Por: César Hidalgo Torres
Era ya 1754, o sea, dos años después que esta había recibido título de ciudad y ningún médico se había asentado en Holguín, seguro que porque esta era considerada una comarca de ninguna importancia.
Entonces en esa dicha fecha el Gobernador Político y Militar de
Oriente le propone al doctor don Felipe de Monte y Malta, que residía en
Santiago donde casi no tenía pacientes, que viniera a Holguín, y el doctor, que
aceptó, recibió cartas de recomendación del propio Gobernador.
En el acta de la reunión del Gobierno holguinero de 18 de febrero de
mil 754 se reconoce la capacidad profesional de Monte y Malta. Exactamente en
los libros de actas está anotado lo siguiente: “Que en vista de las pruebas
presentadas por don Felipe de Monte y Malta, lo habían por tal MEDICO quedando
obligado a prestar juramento de fidelidad, legalidad y caridad, mediante el
cual se le guardarán todas las honras, franquicias, mercedes, privilegios y
demás excepciones que a tal profesión corresponde”.
Y es que los médicos que llegaran a la ciudad tenían que venir
recomendados por el Gobernador o de lo contrario no se le podía dar permiso
para que ejercieran, porque había mucho médico falso en Cuba. Pero de todas
formas el recién llegado venía cargado de menjurjes y esperanzas debió resultarle
muy curioso a los holguineros quienes nunca había tenido médico la ciudad, lo
que los obligó y acostumbró a auto medicamentarse o a ponerse en manos de
“curanderos”. Fue lo dicho lo que convirtió la labor del doctor en ardua y
penosa, y al final no lo consiguió. Un día del año próximo a su llegada, el
médico se marchó: aquí tampoco tenía pacientes.
Un año después llegó un segundo doctor a Holguín. Se llamaba éste don
José de Ochoa. El 25 de agosto de 1755 don José de Ochoa presentó una instancia
al Gobierno local, pero no venía aquella acompañada de las recomendaciones del
señor Gobernador Militar y Político de Oriente, motivo por el cual la
instalación profesional en Holguín del nuevo médico le demoró dos largos años.
Finalmente
lo logró, pero los vecinos, incluyendo a los gobernantes, siguieron
atendiéndose con don Pedro Domingo Mederos, quien hacía en la comarca las
tareas de médico y boticario sin tener título ni de una ni de la otra profesión.
Según las viejas crónicas Don Pedro Domingo Mederos trataba a sus
pacientes a base de raíces y vegetales, y al parecer con tanta eficacia, que el
Cabildo dijo palabras de gratitud el día de su muerte.
Después de estos mencionados hubo otras varias llegadas e idas de
médicos a Holguín, pero no fue hasta 1816 que llegó el primero de esos
profesionales que ganó una real y justa reputación: Se llamaba Juan Buch y
Rodríguez y hoy casi nadie tiene noticias de él, por eso debían las autoridades
o el vecindario colocar alguna placa que recuerde su nombre.
Nació el galeno en el año de 1788 en Santiago de Cuba donde estudió
medicina, y una vez que se gradúa viene a residir a Holguín, donde levantó una
importante clientela para desconsuelo de los muchos curanderos y empíricos de
la comarca. Y aquí el santiaguero médico se casó con una muchacha hija de
familia principal: María Josefa Ochoa y de la Torre.
En 1825 Buch y Rodríguez junto a José Rosalía de Ávila fundó en esta
ciudad la JUNTA DE
VACUNAS, luego Junta Subalterna de Sanidad para la divulgación e inoculación
del virus contra la viruela (o sea, la vacuna antivariólica). Por tanto él fue
el Tomás Romay de Holguín.
Con anterioridad a la fundación de la Junta de Vacunas en Holguín, los pocos vecinos
que lograban perderle el miedo a la vacuna y decidían inmunizarse, tenían viajar
hasta Santiago.
Era el doctor Buch y Rodríguez, como se ha visto, uno de los vecinos
de mayor luz, por eso lo encontramos como uno de los fundadores de la Diputación de la Real Sociedad
Económica de Amigos del País en Holguín, hecho importantísimo que se produjo el
23 de marzo de 1830, y en 1846 el doctor es elegido Alcalde Ordinario de la
jurisdicción.
Cementerio Municipal de Holguin |
Al año siguiente el médico, ayudado por el vecino José María Cubero,
construyó la cerca de mampostería del cementerio municipal. Este que parece de
poca trascendencia en verdad que la tenía si se tiene en cuenta que la anterior
era una frágil cerca de madera que al desbordarse el río la arrancaba y con su
furia arrastraba las aguas los restos de los difuntos enterrados en la tierra.
