Por
José Abreu Cardet
Entrevista
a Ángela Peña Obregón (Holguín, 24 de julio de 1945). Licenciada en Historia
por la Universidad de La Habana (1967) y Máster en Historia y Cultura. Miembro
de la UNHIC, UNEAC y de la Comisión Provincial de Monumentos. Es una de las
historiadoras más destacadas de Holguín, con una obra imprescindible para
entender la ciudad y un largo pero poco conocido vínculo con la arqueología
-¿Cuál
fue su relación inicial con la arqueología? ¿Cómo veía a los arqueólogos?
Estudié
Historia en la Universidad de La Habana a la que ingresé en 1963. Después hice
tres años de Historia del Arte, pero allí nunca recibí clases de Arqueología. Tampoco
en Holguín, antes de ir a La Habana, había tenido relación con la arqueología. Me
gradué en 1967. Después del Servicio Social me incorporé a trabajar al
Departamento de Monumentos y Marta Arjona, directora del Consejo Nacional de
Museos y Monumentos, fue quien nos llamó a mí y a mi compañera de la carrera de
Licenciatura en Historia, Daniela Norat, para comunicarnos que en el
Departamento de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba se iniciaba un
curso de Arqueología. Nos dijo que si ella tuviera la edad de nosotras no se lo
perdía. Empezamos el curso en el año 1970 y terminamos en 1973.
De esa
etapa, al arqueólogo que recuerdo más es al doctor Ernesto Tabío, quien también
había contribuido a formar a los arqueólogos de la propia Academia (Guarch
Delmonte, Milton Pino, Payarés). Tabío para mí era un personaje muy
interesante, nos hablaba de sus viajes y de lo que había tenido oportunidad de
conocer y trabajar arqueológicamente, también en aquel momento publicó con la
doctora Estrella Rey el libro Prehistoria
de Cuba, que sería un clásico. Otros arqueólogos que conocí fueron Ramón
Dacal, que trabajaba en el Museo Montané, y a Eladio Elso, que creo trabajaba
en Cultura.
Y también
conocí a un arqueólogo que era mal mirado por los de la Academia de Ciencias,
pues trabajaba con Eusebio Leal en el futuro museo de los Capitanes Generales,
y al cual la Comisión Nacional de Monumentos le paraba constantemente el
trabajo, ese se llamaba Leandro Romero. Lo que les cuento ocurría por el
antagonismo y creo también por el celo profesional que había entre los
arqueólogos de la Academia de Ciencias y Marta Arjona con Eusebio Leal y sus
colaboradores. Era algo difícil y triste de entender, pues a mí me impresionó
mucho la investigación que Romero llevaba, en la propia Plaza de Armas, sacando
a la luz las estructuras arquitectónicas de la primitiva parroquial de La
Habana. Allí pude apreciar el verdadero valor de la arqueología histórica o
colonial y también cómo esas rencillas dañaban el trabajo profesional.
-¿En qué
consistió el curso? ¿Quiénes fueron sus compañeros de aula? ¿Qué aporte dieron
a su formación?
Durante el
curso, o sea, durante los dos años, realizamos cuatro excavaciones grandes. El
primer año se hicieron tres. Dividieron a los alumnos en dos grupos: un mes o
15 días, en el sitio La Campana, en Banes, con el profesor Milton Pino,
mientras el otro grupo participó en una excavación en Levisa. Después estuvimos
trabajando 15 días en la cueva de La Pintura, en Bahía Honda, también con
Milton Pino. Para concluir el curso fuimos un mes al sitio La Martina en
Guanahacabibes, en pleno mes de enero, con un frío terrible y con tan poca agua
que solamente había para hacer la comida y para beber. Había que bañarse en la
playa. Pero fue muy interesante, pues pudimos apreciar las evidencias de una de
las culturas más primitivas de Cuba, lo que nos completaba el universo que
habíamos estudiado teóricamente en las clases que recibimos.
