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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

28 de septiembre de 2017

Himno de Holguín


El 17 de mayo de 1870 el coronel del Ejército Libertador Pedro Martínez Freyre compuso la letra del himno holguinero. La música se le atribuye a don José María Ochoa, notable compositor y músico.

Cuando todavía estaba fresco el hecho de la Demajagua y rodeado precisamente de holguineros en una etapa eufórica, ya que se esperaba la llegada a las costas del territorio de expediciones con armamentos y municiones; su autor con gesto patriótico elaboró las estrofas de este himno guerrero que clamaba por la libertad en la isla del yugo español llamando a los holguineros a incorporarse al Ejército Libertador.

La partitura que se conserva fue hecha por el músico holguinero Porfirio Sánchez según testimonio del soldado mambí Sigifredo Urbino Guillén, músico de la orquesta de Manuel Avilés.

 

         Letra del Himno

A la lid, holguineros valientes
No temáis del tirano la saña
Ni dobléis como siervos la frente
Ante el déspota inicuo de España
Somos libres. Lo anuncia el sonido
Que se esparce del viento en las alas
Del cañón el tremendo estampido
Y el continuo silbar de las balas.

Libertad, libertad. A tu nombre
Late el alma de gozo en el pecho
Libertad, libertad. Por ti el hombre
Deja alegre su bien y su techo. ‘‘

Que es mil veces más dulce una fosa
Que la vida en silencio profundo,
Y en la paz del esclavo oprobiosa
Justa befa y escarnio del mundo.

Fuente: Miranda Pelaez, Georgelina. Acontecimientos holguineros. El himno de Holguín. Holguín, 2015.

La Cancionistica en Holguín durante la colonia

Por: Zenovio Hernández Pavón y Ana Luisa Tamayo


El musicólogo Helio Orovio en su conocido diccionario de la música cubana dejó dicho que las raíces de la canción creada en la Isla están en la tonadilla escénica hispana, en el aria operística italiana, en la canción napolitana, en el vals lento y en módulos cancioneriles españoles como las tiranas, polos y boleros.
Hasta finales del siglo XIX ese estilo de canción con marcada influencia europeizante marcó la creación en la Isla, incluso, entre seguidores de la cultura popular y defensores de la cubanía; como es el caso de la canción-serenata La Bayamesa, compuesta en el año 1851 por Francisco Castillo Moreno (música) y Carlos Manuel de Céspedes y José Fornaris (letra).


 Josue Tacoronte: Guitarra y Milagros de los Angeles: Soprano. Basilica de San Francisco, Habana, Cuba. Festival Leo Brouwer 2014
Sin embargo es innegable que los creadores cubanos estaban aportando elementos criollos que son visibles (audibles) en las guarachas y canciones picarescas cantadas por el pueblo y en las músicas que se oían en las veladas de los grandes salones burgueses; así es referencia obligada la obra renovadora de Manuel Saumell, considerado el iniciador del nacionalismo musical cubano. En sus contradanzas este autor recrea elementos que luego se transformaron y dieron nacimiento a géneros danzables (tan carísimos a la identidad cubana), y también a la cancionística: exactamente a la criolla, la habanera y la canción propiamente dicha.
Saumell y otros compositores que son contemporáneos a él asumieron el gran legado musical llegado de Europa, África y otras regiones del mundo, lo asimilaron y lo fusionaron creando un ambiente sonoro deslumbrante, original y dúctil que, con el paso del tiempo y nuevas influencias, se va renovó y enriqueció sin perder jamás su vitalidad y personalidad autóctona.
La Habana ha sido, siempre, centro aglutinador y nutricio donde se consolida cada nueva propuesta musical de la Isla, entre ellas la cancionística criolla. En la etapa colonial fueron escenario de aquellos trascendentes nacimientos las veladas de los grandes salones burgueses, las sociedades de recreo e instrucción, e igualmente las casas editoras de música, las funciones teatrales y las humildes y bohemias serenatas.
Y para su expansión, además de las publicaciones de partituras, fue en extremo importante las compañías de teatro y variedades que solían recorrer la Isla llevando y presentando ante el público del país a cantantes, músicos y compositores que, además, enriquecían su quehacer con los sucesos cotidianos, las historias, leyendas e incluso, conocían y le daban cabida en sus repertorios a obras de compositores locales que luego popularizaban en la capital.
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La vida musical holguinera fue hasta mediados del siglo XIX de una profunda pobreza. Desde 1720 en que surge el pueblo, tras unirse los pobladores de varios hatos o haciendas, hasta la década de 1820, solamente se oía música en los actos litúrgicos, las celebraciones de las fiestas del santo patrón o algún otro aislado hecho social de suma trascendencia. Pero cuando se abre el puerto de Gibara en 1822, en esta región nororiental de Cuba se inicia una significativa etapa de progreso económico y cultural: se abren nuevas vías para el comercio y las comunicaciones y empezó a quedar atrás el modo de producción agrícola limitado al autoconsumo.
Es por esos años cuando se emigran y se establecen en Holguín familias burguesas de comerciantes, oficiales y  hacendados, procedentes de otras partes de Cuba y el extranjero y también los regimientos militares españoles, que llegaron con sus bandas de música o charangas y que en 1827 inician la  tradición de las retretas o conciertos públicos[1]. Y a la vez varias importantes familias organizan veladas y conciertos.
En 1833 se inaugura El Coliseo, primer teatro que tuvo la ciudad, y en 1847 surge La Filarmónica, primera sociedad de recreo e instrucción.
Al concluir la primera mitad del siglo XIX Holguín y otros centros urbanos de la región, como Gibara y Mayarí, contaban con orquestas, pianistas y profesores del arte musical. Entre estos últimos, sobresalió Magín Torrens[2], músico catalán llegado a la ciudad en una de famosas charangas de los regimientos españoles.
Los músicos militares fueron los primeros maestros de ese arte en Holguín. Sus alumnos fueron gente de todos los estratos sociales y razas, pero los negros y pardos lo hicieron con mayor ahínco. Así entre los primeros que tocaron y compusieron música en la ciudad están: José María Ochoa, Manuel Avilés Lozano, José A. Esponceda y José Ángel Aguilera, entre otros. No obstante ellos, destacados creadores, adoptaron tácitamente los postulados, géneros y estilos europeos, sobre todo de la música española. 


