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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

27 de febrero de 2017

Angela Peña Obregón: Historia y arqueología, un nexo clave. Entrevista a la notable historiadora (y arqueologa) holguinera



Por José Abreu Cardet
Entrevista a Ángela Peña Obregón (Holguín, 24 de julio de 1945). Licenciada en Historia por la Universidad de La Habana (1967) y Máster en Historia y Cultura. Miembro de la UNHIC, UNEAC y de la Comisión Provincial de Monumentos. Es una de las historiadoras más destacadas de Holguín, con una obra imprescindible para entender la ciudad y un largo pero poco conocido vínculo con la arqueología
-¿Cuál fue su relación inicial con la arqueología? ¿Cómo veía a los arqueólogos?
Estudié Historia en la Universidad de La Habana a la que ingresé en 1963. Después hice tres años de Historia del Arte, pero allí nunca recibí clases de Arqueología. Tampoco en Holguín, antes de ir a La Habana, había tenido relación con la arqueología. Me gradué en 1967. Después del Servicio Social me incorporé a trabajar al Departamento de Monumentos y Marta Arjona, directora del Consejo Nacional de Museos y Monumentos, fue quien nos llamó a mí y a mi compañera de la carrera de Licenciatura en Historia, Daniela Norat, para comunicarnos que en el Departamento de Antropología de la Academia de Ciencias de Cuba se iniciaba un curso de Arqueología. Nos dijo que si ella tuviera la edad de nosotras no se lo perdía. Empezamos el curso en el año 1970 y terminamos en 1973.
De esa etapa, al arqueólogo que recuerdo más es al doctor Ernesto Tabío, quien también había contribuido a formar a los arqueólogos de la propia Academia (Guarch Delmonte, Milton Pino, Payarés). Tabío para mí era un personaje muy interesante, nos hablaba de sus viajes y de lo que había tenido oportunidad de conocer y trabajar arqueológicamente, también en aquel momento publicó con la doctora Estrella Rey el libro Prehistoria de Cuba, que sería un clásico. Otros arqueólogos que conocí fueron Ramón Dacal, que trabajaba en el Museo Montané, y a Eladio Elso, que creo trabajaba en Cultura.
Y también conocí a un arqueólogo que era mal mirado por los de la Academia de Ciencias, pues trabajaba con Eusebio Leal en el futuro museo de los Capitanes Generales, y al cual la Comisión Nacional de Monumentos le paraba constantemente el trabajo, ese se llamaba Leandro Romero. Lo que les cuento ocurría por el antagonismo y creo también por el celo profesional que había entre los arqueólogos de la Academia de Ciencias y Marta Arjona con Eusebio Leal y sus colaboradores. Era algo difícil y triste de entender, pues a mí me impresionó mucho la investigación que Romero llevaba, en la propia Plaza de Armas, sacando a la luz las estructuras arquitectónicas de la primitiva parroquial de La Habana. Allí pude apreciar el verdadero valor de la arqueología histórica o colonial y también cómo esas rencillas dañaban el trabajo profesional.
-¿En qué consistió el curso? ¿Quiénes fueron sus compañeros de aula? ¿Qué aporte dieron a su formación? 
Durante el curso, o sea, durante los dos años, realizamos cuatro excavaciones grandes. El primer año se hicieron tres. Dividieron a los alumnos en dos grupos: un mes o 15 días, en el sitio La Campana, en Banes, con el profesor Milton Pino, mientras el otro grupo participó en una excavación en Levisa. Después estuvimos trabajando 15 días en la cueva de La Pintura, en Bahía Honda, también con Milton Pino. Para concluir el curso fuimos un mes al sitio La Martina en Guanahacabibes, en pleno mes de enero, con un frío terrible y con tan poca agua que solamente había para hacer la comida y para beber. Había que bañarse en la playa. Pero fue muy interesante, pues pudimos apreciar las evidencias de una de las culturas más primitivas de Cuba, lo que nos completaba el universo que habíamos estudiado teóricamente en las clases que recibimos.
En esos trabajos de campo nos enseñaron a hacer excavaciones controladas. También recibimos diversas asignaturas. El doctor José Manuel Guarch Delmonte era el jefe del Departamento de Arqueología y el profesor principal del curso. En el primer año recibimos clases de Prehistoria de Cuba y del área circuncaribe; Técnicas arqueológicas de campo y laboratorio; Nociones de osteología humana; idioma Inglés; Historia del pensamiento arqueológico. En el segundo año estudiamos Nociones de osteología animal y rudimentos de malacología; Metodología de la investigación arqueológica; Estadística aplicada; Introducción a la ecología general y Etnografía (conceptos generales y métodos). El curso fue bueno, pero nunca se convenió con el Ministerio de Educación y, por tanto, no hubo títulos, solamente una certificación de notas expedida por la licenciada Sonnia Moro Parrado, subdirectora para  Cuadros, Calificación y Relaciones Internacionales del Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias.
