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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

29 de septiembre de 2016

Lo que le sucedió a un soldado español que se había sacado la lotería cuando concluyó el Sitio mambí a La Periquera, en Holguín, Cuba y otros datos relacionados con la historia del célebre hecho.



Tomado de: José María Heredia
                 (Ampliación del libro de Diego de Avila)

Leer además: 

Mayor General Julio G de Peralta
Holguín respondió heroicamente al llamamiento de Céspedes, y el 14 de Octubre en Guayacán del Naranjo, en las costas del río Cauto, Julio G. de Peralta y Zayas, en unión de más de 120 hombres se lanzaron al campo de la reivindicación con algunas municiones fabricadas por su esposa y familiares, y muy próximo a la ciudad sostuvo Peralta en los Cayos del Papayal el primer combate con el enemigo. A los dos días más tarde recibe la grata noticia de haber sido designado General de División.

Peralta, el caudillo holguinero continuaría en el escenario de la guerra para conquistar el respeto y simpatías de sus compatriotas en armas, por su arrojo y valentía.

EL SITIO DE LA PERIQUERA

EL Coronel [del Ejército español] D. Enrique Boniche, con tres compañías del Batallón de San Quintín, de paso para las Tunas, permaneció en esta ciudad un par de días para dar algún descanso a la tropa. El júbilo se apoderó del pueblo que veía en esas fuerzas algún respeto para las fuerzas insurrectas que se proponían entrar a la ciudad. El Comandante Militar y Teniente Gobernador [de Holguín], Señor Camps y Feliú suplicó al Señor Boniche que permaneciera en Holguín prestando con ello un gran servicio al gobierno; pero éste le manifestó que le era imposible porque tenía que cumplir órdenes superiores.

Cundía el desaliento en cuantos rodeaban al Teniente Gobernador Camps y este en tal situación les dijo (y dejemos estas manifestaciones al Sr. Antonio J. Nápoles Fajardo, quien escribió un libro titulado “El Sitio de Holguín”:

“Eran las once de la noche. Que es esa hora silenciosa en que las poblaciones que no tienen vida mercantil semejan un lóbrego cementerio. En aquellos momentos el Teniente Gobernador de Holguín, Sr. Camps, de pie ante sus interlocutores, que también lo estaban, dijo con entonación vehemente, rebosando de patriotismo: Señores, la situación la empeoran ustedes. Más los que quieran retirarse a Gibara, háganlo por su cuenta y riesgo. Yo, por mi parte y mis 60 soldados de la corona, ya lo he dicho otra vez, pereceremos antes de que el enemigo se apodere de la bandera que hemos jurado defender. ¿Pero señores, hablo yo en estos momentos a seres abyectos de una raza degenerada o tengo la satisfacción de que me escuchen hombres que tienen en sus venas la misma sangre de los Guzmanes y de los defensores de Numancia? Señores, ¡Viva España! Y retírense los cobardes”.


A estas palabras el Coronel Boniche dijo a Camps: “cuanto siento marchar, amigo mío, en cumplimiento de mi deber, pero me da compasión el poco ánimo de los que se muestran leales. Yo siento también en el alma las circunstancias que nos rodean sin que podamos darle otra solución”.

Las palabras del Sr. Camps surtieron buen efecto. Ninguno de los presentes le abandonó.

Aparte de esto no faltaba razón a los comerciantes, porque no faltarían quienes además de las armas que solicitaban, aprovecharían la ocasión de echar mano a cuanto les pareciera oportuno escamotear.

Como es de suponer, Julio G. de Peralta, que veía desairada la llamada por el que fue nombrado jefe superior en esta jurisdicción en la junta magna que se celebró en la finca de Vicente García en Tunas[1], no tuvo en aquellos momentos otra disyuntiva sino asumir el mando supremo de las fuerzas por él organizadas.

Al frente de sus batallones puso [Julio G. de Peralta] al Brigadier José Fernández de los Muros, Capitanes Miguel Mayasén, Gregorio del Toro, Loreto Vasallo y Brigadier Manuel Hernández Perdomo.