Para evitarlo el Dr. Buch, además de la cerca, construyó los nichos abovedados u osarios adosados a la
pared del cementerio que aún se conservan, y también fue él, con su dinero y
empeño el que construye la pequeña ermita del Santo Cristo de la Misericordia que
existe en el cementerio municipal y donde los dolientes encienden velas en
recordación de sus difuntos.
Leer además: Lo que queda de los muertos. (artículo + galería de fotos del cementerio municipal de Holguín)
Juan Buch y Rodríguez también ayudó a la construcción del primer
hospital holguinero, el San Juan de Dios, hoy hogar de ancianos que está en el
parque Martí. (El hospital fue inaugurado el 19 de marzo de 1849).
Por todo lo dicho ya merece el médico la recordación de los
holguineros, pero todavía hizo algo más, igual merecedor de gratitud: su casa,
que fue y sigue considerada la segunda en importancia arquitectónica del
Holguín colonial.
El doctor Buch y Rodríguez vivía en la calle San Isidoro, número 52,
entre Magdalena y San Pedro. Por la nomenclatura actual esa dirección queda en
calle Libertad, entre Luz Caballero y Martí, frente a la tienda El Encanto. (es
ese el lugar donde hoy radica la sede la UNEAC en Holguín).
Palacio Moyúa de Holguín, actualmente sede de la Asociación de Escritores y Artistas |
La casa es enorme y hermosa, aunque mientras allí vivía Juan Buch y
Rodríguez no era exactamente a lo que ahora conocemos, sino que entonces era de
una sola planta rectangular con una extensión superficial de mil 123 metros cuadrados.
En lo que se refiere a la fachada, es una de las más hermosas de Holguín, con
sus arcos romanos o de medio punto con una simetría perfecta y el patio
interior es amplio y magnifico.
La casa de Juan Buch, más tarde conocida como Casa Moyúa, fue fabricada
primero que La Periquera
y fue el ejemplar más evolucionado y más acabado de la vivienda alto burguesa de Holguín en su época.
Como es lógico, la casa de Juan Buch y Rodríguez era visitada por
médicos de la ciudad y de las zonas cercanas, y también todos los médicos que
llegaban a Holguín, pero, y porque al doctor le gustaba escribir romances, iban
a su casa muchos poetas. Seguro que en el hermoso patio interior eran comunes las
conversaciones sobre medicina y lecturas de poesía.
Entre los visitantes comunes estaban los doctores Joquín Bautista
Cañizares y Domingo Vázquez Garibaldi, este último, comandante sanitario
del ejército español y padre del luego
general mambí Pedro Vázquez Hidalgo, y entre los poetas: Joaquín Rosell y Fernando
Montes de Oca (este último amigo del Cucalambé).
Las primeras operaciones de catarata en Holguín fueron hechas en la
casa del doctor Buch y Rodríguez y allí nació, el 4 de abril de mil 861 quien
al paso del tiempo sería coronel del Ejército Libertador y jefe de la Caballería de la zona
occidental: Rodolfo de Zayas y Ochoa. (Este patriota era sobrino de María
Josefa Ochoa y de la Torre,
esposa del doctor Buch y Rodríguez).
No dejó descendencia el médico por lo que cuando falleció el 29 de
junio de mil 865, su casa y otros bienes pasaron a manos de su sobrina
Concepción Oberto Zaldívar, quien estaba casada con el español procedente de
Oñate, don Vicente Moyúa y Lengarán, quien llegó a ser Regidor y Alcalde de
esta ciudad.
Cuando la casa pasó a propiedad de los Moyúa fue valorada en la muy
importante cifra en la época de 7 415 pesos. (Tengan en cuenta que una casa en
buenas condiciones en la época valía aproximadamente unos 200 pesos)
Ahora en manos de sus nuevos dueños, la mansión fue magnificada, adornada
y pasó a ser escenario de grandes saraos de “repique gordo”, como entonces se
decía. El más sonado de ellos ocurrió el 25 de julio de 1866 con motivo del
bautizo de las mellizas Blanca Rosa y Adela Manuela Moyúa Oberto.
Cuentas las crónicas que esa fue fiesta de ambigú, besamanos, baile,
atuendo de tricornio y chaquetillas rameadas y las damas con encajes de agujas,
ganchillos y bolillas de manila. Pocos acontecimientos de más ringo rango hubo
en Holguín que aquel bautizo de las mellizas de los Moyúa.
Ya andarían las mellizas en los primeros cinco años de su edad cuando
viene a su casa y allí se hospeda el capitán Federico Capdevila, defensor de
los estudiantes de medicina a quienes el gobierno español fusiló. Hay dos
versiones acerca de la presencia de Capdevila en Holguín. Una, que fue el
propio gobierno español el que ordenó al capitán que viniera a Holguín a
prestar servicios en esta parte de la Isla. Dos: que Capdevila vino a Holguín
voluntariamente disponiendo de una
licencia otorgada por sus superiores. Se dice que en Holguín vivía una hermana
del capitán español.