José María Ochoa Correa. Clarinetista, compositor, profesor y director de orquesta. (Holguín, 20 de octubre de 1845 – 4 de febrero de 1937). Realizó estudios de música con el catalán Magín Torrens. Desde los 12 años integró orquestas bailables de la ciudad y poco después empezó a componer. En 1870 escribió el Himno Holguinero, con texto de Pedro Martínez Freyre.
Integró bandas de música españolas establecidas en la ciudad y agrupaciones de música profana y litúrgica en Santiago de Cuba, La Habana y otras ciudades de la Isla, que eran dirigidas por Cratilio Guerra, Laureano Fuentes, y Lino Boza entre otros maestros.
Al regresar a su ciudad por 1885 fundó la Orquesta “El Genio” con la que amenizó actividades en toda la región nororiental hasta 1926. También se desempeñó como sastre y como profesor de varias generaciones de músicos.
Entre sus obras están: Cocuyé cubano en Sol Mayor, el vals Juicio del año, la mazurca Cambucha, la danza Lanceros holguineros, danzones y sobre todo obras religiosas, modalidad en la que mostró fecundidad y originalidad, entre ellas destacan: Misa pastoral (1880), Misa de difuntos (1900), Misa a dos voces para domingo de Ramos (1924), y Misa de Réquiem (1927). Asimismo compuso salves y marchas fúnebres.
Así, al revisar la escasa prensa colonial holguinera se comprueba que hasta en las retretas se interpretaban piezas de zarzuelas y óperas de España y de otros países del viejo continente. Un ejemplo de lo anterior son las veladas realizadas en la Sociedad Filarmónica que fueron reseñadas por la prensa y donde resalta el entusiasmo que tenían los holguineros de entonces por el canto lírico. Veamos lo que quedó escrito en el periódico “El Oriental” el 21 de enero de 1863:
“(…) tocada por la orquesta, que con tanto acierto dirige D.  Miguel Pascual, el          aria de El Trovador ”Deschi la Spira”, se presentó el beneficiado y con una limpieza, dulzura, brillantez, sentimiento y facilidad admirables ejecutó la interesantísima Melancolía, de Prunne. Seguidamente el Sr. Varela con su potente, flexible y sonora voz cantó la brillante cavatina “Cruda funesta María” de la ópera Lucía de Lammemoor (…) La romanza de la moribunda traviata “Addio del Passato” fue cantada por la Srta. Elvira García[3].

