La colonia
árabe en la vida comercial holguinera.
(1902-1950)
Por: ANNARELLA GRIMAL
SAAD
La
inmigración siempre ha sido un tema polémico que se ha manifestado a través
de los siglos en todas partes del mundo, expuesta a condiciones externas e
internas de índole económico, político, social o religioso en cada región
en la que el inmigrante ha echado raíces. Cuba constituye una de estas
regiones.
Desde sus
mismos orígenes, españoles, africanos, haitianos y muchos otros han
arribado a nuestras costas y han aportado algo a la forma de pensar y
vivir, al mundo material y espiritual del criollo. Pero no todos han sido
registrados de igual manera en la memoria de la Isla. Los árabes, por lo
menos los así llamados, han tenido menos suerte.
Siguiendo
las líneas del conocimiento historiográfico, nos propusimos desandar el
camino, escarbar en el pasado, seguir la huella de aquellos llamados moros
o árabes, que dejaron una larga estela de apellidos poco comunes en el
castellano, y adentrarnos en una historia casi inaccesible, y en ocasiones
poco comprendida, de la presencia árabe en Cuba.
No existe
obra que vertebre el conocimiento sobre esta multitud anónima que llegó a
la Isla sin los rudimentos del idioma, pero llenos de esperanzas en esta
tierra, donde echaron anclas después de un viaje desde la cuenca del
Mediterráneo. Vientos de opresión y despotismo empujaron a estos árabes de
la Gran Siria o el Levante a través del Atlántico, en las postrimerías del
siglo XIX, cuando la caducidad del tiránico imperio que los doblegaba no
brindó a los levantinos los beneficios que la revolución tecnológica trajo
para otros países del orbe.
Así,
después de un viaje largo y no exento de complicaciones, quebrado el
arraigo a la tierra que los había visto nacer, llegan los árabes a Cuba.
Pero, ¿cuáles árabes y por qué Cuba? Egipcios, turcos y hebreos arribaron a
nuestras bahías, aunque en grupos muy reducidos, mientras que palestinos,
sirios y, sobre todo, libaneses conformaron un grupo evidentemente
mayoritario que pronto proliferaría, mediante la llamada inmigración en
cadena, que se desarrolló fundamentalmente durante las tres primeras
décadas del siglo XX.
Muchas
fueron las razones que tentaron al inmigrante de la Media Luna Fértil a
probar suerte en territorio cubano. El siglo XX trajo para Cuba cambios
radicales en todo sentido: había dejado de ser colonia de España para
convertirse en neocolonia de Estado Unidos. Por una parte, las inversiones
directas de capital financiero extranjero –fundamentalmente
norteamericano–, y por otra, la crisis económico-demográfica, a causa de la
Guerra de la Independencia y la Reconcentración llevado a cabo por
Valeriano Weyler, dejaban a la Isla a merced de una inminente necesidad de
mano de obra, que serviría de pretexto para desarrollar una política
migratoria que impulsara y promoviera la inmigración, tanto contratada como
espontánea. Tal fue su alcance, que los más importantes órganos de prensa
de entonces, como El Diario de la Marina, hacían eco de es esta
problemática:
“(...) es
indispensable que se atienda este problema de la inmigración que es de
vital importancia, que afecta muchos intereses y del cual dependen las riquezas
y el bienestar general”(1).
En el caso
de la inmigración árabe, se calcula que, durante el primer tercio de siglo
llegaron a las costas cubanas alrededor de “33 919, que representaban el
24,3%, del total de inmigrantes, de los cuales el 71,5% eran solteros”(2) .
Estos inmigrantes se asentaron en diferentes puntos del país, como las
actuales provincias de La Habana, Ciego de Ávila, Santiago de Cuba y
Holguín.
La ciudad
de San Isidoro de Holguín era una población mediterránea del norte oriental
de la Isla, cuya área es una llanura ubicada entre dos ríos, límites
fijados desde 1752, que fueron saliendo paulatinamente de su antigua
demarcación, aunque no fue hasta después de 1920 en que se extendieron los
límites de la ciudad.
Con la
llegada de la República en 1902, el proceso de inversiones que se venía
operando en la Isla, se hizo extensivo a nuestro término municipal y
comienza para Holguín un proceso de restauración económica que se materializó
en importantes grupos monopolistas con intereses enraizados en diferentes
regiones, como “la United Fruti Co., Mayabe Nursey Co., West Indian Fruit
Co., Buenaventura Fruit Co.”(3) , por sólo citar algunos.
