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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

28 de abril de 2011

¿Quién es Emerio Medina?


Por Carlos Amilcar Moreno

“Si no te lees a Salgari a los 12 años, no serás un carajo”, dice Emerio Medina entre un trago de ron y una cachada de Monterrey. Acaba de ganar el Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar 2009, y está ahora sentado en la acera del Centro de Promoción Literaria Pedro Ortiz. Esta noche pernoctará en Holguín y mañana regresará a Mayarí, de donde salió en botella hace cuatro días rumbo a la ceremonia de premiación en Ciudad de la Habana. Hemos concertado esta entrevista de manera inesperada, Emerio ha dicho algo que quizá sea cierto: “no importa, con dos tragos soy más sincero”.
  --¿Cómo te fue el viaje?
  --Entretenido. No tuve paciencia para mosquearme en la terminal. Fui directo a los amarillos, me gusta la acción.
  --¿Y en la carretera...?
  --Agarré siete cosas, de todo, desde un buldózer hasta una concretera. Lo más importante fue estar a tiempo para recibir el premio.

Emerio tiene la piel maltratada por el sol, el cuello de un toro y las manos de un herrero, como si pasase todo el día escribiendo en medio de un desierto de gravilla y polvo.

  --¿Cómo comenzó esto de escribir?
  --Leyendo. De los once a los doce me leí a Salgari, si no te lees a Salgari cuando tienes doce años no serás un carajo, estás jodido. Un niño busca precisamente eso que le da Salgari, sentirse dueño del mundo.
  --¿En qué parte de Mayarí vives?
  --En un poblado que se llama Valle Dos.
  --¿En tu casa se leía?, ¿había una biblioteca?
  --En mi casa se leía normal. Mi padre era obrero y mi madre ama de casa, yo iba a la librería porque la palabra “biblioteca” no existía. Allí compré “El Corsario negro”, es muy importante, lo repito, que un niño se lea a Salgari; ah, y por supuesto, a Verne. Por ahí comencé yo. Tuve una influencia fundamental de Yolanda Delgado, quien me abre los ojos a la fábula, recuerdo aquellos libros que se abrían y de pronto se armaba un castillo y los personajes se ponían de pie. Era una semilla que se sembraba en la tierra. Luego viene Pilar Chacón, mi maestra de primaria. Ella me enseñó el mundo antiguo, los griegos, me mostró la historia.
Es como una medicina, cuando uno es niño se toman dosis de una medicina que te curará algún día, y esas dos mujeres me la proporcionaron a tiempo. Creo que si hubiese vivido en el Vedado en Ciudad de la Habana, no las hubiese tenido. En los años setenta los maestros eran inmensos, creo que estaremos salvados si nuestra educación vuelve a lo que fue en aquella época.
  --¿Luego a quién te lees?
  --En la secundaria me leo a Dumas, a “Los tres mosqueteros”. Entonces es lo que te digo. La pastilla a tiempo. Dumas se disfruta a los trece, no antes ni después, el honor, la gloria, el compromiso, eso lo aprendí ahí, después deja de tener valor. Hay un libro esencial en la adolescencia temprana, la “Iliada”, que es un libro angular, luego viene la versión martiana, muy limpia, de esta obra, hay que leérselas, me parece que sería sano para un escritor. Yo la tenía de cabecera. Pero también hay que leer a H. G. Wells; es un tipo fundamental.
  --¿Y en Rusia qué leíste?
  --A los clásicos.
  --¿En español?
  --No. Leí muy pocas cosas en español. Dominaba el ruso a la perfección, porque además me encanta el ruso, y el pueblo ruso. El pueblo ruso es como el nuestro, en el cuento que ganó el Cortázar, Los días del juego, lo pongo: admiro al ruso de a pie, a ese ruso comunista de los ochenta, del pueblo, de la esquina, el cigarro, el trago, ese es mi hombre ruso. En el cuento intenté establecer un paralelo entre ellos y el cubano, eso está ahí, y bueno, de hecho me casé con una rusa y la traje a vivir para Cuba.
  --¿Todavía vives con ella?
  --No, mi mujer es del mismo Mayarí.
  --¿Y la rusa?
  --Se fue en el noventa y tres, no aguantó la crisis y se fue.
  --En tu cuento hablas de Uzbequistán como un sitio multicultural. ¿Cómo era tu relación con los uzbecos?
  --Los uzbecos, por lo general, eran recelosos, musulmanes, ya sabes. Las uzbecas, por ejemplo, eran inaccesibles, estaban todas cubiertas y era imposible verles las piernas. Pero sí te puedo hablar de las tártaras, que eran mujeres monumentales, una mezcla entre asiática y rusa… hay que tener a una tártara desnuda frente a ti para saber de qué hablo. Había coreanos, afganos, rusos, mucha mezcla, una mezcla incluso peligrosa.
  --¿Había violencia?
  --Mucha, en el cuento está. Había mucha violencia en la calle, sectarismos.
  --¿Qué estudiabas tú?
  --Ingeniería mecánica.
  --Y tu mujer también estudiaba.
  --No, ella era peluquera, pero tenía en su casa una biblioteca enorme, ahí leí cosas muy buenas, “El hombre invisible”, “Espartaco”, “Gengis Khan” y otras que no recuerdo. Guardo recuerdos de esa época en que caminaba bajo los cipreses acompañado de gente natural como yo, gente simple. Coño, por eso siempre digo que me hubiese gustado escribir “Los de abajo”, una novela de Mariano Azuela, me atrae la gente sencilla.

Escuche la entrevista que Emerio Medina concedió a la Radio de la Aldea

   
La noticia de que a Emerio le han dado el Julio Cortázar ha corrido por la ciudad. Un setenta por ciento de sus habitantes seguro se morirá sin saberlo, por supuesto, pero los del mundillo intelectual y algunos trabajadores de cultura, lo saben. De pronto pasa una cuarentona cuyos ojos azules y nariz fina hacen recordar a una Liz Taylor.
Fidel Fidalgo, su editor, le presenta a la recién llegada.
  --¿Ustedes se conocen?
  --No tengo el gusto --dice Emerio de pie y sacudiéndose el pantalón.
  --Él acaba de ganar el Premio Julio Cortázar y lo estamos festejando…
  --Ah, felicidades --dice Liz Taylor-- yo estoy a fin de mes. ¿Saliste en el periódico?
  --Sí, salí en el Granma.
  --Felicidades entonces.
  --¿Un trago?
Liz Taylor toma un trago e intercambia un par de palabras amables con el escritor.


--¿Dónde nos quedamos?
--Me decías que leíste a los clásicos en ruso.
--Sí, allí hice una parte importante de mis lecturas. Y fueron en ruso. Domino muy bien el ruso, no tengo una falta de ortografía en ninguna de las tres lenguas que conozco, inglés, ruso y español. Recuerdo a Pushkin, el poeta del mundo; sí, digamos, con él tuve el acierto de descubrir la poesía. Él es mi ideal de la palabra poética. El alma. Pero también está León Tolstói, Chejov, Blok, Turgueniev, y fundamentalmente Alexéi Tolstói, respeto mucho su trilogía sobre la guerra civil, estos fueron mis libros de cabecera por mucho tiempo.
--¿Haz escrito algo en ruso?
--No, pero hace algún tiempo hice un experimento, escribí un cuento como si fuera una traducción del ruso… cosas mías.
--¿Cómo se llama ese cuento?
--Búscalo, se llama Los Tikrits, se trata de unos tipos que salen a matar tikrits, una criatura que inventé. La sangre del tikrit se cotiza muy cara y el tipo con ese dinero quiere comprarse un Mercedes Benz, pero el tikrit vive enterrado en la nieve y para encontrarlo hay que meterle dinamita.
--Ponme un ejemplo de frase traída del ruso.
--Sídorov, skatina, ruki boliát (Sídorov, bestia, las manos me duelen).