El gobierno español [en Holguín], en previsión de acontecimientos, reforzó la Guardia de la Cárcel con algunos voluntarios, la Casa de Gobierno, situada entonces donde existe un depósito de gasolina en Maceo y Luz Caballero [actualmente la Arena Deportiva Henry García], la Iglesia de San José con la policía y algunos paisanos y el Hospital Militar con el destacamento de lanceros del Rey al mando de un Teniente y un Sargento Primero.

Las fuerzas rebeldes hicieron su entrada en la ciudad el 30 de Octubre por distintos puntos, a las seis de la mañana, dando vítores a Prim y abajo las contribuciones, bajo el mando del General Amadeo Manuit, (venezolano).

Las partidas que entraron venían mandadas por Loreto Vasallo, Gregorio del Toro, Manuel Mayasén y Fernández de los Muros. Las que entraron por la parte Sur atacaron a la Cárcel, donde hirieron al comerciante don Vicente Camafreita y al panadero don Diego Miranda, quienes más tarde fueron trasladados al Hospital militar.

Fuerzas del Regimiento de la Corona sostuvieron nutrido fuego con una partida al final de la calle que hoy se nombra Peralta (en el presente calle Martí), en la Plaza de San José [los cubanos] dejaron un muerto y recogieron dos heridos.

Las fuerzas cubanas que entraron por la parte Norte llegaron hasta la intercesión de las calles hoy Frexes y Libertad, retrocediendo luego para retirarse por la calle del calvario, hoy Aguilera.

Un jinete de los que hicieron la entrada por el Sur, nombrado José Ma. Cardet, atravesó la calle de Frexes frente a La Periquera, con una bandera triscolor (Sic) a semejanza de la de Chile y ya frente a la casa que ocupa don Manuel Avilés, dio el primer grito de ¡Cuba libre! A este grito siguieron algunos disparos sin resultado alguno.

Las partidas todas hicieron su retirada hacia las afueras de la población desapareciendo durante pocos días. [Durante ese tiempo en que las partidas insurrectas desaparecieron de adentro de la ciudad de Holguín] tomaron posesión de los cuatro o cinco tejares de las afueras de la ciudad.

Gradualmente [las fuerzas cubanas insurrectas] fueron estrechando el asedio, valiéndose para ello de oradar [(¿tomar, ocupar?)] los edificios en las manzanas paralelas a la Plaza de Armas hasta colocarse en situación de impedir toda acción contra ellos y estableciendo un cerco completo.

Afortunadamente para los españoles, el Teniente Gobernador y Comandante Militar dispuso que los almacenes de víveres de los señores Frexes, Mercadé, Leal, Ferrer y Sobrinos depositaran en una de las casas contiguas a la casa del Sr. Rondán toda la vitualla de sus establecimientos como carne, manteca, arroz, garbanzos y toda clase de granos, vinos, aguardiente, petróleo, etc, etc. Dispuso a la vez que la bomba de incendios fuese trasladada a un departamento de la casa del Sr. Rondán y que los presos de la cárcel, en número de 37, fuesen recluidos en un salón de la planta baja, en el ala izquierda.

Se levantó un bastión en el ángulo Norte de la manzana con maderas apropiadas, el que después hubo de cambiarse por otro de mampostería bajo el fuego del cañón de madera construido por Marcelino Carranza, no de guayacán, como indica Osorio, sino que era de yaba, madera empleada generalmente en la confección de carretas, a que se dedicaba Carranza, el cajón media más de dos varas de longitud y unas diez y ocho pulgadas de diámetro. Su figura era cilíndrica y estaba reforzado por unos zunchos de hierro y muchos de cuero crudo. Fue traído a esta ciudad en una carreta y no en un caballo, como se había dicho, su peso y volumen exigía un vehículo capaz para su conducción. Nosotros lo hemos visto y palpado. Esta pieza de artillería sólo pudo hacer tres disparos con unos proyectiles de hierro forjados a martillo que pesaban de quince a veinte libras. El primer disparo que hizo horadó (Sic) el bastión, traspasó la pared y fue a romper una parte del horno de pan de la panadería de don Juan del Rosal; el segundo disparo se embotó en la base del bastión y el tercero hizo que explotara la pieza, hiriendo a dos que la servían.

