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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

25 de agosto de 2011

Jobabo

Para 1862, Jobabo pertenecía al partido de Gibara y tenía 219 habitantes, de ellos 21 esclavos. Sus orígenes se relacionan con la antigua hacienda de San Marcos de Auras, y surgió porque el viejo camino de Holguín a Gibara pasaba por el lugar, no así actualmente, dista de la carretera un kilómetro. Ese desvío era evitándose algunos malos pasos desde el camino de La Trocha.

En el caserío se construyeron dos fortines y otros dos más, situados a la entrada del camino y en el cruce del ferrocarril, de los cuales no se conservan ninguno. A pesar de ser un pequeño poblado ha pasado a la historia nacional por su vinculación con la toma del fuerte no. 18, de San Marcos por fuerzas dirigidas por Calixto García en agosto de 1896, pues los soldados españoles lograron abrir un boquete en una de las paredes del fuerte bombardeado a cañonazos y escaparse a Jobabo, de donde además le tiraron a las fuerzas cubanas cuando estas se retiraban de Loma de Hierro.


Loma del Hierro, donde se estrenó la artillería mambisa

Historiadores de la Aldea hacen trabajo de campo




 




Candelaria Munilla

En este sitio se asentaron en sus orígenes familias procedentes de Norteamérica, como los Driggs y los Clark. También la austriaca Henrietta Seassures, casada con el norteamericano José Eysing; y otros anglosajones, pero la mayoría de ellos habían abandonado el lugar antes de iniciarse la guerra de 1868 y el terreno que ocupaban había pasado a manos de canarios peninsulares. Para 1877 existía una población de 491 personas, de ellas 6 esclavos.

Escuche al historiador de Gibara Enrique Doimeadiós contando la historia de don Felipe Munilla

El propietario del sitio que hoy se conoce como Candelaria Munilla lo fue Felipe Munilla García de origen santanderino, quien, como era usual, ocupó cargos en la jefatura de los Voluntarios durante la contienda. Munilla se dedicó al comercio del tabaco, hacía préstamos hipotecarios a los cosecheros y adquirió de esa forma una gran cantidad de terreno al rematar hipotecas no solventadas a tiempo y ocupar fincas de sus deudores. Poseyó además grandes intereses comerciales en la Villa de Gibara como fue la empresa que mantenía con su yerno, don Javier González-Longoria, y que giraba bajo la razón social de Longoria-Munilla y Compañía.

Precisamente su rancio españolismo fue una de las razones de que el poblado fuera uno de los más atacados del territorio, lo llegaron a quemar tres veces, de ellas una durante la Guerra del 68, y dos en la de 1895. El primero en atacar fue el General Julio Grave de Peralta, quien ordenó quemarlo. Esta acción ocurrió en la noche del 16 para el 17 de agosto de 1869. En la Guerra de 1895 fue incendiado por tropas de Calixto García, el 11 de junio del año 1896, y un año más tarde, en 1897, por el capitán Lico Balán.

El poblado se preparó para la defensa desde el año 1868 con cinco fortines más la sólida casa de Felipe Munilla que también fue fortificada. Alrededor del caserío se construyeron alambradas de púas y trincheras. De los fortines solo se conserva una ruina, en la que aún se aprecia su planta rectangular de 16 m de largo por 4.60 m de ancho, con muros de mampuesto de 0.65 m de grosor. Este se localiza en el patio de la casa del señor Vicente Calderón, y se conoce la ubicación de otros tres (uno frente a la escuela, otro frente a la actual tienda de víveres y el otro en una de las lomas que rodean el actual poblado, del que puede observarse la trinchera).

La Jandinga

Está situado en el límite noroeste de la hacienda de Yabazón Abajo, donde ésta linda con Candelaria y sobre el camino real (hoy carretera) de Gibara a Holguín, vía que atravesaba por el centro del poblado. Al sur del camino las tierras pertenecían a la finca San Antonio, propiedad del canario Don Antonio González Hernández, mientras que el área norte estaba incluida en las propiedades de la familia inglesa Chapman, junto a una finca conocida como “El Vapor”. En una superficie de unas 4 hectáreas situada a ambos lados del camino se concentró una población que en 1877 se fijaba en 336 habitantes. La base económica del lugar era el cultivo del tabaco y la crianza de ganado. En 1897 habitaban allí 120 familias.

A inicios de la Guerra del 68 La Jandinga fue fortificada costeando el dueño de la finca San Antonio el primer fuerte en construirse, además de tomar el cargo de capitán de voluntarios. El sistema defensivo se concibió inicialmente en forma de un triángulo con un fortín en cada vértice, pero en la guerra de 1895, ante el aumento del número de vecinos se construyó un cuarto fortín pasando a ser un cuadrilátero el perímetro de la pequeña aldea. Una alambrada de púas de siete hilos rodeaba y protegía el poblado. También se construyeron trincheras y zanjas de comunicación en puntos estratégicos. Se accedía al lugar mediante tres portadas vigiladas: dos de ellas daban paso al camino real de Holguín a Gibara y la tercera guardaba la salida del corto camino que conducía al apeadero ferroviario de Iberia.

Dos sólidas casas se adecuaron también para la defensa del lugar. En una de estas se ubicó el cuartel de voluntarios y una tercera casa se acondicionó para servir de cuartel a la guerrilla local. Los soldados españoles dormían y descansaban en un gran rancho techado con guano que se levantaba cerca del fuerte principal. Alrededor del poblado el bosque fue talado con el objetivo de que se pudiera apreciar al enemigo a una considerable distancia. El conjunto de obras garantizó la defensa del lugar durante ambas guerras.

De las fortificaciones de La Jandinga han llegado a nuestros días tres fortines y la casa de vivienda de la familia González, que en la actualidad aún habitan y que fungió como cuartel de voluntarios. Según la tradición oral, el fuerte desaparecido, ubicado al este del asentamiento, era de madera, con una doble pared y un relleno interior de piedras.

Fuerte Amarillo, La Jandinga
El fortín construido por don Antonio González fue conocido como El Amarillo, porque estaba pintado de ese color con un zócalo y una franja en la parte superior en rojo, diseño que respondía a los colores de la bandera española, y en el se instaló la jefatura de las fuerzas hispanas con un teniente al frente. Está situado al sudeste del sitio, a unos 40 metros de la actual carretera y a escasos metros de la vivienda familiar.

Es de dos cuerpos con la puerta enfrentada al camino (actual carretera). Posee la planta rectangular -5.55 m. por 5.65 m- y la estructura es de ladrillos, con los tabiques de mampuesto ordinario. Tiene una altura de 5.45 m. Los dos niveles fueron aspillerados, con tres orificios por lienzo de pared. Interiormente tuvo dos plataformas y en el primer nivel un vano en forma de óculo. La cubierta era de tejas.


El Fuerte Blanco: así fue llamado el fortín que ocupaba el lado nordeste del caserío, construido sobre un montículo de tierra. Es una ruina que conserva parte de tres de sus paredes. Originalmente su planta fue rectangular, de dos niveles con sus correspondientes plataformas interiores y sus muros de mampuesto de 0.55 metros de ancho están estructurados por ladrillos y recubiertos por un mortero de cal. Tenía dos hiladas de aspilleras, de ahí que pudiese ser utilizado para el tiro en distintas posiciones. Se accedía al mismo por una puerta ubicada en el segundo nivel, mediante una escalera movible.

El Fuerte Nuevo, se construyó durante la Guerra del 95, sobre un relleno artificial, de ahí su nombre. Se diferenció de los restantes del recinto porque solo tuvo un cuerpo con sótano. No tiene aspilleras pues se disparaba desde el mismo a través del espacio que quedaba ente el final de los muros y el techo. Se empleó como depósito de armamentos. La puerta es de 0.90 m de ancho y está dirigida al antiguo camino, actualmente carretera. La planta es rectangular, de 4.50 por 5.40 metro. Los muros de mampuesto ordinario estructurados por ladrillos, con un grosor de 0.55 m.

La defensa de La Jandinga también se completaba con un aviso verbal de un fuerte al otro, el centinela gritaba: “...Centinela alerta” y el otro fuerte contestaba “Alerta está”, esto se hacía regularmente, cada media hora.

Durante la guerra de 1895 la mayoría de las familias de los alrededores del lugar se mudaron para el recinto fortificado de La Jandinga desde mucho antes de darse la orden de reconcentración. También se establecieron allí núcleos familiares procedentes de Corralitos y de San Agustín de Aguarás, Buenaventura y La Rioja, Debido a lo fortificado que se encontraba este poblado nunca fue tomado por los mambises, aunque el general Mariano Torres logró extraer una noche de 1897 algunas cabezas de ganado de un corral situado cerca de uno de los fuertes.. Posteriormente el General Calixto García pasó muy cerca del poblado pero no lo atacó, no obstante desde los fuertes le dispararon más de cinco mil tiros a su paso.

Yabazón Abajo

El corral de Yabazón Abajo fue mercedado en 1747 por el Gobernador de Cuba a don Jerónimo Pupo. El lugar donde hoy se erige el poblado fue el centro de la hacienda.

En 1864 su demarcación tenía 851 habitantes, mientras que el censo de 1887, recoge una población de 1345 personas. La actividad económica fundamental que realizaban era el cultivo del tabaco. Además se sembraba en el lugar caña de azúcar y maíz, y se desarrollaba la ganadería, todo esto con fines comerciales.. Para entonces existía un trapiche en el lugar. Todas estas actividades hicieron que se asentaran en el poblado varios comerciantes, a lo que contribuyó su acceso al Puerto Real de Gibara por medio de un camino vecinal.

Esta riqueza económica hizo que ya para 1869 el poblado estuviera defendido por 6 fortines y un cuartel para alojar una considerable tropa.

Tenía también otras obras defensivas como alambradas y trincheras y se comunicaba con Holguín y otros lugares mediante un telégrafo eléctrico y un heliógrafo.

A pesar de las obras de defensa Yabazón fue tomado en varias ocasiones por el Ejército Libertador. El 1 de abril de 1874 fue atacado y tomado por fuerzas cubanas al mando de Juan Rius Rivera quien obtuvo allí un considerable botín de guerra. Un año más tarde lo tomó Limbano Sánchez, y el 25 de enero de 1876, a la una de la madrugada, mientras dormían sus vecinos, sufrieron un nuevo ataque, en esta ocasión por Antonio Maceo. No obstante, en esa ocasión no pudieron los mambises tomar el poblado y solamente lograron llevarse algunas mercancías de dos de sus comercios, pues las fuerzas de a plaza pidieron refuerzos a Holguín por medio del heliógrafo. En esta acción murieron el holguinero Ladislao Feria Garayalde y el santiaguero Pablo Amable Arambarry.