Entre los alumnos había diferencia de origen e intereses. La mayoría trabajaba en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias, pero algunos éramos de otros centros. Entre los que trabajaban en la Academia de Ciencias había algunos de avanzada edad que, se decía, habían sido removidos de puestos superiores o que entraron por diversas causas; esos se incorporaron al curso cuando aquel ya estaba adelantado. Asimismo algunos de los alumnos habían trabajado o tenían vínculos con Antonio Núñez Jiménez, entre esos estaban Mario Pariente, Eduardo Keral y Jorge Febles. Este último se hizo un especialista muy reconocido en el estudio de la piedra tallada. De otras provincias estaban Alfredo Rankin, de Trinidad, y Enrique Alonso, de Pinar del Río. Otro estudiante venía del Ministerio de Relaciones Exteriores, creo que había sido diplomático, José Fresneda. Él, Róger Montañez y Alberto Abreu, que murió en el avión derribado por terroristas en Barbados, se dedicaban a la arqueología subacuática. También había otro grupo proveniente de la Universidad de Oriente, María Nelsa Trincado, Nilecta Castellanos y Abel Cabrera, estos preparados por Martínez Arango, y otro grupo de Santiago, entre ellos recuerdo a  la hermana de Vilma Espín, Sonia, y a su esposo, Iván Pérez pero ellos asistieron muy poco. Los que trabajaban en el Departamento de Arqueología de la Academia de Ciencias, (Aida Martínez, Osvaldo Teurbe Tolón, Jorge Calvera, Lourdes Domínguez), eran los más preparados y mientras estudiaban tenían que seguir con su trabajo en el Departamento de Arqueología. 
El trabajo de Daniela y mío era sobre el patrimonio arquitectónico y urbano de La Habana Vieja (investigaciones, inventarios, etc.). Era un trabajo apasionante que me interesaba mucho y que estaba muy estrechamente vinculado con la Arqueología colonial. La posibilidad de visitar casi a diario las vetustas mansiones coloniales habaneras, estudiar el mobiliario, la historia intangible que atesoraba cada una de ellas, era también algo que me animaba y satisfacía mucho. Igualmente trabajar con profesionales muy reconocidos que convertían ruinas en museos o recuperaban elementos perdidos o transformados; era grandioso. Entre esos se encontraban los arquitectos Fernando López y Daniel Taboada y el historiador Pedro Herrera. Después conocí y trabajé con otros: Carlos Dunn, Nelson Melero, Elena Jankoska. Pero el trabajo más significativo era el que ya realizaba Eusebio Leal. El departamento nuestro radicaba en el Castillo de la Fuerza, y en los almacenes existían cajas con evidencias arqueológicas de inmuebles de la Plaza de Armas, que siempre nos habían interesado.
Mis compañeros de curso, en muchos casos, fueron los arqueólogos que después llevaron adelante la investigación en el país, gente muy capaz. En aquellos tiempos participé en la 1ra. Jornada Nacional de Arqueología que se realizó en Banes. A ella asistieron los principales arqueólogos cubanos, como Rivero de la Calle, Martínez Arango; y allí estaba Orencio Miguel y debe seguramente que también estuvo Pepito (José A. García Castañeda).
-¿Cuéntenos de su inicio en la arqueología colonial?
Lo primero que conocí fueron algunos trabajos de Eladio Elso sobre elementos arquitectónicos, sobre todos dibujos que él hizo, como por ejemplo bocallaves, y en una visita también supe de lo que había hecho para restaurar la iglesia de Santa María del Rosario. Después me vinculé más a fondo con esa arqueología colonial trabajando con el arqueólogo Rodolfo Payarés, quien después de trabajar en la Academia de Ciencias pasó a ocupar el cargo de jefe del Departamento de Monumentos. Con él, Valdés Pino (otro arqueólogo) y Jorge Calvera participé durante un mes en una excavación en El Chorrito, Nuevitas, buscando el lugar donde se fundó Camagϋey. En el 1977 estuve en la excavación que se realizó en el ingenio Triunvirato en Matanzas, allí fundamentalmente descubrimos las estructuras de edificios del ingenio en ruinas. Hoy aquello es un museo. Nunca participé en excavaciones en La Habana.
-¿Cómo se vinculó usted con la arqueología que se hacía en Holguín?
Fue a través de mi trabajo en Patrimonio. Trabajé junto a Hiram Pérez en la Casa Natal de Calixto García, en la búsqueda de elementos originales perdidos o transformados cuando la restauración; también en la Casa del Teniente Gobernador, con Roxana Pedroso, del Departamento Centro Oriental de Arqueología, con la finalidad de encontrar evidencias para el futuro museo que se instalaría en el inmueble, y en Loma de Hierro, cuando el sitio fue declarado Monumento Nacional. En este último lugar trabajé sola desempeñándome como arqueóloga con una pequeña brigada de restauración. Apliqué la misma metodología que en Triunvirato para sacar a la luz los cimientos del fuerte, el cual había sido trabajado antes por Guarch. Yo lo estudié bibliográficamente primero y me percaté de que la tipología arquitectónica y sobre todo el sistema constructivo eran similares a los existentes en el sistema defensivo Holguín-Gibara. Finalmente logramos rescatar algunos elementos de los cimientos y muros, incluso una buena parte de uno de los lados salió cuando se limpió el foso. Con los objetos que obtuvimos en esta excavación, más donaciones de los vecinos de la zona, montamos un pequeño museo de sitio que ubicamos en la escuelita que se encuentra dentro del área histórica. El pequeño museo se complementó con un mural de cerámica ilustrativo del lugar y pormenores de la toma del fortín.
Más tarde, a finales de los 90 trabajé con Juan Jardines Macías y Manuel Garit en la excavación en la Catedral de Holguín. César Rodríguez también participó, a él le correspondió el estudio de las osamentas del cementerio de la iglesia. Años después me involucré de nuevo con Jardines en trabajos arqueológicos en la Casa del Casa del Teniente Gobernador y en dos casas más, cercanas a la Plaza de la Parroquial, actual parque Julio Grave de Peralta.
 