¿Con una hermana en la jurisdicción de Holguín nunca antes de su
exilio habanero el capitán Capdevila vivió en Holguín?. Parece que sí. Hay un
documento que da cuenta de un hecho intrascendente: el traspaso de la propiedad
de tres vacas de un vecino de Yareyal a uno de Gibara, dicho papel está firmado
por el Juez Pedáneo de Yareyal, Federico Capdevila y tiene por fecha 12 de
octubre de 1869.
Es cierto que después de su actuación en la defensa de los estudiantes
de medicina, el capitán no podría vivir más en La Habana, por eso es de creer
que si ya había servido en Holguín lo más lógico que él mismo escogiera el
lugar para vivir. El tiempo que vivió aquí, no se sabe y sí que en 1887 ya estaba
viviendo en Santiago de Cuba.
Amistades muchas cultivó el capitán en la casona de los Moyúa, muchas
de ellas con inquietudes literarias, como Vidal Lastre Manduley, José Beamud
Massa, los hermanos Manduley del Río. En Holguín, en el año 1883, Federico
Capdevila fue elevado al titulo de venerable maestro de la Logia Simbólica “La Cruz número 75”.
Volviendo a la casona, todavía en 1910 aquella seguía en poder de los
Moyúa, y dicen que entonces eran célebres los conciertos de arpa que ofrecía la
dueña Estrella Grau Moyúa, nieta del viejo Moyúa, quien había fallecido en
Holguín el 25 de septiembre de 1896.
Por iniciativa de Oscar Albanés el 4 de abril de 1930 en la casona de
los Moyúa se inauguró la primera Exposición Agrícola, Comercial e Industrial de
Holguín, que también lo fue arqueológica porque en un amplio pabellón de la
sala central se mostró a la admiración de muchos el museo García-Feria. Esta
feria sirvió para reunir fondos con qué construir la escalinata de la Loma de la Cruz.
En ese mismo año comenzaron als giras internacionales de la dueña de
la casona, por lo que aquella comenzó a alquilarla para los más diversos fines.
Allí hubo un cine silente que era amenizado por la Orquesta Avilés,
luego una estación de policía, un bufete, una sastrería, un convento escuela, un
depósito de granos y un almacén, una fonda, un hotel. Y a partir de mil 945: la
tiendas de ropa “La Victoria”.
Con la instauración de esa tienda la casona perdió el nombre de casa Moyúa y
por muchos años fue conocida como La Victoria.
Al triunfo de la revolución en la casona de Juan Buch y Rodríguez
radicó una empresa constructora. Hoy es sede de la Unión de Escritores y Artistas.
En cuanto al primer dentista que llegó a Holguín, dice el acta del
Cabildo de 30 de junio de 1758, donde se le autoriza a ejercer, que se llamó
aquel don Andrés de Hara. Obviamente, como era entonces, de Hara además de
atender las piezas dentales también era barbero, peluqueros e, incluso,
colocador de sanguijuelas.
El dentista acostumbraba a emborrachar a sus pacientes con aguardiente
y extractos de hierbas y raíces antes de proceder a las extracciones dentales y
en eso seguro que no se diferenciaba de los otros médicos de otras comarcas. La
borrachera no era para evitar el dolor, sino para que sus “víctimas” se
atontasen y no trataran de hacer resistencia cuando él halara la muela. Una
resistencia podía costarle al paciente la fractura de mandíbula por ejemplo.
Esto anterior en lo que se refiere a su oficio de dentista, y
seguidamente en lo que se refiere a su oficio de barbero: De Hara tenía dos tarifas. Una, las más barata
consistía en rasurar la barba a pleno sol y sentado en cualquier taburete o
quicio. La otra, que era un poco más cara, consistía en rasurar la barba a la
sombra. En tiempo de lluvia o de poco sol el barbero no atendía su clientela.
Andrés de Hara ejerció sus oficios de dentista, barbero y peluquero
durante muchos años en Holguín.
En cuanto a boticarios solo tuvimos uno de verdad en 1803, antes sí hubo gente en Holguín que hacía y
vendía menjurges, pero un boticario graduado en la materia, no hubo hasta la
llegada de don Nazario de Carvajal. Porque el boticario solo media cinco pies
de estatura se ganó el apodo del pequeño Carvajal.
El Pequeño Carvajal se casó en Holguín y aquí todavía estaba cuando
murió en 1811. Su viuda y sus hijos siguieron el negocio durante las primeras
décadas de aquel siglo y lo hicieron, dicen, que con notable éxito.