Diecinueve años y medio más tarde, ya en la guerra de 1895, Antonio Maceo volvió a atacar a Yabazón, el 3 de junio de 1895. En esta oportunidad si logró tomar el poblado.

Para leer: Yabazón, escenario de combate, haga click aquí

Cantimplora

Este poblado surgió durante la segunda mitad del siglo XIX y en específico en 1885 cuando se inauguró el primer tramo del ferrocarril Holguín y Gibara. Se dice se fundó principalmente con libertos, ya que la actividad principal era la carga y descarga de mercancías que trasladaba el ferrocarril, las que eran conducidas a partir de Cantimplora al puerto o a las poblaciones del territorio. Ese mismo año de fundación se habilitó con el telégrafo y posteriormente con teléfono.


Fue atacado por las fuerzas cubanas en varias ocasiones, pero no lo pudieron tomar nunca ya que estaba muy custodiado y fortificado por tres sitios estratégicos de los cuales solamente se conserva el montículo de uno de sus fortines. En su defensa, según la tradición oral, se usaron además carros blindados del propio ferrocarril.

Arroyo Blanco

En sus orígenes se conoció como potrero o corral de San Felipe, sin embargo prevaleció el antiguo nombre de la hacienda a la cual perteneció el lugar donde se asentó el poblado; fundada en 1737. La base económica lo fue el cultivo del tabaco, además de la ganadería. Según censo en 1877 tenía 415 habitantes y en 1899 su población era de 1739 personas debido esto en gran medida a los movimientos migratorios internos que se habían dado durante la última guerra.

En 1868 como los demás poblados, Arroyo Blanco fue fortificado y rodeado de una alambrada de púas de siete hilos. Se edificaron tres fuertes, pero dos de ellos fueron demolidos al construirse la carretera de Gibara a Holguín que atraviesa el actual caserío. El tercero es una ruina de la cual aún se aprecia su base cuadrada, de 6.10 metros cada uno a de sus paredes, con un grosor de 0.60 metros de ancho sus muros. Las esquinas son ochavadas, y al estudiar en plano la situación de estas defensas apreciamos se concibieron en forma de un triángulo que encerraba al poblado.


Embarcadero del río Cacoyuguín

Este poblado se localiza en la intersección del antiguo camino de Gibara a Holguín (actual carretera) con el de Cupeycillos y el río Cacoyuguín. Se encuentra a 27.5 Km. de la ciudad de Holguín. Pertenecía a la antigua hacienda Arroyo Blanco, fundada como corral, en 1737. Su primer propietario lo fue Don Manuel Pupo León. Alrededor de 1823 se fundó cerca de allí el ingenio Santa María por el norteamericano Samuell Clark.

No obstante sus orígenes como embarcadero se remontan al siglo XVIII, cuando se comenzó a usar en el lugar un muelle fluvial para traer la mercancía que entraba por la bahía de Gibara con destino a la ciudad de Holguín. Este punto fue atacado en dos ocasiones (1739 y 1745) por marinos ingleses que remontaron el río en barcazas. De estas incursiones ha quedado como testimonio un sitio conocido como el Charco del Pirata, cerca del muelle donde se dice además que existen restos de un barco hundido.

En la orilla norte del río y en el punto donde se encuentran las vías terrestres, se fundó el poblado que ya no existe y que se llamó en sus inicios Casimba de Margarita. Para 1868 existían muelles a ambos lados del río, y se habían construido dos grandes almacenes para guardar los productos que se exportaban e importaban desde el Puerto Real de Gibara. También se habían edificado dos aljibes grandes para el abastecimiento del poblado, el cual tenía comercios y una zapatería entre otros servicios.

A inicio de la Guerra del 68 se construyeron dos fortines, de los cuales solo uno ha llegado a nuestros días. Hoy es conocido como el fuerte del Embarcadero y está situado en la antigua finca La Filomena, propiedad de Lorenzo Guerra. Fue construido sobre un promontorio y desde el se visualiza el mar y una extensa área a sus alrededores. Su forma es la de un polígono de cinco lados y posee dos cuerpos terminados en almenas de 0.60 metros de altura.


Su imagen es única en la comarca. Se edificó sobre una base de piedras de 1.20 metros de alto, excepto un lateral que, por el desnivel del terreno, presenta 1.70 metros. Su diseño es además piramidal, la base es más ancha que el primer cuerpo y este a su vez en relación con el segundo. El primero tiene 3.05 metros de alto y el segundo 3.15 metros los que junto a las almenas hacen una altura total de 6.80 metros.

Elementos constructivos que aún conserva nos dicen que tuvo pisos sobre la base de piedras y al nivel de las almenas que le permitían defender la posición acostados o de pié, lo que también se realizaba desde distintos ángulos, pues cada uno de los lienzos presenta dos hileras de aspilleras hechas de ladrillos. Tiene de particular también que los ángulos de los prismas son dobles. Sus gruesos muros de mampuesto, repellados con un mortero de cal por ambas caras tienen un grosor de 0.55 metros. La puerta de acceso colocada en el segundo cuerpo conserva su dintel de madera.

Cupeycillos

El primitivo caserío de Cupeycillos se encontraba disperso en la Sierra de Candelaria. Pertenecía a la hacienda Arroyo Blanco, y constituía un punto estratégico para la defensa de la Villa de Gibara, porque estaba atravesado por el camino de acceso a la misma desde Holguín y allí entroncaba con el anterior el antiguo camino de Puerto Padre. Desde Cupeycillos se divisa un amplio tramo de la costa frente al mar abierto y parte de la bahía de Gibara.

La población surge durante las primeras décadas del siglo XIX, conformada por habitantes de origen canario. Desde épocas tempranas se conoce la existencia allí de un trapiche, no obstante sus vecinos se dedicaban al cultivo del plátano. Para extraer las producciones de esta zona se empleaban dos vías: el viejo camino de Los Hoyos por el cual se sacaban casi siempre a lomo de caballos hasta Gibara, o el río Cacoyugüín, navegable para barcazas desde el vecino poblado de Embarcadero hasta la bahía.

La ganadería era otra de las fuentes económicas de los canarios que habitaban Cupeycillos. La raza que criaban era adquirida en Puerto Rico, y se caracterizaba por ser resistente a la sed, por lo que se adaptaba a las condiciones de la sierra, en la cual la mayor dificultad de subsistencia era la escasez de agua. Para almacenar el agua de lluvia los canarios construyeron grandes aljibes, en el lugar, pero cuando las sequías eran muy prolongadas se veían obligados a abastecerse en un profundo pozo (que aún conserva el nombre de “Pozo Real”), construido en una quebrada entre dos lomas, situadas a casi a mil metros de distancia del poblado antiguo.

En la parte más alta del poblado había dos sólidas casas de mampuesto: la del canario José Antonio Rodríguez, propietario del ingenio Casablanca en Candelaria, y la de doña Rafaela Martín, de igual naturaleza. Además existía la propiedad rústica La Modesta, de la familia inglesa Chapman, fundada por Samuell Chapman Payl, y heredada posteriormente por uno de sus hijos, Guillermo.

La historia del asentamiento está relacionada también con Abelardo Rodríguez, “el matador de isleños”. La tradición oral, trasmitida de generación en generación dice que varios canarios dispersos en la Sierra de la Candelaria decidieron agruparse allí debido a los ataques, robos y otros desmanes que este individuo fuera de la ley llevó a efecto contra aquel grupo humano.

El inicio de la fue la Guerra del 68 motivó que el número de habitantes del lugar se incrementara pues al construirse las obras defensivas otros vecinos de la sierra se mudaron para el recinto fortificado poniéndose al amparo de trincheras y fortines. Llegó a haber en aquellos tiempos alrededor de 50 casas, la mayoría de yaguas y guano.

Hoy solo quedan casas de campesinos construidas sobre los cimientos de los viejos fortines


Más tarde estos vecinos se organizaron civilmente a través de una alcaldía de barrio. La edificación de un puesto militar, seis fortines, un parapeto semicircular y un puesto de señales en la cima de una elevación, el cual permitía comunicarse con los barcos surtos en el puerto y con otros lugares poblados, les confería cierta estabilidad económica y emocional.

A pesar de encontrarse fortificado el poblado de Cupeycillos, fue atacado durante las dos guerras. La última acción estuvo dirigida por el hijo del general Cornelio Rojas, que tenía el mismo nombre y el grado de coronel (1).

Las fuerzas libertadoras ordenaron que todo el que saliera del caserío hacia las áreas de cultivo fuese tiroteado, y por tal motivo aparecen asentadas varias defunciones de vecinos de Cupeycillos en la Iglesia Parroquial de Gibara cuyas causas de muerte, especifica que “... fue asesinado por el enemigo”. El período de tregua entre las dos guerras posibilitó que el grupo de canarios asentados allí se recuperara económicamente.

De los seis fortines construidos en Cupeycillos se conservan cuatro, además de un muro de piedras erigido para afrontar cualquier avance mambí desde la zona de El Jobal y la ruina de una muralla semicircular de piedra construida en la parte más alta de una loma cercana. Debido a lo inaccesible del sitio solo se han podido trabajar tres fortines. Estos presentan distintas tipologías atendiendo a sus plantas: uno es circular, otro rectangular y el tercero es cuadrado.

El de planta circular fue construido sobre un montículo de tierra e inferimos que haya sido así por lo ondulado del terreno. Está rodeado de un foso del que dista 8.20 metros. Sus muros son de mampuesto. Tiene un diámetro interior es de 4.25 metros y muros 55 centímetros de ancho. La altura total es de 6.20 metros y termina en almenas, o prismas de piedras que se construían sobre las fortalezas. Está conformado por dos pisos con dos plataformas, por lo que pudo ser utilizado por tiradores en las posiciones de acostado o de pié. Presenta 9 aspilleras en cada cuerpo y la puerta de acceso estaba en el segundo nivel. Este fortín fue de los incendiados en 1898 por la orden de Calixto García.

El de planta rectangular está en estado ruinoso, no obstante se aprecia su planta que mide 7.10 metros por 5.10 metros. Se observan sus muros de piedras sin ningún tipo de mortero de unos 0.65 metros de grueso.