El poeta Delfín Prats pasa frente a nuestras narices distraído como siempre. Emerio, levanta un vasito con ron y exclama:
    --¡Maestro!, venga acá, un trago.
    --Felicidades, muchacho --dice el poeta, un poco fuera de ambiente.
Desentonar es algo natural en Delfín, su mirada es la de una criatura que mira desde fondo de un refugio de silencio y contemplación budista, disciplina que practica y explora desde hace algunos años. Tanto Emerio como él estudiaron algunos años en la desaparecida URSS.
    --Delfín Prats, te puse en una novela que estoy escribiendo. En un pasaje aparecen unos tipos que gritan en medio de la calle ¡Delfín Prats! ¡Delfín Prats! Quería pedirte permiso para eso. Tú eres dueño de una vida para contar, deberías escribirla.
    --Yo te la cuento y tú la escribes, muchacho. Todavía no es el momento.
Delfín Prats hizo una estancia breve. En la primera oportunidad se levantó y se fue quién sabe a dónde.

   --¿No leías en español?
  --Muy poco. Por ejemplo, leí Cien años de soledad, pero por una editorial que no era cubana. Luego llego a Cuba y me desconecto por completo de la literatura. Creo que no leí con la misma sistematicidad hasta el año 2000 cuando descubro a Cortázar, Borges, Carpentier, Maupassant, y O´Henry. Fue un año importante para mí. También recuerdo que leí a Poe y a Mark Twain, aunque tardíamente, ya yo era lo que se dice “un puro”.
  --¿Qué leíste de Cortázar?
  --Primero, lecturas de libros de texto: La puerta condenada, Casa tomada, La noche boca arriba, esas cosas que se estudian en la secundaria y el preuniversitario. Recuerdo que todavía yo ni pensaba que iba a escribir. Luego me leí todo lo que de él han publicado en Cuba.
--¿Cuándo comienzas a escribir?
--Cuando trabajaba en las minas de Pinares de Mayarí, tenía 35 años. Estuve también en un contingente de la construcción en Ciudad Habana, cemento, camiones, polvo, mierda. Primero escribí poesía pero no me funcionaba, no era bueno.
--¿Cómo supiste que no eras bueno?
--No era bueno. Uno sabe cuando no es bueno en algo. Luego paso al cuento y es ahí donde me hallo. Comencé a escribir sobre cualquier tema aunque siempre sentí inclinación hacia la forma del realismo mágico, lo encuentro muy americano. Me siento muy identificado con la realidad americana, puedo sentirla. Incluso, cuando en el 2007 gané el Premio de la Ciudad de Literatura Infantil, lo hice con una novela muy ambiciosa, una fantasía épica, que por demás transcurre en un paisaje americano muy parecido al cubano. Es decir, los árboles son cubanos, las criaturas que inventé, los rafos, los guáramos, son cubanos.
  --¿De qué hablas cuando dices fantasía épica?
  --El tiempo se dilata, tomo muchos elementos que desarrolló la literatura inglesa, criaturas ficticias, varias generaciones, y los traslado a un ambiente mesoamericano. Es una fantasía heroica, pero los héroes son animales y seres cubanos, de aquí, de la isla. Me invento un mundo paralelo, le doy vida a los personajes en un ambiente bucólico que sólo puede ser Cuba, o algo que se parece a Cuba, qué sé yo.
  --¿Parecido a Tolkien?
  --No sólo está la sombra de Tolkien, hay algo de la picaresca, Tristán e Isolda, Los Nibelungos, El Mío Cid, Don Quijote, toda la fantasía heroica inglesa, por supuesto, todo ese mundo fascinante. ¡Qué sé yo! No soy literato, soy ingeniero. En esa novela, que es una primera de cinco, quise hacer un homenaje a esas lecturas verdaderamente descojonantes. Y creo que son poco frecuentes las fantasías épicas en la literatura cubana.
  --¿Sigues trabajando como ingeniero?
  --No, dejé las minas en el 2006.
  --Me parece que has vivido mucho.
  --Sí, he andado, he andado.
  --Tienes materia para escribir.
  --Sírvete --dice Emerio.
  --Era un buen trabajo, pagaban bien, ¿por qué lo hiciste, qué te dio coraje?
  --Ese mismo año gané dos premios importantes, el Regino Boti por “Las formas de la sangre” y el Premio de la Ciudad de Holguín, por “Rendez-vous nocturno para espacios abiertos” y me dije: hasta aquí, al carajo la ingeniería. Lo dejé porque quería escribir, caminar, fumar, escribir; escribía a mano, lápiz, cuchilla, hoja, goma, cigarros y si es posible un vaso de ron. Me pasaba cinco, siete horas. Comenzaba por la tarde y terminaba a las tres de la mañana. De mañana dormía y al otro día, lo mismo. Después gané una mención en el Premio Oriente. Escribí veinte libros en cinco años. ¡Veinte libros en cinco años!, se dice fácil. Algunas novelas para adultos y algo también para niños y jóvenes. Lo que más escribí fueron cuentos. Unos cien para adultos y otros veinte para niños y jóvenes. El cuento es mi género.
  --¿Cómo llegas a un cuento?
  --Bueno, el cuento no se me ocurre, no invento. Escribo el cuento que veo, que huelo, que oigo. Miro a una persona y sé qué come, qué le gusta, qué espera de la vida, la medí, la olí. Las historias llegan de esa forma, un olor es un cuento. Está ahí, y puedo estar una hora, un día, un mes, un año con el cuento en la cabeza hasta que un buen día lo escribo. Uno que escribí, Las luces, por ejemplo, que va a salir pronto por la Editorial Oriente, fue un relato instantáneo. Estaba en la calle, no había corriente en Mayarí y un carro alumbró desde lejos. Ahí mismo estaba el cuento. Lo vi, me senté y lo escribí. Oye, creo que ya hemos hablado suficiente. Por qué no me preguntas qué me parece el Julio Cortázar.
  --¿Qué te parece el Julio Cortázar?
  --El nombre es abrumador. Para cualquier escritor, de China, Ecuador, Pakistán, Nueva York, es abrumador lo que Cortázar aportó para el cuento. Abrió puertas. Para mí el cuento es el género literario por excelencia. Es un reto. El cuento es un reto. Y yo me digo, mira, nosotros los latinoamericanos tenemos a Cortázar ¿no? Claro, está Chéjov, Hemingway, Rulfo; son las clases que uno debe tomar. Pero Cortázar a mí me dio la enseñaza del absurdo, su lugar en la literatura, y Rulfo la estirpe popular, siento que con él habla el pueblo. Son dos latinoamericanos de los que he aprendido mucho. No ha sido fácil, uno no aprende en la primera lección. No entiendes ahora, está bien, vuelve de nuevo. Uno debe perseverar.
  --¿Sientes lo mismo por algún cubano?
  --Ángel Santiesteban. Él es el gran cuentista cubano. Escribe muy sencillo. También me interesa Ernesto Pérez Chang, que tiene una forma de escribir diferente, pero igualmente efectiva. Y en Holguín está Mariela Varona, ella fue la que me puso el apodo del “mulo”, porque dice que trabajo mucho; me gustan sus cuentos. Y el otro es Rubén Rodríguez, creo que su relato El Polaco, que ganó el Premio César Galeano, está entre los mejores que he leído dentro de la actual literatura cubana.
  --¿Crees que vivir en el interior del país te ha jodido en algo?
  --Creo que eso es falso. El escritor escribe donde se le da. A mí se me da en mi barrio oscuro pasando por las cosas que se dan todos los días, ponlo en inglés que tiene más fuerza: every fucking day, así son las palabras. Mira, debo ir a almorzar, ¿algo más…? ¿Planes futuros?
  --¿Qué planes futuros tienes?
  --Seguir escribiendo.

