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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

14 de febrero de 2010

Paco Mir: La poesía y los días

Francisco (Paco) Mir Mulet. Banes, Oriente 1953- Isla de la Juventud 1998.

Fue instructor de Literatura, asesor Literario del grupo Teatro Guiñol de la Isla de la Juventud. Presidió la Comisión Permanente de Estudios Martianos.
Obtuvo mención en el género poesía en los concursos David (1976,1979) y el 13 de marzo (1978).

Es autor de los libros.
Proyecto de olvido y esperanza (1981)
Las hojas clínicas (1985)
Pianista en el restauran (1990)
Sinfonía fantástica (1993)
La antología Teatro de los días (1998)
Un pájaro verde y solo (1999)


Libros inéditos
El olvido es un rezago burgués
Animalitos, me aman en sus labios
La resolución de Juaquinito


Banes
Eres la voz acuciante de Francisco Mir gritando:
"¡ No quiero las flores negras !".
René Dayre Abella Hernández





Por Julio Pino Miyar

Este es el ensayo que debí escribir en vida de Francisco Mir, el que él sin dudas debió haber leído, comentado y tal vez disfrutado. Hoy me acompaña la superstición de pensar que los amigos muertos devienen en fantasmas tutelares; en duendes que habitan el lado oscuro y silencioso de las alcobas, que releen por encima de nuestros hombros las escrituras gastando irreverentes la tinta de las plumas.

Cuando me visita una ausencia como esta prefiero sumergirme en la meditación de lo que acaso fue su escritura: la transcripción continua, aunque breve, que hiciera de sus cuitas una sensibilidad asediada; un cuerpo maltratado desde su juventud por la enfermedad y las prolongadas estancias en los hospitales.

Hoy no me cabe dudar sobre la pulsión eminentemente lírica que preestableció los mejores aciertos del poeta que sin dudas fue Francisco Mir. Ensoñaciones diurnas en las que él era próvido, sobre las que construyó al unísono lenguaje y fábula; árbol y pájaro metafóricos; entorno cotidiano, mañanero, de una sensibilidad como la suya eminentemente campesina; la anecdótica reminiscencia familiar nacida en medio de los acordes, a ratos impulsivos, de una perenne y levantisca vocación de poetizar.

Mir era un poeta preocupado por la luz, obsesionado por la idea de una próxima muerte, puesto a sufrir por las limitaciones que progresivamente la enfermedad imponía a su cuerpo. Desde ese ejercicio trino: enfermedad, muerte y luz, esparció su vocación lírica, esperando ingenuamente que la realidad se le develara como se devela el significado de las cosas que duermen en espera que el poeta desate sobre ellas su expresión más vital, su invitación a nupcias.

La luz para Mir no fungía, como se infiere en la doctrina estética del griego Platón, como el vehículo que permite configurar cognoscitivamente al objeto poetizado para entenderlo en su plástica unicidad. La luz, devenía en cambio, para nuestro poeta, en pura focalización escénica, bajo la cual lograba la exteriorización dramática de su discurso poemático. Luz que cobraba en él un efecto teatralizador sobre el que debía ejecutar la pieza de su vida; de su enfermedad y de su muerte. Siendo, por tanto, su propia vida la esencia imperiosamente buscada, verbal y angustiosamente trasmitida. Recuerdo en Mir, aunque esto pueda suponer para el lector una simple e infundada digresión, que su rostro sanguíneo, su piel lechosa, tenía una forma muy especial de reflejar la luz. Pero, sobre todo, y era eso lo más desconcertante para mí: Francisco Mir temía a la luz. La temía porque afectaba su frágil retina, su piel sensitiva y descubría su propia naturaleza sometida a los hábitos de silencio más dolorosos, que nos remitía a una configuración poemática lograda siempre a medias, acaso inmerecida; sensualmente susurrante, tartamudeante. No es casual que Francisco admirara al poeta francés de las Iluminaciones, Arthur Rimbaud, como a ningún otro poeta. Y como él, en la brevedad de sus versos, padecía de esa “mudez que habla”, que germina desde lo profundo del alto ventisquero de paredes de canto en el que habitan, sumergidos en el fango, el sufrimiento y la vida.


Hay un poema de Mir que tiene la extraña virtud de hacerme volver sobre él en determinados períodos de mi existencia. Es entre todos uno de los que más prefiero, no sólo porque sea uno de los más bellos, sino por ser además el que nos cuenta de sus particulares nupcias con la poesía, mientras escenifica, por centésima vez, su despedida sobre un retablo previamente iluminado:





“Cuando yo muera
—perdona que no dé fechas como hacen los maestros—
tu rostro no se apartará del mío.

(…) Cuando yo muera
perdona que por primera vez no te acompañe:
estaré muy lejos mirándote detenida –siempre mirándote detenida—

Cuando yo muera
han de ser azules mis vestiduras
el color que escogimos de las aguas y los cielos.

Cuando yo muera, tu rostro no se apartará del mío”.


El poeta nació en el extremo oriente de la isla de Cuba, en el pueblito de Banes, en su primera juventud emigró con su familia a la Isla de la Juventud, canjeando un entorno típicamente campesino por otro más proletario, un poco menos rural y vivió alternativamente en La Habana…

Cito estas referencias porque creo que hay una historicidad de la poesía. Un fundamento sociohistórico del quehacer literario y la personalidad psicológica de los poetas. Francisco Mir fue, de algún modo, parte de esa generación campesina que fuera trasladada del campo a la ciudad, separado tempranamente de su familia y de su entorno rural para ir a nutrir las filas del proyecto socioeconómico de la nación. No es casual que haya sido integrante de esa generación de escritores que convirtieron el paisaje campesino en sustancia metafórica de sus creaciones literarias, al tener que revivir la infancia y la adolescencia desde la nostalgia por el paisaje perdido; hijo privilegiado de la reminiscencia, del culto que el pensamiento originario realiza, desde siempre, sobre la expresión lírica y el entorno bucólico.

En Cuba lo que de cierta forma conserva los retazos de una composición bucólica, es el núcleo sobreviviente de la familia económicamente aparcera, que se reparte desde el amanecer sus labores, el cuidado de los animales y divide el tiempo anual en la roturación de la tierra, la siembra y la cosecha. Recuerdo nítidamente que en la primera conversación que tuve con Mir me citó varias veces a Serguei Esenin, el poeta soviético de la tierra. A estas alturas me parece lógico que la reacción lírica, que habitó nuestros predios nacionales de los años 70’ del pasado siglo, frente a la llamada poesía conversacional, fuera sustentada por poetas de origen u orientación campesina. Poesía que tiene para mí su mejor fundamento en la tradición romántica nacional y en la literatura bucólica universal.

No creo que tampoco sea casual que el paradigma cultural del amor biológico sea Dafnis y Cloe, el gran texto pastoril de la Grecia antigua. Dafnis y Cloe son dos adolescentes que se aman, porque sobre ellos late el silente despertar de la necesidad sexual, de la pura pulsión física, que tiene su natural concomitancia con la llegada de la estación de la cópula entre los animales y el crecimiento vegetativo que llena el aire primaveral de esporas. Ese es, sin dudas, el contexto privilegiado del poeta, del creador de origen campesino. Novelas como El rey en el jardín de Senel Paz y Celestino antes del alba de Reinaldo Arenas, se convierten de hecho en obligados referentes del nacimiento simultáneo, en el adolescente del campo, de la sexualidad y la poesía. En mi opinión ambos son textos de aprendizaje como lo son Damian de Hermann Hesse y Retrato del artista adolescente de James Joyce. Novelas cubanas que narran alegóricamente las razones internas del proceso de creación y establecen un paralelo entre la germinación, la flor, la espora y el hombre; el poeta y la sexualidad humana indiferenciada. Obviamente son textos que carecen del fundamento teológico-cultural de las obras europeas antes citadas, porque su nacimiento es ajeno a una tradición occidental que hizo del pecado original, el pilar de la cosmovisión filosófica y literaria. Francisco Mir pudo haber sido el poeta de esa generación situada antes del pecado original. No lo fue. Él, como otros importantes creadores de su generación, se nutrió de las fuentes paradisíacas de la campiña cubana, dejándonos, a partir de eso, un testimonio fragmentario. Sin embargo, sería bueno releer su primer poemario que juzgo su mejor escritura. Quisiera invitar al lector a que medite sobre esta prosa poética que conforma a “Proyecto de olvido y esperanza”:

“Laguna no sabe que los caracoles duermen en la orilla por su vestido ligero (…) Laguna escoge las horas en que los patos salvajes se echan a volar y los perros calman su sed con minúsculas señales de agua, en un vuelo desprendido de sus faldas. Laguna y los peces que, en un único beso, hacen amanecer burbujas doradas en la manigua: guayacanes, biajacas, madres de agua. Laguna y yo nos amamos desde antaño (…) del detalle escondo la herida, padrenuestros y campanillas estallaban a las seis de la mañana, el niño Jesús por un pan se fajaba conmigo, harina, migajas, piedras en las manos y semana santa. Laguna entiende mi tristeza, sus sirenas estrellan la noche, les entrego el laúd que dio origen a la familia: tatarabuelo mambí (…) Laguna empieza en mi pecho, sigue la sabana hasta el nacimiento de la luz en los líquidos y desnuda, a lo lejos, el corazón de la sierra”.