“En esa romanza, se sabe, la que la cantante tiene que ejecutar siempre, contrarrestando la fuerza de su voz, cuando, como sucede con esta Srta.; es de un volumen grande (…) Elvira la ejecutó con la perfección, buen gusto y facilidad que requiere”.
En esa y otras veladas se destacaron valiosos vocalistas de la ciudad, entre ellos las tres hermanas del Mayor General independentista Calixto García; de ellas trascendió especialmente Concepción García por su excelente voz de soprano y porque se destacó como pianista, profesora de música y directora del coro de la iglesia San Isidoro en el que nucleó a las mejores voces de la ciudad, entre ellas María Manuela Aguilera, Micaela de la Torre, Loreto Pérez y Braulia Oberto.
La última mencionada, (Braulio Oberto), es una de las más valiosas figuras de la música holguinera de tiempos de la colonia. Desde muy joven, participó con otros aficionados al canto en los festivales musicales organizados en la ciudad entre 1861 y 1866 por el notable músico y compositor camagüeyano José Mercedes Betancourt. Posteriormente se desempeño como profesora de música e inició la formación de su hija Carmen Betancourt, violinista laureada con el Primer Premio en los Conservatorios de Madrid y París.

Una anécdota ocurrida en un teatro de Holguín
Tomado de: José María Heredia
     Julio de 1868 época en que el pueblo Oriental rendía culto a las legendarias fiestas del apóstol Santiago que principiaban el 24 del mes, día de Santa Cristina y prolongándose hasta el de Santa Ana, con el aditamento del de Santa Anita y terminando en los primeros días del mes de Agosto.
     En esa época actuaba en Holguín una compañía dramática dirigida por D. Miguel Rodríguez Gabuti, que tenía como primera dama a Manuela Cátala, como segunda a Eloísa Agüero, como galán joven a José Irigoyen, como actor cómico a Juan Loyal, éste último, más tarde constituyó su hogar en esta población unido en matrimonio con Doña Amelia de Quesada Nul. Además eran actores de la compañía dramática: D. José Pozo, José Cátala, Francisco Pacheco, la Sra. Paz Cuadros y auxiliados todos por una troupe de aficionados en la que figuraban D. Belisario Álvarez, Higinio Esteban Navarro, Federico Sevilla, Avelino Cubero y otros.  
     El teatro se hallaba emplazado en lo que hoy es un solar amurallado, calle de Miró esquina a la de Arias, propie­dad de la sucesión de José Ramón de Zayas. El escenario ofrecía capacidad para poner en escena cualquier obra por numeroso que resultara el personal. Para esta ocasión ofrecía un agrada­ble aspecto su rico decorado, obra de hábiles manos de Gabriel de Aguilera y de Avelino Cubero.
     Corría el mes de Julio y ya a su terminación fueron vi­sitantes de esta ciudad importantes personajes de la vecina ciudad de Bayamo: Carlos Manuel de Céspedes, Pedro Figueredo, y Agustín García del Mármol.
     Celebrábase en el teatro una regia función en que to­maban parte connotadas personas con el fin de rendir merecidísimas atenciones a aquellos personajes que por primera vez pisaban nuestro suelo. La obra que habría de ir a la es­cena se titulaba "Los Dos Virreyes"; estando a cargo de D. Belisario Álvarez Céspedes y de D. Higinio Esteban Navarro el desempeño de los dos principales papeles. El patio y las graderías se hallaban completamente ocupados. Entre nutri­dos aplausos bajó el telón después del primer acto, en el segundo, después de ligero parlamento entre los dos virreyes, se oyó el canto de una agradabilísima barcarola cantada por D. Casiano Labusta y el maestro José María Ochoa que de­cía:
 Era Nápoles un día
un oculto paraíso
y ponerlo fue preciso
al cuidado de un señor.
Ora canta sin afanes
de su golfo entre las olas
solo amantes barcarolas
su olvidado pescador.
Y del chuzo con que rompe
las escamas de los peces
puede hacer como otras veces
una lanza el pescador.    
Lánzase el virrey saliente hacia el balcón que mira hacia el mar y con ademan airado dice:
Con un cordel a la gala
y un crucifijo en la mano
cantar haré a ese villano
su postrera barcarola.
Y si puede como otras veces
hacer del chuzo una lanza
yo haré que tomen venganza
de sus lanzadas los peces.     
     Al terminar el último verso estalla una salva de aplau­sos y entre bastidores de oyen vítores a ¡Cuba Libre! y a la Libertad que Abraham Portuondo no puede reprimir en su santo entusiasmo.
     Esto a primera vis­ta  carece de importancia, pero si se tiene en cuenta que en el mes de Agosto se reunieron en San Agus­tín de Tunas, en la finca del que más tarde se llamó General Vi­cente García, Carlos M. de Céspedes, Sal­vador Cisneros, Marqués de Santa Lucía, Carlos Loret de Mola, Pedro Figueredo, Vicente García, Belisario Álvarez, Sal­vador de Fuentes Aguilera y Francisco Mu­ñoz Rubalcaba, con el propósito de colocar las bases para el levantamiento revolucionario que germinaba en los mas valiosos elementos del país          