En esos
trabajos de campo nos enseñaron a hacer excavaciones controladas. También
recibimos diversas asignaturas. El doctor José Manuel Guarch Delmonte era el
jefe del Departamento de Arqueología y el profesor principal del curso. En el
primer año recibimos clases de Prehistoria de Cuba y del área circuncaribe;
Técnicas arqueológicas de campo y laboratorio; Nociones de osteología humana;
idioma Inglés; Historia del pensamiento arqueológico. En el segundo año
estudiamos Nociones de osteología animal y rudimentos de malacología;
Metodología de la investigación arqueológica; Estadística aplicada;
Introducción a la ecología general y Etnografía (conceptos generales y
métodos). El curso fue bueno, pero nunca se convenió con el Ministerio de
Educación y, por tanto, no hubo títulos, solamente una certificación de notas
expedida por la licenciada Sonnia Moro Parrado, subdirectora para Cuadros, Calificación y Relaciones
Internacionales del Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias.
Entre los
alumnos había diferencia de origen e intereses. La mayoría trabajaba en el
Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias, pero algunos éramos de
otros centros. Entre los que trabajaban en la Academia de Ciencias había
algunos de avanzada edad que, se decía, habían sido removidos de puestos
superiores o que entraron por diversas causas; esos se incorporaron al curso
cuando aquel ya estaba adelantado. Asimismo algunos de los alumnos habían
trabajado o tenían vínculos con Antonio Núñez Jiménez, entre esos estaban Mario
Pariente, Eduardo Keral y Jorge Febles. Este último se hizo un especialista muy
reconocido en el estudio de la piedra tallada. De otras provincias estaban
Alfredo Rankin, de Trinidad, y Enrique Alonso, de Pinar del Río. Otro
estudiante venía del Ministerio de Relaciones Exteriores, creo que había sido
diplomático, José Fresneda. Él, Róger Montañez y Alberto Abreu, que murió en el
avión derribado por terroristas en Barbados, se dedicaban a la arqueología
subacuática. También había otro grupo proveniente de la Universidad de Oriente,
María Nelsa Trincado, Nilecta Castellanos y Abel Cabrera, estos preparados por
Martínez Arango, y otro grupo de Santiago, entre ellos recuerdo a la hermana de Vilma Espín, Sonia, y a su
esposo, Iván Pérez pero ellos asistieron muy poco. Los que trabajaban en el
Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias, (Aida Martínez, Osvaldo
Teurbe Tolón, Jorge Calvera, Lourdes Domínguez), eran los más preparados y
mientras estudiaban tenían que seguir con su trabajo en el Departamento de
Arqueología.
El trabajo
de Daniela y mío era sobre el patrimonio arquitectónico y urbano de La Habana
Vieja (investigaciones, inventarios, etc.). Era un trabajo apasionante que me
interesaba mucho y que estaba muy estrechamente vinculado con la Arqueología
colonial. La posibilidad de visitar casi a diario las vetustas mansiones
coloniales habaneras, estudiar el mobiliario, la historia intangible que
atesoraba cada una de ellas, era también algo que me animaba y satisfacía
mucho. Igualmente trabajar con profesionales muy reconocidos que convertían
ruinas en museos o recuperaban elementos perdidos o transformados; era
grandioso. Entre esos se encontraban los arquitectos Fernando López y Daniel
Taboada y el historiador Pedro Herrera. Después conocí y trabajé con otros:
Carlos Dunn, Nelson Melero, Elena Jankoska. Pero el trabajo más significativo
era el que ya realizaba Eusebio Leal. El departamento nuestro radicaba en el
Castillo de la Fuerza, y en los almacenes existían cajas con evidencias
arqueológicas de inmuebles de la Plaza de Armas, que siempre nos habían
interesado.
Mis
compañeros de curso, en muchos casos, fueron los arqueólogos que después
llevaron adelante la investigación en el país, gente muy capaz. En aquellos
tiempos participé en la 1ra. Jornada Nacional de Arqueología que se realizó en
Banes. A ella asistieron los principales arqueólogos cubanos, como Rivero de la
Calle, Martínez Arango; y allí estaba Orencio Miguel y debe seguramente que
también estuvo Pepito (José A. García Castañeda).