Fantasma - Emerio Medina

I

La fiesta en la Facultad, el título nuevecito con mi nombre en letras doradas, José Ignacio Villafruela Villavicencio, licenciado en Derecho, todo el mundo sonriente, música, bailes, algo de alcohol, el mejor amigo del hombre en cualquiera de sus formas, aunque hay quién dice que es el perro, Eso es porque nunca se han emborrachado bien, doscientos pesos reunidos, las mujeres contentas, se aprietan sin prejuicios, se dejan manosear, las tetas moviéndose, nosotros sin pena ninguna, Que agarro aquí, aprieto allá, todos somos licenciados, abogados entiéndase, doctores en Leyes, las nalgas se mueven delante, los cuerpos sudados, sin ajustadores, el decano también se ha puesto a bailar, alguien pide rumba y le dan rumba, dicen hasta abajo, y hasta abajo todo el mundo, todos abogados, último día del curso, Último día, una rubia se me pega, yo borracho, es Ninette, la del Vedado, la verdadera rubia, toda sudada, Arnoldo la está halando y ella que no, se despega y viene hacia mí, Hasta abajo, dice, y yo hasta abajo, después no puedo subir, ella me hala, sin ajustadores, estamos en verano, pulóveres blancos, me besa en la boca, empiezo a ver claro, Mañana hay una fiesta en mi casa, Mañana entonces, Mañana, están llamando a los graduados, El decano va a decir unas palabras, todo el mundo borracho, Ninette borracha en el descansillo de la escalera, pero no tanto, No tanto. El decano terminó de hablar, llaman para la guagua, Los albergados tienen que irse ya, se va la guagua, Ninette me da un beso, Mañana, me dice. La guagua coge por Línea, el albergue, mi cama está ahí mismo, el título lo pongo en cualquier parte, dormir, dormir, dormir.       

Hubiera dormido toda la noche, toda la noche y el día siguiente, pero no puede ser, algo me despierta, una claridad al lado de la cama, los contornos del cubículo delineándose, los ronquidos de los orientales suenan lejos, y esa luz en el cuarto, miro al piso. No lo puedo creer, me pellizco tres veces, cierro los ojos y los abro despacio, está allí, un hombre, un muerto, porque se ve que está muerto, tirado en un charco de sangre, en esa claridad que deja ver cada detalle, las botas con hebillas brillantes, Nunca las he visto así, los pantalones con tirantes, la camisa blanca manchada de sangre, mangas largas con ribetes de encaje en los puños, un hombre joven, el pelo negro y lacio, el rostro vuelto hacia mí, los ojos cerrados. Tengo que asustarme, y me asusto, pero no tanto como yo mismo quisiera, me levanto de la cama, despacio, hacia el interruptor, el muerto está ahí, el clic tan fuerte, como un chasquido de carne abriéndose, de sangre brotando a chorros, las lámparas tardan en encenderse, parpadean y se hace la luz. El muerto ha desaparecido, ni gota de sangre en el piso, pero hay algo, un pergamino, letras doradas, algo conocido, Qué hace mi título aquí, qué broma es esta, mi título en el lugar del muerto, no recuerdo bien dónde lo puse, se me cayó tal vez cuando entré. El muerto era otra cosa, un fantasma, el alcohol se sube a la cabeza, Juro no tomar más.

Alguien despierta, Qué haces, Ignacio. Qué le voy a decir, vi un fantasma, Estás borracho, acuéstate, Lo vi de verdad, estaba aquí, Un muerto dices, Bien muerto, Por dónde se fue, No lo sé, encendí la luz y desapareció, Tenías que haber visto por dónde, Qué tiene que ver, Ya es tarde, las cuatro, acuéstate que mañana vemos lo del muerto, tienes que recordar por dónde se fue, Te digo que lo vi, estaba aquí mismo, Apaga la luz y no jodas más, para eso tomas. Qué puedo hacer, apago la luz y me siento en la cama con el título apretado sobre el pecho, Un fantasma, quién lo hubiera creído, el primer fantasma de mi vida, dicen que el primero nunca es malo, quién sabe si este se traía algo entre manos.

Todo el mundo sabe del fantasma. Viene mucha gente a ver el cuarto, Un fantasma en el albergue cinco, empiezan a hacer cuentos de cuando la escuela al campo, Vieron un ahorcado en una mata de jobo, una vieja que salía vestida de blanco, una mujer con un gato negro, tantas cosas, toda la mañana en eso, Se ve que son de Holguín, aquí en La Habana no se ven esas cosas. Cómo explicar todo, Yo lo vi, estoy seguro, Estabas borracho, la resaca da eso, Por dónde se fue, Otra vez con lo mismo, qué sé yo por dónde, se fue y ya, me voy a almorzar.

El arroz está duro, y yo pensando en el fantasma, Mucha sal el picadillo, por dónde se iría, Ninette me dijo que la fiesta iba a ser por la tarde, Ir o no ir, si se entera de lo del muerto, Vamos, Ignacio, hay una fiesta en la casa de la rubia, para orientales también, ella no está en eso, Entonces invitó a más gente, no voy a quedarme solo en el cuarto, espérenme que me voy.

Una fiesta es una fiesta. Los padres de Ninette hicieron bien las cosas, comida abundante, gente sencilla, Este es Ignacio, el marqués de Aguas Claras, Por qué marqués, No ven que tiene un nombre de esos, don José Ignacio Villafruela y Villavicencio, Grande de Holguín, sangre directa de los reyes de España, Este muchacho va a ser alguien en Oriente, ya lo verán en los periódicos. Los padres de Ninette son de Santiago, empiezan a preguntar, hace tiempo que no van a Oriente, gente buena de la tierra, han tenido suerte, Ninette nunca lo había dicho, Te lo tenías callado, Mejor dime tú cómo fue eso del fantasma, Qué fantasma, ya alguien te vino con el cuento, Anda chico, dime, No fue nada, estaba tirado allí, desapareció cuando encendí la luz, Por dónde se fue, No sé, todo el mundo pregunta lo mismo, Ay chico, olvídate de eso, vamos para el balcón. Ella me besó en la boca, dijo que era muestra de afecto, Tú siempre me has gustado, Ignacio, Lo dices ahora, ya mañana me voy, No importa, bésame.

