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6 de agosto de 2023

LOS DEPENDIENTES DE COMERCIO, TIPOS HOLGUINEROS

Periódico “El Oriental”, Holguín, domingo 05 de junio de 1864 (Año III. No. 3) hace esta relación o retrato de los Dependientes de Comercio.


LOS DEPENDIENTES DE COMERCIO, TIPOS HOLGUINEROS

Dedicado a Don José del Rosal, del comercio de Gibara.

Pues Señor, heme aquí, metido de pies y de cabeza en la imprenta del Oriental en la que entré como Don Pedro por su calle, sin previo aviso y con un desenfado que aun ahora me hace honor, a pesar de la faz adusta y de los bigotes borguiñones del Sr. Director, a quien Dios libre de asechanzas y de endriagos, brujas y babujales.

Mi empresa es ardua, Pepe amigo y casi estoy arrepentido de mi pretensión; pero ¡Qué diantre! Mi tío el sacristán de Santa Tomasa me repetía en mi niñez, a cada momento, aquello de audaces fortuna juvat; y yo, que jamás he sido sordo, me aproveché del consejo y temerario y cabezudo me he entrado de rondón por todas las puertas y a veces he salido por mi cuenta descolgándome por las ventanas.

Me propuse describir los tipos que más sobresalen en esta ciudad del Marañón y, bien o mal, a derecha o a torcidas, en estilo campando o calderesco, acometo, bajo tu protección, tan difícil empresa, encomendándola (si no gusta), a los tiburones y tintoreras de ese real puerto para que la despedacen, (la empresa), en el caso de que no gustare a su mercé el público, que es el cuco de todos nosotros los emborronadores de papel.

Empezaré describiendo como primer tipo el de los “dependientes de comercio” y suplico a estos señores por vía suyita y por el alma de mi agüelita, que no se ofendan conmigo, pues mi escrito no se personaliza con ninguno y desde antemano ofrezco satisfacción pública y muy cumplida a todos ellos. Amén, amén, amén.

“LOS DEPENDIENTES DE COMERCIO”

Muchos, muchísimos hay en Holguín, donde poder estudiar el tipo y hacer las deducciones competentes: no hay más que echar una ojeada a cada una de las cuatro esquinas de nuestras calles principales y en todas veréis, sino cuatro, por lo menos tres tiendas, es decir, tres ejemplos del Dios Mercurio en que se le rinde a este Señor, culto perpetuo desde que apunta el sol hasta las diez de la noche, en que un armonioso ruido de trancas y puertas anuncia al mundo que se clausuran las entradas de los establecimientos mercantiles. Pero tomemos la cosa por la punta del rabo, es decir, desde por la mañanita; desde esa hora en que toma posesión de su vasto dominio el rubicundo Apolo, como diría algún poeta cabelludo, de los que pinta tan bien Gerónimo Paturot.

Pasemos una hora después por las calles en que abundan las tiendas y reparemos hacia su interior, pero rápida, muy rápidamente: en lontananza y metido entre rejas de madera y medio oculto entre un montón de libros y cuadernos veremos el dependiente mayor, recostado sobre la mesa y asentando las cuentas de la casa. Su fisonomía es grave, seria, como la de Minos, y sus palabras secas y entre cortadas, porque todo eso se necesita para darse a respetar del resto de los dependientes. Ese es el tenedor de libros, el dependiente mayor, en una palabra: el amo en ausencia del amo, o mejor dicho, el principal en ausencia del principal.    

Echemos una mirada al resto del personal, consistente en dos dependientes más: el uno limpia con el plumero las vidrieras y coloca en mejor y más vistosa posición los artículos de la tienda; y el otro, párvulo de doce años, envuelve agujas en papelitos, doblas las piezas, pellizca de vez en cuando al gato o garabatea con lápiz sobre alguna caja. Todos son peninsulares, sanitos, alegres, activos y eficaces; pidieron muy niños la bendición a sus taiticas y como verdaderos héroes atravesaron el Océano, procedentes de Santander y de las poblaciones de Asturias, para dedicarse al comercio.