-¿Cuéntenos
de su inicio en la arqueología colonial?
Lo primero
que conocí fueron algunos trabajos de Eladio Elso sobre elementos
arquitectónicos, sobre todos dibujos que él hizo, como por ejemplo bocallaves,
y en una visita también supe de lo que había hecho para restaurar la iglesia de
Santa María del Rosario. Después me vinculé más a fondo con esa arqueología
colonial trabajando con el arqueólogo Rodolfo Payarés, quien después de
trabajar en la Academia de Ciencias pasó a ocupar el cargo de jefe del
Departamento de Monumentos. Con él, Valdés Pino (otro arqueólogo) y Jorge
Calvera participé durante un mes en una excavación en El Chorrito, Nuevitas,
buscando el lugar donde se fundó Camagϋey. En el 1977 estuve en la excavación
que se realizó en el ingenio Triunvirato en Matanzas, allí fundamentalmente
descubrimos las estructuras de edificios del ingenio en ruinas. Hoy aquello es
un museo. Nunca participé en excavaciones en La Habana.
-¿Cómo se
vinculó usted con la arqueología que se hacía en Holguín?
Fue a
través de mi trabajo en Patrimonio. Trabajé junto a Hiram Pérez en la Casa
Natal de Calixto García, en la búsqueda de elementos originales perdidos o
transformados cuando la restauración; también en la Casa del Teniente
Gobernador, con Roxana Pedroso, del Departamento Centro Oriental de
Arqueología, con la finalidad de encontrar evidencias para el futuro museo que
se instalaría en el inmueble, y en Loma de Hierro, cuando el sitio fue
declarado Monumento Nacional. En este último lugar trabajé sola desempeñándome como
arqueóloga con una pequeña brigada de restauración. Apliqué la misma
metodología que en Triunvirato para sacar a la luz los cimientos del fuerte, el
cual había sido trabajado antes por Guarch. Yo lo estudié bibliográficamente
primero y me percaté de que la tipología arquitectónica y sobre todo el sistema
constructivo eran similares a los existentes en el sistema defensivo
Holguín-Gibara. Finalmente logramos rescatar algunos elementos de los cimientos
y muros, incluso una buena parte de uno de los lados salió cuando se limpió el
foso. Con los objetos que obtuvimos en esta excavación, más donaciones de los
vecinos de la zona, montamos un pequeño museo de sitio que ubicamos en la
escuelita que se encuentra dentro del área histórica. El pequeño museo se
complementó con un mural de cerámica ilustrativo del lugar y pormenores de la
toma del fortín.
Más tarde,
a finales de los 90 trabajé con Juan Jardines Macías y Manuel Garit en la
excavación en la Catedral de Holguín. César Rodríguez también participó, a él
le correspondió el estudio de las osamentas del cementerio de la iglesia. Años
después me involucré de nuevo con Jardines en trabajos arqueológicos en la Casa
del Casa del Teniente Gobernador y en dos casas más, cercanas a la Plaza de la
Parroquial, actual parque Julio Grave de Peralta.
-¿Cuál consistió
su labor en la investigación de la Casa del Teniente Gobernador?
Aunque
todos los días acudí a la excavación, me dediqué a la búsqueda documental y a
entrevistar antiguos moradores, pues si interesante era descubrir elementos
arquitectónicos y evidencias de la vida transcurrida en aquel sitio, también lo
era saber de quién era la casa (que entonces se desconocía), qué lugar ocupaban
en la sociedad de entonces sus dueños, si tenían bienes, esclavos, etc. También
se necesitaba saber la localización de la misma respecto al tejido urbano, específicamente
qué significaba en el Holguín temprano, particularmente por hallarse algo
alejada de la Parroquial.