-¿Cuál consistió su labor en la investigación de la Casa del Teniente      Gobernador?
Aunque todos los días acudí a la excavación, me dediqué a la búsqueda documental y a entrevistar antiguos moradores, pues si interesante era descubrir elementos arquitectónicos y evidencias de la vida transcurrida en aquel sitio, también lo era saber de quién era la casa (que entonces se desconocía), qué lugar ocupaban en la sociedad de entonces sus dueños, si tenían bienes, esclavos, etc. También se necesitaba saber la localización de la misma respecto al tejido urbano, específicamente qué significaba en el Holguín temprano, particularmente por hallarse algo alejada de la Parroquial.
Las evidencias arqueológicas que allí encontramos arrojaron datos del modo de vida del siglo XVIII holguinero, con la salvedad de que a la mayor profundidad aparecieron fragmentos de cerámica de apariencia aborigen, que por estudios comparativos fueron fechadas de mediados del siglo XVII. Precisamente esos objetos resultaron uno de los más significativos aportes del estudio. También se rescataron elementos arquitectónicos y constructivos de la vieja casona: nivel del piso, vanos abiertos con posterioridad a la construcción del inmueble, inscripción en uno de los cuadrales del dormitorio, tal parece que por el  maestro carpintero que elaboró y pintó el falso techo, etc.
 -¿Qué aporte dio a la historia de Holguín el trabajo en la iglesia de San Isidoro?
Se hizo una reconstrucción del espacio urbano mediante el primer plano que se conoce de Holguín (de 1737), el cual fue estudiado y llevado de varas castellanas a metros. Eso nos permitió conocer dónde estaba exactamente la primitiva iglesia que había sido cementerio, y el espacio que ocupaba respecto a la iglesia actual, los puntos exactos donde se estaba excavando, por ejemplo, saber si antes había sido el atrio o un sitio interior del templo, etc.
Con ello se enriqueció la historia de la ciudad en sus inicios, la cual estaba llena de datos falsos. Esos falsos  datos decían, por ejemplo, que la capilla de la Virgen del Rosario, actual del Santísimo (hacia la derecha entrando) era el área más antigua de la iglesia. Nosotros descubrimos que hubo más de una iglesia, corroborando los datos que da el obispo Morell de Santa Cruz, y hallamos que la parte más antigua correspondía a la iglesia primitiva que se ubicaba en lo que hoy es la entrada y parte de la calle Libertad
Además, se trabajó con los libros de la iglesia y se pudo reconstruir el cementero interior. Se conoció quiénes eran los propietarios de los tramos más caros, o sea, las familias pudientes, y, además, que en el interior de los tramos estaban enterrados negros, posiblemente libres.
 -¿Cómo ve Vd. la relación entre arqueología e historia?
Es un nexo clave. Considero que el estudio interdisciplinario es de suma importancia, por lo cual, en mi caso, ha sido realmente satisfactorio el poder trabajar un tema desde distintas aristas. Este método fue el que utilizamos en la investigación realizada sobre el camino de la Virgen de la Caridad con el arqueólogo Roberto Valcárcel Rojas y el ingeniero Miguel Ángel Urbina. En ese caso se aplicaron distintas técnicas (etnografía, arqueología, historia, geografía...) y creo que logramos un resultado que superó las expectativas.
-¿Qué criterio tiene sobre la colección arqueológica García Feria?
No la conozco bien, pero sí es importante recordar el impacto que tuvo en la Cuba de antes de la Revolución, expuesta como estaba en un pequeño museo que fue visitado por diversos intelectuales, entre ellos importantes arqueólogos cubanos y extranjeros y personalidades de la cultura, políticos, así como  estudiantes y pueblo en general. Considero que fue un error de la Academia de Ciencias en aquellos años haberla disgregado en vez de haber organizado el museo en un local propio para el mejor desarrollo y control de la institución, más cuando estaba inventariada y catalogada. Lo poco que hay en Holguín de ella es muy interesante.
En el caso de nuestra provincia se debe reconocer también la colección del banense Orencio Miguel. De ella nació un museo tan importante como el Baní. Otra personalidad de la Arqueología prerrevolucionaria en el territorio fue Alejandro Reyes Atencio, quien trabajó en Antilla y tuvo también su pequeña exposición, parte de la cual se exhibe en el Museo Municipal de ese pueblo. Las piezas más importantes son los ídolos Taguabo y Maicabó. Sobre estos se dio un sincretismo religioso que derivó en todo un culto local, considerándolos como Dios de la Lluvia al primero y Dios de la Seca al segundo, los dos ídolos fueron vinculados con la Virgen de la Caridad. Incluso a esos ídolos aborígenes se les hacían rezos católicos mientras los sacaban en procesión para provocar la lluvia, de la cual carecía la ciudad de Antilla.
-¿Cuál es su criterio sobre la obra de Guarch Delmonte?
Considero que fue el más brillante de los arqueólogos de su generación. Su carácter lo ayudó a superarse, a publicar, a hacer periodizaciones de carácter nacional, pero también a proponer ideas muy arriesgadas que no dependían solo de la arqueología para ser verificadas sino que para ello se debía partir de varias fuentes y disciplinas.
Por demás Guarch realizó trabajos excelentes para el momento en que los hizo, como es el estudio sobre el taíno de Cuba, y la excavación en El Chorro de Maíta, donde además gestó un museo in situ. Los resultados sobre la historia del lugar, que ha arrojado la nueva investigación dirigida por el arqueólogo Roberto Valcárcel Rojas, dan una visión diferente, pero no demeritan lo realizado por Guarch, pues los conocimientos científicos existentes entonces llegaban hasta donde el llegó.
Creo también que la Arqueología cubana ganó un espacio internacional gracias a él, un hombre de grandes aspiraciones, muy organizado y exigente, y de una presencia llamativa y verbo que convencía. Esto le valió para imponerse y lograr éxitos, aunque también se ganó oponentes, porque no todo el que le rodeaba pensaba como él. Y en verdad Guarch tenía áreas en las que era controversial, pero logró que la arqueología en Holguín, que ya tenía su tradición propia, ocupara un espacio nacional al organizar el Departamento de Arqueología y preparar el personal calificado, a lo cual se dedicó desde el año 1977, cuando se mudó a esta ciudad.
-¿Qué papel tuvo Caridad Rodríguez en los trabajos de Guarch?
Cacha, que era la esposa de Guarch, lo apoyó mucho. Conociéndola a ella de cerca (y felizmente he tenido oportunidad de hacer algunas cosas con ella), me he dado cuenta de que fue valiosa para él. Incluso, que muchas de las ideas en las que trabajaron pueden haber partido de ella; además fue ella quien ilustró los trabajos de él y realizó maquetas, reproducciones, restauraciones, etc. para museos y ambientaciones, como el museo del Capitolio, en la sede de la Academia de Ciencias, y el de El Chorro de Maíta, en los que demostró creatividad e iniciativa. Eran una pareja, pero ella tiene su propia obra.
-Usted estuvo siempre cerca de la arqueología pero hizo su obra como historiadora. ¿Por qué esa elección?
Siempre me ha gustado la arqueología y he tenido conciencia de cuánto puede aportar al conocimiento del pasado. No obstante, el entorno donde estudié Historia y el lugar de La Habana donde comencé a trabajar era tan positivo y de un nivel académico tan alto que quedé completamente involucrada y fascinada con mi trabajo, con la arquitectura, los monumentos, las fortificaciones. Allí aprendí mucho y se perfiló totalmente mi línea de trabajo. Desde el punto de vista de mis investigaciones, cuando el trabajo lo requiere, parto siempre del dato arqueológico. En el libro Estampas holguineras, realizado junto a la colega Enriqueta Campano en el año 1992, reconozco que las bases de la cultura holguinera tienen varios milenios de antigüedad, o sea, estoy dándole el espacio que le corresponde al legado de los primeros hombres que habitaron el territorio provincial, y así lo hago en otras obras. Esto es imprescindible para definir nuestra identidad y la contribución del indio en ella. De cualquier modo guardo un aprecio profundo por la arqueología y los arqueólogos y creo que en estos años, investigando los orígenes de Holguín, he vuelto a sentir que eso no se puede hacer sin ellos y, por supuesto, estoy  contenta de haber tenido la oportunidad de pasar aquel curso, ir a las excavaciones y tener tantos buenos colegas en ese campo.