Creo que estamos en presencia de una inusual teogonía campesina. Un texto integrador de los más variados accidentes que constituyen el paisaje cubano. Un paisaje que, en su expresión, quiere cifrarlo todo, reflejado sobre la superficie pulida de la pequeña laguna serrana; seres que la habitan en lo profundo, credos y ave marías; familia y antepasados; laúd francés. Este poemario de Mir, me atrevo a afirmarlo, trae consigo mucho del imaginero medieval, del bestiario creado por los poetas ingenuos, que hace las veces, bajo el horizonte ilimitado de nuestras serranías, duplicado en el reflejo verborante de la laguna y sus patos que vuelan hacia el cielo; de catauro compilador. Tiene a favor suyo la expresión matutina de una gran poesía en gestación que desata, desde su centro, los remolinos oscuros del estuario. No sé cómo la habría catalogado un poeta e investigador como Samuel Feijóo experto en catálogos imposibles y en franquezas campesinas. Feijóo fue nuestro gran poeta naïf. Mientras que Francisco se adelantó a explorar un camino, que de continuarse bien hubiera podido nutrirse de las más copiosas floraciones naturales; la libido del bosque tropical llevada y traída por las abejas entre la muchedumbre de árboles en flor. No sé tampoco si estaríamos entonces frente a una nueva surrealidad tropical que la expresión lírica ha reencontrado en los accidentes propios de la sabana.

Hoy tengo el convencimiento de que Mir intentó con sus visiones y su talento afiebrado, regalarnos un plano poético general, constituido por las relaciones realistas más diversas, que pasa, sin solución de continuidad, de esencialmente descriptivo a expresamente connotativo, metafórico, alegórico. Entregándonos de paso una propuesta de sobrerrealidad que rebasa con creces la mirada visual para incorporar, como parte estrechamente vinculada al paisaje, la sensualidad de su visión, la memoria afectiva y también secular de su existencia. Y del mismo modo que la laguna serrana deviene, en el poema citado, en el epicentro de una cosmovisión que se vuelve sorprendentemente integradora, paridora de mayores e inesperadas relaciones, el poeta, en su expresión, nos muestra con su lenguaje el lado más luminoso de la sensibilidad y la experiencia personal.

Pero la gran controversia que labró la dicotomía cultural por la que anduvieron importantes poetas de la civilización de Occidente, no visita siempre necesariamente los predios de nuestra poesía nacional. Es decir, en Cuba no existe de manera obligada una historicidad cultural que se desarrolle bajo el signo de la contradicción entre lo pagano y lo cristiano; entre una inteligencia puramente sensual de la naturaleza y la naturaleza de una revelación poética eminentemente conceptual, ideal. No es común, por ejemplo, entre nuestros poetas, el repudio ético como respuesta a la energía natural que nos impregna en la campiña de deseos y tentaciones, que es la forma esencial de manifestarse entre nosotros la naturaleza y la propia sensibilidad.

Uno de nuestros más grandes poetas del siglo XIX, José Martí, entendió la religión como una forma pura de sensibilidad. A despecho de la gran tradición romántica que trae en su haber una separación abisal entre las sensaciones, la idea, el concepto, la razón y la realidad sensible. No es que quiera decir con esto que sobre nuestra Isla gravite un paganismo fundamental, que impida la intelección moral que quiera catalogar de mórbido cualquier modo de existencia estrictamente natural del poeta y su poesía. Lo que quiero decir, es que en la campiña cubana las imágenes del deseo se vuelven puras, aun aquellas que fueran originalmente estigmatizadas, condenadas por una secular moralidad imperativa. Y al señalar estas cosas pongo de ejemplo lo que fue o lo que pudo ser la poesía de Francisco Mir. Obviamente, lo mórbido sí nos visita, aunque es más propio del paisaje citadino, del encuentro de la conciencia poética con otras formas de expresión cultural más cosmopolitas y quizás, por eso, menos originarias.

Mir quiso hacer del tema del sufrimiento la fuente de legitimidad de su existencia y el núcleo generador de toda su poesía. Las hojas clínicas, su segundo poemario, está construido de modo intencional sobre esa razón. Mas, las relaciones entre el arte y la vida no están del todo claras, un hilo muy fino pero firme separa a la realidad de la creación; a la experiencia íntima del poeta de lo objetivamente dado. Encontrar en la vida el preciado fundamento de lo que se siente y se escribe, sería como encontrar la clave de sol de la existencia y la poesía. La legitimidad ansiada, perseguida, añorada, justamente allí donde lo que pensamos de nosotros, o escribimos, es lo que somos como un acto tenazmente volitivo de nuestra conciencia, sólo pudiera ser realidad para el poeta dotado de la más alta misión…

En mi opinión, Mir se percató de que el poeta podía, como parte del proyecto de su imaginación, reorganizar el paisaje cubano y anudar un nuevo sistema de referencias entre su experiencia personal y la realidad misma, alterando para eso las usuales perspectivas, el orden de importancia y significado de los accidentes de la geografía. Muchas veces la poesía ha operado así, como gnoseología. De esta manera José María Heredia fue, en la poesía cubana del siglo XIX, el gran descubridor del mar. Martí opuso, por su parte, la sagrada brevedad del “arroyo manso”, como sitio de recogimiento espiritual y de máxima intimidad del espíritu universal, ante la amorfa infinitud indiferenciada del océano que nos rodea y nos limita. Mir en Las hojas clínicas, confinado en su cama de enfermo, percibe su enfermedad como un retiro involuntario de la naturaleza. Los gorriones que vuelan por los amplios espacios del blanco pabellón aparecen, ante sus ojos perennemente asombrados, como una visitación del númen poético que aletea sus alas frente a él.

Dejé de ver a Mir a mediados de 1986, meses después yo partiría al extranjero. En el año 2000 me enteré que hacía sólo unos meses había muerto. Rememorando nuestro último encuentro, el poeta pernoctó en una de las habitaciones disponibles en el departamento que entonces yo tenía en la calle de San Juan Bautista, aledaño a un pequeño, abandonado y derruido cementerio. Francisco se mostró profundamente impresionable, le afectaba la soledad del lugar y no quiso hacerse eco de mis bromas sobre posibles fantasmas y aparecidos… Hoy para mí, evocar estos hechos es como extraer del baúl de los recuerdos a una persona muy especial que dejó marcada huella entre mis afectos. No creo que sea tan importante valorar hasta qué punto Mir encarnó o no con su dolor personal la más verdadera legitimidad que pide encarnar la poesía; porque hay algo en el juicio moral, el moralista sólo atento a nuestros grandes descuidos existenciales, que hiede a fontana abandonada. Una de esas noches transcurridas el poeta nos leyó a un grupo de amigos la versión completa, original y manuscrita, de su poemario Pianista en el restaurant. Fue una excelente velada. Al terminar Francisco estaba exhausto, se había pasado toda la tarde arreglando mi departamento ante la inminente visita, mientras yo le miraba escéptico y sin moverme un ápice.

Un libro, un poema no es en esencia más que unas hojas de papel que contienen un mensaje, quizá una alegórica explicación. Se vuelve extraordinariamente complicado exponer esto en su completa literalidad ante quienes nos leen, pero es así. Porque la literatura en primera instancia (no en la última) no es más que una escritura.

Mir estuvo siempre muy preocupado por el destino de su poesía, así lo demostró, una vez más, aquella noche. La enfermedad padecida tiende a que apreciemos mejor la finitud de la vida y es muy difícil entonces apartarnos de su dimensión dramática. Es algo que el común de los mortales, atareados por el vivir cotidiano, no pueden, o no quieren entender. En el fondo porque les asusta demasiado. Hay, por supuesto, un amaneramiento conformista y pequeño burgués en todo eso que solamente el artista puede hacer denotar, buscando otras formas de reglamentación de la existencia, otra tabla de valores vividos siempre en el límite. No es nada fácil, debo recalcar, llegar a tener en el medio de la vida esta certeza.

Muy pocas cosas son perdurables. De la enfermedad que deviene en parte constituyente de lo que somos, deviene además un modo de expresar lo que somos para intentar explicarnos. Francisco Mir, sumergido en el polvo de sus días, hizo de su escritura una pasión. Creo que es lo más esencial que sobre él puedo decir. En vida de él disfruté como pude y cuanto pude de su amistad y hoy casi no me conmuevo al decir esto. No sé si será el peso de los años lo que nos hace ser mucho menos dramáticos. Aunque al término de los días nos quede, de un modo sobrio o meramente especulativo, la energía tajante de estos versos de Mir:

“A quién le tocara mañana envolverse de blanco,
atados la cabeza y los pies.
A quién le tocara mañana
dejar la palabra en las gavetas de un archivo
y tomar camino definitivo a la tierra.”

