, o sea, eran gente más interesada de vivir cerca de sus fincas y haciendas que de preocuparse de muelles y navíos mercantes. Y otra vez “o sea”; que los futuros holguineros preferían la seguridad de la tierra a las muchas zozobras del océano y el comercio. Pero, ¡oh contradicción!, los fundadores, a pesar de lo dicho anteriormente, no arrastraban el espíritu ni la mentalidad de aldeanos, sino que tenían amplia aspiración: Un viajero que recorrió la comarca escribió en sus memorias que los holguineros eran gente “de temperamento novelísimo”[2].
Novelísimos, eran: noveleros por voluntad y porque gozaban de libertad de la imaginación. Quizás fue por eso que se despertó muy tempranamente en ellos los deseos de independizarse del cabildo de Bayamo. Tenían sobrados motivos para conseguirlo: se sentían poco atendidos por el cabildo.
Entre Holguín y Bayamo hay 70 kilómetros que entonces estaban poblados de selvas, pantanos y un caudaloso río, el Cauto.
Muy pronto los reclamos de los holguineros dieron sus frutos, para felicidad de los segundos. En 1751 el rey acabó reconociendo sus derechos a constituir un cabildo y al año siguiente se puso en práctica la decisión real.

Una de las casas de Holguín vistas desde el Cerro de la Cruz 1870 (Actual reparto El Llano).
 Miguel Cardet Jiba llegó en ese preciso momento, que tan a propósito era para tejer su historia personal en Holguín. En 1757 ya tenía una finca valorada en 2500 pesos, lo que en la época y el lugar era un símbolo de abundante bonanza[3]. En 1770 el Cardet contaba con suficientes tierras como parra arrendar parte de ellas a un vecino por la cantidad de 9915 pesos, cifra astronómica en el contexto en que vivía[4].
Sin embargo, de pronto el camagueyano quedó viudo de su legítima y también camagueyana esposa y en el cabildo lo acusaron públicamente de que era: “(…) un loco y que mató a su mujer”.[5]
Más, no aparecieron pruebas para llevarlo a los tribunales y todo concluyó en los comentarios, que tampoco fueron suficientemente sólidos como para impedir que antes del “duelo aconsejable” el viudo irrumpiera en la iglesia local exigiendo que el párroco lo casara con una holguinera, Ana María de la Cruz Infante.
No era doña Ana de la Cruz mujer que estuviera al alcance de cualquier recién llegado, ella era hija legítima de la élite fundadora de Holguín; por línea materna estaba emparentada con García Holguín y eso despertó las sospechas de las comadres. Pero libre el Señor a este cronista de querer levantar falsos criterios cuando tanto tiempo ha transcurrido. No obstante le pica la lengua: a don Miguel le convenía más que nada ser parte de las familias poderosas de la comarca.
El apellido Cruz lo aportó en Holguín el canario Juan Francisco de la Cruz y Prada, que no era un pobre emigrado sino lo contrario. En 1681 era el flamante dueño del hato de Yareniquén.[6] Y si no lo sabéis creedme cuando les diga que aquel abarcaba una porción de terrenos muy extensos, tanto o casi como un municipio de los actuales.
Posteriormente la familia de la Cruz llegó a poseer otros varios hatos en Holguín, entre ellos los de Yabazón, San Marcos de Auras, Guayacán y todavía otros más.
Uno de los miembros de la familia, Basilio Cruz y Leyva, se encontraba entre los que fundaron la población durante las primeras décadas del siglo XVIII[7].
Al crearse el Cabildo holguinero en 1752 la familia Cruz tenía permanentemente un puesto reservado en esa institución. Y hasta muchos años después fueron considerados una familia poderosa; de ellos, uno a uno y sin faltar nunca por más de un siglo, fueron el gobierno en Holguín.
Verdad es que los Cruz llegaron al Cabildo porque eran ricos, o lo que es mejor dicho, llegaron porque lo eran. Pero verdad también lo es que el poder político los ayudó a incrementar la billetera, y no exageramos sino que poseemos documentos para probarlo: Cristóbal de la Cruz y Moreno se apropió, previo pago al ayuntamiento, de la hacienda San Cristóbal.[8]
A esa dinastía fue a la entró Miguel Cardet con su matrimonio con Ana de la Cruz y, como es fácil de deducir, consiguió mujer y sobre todo, puesto asegurado en el cabildo: No había transcurrido mucho tiempo y ya fue proclamado Regidor.
Pero el señor Regidor don Miguel Cardet hombre sumiso, sino que hasta se opuso a los abusos de un Teniente Gobernador. Y después protestó contra el orden establecido. Y no es que fuera un independentista temprano, lo que él buscaba era beneficiarse tratando de impedir las limitantes al comercio impuestas por la metrópoli a los vecinos del oriente de Cuba.
Sin embargo España no oyó al comerciante y él se entregó a las ilícitas formas del comercio de contrabando: Vendía cueros de reses y tabaco a comerciantes franceses, ingleses u holandeses que llegaban a nuestras costas en goletas. Y a ellos compraba lencería y herramientas, vinos y tejidos. Dicen que sin recato alguno don Miguel hacía  desfilar desde Holguín hasta las orillas las carretas cargadas y de vuelta las traía cargadas, sin preocuparse mucho de ojos y lenguas delatoras. Y claro que lo acusaron[9].
La esposa, mientras tanto, le parió cinco hijos, uno cada año. Cuatro varones y una hembra[10]. A la hembra deben mirarla al rostro, se llamó y todavía sigue siendo uno de los personajes más interesantes de la historia de la comarca, María Josefa Cardet Cruz, y le decían Pepa, La Pepa Cardet. El célebre historiador Pepito García Castañeda dijo que fue ella "la primera prostituta holguinera", más, fácil o no para el amor, la Pepa tuvo otras habilidades y asimismo fue la abuela de dos generales mambises cubanos.