Todo esto
revolucionó otras esferas de la economía, como el transporte y las
comunicaciones. A través de la reorganización administrativa, comenzó la
explotación de los recursos naturales y medios de subsistencia durante los
primeros años del siglo XX; a pesar de ser insuficiente para desarrollar la
actividad comercial, esta comenzaba lentamente a dar sus primeros pasos,
gracias en gran medida al elemento foráneo, en especial a aquellos que
trajeron consigo desde la Media Luna Fértil, allende el Atlántico, las
centenarias habilidades para el comercio que, desde los fenicios, habían
dotado y caracterizado siempre a los árabes.
A su
llegada a Cuba, estos inmigrantes, casi en su totalidad, se dedicaron a la
venta de mercancías, de los más variados tipos, en la zona rural. Lo mismo
pasó con los árabes llegados a la ciudad de Holguín. Indagar en la memoria
de sus descendientes nos permitió transportarnos a aquellos primeros años
de su estancia en la Ciudad de los Parques donde se iniciaban en esta
actividad comercial, y conversan con Antonio Saad Saker, María y Modesto
Zellek, Felipe Saif, Emilio Nacif y Eduardo Azze, que comenzaban a
destacarse en el negocio de las ventas ambulantes. Al repecto, Elías Azze,
hijo de este último, nos contaba:
“Mi padre
vino en 1912, con 20 años de edad, soltero. Se dedicó al comercio, o sea, a
vender en los campos. Tenía tres caballos, dos de carga y uno de monta y
los cargaba de mercancía: era vendedor ambulante de la zona rural, vendía
desde ropa hecha, colorete, polvo facial, telas, prendas, muchas prendas de
oro principalmente, era muy conocedor del oro. Mi padre fiaba por zafra,
los campesinos les compraban sus mercancías y entonces iban pagándole
cuando cobraban, al terminar la zafra’’. (4)
En la
mayoría de los casos, los clientes de estos vendedores ambulantes o al
detalle eran campesinos que se dedicaban a labores agrícolas cañeras, pero
debido lo precario de su situación económica, no siempre podían pagar al
contado o de inmediato, por lo que muchos vendían sus mercancías a plazo o
las cobraban cuando los campesinos recibían el dinero de la zafra. Estas
mercancías procedían de los almacenes y establecimientos comerciales de la
ciudad, donde las adquirían por precios muy baratos que alteraban en la
zona rural.
Tal
afirmación pudo ser demostrada mediante las entrevistas realizadas a los
descendientes de aquellos inmigrantes que se dedicaban a este tipo de
actividad comercial. Eva Zellek, hija de Modesto Zellek, nos decía:
“Mi papá
compraba las mercancías a Jorge A. Mezerene en El Brillante (hoy La Época),
pero las vendía más caras en los montes’’. (5)
En la
mayoría de los casos, esta actividad comercial constituyó una opción de
carácter transitorio para los inmigrantes árabes, como una forma de
subsistencia inicial durante algunos años. Esto les permitiría, a través de
la paulatina acumulación de capital, invertir en otros negocios más
jugosos, que les agenciaran mayores ganancias, como fue la compra de
establecimientos comerciales de ventas al por menor.
Esto se
materializó, durante los primeros años de siglo, en los negocios de Gaspar
Elías, Emilio Camayd y José M. Saad, en un esfuerzo por insertarse en la
vida económica holguinera, a través del trabajo honrado y la actividad
comercial, en la que fueron convirtiéndose en verdaderos protagonistas,
como corroboran testimonios y datos extraídos de los Libros de Comerciantes
y de Sociedades del Registro Mercantil, que revelan la escasez y modestia
de los establecimientos comerciales de propietarios árabes durante el
período.