Necesito seguir creyendo con él que ese camino definitivo, al que alude como final de su periplo vital, corresponde más a una constante de su espíritu, que al anonadamiento fundamental que el poema, a todas luces, parece sugerir. Y es que la última línea se desliza inesperadamente hacia una distinta acepción enmarcada dentro de la orbita total de su poesía. La de un insobornable regreso al origen para retomar allí, sin preámbulos, las imágenes de siempre; aquellas que nunca debieron de haber partido. Las imágenes que narran, entre nosotros, el convite a la tierra, las últimas nupcias del poeta visceral, inserto definitivamente en el paisaje: la laguna, la yagruma, la tojosa, la campiña estelar…

Acercamiento a la historia literara de Banes

Por Lic. Ana Gloria González Ochoa

“…pero encuentro que Banes es un pueblo con vocación de poesía”.
                                                                             Gastón Baquero



Cuando hablamos de la historia literaria de Banes es imprescindible volver sobre el origen y desarrollo que desde 1887 fue configurando a Banes como un pueblo. Para ese entonces los hacendados Dumois, de descendencia francesa, eran los dueños de las tierras donde estaba asentado el pueblo a la vez que tenían en este territorio del país una rica plantación bananera y frutera, que después serviría de premisa a la posterior expansión del capital norteamericano en esta región a través de la United Fruit Company. Como señala Ariel James “Desde 1887, la región de Banes estuvo vinculada de un modo más sólido y directo al mercado de los Estados Unidos que al resto de la isla.”

Nótese que en 1896 la ciudad de Banes fue quemada por el general Mariano Torres, bajo las órdenes del Generalísimo Máximo Gómez, porque a pesar que en Banes la burguesía u oligarquía de plantadores colaboraban con la gesta mambisa del 95, ello le restaba brazos a la lucha, y todos veían a la ciudad como un lugar próspero.

Después de este incidente histórico el pueblo vuelve a resurgir sobre sus ruinas. Al finalizar la guerra hispano-cubano-norteamericana en 1898, los Dumois regresan a Banes como co-propietarios de la United Fruit Company; pero progresivamente fueron perdiendo sus acciones, hasta que sus tierras, junto a la de otros hacendados, pasaron a manos de la compañía americana.

En la primera década del siglo XX ya la United Fruit Company era la dueña absoluta de esta parte del territorio, como flagelo de la penetración imperialista. La expansión de los dominios de la compañía, la construcción del central azucarero Boston, la explotación máxima del puerto de Banes, lo convierten en una especie de puente de comunicación entre los Estados Unidos y Cuba; lo que propició en el pueblo un desarrollo cultural y económico diferente al resto del país, no divorciado con los regímenes de explotación de los gobiernos de turno en la neocolonia hasta la implantación de las dictaduras.

Banes se funda como municipio el 17 de enero de 1910, y acto seguido y de forma vertiginosa fue asumiendo su propia autonomía. Como señalamos anteriormente, la existencia de la United Fruit Company, así como la asimilación en nuestra economía de fuerza obrera asalariada, y las condiciones de explotación máxima del puerto de Banes, generó un desarrollo cultural y proporcionó la mezcla de las diferentes culturas. La creación de las sociedades de Instrucción y Recreo durante el primer cuarto del siglo XX que “se destacaron por su carácter clasista y segregatorio, dirigidos a la recreación, promoción cultural y deportes entre sus miembros.”2

Las más representativas de la localidad fueron: el club Flor Crombet (1903), el Club Banes (1916), La Colonia Española (1911), Jamaica Club (1924) y el American Club, que fue constituido a inicios de la década del 20.

También es meritorio resaltar la proliferación de sociedades y clubes de corte cultural y didáctico como El Pequeño Ciudadano (1911), el Club Minerva (1925) y la Sociedad Proarte para mediados del período de los 50.

Las logias Los Oddfellows -unidos e independientes-, Los Hermanos de Oriente y Los Girondinos, tuvieron una participación en la historia literaria del municipio, pues dentro de sus secciones muchos autores banenses leían sus poemas.

Los clubes Rotario y Leones despuntaron, a su vez, como representativos en la cultura. Especialmente el Rotario dio origen a la primera biblioteca pública de la localidad: Rafael María de Mendive (1937). Para su creación se hizo un llamado con los socios del club, los que donaron libros unido a las compras realizadas por el gobierno; así se formó una colección que llegó a contar con más de 500 ejemplares.

Una de las iniciativas de este club para la nueva biblioteca, fue organizar conciertos durante julio de 1939 en los municipios de Banes, Antilla y Mayarí con jóvenes valores con el fin de recaudar fondos para incrementar los mismos. Los escritores de la localidad donaron sus libros a esta biblioteca y también se incorporaron las publicaciones periódicas de la época de la que hablaremos más adelante.

Para la década del 40 la Biblioteca Rafael María de Mendive se cierra, y se crea la Carmela Zaldívar - en homenaje a la madre de Fulgencio Batista- en el parque de La Güira (hoy Mariana Grajales), además de la donación recibida por el gobierno, se le unió la antigua colección; de parte de estos fondos se nutre la actual Biblioteca “Carlos Fernández”, fundada en 1964.

Desde 1894 teníamos nuestra primera publicación periódica “La Carta”. Es a partir de 1907 cuando se suceden una serie de publicaciones que al consultar el texto inédito de la hija ilustre de la ciudad Asunción Cuesta “La Historia del periodismo en Banes”, advertimos más de 53 publicaciones hasta 1959.

En su mayoría estas publicaciones tenían una vida efímera; pero pasaban de propietario a propietario las imprentas y no cambiaban de nombre los periódicos, es decir, El Demócrata se publicó en 1907, en el 23 y en el 33. El desarrollo de las imprentas y las publicaciones periódicas propició en los banenses una especie de inmediatez gráfica de la realidad a partir de intereses privados y respondiendo a la filiación partidista de los editores, sean miembros del partido liberal, conservador o socialista.



Se editaron diversos periódicos, de corte social: La voz de Banes, El Eco de mi escuela, humorísticos: Ají Guaguao y políticos: Patria y El grito del Pueblo, entre otros. Especialmente dedicado a la vida literaria está el periódico Portada (1950), del cual no conservamos ejemplares y El pueblo (1915-1958) dirigido por Fernando Rojas, de salida diaria y con una sección fija dedicada a la promoción literaria. Este periódico forma parte de los fondos de nuestra Biblioteca Municipal

Al consultar algunos ejemplares de este diario a través de las diferentes épocas, advertimos que en la sección literaria, aparecen textos de autores firmados por un seudónimo, que presumiblemente eran creadores locales que no mostraban su identidad, por lo general la poesía era de corte romántico y con alabanza a algún personaje no explícito de la clase social media.

Por otra parte se relacionan las obras de autores conocidos de la ciudad como Luís Augusto Méndez, Isabel Alavedra Martorell, Hilda Cancio, Emilio Argota, entre otros. También se publican textos de varios creadores de la región oriental como: León de León (Mayarí), Marilola X (Holguín), Manuel Navarro Luna (Manzanillo), etc., y a poetas de renombre nacional e internacional como: José Martí, Dulce María Loynaz, Nicolás Guillén, Amado Nervo, Gabriela Mistral, Alfonsina Estorni, como parte de una extensa relación.

El criterio de selección de los poetas estaba en mantener un público que gustara del género, y donde se alternara la variedad creadora, con la sensibilidad literaria del editor, que trataba de complacer a sus lectores y, a su vez, hacía labor promocional.

En este proceso de difusión literaria es importante destacar la labor independiente y autopromocional de nuestros escritores antes de 1959, quienes por esfuerzos propios en su mayoría, lograron publicar varios libros; pero sólo haremos significar los relacionados con la poesía.

Luís Augusto Méndez.
Del vergel Interior. Manzanillo. 1921
Trémulos Pétalos. La Habana. Editorial Hermes.1926

Emilio Argota.
Plumazos. Editorial El Arte. Manzanillo. 1940.

Dora Varona Gil.
Rendija al alma. La Habana. 1952(quien por este libro obtuvo una beca en Madrid para estudios literarios )

Oscar Silva Muñoz nació en Venezuela, 1886. Se estableció en Mayarí en 1912 y luego en Banes donde desarrolló una intensa labor creativa. Publicó los libros.
Intermitencia. (Banes, 1924)
Perlas Orientales. (Banes, 1928)
Arpas y Clarines. (Camagüey, 1951) con prólogo de Luís Pichardo Loret de Mola. Samuel Feijoo incluyó la décima titulada “Como Atalaya” en libro La décima Culta en Cuba.)La Habana, 1963. Además recibió el Primer Premio en el Concurso de Décimas del Diario de Cuba, el 10 de octubre de 1921.

Tony Isla Pavón es una poetisa muy interesante de cual aparecen informaciones, y publicaciones de parte de su obra literaria en el periódico El Pueblo, tuvo una prolifera producción, por las referencias que tenemos a través de las publicaciones de época. Nace en la Banes por la década del 20, tiene publicados los libros: Frente al Silencio (1938) y Poemas Íntimos, ambos editados en la Habana. Tuvo una participación activa en la vida social de su época la cual refleja también, en su condición de periodista.

José Miguel Proenza (Gibara, 1903 – Atlanta, 1988) a partir del 1939 reside en Banes un período bastante amplio, donde alcanza su madurez creativa. Publica en esta etapa el libro: Reflejo (Manzanillo, 1940) poemas suyos se encuentran en el periódico EL Pueblo.