25 de febrero de 2017

El entierro 57 o Gran Dama Enjoyada, es el más grande de los misterios encontrados en el misterioso cementerio de El Chorro de Maíta



 

Es el entierro 57 de El Chorro de Maíta, una mujer de origen local que debió tener entre 26 y 35 años. La prensa la rebautizó como la Gran Dama Enjoyada. Ella es quien más ha dado de qué hablar a los curiosos y a los arqueólogos, aunque estos últimos tratan de no dejarse llevar por los misterios novelescos de tal individuo para concentrarse en otros resultados que quizás son más importantes.
 
Enterrada con las piernas extendidas, lo que prueba que murió después de la llegada cristiana a la zona, la Gran Dama tiene a su lado otro esqueleto, el de un hombre igualmente adornado con joyas, aunque menos que ella. Y a los pies de la mujer están los restos de un niño también enjoyado. Ese es el único niño del cementerio que está enterrado de forma extendida. Todos estos detalles han sido tomados como indicio de que en vida aquellos tuvieron una posición social destacada y que ¿el matrimonio? y el hijo murieron a la misma vez, por lo que fue el de ellos un enterramiento conjunto o familiar.
Entre las joyas que portaba la Gran Dama, destacan cuentas de coral que es  un tipo de ornamento sólo hallado en ella y en el esqueleto No. 84. Igual tenía a su alrededor piezas de oro, cobre y cuentas diversas. Para el Dr Guarch del Monte, el arqueólogo que hizo el descubrimiento, este impresionante conjunto constituía parte de un mismo collar. Al respecto escribió: “(…) se localizaron tres perlas, con sus perforaciones para servir de cuentas, sus formas irregulares son comunes en Las Antillas, y además, dieciocho cuentas de coral rosado, de forma cilíndrica, algunas husiformes parecidas a un pequeño barril, no mayores de 5 mm de longitud, objetos que se hallan por primera vez en Cuba. Además se rescataron veintitrés microcuentas de concha de forma discoidal, muy finas y pequeñas, llegando hasta 1.6 mm de diámetro, cuatro cuentas de calcita de las llamadas de “carretel” y una microcuenta de piedra negra, así como cuatro del mismo material, pero blancas, siendo por tanto el collar más complejo de los encontrados en Cuba hasta el presente.” 
 
Y como si todavía no fuera suficiente, la Gran Dama tenía en la mandíbula y en el interior de la boca dos fragmentos de tela. Guarch dijo que posiblemente ambos fragmentos fueran de una misma pieza situada en la parte superior del cuello a modo de pañuelo y la describe como “tela de algodón de color blanco amarillento, un tejido sencillo; uno de los fragmentos muestra una costura hecha con hilo mucho más grueso y burdo, logrado con dos cabos torcidos con poca tensión, lo que puede indicar su confección manual rústica”. (Solamente en otros dos entierros de El Chorro de Maíta se encontró tela).
Restos de tela de 41,9 mm de largo encontrados en los restos de la Gran Dama. El Chorro de Maíta.
 
Fragmentos de la tela de la Gran dama vista a través de un microscopio electrónico
Estudios posteriores a los fragmentos de tela encontrados en la Dama Enjoyada, se descubrió que unido al textil había elementos metálicos de plata que aún no han sido identificados completamente, pero, dicen los arqueólogos, pudieran ser hilos que, quizás, originalmente eran un bordado. Esto indica que era esa una tela de alta calidad, incluso, dentro de los criterios europeos de entonces. Considerando la pobreza común de los tejidos empleados para la ropa entregada a los indios, y los otros objetos con que la dama se adornaba, es de creer que la tela fue un presente que a ella le hicieron los conquistadores o, posiblemente, ella la compró a los españoles. Sea como haya sido los conquistadores tenían una relación muy especial con la dama. ¿Quién era ella?
En la actualidad es difícil establecer su posición social exacta pero sin dudas fue importante, quizás con el rango de cacica. ¿Una cacica que se casó con un español, quizás? Las joyas y la tela que tenía sin dudas que se las dieron los españoles, que no hacían regalos tan valiosos a una india cualquiera. Dos motivos para hacer aquellos regalos son los que vienen a nuestro entendimiento, uno, atendiendo a un servicio especial y dos, debido a una relación muy cercana, como el matrimonio o el amancebamiento. ¿Un regalo o pago?
Se sabe que en 1528 Gonzalo de Guzmán pagó a sus indios de Bocas de Bani con 50 camisas y herramientas por la ayuda que le brindaron en el rescate de mercancías de un barco naufragado. Y en el mismo sentido, estaba regulado el pago de los conquistadores a los indios por servicios, la llamada cacona. 