El fuerte de planta cuadrada aún es conocido como “El Pulguero” por la gran cantidad de pulgas que había en el mismo. Se cuenta que fue utilizado ocasionalmente como sitio para encerrar detenidos, los que sufrían forzosamente la picada de esos insectos. Actualmente está en ruinas. Los paramentos que lo conformaban tienen 5 metros de ancho con las esquinas chanfleadas, y aún posee tres aspilleras para fusiles. Está rodeado de un foso y también fue construido de mampuesto ordinario, con un grosor de muros de 0.55 metros.

Unos doscientos metros más arriba de este existía otro fortín de planta rectangular del cual quedan aún restos de muros, y a la entrada del poblado se conservan los cimientos de otro en forma de polígono. Quedan los vestigios del sexto a la entrada del camino de los Hoyos.

Entre el fuerte circular y El Pulguero quedan los restos de una construcción de piedra de 33.70 metros de largo por 3.60 metros de ancho que presenta dos pequeños tambores o garitas, con la capacidad para un vigía cada uno de ellos, la cual pudiera haber sido una barraca.  
 
Notas:

(1) Archivo del Museo Municipal de Gibara. Fondo  Ayuntamiento de la Villa. Legajo 3. Alcaldía

San Marcos de Auras (Floro Pérez)

Era el poblado de mayor número de habitantes en el momento inicial de la Guerra de los Diez Años. Tenía una posición estratégica ventajosa por ser equidistante a la ciudad de Holguín y al puerto de Gibara y estar situado sobre el camino carretero que unía ambas poblaciones. Distaba también casi lo mismo de Fray Benito y Velasco, poblaciones menores situadas al este y oeste de Auras respectivamente. Era el corazón de una rica zona agrícola.

Aunque el poblado de Auras fue ocupado por los mambises desde los primeros momentos de la insurrección, el 5 de enero de 1869 una poderosa columna provista de artillería desalojó del lugar a las tropas de Julio Grave de Peralta y restableció allí el dominio hispano (1). A partir de ese momento el mando español situó en Auras un centro de operaciones con el concurso de un número considerable de soldados que patrullaban distintas áreas y servían de apoyo a poblados, caseríos y puntos estratégicos que pidieran auxilio.

Los orígenes de la población se encuentran relacionados con el hato de San Marcos de Auras, mercedado en 1703. Su territorio comprendía las haciendas de Jesús del Monte, nombre que lleva su parroquia inaugurada en 1872, y San Marcos. Estas pertenecían a las familias Leyte Rodríguez y Pupo primeras en establecerse en dicha zona.

En 1804 el territorio quedó constituido en sede de una Capitanía Pedánea con el objetivo de proteger el litoral norte de los corsarios y piratas y evitar el comercio de contrabando. Su población era de origen hispano, entre ellos un nutrido grupo de canarios. Para 1862 ascendía a 915 personas de las cuales 75 eran esclavos.

En 1856 pasó a formar parte del Partido de Gibara por tener este la mayor cantidad de habitantes y la jerarquía económica que había adquirido tras la apertura del puerto. Para 1877 el censo de población relaciona 1092 habitantes, de ellos 17 esclavos, lo que muestra su importancia como centro rural y de operaciones del Ejército Español. Esto propició que fuera una atracción de importancia para las fuerzas cubanas, que la atacaron en varios ocasiones durante las guerras.


En 1888, el ferrocarril iniciado en Gibara llegó hasta Auras, que desde 1870 estaba conectado por telégrafo eléctrico con Gibara y Holguín y en la guerra de 1895 dispuso de teléfonos con igual fin. A pocos kilómetros de distancia de sus principales accesos se habían construido fortificaciones (Loma de Hierro, Yabazón, Pedregoso y La Jandinga)

En 1872 cuando Calixto García atacó a Holguín, simultáneamente fueron hostigados varios fortines de Auras y algunos cercanos a ésta.

En la madrugada del 10 de abril de 1873 Calixto García atacó y tomo Auras. Se aprovisionó de un rico botín de guerra en sus comercios y finalmente ordenó incendiar las bodegas, almacenes e iglesia. En la casa de Manuel Suárez de Argudín, Jefe del Cuerpo de Voluntarios, se quemaron varias personas que prefirieron morir antes que rendirse. A las cuatro de la mañana dejaron Auras y se retiraron a Cazallas quemando todas las casas a ambos lados del camino.

El 20 de agosto de 1896 Auras fue atacada por el coronel Fernando Cutiño Zamora, mientras el general Calixto García cañoneaba al fuerte de San Marcos en Loma de Hierro. En noviembre de ese año fue tiroteado el poblado por fuerzas del general Mariano Torres con el objetivo de extraer un lote de ganado de La Jandinga. El 25 de julio de 1898 Auras fue desalojado por la guarnición española que se retiró a Holguín y ocupado inmediatamente por tropas del general Luís de Feria Garayalde, pero 22 días más tarde, el 16 de agosto, los españoles regresaron con una poderosa columna de infantería y artillería para recuperar el poblado desalojando a los cubanos, en lo que constituyó el último combate de la guerra de 1895.

No obstante este poblado fue el más fortificado con casi igual número de defensas que la ciudad de Holguín. La tradición oral recoge el número de 12 fortines rodeando la población de Auras, enlazados por alambradas y trincheras, además un centinela de cada una de las guarniciones que la custodiaba estaba encargado de mantener en alerta el estado defensivo.

Según el señor Ricardo Ajo (2) , quien fuera alcalde de Auras en la época del machadato, cada media hora se escuchaban las voces de los centinelas que gritaban..."Alerta al uno", y el del uno, repetía "Alerta el dos"... y así hasta el doce. Por su parte, Gerardo Castellanos en el libro Hacia Gibara escribió:

“Entradas y salidas estaban severamente atrincheradas y alambradas. El predio de Auras estaba abrazado por una cadena de fortines. Cada uno mantenía nutrida guarnición. Hacían el servicio tropa de línea, voluntarios y guerrilleros. El vecindario se distinguía por un reconocido españolismo, pues eran españoles los más acaudalados moradores. Este era el poblado mayor fortificado de la línea. Con comercio rico dedicado a la exportación agrícola, pecuaria y al tabaco de mayor calidad” (3)
En la actualidad se ha ido localizando la ubicación de algunos de estos fortines de los cuales se conservan tres y de ellos dos en ruinas. Existe también en el poblado una casa aspillerada y huellas de aspilleras en la iglesia que por estar enclavada en una pequeña altura fue utilizada con fines defensivos también. En sus laterales se construyeron fuertes de madera de los cuales aún pueden apreciarse las bases.

De los fortines conservados se encuentra el conocido como “Lucumí” nombre que tomó por haber vivido en él un negro de esa etnia. Es de planta rectangular de 5.20 por 6.20 metros con las esquinas ochavadas –0.60 m-. Fue proyectado en tres niveles con sus correspondientes plataformas interiores. El tercer nivel termina en prismas que sostenían el techo. Los cuerpos están dispuestos de mayor a menor, de forma piramidal, observándose la sección escalonada.

La estructura y aspilleras se construyeron con ladrillos y los muros de mampuesto recubiertos con mortero de cal. La puerta está dirigida al camino de Holguín y ubicada en el segundo nivel. Se caracteriza además por presentar dos hiladas de aspilleras, en número de tres por lienzos de paredes, y una en las esquinas superiores, mientras que en el primer nivel posee dos. El primer cuerpo mide 3.20 m de alto, el segundo 2.10 m y la azotea formada por el murete liso o prisma 1.35 m. La altura total es de 6.65 metros.

Otro de los fuertes que se conservan en Auras es el que se encuentra en el camino de Tierra Blanca. Es de planta cuadrada, de 5 metros de ancho sus lienzos de paredes, dos cuerpos, el primero es más ancho que el segundo. El sistema constructivo y materiales son idénticos al Lucumí, la puerta se presenta, como los demás en el segundo nivel. Se infiere haya tenido azotea, conserva una altura total de 4.60 m, de ellos 2.80 m en el primer cuerpo y 1.80 m en el segundo. Se conserva en regular estado.

El tercero de los fortines que se conservan es el conocido como Argudín, nombre que tomó por estar cercano a la casa del comerciante peninsular Manuel Suárez de Argudín y Guardado, quien ocupó cargos en el Cuerpo de Voluntarios con el grado de Comandante. Según el vecino que habita la casa en cuyo patio se conserva el fortín, lo conoció “... con techo y pisos de madera, tenía seis lados y dos plantas con azotea, la cubierta era de tejas”

En la actualidad presenta un estado ruinoso. De su planta hexagonal se conservan dos paredes de 3.50 m cada una, y una altura total de 6.10 m; distribuidos en 2.80 m el primero y 2.20 m el segundo. El pretil corrido es de 1.10 m. Los lienzos de paredes que conserva tienen la peculiaridad de poseer ventanas en ambos niveles, así como un zócalo pintado de azul en el segundo. La estructura es igual a los otros dos, de ladrillos con arquitrabes de madera. Los dos cuerpos están aspillerados, 18 aspilleras en cada uno, y la puerta en el segundo nivel.

Además de los dos fuertes localizados en los laterales de la iglesia, se encontró la ruina de otro, a unos 300 m del que se conserva en el camino de Tierra Blanca, y otro al norte, a unos 350 m aproximadamente de la iglesia.

 
Notas:  
 

(1) Archivo del Museo de La Periquera. Diario de Julio Grave de Peralta. Anotaciones correspondientes al 5 de enero de 1869.

(2) Ver: Sarabia, Nydia: Ana Betancourt. Página 75 . Este libro reproduce parte del Diario de Ignacio Mora, esposo de Ana Betancourt y participante en la toma de Auras del 10 de abril de 1873.

(3) Auras fue el último pueblo tomado en la Guerra de Cuba,  y curiosamente fue tomado por los españoles, que aunque perdieron la guerra desalojaron de el lugar en esa oportunidad a los cubanos y se quedaron allí hasta la evacuación de sus tropas hacia España a través del puerto de Gibara el 30 de noviembre de 1898

Recintos fortificados de poblados.