Dedicadas a la labor promocional-literaria en la localidad surgieron algunas revistas como Portada (1953-1955), dirigida por Rolando Gómez de Cárdenas, donde el poeta Luís Augusto Méndez realizó una labor intensa como promotor, dando a conocer las obras de los creadores, incursionando en la crítica y vincula esta manifestación con las artes plásticas.

De forma sucinta hemos abordado algunos elementos históricos y culturales que incidieron en nuestra tradición literaria y favorecieron la promoción y divulgación de la poesía como acto creativo a través de las publicaciones periódicas, y la labor autopromocional de los poetas en este período.

El triunfo de la Revolución en 1959 trajo consigo un cambio social y estético: la nacionalización de los medios privados a manos del estado, la gigante Campaña de Alfabetización (1961) y la creación de diversas instituciones culturales como: El Instituto Cubano del Libro y la Literatura (1962), Casa de las Américas (1959), La UNEAC (1961), La Brigada Hermanos Saíz (1973) -hoy asociación- unido a la red nacional de bibliotecas públicas en esta década del 70 y a todo el sistema educacional del país; no sólo propició elevar el nivel cultural y educacional del pueblo, sino que contribuyó a una formación integral en las nuevas generaciones, donde el rescate y revitalización de las tradiciones constituyen un elemento vital e integrador de la cultura y la creación artístico-literaria.

La literatura como manifestación cultural en la localidad ocupó, para estos primeros años, un lugar destacado teniendo en cuenta nuestra rica tradición cultural. La mayoría de los autores se comprometen con el proceso social, defendiendo la nueva concepción estética a partir de sus estilos creativos.

Es importante destacar los libros de poesía que se publicaron en este período donde un autor conocido como Luís Augusto Méndez irrumpe con su libro de poesía en defensa a la Playa de Guardalavaca. A continuación relacionamos autores y libros:

Luís Augusto Méndez. Guardalavaca. Playa Incomparable. Banes. Oriente.1960.
Otto Maletá Medina. Intento al verso. Banes. Oriente 1962.
El Ramo Indemne. ! 961.
Mario Peña Sánchez. Hojas muertas. Nueva York. 1960. (Aunque no se edita en el país ni en la localidad, forma parte de la comunidad literaria).

Como publicación periódica contábamos con el diario Antorcha (1965-1977), donde tenía un espacio la literatura del municipio. La década del 70 constituye un momento muy importante para la creación literaria y artística. Surgen las Casas de la Cultura donde se le dedica especial atención al movimiento literario, se funda la Columna Juvenil de Escritores y Artistas de Oriente (1968) y se crea la Brigada Hermanos Saíz (1973). Esta generación de jóvenes creadores está muy comprometida con el proceso revolucionario del cual son protagonistas, figuras de la localidad como Mario Nieves y Francisco Mir, entre otros, fieles exponentes de lo expresado.

El Taller Literario “Roque Dalton” del municipio de Banes se constituye en 1975, a partir de ese momento se fusionan las diferentes generaciones cronológicas con sus estilos y formas de decir. Es el taller un medio de promoción, de confrontación creativa, a partir del estudio de las obras de los clásicos, de corrientes estéticas y de un reconocimiento a nuestros valores locales y nacionales porque sus miembros ganan en preparación e información. En esta confluyen autores como: Félix Pupo Consuegra, Ebert Baudín, Fernando Beramendi (uruguayo), Juan Ramón Herrera, Remigio Ricardo, Francisco Mir, Mario Nieves, etc.

Después de la década de los 80, cuando el grupo fundador en su mayoría ha emigrado, se incorporan nuevos miembros con igual distanciamiento cronológico como: Alberto Figueiras, Orfa Esther Guzmán, Martha Vizcaíno, Antonio Lorenzo Pino, Eliades Fuentes Marino, a los que sucesivamente se le fueron uniendo otras voces, que se mantienen en la actualidad como parte del grupo, entre los que podemos mencionar a Teresa Zaldívar, Claudio Concepción y Youre Merino.

El Taller Literario también generó diversas actividades y concursos en función de la promoción y creación literaria como: tertulias, recitales, presentaciones de libros, intercambio cultural con otros municipios de la provincia, y los encuentros debates, se convirtió en un movimiento destacado en el territorio.

La creación del concurso “Juan Marinello” a finales de la década de los 80, primero de carácter municipal, y en la actualidad territorial, propició la estimulación y reconocimiento de los poetas dentro del movimiento de aficionados a la manifestación literaria. También contribuyó al intercambio cultural con escritores con una obra consolidada como: Rogelio Rodríguez Coronel, Delfín Prats, Lourdes González, Francisco Mir, entre otros.

Desde el punto de vista editorial las publicaciones en el municipio tuvieron una expresión artesanal. Se realizaron diversos boletines como: “Despegue” (1975), “Con los ojos abiertos a la hora” (1975), “Areíto” (1981-1986), y la revista literaria “Otros Lugares” (1986 -1990). También se armaron algunos plegables en mimeógrafos a miembros del taller como: Félix Pupo Consuegra, Eliades Fuentes Mariño y Juan Ramón Herrera. Otros poetas publicaron de forma esporádica en suplementos culturales como Perfil, de Santiago de Cuba y Ámbito, en Holguín.

De forma particular debemos destacar los resultados literarios del poeta banense Francisco Mir (1953-1998) por la incidencia que tiene dentro del grupo de escritores. Desde finales de los 70, cuando ya no residía en Banes, se fue insertando en la voz poética del país. Obtuvo menciones en los concursos: David (1976-1979) y el 13 de Marzo (1978). Publicó los siguientes libros: Proyecto de Olvido y Esperanza (1981), Hojas Clínicas (1985), Pianista en el Restaurant (1990), Sinfonía Fantástica (1993). Teatro de los días (1998) y Un Pájaro verde y solo (1999). Además se encuentra incluido en el inventario de la Lengua Española (1951-2000).

Transcurrido treinta años de silencio editorial en autores de la localidad, aparece el libro de Antología Mínima. Ediciones Holguín El Cetro y la palabra (1990) de Libnis Roberto Díaz.

Resulta complejo hablar de la Literatura a inicio de los 90. La desaparición del campo socialista influyó en el desarrollo del país, que trajo aparejado la escasez de recursos como el papel, el receso de revistas y publicaciones literarias, las editoriales se cargaron de originales pues sólo podían ir publicando algunos ejemplares.

Se reducen los eventos y las convocatorias para concursos, no obstante, siguen funcionado el movimiento de aficionados de las Casas de la Culturas. En el municipio el Taller Literario, continúa siendo la casa de los poetas, ahora sin medios para sus trabajos y condenados al silencio de la localidad y la isla.

Después del 1993 comienza una cierta recuperación en el país. Gracias a la ayuda solidaria de muchos amigos van reapareciendo muchas publicaciones especializadas en temas literarios: La Gaceta, Unión, Revolución y Cultura, etc., matizadas por una renovación en el diseño y la estructura. Surgen colecciones como: La Rueda Dentada, Los Pinos Nuevos y continúan y surgen concursos y eventos.

La Asociación Hermanos Saíz asume un papel de vanguardia en todo el país, especialmente en la provincia Holguín tiene una labor connotada en la promoción y divulgación de los nuevos valores. La realización de eventos como Las Romerías de Mayo, la creación de espacios para el debate y la reflexión, el periódico La Luz, Las ediciones del propio nombre para promover el talento joven, unido a la visión integradora de sus miembros desde los municipios y hasta la provincia la hicieron merecedora de un trabajo destacado.

En la localidad, a través de la AHS, se promueve una nueva generación de poetas. En 1996, se le otorga el premio “Nuevas Voces” de la poesía holguinera por esta organización a: Ana Gloria González Ochoa y en el 1997 a Alberto Figueiras. Se publica en 1996 por ediciones la luz el plegable “De oquedades y juicios” de Ana Gloria González, así como textos suyos aparecen en la antología poética Del otro lado de la pared del sueño (1996) se publican los plegables Rostro de Piscis de Martha Vizcaíno y en la localidad Olvidados maitines del joven monje de Youre Merino(1995).

A finales de los 90 se realizó en la ciudad una amplia labor promocional de las obras de los creadores, publicándose varios plegables por esfuerzo propio, entre los que se destacan: Con la furia de amor hecha lirismo, de Félix Pupo, Diente de Cristal de Claudio Concepción, y Mi Banes Querido de Juan Ramón Herrera.

El año 2000 significó un renacer en la cultura nacional. Por interés especial de nuestro máximo líder Fidel Castro, se producen cambios sustanciales a favor de la cultura. La introducción de nuevos conceptos y tecnologías en todo el país le ha dado un nuevo lugar a la creación artística y literaria. La creación de los Consejos Editoriales Provinciales y Municipales, adjunto con un sistema computarizado, ha propiciado la divulgación y promoción de los valores más genuinos de la cultura.

Fruto de este nuevo programa de divulgación de las obras literarias, se publican dos libros de autores de la localidad, después de un silencio editorial de diez años: La Antología Poética La Ensenada (2000), recopilación de veintiocho poetas del siglo XX con selección y prólogo de Ana Gloria González, El Camino de Teseo (2001), Los Motivos de mi canto(2003)de Claudio Concepción,

En la ciudad se han publicado diversos plegables promociónales de las obras de nuestros creadores como: En la supuesta aridez de las Tardes de Carlos Alberto Trujillo, De piedras Labradas de Antonio Lorenzo Pino, e Iremos a la Mar de Estela García. También hemos estado representados en el contexto nacional a través de la selección de un texto de Ana Gloria González en la Antología Mujer Adentro (2000) por la Editorial Oriente.