Igual está probado que se casaban los españoles o se amancebaban con indias que tuvieran altos status. Hechos así se están bien documentados en La Española y Puerto Rico y ocurrieron también en Cuba donde, incluso, se casaron mujeres europeas con indios importantes. Un caso así lo recogió el arqueólogo e historiador Oswaldo Morales Patiño: Se trata del indio Juan de Argote a quien  Vasco Porcallo de Figueroa casó con una hija suya, la mestiza María de Figueroa. Se cree que Juan de Argote debió ser hijo de un cacique, cacique él mismo y que Porcallo lo casó con su hija para adquirir derecho legítimo a sus tierras y mayor autoridad entre los indios. En 1562 Juan de Argote declaró tener más de 90 años, y entonces seguía siendo respetado y considerado “hombre principal” por los miembros del Cabildo de Puerto Príncipe. Por la edad declarada el indio debió haber nacido hacia 1472, por lo que ya era un hombre maduro al momento de la conquista.
Otra pregunta más. Suponiendo que era una cacica, ¿cómo es que la enterraron con las joyas si la costumbre aborigen era que objetos así de valiosos pasaran a mano de los herederos o que se compartieran con los caciques vecinos como símbolos de mando y poder? Quizá porque la llegada española había cambiado el contexto. Para entonces ya no había caciques vecinos o aliados, entonces la solución fue que los valiosos objetos fueran llevados por la reina a Coaybay, el espacio de los muertos, o tal vez al lugar prometido por Dios a los cristianos, pero al viejo modo indígena.
Objetos de metal de la Gran Dama Enjoyada. Chorro de Maíta.
Otras joyas de la misteriosa dama son cuatro pendientes en forma de lámina trapezoidal y perforados en un extremo, un cascabel, una cuenta esférica hueca, dos cuentas cilíndricas de metal y una figura en forma de cabeza de pájaro. La cabeza de ave mide 22.2 mm de largo, y el grueso de la lámina es de unos 0.1 mm. Esa fue descrita por Guarch Delmonte de la siguiente forma: “(…) la pieza es muy elaborada; en el tope de la cabeza se advierte un tocado consistente en arcos, situados en tres filas paralelas de delante atrás con tres anillos cada una. Los ojos están logrados mediante dos hilos de oro yuxtapuestos que en cada uno forman un semicírculo, continuándose sobre la frente como diadema; el iris de cada ojo se resuelve mediante una pequeña semiesfera. El pico es trapezoidal en el plano horizontal, muy deprimido, de punta truncada, con dos perforaciones en el extremo y dos líneas incisas en ambos lados que independizan el pico superior del inferior. En la parte superior e inferior del cuello se aprecian sendas gargantillas constituidas por dos hilos de oro paralelos entre los cuales se advierten un apretado entorchado también de dos hilos; ambos resaltos cruzan de lado a lado del cuello por la parte delantera y laterales, por detrás la cara es plana, mostrando una perforación rectangular que ocupa casi todo el espacio, dejando solamente un marco en rededor. La base de la pieza es semicircular y, como ya se ha expresado, hueca”.
A la izquierda la pieza ornitomorfa de guanín hallada al lado de los restos de la Gran Dama Enjoyada. A la derecha: pieza de Colombia con dimensiones similares a las de la hallada en Cuba. Fotografía cortesía del Museo del Oro de Colombia.
Al momento de su hallazgo la cuenta esférica, según Guarch Delmonte, “tenía soldado en uno de sus extremos, un delgado tubito de 5 mm de longitud, muy fino, el que se deshizo al ser extraída; por el lado contrario se advierte el inicio de lo que debió ser un apéndice similar, destruido con anterioridad. La esfera tiene un diámetro de 3 mm y en sus interior se observa con el microscopio un fragmento de hilo”. En su opinión fue elaborada en oro bajo. Existe sólo un dibujo de la pieza, ahora fragmentada en varias partes.
 A solicitud de Guarch algunas de estas piezas fueron analizadas en el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos (CENCREM), en La Habana, usando un microscopio electrónico de barrido. Las láminas y el cascabel muestran presencia dominante de oro y cobre, con cierta cantidad de plata y niveles muy bajos de silicio. La cabeza de pájaro está hecha de una aleación de oro, cobre y plata. Asimismo este enterramiento tenía a su alrededor fragmentos de latón.
¿Cómo es posible que este individuo fuera enterrado con joyas de oro tan valiosas y que los españoles lo hayan permitido? El arqueólogo Dr. Roberto Valcárcel considera que el entierro se produjo en un momento en que los españoles no estaban en el Chorro.