Estaban compuestos fundamentalmente por tres o más fortines ubicados en puntos estratégicos que constituían las defensas exteriores de pequeños centros de población. Generalmente se complementaban con zanjas, trincheras y alambradas periféricas que dificultaban la posibilidad de un ataque. Las casas más sólidas de los poblados se integraban también al sistema y muchas de ellas sirvieron como cuartel de las guerrillas o de los voluntarios. En la construcción de estas defensas fue importante el aporte voluntario o forzoso de los dueños de comercios, propietarios de los predios rústicos y de otros vecinos de poblados (1). En estos casos la defensa se organizaba usualmente bajo la dirección de un mando único, cargo que recaía siempre en un militar profesional del Ejército Español, al que se subordinaban los cuerpos de voluntarios y la guerrilla local si la había.

Entre los poblados mas importantes del hinterland del puerto se encontraban Auras, Cupeycillos, Embarcadero, Arroyo Blanco, Cantimplora, Yabazón, La Jandinga, Candelaria Munilla, Jobabo, Aguas Claras, Bocas y Fray Benito.

Notas:

(1) Al parecer las autoridades españolas ejercieron gran presión para que los vecinos de los poblados construyeran estas fortificaciones, lo que puede deducirse del documento que se transcribe a continuación, enviado por las autoridades españolas a los alcaldes durante la guerra de 1895.

” Siendo de imprescindible y urgente necesidad para la defensa de los pueblos el establecimiento en ellos de torres exteriores, cuyos fuegos se crucen, he acordado dirigir a U.S: la presente con el fin de que poniéndose de acuerdo con el Señor Comandante Militar de esa Plaza y utilizando los recursos de que pueda disponer ese Municipio y con el concurso del vecindario se proceda á la construcción de las referidas torres cuyo número ha de ser de tres por lo menos en cada poblado, y coadyuvar de ese modo a la conservación de las fuerzas del ejército, que en caso contrario tendrán que ser forzosamente retiradas.

A.P.H. Fondo alcaldía y Ayuntamiento 1878:1898. Legajo 35 Nº. 953 Citado por Hernel Pérez Concepción en su obra . Política gubernamental vs. Revolución en el Holguín de 1895 ..




Sistema de fortificaciones del hiterland (alrededores) del puerto de Gibara durante las guerras de independencia de Cuba




El sistema se estableció para proteger los intereses de España en la comarca, representados directamente por los propietarios de ingenios, fincas y comercios, que se vinculaban al mercado a través del puerto de Gibara.

Su creación fue posible gracias al volumen de la riqueza inmueble existente en el territorio y la alta densidad de población del mismo, unido esto a la cuantía e importancia de la producción agrícola y a la situación geográfica del área, ubicada entre la Villa de Gibara y la ciudad de Holguín, en la que era de importancia estratégica básica para el Ejército Español garantizar una continua y segura comunicación, así como una fuente de aprovisionamiento estable.

En las áreas rurales fueron generalmente los propietarios de ingenios y haciendas los que costearon sus propias defensas y en ocasiones llegaron a pagar salarios a las guarniciones de los mismos. No obstante la factura de las obras consideramos que su edificación fue dirigida por ingenieros militares, pues como dejamos señalado en Holguín existía una Delegación de Ingenieros, pero estos también llegaban a Gibara en los distintos buques que arribaban al puerto. A lo que puede añadirse que casi todos los Capitanes Generales de la Isla en el período 1868-1898 visitaron el puerto de Gibara. Se destacaron además importantes maestros peninsulares como José Llauradó Bahamonde y el sevillano José María del Salto y Carretero, que construyeron las defensas, calzadas, puentes, hospitales de sangre y otras obras.

Los materiales para las construcciones de estas defensas eran proporcionados por el entorno natural, los que preparados con técnicas heredadas del arte mudéjar y trasladadas a Cuba, como era el mampuesto ordinario, seleccionado para las mismas por el grueso y solidez de los muros que podían construirse con grandes piedras asentadas en un mortero de cal, y cubiertas sobre un techo de madera que se montaban de tejas, zinc o guano. El entrepiso, la escalera, la plataforma y la carpintería también se construían de madera, con la cual también se edificaron muchas defensas, mediante un doble forro que interiormente rellenaban de piedras o de tierra.

Las formas de las fortificaciones del territorio fueron variadas, así como las dimensiones. Esto dependió de las características del lugar donde se edificaron y del gusto o concepción del maestro o ingeniero que la proyectó o del propio dueño. Se construyeron fortines de un nivel, de dos y de dos niveles y azotea. La planta de forma poligonal, la encontramos cuadrada, rectangular, hexagonal e incluso como un endecágono regular o polígono de once lados. Existen también de planta circular y polígonos irregulares adaptados al terreno donde se construyeron.

Los diseños, muy sencillos, son reflejo del atraso de España con respecto a otros países europeos, no obstante como se ha visto en la Guerra del 68 fueron efectivas, no así en la del 95, cuando se modificaron ante el uso del cañón por parte del Ejército Libertador.

En toda la región fueron localizados más de cien fortines, de los cuales se conservan unos 35, de ahí que el término de Línea Defensiva con que ha sido conocido a través de los años no sea el reconocido por nosotros, pues realmente fue un sistema defensivo que, como una tela de araña interactuaba un punto con el otro, apoyado además por la red técnica y un sistema de señales y otros medios que permitían la comunicación entre ellos. Pero también como se ha podido apreciar, las obras respondieron a intereses estatales y particulares, y no se edificaron por tramos, sino donde se consideraron necesarias.

Aunque desde la época del corso y la piratería hubo puestos de observación en la zona (Loma de la Vigía, sobre el camino a Holguín); el sistema defensivo comenzó a construirse durante los primeros años de la Guerra del 68, y fue restaurado y ampliado durante la Guerra del 95, y en él es posible distinguir seis tipos de objetivos en las defensas edificadas:

- Recintos fortificados de poblados

- Ingenios y fincas fortificadas

- Fortificaciones aisladas en puntos estratégicos

- Fortificaciones aisladas con familias agrupadas alrededor de un fortín

- Fortificaciones transitorias

- Fortificaciones en la vía férrea





11 de agosto de 2011

Sistema de Fortificaciones en Gibara

Desde finales del siglo XVIII se situaron dos cañones en un promontorio existente junto a la desembocadura del Cacoyugüín con el objetivo de impedir que corsarios o piratas remontaran el río y atacaran las haciendas del norte holguinero. También desde la segunda mitad del siglo XVIII existía un punto de observación situado en una loma de la hacienda de Arroyo Blanco conocida hoy como “Loma de la Vigía”; cuyo objetivo era observar los barcos que entraban a la bahía y dar aviso a Auras y Holguín en el caso de que resultaran sospechosos.

El 16 de enero de 1817 se colocó la primera piedra de una fortificación destinada al Cuerpo de Artillería en la Bahía de Gibara: la Batería de Fernando VII, la cual marcó el nacimiento de la población homónima. Hasta 1820 estuvo defendida por las milicias de Auras, Holguín y Candelaria y a partir de entonces se crearon dos destacamentos de tropas de línea, en 1820 de Artillería y en 1824 el de Infantería que se alojaban en casas particulares alquiladas para esos fines, como era la de la calle Buenavista esquina a Dolores. (Hoy Buenavista y Sartorio) En el año 1854 el comercio gibareño reunió fondos para construir un gran edificio (1) destinado a alojamiento de tropas. Comenzó a fabricarse en la parte alta del poblado, en la loma de la Vigía, el cual ya estaba listo para iniciar las labores de techado cuando lo visitó José Gutiérrez de la Concha, Capitán General de la Isla, quien paralizó la obra por considerar que el ascenso hasta allí desde el puerto dañaría la salud de los soldados (2). Las ruinas se conocen hoy como El Cuartelón y constituyen una imagen identificativa de Gibara. Ante este revés los comerciantes adquirieron una casa en el ángulo que forman las calles Gloria y Dolores (Peralta y Sartorio) que donaron al Gobierno español para que ubicaran en ella el Cuartel de Infantería (3).

En 1865 se creó el Cuerpo de Bomberos que contó con un cuartel ubicado en la calle San Germán, entre Gloria y San Mamerto, hoy Donato Mármol entre Julio Grave de Peralta y Calixto García, según Herminio Leyva Aguilera:

“Un mes después de haber estallado el movimiento de Yara, es decir, en noviembre del 68, se armaron los bomberos en son de guerra y principiaron en operar a la par de la tropa de línea, prestando notables servicios a la causa de España, como lo prestaron también todos los bomberos de la Isla” (4) .
Tras las amargas experiencias del incendio de Bayamo y del sitio a Holguín, en el cual los mambises permanecieron 38 días, el mando militar español en Gibara tomó efectivas medidas para impedir que se produjese en la misma una situación similar. Desde el mismo año 1869 se inició la construcción de algunas trincheras y alambradas alrededor de Gibara. En diciembre de 1869 ya se había construido un fortín costeado por un rico comerciante santanderino asentado en el puerto: Atanasio Calderón de la Barca y Villa. Las trincheras y alambradas iniciales posteriormente fueron sustituidas por una muralla y un sistema de fortines, convirtiéndose Gibara, después de La Habana, en la segunda población amurallada de Cuba.

La muralla de más de 2000 metros de longitud, situada de norte a sur, tenía 2 metros de alto, y algo mas de un pie de espesor. De tramo en tramo estaba reforzada por pilares interiores. En sus ángulos salientes se ubicaron cinco fortines y dos tambores de defensa en la puerta principal que comunicaba la población con el camino a Holguín. Los muros y los fortines se construyeron con mampuesto, mientras que los pisos y techos se edificaron con maderas del país, y para las cubiertas se empleó tejas arábigas (5).

Con ese sistema defensivo logró el mando español en Gibara ponerse a salvo de cualquier ataque sorpresivo de los insurrectos. Con este fin, soldados del ejército regular apoyados por el Cuerpo de Voluntarios, hacían guardias permanentes, tanto en los tambores como en los fortines,

La muralla protegía a la población por la parte de tierra y según el plano de la Villa levantado en 1875 por Don Nicolás Pérez Sancho (6) las defensas se distribuían a lo largo de la misma, de la manera siguiente:

El fortín no.1, se encontraba al final de la calle España (hoy Cuba), en la zona conocida por Punta Muralla. Era un cuadrado de cinco metros por lado y una superficie de 25 metros cuadrados.