Otros autores que no residen en el municipio han obtenido significativos logros en su creación literaria como René González Coyra, quien en 1991 obtuvo el premio de poesía Abel Santamaría y el Premio Nacional de Talleres Literarios. Premio ¨ Ser fiel ¨ en 1992 y Los Pinos Nuevos en el 2000. Tiene publicados los libros: Nocturno de la sed (1995) y Las Vidas Miserables (Ediciones Capiro 2000); así como parte de su obra se encuentra en antologías y publicaciones especializadas en temas literarios.

Es importante señalar también en este sentido al poeta Juan Isidro Siam, quien la publicado los libros: Silencios Antiguos (Antología Mínima, Ediciones Holguín 1990), Y aún sigo sus huellas (1995) con el que obtuvo premio de la ciudad en Narrativa. Por último el libro Mentiras objetivas (1995), publicado en España con el que obtuvo el premio de poesía Alcalá de Henares.

Una figura imprescindible dentro de la comunidad literaria banense es el poeta Gastón Baquero (Banes, 1914- Madrid 1997) quien además ocupa un lugar cimero dentro de la poesía cubana del siglo XX junto a los principales poetas de Orígenes. Aunque la mayoría de su obra literaria la realiza fuera del país, es en su pueblo natal donde empieza su labor creativa con textos como: El Parque y Niña Muerta. Baquero también se destacó como periodista y ensayista. Entre sus libros de poesía publicados se hayan: Poemas (1942), Saúl sobre su espada (1942), Poemas escritos en España (1960), Memorial de un Testigo (1966), Magias e invenciones (1984), Poemas Invisibles (1991), Autoantología Comentada (1992), Poesía y Ensayo (1995). Antología 1937-1994 (1996) y póstumamente su Poesía Completa (1998) y también la Antología La patria sonora de los frutos (2001).

Es importante destacar las nuevas producciones literarias de la localidad en libros de autores como: Anti Pop de Youre Merino Pérez (2005) y El Pan sobre las aguas de Libnis Roberto Díaz (2007), quien obtuvo además el premio de la ciudad en el 2008

De versátil y creadora puede considerarse esta producción literaria en todo el siglo XX banense, donde sus creadores han sido los protagonistas por excelencia de la historia, hecha desde la localidad, fuera de la misma y del país. Queda para las nuevas generaciones una comunidad poética para ser estudiada como elemento esencial de nuestro patrimonio cultural.

Bibliografía

Baquero, Gastón. Poesía Completa (1935-1994)._ Madrid: Fundación Central Hispana, 1992.291 pp.

Ensayo._ Madrid: Fundación Central Hispana, 1994. 272 pp.

Magias e invenciones._ Madrid: Ediciones Cultura Hispánica, 1984. 292 pp.

Autoantología Comentada: _ Madrid: Editorial Signos, segunda edición, 1998. 63 pp.

Cairo, Ana. El grupo Minorista y su tiempo._ La Habana: Editorial Ciencias Sociales, 1978. 394 pp.

Fernández Retamar, Roberto. Idea de la estilística / Roberto Fernández

James Figuerola, Ariel. Banes imperialismo y nación en la plantación azucarera ._La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1961. 264 pp.

López Lemus, Virgilio: Palabras del trasfondo ._La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1988. 449 pp.

Méndez, Augusto Luís. Guardalavaca Playa Incomparable.-Banes: Oriente, 1960. 56 pp.

Mir, Francisco. Proyecto de olvido y esperanza._ La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1995. 22 pp.

Hojas Clínicas._ La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1985. 53 pp.

Teatro de los días. _La Habana: Editorial Letras Cubanas, 1988, 65 pp.

Prats Sariol, José. Estudios sobre poesía cubana._ La Habana: Unión, 1980. 112 pp.

Pérez Nakao Yurisay. Sociedades de Instrucción y Recreo. Cultura de Clases en el Banes Neocolonial (texto inédito). _Banes.1999.

Quintero, Aramís. Elementos de apreciación literaria._ La Habana: Editorial Pueblo y Revolución, 1985. 68 pp.

Varios. Entrevistas a Gastón Baquero._ Madrid: Editorial Betania, 1998. 91 pp.

Varios. La Ensenada.- Holguín: Ediciones Holguín, 2000. 119 pp.

6 de febrero de 2010

Asesino en serie en Holguín, aún sin capturar.

Cada día,  cuando vengo y voy, sin otra ruta posible, paso por la vieja Plaza de la Marqueta. Ese es el mejor lugar de la ciudad (¿o era?). Ese ES el mejor lugar de la ciudad aunque PUDIERA ser mejor si siguiera como fue hace poco. Las estatuas le daban un aspecto mágico silencioso, pero ALGUIEN las decapitó. La indignación me dura varios años, pero todavía no había podido traducir en palabras el agrio dolor que me embarga. Rubén si supo y hoy encontré el texto que escribió. No me resisto a reproducirlo.
cesar@radioangulo.icrt.cu


LOS BARBAROS, FRANCIA...

Por Rubén Rodríguez.
Fotos: Amaury Betancourt

Margaritas ante porcos, fue un latinazgo que se me “pegó” luego de hojear las tentadoras páginas rosadas del viejo diccionario Larousse, anunciado como pequeño, a pesar de su grosor. Para esa época pergeñé una historia, perdida en algún cuaderno escolar, donde un personaje era asesinado precisamente a golpes con un petit Larousse.

Pero volvamos a las margaritas, que no son tales sino perlas, en lengua latina. “Perlas a los cerdos” es la traducción de la frase admonitoria, en algún texto sagrado, para no gastar finezas en quienes no las merecen. O como rezan los textos de las pirámides, también llamados Libro de los Muertos –imposible de encontrar en las librerías pues los rockers lo han agotado–: “Cuídate de aquellos que moran en los pantanos de papiros del delta” (del Nilo, claro).

Por estos días, ha aflorado aquella frase que el adolescente que fui saboreó con fruición. Basta dar un recorrido por el casco histórico de la ciudad de Holguín para que la advertencia salte como una liebre.

Víctimas del vandalismo han resultado las esculturas concebidas para adornar la céntrica Plaza de la Marqueta, con su pátina broncínea. Los cuerpos de hormigón finamente moldeados, que remedan al holguinero de a pie, han sido mutilados por otros que al parecer montan el penco de Atila bajo cuyos cascos no crecía más la yerba.

El primero en caer fue el perro de pata alzada junto a un poste, al que dejaron “tocolo” y cojo antes de desaparecerlo. Un par de veces arrancaron, a golpes presumo, la placa que consignaba, en manos del conspicuo señor de bombín, que en esa esquina estuvo la vergonzante picota pública. El joven de bastón frente a la imprenta Lugones muestra las huellas del estilista frustrado que le dejó en labios y párpados grotesco maquillaje.

También se ensañaron con el anciano que fuma parsimonioso su “breva” y con la negra jacarandosa en cuya jaba no se cansan de echar inmundicias, luego de partirle una pierna a palos. Afortunadamente, se han salvado de esa marea destructora los que están en las alturas: el jigüe y su marañón, las palomas y gorriones, los gatos de Casa Marco, la muchacha que contempla desde el balcón del hotelito Don José. No nos extrañe que algún día, armados de escaleras y sogas, intenten trepar la fachada para despojarnos del poco de belleza que todavía subsiste en La Marqueta.

“Los bárbaros, Francia, los bárbaros, cara Lutecia”, como en el poema de Rubén Darío, son los mismos que ya rompieron una cadena del Mural Orígenes –y no precisamente para liberar al esclavo allí representado– y también el puño de un indio. Y los que se han robado más de una vez el sable de Julio Grave de Peralta en el parque Las Flores. Supongo se afilan sus dientes ante el hermoso parque de El Quijote.

Indignación despiertan tales actos entre los que admiramos la belleza, los que queremos una ciudad más hermosa y coherente con el proyecto Imagen, los que ajenos a filias y fobias desandamos el naciente bulevar. Recordemos, parafraseando al nutricio Martí, que la humanidad se divide en dos bandos: los que aman y construyen, y los otros, aquellos a quienes están vedadas las perlas.

¿Qué hacer? ¿Contemplamos, como el tarado emperador Nerón, a Roma arder? De ninguna manera. Holguín somos todos. Debemos aumentar la vigilancia, el control, el combate diario contra los que afean la ciudad, para devolverlos a la pocilga a la que pertenecen. Y tampoco estaría de más designar vigilantes, uniformados custodios o serenos, que mantengan a raya a los antisociales y conserven el Patrimonio histórico y el naciente para los que sí conocen el valor de las perlas.
 
 

Menos mal que a esta señora preocupada que otea el horizonte no la han podido alcanzar


15 de enero de 2010

Narración donde se cuenta el intento del robo de la mitra de oro de San Isidoro

Se asegura que, en la visita que hiciera a Holguín, en 1752, el Mariscal de Campo de los Reales Ejércitos Españoles, don Alonso de Arcos y Moreno, en ocasión de otorgarle su Majestad el título de Ciudad y, para la creación del Cabildo, siguiendo la costumbre de la época, dejó como ofrenda valiosa una mitra de oro, dedicada uno de los Patronos de la ciudad, la que le fue colocada en solemne ceremonia religiosa.




