LA HORA TERCIA.
Pedro Ortiz Domínguez |
En enero de 1987, el jurado de cuento del concurso literario Premio de la Ciudad, integrado por el Premio Nacional de Literatura Abelardo Estorino y los escritores Abilio Estévez y José Lorenzo Fuentes, acordaron por unanimidad otorgar el máximo galardón a la obra, La Hora Tercia, del autor holguinero, Pedro Ortiz Domínguez.
En el Acta de Premiación de este certamen, de la ciudad de Holguín, el jurado fundamenta su decisión exponiendo que:
“A partir de circunstancias concretas de la historia de Holguín, que tocan aspectos fundamentales de nuestra nacionalidad, el autor desarrolla una fabulación que mantiene, a lo largo del libro, innegable unidad estilística y temática, con no escasos aciertos en el manejo del lenguaje y en la creación de situaciones y personajes” (1).
En la obra premiada aparecen tres narraciones: La Hora Tercia, que da título al libro, Míster Turnbull en Gibara y Pasen, muchachos, mis audaces. Los tres cuentos se desarrollan en la zona holguinera durante la etapa colonial.
Cualquiera de los tres serviría para demostrar el apego de este escritor a su región natal, pero escogimos La Hora Tercia, por la recreación que hace de un hecho de singular importancia histórica holguinera. El protagonista de esta narración es un personaje real, se trata de Juan Nepomuceno.
¿Qué dice la Historia holguinera sobre los hechos en que se ve envuelto este hombre?
En el libro Contribución a la Historia Colonial de Holguín 1752 – 1823, el historiador holguinero José Novoa Betancourt narra, las ramificaciones que tuvo la conspiración de Aponte en diferentes puntos de la Isla, incluyendo a Holguín. Valiéndose de documentos de la época Novoa Betancourt va revelando los hilos conspirativos del grupo abolicionista holguinero así como el clima de sospecha y terror de las autoridades locales al ver cómo en Puerto Príncipe y Bayamo tuvieron que enfrentar con duras medidas los intentos de levantamientos.
“A todas estas, el ambiente en Holguín era de plena histeria, aspecto que debieron tener muy en cuenta los conspiradores. Una muestra es una carta del 20 de febrero de 1812 del Teniente Gobernador al Gobernador; allí él refirió como:(…) los procedimientos de las Villas de Puerto Príncipe y Bayamo contra los negros de aquellas Jurisdicciones, ha sido un recuerdo que ha consternado los ánimos de estos habitantes en términos que los gritos de un loco en el sermón (…) alarmó el pueblo con alguna confusión, que me costó trabajo serenar (1) ”
El Cabildo holguinero, sospechoso de que los negros de acá pudiesen estar involucrados, como realmente lo estaban, decidió tomar extremas medidas, pero:
“Estas medidas tampoco amilanaron a los complotados y estos acordaron realizar el levantamiento de todas maneras en la noche del 14 de marzo o al día siguiente. Pero la traición se impuso: el 11 de marzo, tres días antes, hacia las ocho de la mañana una esclava denunció la trama y comenzaron las represiones.(2)”
Este capítulo de la historia holguinera se cierra trágicamente y así lo concluye José Novoa en su libro:
“Producto de la investigación realizada sobre la conspiración se libró mandato de prisión contra más de cincuenta personas indicadas fundamentalmente como cómplices. Se detectó como jefe de la conspiración al esclavo congo Juan Nepomuceno y a sus colaboradores más cercanos, en los negros Federico, Mateo, Antonio, Miguel y Manuel, de los que no sabemos su estamento aunque suponemos serían esclavos.
El 3 de abril de 1812, al amanecer, en la Plaza de Armas de Holguín, actual parque Calixto García, fue ahorcado dentro de muy aparatosas medidas de seguridad el líder conspirador, mientras se castigaba brutal y simultáneamente a sus cinco más próximos colaboradores, condenados a cadena perpetua, sentencia a cumplir en el Presidio de San Agustín de la Florida.
"Cuando en la noche del 3 de abril los restos mortales de Juan Nepomuceno fueron sepultados en la Parroquia, quedó en la tierra/ holguinera la simiente del primer mártir local en la lucha contra el colonialismo y por las libertades del hombre. (2)”
Parque Calixto García, antigua Plaza de Armas (Foto tomada en 1920) |
Es todo lo que hasta ahora ha llegado a nosotros, pero gracias al ingenio y la imaginación del fallecido escritor, ensayista y periodista holguinero, Pedro Ortiz Domínguez la historia ha podido ser recreada literariamente.