El fortín no. 2 se localizaba en la parte alta de la población, en el punto donde estuvo un antiguo puesto de Vigía, del que tomó el nombre. Tenía forma poligonal, de 12 lados, lo que lo hacía casi circular. Cada lado tenía una longitud de 2 metros y la superficie total de su planta era de 46,20 metros cuadrados. Este se construyó de dos niveles con aspilleras, estrechas hacia el interior y con derrames hacia afuera para dirigir el tiro a distintos puntos. Presenta un vano de acceso al interior en el segundo nivel.

El fortín no. 3 se situó también en la zona alta del poblado, al final de la calle Concha (Hoy Cavada) a poca distancia de El Cuarterón (obra iniciada y que fue paralizada), con base cuadrada, los paramentos de unos 6 metros de ancho, y una superficie total de 36 metros cuadrados.

El fortín no. 4 estuvo situado cerca de la calle Leyva, por el sur. Fue un polígono de 12 lados, de 1.30 metros de longitud, para una superficie de 18,96 metros cuadrados.

El fortín no. 5 estaba situado al final de la calle Calvario, hoy Bernabé Varona, detrás del cementerio, en la parte sur. De forma cuadrada, de 4,50 metros de largo y 20,25 de superficie.

La muralla tenía tres puertas: una al norte junto al fortín no. 1, otra en la entrada del camino a Los Hoyos que conducía a Holguín por la sierra de Los Cupeycillos, y la tercera en el camino del Cura (actual entrada de la carretera a Holguín)

Al estallar la Guerra del 95 nuevamente los comerciantes y vecinos acomodados de la villa sintieron el temor de perder sus riquezas a manos de los insurrectos y promovieron la reparación de la muralla a un costo de 4365 pesos por los gastos del muro, 5430 pesos por los fortines y 600 por las casetas, resultaba en total 10395 pesos, cifra alta para esa época.

Fuentes documentales del año 1900 localizadas en los legajos del Ayuntamiento y que versan sobre el pago por la reconstrucción de los fortines, nos informan que en el período 1875-1895 la muralla fue reparada y ampliada con dos fortines más y otras obras complementarias (7).

Los fortines construidos para en esa época eran el no. 6, un polígono de 12 lados de 1.30 metros cada uno y una superficie total de 27,84 metros cuadrados, y el fortín no. 7, conocido como Avanzada de la Tenería, por estar cercano a una pequeña industria de ese tipo, Se levanta muy cerca del litorall, y es un polígono hexagonal de cinco metros de lado con una superficie de 64,50 metros cuadrados. Este era uno de los mayores, tuvo tres niveles, una sección de muro escalonado bien definida, tres aspilleras por nivel en cada una de las caras, y un coronamiento simple, con un pretil corrido y pilastras en la intersección de sus lados. Su techo fue originalmente de madera y tejas de seis vertientes. La puerta de entrada está ubicada en el lado que mira al mar y en el primer nivel. También tenía para entonces la muralla dos casetas de mampostería y tejas.

A inicios del siglo XX se mandó a demoler la muralla durante el período gubernativo del general Ricardo Sartorio con el objetivo de ensanchar el casco de la ciudad y rellenar algunas calles. De ella quedaron solamente tres fortines, el 2, el 6 y el 7, y dos pequeños lienzos.



(1) Herminio Leyva. Gibara y su jurisdicción, p. 300.

(2) No obstante lo anterior su estructura se aprovecho en las guerras integrándolo al sistema defensivo como barraca militar, para lo cual se le situó provisionalmente un techo de lona.

(3) Ídem, p. 301

(4) VER: Leyva Aguilera, Herminio: Gibara y su jurisdicción. Página 305

(5) Ver: Hernández Medina, María y María Teresa Ruiz de Quevedo: La Muralla de Gibara y sus fortines, en Revista GIBARA no 1. Enero Abril de 1999.

(6) Nicolás Pérez Sancho, ingeniero español natural de Palencia. Fue el proyectista y ejecutor a pie de obra de los dos primeros tramos del ferrocarril de Gibara y Holguín. En 1875 confeccionó e imprimió un detalladísimo plano de la Villa de Gibara que puede consultarse en el Museo Municipal de esta población-

(7) Museo Municipal de Gibara. Fondo Ayuntamiento. Legajo 3. Fondo sin procesar.

Defensas de la ciudad San Isidoro de Holguín


El sistema defensivo hispano obedecía a un mando central ubicado en la ciudad de Holguín, primer núcleo urbano fundado en el territorio, al que se le subordinaba Gibara y un centro de operaciones situado en el poblado de Auras, punto equidistante de Holguín y Gibara, situado sobre el camino carretero que unía ambas poblaciones. Estos núcleos urbanos se defendían además por puestos de avanzada ubicados a escasos kilómetros de los mismos y que protegían las principales entradas.

En el año 1874 se suspendieron las Capitanías de Partido y se crearon las Comandancias Militares y de Armas, cuyos comandantes tenían a sus ordenes Comisarios y Celadores, entre ellos el de Policía. En el territorio jurisdiccional se crearon cuatro Comandancias Militares: Holguín, Gibara, Sao Arriba y Fray Benito y posteriormente la de Puerto Padre. Cada una de ellas tenía a su vez las Comandancias de Armas de 1ra y 2da clase, y estas a los puestos y cuartones. El 21 de enero de ese año se segregaron las Comandancias Militares de Gibara y Fray Benito de la jurisdicción de Holguín, y se reordenaron las entonces existentes(1).

Holguín, Gibara, los poblados y fortines situados en el territorio fueron custodiados por fuerzas regulares españolas, entre ellas tropas de infantería de marina. Las guerrillas y los cuerpos de voluntarios radicados en los poblados se subordinaban al ejército regular. La Comandancia de Armas de cada una de estos poblados era asumida por un militar profesional.

Antigua fachada de la plaza de entrenamiento militar ubicada delante del Cuartel de Infantería. (A lo lejos se puede observar la terminal del ferrocarril Gibara-Holguín).
Antes del inicio de la Guerra del 68 eran muy contadas las obras defensivas que existían en el territorio. En la ciudad de Holguín había un Cuartel de Infantería, construido en 1830, bajo la dirección del Ingeniero Voluntario Don Antonio Castillo, por un valor de $6,764.03 reales. Este cuartel estaba situado en el área nordeste de la población y poseía dos cuadras, una cuartería en el patio, cocina, necesarias, garita y su correspondiente caballeriza. Las demás fuerzas acantonadas en la ciudad se albergaban en casas particulares alquiladas por la Hacienda a determinados vecinos. También se había arrendado una casa para hospital, con capacidad para unas 100 camas hasta el año 1860 en que compraron una, la conocida como Quinta de El Llano, la cual había sido uno de los cuarteles alquilados con anterioridad.

Las casas al efecto tenían la capacidad necesaria para que las tropas gozaran de cierto desahogo y pudieran abrir con comodidad los catres, un local separado para los sargentos, cuarto de corrección, cocina, excusado, buen patio con pozo de agua potable y un tanque y lavaderos al pie de este.

Para 1850 además del Cuartel de Infantería, el estado poseía un cuartel propio en la calle del Calvario (Aguilera), un Cuartel de Caballería, en una casa alquilada y una Delegación del Real Cuerpo de Ingenieros que presidía el Teniente a Gobernador y Capitán a Guerra.

Las condiciones climatológicas del lugar donde se fundó Holguín, muy frescas y de suaves brisas, hizo que se considerara un sitio privilegiado para aclimatar las fuerzas bisoñas que llegaban desde la Península. Con tal propósito se conservan en la documentación del Archivo Provincial varios contratos de arrendamiento a vecinos para esos fines, como es uno que se realiza en 1857 ante la llegada a Holguín de 396 reclutas.

No fue hasta el inicio de la Guerra de los Diez Años que se crearon las Juntas de Armamentos constituidas por fuerzas militares y vecinos influyentes desde el punto de vista económico y político que entregaron materiales de construcción y dinero, y ofertaron mano de obra, pues la amarga experiencia que había provocado el sitio a la ciudad del 30 de octubre al 6 de diciembre de 1868, por las fuerzas insurrectas dirigidas por el General Julio Grave de Peralta habían implantado el pánico entre los habitantes.

Las primeras obras defensivas de Holguín estuvieron dirigidas por el maestro catalán José Llauradó Bahamonde, celador de fortificaciones y miembro del Cuerpo de Ingenieros, quien se había destacado notablemente en las defensas de la Casa Fuerte (La Periquera), propiedad del malagueño Francisco Rondán, durante el asedio mambí.

Aldabón de la puerta principal de la Casa Fuerte o Casa Rondán o, mejor, La Periquera

Francisco Rondán, dueño de La Periquera

Para 1869 se iniciaron torres de bases cuadradas de mampostería de 5 varas de alto y de 10 a 12 varas de circunferencia en lugares estratégicos y en puntos de avanzada de la ciudad, como las que se construyeron en la Loma de la Cruz, en la entrada de la ciudad por el camino de Yareyal, entre el cementerio y el camino que conduce a Guirabo y que tenia confluencia con el de Bayamo, en el punto conocido como Dehesa, y en el puente denominado Paso de Mayarí, y a la entrada desde Santiago de Cuba por el punto nombrado Paso de Cuba hubo una casa fortificada, guarnecida por un sargento, 2 cabos y 12 soldados con una pieza de hierro antigua. Todas estas defensas estaban custodiadas por oficiales y soldados y algunas piezas de hierro, como cañoncitos pedreros. Completaban las defensas, como ya referimos, la casa del malagueño Francisco Rondán, tomada por el Cuerpo de Voluntarios y el Teniente Gobernador Camps y Feliú durante el sitio y que después de este quedó en manos del estado español por su solidez que impidió fuera tomada. Allí se instaló la guardia principal, constituida por un oficial, un sargento, un corneta, 2 cabos y 8 soldados, y donde existía el depósito de armas y municiones y estaba alojada la primera compañía del primer batallón de la Corona (2).

Al unísono se estaba construyendo una estacada alrededor de la ciudad, encargada a una comisión que recogió dinero entre los vecinos, los que a su vez contribuyeron con los trabajos de chapea, corte de madera y el traslado de estas hasta las áreas previstas, y con las herramientas y otros materiales: clavos, sogas, hachas y hasta bejucos para amarrar los elementos que la conformaron.