Las piezas de artillería emplazadas en la casa de los Grave de Peralta eran de hierro, una coliza que se hallaba hasta hace poco en la portería de la casa que fue de don José R. Zúñiga y un cañón de a (Sic) que allí le hacía compañía a la coliza. Esta pieza fue la empleada en disparar a la Periquera, primero por un español que decía ser artillero y que no resultó tal porque sus disparos perforaron algunos ventanales, una parte de los balaustres de barro que coronan la azotea y uno que lesionó una de las columnas, pero que dio lugar a que don Tomás Artadill, con ladrillos y yeso, reparara el desperfecto.

El día de Santa Bárbara [4 de diciembre], sin duda para celebrar el santo, dispararon los cubanos 89 cañonazos a la Periquera, sin hacer otro daño que agujerear unas paredes que no afectaron la solidez del edificio y a cuales disparos decía el Sr. Rondán, “tiren, tiren, que no se cae”.



(…)



Y ahora que se presenta oportunidad de hacer memoria de un hecho que nos recuerda la rabia de que estaban poseídos los sitiados contra todos los que se hallaran fuera de la casa sitiada.

Alfonso Gómez, sargento licenciado del Ejército español, acababa de llegar de santiago de Cuba pocos días antes de estallar la guerra, con más de $ 20.000.00 pesos ganados en la ruleta en las ferias que allá tuvieron lugar. Ese dinero lo depositó en dos casa de comercio de la plaza.

Gómez ofreció sus servicios que fueron aceptados por el jefe de la plaza. Pero joven y adinerado como era, Gómez sostenía relaciones amorosas fuera del recinto. Y una noche, sin permiso expreso, hubo de ausentarse, descolgándose por una tapia. Al siguiente día, cuando regresó e intentó entrar a la casa, fue rechazado y amenazado de muerte si insistía. Triste se alejó Gómez, yendo a buscar amparo a la Iglesia de San José, donde tampoco fue recibido porque era esa la orden que tenía el jefe de allí. Acudió el joven, por último, al Hospital Militar, pero de allí fue despedido en la misma forma.

Finalmente el joven se recluyó en la casa de su amigo Marcos Leal y allí estuvo hasta la llegada de la columna española mandada por el Comandante don Francisco Méndez Benegasí [que vino a rescatar a Holguín de las manos insurrectas].

Llegadas esas fuerzas, Gómez corrió a hacer acto de presencia a las autoridades, pero tuvo la desgracia de caer en manos del Cabo José Sarrión. Este ordenó que apresaran a aquel, lo que hicieron en el acto. Amarrado de manos condujeron a Gómez ante la presencia del Comandante don Francisco Méndez Benegasí, que en esos momentos conversaba con el Teniente Atienza, jefe de las fuerzas que guarnecían la plaza, estando los dos en la esquina de las actualmente nombradas calles de Maceo y Frexes. Alfonso Gómez fue presentado a aquellas autoridades como un traidor y nada le valieron las protestas que hizo el inocente de los cargos que le hacían. Atienza ordenó que “lo llevaran por ahí”. Esa frase equivalía a una sentencia de muerte.

A empujones hicieron salir a Gómez de la presencia de los Jefes Militares y comprendiendo él la suerte que le esperaba, trató de salvar la vida. Con una agilidad pasmosa Gómez salvó de un salto una trinchera que estaba en la esquina de las actuales Frexes y Mártires y salió corriendo por Frexes abajo sin que los disparos que le hacían le dieran.

Ya se encontraba a más de cien metros de sus perseguidores y se hubiera salvado si no es que en la esquina de la hoy calle de Máximo Gómez, se encontró con Salvador Batllevó que logró herirlo. El joven Gómez rodó en su caída y fue a dar a donde estaba Carrión, quien lo remató.