Cuenta la leyenda que ese año llegó a la ciudad un individuo nombrado Francisco Caro, al que la costumbre de los vecinos llamaba El gaditano porque labraba las tierras del hacendado don José Salvador Cisneros, que era natural de Cádiz, Andalucía y que, asimismo, era pariente de don Lorenzo Castellano Cisneros, Escribano Público del recien creado Ayuntamiento de Holguín.



No tardó mucho El gaditano en demostrar que era un bandolero. Para robarle unos centenes y unas onzas, mató a su amo y luego se dedicó a atacar a cuanto ser viviente hubiese en los antiguos feudos del Bayamo.



Cuando El Gaditano se enteró de la mitra de oro colocada a San Isidoro, preparó un asalto a la Iglesia Parroquial. Para ello, el 22 de enero de 1752, exactamente en horas de la noche, le dio muerte a dos guardias municipales que encontró a su paso y luego consiguió que le abrieran la puerta de la sacristía, donde amordazó y amarró al sacristán y párroco. Acto seguido entró en la iglesia donde encontró la mitra de oro sobre la cabeza de la imagen del santo.



Ya la va a tomar cuando, ¡oh, milagro!, el rostro de San Isidoro se transforma en la cara de uno de los guardias municipales asesinados poco antes. Al ver tal cosa, El Gaditano cae desmayado al suelo…





Al amanecer, cuando llegan los primeros feligreses allí encuentran al asesino a quien tratan de reanimar sin saber quién es. Cuando El Gaditano recobra el conocimiento cuenta lo sucedido y pide los auxilios de un confesor. Liberan al sacristán don Cristóbal Rodríguez, que había pasado buena parte de la noche amarrado y amordazado. El sacerdote confiesa al bandido y lo reconcilia con Dios.


Un mes después, el 27 de febrero de 1752, El Gaditano subió a la horca en San Salvador de Bayamo, pagando de esa forma por los muchos crímenes y pillajes que había cometido.




Esta leyenda fue escrita por Juan Rafael Albanés peña y aparece recogida en el libro inédito del Dr. Oscar Albanés Carballo, “Narraciones”, exactamente en el capítulo “Tradiciones Holguineras”, p. 369 y rememora el momento en que Holguín recibió el título de Ciudad por el Gobernador de Santiago de Cuba don Alonso de Arcos y Moreno, el 18 de enero de 1752.


Juan Albanés Martínez, nieto de Juan Rafael reescribió la leyenda y la tituló “La Imagen de San Isidoro”, siendo su versión mucho más rica literariamente. Esa versión aparece en el libro “Conozca Holguín Actual”, publicado en Holguín en 1947.

Aldea Cotidiana la toma el libro: “Pasajes Holguineros”, publicado en 2010 por Angela Peña Obregón y María Julia Guerra.

La obra abolicionista de un cónsul inglés en Cuba

Autor: Jorge Karel Leyva Rodríguez
Fuente: CUBARTE

En los inicios del siglo XIX Inglaterra necesitaba expandir los mercados de su producción industrial. En 1807 había eliminado la trata de negros en sus colonias americanas; diez años después obliga a firmar un tratado a España para que hiciera lo mismo en las suyas a partir de 1820; incumplido este último, impone otro con cláusulas más rigurosas en 1835 y ya en 1838 abole la esclavitud en sus propias posesiones.


Por entonces en Cuba hormigueaban las conspiraciones antiesclavistas. Cuando en 1837 el barco “Romney” tripulado por negros libres llegaba a La Habana procedente de Inglaterra y se encendieron aún más los ánimos entre los conspiradores cubanos, era sabido que algunos agentes ingleses alentaban la insurrección abolicionista. (1)


Pero ninguno de estos agentes sería tan mal recibido por el gobierno español como lo fue David Turnbull, quien llegara a La Habana en calidad de cónsul en 1940, con el propósito de velar por el cumplimiento de los tratados antes mencionados. En Cuba no sólo realizaría una extensa investigación sobre la introducción de esclavos desde 1920, sino que alentaría el abolicionismo y hasta se pondría en colaboración con un grupo de criollos influyentes para lograr la independencia de la Isla.


Sin embargo, el ambicioso proyecto emancipatorio de Turnbull no estuvo apoyado por el gobierno británico; ni siquiera por la British and Foreign Antislavery Society. De hecho, a Inglaterra no parecía convenirle que Cuba se independizara de España; lo cual se hizo evidente una década después cuando el auge de las corrientes anexionistas, que abogaban por la unión de la Isla a los Estados Unidos, condicionó las presiones de los ingleses sobre los españoles con respecto al abolicionismo. (2)


Es necesario destacar que la antipatía que provocó David Turnbull entre los esclavistas criollos y españoles no comenzó con su actividad como funcionario en la Isla. Turnbull había sido acogido favorablemente a finales de la década del treinta durante su primera visita a Cuba. En esta ocasión ganó el reconocimiento de los miembros de la Sociedad Económica Amigos del País y la membresía, pues fue nombrado socio-corresponsal. Pero lo más importante de esta primera estancia fue la detallada información que obtuvo sobre el funcionamiento del macabro sistema que mantenía viva la trata de negros, y sobre el modo de vida de los esclavos en los ingenios. Los datos recogidos le permitieron escribir un interesante libro, que retrata y condena el sistema esclavista en Cuba, titulado Travels in West, Cuba; with notices of Porto Rico, and the slave trade (Cuba, viajes al oeste: con notas de Puerto Rico y el comercio de esclavos) Es por ello que durante su segundo viaje, ya todos sabían de los objetivos de Turnbull y muchos de los que antes le estrecharon la mano, debieron miarle ahora con recelo.


El libro en cuestión, escrito entre 1837 y 1839, fue publicado en Londres en 1840. Está estructurado en 25 capítulos, 24 de los cuales se dedican a Cuba mientras que sólo el último se refiere a la situación de Puerto Rico. Documentos históricos, obras de viajeros de paso en nuestro país, diálogos con hacendados, textos de historiadores cubanos y vivencias personales son las fuentes que nutren su obra. El tercer capítulo, dedicado sobre todo al estado de la esclavitud, a los postes de castigo, así como a establecer la diferencia entre esclavos rurales y domésticos, resulta particularmente interesante. (3)


El tercer capítulo del libro comienza caracterizando a los colonos de Cuba y a los de las colonias británicas. Mientras que los ingleses no residían en sus propiedades y permanecían en Europa hasta verse obligados a regresar para recuperarse económicamente, el propietario en Cuba carecía del más mínimo interés por regresar a su patria. Por el contrario, afirma Turnbull, sus lazos afectivos con la madre patria se debilitaban paulatinamente.


Sin embargo, los colonos españoles no residían en sus plantaciones; solían instalarse en La Habana, en Santiago, en Matanzas u otras ciudades, a cientos de millas de sus haciendas; esta distancia justificaba menos sus viajes que la ausencia de carreteras seguras para transitarla. De modo que, a los efectos prácticos, el colono se encontraba tan lejos de sus haciendas como lo estaría un plantador jamaicano residente en Italia.


El autor confiesa que antes de visitar La Habana tenía a los españoles por personas nobles y a los dueños de esclavos en esta ciudad como los más indulgentes del mundo. Ahora, para su sorpresa, se sabía “engañado miserablemente” y dispuesto a afirmar que, con la excepción de Brasil, país aun no visitado por él, en los campos de Cuba reinaba la esclavitud más cruel y despreciable del mundo. Para contribuir a eliminar los prejuicios que, como era su caso antes de su visita, tenían aun quienes no habían visitado los campos de Cuba, es que decide realizar su investigación.


En la vivienda de un hacendado de la capital era posible encontrar esclavos con diversas tonalidades de piel, la mayoría nacidos en la casa y crecidos también allí. Estos esclavos, afirma Turnbull, suelen ser bien tratados. Y como era la costumbre que el primer propietario diera a su esclavo un nombre cristiano y un patronímico durante la ceremonia de bautizo, era también común encontrar dueños encariñados con los esclavos que vieron nacer y criarse junto a sus hijos, y por lo cual ni siquiera pensaban deshacerse de ellos.


Turnbull percibe una perfecta estratificación de clases en la sociedad cubana de la época. Primero estaban los alrededor de 30 nobles españoles y los hacendados. Luego los empleados y funcionarios civiles (1000 aproximadamente, según su cuenta), los oficiales del ejército y de la marina. En un tercer lugar Turnbull ubica a los comerciantes, fueran estos españoles, criollos o de otro país. Un escaño más abajo los dependientes franceses, ingleses, alemanes o americanos. Aun en un plano inferior los comerciantes al por menor y los tenderos, provenientes en su mayoría de Canarias, Vizcaya, Cataluña, o Norteamérica. El último nivel lo ocupaban los gallegos; los esclavos ni siquiera tenían un lugar: eran considerados tabú.