Las
evidencias arqueológicas que allí encontramos arrojaron datos del modo de vida
del siglo XVIII holguinero,
con la salvedad de que a la mayor profundidad aparecieron fragmentos de
cerámica de apariencia aborigen, que por estudios comparativos fueron fechadas de
mediados del siglo XVII. Precisamente esos objetos resultaron uno de los más significativos
aportes del estudio. También se rescataron elementos arquitectónicos y
constructivos de la vieja casona: nivel del piso, vanos abiertos con
posterioridad a la construcción del inmueble, inscripción en uno de los
cuadrales del dormitorio, tal parece que por el
maestro carpintero que elaboró y pintó el falso techo, etc.
-¿Qué
aporte dio a la historia de Holguín el trabajo en la iglesia de San Isidoro?
Se hizo una reconstrucción del espacio urbano mediante el primer plano que se conoce de Holguín (de 1737), el cual fue estudiado y llevado de varas castellanas a
metros. Eso nos permitió conocer dónde estaba exactamente la primitiva iglesia
que había sido cementerio, y el espacio que ocupaba respecto a la iglesia
actual, los puntos exactos donde se estaba excavando, por ejemplo, saber si
antes había sido el atrio o un sitio interior del templo, etc.
Con ello
se enriqueció la historia de la ciudad en sus inicios, la cual estaba llena de
datos falsos. Esos falsos datos decían,
por ejemplo, que la capilla de la Virgen del Rosario, actual del Santísimo
(hacia la derecha entrando) era el área más antigua de la iglesia. Nosotros
descubrimos que hubo más de una iglesia, corroborando los datos que da el
obispo Morell de Santa Cruz, y hallamos que la parte más antigua correspondía a
la iglesia primitiva que se ubicaba en lo que hoy es la entrada y parte de la
calle Libertad
Además, se
trabajó con los libros de la iglesia y se pudo reconstruir el cementero
interior. Se conoció quiénes eran los propietarios de los tramos más caros, o
sea, las familias pudientes, y, además, que en el interior de los tramos
estaban enterrados negros, posiblemente libres.
-¿Cómo ve
Vd. la relación entre arqueología e historia?
Es un nexo
clave. Considero que el estudio interdisciplinario es de suma importancia, por
lo cual, en mi caso, ha sido realmente satisfactorio el poder trabajar un tema
desde distintas aristas. Este método fue el que utilizamos en la investigación
realizada sobre el camino de la Virgen de la Caridad con el arqueólogo Roberto
Valcárcel Rojas y el ingeniero Miguel Ángel Urbina. En ese caso se aplicaron
distintas técnicas (etnografía, arqueología, historia, geografía...) y creo que
logramos un resultado que superó las expectativas.
-¿Qué criterio
tiene sobre la colección arqueológica García Feria?
No la
conozco bien, pero sí es importante recordar el impacto que tuvo en la Cuba de
antes de la Revolución, expuesta como estaba en un pequeño museo que fue
visitado por diversos intelectuales, entre ellos importantes arqueólogos
cubanos y extranjeros y personalidades de la cultura, políticos, así como estudiantes y pueblo en general. Considero
que fue un error de la Academia de Ciencias en aquellos años haberla disgregado
en vez de haber organizado el museo en un local propio para el mejor desarrollo
y control de la institución, más cuando estaba inventariada y catalogada. Lo poco
que hay en Holguín de ella es muy interesante.
En el caso
de nuestra provincia se debe reconocer también la colección del banense Orencio
Miguel. De ella nació un museo tan importante como el Baní. Otra personalidad
de la Arqueología prerrevolucionaria en el territorio fue Alejandro Reyes
Atencio, quien trabajó en Antilla y tuvo también su pequeña exposición, parte
de la cual se exhibe en el Museo Municipal de ese pueblo. Las piezas más
importantes son los ídolos Taguabo y Maicabó. Sobre estos se dio un sincretismo
religioso que derivó en todo un culto local, considerándolos como Dios de la
Lluvia al primero y Dios de la Seca al segundo, los dos ídolos fueron
vinculados con la Virgen de la Caridad. Incluso a esos ídolos aborígenes se les
hacían rezos católicos mientras los sacaban en procesión para provocar la
lluvia, de la cual carecía la ciudad de Antilla.