El cuento La Hora Tercia recrea las últimas horas de vida de Juan Nepomuceno, desde las 5.00 a.m. hasta aproximadamente las 9.00 a.m. del día 3 de abril del año 1812 en que es ahorcado en la Plaza Mayor de Holguín. Los dos personajes principales son el negro insurrecto y el anciano sacerdote Cayetano Basulto Fonseca quien religiosamente lo asiste en esas horas finales. (A propósito, el título de este cuento alude a las llamadas horas canónicas que durante la edad media se usaban como división del tiempo en los monasterios para identificar los momentos de los rezos, de ahí que, el padre Cayetano va precisando el tiempo de vida del condenado a muerte desde las horas Laudes (5:00 a.m.), Prima (6:00 a.m.), hasta la hora Tercia (9:00 a.m.) en que es ahorcado Nepomuceno).
El cuento, aunque en apariencia es lineal, consta de cambios temporales, para poder rememorar recuerdos del pasado de ambos personajes, pero con mayor énfasis en momentos de la vida de este esclavo. El sacerdote, claro está, responde a los intereses de la metrópoli pero siente cierta simpatía y conmiseración hacia el esclavo insurrecto:
-“-Juan Nepomuceno.-Diga, padre respondieron con voz cansada desde el piso de ladrillos.- Son cerca de las cinco. Pronto será de día.-¿Por qué se ha pasado usted toda la noche conmigo?-Porque soy hombre de iglesia y eres el primer condenado a muerte en los ciento setenta años que tiene de establecido el pueblo. Es mi deber: para darte el pan de la doctrina y confortarte. Ve preparándote. Cuando salga el Teniente Gobernador de su casa empezarán tus minutos finales. ( …) (2).”
Por la narración descubre el lector las terribles torturas a que fue sometido Juan Nepomuceno y algunos de los negros que conspiraban junto a él. La crueldad de la esclavitud es denunciada por este esclavo en su conversación con el sacerdote.
“-¿Por qué lo hiciste, Juanchito?- Quiero ser libre, y también por ellos, los que mueren en el campo.- ¿Los matan a golpes?-No es el látigo ni el hambre lo que los acaba tan rápido en los trapiches y cañaverales, señor. El fuete y el poco comer no matan así. Es que nunca los dejan dormir. Están ahí, sin parar, cortando caña o pegados a las pailas de meladura hirviente, revolviendo la miel hasta que cuaja, asándose como puercos. Los alambiqueros, cuando pueden, para que se olviden del cansancio, le dan su jigüera de aguardiente escondidos de los mayorales. La malafia los ajuma y a veces caen en las calderas donde se cocinan.-Sí, trabajan como ordenó el Rey, que Dios guarde: desde el amanecer hasta el anochecer. ¿Y que más, muchacho?-Y también para que se termine el cambalache con negros. Los traen apilados como chivosa en carreta. Vienen entongados en alijos, como dicen el amo y sus apegados por Gibara. El amo me llevaba y los vi. Los bajaban del barco y/ los llevaban en botes hasta el desembarcadero del río, muertos de hambre y cansancio por el tiempo del viaje y el amontonamiento; apestosos a meao; llenos de mierda propia y ajena hasta las pasas; con las piernas y los pies hinchados, y ciegos por el sol. ”
A través de la ficción literaria, Pedro Ortiz logra ofrecernos una imagen de la reunión del Cabildo holguinero en el que se da a conocer la conspiración liderada por Juan Nepomuceno:
“Don Francisco de Zayas, Teniente Gobernador de Holguín, y don Ramón Armiñán, jefe militar de la plaza, citaron a sesión extraordinaria del Cabildo. Estaba presente la corporación completa: los alcaldes mayores y de policía, los regidores con sus varas, el Síndico Procurador General, el Alcalde Mayor de la Santa Hermandad, el Alguacil Mayor, el Escribano Público y el Alférez Mayor. Los funcionarios presentían que era algo importante, pero se horrorizaron con la revelación.-¡Señores se ha descubierto una conspiración de negros en el país! - anunció don Francisco.-Sí- recalcó el jefe militar-Recibí una comunicación del Capitán General, su excelencia el Marqués de Someruelos, donde informaba que él mismo, ante la gravedad de la situación ordenó prender el diecinueve de marzo pasado al caudillo de la conjura, un negro apellidado Aponte, y sus principales secuaces. Habían extendido la confabulación a toda la isla. ¡Hasta aquí mismo, señores! Y el jefe de los sediciosos es nada menos que el esclavo Juan Nepomuceno, de la dotación de nuestro Teniente Gobernador. (3)”