[1] Archivo Provincial de Holguín. Fondo Protocolos Notariales año 1758, Folio 1.

[2] Olga Portuondo Zuñiga: “Nicolás Joseph de Ribera”. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana, 1986. p. 140.

[3] Archivo Provincial de Holguín. Fondo Protocolos Notariales, año 1757, Folio 3.

[4] Archivo Provincial de Holguín. Fondo Protocolos Notariales, año 1777, Folio 37.

[5] Archivo Provincial de Holguín. Fondo Tenencia de Gobierno, Legajo 63, expediente 1922, Folio 51.

[6] José Novoa Betancourt. “Historia Colonial de Holguín. El pueblo (1720-1752)”. Ediciones Holguín. Holguín 1997, p. 22.

[7] José A. García Castañeda. “La Municipalidad Holguinera: Su creación y desenvolvimiento hasta 1799”. Editorial El Arte Manzanillo, 1949. p.78.

[8] Idem, p. 146

[9] Archivo Provincial de Holguín. Fondo Tenencia de Gobierno, Legajo 63, Expediente 1924, Folio 48.

[10] Archivo Provincial de Holguín. Fondo Protocolos Notariales, 1786, Folio 22.


19 de abril de 2017

El Hospital Lenin de Holguín, testimonio sobre su construcción



Por: José Abreu Cardet
 
El hospital Lenin de Holguín comenzó a construirse el 24 de abril de 1961 y se inauguró el día 7 de noviembre de 1965. El lugar donde se levantó era un campo deportivo propiedad de la antigua sociedad Liceo de Holguín al que los vecinos de la ciudad llamaban el Liceo Park. El terreno inmediato, que también fue utilizado para la obra, era un vertedero a cielo abierto.
Las pocas familias que residían donde se construyó el hospital fueron reubicadas en otras áreas de la ciudad y para la práctica de deportes se creó un nuevo campo al que se llamó con el nombre del mártir local asesinado por la dictadura de Fulgencio Batista, Jesús Feliú Leyva.
En el primer proyecto del hospital estaba previsto que tuviera  454 camas, pero más adelante, en febrero de 1962, la cifra se elevó a 650. Finalmente la capacidad del “Lenin” fue de 850 camas.  

Alfonso Menéndez Valdés
Inicialmente las obras estuvieron a cargo del ingeniero-arquitecto Alfonso Menéndez Valdés, quien aportó correcciones e innovaciones al proyecto original hecho en La Habana, pero lamentablemente, Menéndez Valdés falleció poco después de iniciada la obra; en su recordación sus compañeros levantaron un busto que está a la entrada del hospital. Lo sustituyó el arquitecto Luís Felipe Rodríguez Columbié, y a este, en enero de 1964, el arquitecto mexicano Gustavo Vargas Escobaza[1], que fue el que culminó la obra.