Un dato curioso que aporta Turnbull a continuación tiene que ver con ciertos “negocios” entre los amos y los esclavos domésticos cuando, con el paso del tiempo, el número de estos últimos aumentaba, y solían ser empleados en actividades fuera del hogar. Así, era común encontrar en las grandes casas de La Habana esclavos zapateros, modistas o sastres, a quienes se les permitía alquilarse en otros lugares, siempre que le trajeran al amo parte de sus ganancias. Este “impuesto” no solía ser alto, de modo que un esclavo podía ser capaz de comprar su propia libertad en unos pocos años.


Pero en los campos de Cuba la situación era bien distinta. Piénsese en el hecho según el cual era frecuente “aterrorizar” a un sirviente doméstico al sólo amenazarle con enviarlo a la hacienda de su amo; dado el caso un esclavo sabría, desde antes de salir de La Habana, que el único aliciente que tendría cada noche después de trabajar inhumanamente y sufrir hambriento los latigazos del mayoral, sería esperar su propia muerte.


Otro de los temas que registra Turnbull está relacionado con los castigos sufridos por los esclavos. Incluso en La Habana podían hallarse “cientos de indicios palpables de la miseria que acompaña la maldición de la esclavitud, completamente independientes de los horrores mayores que acarrea la trata de esclavos”.


En la alameda, por ejemplo, se alzaba un edificio que aunque estaba protegido de las miradas por altos parapetos de madera, ocultaba en su interior los postes de azote adonde eran enviados los negros desobedientes. Si bien la sangre y las carnes laceradas no se veían desde afuera, sí se escuchaban los lamentos, los terribles gritos, “los chillidos lastimeros pidiendo clemencia”.


Pero este tipo de crueldades era ignorado por los visitantes que tanto elogiaban las comodidades de los esclavos en La Habana, hasta el punto de celebrar su suerte en comparación con la de los obreros irlandeses o los de la misma Inglaterra. Tales visitantes no conocían una de las máximas habaneras en boga: “el espíritu de un esclavo, a quien se ha mimado excesivamente, ha de ser quebrantado periódica y sistemáticamente”. Tampoco habían escuchado decir a una de las tantas “señoras” de las grandes casas de la Habana, que la inclinación del esclavo hacia el vicio y la ociosidad debía ser corregida enviándolos una vez por mes al azote, a modo de advertencia y como método profiláctico contra su futura ingobernabilidad.


Turnbull también dedica algunos párrafos al sistema penitenciario en la Isla. Una nueva prisión cercana a la fortaleza de la punta era una de las obras públicas que había comenzado el gobierno de Tacón, si bien este último no pudo presenciar su terminación. En efecto, Turnbull destaca a este gobernante como más elogiado y a la vez más censurado que todos sus predecesores. Elogiado por las obras públicas construidas y por el férreo sistema policiaco que mantuvo limpia de malhechores las calles de La Habana durante su mandato; criticado por la no menos dura tiranía implantada y que afectaba sobre todo a los criollos. Alrededor de 200 personas, entre las cuales se hallaban distinguidos hombres de letras pertenecientes a clases respetables habían sido deportados sin siquiera hacerles juicio. En palabras del propio Turnbull: “El mismo vigor que utilizó para limpiar las calles de malhechores lo aplicó para restringir la más leve expresión de sentimientos políticos”.


No había sido terminada la nueva prisión y ya contaba con más de cien reclusos. En su interior los reclusos negros estaban separados de los blancos. En las “Salas de Distinción” se alojaban aquellos que podían pagar sin importar la causa de su encierro. La parte superior del edificio daba cobijo a las tropas españolas mientras que la planta baja encerraba a los prisioneros.


Muy cerca de la prisión se encontraba la obra más elogiada al gobierno de Tacón: el nuevo Paseo. Turnbull celebra su belleza a la vez que advierte a los transeúntes que esta obra no estaba diseñada para andar a pie. La falta de aceras hacía posible que la humilde gente de a pie pereciera aplastada contra la pared por un carruaje furiosamente conducido. Aunque oficialmente el nombre era Paseo Tacón, en los informes se le nombraba como Camino Militar, tal vez para justificar que sus constructores fueran militares y reclusos.


Al final de este Paseo se habían creado dos grandes barracones para la venta de esclavos. El primero, con capacidad para 1000 negros y el segundo para 1500. Ambos, que según relata Turnbull permanecieron llenos durante su estancia en La Habana, servían como depósito y como prisión. Ubicados en el punto de mayor atracción muy cerca de por donde pasaba el nuevo ferrocarril, los pasajeros podían ver desde los vagones la desesperación de los negros que sacaban piernas y brazos dando gritos, lamentándose, llorando.


El interior de los barracones era, según Turnbull, diferente de lo que cabría esperar. Con el propósito de poner pronto en forma a los esclavos y de evitar la nostalgia, los importadores los alimentaban bien, los vestían, les permitían “el lujo de fumar tabaco” y los animaban a divertirse en el amplio patio del edificio. Incluso, una vez que salían a sus respectivos destinos los primeros meses de estancia en los campos, los mayorales los adiestraban lentamente al ritmo de trabajo y evitaban emplear el látigo con tal de conseguir una mejor adaptación.


La edad de los negros apresados fluctuaba entre los 12 y los 18 años. Por cada tres hombres había una mujer. Era más barato comprar esclavos jóvenes que depender de su reproducción. En las haciendas la proporción era la misma. Había amos despiadados que tenían sólo hombres en sus plantaciones y luego del trabajo los encerraban juntos en los barracones de sus haciendas con tal de evitar que tuvieran relaciones sexuales.


Era entendido que 8 negros liberados producían lo mismo que 12 obreros criollos. Por ello, un negro bozal africano costaba 24 onzas de oro mientras que uno criollo podía ser comprado por 20. Este fue uno de los argumentos que esgrimió el propietario de un barracón a favor de la perpetuidad de la trata, durante una conversación con David Turnbull.


El abolicionista inglés cifra entre 300 y 320 dólares el precio de un esclavo vendido en La Habana al por mayor. Si en esta ciudad los esclavos eran vendidos dentro de recintos, en otras ciudades como Virginia la venta se realizaba sin pudor alguno en el medio de las calles.


Antes de finalizar el capítulo, el autor se refiere al comercio de esclavos en los Estados Unidos. Por una parte, en este país se hacía un esfuerzo por mantener las costas limpias de tráfico de negros, mientras que por otra éstos últimos se vendían libremente en las calles con el pretexto de que la venta ocurre en tierra y por tanto no quiebra la ley norteamericana contra la piratería. En ciudades como Maryland y Virginia, destaca Turnbull, hasta “se llegan a criar negros” para reproducirlos y venderlos.


Si en La Habana se decía que la diferencia de 68 dólares existente entre un negro africano y otro nativo era suficiente para garantizar la continuidad de la trata negrera, ¿por qué no suponer que además del comercio en tierra realizado en los Estados Unidos no existía otro en las costas de Alabama, Florida o Lousiana? ¿Sentirían remordimientos por violar una ley débilmente administrada aquellos que no los sentían para comprar niños, mujeres y hombres separados de sus familias para someterlos a todo tipo de trabajo? Turnbull confiesa que no puede probar que esto ocurra realmente así, pero existían razones muy fuertes para suponerlo.







Notas:


(1) Para una exposición de las diversas corrientes políticas de este período y otros posteriores véase el Perfil histórico de las letras cubanas desde los orígenes hasta 1868, publicado por la editorial Félix Varela en La Habana, 2004.


(2) Esto es lo que aclara David Murray en su libro Odious Commerce. Britain, Spain and the Abolition of the Slave Trade. Para una reseña de esta obra véase Roldán de Montaud, Inés: La diplomacia británica y la abolición del tráfico de esclavos cubano: una nueva aportación, En Quinto centenario, ISSN 0211-6111, Nº 2, 1981 , pp. 219-250.


(3) Este capítulo ha sido recogido como parte de la Antología crítica de la historiografía cubana, realizada por Carmen Almodóvar Muñoz, editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1986, pp. 278-288.


Tomado de: http://www.cubarte.cu

La triste historia vivida en Cuba por el muy infeliz James Thompson

Es esta la historia horrible de James Thompson contada por James Thompson a su paso por Gibara, Holguín, Cuba casi toda y su huida definitiva para no regresar jamás.



Por: César Hidalgo Torres
       (Información Rodolfo Sarracino)


El 3 de mayo de 1843 en el Anti-Slavery Reporter de Londres apareció su autobiografía: “(…) Mi nombre es James Thopson. Nací en Nassau, New Providence, en el año 1812. Mi padre, Jon Thopson, nativo de Irlanda, se dedicaba al trabajo de la sal en Ragged Island donde esposó a una señora blanca llamada Fisher, oriunda de Habour Island y con ella tuvo varios hijos, Sara entre ellos. Casó Sarah con una persona llamada Jonh Norris, un norteamericano establecido en Gibara, en la isla de Cuba. Mi madre era esclava de mi padre. Dos hijos tuvieron, uno fui yo y la otra una hermana que murió joven. Antes de morir, mi padre concedió la libertad a mi madre y a mí, dándonos un pedazo de tierra para nuestra manutención”.

Cuando Thopson tenía unos 8 años de su edad, el citado Norris les hizo una visita familiar y literalmente lo secuestró, llevándoselo a Gibara. Norris dijo al niño que se lo había llevado para que viera a su hermana Sarah, que era (ya está dicho), la esposa de Norris.