En casos así la vida puede cambiar de pronto. No es que no quiera volver a Holguín, pero con una muestra de afecto como esa cualquiera puede tambalearse, Si quieres me quedo, Qué vas a hacer aquí, ni siquiera tienes casa. Ah, claro, la casa, las veinte razones del alquiler, los cuartos estrechísimos, Yo pudiera vivir en un solar de esos, hay unos cuarticos baratos, yo pudiera vivir ahí, Pero yo no, dice Ninette, y con eso queda todo claro.

Hay otras muestras de afecto esta noche, gente llorando y cosas así, Se nos van los orientales, cinco años juntos, regresan a la tierra, todos graduados, Perdóname por decirte guajiro, No importa, eso es lo mejor que tengo, Vuelvan un día por acá, Se van en tren o en avión, Holguín está tan lejos, Vuelvan por acá un día. Ninette está llorando, Te vas mañana, Ignacio, Me voy. Los padres nos despiden en la calle, Ninette triste, yo triste, Adiós, Ignacio, Adiós, Ninette, quién sabe, a lo mejor un día nos vemos.



II

El primer día de trabajo nunca se olvida. Es septiembre y llovizna, el director del bufete dice unas palabras de bienvenida, Un nuevo profesional asume su responsabilidad ante la sociedad y se incorpora a trabajar con nosotros le deseamos éxitos en el trabajo futuro le garantizamos todo el apoyo necesario aquí se va a sentir como en su casa. Por primera vez me dicen Licenciado, me tratan bien, Esta va a ser tu mesa. La oficina no está mal, una ventana con vista al patio, Te gustó La Habana, Me gustó, pero Holguín es mejor, es más limpio, Más limpio, sí, y menos bulla, Más limpio, la bulla es la misma, Vamos a almorzar, Vamos. Dulce felicidad la del que empieza, suerte de principiante dicen cuando Mayelín me sonríe en el comedor, Ella que no se ríe con nadie, le has caído bien, Ignacio.

Mayelín se pasa todo el almuerzo mirándome, habla con alguien y me mira, Eso es tuyo, Ignacio, te lo digo yo, suerte que tienes, muchacho. Hay que ver cómo la gente se preocupa, todo el mundo sabe lo de Mayelín, Viste cómo miraba al nuevo. Ella no está nada mal, mulatica clara de Mayarí, yo con acento habanero, Ignacio, verdad, Ignacio, Te gusta esto, Me gusta, me gusta, me gustas tú. Mayelín sonríe, Todos los hombres son iguales, no pierden el tiempo, Todos los hombres sí, de Mayarí dijiste, De Mayarí, Todas las mujeres son lindas allá, Todas no.

Duermo temprano, demasiadas cosas para un solo día. Una claridad conocida me despierta como a las doce, Será posible, miro al piso y lo veo, mi fantasma conocido, la misma pose, la misma sangre, tan muerto como la primera vez, primero el susto, el corazón latiendo, No te vas a escapar. Valiente Ignacio, nombre de marqués, sangre directa de los reyes, no han visto a un hombre abalanzarse sobre algo, Te tengo, pero nada, el esfuerzo ha sido en vano, se esfumó en el aire. Me pregunto por dónde se fue, debe tener un plan B, eso no falla. Mi madre se asoma, Qué pasa, Ignacio, Nada, vieja, Qué haces en el piso, si está oscuro, muchacho, Nada, vieja, un baile nuevo, Acuéstate, Sí, vieja, hasta mañana.

No se ve dos veces el mismo fantasma, este quiere algo. Mayelín también quiere algo, está esperándome en la entrada del bufete, Hola, Ignacio, Hola. Me besa en la boca y yo como un poste, así de fácil, En Mayarí todas las mujeres son así, Todas no.

No le digo nada del fantasma, va y se asusta y se echa todo a perder, no todas las mujeres te aguantan eso. Un mes saliendo, Esta es mi mamá, Hola cómo está, Esta es Mayelín, De dónde, De Mayarí, va a vivir aquí conmigo, Pero Ignacio, mijo, Ya lo decidí. Qué puede hacer una madre, qué puede hacer.

Un año exacto viviendo juntos, el amor es una bendición, Estoy embarazada, dice Mayelín cuando estamos sentados a la mesa. Yo contento, mi madre también contenta, Bien, niño o niña, Vamos a ver mañana, vamos a ver.

Esta noche ha vuelto el fantasma, Despierta, Mayelín, Déjame dormir, Que hay un muerto aquí, Déjame dormir que tengo turno en el policlínico, Un muerto te digo, No me fastidies. Tengo que enfrentar el problema solo, qué se hace en estos casos, sólo puedo mirar, Qué quieres, como si los muertos hablaran, una hora mirándolo, él allí, bien muerto, Debo hacer algo, enciendo la luz y desaparece.

Vienen noches iguales, Como si no tuviera nada que hacer, se ve que allá el tiempo sobra, las cosas con Mayelín se han puesto agrias, Te pasas la noche dando vueltas por el cuarto, en qué estás tú, yo sin poder explicar, Un fantasma, digo, El único fantasma eres tú, me voy. Mayelín se va de la casa y del bufete, A Mayarí, le dice a la gente, empiezan a mirarme raro, yo sin poder defenderme, a quién le importa mi fantasma, Ella no es para ti, Ignacio, olvídala, Lleva un hijo mío adentro, coño.

Qué te pasa, te veo mal, me dice Jorge en El Níkel, Mi buen amigo Jorge, así que dejaste la universidad, Sí, chico, eso no da nada, En qué estás, Hago lo que puedo, qué tienes, te veo nervioso. Tengo que decirle todo a Jorge. No me jodas chico, así que te inventaste un fantasma para mortificar a tu mujer, Lo mismo dice mi mamá, pero te juro que es verdad. Conozco a una gente, dice Jorge, aquí mismo en Frexes, número tal, dile que vas de parte mía, Yo soy un abogado, coño, yo no puedo, Claro que puedes, o vé a la policía.

Jorge tiene razón, no pierdo nada, cinco pesos, un tabaco y una vela. De parte de quién, dice el hombre, De Jorge, Qué Jorge, El de Nuevo Llano, Ah, Jorge, sí, claro, pasa. Sobre la mesita gira un ventilador, una silla frente a la otra, la vela arde a cubierto del aire pesado y caliente, no es septiembre por gusto, Tú vienes por lo del muerto, Cómo lo supo, Yo lo sé todo, no debes tener miedo, no es un muerto malo, Ah, los hay malos y buenos, qué importa eso si están muertos, qué pueden hacer, Qué es lo que quiere de mí, Tu mujer se fue, Eso quería él, Eso, te necesita a ti solo, no a tu mujer, A mí entonces, para qué, Quiere que lo ayudes, Por qué no me lo dijo, Ellos no hablan mucho, no hablan nunca, Hubiera escrito en la pared, No seas bobo, eso sólo pasa en los cuentos, ellos sólo pueden aparecerse, el resto depende de ti, Qué debo hacer, Eso yo no lo sé, Dijiste que lo sabes todo, Eso no, hay cosas que nadie las sabe, ni siquiera alguien como yo, Estamos en las mismas, No digas eso, tienes que dejarte llevar, Eso qué quiere decir, Los muertos trabajan así, te ponen cosas delante, te ayudan a decidir, deciden por ti a veces, sólo debes hacer lo que él te diga, Cómo me lo va a decir, Ya te lo dije, déjate llevar, las cosas van a ir pasando solas, como accidentes, o como casualidades más bien, tienes que seguir el ritmo, como en un baile, más o menos un baile con un muerto, observa bien los lugares, los escenarios que aparezcan, habrá siempre algún mensaje para ti, Dices que no es malo, No lo es, te lo aseguro, Por qué me escogió a mí, Eso yo no lo sé, lo descubrirás tú mismo.