Los diez largos y cruentos años de la Guerra Grande, (1868-1878) fueron muy adversos para la vida musical en la región. Pero tras el Pacto del Zanjón, que puso fin a la primera guerra de independencia de Cuba y la Guerra Chiquita, resurgieron nuevamente las veladas en Holguín y el canto lírico se enseñoreó en las veladas que se organizaban en los principales salones de la ciudad.
En esa etapa, además, comienzan a proliferar las sociedades de recreo, los pequeños teatros y otros escenarios en los que se presentaban compañías líricas que hacían giras por el país y músicos y cantantes aficionados locales.
Entre los mayores logros de esa etapa, vinculados al canto, destacan los aportes de relevantes figuras que realizaron largas temporadas en Holguín y Gibara, las dos ciudades más importantes de la región; entre ellos la soprano camagüeyana Ana Owen, los compositores Manuel  “Lico” Jiménez, Marín Varona y los profesores de música y canto José Balloz y Vicente Morán.
Ana Owen, a quien Laureano Fuentes en su libro “Las Artes en Santiago de Cuba”, llamó “soprano eminente” por sus impresionantes cualidades vocales, organizó en Holguín entre 1881 y 1885 unas veladas musicales muy concurridas que contribuyeron a enriquecer la atmósfera cultural de la ciudad y especialmente la pasión de los holguineros por el canto lírico.
Marín Varona
Lico Jiménez

Por su parte  “Lico” Jiménez  y Marín Varona, continúan considerándose  creadores imprescindibles del lied y de la producción lírico-teatral de finales  del siglo XIX. (En estos géneros y en esa fecha se comenzaban a perfilar las pautas estilísticas de la canción cubana que, luego, creadores como Eduardo Sánchez de Fuentes y Ernesto Lecuona terminaron de fijar y definir). “Lico” residió una larga temporada en Gibara durante su gira por Cuba realizada en 1885, por su parte Varona, autor de la zarzuela “El brujo” y de antológicas canciones como “Es el amor la mitad de la vida”, se presentó en la región en varias oportunidades con una compañía lírica.