Tal es el
caso de Marcelino Camayd Chelala, quien en 1915 solicita su inscripción de
comerciante, y había contraído una deuda dos años antes con la Sociedad
Estefan y Pecile, referente a lo cual queda asentado en su hoja de
inscripción de su establecimiento lo siguiente:
“Debo y
pagaré a los señores Estefan y Pecile o a su orden, la cantidad de $ 97.20,
plata española, importe de mercancías que me vendieron (...), y me
comprometo a pagarles a razón de $ 10.00 mensuales, a contar desde esta
fecha, (...). Holguín, 26 de noviembre de 1913. Marcelino Chelala’’.(6)
Estos
comerciantes, como todos en Cuba, se regían por el Código de Comercio
Español del 22 de agosto de 1885, que sufrió cambios a través de la Orden
Militar número 400 del 23 de septiembre de 1900 dictada durante el primer
gobierno interventor. Mediante la misma, se introdujeron importantísimas
reformas en las materias comerciales y mercantiles, válidas para todo el
período. Posteriormente, las disposiciones de esta orden fueron modificadas
por el Decreto número 1056, del 31 de octubre de 1908, insertado como
apéndice al Código de Comercio en la edición de 1917. Además de las
modificaciones al Código, por la Orden 400 de 1900 y el Decreto #1056 de
1908, existieron otras disposiciones que se sucedieron en lo adelante con
este mismo fin. Estas no alteraron el espíritu del Código, y fueron
naciendo en la medida en que iba creciendo y desarrollándose en Cuba la
actividad comercial, todos respaldados por un Reglamento Mercantil, cuyos
artículos ratificaban, en cuestiones semejantes, a los de la orden ya
mencionada.
A partir de
1920 comienza a desarrollarse el proceso de inmigración en cadena, que
constituye la expresión más evidente de este tipo de migración. Impulsados
por las catastróficas consecuencias que para los países del Levante trajo
la Primera Guerra Mundial, y muy a pesar de los efectos del crack bancario
en Cuba y del giro en la política migratoria ya no tan favorable para el
elemento foráneo en general, estos inmigrantes tuvieron el respaldo de sus
familiares, establecidos años atrás en la ciudad de Holguín y quienes les
brindaron apoyo económico, proporcionaron trabajo a los recién llegados y
facilitaron un rápido desenvolvimiento en el comercio minorista, particularmente.
Simón Saad constituye una prueba fidedigna de ello:
“Yo vine a
Cuba en 1926 porque mi tío Jacobo Eljaua me mandó a buscar. Él era dueño de
‘La Moda Americana’ y tenía muy buena posición económica. Al llegar a
Holguín me puso a trabajar con él y unos años más tarde me hice su socio”.(7)
En el caso
específico de la ciudad de Holguín ocurre algo similar: los árabes que
echaron raíces en esta región nororiental venían con pretensiones de
desempeñarse en la actividad comercial, como la mayoría de sus coterráneos
de los que tenían referencias. Por otra parte, el comercio constituía, para
estos años, una actividad tentadora, dada su escasa evolución en Holguín y
las prometedoras posibilidades de desarrollo en las comunicaciones y el
transporte holguineros, a partir de la década del veinte. Fue entonces
cuando comenzaron a emerger, en el entorno citadino, numerosos
establecimientos de propietarios árabes, entre ellos los libaneses de
manera especial.
Los
comerciantes que se destacaron entre 1921 y 1938 abrieron sus
establecimientos en el centro de la ciudad, básicamente, y la mayoría se
dedicaba a la venta de ropa hecha, tejidos y prendas, en tiendas mixtas, baratillos,
bisuterías y quincallas. Aunque otros prefirieron zonas más alejadas, como
Pueblo Nuevo, por constituir entonces un puente con la zona rural, cuya
población por lo general no tenía acceso a la variedad de productos o
mercancías.
Los
capitales para la apertura de su negocio no sólo reflejan el poder
adquisitivo de sus propietarios, que aumenta significativamente durante
este período. Los giros de quincalla, ropa hecha, tejidos, tiendas mixtas, talleres
de zapatería y tiendas de tabaco eran los establecimientos comerciales en
que las inversiones ascendían a un monto mayor, entre 800 y 6000 pesos.
Muchos de ellos hicieron su capital sobre la base de las ventas ambulantes.
Sin
embargo, estos no eran los únicos giros comerciales a los que se dedicaban
los árabes. Algunos inmigrantes se dedicaron a las bodegas, que no
requerían de grandes inversiones, ya que las mismas oscilaban entre 100 y
200 pesos, salvo el caso de Elías Ize Curí, comerciante inscrito en 1934 y
cuyo establecimiento abrió con un capital de 800 pesos, porque incluía una
quincalla. También existieron cantinas como las de Zacarías A. Curí Rafael,
que con capital de mil pesos abrió en 1924 en Pueblo Nuevo.(8)
Con el
incremento en los establecimientos comerciales de propietarios árabes,
aumentaron las posibilidades para los coterráneos, quienes se emplean como
dependientes.