Texto donde se da cuenta del descubrimiento del cementerio en El Chorro de Maíta y otros datos.



En 1979 un equipo de la Sección de Arqueología del Instituto de Ciencias Sociales de la Academia de Ciencias de Cuba en Holguín, dirigido por el Dr. José Manuel Guarch Delmonte, hace prospecciones en el sitio y encuentra materiales en un área de 200 m de largo por 100 m de ancho, dispuesta a ambos lados del camino y bajo las casas del poblado de Chorro de Maíta (Guarch Delmonte et al. 1987).
En esa visita no observan montículos pero en la superficie aparece cerámica indígena, concha y piedra trabajada.
Asimismo durante esa visita los arqueólogos fueron informados del lugar donde los vecinos encontraron un esqueleto, y también de la extracción de otros esqueletos con anterioridad.
Según Juan Guarch Rodríguez, topógrafo participante en el trabajo, las evidencias se obtenían del simple examen visual de la superficie (comunicación personal 2005). A partir de algunas calas que hicieron, los arqueólogos identificaron un área de 22000 m² donde posiblemente encontraran la mayor cantidad de material. Sin embargo el espacio parecía muy alterado por la construcción de las casas y la actividad doméstica y agrícola. Por cierto, en el mapa del lugar que los tipógrafos hicieron, pro primera vez llaman al sitio con el nombre de El Chorro de Maíta.
En 1983 el mismo grupo de trabajo amplía las exploraciones, pero todavía no llegan a ninguna conclusión.
En 1985 regresan excavan 5 áreas de 0.50 metros de lado, todas próximas, en una zona alta al norte del camino. Entonces, a 0.20 m de profundidad ubican restos de un fogón, al parecer indígena. Para Guarch Delmonte et al. (1987): “(…) el sitio parece haber tenido su centro en el camino que lo corta, siendo la parte sur del mismo la zona donde frecuentemente han aparecido restos humanos y pocas concentraciones del resto de las evidencias. Hacia la parte norte del camino y a pesar de que casi toda el área esta alterada por sembrados y tierra arada, se pueden recoger gran cantidad de evidencias materiales y dietarias (restos de huesos de animales usados en la alimentación).”
En septiembre de 1986 vuelven a ejecutar excavaciones cerca del área donde habían localizado el fogón, pero tampoco encuentran ninguna pieza sobresaliente. Pero de todas formas exploran la zona donde los vecinos decían haber hallado los entierros: esto es, al lado sur del camino, en el patio de varias casas, y encuentran rápidamente restos humanos. Dos meses después habían encontrado 40 esqueletos.  Y en abril de 1987 la cantidad de restos humanos sumaba 96.
Tras el hallazgo del Área de entierros todo el trabajo se pone en función de hacer excavaciones en otras áreas cercanas para determinar los límites del cementerio.
 