Arquitecto Vargas Escobaza en tiempos de la construcción del Hospital Lenin.
El arquitecto Vargas vino a Holguín con su esposa, la escultora mexicana Electa Arenal, un nombre de relieve en la historia de las artes plásticas holguineras. En el siguiente video se hace una valoración del paso de la artista por la ciudad:
Leer además: Gustavo, Electa y la solidaridad con Cuba 
El arquitecto mexicano visitó la ciudad en 9 de marzo de 2012 y el historiador José Abreu Cardet lo entrevistó. “Modificamos el proyecto hasta donde pudimos y agregamos otras obras que no fueron consideradas en el diseño original, pero nos dijeron que respetáramos el proyecto original. Yo hice muchas objeciones señalando este y aquel error, pero los cambios que nos aprobaron fueron mínimos”.
“La estructura del hospital es de hormigón reforzado con acero. E igual las bases de columnas, los muros de contención, los pedestales, las zapatas y los techos. Los muros son de ladrillo, tanto en su interior como en los exteriores, y otros parapetos y techos fueron tratados con masillas de cal y yeso. Algunos locales especiales fueron revestidos con láminas de plomo y material acústico. Los marcos y puertas se construyeron con maderas duras del país, cedro y cristales transparente”.
“En la obra trabajaba un maestro carpintero holguinero que se llamaba Lázaro. A él lo nombraron director de la carpintería. Fue él quien fabricó todas las ventanas que, al principio, se hicieron de persianas de madera dura, todo era de madera porque no había cristales ni aluminio. Tampoco hierro para hacer la cerca perimetral; batallamos fuerte para, finalmente, conseguir los materiales”

Kenneth Griffith Onfroy

“El que dirigió a los trabajadores fue un capataz de origen jamaiquino, Kenneth Griffith Onfroy, que falleció en el año 2002. Él empezó la obra desde la primera excavación y la terminó. A cualquier hora del día y la noche Griffith estaba en la construcción. Cuando yo creía que iba a ver un problema porque, por ejemplo, se iba a fundir una placa yo iba al hospital sin importar que fuera la una o las dos de la madrugada; es que yo vivía a doscientos pasos de la obra. Y siempre encontraba al jamaiquino trabajando. No sé a qué hora dormía. Era un trabajador magnifico, tenía mucho don de mando y respetaba mucho a los otros maestros, a los otros capataces y a los obreros. Yo nunca tuve dificultad alguna porque él estaba al tanto de todo”.
“El ciclón Flora en 1963 retrasó la obra durante 4 o 5 meses. La construcción que ya habíamos levantado sirvió de albergue para albergar unas 400 personas. Las lluvias inundaron la cimentación y fue necesario extraer el agua. Fue en esa época cuando me nombraron responsable de la última etapa de la construcción del hospital Lenin, que entonces era, nada más, la estructura de concreto.
“Lo que sí había llegado era el equipo soviético donado por la Unión Soviética: insumos médicos de alta tecnología. También había algunos equipos que habían regalado los checos. Todo lo habíamos ubicado en el sótano del hospital, pero vino el ciclón Flora e inundó todo, hubo que esperar a bajar las aguas y la construcción se detuvo.
“Por la inundación y porque ciertamente había otras prioridades, por ejemplo la carretera Holguín Bayamo fue totalmente destruida por el ciclón y hubo que utilizar casi todos los recursos que le habían entregado a la regional de Holguín[2] para terminar rápidamente la carretera que era la única vía de comunicación con Santiago y con el aeropuerto de Holguín, que era un aeropuerto militar. Por eso la obra del hospital Lenin se estancó. Y para colmo de males murió el ingeniero Menéndez que se murió. Él nada más pudo hacer la estructura más o menos completa; lo sustituyó el arquitecto Felipe Columbié, pero nada más estuvo allí por una temporada corta y no pudo avanzar mucho. Y entonces el gobierno soviético empezó a presionar al de Cuba preguntando qué pasaba con su donativo, porque además de los equipos médicos ellos habían donado otros recursos. Ante esa presión el director de Obras Públicas de Cuba, que era Osmani Cienfuegos, se comprometió a fijar un plazo para inaugurar la obra, y dio el 7 de noviembre de 1965, que era el aniversario de la revolución bolchevique. Por ese compromiso empezaron a estructurar la reorganización de la Regional de Holguín y yo fui responsabilizado con la obra. Yo no sabía que había que construirlo todo con urgencia, lo supe después de estar a cargo. Personalmente venían los funcionarios de la Habana. En ese tiempo estábamos en el inicio del bloqueo norteamericano, que era mucho más duro que lo que es ahora porque era el inicio, no se conocía alternativa de cómo burlar el bloqueo. Los países que tenían alguna empresa que tuviera algún contacto con alguna empresa norteamericana o era filial de ellas o recibía materias primas norteamericanas, no podía mandar ni un clavo a Cuba. Y en esa situación teníamos que hacer un hospital. Pero de todos modos continuamos como pudiéramos. Había cemento, ladrillos, y otras  muchas cosas. Y lo que faltaba se lo decíamos a una comisión  de Salud Pública y otra de Obras Públicas, que tenían reuniones en el hospital cada quince días. Después de esas reuniones ellos hacían un compendio de las necesidades más urgentes: tornillos y hasta tuberías, para que fueran a buscarlo al extranjero. Le dieron la orden a los capitanes de los buques mercantes que tocaban puertos de Europa y de Asia; ellos y el personal de las embajadas en esos países se dedicaron a comprar lo que necesitábamos. Por eso es que el hospital aún tiene lavabos de Alemania y de Francia, llaves de tuberías de Holanda. Los elevadores los donaron los rumanos, que eran socialistas en esa época, pero lo que nos mandaron fueron unos elevadores viejos y ahora el director del hospital me dijo que no duraron ni diez años, que hubo que cambiarlos. Tampoco había pintura y la encargamos, pero no se compró la que se necesitaba que debía ser blanca y la trajeron rosada, verde y de otros colores. Tuvimos que volvernos magos para que el hospital no pareciera un caleidoscopio. El azulejo que se logró conseguir era español, pero nada más alcanzó para los quirófanos, para los pasillos no había y nosotros no sabíamos qué hacer. Menos mal que un día descubrimos  una marmolera de Bayamo que tenía muchas losetas de 10 por 20 de mármol negro, gris claro y blanco. Ese mármol se pensaba vender en el extranjero pero nadie podía comprarlo, por el bloqueo. Y entonces hicimos un convenio con ellos y ellos, obviamente, no pusieron reparo ninguno y por eso es que los pasillos del hospital todavía están cubiertos con mármol. Claro, mucha gente pensó que eso era un despilfarro y debió serlo, sí, pero no teníamos azulejos. Como el mármol era cubano no se gastó mucho; el gasto mayor fue por las cuchillas para picar las lozas, que hubo que importarlas.