La conversación me ha abierto la curiosidad. Si es cierto lo que el hombre dice, el fantasma no me dejará tranquilo. Estoy obligado a ayudar, cualquier cosa que sea lo que el muerto quiere de mí.

Hay que ver la forma que tienen los muertos de hacer las cosas, para algo están muertos, y eso de trabajar con las mentes de la gente es algo que merece estudiarse, Cualquier día abren un curso de muertología, cinco años en la universidad, diplomas diferenciados, Muertólogo brillante, pero yo aprendí mi lección en cinco minutos, no sé cómo he venido a dar a la estación de ferrocarriles, El último para La Habana, la lista de espera es de eso, de espera, un hombre me sacude por el brazo, dice que es el administrador, Usted es el pasajero número tal ha ganado un pasaje gratis cortesía de la empresa promociones que se hacen un nuevo estilo de trabajo interesar al público brindar un mejor servicio hacer más con menos todo por el cliente autoplanificación económica dirección por objetivos normas isonuevemil aplicadas al transporte ferroviario no hay que ir al extranjero para aprender aquí lo tiene destino Habana salida a las ocho pe eme totalmente gratis. La gente aplaude, Los cubanos aplauden por cualquier cosa, me pongo colorado, voy colorado por Aricochea, son las diez, no puedo irme para La Habana así como así, Yo tengo un trabajo, eso significa responsabilidad, hay un jefe por el medio, El director al teléfono, Soy yo, Ignacio, Sí, dime, Ignacito, te oigo, Es que tengo que ir a La Habana, es urgente, No te preocupes, si te hace falta dinero, No, dinero no hace falta. Debe haber otro mundo bajo el nuestro, o al lado, Un submundo, diría alguien, líneas paralelas, un espejo invisible donde nuestras acciones encuentran otras acciones en respuesta, leyes metafísicas inimaginables, casas y tiendas iguales a las nuestras, Falta saber si los precios son los mismos, el amor, el dolor, la esperanza, todo tiene allí su lugar adecuado, basta pegar el rostro a los cristales y cerrar los ojos, no es el cristal lo que importa, sino ese cuerpo gaseiforme de que hablan los poetas, los locos y los curanderos, el resplandor y la llovizna puestos a prueba dentro del maletín que ha comprado mi madre, Para qué, vieja, Por si te hace falta viajar de pronto, tú eres un profesional, no vas a ir por ahí hecho un desastre. Entiendo, demasiadas coincidencias, el pasaje gratis, el director tan atento, el maletín, podría escribir un cuento sobre eso, Permiso, al hombre le toca el asiento de la ventanilla, media hora sin hablar, después se presenta, o me presento yo, hablamos, el sueño me vence, aquí cada uno encuentra su propio ritmo, su rostro y su cristal, a mí lo mío, mi fantasma vuelve, Hasta en el tren se me aparece, pero no viene solo, hay otra imagen, o la misma imagen en un close up abierto, el cuerpo es el mismo, y la sangre, pero al lado hay algo nuevo, un gran cuadro de dos por uno, un hombre viejo vestido a la moda de la colonia, un caballero español, barbilla prominente, bigote de Cervantes, peluca de Fernando de Aragón, todo en joyas, la espada guarnecida con diamantes, los ojos azules, la mirada terrible, asusta, despierto.



III

Ninette está en la estación, Cómo supiste que venía, Lo supe, no estás contento, Estoy, y este carro de quién es. El marido de Ninette es alguien, una firma extranjera, buen carro, apartamento en Miramar, Dónde está, Salió urgente para Shanghai, estaremos solos, tienes miedo, Qué te pasa, si llega de pronto, No te preocupes, Los vecinos..., Esto no es Holguín, aquí se conoce más fácil a los amantes que a los maridos. Primera noche juntos, A qué has venido, Ignacio, qué le puedo decir, Vine por un fantasma, Qué fantasma, El mismo de siempre, Tú y tus fantasmas, Vine a trabajar, No hay trabajo en Holguín, Claro que hay, pero necesitaba cambiar de ambiente, Te puedo conseguir algo en una firma, No quiero firmas, quiero trabajar en la construcción. Hasta para mí suena extraño, pero tengo que dejarme llevar, eso fue lo que dijo el hombre de Frexes, eso es lo que hago yo. No eres tan bobo, dice Ninette, Un abogado consigue casa rápido en la construcción, No quiero ir de abogado, Entonces de qué, De albañil, o de ayudante, Estás loco, pero qué les hacen a todos ustedes allá en Oriente. No voy a discutir eso. No hay por qué.

El jefe del contingente me trata bien, habla de la fuerza de trabajo fluctuante y de la necesidad de personal, de la rapidez en las contrataciones y la calidad de los trabajos. Demasiadas molestias por un ayudante de albañil, Esta es tu cuadrilla, todos gente muy seria, estás en buenas manos, muchacho. El jefe de la cuadrilla me pone con la gente de demoliciones, no será por mi físico, Por algo será. Me veo dando mandarriazos en las paredes de una iglesia vieja, No naciste para eso, dice un mulato grande, Te enseñaré cómo es. Los demás miran, toda una semana en eso.

Nos hemos quedado solos el mulato y yo, Vamos a terminar temprano hoy, esta pared se va fácil, ya sabes cómo es. Unos cuantos golpes y..., Oh, milagro, una habitación oculta, Eso no está en el plano, aquí hay gato encerrado, Fantasma encerrado diría yo, Qué quieres decir, Nada, mejor vamos a buscar a los jefes, De jefes nada, esto es entre tú y yo. Lo dice con tanta fuerza que no se puede protestar, además del sólido argumento de la mandarria, Vamos a ver lo que hay aquí. No es gran cosa, sólo unos huesos organizados en forma de esqueleto, Este debe tener como doscientos años, Tú cómo lo sabes, Lo sé, dice el mulato, Quieres el anillo o el crucifijo, No quiero nada, Espera, aquí hay un paquetico. Son papeles envueltos en cuero, el mulato me pone el paquete en el bolsillo, Llévate eso, aunque sea de recuerdo, ahora vamos a buscar  a los jefes.

Otro muerto, dice Ninette, A ti te persiguen los fantasmas, Este es de verdad, Dices que estaba en la iglesia, Sí, un cuarto secreto, Interesante eso. Ninette se mete en el asunto, tiene amistades entre los historiadores, El tipo que hallaste se llama Don Alejandro de Alvarado, se desconocía su paradero, murió en milochocientos veinte, pero no es el que se te aparece dondequiera, Ah, no, cómo lo sabes, Porque el muerto tuyo es joven, y este murió de setenta años, No veo que tengan relación, Ni yo, vamos a comer que ya es tarde.