Como Gómez fue víctima otro español apellidado Crespo, a quien el Sargento Miguel Rego condujo al Cuartel General y sin otro tribunal que el mismísimo sargento que lo capturó, fue muerto de un balazo en la espalda.



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Ya el 21 de Noviembre el sitio fue completo. Los insurrectos incendiaron la casa de Nates y al día siguiente le tocó su turno las casas de comercio de Casiano Labusta y Francisco Pérez Fernández, hechos estos que llenaron de pánico al vecindario.

El 24 del mismo mes se inició un parlamento entre Peralta y el Teniente Gobernador don Francisco Camps y Feliú a las ocho de la mañana en la Plaza de Armas. Este parlamento duró algunos días sin que llegara a acuerdo alguno, pues aquel era un ardid de los españoles para ganar tiempo a que les llegaran tropas de refuerzo.

Tropas que llegaron el 18 de diciembre, marchándose los insurrectos hacia La Cuaba y a otros lugares cercanos, donde sostuvieron pequeños encuentros.

El sitio de Holguín dejó una honda preocupación en los españoles que pensaban que en lo adelante se verían acosados en una lucha sin tregua por los valientes que reclamaban la independencia de su tierra. 

La más conocida LEYENDA de Holguín ocurrió en La Periquera. Esa se cuenta en el siguiente video:

 


[1] El jefe de la conspiración en Holguín traicionó la revolución y se unió a los españoles.

28 de septiembre de 2016

Síntomas precursores de la gestad 1895.- “La Doctrina”.- Cuestión personal del Licenciado Frexes y el teniente coronel Elías.


Tomado de: José María Heredia (Ampliación del libro de don Diego de Ávila y del Monte)

Después de la algarada que los hermanos Manuel y Ricardo Sartorio promovieron en el poblado de Purnio en 1893 (…) ya el país se veía alterado en su orden interior.

Las suspicacias estaban en la mente de cuantos dependían del Gobierno y de sus simpatizadores, insulares y peninsulares, que mostraban vivo interés en tener al corriente de los más pequeños incidentes a las autoridades, que si bien es cierto que éstas comprendían los peligros que sobre el gobierno de la colonia se cernían, no les era dado evitarlos.

Las excitaciones del Partido Conservador, eminentemente anticubano y en el que, sin embargo, figuraban no pocos hijos del país, las anomalías y atropellos llevados a cabo por la Guardia Civil, había saturado la atmósfera del espíritu revolucionario, produciendo las desconfianzas, las irritaciones en el elemento más tolerante, para quienes la paciencia se había agotado.

Un escándalo ruidoso vino por entonces a preocupar de tal modo a la ciudad holguinera, que fue, digámoslo, el primer síntoma precursor de hechos más importantes y de los que se presentían movimientos revolucionarios.

Mandaba las fuerzas de la Guardia Civil en esta Comandancia, Emilio Elías y Ortega, Teniente Coronel del Cuerpo, hombre ese de escasa cultura y con la fama de haber sido quien destruyó en Andalucía “La Mano Negra”, (hechos esos que no le honraban gran cosa por los medios empleados en hacer desaparecer aquella).

Emilio Elías era de elevada estatura, de constitución fuerte y musculatura desarrollada, y poseía trato de gente pero había sido educado más en el Cuartel que en las aulas.
 
 


Por entonces dirigía “La Doctrina”, periódico local autonomista, el joven licenciado (abogado), Francisco Frexes Mercadé, quien vino a sustituir en aquel importante puesto al señor José Miró y Argenter. Argenter con gallarda y templada pluma había sostenido enhiesto el pabellón automático y el derecho de gentes, hasta su traslado a Manzanillo, desde donde se le llamaba para encargarle de empresas más importantes.