 
 
Los restos humanos (de los que hablaremos detalladamente más adelante), aparecieron en una zona nombrada por los arqueólogos Unidad 3. En ella, descontando los objetos ornamentales con que fueron enterrados los difuntos, no se encontró otro tipo de objetos.
Además de esa (cementerio propiamente), se excavaron otras tres áreas que los arqueólogos llamaron Unidad Uno, Dos y Cinco. Con la excepción del entierro 41, encontrado en el área cinco, en las otras no se encontraron restos humanos.
 
En la Unidad Uno se colectaron restos de diversas especies de animales locales, tanto terrestres como marinos, y  restos de cerdo (Sus scrofa) hallados a muy poca profundidad (Rodríguez Arce 1987a). Los artefactos indígenas o sus partes, especialmente fragmentos de cerámica, se concentraban entre 0.30 y 0.50 m. También aparecieron algunos ornamentos, todos muy simples: dos pequeños pendientes hechos de conchas de Oliva reticularis sin grabar, un pendiente tabular de concha y una microcuenta de piedra. Entre los elementos utilitarios también aparecieron tres fragmentos de coral con huellas de desgaste, 5 valvas de Codakia orbicularis usadas como raspadores y un guijarro usado como percutor. En piedra tallada aparecieron un buril, dos restos de taller retocados, una lasca con muesca y 19 restos de taller (Jardines 1986). Asimismo se localizó cerámica europea en diversos estratos artificiales.
Objetos encontrados en la Unidad 1. El Chorro de Maíta. 1986
En la Unidad Dos se encontraron objetos hasta los 0.50-0.60 metros de profundidad. El material colectado en ella incluye restos de diversas especies terrestres y marinas. No hay evidencias de cerdo. Los artefactos indígenas o sus partes aparecen principalmente hasta los 0.40 m de profundidad. Los elementos ornamentales encontrados allí son muy escasos, sólo un pendiente tabular de concha. En esa área se colectó, además, parte de un coral con huellas de desgaste, valvas de Codakia orbicularis usadas como raspadores, un fragmento de concha trabajado y parte de un guijarro usado como percutor. También una lasca irregular y restos de talla de material silicificado (Jardines 1986). Asimismo en ella solo aparecieron cuatro fragmentos de cerámica europea, ambos en los primeros 0.10 m de excavación.
En la parte central de esta área de excavación, apareció a una profundidad de 0.20 y 0.50 metros una estructura semicircular de piedras superpuestas, de unos 45 cm de largo por 35 cm de ancho que contenía cenizas, carbón, restos de fauna y cerámica indígena, por lo que los arqueólogos la identificaron como un fogón.
Fogón encontrado en la Unidad No. 2 de El Chorro de Maíta. 1986. Fotografía tomada de los archivos del Departamento Centro Oriental de Arqueología, Holguín.
Objetos encontrados en la Unidad 2. El Chorro de Maíta. 1986
La Unidad 5 está ubicada a 30 metros al sureste del cementerio. En ella se encontró material hasta los 0.50-0.60 m en los escaques 2 y 3, y hasta los 0.30-0.40 metros en el escaque 4. El escaque 1 no se excavó.
En los escaques 2 y 3, a unos 0.50 m de profundidad, apareció un enterramiento vertical que llegaba hasta los 0.80 metros de profundidad. Ese fue identificado como el No. 41. El entierro se hallaba rodeado de un bolsón de restos que constituyen la mayor parte de las evidencias colectadas en esa Unidad, todos entre 0.50 y 0.80 metros de profundidad. En opinión de Rodríguez Arce (2004) en el lugar existió un fogón y una concentración de desechos que fue impactada al realizarse el entierro, por tal razón los restos humanos entraron en contacto con huesos de animales, conchas, y elementos culturales.
Los artefactos indígenas encontrados en esa área se distinguen por su variedad. Los restos de vasijas de barro y burenes fueron abundantes. Asimismo se localizaron tres fragmentos de coral con huellas de desgaste generadas aparentemente por su uso como limas, cuatro valvas de Codakia orbicularis usadas como raspadores, un hacha petaloide, dos percutores y un pulidor de piedra. También una microcuenta de piedra y un pendiente en valva de Pinctada radiata, una lasca de piedra, un resto de taller retocado y cuatro restos de talla sin retoques (Jardines 1987).
Igualmente se hallaron restos de distintos animales así como huesos de cerdo (Sus scrofa) en todos los escaques y en cada uno de los tres primeros niveles de profundidad. Estos huesos de cerdo pertenecían a dos ejemplares juveniles (Rodríguez Arce 1987a). El reporte de cerámica europea encontrada en los dos primeros niveles de profundidad, fue alto (20 fragmentos).
En el año 2000 gracias a la Dra. Betty J. Meggers (Smithsonian Institution) se realizaron análisis de datación radiocarbónica de muestras de hueso de dos entierros, localizados en la Unidad 3, y de una muestra de carbón vegetal obtenida en la Unidad 5, nivel artificial 0.30-0.50 m. La medición se ejecutó en los laboratorios Beta Analitic Inc. El resultado sugiere que ese espacio (Unidad 5 de Chorro de Maíta) estaba en uso en períodos anteriores a la llegada de Cristóbal de Colón, exactamente en algún momento ubicado entre los años 1200-1320 después de Cristo.