Para 1880 Holguín tiene construidos 11 fortines de mampostería alrededor de la ciudad y existen 7 cuarteles más el Hospital Militar y fuertes de avanzada en los cuartones de la jurisdicción. Dos fortines se construyeron hacia el norte, uno al extremo de esa dirección en la calle San Lorenzo, inmediato al Cuartel de Infantería, de planta circular y capacidad para seis soldados, y el otro, el de Nápoles, al extremo de la calle San Joaquín, capaz para 8 hombres (3).

Al sur se construyeron tres fuertes: el del Carmen situado al extremo de dicha calle (Peralejo ) para 8 hombres; el Fuerte de Cuba, al extremo de la calle San Miguel (Maceo), junto a la puerta de Cuba, para 12 hombres y que además se ocupaba con municiones y parque de artillería que custodiaban 6 soldados, y el Fortín de Santa Rita, al extremo de la calle Santa Cecilia (Narciso López), para 5 hombres.

Hacia el este de la ciudad se fabricaron dos fortines. El de Mayarí junto a la puerta de igual nombre, al extremo de la calle San Pedro (Martí), con capacidad para 12 soldados y con un retén de 5 por las noches, y el Fortín de Santa Ana, al extremo de esta calle. (Cables).

Los cuarteles se aumentaron, y además de los ya referidos, como el de Artillería ocupado para entonces por las fuerzas del Batallón de la Habana, Madrid y el depósito de armamentos que lo tenía a cargo el Segundo Batallón de la Habana, existía el Cuartel de Chiclana, una casona de techo de guano, al extremo de la calle del Rosario (Frexes) ocupado por la Sexta Compañía de Transporte; el Parque de Artillería, ocupado por el destacamento de su nombre, además de cañones y otros efectos y armamentos, y que mantenía una guardia de 5 hombres y estaba situado en la calle Calvario (Aguilera). 

Fortín ubicado a la salida del Camino Real hacia San Andrés (Foto antigua)
Abajo: El mismo fortín en la actualidad ubicado donde casi se interceptan la calle Cardet y la Ave. Capitán Urbino (Salida hacia San Andrés)



Otros cuarteles como el de Obreros, ocupado por la unión de obreros, situado en la calle Rosario (Frexes), y el de Caballería, situado en la calle San Diego (Miró) ocupado por el Tercer Escuadrón del Rey; el de Ingenieros, en las inmediaciones de la puerta de Gibara, con 8 hombres de guarnición y ocupado por ese cuerpo, y el de la Guardia Civil, situado también en la puerta de Gibara, frente a las oficinas del Segundo Batallón de la Habana, completaban las defensas de la ciudad de Holguín, a las que se le unían el Hospital Civil, cercano al fortín de Cuba y que podían socorrerse uno al otro.

Por la parte exterior de la estacada también se habían ampliado las defensas, en los puntos de avanzadas, como eran los situados en los cuartones de San Andrés, Yareyal y el Cementerio de sur a oeste; y por los cuartones de Aguas Claras, situado al norte y a 2 leguas de Holguín; de Jesús María al norte y a una legua de distancia por el de Mayabe al este y por el de Pedernales al oeste, todos estos cuartones estaban guarnecidos por 12 soldados.

En los poblados cercanos también se construyeron obras defensivas, como fue el caso de La Cuaba, al sudeste de Holguín, lugar en que en 1874 se habían construido 5 fortines de madera con cubierta de guano y tejas, custodiados por fuerzas del Batallón de Cazadores de Santander, la guerrilla local y voluntarios. En El Yayal se fabricó otro fortín de madera y guano con capacidad para albergar 25 voluntarios para su custodia. Al sur del área urbanizada de la ciudad, en el punto donde se unen los dos ríos fue construido un muro de piedras por considerarse estratégico ya que por allí habían penetrado las huestes mambisas en 1868.

En San Andrés se creó un recinto fortificado con varios fortines y otras obras menores. Aunque ese conjunto no ha sido estudiado aún, si ha sido posible obtener alguna información sobre el mismo:

El 4 de noviembre de 1878 se protocolarizó en Gibara una escritura de venta de una casa situada en el poblado de San Andrés que aporta datos al respecto al consignar textualmente: “casa de guano y tablas lindando por el norte con casa de don Brígido de la Cruz, por el sur con la calle que va del fortín no.1 al reducto no.6, por el este con la calle o camino de Maniabón y por el oeste con la calle que conduce a la plazoleta de la Iglesia. (4)

Durante la Guerra del 95 todas estas defensas se restablecieron y fueron ocupados además distintos edificios de la ciudad, para albergar unos 12,000 hombres que según el General Luque la guarnecían al término de la contienda.

Entre los inmuebles ocupados por las tropas estuvieron las dos iglesias católicas de Holguín. En el templo de San José se situó un cuartel y un hospital militar la Parroquial de San Isidoro (actualmente Catedral).

Las redes técnicas como el telégrafo y un heliógrafo colocado en la cima de la Loma de la Cruz, en el fortín de La Vigía, permitían la comunicación entre los principales puntos defensivos situados al norte, como Cupeicillos, La Vigía, Yabazón, y poblados cercanos. Estos a su vez se comunicaban con la Villa de Gibara y los buques de la armada surtos en el puerto. Hacia el sur podía establecerse comunicación heliográfica con Jiguaní distante más de 60 kilómetros.

En la guerra de 1895 se utilizó también el teléfono en función de las comunicaciones militares. Por vía telefónica quedaron enlazados los principales poblados cercanos al ferrocarril de Gibara y Holguín.
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(1) (Tenencia de Gobierno y Ayuntamiento de Holguín, Leg. 58, Exp. 1761 APH)


(2) Museo del Archivo Provincial La Periquera. Fondo 1868:1878. Documento 298.


(3) Idem


(4) Protocolos de la Notaria Pública de Gibara. Notario Carlos de Aguilera. Año 1878. Inscripción 208 del 4 de nov 1878 venta de casa de la Soc. Silva y Rodríguez de Gibara (Situada en el poblado de San Andrés)





9 de agosto de 2011

Panorama histórico económico de la región Holguín Gibara que explica el "sistema defensivo" creado durante la guerra grande de los 10 años por la independencia de Cuba (1868 - 78)

Las primeras referencias históricas sobre las tierras del norte holguinero aparecen en el Diario de Navegación de Cristóbal Colón. Bariay fue el lugar de arribo a Cuba del Gran Almirante y en Gibara el sitio de nuestra Isla donde éste permaneció más tiempo. Allí fue donde se produjo el primer contacto personal entre europeos y aborígenes cubanos. Allí fue, asimismo, donde se carenó la primera nave europea en América y donde se recogió en el Diario colombino la nota primigenia sobre el uso que los aborígenes daban al tabaco.

Después de los días de Colón, la Bahía de Gibara y sus alrededores permanecieron por largo tiempo en un extraño olvido documental, al menos en los que se refiere a los fondos que atesoran los archivos y bibliotecas de nuestro país.

A partir de la fundación de la Villa de San Salvador del Bayamo, los terrenos que luego fueron Gibara y sus jurisdicción, junto a Holguín,  fueron enmarcados en la inmensa jurisdicción hasta que en 1752, al conferirse a Holguín el título de Ciudad, los de Gibara pasaron a integrar la nueva jurisdicción recién creada.

Durante los siglos XVII y XVIII la bahía gibareña se utilizó como refugio ocasional de piratas y corsarios. Las escasas familias que se iban asentando en las tierras relativamente cercanas al puerto procedían casi totalmente de Bayamo, y para los bayameses era un hecho corriente el trato comercial con navíos extranjeros que practicaban el corso, la piratería o simplemente el contrabando en distintos puntos de las costas de la mayor de las Antillas (1).

En las cercanías del Hato de San Isidoro, tempranamente mercedado como encomienda y que fue propiedad del capitán extremeño García Holguín, se fueron fomentando otros hatos y corrales en las llamadas “tierras altas del Maniabón o tierras de la costa norte del Bayamo”. De algunos como Los Saos, Cacocum y Yareniquén, existen fuentes de información que permiten fijar momentos históricos iniciales, bien porque las consultó Don Diego de Avila y los reflejó en la interesante obra "Orígenes del Hato de San Isidoro de Holguín", o porque se han conservado en viejos documentos de archivo. Sobre otros solo se obtiene un silencio hermético cuando se trata de llegar a documentos iniciales; tal es el caso, hasta el momento, de las gigantescas haciendas de El Almirante y de Gibara (2).

En dirección norte y en el avance desde Holguín hacia la costa se fundaron algunas haciendas en el último cuarto del siglo XVII: Managuaco en 1683 y Guayacán en 1690. El proceso se aceleró en el siglo XVIII con las de Auras, denominadas San Marcos y Jesús del Monte en 1703; Potrerillo en 1730; Arroyo Blanco en 1737; Yabazón en 1747, hasta llegar finalmente a la de Punta del Yarey (Gibara), terrenos de Propios del Ayuntamiento de Holguín entregados a censo al Regidor Francisco Domínguez en noviembre de 1757.

Bajo las tierras situadas al norte de la ciudad de Holguín existen yacimientos de oro en los que se establecieron tímidas explotaciones desde el siglo XVIII y quizás aún en tiempos anteriores, pero la razón fundacional expresada para las haciendas fue la ganadería, a pesar de que algunos censos pecuarios del siglo XVIII recogen cifras asombrosamente exiguas de cabezas de ganado en comparación con la superficie de las haciendas en que pastaban.

En realidad el trasfondo económico puede tener una lectura diferente: cada propietario de hato o corral se estableció con su familia, generalmente numerosa, pero también con sus servidores. Se impuso el cultivo de la tierra para obtener de ella los productos que garantizaran la alimentación de un número cada vez mayor de personas, pero a la vez se incrementó un cultivo que abría mercados: el tabaco, que precisamente fue conocido en la zona por los expedicionarios de Cristóbal Colón en 1492.

Año tras año aumentó la cantidad de predios cercados y la tierra se subdividió, si no en derecho, que sería lo justo, si de hecho, que es más práctico y contundente. Nació un campesino sitiero y estanciero que cultivaba tabaco para el mercado y frutos menores para el autoconsumo. Un campesino con apego a la tierra.