“Faltaba menos de un año y cuatro meses para que llegara la fecha de inauguración del hospital y no se había montado ni uno solo de los equipos porque estábamos construyendo.  Recuerdo mucho todo lo que tuvimos que hacer para adecuar el salón de radiación donde iba la bomba de cobalto que lleva plomo. Teníamos que resolverlo todo para evitar la contaminación. Se trabajaban  tres turnos durante las 24 horas del día”.
Entre los trabajadores que tuvieron a su cargo importantes etapas del  Hospital se encuentran los pintores, quienes dirigidos por Gilo Cobiellas tenían que dar el acabado al edificio. Raúl Ávila Vigo, quien contó a La Aldea:
“Yo era pulimentador y pintor y trabajaba con los Cobiellas. Fui al hospital porque se necesitaba pulimentar el teatro. Lo pulimenté y los jefes consideraron que había sido un buen trabajo y me quedé trabajando allí. Pinté las fachadas y me acuerdo que era el jefe de la construcción el jamaiquino Griffin, que era muy activo, siempre estaba al tanto de todo. Él estaba albergado y andaba siempre con un sombrerito. También conocí al arquitecto mexicano Vargas. Una vez yo estaba tirándome de los andamios por donde no debía, el mexicano me vio y me dijo que él lo que necesitaba era un pintor, no una gente de circo”[3].
Para culminar la obra en el tiempo fijado llegaron obreros desde diferentes puntos del país y aún así no era suficiente. Entonces los holguineros todos, trabajadores, estudiantes, amas de casa, aportaron cientos de horas voluntarias.
El hospital Lenin, un monobloque en forma de T, fue el primero de ese tipo en Cuba y cuando se inauguró tenía tan grande capacidad que en Cuba nada más lo aventajaba el Hospital Calixto García, de La Habana.

Acto de inauguración del Hospital Lenin, Holguín, Cuba

El hospital tiene seis plantas y un basamento en donde están los servicios básicos: lavandería, cocina, planta eléctrica, cafetería, el servicio de urgencia y anatomía patológica. En la primera planta están los servicios de policlínica, salas de espera y salón de actos, farmacia, archivos, estadística, áreas administrativas.
A partir de la terminación del hospital comenzó la urbanización de las áreas colindantes, entre ellas las casas de los médicos.





[1] Gustavo Vargas Escobaza nació el 2 de julio de 1927 en Guadalajara, Jalisco, México. Estudio arquitectura en la escuela nacional de arquitectura de la ciudad de México; se graduó en 1956. En su país natal construyó casas, edificios familiares y plantas industriales. Alrededor de 1959 se trasladó a Honduras donde trabajó en una compañía de construcciones. Allí construyó varias edificaciones para bancos.

[2] En la estructura política administrativa de la época Holguín era una región que pertenecía a la provincia de Oriente.


[3] Entrevista realizada a Raúl Ávila Vigo, por José Abreu Cardet, en Holguín, el 20 de enero de 2015

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