Objetos encontrados en la Unidad 5. El Chorro de Maíta. 1986
Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso (1987:25-28) describen la cerámica indígena hallada en las unidades 1 y 2 como de colores pardo oscuro y pardo claro, dura, con superficies pulidas y paredes gruesas. Entre ellas identificaron vasijas con diámetros de entre 20 y 30 cm, levantadas por acordelado y con bordes en su mayoría semicirculares. Las asas resultaron el elemento decorativo más usado si bien no fueron muy variadas o complejas; las decoraciones consistían en incisiones lineales oblicuos o paralelos al borde, (Solamente el 34 por ciento de las vasijas o fragmentos de ellas que se encontraron tenían elementos decorativos). Asimismo estos autores dijeron que los fragmentos de burenes fueron abundantes.
En el material de concha destacan los raspadores de Codakia orbicularis, y en el caso de materiales hechos de piedra, los objetos más singulares fueron los percutores y cuentas de collar, por lo que los autores estimaron poco importante la fabricación de útiles a partir de la talla de piedras.
Consideran los estudiosos que por los objetos encontrados puede considerarse a los habitantes aborígenes de El Chorro de Maíta, poseedores de un fuerte desarrollo tecnológico, aunque la cerámica indígena encontrada tenía un perfil moderado en términos decorativos, si se la compara con sitios similares de Cuba (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:38).
El estudio arqueozoológico (Rodríguez Arce 1987a) de las tres unidades demostró que allí se comían moluscos terrestres y marinos, pero menos los terrestres. Los restos de quelonios terrestres y marinos son muy escasos, al igual que los de Iguana (Cyclura nubila).
De entre todos los restos animales, los peces fueron el grupo de mayor representatividad en todas las unidades, en especial en la No. 5, identificándose las especies Sparisoma sp, Lachnolaimus maximus, Scarus sp., Sphyraena barracuda y Calamus bajonao.
Los mamíferos (Capromys pilorides, Boromyis offella, Boromys torrei y Mysateles melanurus) también aparecieron cantidades apreciables, siguiendo en importancia a los peces y constituyendo, junto a estos, el núcleo de la alimentación de base animal.
En la Unidad No. 5 se consiguieron restos significativos de cerdo. En la Unidad 1 se localizaron restos de almiquí (Solenodon cubanus), mamífero poco usual en contextos arqueológicos indígenas.
Lo anterior llevó a la conclusión que los aborígenes del lugar adquirían sus alimentos, sobre todo, a partir de la pesca y le seguía la caza. La captura y la recolección debió tener un carácter complementario.
Dada la presencia de burenes y considerando la información etnohistórica sobre estas comunidades, se asumió a la agricultura como una de las actividades económicas básicas (Rodríguez Arce 1987b).
La presencia de cerdo, (especie introducida por los conquistadores), no fue objeto de un análisis particular aunque se consideró evidencia de una situación de contacto con los europeos, posterior a 1514 o 1515 según Rodríguez Arce (1987b). Un aspecto interesante fue la identificación, entre los restos de cerdo, de posibles jabalíes (Rojas 1988).
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Por la amplia concentración de restos encontrados, el lugar fue asumido como una gran aldea de indígenas agricultores emplazada alrededor del espacio con entierros (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:25)
Un hecho significativo fue encontrar en un espacio de no más de 4 m² (Unidad 6) una significativa concentración de elementos de carácter ornamental y ritual. Guarch Delmonte (1994:35-38) estima ese espacio como lugar de habitación de un behíque o chamán porque, a su entender no se trataba de una acumulación accidental sino de una disposición asociada con la función de ese lugar. Entre esos dichos objetos, el mismo arqueólogo mencionó un colgante antropomorfo de hueso, pendientes y cuentas en Oliva reticularis, cuentas de piedra, un pedazo de latón con una perforación, un cascabel europeo de latón y una espátula vómica de hueso.
Materiales encontrados en la Unidad 6 de El Chorro de Maíta, que Guarch Delmonte consideró propiedades de un behíque o chamán.
Izquierda, espátula vómica de hueso, 83 mm de largo; Derecha, ídolo pendiente de hueso, 30.4 mm de largo.
En el espacio de esta Unidad, sin relación con los objetos mencionados, se halló un cántaro de cerámica, en opinión de Guarch Delmonte fabricado en la villa española de Concepción de la Vega, República Dominicana, a inicios del siglo XVI.
Objetos europeo encontrado en la Unidad No. de El Chorro de Maíta. Vasija de cerámica de 30 cm de alto.
Guarch Delmonte incluyó la Unidad 6 en el espacio funerario, pero no hay indicios de que reportara restos humanos.

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