Bajo buenos auspicios e inspirado en la más noble de las causas y con el aplauso unánime del pueblo holguinero, siguió “La Doctrina” la senda que le señalara su fundador y Director Miró, Frexes tuvo la ocasión de sacar a la expectación pública, como mismo lo hizo “El Holguinero”, la torcida que observaba la curia envalentonada por la ineptitud del Juez del Término, don Manuel García Salgado y del desorden que se había entronizado en la Guardia Civil, cuyo Jefe, (Emilio Elías y Ortega), se ocupaba más de trapicheos amorosos que de los sagrados deberes de su cargo. Precisamente esto último lo hubo de tocar Frexes, aunque someramente, en “La Doctrina”, pero con un estilo jocoso, haciendo figurar a Elías como San Polizontes. Y obviamente que el Jefe de la Guardia juzgó que aquella broma no debía quedar sin correctivo. Pero en lugar de resolver la diferencia como lo hacen los caballeros, Elías tendió una celada a Frexes auxiliándose del Capitán Dionisio Muñiz Zapatero y un veterinario de apellido Moreno.

A los efectos que los tres se proponían, el Capitán Muñiz y Moreno salieron al encuentro de Frexes en el ángulo Norte de la Plaza de Armas. Estos le dijeron a Frexes que debía entrevistarse con Elías, quien desde uno de los balcones de la Comandancia General atisbaba la operación. Estuvo de acuerdo Frexes y entonces Elías bajó y pusose al habla con el periodista. Mediaron frases gruesas y entonces los otros dos sujetaron a Frexes mientras el Teniente Coronel Jefe de la Guardia Civil le pegaba.

Al día siguiente Frexes envió donde Elías a dos caballeros, el Licenciado Alfredo Betancourt y el Notario Emiliano Espinosa, para que le hicieran saber que lo retaba a duelo. El Jefe de la Guardia civil también nombró a sus dos paniaguados, Muñiz y Moreno. Frexes impuso que el duelo sería a pistola a quince pasos y que no terminaría hasta que uno de los dos combatientes estuviera fuera de combate.

Enterado Elías de las condiciones del duelo, no lo aceptó manifestando que “eso es un asesinato y yo no me dejo matar por asunto tan baladí”. Eso anteriormente dicho se hizo constar en el acta que se levantó y que suscribieron los cuatro testigos.

El 7 del mes de febrero el periódico que dirigía Frexes publicó los acontecimientos con sus detalles, acentuando la cobardía del Teniente Coronel Elías. Y poco después aconteció que los sucesos ocurridos en Holguín se supieron en La Habana y entonces el Capitán General Callejas le escribió por telégrafo a Elías conminándole a que aceptara el duelo a que le retaba el Director del periódico “La Doctrina” y, de no cumplir con ese deber de hombres de honor, le decía Callejas a Elías que quedaría sujeto al dictado de un Tribunal de Honor.

Busto del Coronel Panchito Frexes en el Cementerio Municipal de Holguín


Ante tal disyuntiva, que puso la carne de gallina a Elías, el Jefe de la Guardia Civil de Holguín optó por dejar bien puesto su nombre y a pesar de que ya habían transcurrido 93 horas de que se había negado a batirse con Frexes, dirigió a su oponente por conducto de Ramón Farrán, un cartel de desafío que literalmente copiamos para que nuestros lectores juzguen el concepto que se hace merecedor el autor de tan asqueroso documento:

“AL PUBLICO IMPARCIAL: Por consecuencia de haber extraviado maliciosamente la opinión, tanto el suplemento de “La Doctrina” del número 7 del actual, como el escrito que firma Francisco Frexes Mercadé en el número 594 de dicho periódico, circulado en el día de ayer, desvirtuando los hechos y evidenciando en forma que pudiérase tomar por algún lector mal intencionado de rehusar un lance de honor que me propuso el tal Frexes y el cual acepté públicamente en el Casino a los señores Don Alfredo Betancourt y Don Emiliano Espinosa, y con el fin de que no se crea por nadie que su mis padrinos Don Dionisio Muñiz y León Moreno no creyeran procedía el lance propuesto por ser yo el ofendido y considerarme suficientemente vengado por el garrotazo que di al Frexes y en atención a que en los escritos de “La Doctrina” referidos se pretende que la opinión juzgue a Frexes un Cid o un Zuavo, siendo completamente inexacto puesto que no ha hecho otra cosa que hacer mal uso de un partido político y de la noble profesión del periodista y para que se vea no ha hecho nada de lo que cumple a un caballero en vindicación de su honor que estima más que su vida, publicó una carta que entre 7 y 8 de la noche del día de ayer, en mi nombre le entregaron mis nuevos padrinos el Excmo. Señor Don Manuel Nates y Don Manuel Farrán, a la que contesto hoy como entre las 10 y 11 de la mañana, la que también abajo copio literalmente.