Los escasos
establecimientos inscriptos entre 1930 y 1933 y las entrevistas a
descendientes muestran que la crisis de 1929 a 1933 se hizo sentir en
algunos comercios de propietarios árabes. Al respecto Miguel Besil refería:
“Mi padre,
Elías Besil, tenía una tienda mixta, en la calle Aguilera esquina a
Libertad. Vendía de todo, ropa, medias, zapatos, prendas(...). El
establecimiento se extendía poco más de media cuadra, y era un comercio muy
próspero. Pero cuando sobrevino la crisis en 1933 lo perdió todo y quedó
totalmente arruinado”. (9)
Los
establecimientos comerciales de propietarios árabes tenían nombres que
identificaban la procedencia del dueño como “El Líbano”, “El Nilo”, “El
Libanés” y “La Giralda”, de Miguel Hatim Estéfano.
A pesar de
que casi todos los inmigrantes árabes lograron prosperidad en los negocios,
sólo en muy pocos casos alcanzaron las más altas esferas del comercio
mayorista, como Necuze e hijos, y La Popular, que actualmente es el Café
Cantante, “dotada de grandes almacenes de las variadas mercancías que llegó
a surtir establecimientos comerciales de la zona oriental e incluso de las
provincias centrales, como Las Villas, para la década del cincuenta”.(10)
También se
destacó la tienda “Sportman”, establecimiento de tejidos y sombrerías, ropa
hecha, especializado en artículos masculinos en Frexes # 42, pertenecientes
a la sociedad Camayd y Milá, que abrió con un capital de 4 mil pesos en la
década del ‘30 y estaba considerado como el centro de la elegancia en
Holguín. Esta sociedad también era propietaria del establecimiento de
tienda de sport y quincalla Casa San Román, que comenzó con un capital de 5
mil pesos y estaba ubicada en Libertad # 129. Al disolverse esta sociedad
mercantil, el 20 de octubre de 1953, el señor Ricardo Camayd queda como
único dueño del Sportman, y el otro socio, José A. Milá, pasa a ser
propietario de la Casa San Román. Para este año, el primer establecimiento
estaba valorado en 13 mil 497, 45 pesos, mientras que el segundo en 9 mil
98,98 pesos 11 . Muchos de los comerciantes de esta plaza hacían su propia
publicidad. El “Sportman” tenía la suya:
“Todo lo
que un caballero necesita para su presencia personal lo hay en nuestra casa
y al precio insospechado por usted. En cualquiera de nuestros departamentos
encontrará la reunión del esfuerzo de todas las industrias del mundo”. (12)
Otro de los
establecimientos que se destacó por su prestigio en la ciudad fue el de
Zacarías Chelala Camayd, natural de Monte Líbano, que llegó a ser un
importante establecimiento de víveres y licores ubicado en Avenida Frexes #
120, bajos.
“Zacarías
se estableció por primera vez en Holguín en el giro de ropas; tenía
experiencia en negocio de ganados y lecherías, y era propietario de varias
cabezas de ganado en fincas a piso a partido para la cría de mejoras. Fundó
su actual negocio en el año 1930, con un capital de 2 000 pesos”.(13)
Otro
establecimiento de gran importancia fundado en la década del ‘20 fue “La
Moda Americana”, de Jacobo Eljaua, procedente de Monte Líbano; estaba
ubicada en libertad # 105. Inicialmente lo abrió en sociedad con Pablo E.
Najul y se dedicaba al giro de tienda mixta. Fue valorado en 43 mil 92,45
pesos, en 1929, cuando Jacobo Eljaua queda como único propietario de dicho
establecimiento al disolverse la mencionada sociedad.(14)
A este
período histórico corresponde también la inscripción en 1923 de “El
Arbolito”, en Frexes # 36 y cuyo propietario era Jorge A. Mezerene y abrió
con un capital de 3 mil pesos en el giro de quincalla. Este centro
comercial fue fortaleciéndose progresivamente y en 1930 el señor Mezerene
se asocia con el señor Zacarías A. Curí Rafael (cuñado de su esposa) y
aumenta y diversifica las ofertas. Cambia el nombre del establecimiento por
el de La Época y se dedica a tejidos, sederías y quincallas, con un capital
de 8 mil 105 pesos.
En 1949 se
disuelve esta sociedad y Mezerene queda como único dueño del
establecimiento, que en 1952 estaba valorado ya en 80 mil pesos(15).