En la medida en que transcurrieron los años del siglo XVIII este proceso se fue acrisolando. Gibara, situada al norte es una bahía que permite comunicación con otros puntos de la Isla. De hecho la bahía se utilizó por la factoría para extraer las cosechas de tabaco. Dos embarcaderos; uno sobre el río Cacoyuguín que aún conserva el nombre, y otro sobre el río Gibara, denominado La Ligera, sirvieron de enlace entre las tierras del interior y los barcos que llegaban hasta la bahía. El transporte fluvial resolvió la dificultad que presentaban los casi intransitables caminos que surcaban el valle inferior de los ríos; obviando el paso casi imposible a través de las marismas o el arriesgado desvío por los trillos abiertos sobre la cortante roca de la sierra. Poco a poco la población de esta zona fue aumentando y en algunas ocasiones los extranjeros se interesaron por ella, no siempre con las mejores intenciones; así, dos expediciones inglesas, una en 1739 y la otra en 1745, fueron derrotadas por los lugareños cuando intentaron adentrarse en el territorio. Sobresalieron en estas oportunidades por su bravura los vecinos de Auras y las milicias de Holguín.

Desde el último tercio del siglo XVIII el cabildo holguinero inicio gestiones para obtener la apertura oficial del puerto. De facto lo utilizó en distintas oportunidades al permitir el arribo y venta de barcos en su ribera. E intentaron fortificarlo, (por demás).


Entrado el siglo XIX y durante el período de mandato de Don Félix del Corral, ambas gestiones se intensificaron; pero no fue hasta el mandato del Teniente Gobernador don Francisco de Zayas y Armijo quien aprovechando múltiples circunstancias coyunturales y asimismo (lo que parece más importante al caso), desplegando una actividad digna de todo elogio, logró ambas cosas. A este personaje le cupo la gloria de haber materializado las proféticas palabras escritas por Cristóbal Colón más de trescientos años antes: sobre “el cabo de peña altillo” (3). Se erigió allí una fortaleza que garantizó el establecimiento seguro de mercaderes al servicio de España. Estos mercaderes serían elemento interactuante de importancia sobre una economía en crecimiento.

Diseño de la Batería Fernando VII - Fuente: Oficina de Historia y Monumentos, Gibara

Leyes que facilitaban el comercio y permisos para el establecimiento de extranjeros, puestas en vigor a partir de 1817, determinaron que algunas familias de origen anglosajón, poseedoras de capitales quizás superiores a los de los vecinos de Holguín se establecieran en el hinterland del puerto (4).

Algunas de estos extranjeros trajeron brazos para aplicarlos a la agricultura al trasladarse con sus dotaciones de esclavos. Entonces fundaron plantaciones azucareras en el hinterland del puerto de Gibara e implantaron el uso de la máquina de vapor. El aporte económico de aquellos fue significativo, al menos durante los dos primeros tercios del siglo XIX.

Durante ese siglo, y sobre todo entrada su segunda mitad, se produjo otra emigración más nutrida, pero menos ruidosa: campesinos de las Islas Afortunadas (Canarias), llegaron a buscar fortuna mediante el trabajo honrado. Tras la llegada y tan pronto les era posible, arrendaban o compraban pequeñas fincas. En muchas ocasiones establecían contratos con el Ayuntamiento -de Holguín inicialmente y a partir de 1874 con el de Gibara- (5), para trabajar parcelas en los ejidos de esta última población. El pago que exigía el cuerpo consistorial a cambio de permitirles usar la tierra era exiguo pero, por justicia hay que reconocerlo, el esfuerzo necesario para transformar en áreas productivas las pequeñas fincas situadas sobre la dura piedra caliza de la sierra era obra de titanes. No obstante el incentivo de un mercado seguro en el puerto para los productos agrícolas actuó con fuerza irresistible y el milagro se materializó: entre “el diente de perro” (6) surgieron jardines productivos.

En un proceso que se repitió en el tiempo, muchos de los campesinos canarios fueron acumulando con su trabajo el dinero necesario para adquirir tierras mejores en los valles de los ríos Cacoyugüín, Yabazón Y Gibara. Allí resultaba más fácil la faena agrícola, porque era posible emplear el arado y los animales de labor.

Estos labriegos desarrollaron un fuerte amor a la propiedad rústica que habían levantado con el sudor de su frente y que para ellos constituía una poderosa razón de ser en sus vidas. .

Gibara era una población que progresaba y sus habitantes aprovechaban al máximo las posibilidades que les brindaba la actividad comercial y portuaria. De la Península llegaban uno tras otro los inmigrantes, en busca de oportunidades para hacer o incrementar fortuna. Catalanes y santanderinos se disputaban la supremacía como grupos de poder económico, más no eran ellos solamente, al puerto de Gibara arribaban, para establecerse, personas procedentes de todas las regiones ibéricas incluido Portugal. Y también se asentaron franceses, alemanes e italianos, además de individuos de distintos lugares de América, entre ellos Santo Domingo y Venezuela.

Casa D´Silva - hito arquitectónico de Gibara

En 1868, año de inicio de la primera Guerra de Independencia de Cuba, la propiedad rural en la zona comprendida entre Gibara, Holguín, Velasco, Fray Benito y los alrededores inmediatos de todos los lugares mencionados se encontraba intensamente subdividida. Múltiples familias campesinas, en su gran mayoría integradas por canarios, o por hijos y nietos de estos, cultivaban la tierra haciéndola producir tanto tabaco para el mercado internacional, como plátanos, ñames y maíz para la plaza de La Habana, o frutos menores para el autoconsumo y el mercado local.

Cierto número de ingenios poseedores de dotaciones de esclavos relativamente numerosas producían azúcar y mieles que tenían su nicho económico en el mercado mundial. La ganadería brindaba además discretas obtenciones de carnes y pieles e industrias artesanales garantizaban el suministro de materiales de construcción tales como ladrillos, tejas y cal.

El comercio de víveres y otros insumos establecido en los pequeños caseríos del área se concentraba mayoritariamente en manos de peninsulares. El movimiento comercial en la ciudad con productos que llegaban desde Holguín era intenso, pero marchaba siempre a la zaga del establecido en el puerto de Gibara. Uno y otro estaban casi totalmente controlados por peninsulares Varias compañías mercantiles tenían asentados complicados intereses simultáneamente en ambas poblaciones. En toda el área algunas familias vivían en la opulencia, mientras que la mayoría lograba sobrevivir con el producto de su trabajo amparados en fuertes lazos sentimentales establecidos en el terruño en que habían edificado su vivienda.

Quizás muchas de estas circunstancias influyeron en el ánimo de cierta cantidad de vecinos de la zona más cercana al puerto para inclinarlos a ponerse al lado de España en la contienda, lo que no impidió que otros, aunque es justo reconocerlo, no la mayoría, se pasaran al campo insurrecto. Los españoles aprovechando las características de la comarca decidieron establecerse sólidamente en ella. De esta forma garantizaban las comunicaciones entre los dos principales núcleos poblacionales: Holguín y Gibara, pero aseguraban también el suministro de provisiones de boca que representaba la producción de la rica zona agrícola existente entre ambas poblaciones y el dominio de un extenso y valioso territorio.

Apoyados en los vecinos de mayores bienes de fortuna, pero también en otros elementos de la población local, el Ejército español trabajó para fortificar la zona y para armar en ella cuerpos defensivos a su servicio (7). De esta forma, en abril de 1869, ante la situación que se presentaba en el corazón del hinterland del puerto gibareño, el Mayor General holguinero, Julio Grave de Peralta escribía:

“El enemigo tiene cuarteles en Auras, su centro de operaciones, en los ingenios Santa María, La Victoria y La Caridad, en Yabazón, Sao Arriba y Guayabal; en Candelaria, Bocas, Uñas y Velasco, con fuerza de seiscientos hombres, mitad tropa de línea y mitad voluntarios, pero perfectamente armados y pertrechados. En Fray Benito tienen desde el mes pasado un campamento con fuerza cuatrocientos hombres, teniendo en jaque toda la parte de aquel litoral en el que no poseemos hoy ni un átomo de terreno” (8).

Posteriormente construyeron fortificaciones también en Cupeycillos, La Jandinga, El Embarcadero, Pedregoso y en otros lugares de esta comarca.

Durante el desarrollo de la guerra personas procedentes de variados lugares de la extensa jurisdicción holguinera y de otras jurisdicciones orientales (9), se mudaron para esta área geográfica y sobre todo para el pueblo de Gibara, cuya población se triplicó durante la contienda, y en 1874 se segregó de Holguín creándose su ayuntamiento y jurisdicción. La villa de Gibara con el aporte voluntario o forzado de sus vecinos, se rodeó de una muralla y un rosario de fortines, que aunque considerados por algunos como reminiscencia de la época medieval, lo cierto es que garantizó la tranquilidad de los habitantes del lugar y el resguardo de las propiedades inmuebles situadas intramuros; a lo que también colaboró en gran medida la presencia constante de buques de guerra en la bahía y de numerosa tropa en los cuarteles ubicados en el interior de la población.

El formidable sistema de fortificaciones creado por los españoles en el área, aunque no impidió totalmente la entrada de tropas mambisas como las de Calixto García, Juan Rius Ribera y Antonio Maceo entre otros, quienes llegaron a tomar e incendiar algunos poblados y a desarrollar importantes combates en la zona rural, sí facilitó el desarrollo, más o menos accidentado, de las labores agrícolas y de producción de alimentos y además la permanencia de las comunicaciones en el territorio e incluso el que algunos ingenios se mantuvieran moliendo durante la contienda. También facilitó la recuperación económica de la comarca tan pronto acabó la guerra, pues en ella no había ocurrido la destrucción casi total que caracterizó a la mayor parte de la zona oriental del país. El sistema de defensa establecido en las poblaciones de Holguín, Gibara, Fray Benito y en los caseríos y fincas de la zona agrícola colindante protegió la riqueza de los españoles y sus simpatizantes en este territorio, evitando que la destrucción del mismo alcanzara proporciones de desastre económico.

El período entre las dos guerras fue de rápida recuperación en el área. En los primeros momentos los ingenios reiniciaron su molienda, aunque dadas sus características específicas, la mayoría no pudo resistir el impacto económico del cese de la esclavitud y otras circunstancias condicionantes del proceso de centralización y concentración azucarera, lo que llevó a varios a detener las maquinarias y convertir sus campos de caña en pastizales o en tierras destinadas a otros cultivos.

La ganadería inició una rápida recuperación con la entrada por el puerto gibareño de miles de cabezas de ganado procedentes de Puerto Rico y la poderosa atracción del mercado de La Habana hizo aumentar las producciones de plátano y maíz. El tabaco continuó produciéndose, aunque el de occidente le hacía una competencia cada vez más dura.