En La Habana Vieja a Ninette se le ocurre entrar a un museo, Anda, chico, vamos, No estoy para museos hoy. Ella puede ser muy convincente cuando quiere algo, me arrastra hacia el edificio colonial, Ves cuántas cosas, A este yo lo conozco. Ninette se acerca al cuadro, Seguro es algún vecino tuyo, No, en serio, yo he visto antes esos ojos, Si es un cuadro desconocido, dónde puedes haber visto a este hombre, Lo vi en el tren, Dices que este caballero español venía contigo en el tren, no fastidies, Ignacio, Te digo que lo vi en el tren, cuando venía me quedé dormido, vi al fantasma y vi este mismo cuadro. Ninette está perdiendo la paciencia, Voy a buscar ayuda. Al rato vuelve, Vaya, Ignacio, algo aquí está muy raro, Qué pasó, Este hombre del cuadro es don Alejandro de Alvarado, el mismo que encontraste en la iglesia, y otra cosa, Qué cosa, El cuadro lo hizo un primo tuyo, Rubén Villafruela Reyes, Qué dices, yo no tengo ningún primo pintor, ningún primo Rubén, No lo tienes, pero lo tuviste, Cómo es eso, El cuadro fue hecho hace doscientos años, pero no entiendo por qué lo viste en el tren, Yo sí, digo para mí mismo, y saco a Ninette del museo.

Ahora está clara la intención del fantasma, todo se relaciona. No es tan casual el hallazgo de los huesos de don Alejandro, hay algo en el pasado de ese hombre que lo vincula con la muerte del fantasma, Es el fantasma del pintor, y por tanto, de mi primo. Tengo que hallar la relación entre ellos, así sabré lo que se espera de mí, doy vueltas a las ideas en la cabeza, pero es Ninette la que da con la clave. Qué es esto, Ignacio. Me muestra el paquetico de cuero con los papeles, yo lo había puesto en la gaveta, Caramba, se me había olvidado eso, lo encontré en la tumba de don Alejandro, son papeles, No son papeles, Ignacio, son cartas, Cartas, Sí, cartas fechadas en Madrid y en La Habana, en milochocientos catorce, enero, abril, mayo, lo ves, toda una historia policial.

Todo bien sencillo, desde Madrid alguien avisaba a don Alejandro, ...se sospecha de usted por el robo de las joyas, ...cuidado con la policía en La Habana, y cosas así, el ilustre señor era un vulgar ladrón. Seguían las cartas del pintor, ...Atentamente Rubén Villafruela, sobre las pinturas encargadas, acuerdos sobre el precio y plazo de los trabajos, ...absoluta discreción garantizada, el pobre Rubén, sólo estaba haciendo su trabajo, los pintores viven de lo que pintan. Por último, un personaje macabro, Vicente Sartorio, asesino a sueldo, cartas en relación con la eliminación del pintor, ...Proceder o no proceder, espero confirmación, el precio acordado, todo está claro, Alejandro encargó las pinturas de las joyas que él mismo había robado, se supo descubierto, o bajo sospecha, y decidió eliminar al pintor, un posible testigo. Tienes una buena historia ahí, Ignacio, Qué voy a hacer yo con todo esto, Qué vas a hacer, pues proceder, claro, Estás loca, eso pasó hace doscientos años, no voy a revolver ninguna investigación, Tienes que hacerlo, Ignacio, era tu primo, y lo mataron, Lo mataron, sí, qué puedo hacer yo, No lo entiendes, Ignacio, tu pobre primo se te aparece después de doscientos años y te pide ayuda, Estás loca, qué crees que soy, Eres lo que eres, un abogado, el primer abogado de los Villafruela, tu primo esperó todo este tiempo porque no pudo acudir a nadie más, es..., un asunto familiar, eso.

He dicho que Ninette puede ser muy persuasiva, o quizá es realmente un asunto familiar, o tengo miedo de que Rubén no me deje en paz, ...Se abre la sesión del juicio, Nunca pensé tener un primo pintor, en La Habana todo es posible, hasta el proceso contra Don Alejandro de Alvarado, ...la causa número sesenta del año dos mil, sala de lo penal, Se lo merece, ...tribunal popular de Ciudad de La Habana, por el delito de homicidio premeditado, Asesinato entiéndase, ...en la persona de Rubén Villafruela Reyes, de profesión pintor, abogados acérquense...

  

IV

Te vas, Ignacio, Me voy, A Holguín, A Holguín, Volverás un día, Volveré. Pero no será tan pronto, encuentro a Mayelín en mi casa, me está esperando, Qué pasó, mi amor, me vas a perdonar, Perdonar, claro, todo se perdona, Y tu fantasma, Mi fantasma bien, qué bonita te ves con esa barriga, Qué dices, Ignacio, todas las mujeres se ven así, Todas no.


Emerio Medina, el último Cortazar

Por: Leandro Estupiñán Zaldívar

El escritor mayaricero Emerio Medina acaba de obtener el Premio Iberoamericano de cuento Julio Cortázar con su relato Los días del juego. “Es una historia de amor, pero logra buenos ambientes”, me dice mientras caminamos rumbo al Centro de Promoción Literaria Pedro Ortiz. Sucede en Uzbekistán, Tashkent, y acumula experiencias vividas durante su estancia en el Instituto de Automóviles y Carreteras de esa ciudad, a donde se fue a estudiar Ingeniería Mecánica.

“Me gustaron dos cosas: la vegetación… Llegué en verano. Era una ciudad con mucha vegetación, arboledas frondosas. También me impresionaron las luces, ver tanto alumbrado fue espectacular…venía del campo. Ese fue mi primer impacto. Estoy escribiendo una novela sobre eso. Se nombre: Las luces de Tashkent”, dice.


Emerio ganó el Premio de la Ciudad de Holguín, en 2006, con el libro de cuentos Rendez-vous nocturno para espacios abiertos (Ediciones Holguín, 2007), ahora reeditado por el Instituto Cubano del Libro en la colección “La Puerta de Papel”. Su primer libro, Plano secundario (2006), fue incluido en la colección “Comunidad”, de la misma editorial.

“Trabajaba en un contingente de la construcción en La Habana antes de regresar a Mayarí, en el 2002, donde me puse a trabajar de profesor de inglés en el Politécnico. Ahí comienzo a escribir. Dos años después escribí mi primer cuento “La propuesta”, aún inédito. Tengo escritos unos 100 cuentos y cuatro novelas. Prefiero el cuento. Es el reto del narrador. La novela es el pasatiempo. En el cuento me siento bajo presión, cómodo. En la novela me siento más libre, pero prefiero la exigencia del cuento”.

Nacido en Mayarí, Emerio Medina se confiesa un lector voraz desde la infancia. “Aprendí a leer a la edad que aprende a leer cualquier niño. Tenía interés y muy buenos maestros en la escuela primaria rural donde estudié, la Eraides de la Cruz Sánchez, nombre de un mártir local de Franco, la localidad donde se encuentra situada. Fabulaba con las lecturas de Salgari, Julio Verne y Alejandro Dumas. Después, fui a estudiar al IPVCE José Martí, de Holguín. La Vocacional tenía una biblioteca muy grande y podías encontrar desde Dumas hasta Washington Irving, con sus Cuentos de la Alhambra. Quizás, mi avidez por la lectura comienza con La Ilíada, texto de cabecera durante la Enseñanza Media. Pero, sobre todo, con la versión martiana de La Ilíada. La considero una lectura obligatoria para esa edad”.

Cuando supo de la noticia del Cortázar, no pudo evitar el impulso del entusiasmo y se lanzó a un viaje que, quizás utilice alguna vez como material de ficción: llegó a La Habana por carretera, haciendo autostop o, como le decimos en Cuba: “haciendo botella”. Está acostumbrado a tales trances. Los diversos oficios que ha ejercido lo obligan a ser un hombre práctico, que mira la literatura como “el medio más eficaz para decir cómo uno ve el mundo”.