Aunque la
mayoría de los árabes radicados en Holguín se dedicaban al comercio,
también existieron otros que alcanzaron solidez económica en otras ramas;
tal es el caso de Ramón Camayd, propietario de los garajes “El Moderno” y
“Los Ángeles”, en “Maceo” # 78. Contaban con talleres de mecánica
carpintería, pintura, plantas de engrase y Storages. Estos garajes
“constituyen los establecimientos de su género más importantes de la
localidad, comúnmente conocidos con el nombre de Camayd”(16).
Ramón
Camayd puede considerarse uno de los iniciadores en nuestro término de esta
nueva industria, con depósitos de gasolina y autocentros, uno de ellos
ubicado en la Carretera Central, y ya para la década del ’50 contaba con
otro en el reparto Santiesteban, que abrió con un capital de 68 mil pesos.
Contaba con un punto de autos, camiones y accesorios, además de un taller de
reparaciones de autos y camiones valorado en 20 mil pesos(17). Camayd
también poseía establecimientos de venta de gasolina en diferentes puntos
de la ciudad.
Todos estos
datos extraídos del Registro Mercantil destacan la evolución económica e
incremento del poder adquisitivo de los inmigrantes libaneses, los que más
se destacan en este período. Pudimos encontrar otros comercios de
propietarios palestinos, pero datan de los años ‘50 y en números muy
reducidos. En cuanto a los sirios, hasta el momento sólo encontramos a
Pedro Magmud como propietario de la tienda mixta “Las Maravillas”, ubicada
también en el centro de la ciudad. Además de los ya mencionados podemos
citar a:
“La Ópera”
y la “Ferretería Fagales”, “La ciudad de París”, de Alfredo Fagés, el Bar “Dos
Corazones”, de Luis Mezerene, La Peletería “Miami”, de Gerardo Necuze; y
Armando Abraham, propietario del Servicentro “Abraham”, destinado a la
venta de gasolina. También se destacan zapateros como Salvador Chelala,
relojeros como Miguel Azze, joyeros como Felipe Nazur y Andrés Estéfano.
Así como Jorge Azze fabricante de las medias Once-Once, que gozaron de gran
prestigio y demanda popular”.(18).
La
inmigración árabe ejerció una influencia muy importante en la vida
comercial de la ciudad de Holguín, fundamentalmente a partir de 1921, y
siguió desarrollándose hasta la década del ‘50.
Desde el
mismo instante de su arribo, el inmigrante levantino comienza a hacerse
partícipe de la vida y la cultura holguineras: rompieron las barreras del
idioma y asimilaron el castellano como instrumento de comunicación,
iniciándose en Holguín un proceso de integración cultural árabe, que más
tarde se enriquecería con la fusión entre familias de ambas etnias,
mediante el matrimonio. Este proceso se hizo más evidente a través de la
vida económica, donde el inmigrante de la Media Luna Fértil esgrimió la
actividad comercial como mejor medio de subsistencia.
Vendedores
ambulantes, viajantes de comercio, dependientes y propietarios de
establecimientos comerciales, gozaron de estabilidad económica, gracias a
la actividad comercial y más tarde ejercieron gran influencia en su
desarrollo, al nutrir lo más céntrico del entorno citadino de numerosos
establecimientos, colmados de las más variadas mercancías, en favor de una
diversificada demanda popular.
Los árabes
formaron una de las más emprendedoras y prósperas colonias de inmigrantes
en la ciudad de Holguín, respaldados por una educación estricta que
transmitían de generación en generación y una disciplina férrea que trajeron
consigo allende el Atlántico.
Notas:
1. Revista
Universidad de La Habana, mayo- agosto 1971. P. 51.
2. Revista
El árabe. Número 40. octubre 1977. P. 10
3. José
García Castañeda. La Municipalidad holguinera. P. 99
4.
Entrevista Elías Azze.
5. Entrevista
Eva Zeller.
6. Archivo
Histórico Provincial de Holguín. Libro de comerciantes. Folio 30. tomo 10.
p. 34
7.
Entrevista Simón Saad.
8. Libro de
comerciantes. Folio 180. T. 130.
9.
Entrevista a Miguel Besil.
10 Libro de
establecimientos. Folio 169. T.20
11 Oriente
contemporáneo.
12. ídem.
13. Libro
de establecimientos. Folio 16. T. 18
14. Libro
de comerciantes. Folio 189. T. 29. P. 192
15. Libro
de establecimientos. Folio 198. T.18. P. 201
16. Oriente
contemporáneo.
17. Libro
de establecimientos. Folio 69. T. 6. P. 70
18. José
García Castañeda. La Municipalidad holguinera. P. 142. T. 2
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