Resulta, además, interesante observar cómo este escritor reconstruye la vida del Holguín de entonces, sus calles, casas, costumbres, etc., tanto a través de la mirada del esclavo como de la del propio sacerdote:
“Miró hacia la iglesia. En la reconstrucción lo había puesto a trabajar su amo. La nave central, de cinco varas de alto, con horcones de júcaro que él había ayudado a cortar por los montes del río Matamoros, y dos más en los laterales de tres y media, las tres con anchas paredes de embarrado y el techo de tejas. Cuatro campanas medianas colgaban de una armadura de palo fuerte y jiquí, bajo una puntiaguda cubierta de cuatro aguas terminada en una fina cruz.Dos cuadras más allá estaba la casa del Teniente Gobernador, su dueño, sólida, también de embarrado y tejas, con la fachada encalada, de blancura enceguecedora en los días de sol inaguantable, con una cenefa añil de vara y media de ancho, y franjas del mismo color alrededor de la puerta principal y las dos ventanas del frente. (…) (3)”“Era apacible la vida en el pueblo antes de ese alboroto, recordó don Cayetano. Transcurría entre fiestas por los nacimientos de los hijos de los soberanos, del Gobernador de Cuba y del Teniente Gobernador de la Villa; sus cumpleaños y casamientos: los días de los santos patronos San Isidoro, la Virgen del Rosario y el batallador San Miguel. Romerías de la Loma de la Cruz el tres de mayo y paseos a caballo por el Llano. (…)(3)”“Juan miraba hacia adelante, al final de la calle San Miguel, cerrándola como una enorme res en descanso, la Loma de la Cruz. Vio el trillo sinuoso por el que escalaban en romerías de devoción los peregrinos que iban a pagar promesas, a encender agradecidas velas a los santos de su inclinación, y hacer nuevas rogativas alrededor de la gran cruz, visible desde el pueblo, colocada en un limpio de la cima. Desde la cumbre, en los días claros, se distinguía el mar de la bahía gibareña, envuelto en una bruma azul que lo hermanaba con el cielo. (…)(3)”“Más allá de la calle Santiago, en Santa Cecilia, a tres cuadras de la iglesia, los negros y mulatos, libres y esclavos autorizados, fabricaban sus casas de embarrado o yaguas y techos de yarey. Después del Marañón estaban los tejares y las finquitas de estancieros negros, quienes veían silenciosos cómo algunos blancos les arrebataban en carretones los ladrillos que terminaban de quemar, llenaban los serones de las bestias con sus animales y cosechas. (…)(3)”“Llegaron a la esquina del paseo de San Pedro, a la Plaza de Armas que se extendía hasta la avenida del Rosario, una vez y media más larga que ancha, buena, de acuerdo con el dictamen de su señor, para celebrar las fiestas de a caballo y las paradas militares, con las casas de portales a la calle para que en ellos, protegidos del sol o de la lluvia, pudieran hacer sus compraventas los tratantes. (…)(3)”
El final del cuento recoge los momentos del ahorcamiento en la Plaza de Armas de Juan Nepomuceno y es verdaderamente patético ese hecho: “En el silencio de páramo la trampa se abrió con estruendo de disparo y Juan cayó al vacío, haciendo restallar la soga (…)(3)”
En ste cuento el autor, apoyándose en hechos de nuestra historia local le confiere a la memoria histórica una dimensión, que quizás la historia, propiamente, no puede lograr: ahora sentimos la vida de los hechos, hechos que, siente el lector, ocurrieron a seres humanos. Tal contribución de Ortiz apuntala los sentimientos de identidad holguinera o la holguineridad como algunos ya van diciendo. Holguineridad que se objetiva en el espíritu irredento que vino a tomar cuerpo en el negro Juan Nepomuceno. Y asimismo el cuento nos permite conocer cuáles eran las fiestas y costumbres de la época, el nombre que tenían, por entonces, aquellas polvorientas calles limitadas por las casas de embarrado, incluso caminarlas y subir a lo alto de la Loma de la Cruz, para desde el cielo, contemplar aquella pequeña villa situada entre los ríos Jigüe y Marañón.
Bibliografía
Lorenzo Fuentes, José: Acta de Premiación del jurado del Premio de la Ciudad. 1987.
Novoa Betancourt, José: Contribución a la historia colonial de Holguín 1752-1823. Ediciones Holguín, 2001.
Ortiz Domínguez, Pedro: La Hora Tercia. Dirección Municipal de Cultura, Holguín, 1987.
Notas:
(1) José Novoa Betancourt: Contribución a la historia colonial de Holguín 1752-1823, p. 114.
(2)Ibídem, p. 18/19.
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