Tanto “Lico” Jiménez como Marín Varona, ofrecieron lecciones musicales en Gibara y contribuyeron a formar valiosas músicos como Emilio Rodríguez y Agustín Morales, génesis de dos sobresalientes familias de músicos de esta provincia.
Luisa Martínez Casado interpretando “La Dama de las Camelias”
 A ellos y sus compañías de música lírica, y también a la de Luisa Martínez Casado, iban a oír los holguineros, gustosos, al hermoso y acogedor teatro de la sociedad de recreo “Unión Club” de Gibara, inaugurado en 1890; y también a disfrutar de los conciertos que en ese dicho teatro ofrecieron Brindis de Salas, Ignacio Cervantes o Rafael Díaz Albertini.
En Gibara en 1892 se casó Marín Varona con Amalia Rodríguez, la bella triple de su compañía. Y también allí nacieron, fallecieron, se iniciaron o consolidaron su labor interpretativa destacados miembros de la familia Martínez Casado; entre ellos el eminente barítono Juan José Martínez Casado, que luego  emprendió su carrera internacional en la Compañía de Esperanza Iris y en el cine azteca.
Por los tantos años que residieron en Gibara se cree que “Lico” Jiménez y Marín Varona hayan compuesto obras de valía en ese lugar.
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Las adversidades provocadas por las guerras de independencia, entre otras razones, impidieron que Holguín contara con un teatro u otro escenario con las condiciones adecuadas para las presentaciones de compañías líricas[4]. De ahí que fueron pocas las que en esta etapa  actuaron en  la ciudad. No obstante, con el auge de las sociedades de recreo, estas,  a través de sus secciones de música estimularon la cancionística y la cultura en general. Se destacan entre esas sociedades: La Tertulia (1888-1895), del Partido Autonomista, el Casino Español (1872-1898) y el Centro o Casino de Artesanos (1887-1909).
El Casino de Artesanos poseía teatro, orquesta y secciones de declamación y canto, que organizaban sistemáticamente puestas de obras dramáticas y musicales con figuras que dejaron sustanciales aportes al arte musical, entre ellos Manuel Avilés, Dositeo Aguilera y Rosa Betancourt, entre otros.
Manuel Avilés
Avilés dirigió la orquesta de la institución y con ella dio a conocer obras instrumentales y cantadas, entre ellas guarachas, himnos, danzas y un cocoyé del que refiere Helio Orovio en su diccionario que es “muy cubano, muy holguinero, distinto al cocoyé, más español, de Casamitjana”[5]
En el escenario del Casino de Artesanos, se presentaron también artistas eminentes que visitaron a Holguín, entre ellos el violinista Brindis de Salas en 1894, y compañías de teatro bufo o vernáculo como las de Gonzalo Hernández, la de Raúl del Monte y la de Antonio Añó, entre otras, que llevaban por la Isla guarachas, habaneras, boleros y otras obras del cancionero popular cubano y que las clases más humildes hacían suyas.
En Holguín, las guarachas habían calado profundo en la sensibilidad de los vecinos. Ese tipo de composición era muy bien recibida desde la década de 1860, durante las presentaciones de las compañías de Miguel Salas y de Bartolomé José Crespo, según refiere un interesante estudio sobre la guaracha en este territorio escrito por el historiador Juan Albanés[6].
Pueblo pequeño como era Holguín, donde las habladurías y chismes sentaban cátedra, es comprensible que más de un músico se inspirara y creara una pícara guaracha. Entre ellas alcanzaron mucha popularidad “La Nigua pare en diciembre” de José A. Esponceda (El chino)[7], “La Botijuela de Pepe”, de Manuel Avilés, y otras creadas por Luís Zúñiga, Antonio Caissés, Manuel Barrillo, José Gregorio Hechavarría y Juan Mendoza (Juan el ciego).




[1] En Holguín se efectúan las retretas o conciertos públicos desde 1827 y hasta el final de la guerra del 95, interpretándose, sobre todo, himnos y géneros españoles  y europeos. Pero en la segunda mitad de ese siglo, cuando las arias de ópera estaban muy de moda, estas se interpretaban en las áreas públicas por las bandas militares: por esa razón a las retretas también se les llamaban “ópera barata”, porque a diferencia de las presentaciones en las sociedades de recreo o el teatro, no había que pagar y todos los vecinos  tenían acceso a la Plaza de  Armas, luego parque Calixto García, donde  todos los jueves y domingos en la noche se celebraban estos conciertos, tal como lo recogen “El Periquero” y otros periódicos coloniales.
[2] Magín Torrens, puede ser considerado el padre de la música de salón en Holguín. Fue maestro de figuras como José María Ochoa, Manuel Dositeo Aguilera, Manuel y Jesús Avilés, por sólo mencionar algunos que luego fundaron importantes bandas, crearon obras musicales  y sostuvieron por años la tradición de la retreta.
[3] Era hermana del General independentista holguinero Calixto García Iñiguez.
[4] El Coliseo, primer teatro de Holguín, fue un almacén adaptado en 1833. En 1863 se inauguró el segundo teatro que hubo en la ciudad, ese estaba en la intersección de las calles Miró y Arias y permaneció abierto hasta el estallido de la Guerra Grande. Sus condiciones eran limitadas. Las sociedades de recreo también inauguraron varios escenarios, entre ellos el salón- teatro Holguín, el principal que tuvo la ciudad entre 1912 y 1922 año este último  en que se inauguró el Teatro Oriente, demolido en 1937 para construir el Infante (hoy Comandante Eddy Suñol).
[5] Helio Orovio. “Diccionario de la Música Cubana”. Pág 43.
[6] Juan Albanés. “Guarachas y guaracheros del viejo Holguín”, periódico “Ahora”, 5 de agosto de 1977, pág 3.
[7] José Antonio Esponceda (El Chino), fue uno de los más importantes músicos de Holguín colonial. Alrededor de 1860 fundó una de las primeras orquestas de la ciudad con la que amenizó bailes, actos litúrgicos y otras celebraciones. En 1868 se fue a la manigua independentista y cayó en una acción bélica.

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