Estos que llevo descritos son los dependientes de tiendas de ropa; pasemos ahora revista a los de pulpería, a quienes es necesario visitar más de mañana: parémonos delante de esa tienda en que hay tantos caballos en las puertas y tantos negros y compradores delante del mostrador. Detrás de él veremos a cuatro, cinco o seis dependientes que con las mangas arremangadas andan, vienen y van: a este entregan un cartucho, a aquel una libra de arroz, al de más allá un trozo de jamón, a este un real de jabón y a muy pocos, ñapas; y todo esto a la carrera, al vapor, en medio de idas y venidas asombrosas y bajo la silenciosa presencia del dueño que con las manos en la espalda se anda dando paseítos en el adjunto almacén.

Yo no sé en qué diantre consistirá que los dependientes de pulperías son, por regla general, más gorditos y más coloraditos que los dependientes de tienda de ropa. Cierto panadero me dijo que consistía en que aquellos se peinaban con agua y estos con aceite, pero yo para mí tengo que eso será una anomalía como cualquiera otra.

Convidémonos a almorzar en cualquier tienda pues en todas, por regla general, se come bien. En la cabecera veremos siempre, invariablemente, al dueño o al dependiente principal presidiendo el enjuague gastronómico, cuyo puesto no cede aunque se sienta a la mesa el Arcipreste de las Indias. En la mesa hablan poco por lo regular los dependientes; comen y comen bien, bastante, mucho, porque para eso están trabajando desde que se muestra por los dorados balcones de Oriente el rubicundo… ¿Me querré yo meter también a poeta cabelludo? ¡Va de retro…!

Durmamos la siesta, comamos y al anochecer vayamos a pasar nueva revista a nuestras tiendas, iluminadas ya: la transformación es completa… ahora el movimiento mayor se nota en las de ropas: la actividad se ha trasladado desde los artículos de cocina a los circunfusa de la higiene, es decir, a las ropas. Señoras y caballeros llena y rodean el mostrador: los dependientes corren, se cruzan, vuelan y hacen prodigios de actividad…

¡Dos varas de estopilla! ¡Vaso de agua! ¡Hilo de oro! ¿Tiene Vd. alfombras? ¿A cómo los garibaldinos? ¡Es muy caro! ¿Quiere Vd. tanto? ¡Manuel, Vicente, Alarico, Salomón, despácheme Vd. pronto, que estoy de prisa!

Y por este tenor se suceden las preguntas, las respuestas, las exclamaciones y todo lo demás de ordenanza; pero examinemos, en medio de esta amable confusión, a los dependientes de tiendas de ropa. Son las siete y media de la noche, la tienda está perfectamente iluminada, los dependientes están todos vestidos de gran gala, es decir, de la manera que sigue: pantalón blanco, ancho, perfectamente almidonado, chaleco blanco muy escotado de cintura, corbata de color, camisa bordada y peinados todos a la última, con la raya perfectamente abierta.

En esta disposición y con la más amable sonrisa en los labios, cumplen religiosamente con su deber hasta las diez de la noche, hora a cuya primera campanada cierran sin compasión los dependientes menores para acostarse y el dependiente principal para salir a tomar el fresco de la noche o quién sabe para qué. ¿Será para amar?

He concluido, pepe amigo, el primer cuadro de los tipos holguineros, poniendo en el lugar preferente, el de la respetable clase de los dependientes de comercio, entre los que cuento buenos amigos. Así, pues, con tu permiso y con el del Sr. Santa-Luz, con quien me he injertado, dejaré la pluma hasta el siguiente domingo en que describiré el tipo de “Los Malojeros”.

Así pues con ésta y un vizcocho

Hasta mañana a las ocho.

      Cupeicito del Mucaral.

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