¿Y cómo ve el mundo Emerio Medina? Hay que leer sus textos para saberlo. Al menos, su narración premiada recientemente, Los días del Juego, algo de él pueden decir. La atmósfera es la que vivió en Uzbekistán, cuando aún era un jovenzuelo que se entregaba al mundo, a la lectura gracias al idioma ruso “En ruso, choco con Pushkin. El idioma me abre las puertas de Latinoamérica.”, a la experiencia vital que volcará poco a poco en sus páginas por escribir o escritas.


“Mis habilidades son mirar y oír. Yo miro el mundo. Escribir es mi forma de digerirlo.”, me comenta junto a una estatua de cemento, en el corredor de la Plaza de la Marqueta. Es de tarde y hace calor. La gente pasa por nuestro lado. Emerio viste pulóver y Jean. Parece un hombre común. Y es un hombre común, con la diferencia de que escribe la vida aparentemente normal de sus contemporáneos.

Escuche la entrevista que concedió Emerio Medina a la Radio de la Aldea 




El Muro - Emerio Medina

Todavía lo hacemos. Es un buen trabajo, y se nos paga bien. Ahora, cuando ya nos hemos puesto viejos, ni siquiera preguntamos. Nos levantamos de noche, mis ayudantes y yo, y montamos en el camión. Antes de salir el sol recorremos el muro. Recogemos los cuerpos y los llevamos lejos, hasta los confines de la ciudad, donde está la fosa común. Son las noches de fiesta, de calles llenas y gente alegre. De mesas largas en las plazas, y fiambres abundantes, y comida gratuita. En las celebraciones el muro crece un poco. Unas piedras nuevas en el borde, y los boquetes sellados, y el informe después, bien hecho, con los números exactos y las cuentas claras. Pero nunca hablamos del Proceso. Ya somos viejos, y quisiéramos, a veces, contar lo que hemos visto. Mis ayudantes insisten en hablar. Y yo les digo que cuidado. Este es un buen trabajo. No podemos perderlo.
A veces, junto al muro, se amontonaban los cuerpos. De madrugada, cuando había fiestas en la ciudad. Las fiestas grandes del Día de los Santos Protectores. Las fiestas buenas que duraban hasta el amanecer, con músicos de los barrios bajos que tocaban toda la noche y sudaban sobre sus tarimas de tablas y cartones pintados. Eran fiestas con comida gratis y cerveza en pipas, cerveza dulce y negra que chorreaba de las mangueras y formaba montañas de espuma en las tinas de metal. Eran celebraciones financiadas por alguien poderoso, preparadas con tiempo, organizadas para que todos asistieran. Las calles y las plazas se llenaban de vagabundos y buscadores de suerte, rebuscadores les llamaba la gente. Durante el año se les veía deambular y alimentarse de las sobras. Dormían en los portales, siempre solitarios y asustados, siempre buscando en los latones, bajo las planchas de zinc de los rastros, desatando envoltijos y arrastrando los pies por las aceras.
Cuando había fiestas la ciudad se veía renovada. Las casas se engalanaban con cintas y colgajos de colores. Desde los postes colgaban hasta el suelo los símbolos de la nación, las grandes banderas alargadas como faldones amplios. Se mecían al viento rozando las fachadas, deshaciéndose al paso de la gente, flotando sobre las cabezas con un zumbido de ribetes y festones. Las paredes se cubrían con impresos dorados que hablaban de glorias pasadas o presentes, de mártires lejanos y adalides nuevos, y en las esquinas colgaban, sobre sus soportes de madera, las grandes fotografías de los Padres Fundadores, vivos o muertos, que miraban con un aire de severidad en los ojos, contentos con la veneración de la gente, felices con el respeto bien ganado en los últimos siglos, en alguna guerra que dejara sus huellas en la ciudad y los cubriera de gloria para siempre, eterna gloria, se decía, hasta el final de los tiempos.
Así se dejaba ver en los carteles, junto a los rostros venerados, escrito en letras grandes para el bien común. Para que todos lo supieran. Para que hablaran entre sí y lo contaran a los hijos.
Cuando había fiestas en la ciudad, los rebus-cadores abandonaban sus cubiles y se reunían sin miedo junto a las mesas largas improvisadas con tablones de pino recién cortado, bien provistas con pan y provisiones, que se situaban en las plazas, en los lugares abiertos, lejos de las zonas de exclusión donde los poderosos organizaban sus orgías. Comían hasta llenarse bien, durante toda la noche, sirviéndose de la comida gratis y de la cerveza que espumeaba en las tinas, y antes de salir el sol se les veía desfilar hasta el muro, atiborrados y felices, dispuestos a escalar la pared alta, y en el intento se morían todos y quedaban amontonados en un túmulo grande, apilados como sacos de arena, desmembrados en montones de carne y huesos que a veces sobrepasaba los dos metros.
Era mi turno, entonces. Era mi trabajo.
Era la hora de salir en el camión y retirar los cuerpos. Mis ayudantes me esperaban en el sitio de siempre. Nos íbamos de madrugada por las calles oscuras, nosotros semidormidos todavía, frotándonos las manos agarrotadas por el frío, soplándonos los dedos y las palmas. En la última hora de la noche recorríamos el muro. Lo revisábamos bien. Tanteábamos los rincones con los ojos. Descubríamos cuerpos aislados que yacían mirando hacia la pared de piedras, con los ojos muertos hurgando el borde superior, con las uñas partidas y las manos llenas de sangre y rajaduras, y la cara y las rodillas hinchadas. Los recogíamos a veces en gran número, cuando las fiestas se daban buenas, cuando la comida era abundante y los rebuscadores se llenaban la barriga y se sentían bien, atiborrados y felices, lo suficiente como para ser atraídos por el muro. Caminaban por las calles camufladas con imágenes a color en una procesión difícil de explicar, y la gente les abría paso. Los señalaban con el dedo. Decían a los menores que se fijaran bien, que de individuos como ellos dependía la felicidad de todos. Y para la gente funcionaba bien el Proceso. Para mis ayudantes, y para mí. Lo veíamos como algo natural y necesario. Nos quedábamos mirando la procesión callada después de una noche de comida gratis. Los veíamos caminar hasta el muro y nos alegrábamos por dentro. Eran cosas que hacían sentirse bien a la gente, y a nosotros también. De eso hablábamos a veces, sentados en el camión, haciendo cábalas de cuántos cuerpos deberíamos cargar en el turno, y sacábamos las cuentas del salario y los estímulos.
Los cuerpos formaban montones de hasta dos metros. A veces como mesetas alargadas, y a veces más, como pirámides empinadas al cielo. Las encontrábamos en algún punto específico, y descubríamos, a veces, que el muro había crecido. Nos alegrábamos de ver la piedra nueva que sellaba un boquete en el borde superior de la pared. Así lo escribía yo en el informe de la noche. Un crecimiento en la sección oeste, por ejemplo. Usaba las palabras escogidas para impresionar a los jefes, y ellos seguro se alegraban y me tenían en cuenta. Seguro lo comentaban entre sí en sus reuniones largas, o lo hablarían quizá después de los discursos, cuando se daba a conocer al público el crecimiento del muro y se declaraban otros días de fiesta, otras celebraciones y otros planes.
El muro rodeaba la ciudad. La apretaba en un abrazo rígido. La protegía de la vasta intemperie del mundo. De los peligros de allá afuera, como decía la gente.
Lo construyeron nuestros primeros padres en un tiempo que se perdía en el pasado, y era como un anillo de piedras apiladas, bien unidas en un bloque compacto que sobrepasaba la altura de las casas más altas. Desde abajo se veía su borde irregular, con boquetes visibles desde lejos, y justo allí nacían las piedras en las noches de fiesta, piedras nuevas y brillantes, piedras pulidas y compactas a los ojos más simples, y el muro crecía en los amaneceres, cuando la comida era abundante y los rebus-cadores se morían en buen número, cuando los cuerpos eran suficientes para formar montones de hasta dos metros, a veces más, como pirámides elevadas, cuando las fiestas se daban buenas y los Santos Protectores se sentían alegres y honrados.
Crecí poco a poco, y la gente se alegraba.
Unas cuantas piedras en el año, y boquetes rellenos, y nosotros haciendo los informes. Pero muchas veces ninguna piedra nueva, muchas veces, cuando la comida gratuita no era suficiente. Se consideraba un año malo entonces. Un año de escaseces y planes frustrados, y la gente protestaba y los jefes prometían fiestas nuevas. Con suerte, el muro crecía un poco el año próximo, y las celebraciones eran abundantes, y la gente se sentía bien en la ciudad.
Y con suerte me tocó a mí el trabajo de retirar los cuerpos. Un trabajo bien pagado, sin estudios necesarios, ni demasiados compromisos. Un trabajo simple y bueno, con la posibilidad de ser de los primeros en ver las piedras nuevas, mis ayudantes y yo, cuando descubríamos los boquetes rellenos. Y lo escribía así en todos mis informes, con las palabras bonitas, para que los jefes se alegraran y la ciudad viviera feliz, con una vida próspera, como se nos había prometido siempre.
Así lo predijeron en su tiempo los Padres Fundadores. Los que alertaron sobre los peligros del mundo exterior. Los que dijeron de qué forma debíamos vivir, seguros y confiados dentro del espacio protegido por el muro, sin excepción de más pobres o más ricos. Sin detenernos a examinar categorías intermedias, ni personas de baja condición, como los rebuscadores que buscaban sus sobras en el patio de los mercados.
Y aun para ellos hablaron también los Padres. Por nosotros y por ellos murieron algún día. Quedaron sus imágenes en impresos grandes. Sus recuerdos en los símbolos. Sus memorias en la callada procesión de las madrugadas. Sus semblantes severos en los rebuscadores que se llenaban la barriga con la comida gratis y se morían junto al muro. Se quedaban allí apilados y contentos. Callados y contentos. Muertos y contentos.
Eso decían mis ayudantes. Bueno era morir así, con una muerte dulce, sabiendo que para algo había de servir la muerte. Y servía para quién. Para nosotros servía, y para los habitantes de la ciudad. Los veíamos contentos en las fiestas, seguros de que alguien moriría antes del amanecer, preguntándose cuántos serían, cuántas piedras nuevas nacerían en la pared.
Y nunca nadie se cuestionó el Proceso. Ni la gente de la ciudad, ni nosotros. Nunca nos preguntamos el porqué. Nunca pensamos si todo debía ser así, si en realidad todo valía la pena. Sólo recogíamos los cuerpos. Los contábamos bien. Lo hacíamos sin anotar los nombres. Lo hacíamos seguros, cumpliendo con el trabajo. Esa fue la parte que nos tocó en la vida. Todavía nos toca. Sin preguntarnos nada recogemos los cuerpos. Los apilamos en el camión. Los llevamos hasta la fosa.
Todavía hacemos eso. Ya somos viejos y lo hacemos. Y el muro crece un poco cada año. Muy pocas son las piedras nuevas, en verdad, pero seguras. La gente nos pregunta del Proceso, y nosotros callamos. No tenemos por qué decirlo a nadie. No tenemos que contar las cosas que hemos visto. Eso se nos prohíbe como parte del Contrato. Y nos sentimos bien porque ese es el trabajo. Lo hacemos todo sin hablar porque así se nos exige.
Mis ayudantes me preguntan si deberíamos contarlo todo alguna vez. Para que la gente lo supiera, han dicho a veces. Y yo les digo que cuidado. Les digo, a ver, qué cosa ganaríamos con eso. Qué cosas cambiarían, a ver. Y, dicho así, mis ayudantes se quedan más tranquilos. Cargan los cuerpos al camión sin anotar los nombres. Sin mencionar los apellidos. Sólo contándolos bien porque así es como debe ser. Para que figuren bien los números en los informes, junto a los cuños oficiales y las palabras bonitas que los jefes me enseñaron, las mismas que utilizan para hablar a la gente mientras los rebuscadores esperan el comienzo de las fiestas.
Y nosotros esperamos también, mis ayudantes y yo, y dormimos menos que antes. Dormimos poco, en realidad. Dormimos casi nada. Porque ya somos viejos, y hemos visto demasiadas cosas. No podemos decir que ahora, con los años, ya sabemos la forma en que funciona todo.
Hemos visto caminar a los rebuscadores y apilarse junto al muro. Los hemos visto pelear y morirse tratando de llegar al borde. Los hemos visto amontonarse, a veces, en pirámides de hasta dos metros.
Pero no todos se mueren. Todos no. Alguno logra escalar hasta lo alto, sólo alguno, y pocas veces, cuando las fiestas se dan buenas. Nosotros lo hemos visto todo desde abajo, sentados en el camión, mientras conversamos por la falta de sueño. Desde abajo hemos visto fulgurar sus ojos cuando han logrado mirar al exterior, y hemos visto, desde abajo, el final del Proceso, cuando el cuerpo se convierte en piedra y se sella un boquete sobre el muro.