Cuando Sarah se enteró de las verdaderas circunstancias en que su medio hermano había llegado a Cuba y los planes que para él tenía Norris (que todavía el autor de este artículo no ha dicho y que ya dirá), se sucedieron varias discusiones familiares en el curso de las cuales Norris golpeó a su esposa y al propio Thompson. Por decisión de su cuñado, Thompson serviría de esclavo a la familia, sin que todavía el esclavito supiera cuál era su condición en Cuba. Pero un mal día Norris vendió a Thompson a un hombre llamado Uela, que residía en la ciudad de Holguín y con él se fue el muchacho sin que nunca más pudiera ver a Sarah.

De tan corta edad y vista era el niño que aquel ignoraba que había sido vendido y sin saberlo aprendió el oficio de tabaquero. Cuando un día Thompson le dijo a su amo Uela que quería viajara a Nassau a ver a su madre, éste le dijo que era esclavo suyo desde que pagó a Norris 300 dólares. La reacción de Thompson fue rebelarse, y como era uso de la época, Uela le propinó una fuerte paliza de la que salió con la cabeza rota. Luego Thompson acudió a un amigo de Nassau residente en esta ciudad y aquel lo llevó a ver al Gobernador. Sin embargo Uela poseía todos los documentos de la operación de compra en orden, por lo tanto pudo llevarse a Thompson a su casa donde le puso grillos y lo envió a trabajar en una plantación.

Algún tiempo después Uela murió y su hijo vendióa Thompson a un panadero francés domiciliado en Puerto Príncipe (Camaguey), llamado Bateaule. Bateaule se llevó a Thompson de Holguín y en Camaguey lo tuvo por 7 años durante los cuales tuvo tiempote aprender el oficio de panadero.

Refiere Thompson que Bateaule lo trató mejor, que lo alimentaba y vestía bien, sin que el trabajo fuese excesivo. Incluso, el panadero francés le permitía los domingos hacer pan para venderlo por su cuenta. Y también el esclavo comerciaba con cuero, cera y madera. Al cabo de los 7 años Thompson había ahorrado 300 pesos. Dinero que puso en manos de su dueño para comenzar a pagar la libertad que, le costaría, 500. Pero aconteció que Bateaule hizo sociedad con otro francés que resultó ser un bebedor empedernido, desorganizado y deshonesto, por lo que al poco tiempo la panadería quebró.

Poco antes de huir de sus acreedores, el dueño de Thompson le entregó un papel en el que certificaba que había dado la libertad al esclavo, pero de poco le sirvió el escrito al pobre negro que tuvo que acudir a la fuerza a una subasta donde fue vendido junto al resto de las propiedades del panadero francés. Thompson fue a parar a manos de uno de los acreedores, don Pancho, quien se lo llevó a La Habana y lo vendió a un tal señor Maqueta por 400 dólares.

Maqueta envió a Thompson a su plantación de café que estaba ubicada a unas 14 leguas de la ciudad. Allí, durante unos 2 meses, Thompson fungió como cocinero de la familia y después se ocupó del jardín por unos 4 meses hasta que lo retornaron a su tarea original de cocinero.

En el relato de su vida que Thompson publicó en el Anti-Slavery Reporter de Londres este habla de la envidia que le tenía la señora de la casa, mulata como él y de las palizas que recibí por las causas más mínimas. Otra forma de castigo era enviarlo a trabajar en las labores de cultivo, pero siempre terminaban por reintegrarlo a sus labores originales por su excelente calificación. En estas condiciones de trabajo, claro está, Thompson no tenía posibilidades de ahorro: al final de la jornada en la cocina le exigían que recogiese medio barril de café, cortara madera y realizara otras tareas.

La muerte de la dueña no mejoró su condición, sino que más bien la empeoró porque las golpizas aumentaron. Frecuentemente los hijos, que lo heredaron, le partían un palo sacado del fuego, en la cabeza, y en una ocasión lo azotaron con el manatí, látigo hecho con la piel de ese mamífero. El resultado fue: ingreso en un hospital por varias semanas.

A la postre, Thompson se enamoró de Juana, otra esclava de la dotación y pensaba casarse con ella con los únicos 8 pesos que había reunido con mucho sacrificio. Cuando los herederos se enteraron de propósito, premiaron a la pareja con un bocabajo simultáneo y la destrucción de sus pocas pertenencias: vuelta de Thompson al hospital por tres meses y después grillos para ambos enamorados y trabajo en la plantación por más de dos años y medio en que no se les permitió retirar los hierros ni una sola vez. No es raro que durante este periodo ambos soñaran con el regreso a la amada patria por vía del suicidio.

Cuando a la postre permitieron a Thompson regresar a la casa, los amantes acordaron que él escaparía. Una mañana bien temprano Thompson tomó un pedazo de carne hervida y una lata de café, y, evitando los caminos, siguió la línea del ferrocarril hacia La Habana.



No había avanzado mucho cuando cuatro emancipados que trabajaban en la vía “lo apresaron para cobrar los 4 pesos que normalmente pagaban por entregar a negros cimarrones” (la cita es del propio Thomson). Lo llevaron a un bohío donde lo ataron de pies y manos y lo colocaron entre dos de ellos. Mientras uno dormía el otro vigilaba. Pero, en la noche los dos se durmieron y Thompson logró romper la cuerda con sus dientes poderosos. Libre, se lanzó como un bólido por la puerta mientras, detrás de él, venían sus apresadores pisándole los talones. Uno de ellos, el más joven, logró acercársele bastante, pero Thompson lo paró el seco, lo tumbó al suelo y lo liquidó con un fuerte golpe en la cabeza. Los otros quedaron a la zaga.

Al siguiente día un rancheador con un par de perros logró localizarlo. Thompson se lanzó a un río cercano pero los perros lo siguieron por el agua. Al animal que más se le acercó el cimarrón lo degolló con un cuchillo que llevaba. Al segundo, justo cuando estaba a punto de alcanzarlo, el negro huido lo liquidó de una puñalada y luego retó al rancheador, que estaba al otro lado del río, pero el cazador de cimarrones, “apencado” se alejó del lugar y se escondió en un campo de caña.

Por la noche Thompson siguió su camino y por la mañana llegó a La Habana. Lo primero que hizo fue dirigirse a los muelles. Allí se encontró con un jamaicano que conocía. Este aconsejó a Thompson que se entrevistara con el cónsul británico, Mr. David Turnbull, incluso, se ofreció a llevarlo a su oficina. Fueron, pero el funcionario británico no se encontraba: debieron marcharse hasta el día siguiente. Oculto en los muelles del puerto de La Habana pasó el cimarrón el día. Por la noche pudo hacer contacto con una pareja de libertos oriundos de Nassau, quienes le dinero albergue y comida. Al día siguiente sus hospederos lo llevaron al consulado y lo identificaron ante Turnbull.

Mientras el cónsul discutía con las autoridades coloniales cubanas y se decidía el caso, Thompson debió permanecer cinco meses en los barracones. Y al final, la ansiada libertad.

Libre, Thompson tuvo que guarecerse en el “Rommey”, que era un barco inglés que por acuerdo de ambos gobierno sirvió de albergue o barracón flotante de los emancipados mientras aguardaban transporte a las colonias británicas. Diez meses pasó Thompson en el buque, durante los cuales trabajó como cocinero del capitán, hasta que el sucesor de Turnbull pudo enviarlo de regreso a Nassau y al encuentro con su familia.


En Nassau, Thompson se encontró con Turnbull, quien, retirado de su cargo de cónsul, regresaba a Inglaterra. Con él viajó el emancipado y en Londres publicó el relato de su vida. Posiblemente después Thompson fue a vivir a Sierra Leona. Thompson era el tipo que hombre que los ingleses deseaban para repoblar la costa de África: hablaba fluidamente el inglés y el español, era tabaquero, panadero, cocinero y había sobrevivido la dura experiencia de la esclavitud hispana. Pero, sobre todo, sería leal al imperio británico toda la vida.


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Información complementaria:

En los inicios del siglo XIX Inglaterra necesitaba expandir los mercados de su producción industrial. En 1807 había eliminado la trata de negros en sus colonias americanas; diez años después obliga a firmar un tratado a España para que hiciera lo mismo en las suyas a partir de 1820; incumplido este último, impone otro con cláusulas más rigurosas en 1835 y ya en 1838 abole la esclavitud en sus propias posesiones.

Por entonces en Cuba hormigueaban las conspiraciones antiesclavistas. Cuando en 1837 el barco “Romney” tripulado por negros libres llegaba a La Habana procedente de Inglaterra y se encendieron aún más los ánimos entre los conspiradores cubanos, era sabido que algunos agentes ingleses alentaban la insurrección abolicionista.  

Pero ninguno de estos agentes sería tan mal recibido por el gobierno español como lo fue David Turnbull, quien llegara a La Habana en calidad de cónsul en 1940, con el propósito de velar por el cumplimiento de los tratados antes mencionados. En Cuba no sólo realizaría una extensa investigación sobre la introducción de esclavos desde 1920, sino que alentaría el abolicionismo y hasta se pondría en colaboración con un grupo de criollos influyentes para lograr la independencia de la Isla. (Leer más)


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