El principal exponente de la riqueza rústica y urbana, y del comercio en el hinterland del puerto gibareño fue la construcción del ferrocarril de Gibara y Holguín, promovido por los comerciantes de ambas ciudades con el apoyo de los dueños de propiedades rústicas ubicados a todo lo largo del camino de hierro. Esta vía fue construida por tramos; el primero de ellos entre Gibara y el poblado de Cantimplora. Una carta de José M. Beola Valenzuela, vicepresidente de esa empresa ferroviaria, dando a conocer los productos transportados en el primer año de explotación de ese tramo nos permite tener una idea del volumen de producción agrícola que se lograba en el territorio. Ese año desde Cantimplora hasta Gibara fueron transportados 23 000 quintales de tabaco y el equivalente a 75 000 quintales de maíz, cifras no despreciables aún para los tiempos actuales.

La vía férrea se concluyó en 1893. Para entonces Gibara era el municipio de la región oriental del país que poseía mayor población relativa: 81 habitantes por kilómetro cuadrado, superior incluso a la del distrito de Santiago de Cuba, según datos que ofrece el historiador Herminio Leyva Aguilera (10) . Una nutrida red de caseríos y poblados se extendía por toda la geografía de la franja existente entre Holguín y Gibara, y la riqueza agrícola de la comarca era impresionante.

Desde los mismos inicios de la contienda de febrero de 1895 los españoles se preocuparon por reparar y acondicionar el sistema defensivo que habían establecido en la comarca durante la Guerra de los Diez Años. Comerciantes y propietarios de fincas dieron su aporte económico para la reparación de la muralla gibareña y de los fortines de los caseríos rurales y muchas familias campesinas se fueron mudando al recinto fortificado de pueblos y caseríos en búsqueda del amparo que podían brindarle las obras defensivas. De grado o por fuerzas mayores estos campesinos pasaron a formar parte de los reactivados cuerpos de voluntarios y de las guerrillas locales. Pero esta guerra se iniciaba en condiciones diferentes a la anterior. El proceso de formación de la nacionalidad cubana había madurado notablemente durante los años transcurridos y el aporte de los vecinos de la comarca a la causa mambisa fue superior al de la anterior contienda, independientemente de que los nexos con España seguían siendo fuertes y se mantenía el sobrenombre de la España Chiquita para Gibara y sus campos cercanos.

El viejo ferrocarril de línea estrecha de Gibara

En esta oportunidad fue necesario custodiar de manera especial el ferrocarril y esta labor se le encomendó básicamente a patrullas montadas del Batallón de Sicilia de la Infantería de Marina que a pesar de pertenecer a un cuerpo naval operaban en tierra como dragones realizando su recorrido a caballo. Colaboraban en la tarea las guerrillas locales de los caseríos aledaños al ferrocarril, mediante un sistema de exploración y de colocación de emboscadas en puntos estratégicos, en maniobras perfectamente concertadas mediante avisos establecidos para evitar errores y accidentes. En diferentes puntos cercanos a las vías se construyeron fortines de madera destinados a albergar pequeños retenes de soldados encargados de custodiar puentes, alcantarillas y tramos del camino de hierro. El ferrocarril utilizaba además máquinas exploradoras que precedían al paso de cada tren para asegurar que la vía estaba expedita.

Durante esta contienda, además de recondicionar la mayoría de los fortines de la guerra anterior, se construyeron algunos nuevos y también ciertas obras adicionales de defensa, tales como trincheras y puestos de observación (11).

En la Guerra del 95 tropas mambisas irrumpieron en repetidas ocasiones en la región, destacando entre sus incursiones las llevadas a cabo por el General Antonio Maceo en junio de 1895, durante la cual tomó los poblados de Yabazón, Santa Lucía y Fray Benito e interrumpió la vía férrea entre Cantimplora y Gibara, para combatir posteriormente en Aguas Claras; y por el Mayor General Calixto García en junio de 1896, oportunidad en que quemó el poblado de Velasco, así como los de Blanquizal y Candelaria, obteniendo abundante botín bélico a lo largo de todo el recorrido, y posteriormente en agosto de 1896, el día 20, destruyó a cañonazos uno de los fuertes del sistema defensivo; el conocido por San Marcos, no. 18, ubicado en Loma de Hierro, sitio declarado Monumento Nacional en 1996, al conmemoranse el centenario de aquel hecho.

El cañoneo y destrucción del fuerte de San Marcos por el Ejército Libertador estampó un giro en la contienda, pues a partir de ese momento los peninsulares no pudieron sentirse seguros bajo la protección de sus torres medievales; la artillería en poder de los mambises era un elemento nuevo en el combate que podía destruir fortalezas que hasta ese momento habían sido inexpugnables. Quizás al construir las escasas obras defensivas que hicieron a partir de este hecho tuvieron en cuenta esa realidad. No era prudente seguir levantando torres que pudieran ser blanco de los cañones. Más práctico era construir sólidos parapetos que se alzasen poco sobre el terreno y ofrecieran una defensa más efectiva contra la artillería, y al parecer esa fue la tónica en los últimos momentos de la guerra.

Luego de Loma de Hierro los tiempos se tornaron cada vez más difíciles para el mando hispano. Multitud de pequeñas acciones bélicas se desarrollaron en los campos gibareños y holguineros. El impacto de la guerra fue in crescendo, y aunque los cañones de las tropas de Calixto buscaron escenarios en otros sitios de la geografía oriental, si se realizaron varios ataques a poblados de la España Chiquita, y sabotajes a las comunicaciones, incluyendo la voladura del puente de hierro en el ferrocarril de Gibara y Holguín. Mientras duró la reparación del puente fue necesario para el mando español volver al sistema de abastecimiento mediante convoyes de carretas, y una vez reconstruido extremaron el sistema de vigilancia sobre la vía férrea.

Por extraordinarias circunstancias históricas, estas tierras, en las que se realizó en 1492 el primer encuentro entre aborígenes y europeos, fueron también escenario del último combate entre españoles y mambises, hecho que ocurrió desde el poblado de Aguas Claras hasta el de San Marcos de Auras durante los días 16 y 17 de agosto de 1898.

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(1) Existen diferentes reportes de barcos que entraron a la bahía de Gibara con el objeto de realizar contrabando. Uno de los que produjo mayor revuelo fue el recogido por Levi Marrero Artiles en su enjundiosa obra “Cuba, Economía y Sociedad”, en la cual refiere que al arribar un guardacostas español a la bahía de Gibara en 1752, fue apresado por una embarcación francesa que se encontraba en la misma realizando contrabando con vecinos de Bayamo. Como hechos similares se repitieron en esos años en Bariay y otras bahías de la costa norte holguinera con corsarios franceses, el Supremo Consejo de Indias, reunido el  23 de enero de 1753, recomendó al rey español dirigir una enérgica comunicación al monarca francés para que éste prohibiera a sus súbditos en lo sucesivo la ejecución de acciones de esta naturaleza contra territorio español, ya que en esos momentos reinaba la paz entre ambas naciones (Ver Cuba, Economía y Sociedad. Tomo VII Pág. 196)

(2) La hacienda de Gibara se extendía sobre el valle medio del río homónimo en un área distante de la costa del mar. La superficie que ocupaba está hoy en el territorio del municipio “Rafael Freyre” y no en el de Gibara como pudiera suponerse.

(3) Ver: Esquivel Pérez, Miguel Angel y Cosme Casals Corella: Derrotero de Cristóbal Colón por la costa norte de Holguín. Página 64.

(4) Un Real Decreto del 21 de octubre de 1817 permitió el asentamiento de extranjeros blancos que profesaran la fe católica en las colonias americanas de la monarquía española. En ese mismo año hubo una ampliación de las libertades comerciales en los dominios españoles.

(5) En 1874 se constituyó el ayuntamiento de la villa de Gibara. Antes de esa fecha, todo lo relacionado con el urbanismo y los ejidos del poblado gibareño eran de competencia del cabildo holguinero, al cual pertenecían.

(6) La sierra de Gibara está constituida por  elevaciones cársicas,  Literal mente hablando allí  no hay suelo; sólo pequeños bolsones de tierra roja que afloran en algunos sitios entre las cortantes rocas calizas de topografía de lenar  conocida localmente como “diente de perro”. En ocasiones estos campesinos se veían obligados a transportar  tierra y abono orgánico a lomo de caballo, o simplemente al hombro, desde largas distancias, para rellenar algunas oquedades de la piedra y sembrar en ellas las plantas de cultivo. En estos lugares se producían entre otros renglones agrícolas, plátanos de bondad excepcional que tenían compradores seguros en la plaza de La Habana,  hasta donde llegaban en barco desde el puerto de Gibara.

(7) En la edición del 9 de diciembre de 1868, antes de dos meses de comenzada la guerra, el Diario de La Marina recogió que ya en Gibara se había construido un fortín costeado por “el señor Calderón” y que el pueblo se rodeaba de trincheras y alambradas. Más tarde se construyeron otros fortines y la alambrada se sustituyó por una muralla de mampuesto.
(12)  En algunos lugares, como a la salida del pueblo de Auras con dirección a Gibara, se construyeron profundas zanjas paralelas al ferrocarril. Estas servían como vía de comunicación para la infantería española y eran a la vez un paso prácticamente  insalvable para cualquier fuerza de caballería mambisa que se acercara a las vías. Gran parte de esta zanja es aún visible a pesar de haber transcurrido  más de 110 años del fin de la guerra.
(8) Abréu Cardet, José y Elia Sintes Gómez: Julio Grave de Peralta: Papeles de la Guerra de Cuba. Página 179.

(9) En 1874 se produjo el traslado masivo de 150 personas procedentes de Las Tunas para el poblado de Auras . a través de los registros parroquiales del lugar ha sido posible obtener numerosos datos sobre este grupo de inmigrantes internos asentados en el territorio de la España Chiquita. Otros traslados masivos de personas, aunque no tan numerosos, se produjeron en distintos momentos, sobre todo en los años iniciales de la guerra.

(10) En octubre de 1868 el poblado de Gibara tenía 2160 habitantes habitantes. Al realizarse el censo de 1877 su población ascendía ya a 7599 (Ver ANC. Fondo Gobierno General. Legajo 17 No. 583 y Archivo del Museo Municipal de Gibara, legajo 3 No. 988)

(11) Leyva Aguilera, Herminio: Gibara y su jurisdicción. Página 230

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