-¿Cuál es su
criterio sobre la obra de Guarch Delmonte?
Considero
que fue el más brillante de los arqueólogos de su generación. Su carácter lo
ayudó a superarse, a publicar, a hacer periodizaciones de carácter nacional,
pero también a proponer ideas muy arriesgadas que no dependían solo de la
arqueología para ser verificadas sino que para ello se debía partir de varias
fuentes y disciplinas.
Por demás
Guarch realizó trabajos excelentes para el momento en que los hizo, como es el
estudio sobre el taíno de Cuba, y la excavación en El Chorro de Maíta, donde
además gestó un museo in situ. Los
resultados sobre la historia del lugar, que ha arrojado la nueva investigación
dirigida por el arqueólogo Roberto Valcárcel Rojas, dan una visión diferente,
pero no demeritan lo realizado por Guarch, pues los conocimientos científicos
existentes entonces llegaban hasta donde el llegó.
Creo
también que la Arqueología cubana ganó un espacio internacional gracias a él,
un hombre de grandes aspiraciones, muy organizado y exigente, y de una
presencia llamativa y verbo que convencía. Esto le valió para imponerse y
lograr éxitos, aunque también se ganó oponentes, porque no todo el que le
rodeaba pensaba como él. Y en verdad Guarch tenía áreas en las que era controversial,
pero logró que la arqueología en Holguín, que ya tenía su tradición propia,
ocupara un espacio nacional al organizar el Departamento de Arqueología y preparar
el personal calificado, a lo cual se dedicó desde el año 1977, cuando se mudó a
esta ciudad.
-¿Qué
papel tuvo Caridad Rodríguez en los trabajos de Guarch?
Cacha, que era la esposa de Guarch, lo
apoyó mucho. Conociéndola a ella de cerca (y felizmente he tenido oportunidad
de hacer algunas cosas con ella), me he dado cuenta de que fue valiosa para él.
Incluso, que muchas de las ideas en las que trabajaron pueden haber partido de
ella; además fue ella quien ilustró los trabajos de él y realizó maquetas,
reproducciones, restauraciones, etc. para museos y ambientaciones, como el
museo del Capitolio, en la sede de la Academia de Ciencias, y el de El Chorro
de Maíta, en los que demostró creatividad e iniciativa. Eran una pareja, pero
ella tiene su propia obra.
-Usted
estuvo siempre cerca de la arqueología pero hizo su obra como historiadora.
¿Por qué esa elección?
Siempre me
ha gustado la arqueología y he tenido conciencia de cuánto puede aportar al
conocimiento del pasado. No obstante, el entorno donde estudié Historia y el
lugar de La Habana donde comencé a trabajar era tan positivo y de un nivel
académico tan alto que quedé completamente involucrada y fascinada con mi
trabajo, con la arquitectura, los monumentos, las fortificaciones. Allí aprendí
mucho y se perfiló totalmente mi línea de trabajo. Desde el punto de vista de
mis investigaciones, cuando el trabajo lo requiere, parto siempre del dato
arqueológico. En el libro Estampas
holguineras, realizado junto a la colega Enriqueta Campano en el año 1992, reconozco
que las bases de la cultura holguinera tienen varios milenios de antigüedad, o
sea, estoy dándole el espacio que le corresponde al legado de los primeros
hombres que habitaron el territorio provincial, y así lo hago en otras obras.
Esto es imprescindible para definir nuestra identidad y la contribución del
indio en ella. De cualquier modo guardo un aprecio profundo por la arqueología
y los arqueólogos y creo que en estos años, investigando los orígenes de
Holguín, he vuelto a sentir que eso no se puede hacer sin ellos y, por
supuesto, estoy contenta de haber tenido
la oportunidad de pasar aquel curso, ir a las excavaciones y tener tantos
buenos colegas en ese campo.