“Sr. Francisco Frexes, Director de “La Doctrina”. Habiendo quedado sin resolver la cuestión pendiente entre Ud. y el que suscribe, según el acta que firmaron los señores comisionados por una y otra parte y no quedando yo satisfecho con ella por creer en pie el insulto que Ud. me dirigió tan cobardemente en el periódico que con tanta torpeza dirige, así como por todas las rufianerías que después ha procurado propalar para manchar mi nombre de una manera canallezca, como usted solo es capaz de hacer, conducta propia de hombres mal nacidos como Ud. que desconoce las leyes del honor, y que ha entrado por accidente en la sociedad de los hombres bien portados, le exijo reparación de ella en el terreno de las armas al que nunca me pude negar a acudir, antes bien, la deseé para aplastar la soberbia de un ente canallada y sin vergüenza como le dije en su asquerosa faz la noche que le pedí explicación y le di un garrotazo; despreciando por mi parte añejas creencias de clase y condición para hacerle el honor de medir con usted mis armas. Espero que sus nuevos padrinos o los que antes designó, me es igual, se entiendan con el Excmo. D. Manuel Nates y D. Ramón Farrán, encargados de representarme, y le advierto que de no verificarse el lance por una nueva sutiliza de Ud. o de sus Representantes, daré al presente cartel toda la publicidad que me sea posible, sin que me detenga para esta resolución el carácter que Ud., para encubrir su cobardía, quiere dar al asunto.

Holguín, 10 de febrero de 1892.

E. Elías”.

Ante esta asquerosa provocación, que solo desprecio merece, el Licenciado Frexes se disponía a responder afirmativamente al duelo, pero sus amigos, conocedores de que le preparaban otra celada en que sin celebrar duelo alguno, él resultaría la víctima, esta que sigue es la respuesta que se le dio al papel enviado por Elías:

“Muy señores míos. Aunque las prácticas generales en materia de duelo me autorizan a no dar ningún valor a la pretensión de la que ustedes han sido mensajeros, recibida anoche a las ocho de la misma, por ser cortés con ustedes voy a contestar por su mismo conducto a la persona que representan.

El Código del Honor no admite dudas; y a las veinte y cuatro horas de ser firmada y leída un acta por los padrinos y el ahijado, éste no ha hecho manifestación alguna de protesta, se entiende que admite aquella y no ha derecho a proseguir una cuestión juzgada y concluida. El sábado seis de los corrientes a las diez y media de la noche habían suscrito los señores Muñiz, Moreno, espinosa y Betancourt en representación respectiva del que ustedes apadrinan ahora y el que suscribe, un documento formal que debe respetarse, y como nadie rechazó en tiempo oportuno el escrito que cito, de ningún modo procede reclamar acerca del acta cuando han transcurrido noventa y tres horas. Llegan ustedes, por tanto, demasiado tarde; y suponiendo que yo estuviera dispuesto a acudir con su representado al terreno sin fundamento de honor, me guardaría bien de invitar a quien según opinión general y confesión propia, violó las prácticas establecidas y pretende seguir quebrantando.

Sobre la desdichada carta que ustedes tal vez no conocen y de la que han sido portadores, solo debo manifestarles que su autor me inspira profunda lástima y el escrito a que me refiero, inflexible desprecio. Sepan, pues, mi determinación, que consiste, por ahora, en resguardar mi honor, siempre inmaculado, de las salpicaduras del fango, reservándome el contestar las injurias que alguien ha pretendido inferirme, en la forma que tengo por conveniente.

Soy de Ustedes, con la mayor consideración S.S.S.q.b.s.m.

Francisco Frexes”






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