«Escribiré mientras tenga cosas que responderme, no cosas que preguntarme. Mis preguntas ya están en mí de alguna forma. Los cuentos que escribo son las respuestas»

Entrevista al escritor Emerio Medina

por Xenia Reloba

Escuche la entrevista que Emerio Medina concedió a la Radio de la Aldea
«El Premio Casa le suena a uno en la cabeza. Son años oyendo decir: “Fulano es Premio Casa, tal libro fue Premio Casa”. Se arma algo mágico alrededor. Uno sueña con encontrarse un día en esa posición. Es mucho tiempo acumulando esperanzas que se van sumando. Entonces, llegas a creer que nunca pasará, lo dejas como una quimera, un imposible. Por otra parte, cuando lees la lista de los premiados ―me refiero a los cubanos, que son los que más cerca tengo―, uno dice: “Son grandes escritores, es imposible llegar ahí”.

»Otra cosa es cuando te dicen: “Eres el Premio Casa de este año”. Hay un momento de vacío, como si la sangre se detuviera. Algo extraño pasa y uno baja la cabeza, se dice cosas muy íntimas. Es como un “juicio final”, pero sin el cariz dramático. Por supuesto, estoy muy contento. Este Premio ha sido muy soñado, muy deseado. Quería tenerlo, y ya que está, lo veo no como algo que yo quería, sino como algo que cualquiera desearía tener. Soñar con un Premio Casa durante un tiempo, durante años y verlo hecho realidad, es una cosa aplastante».

A pesar de la profusión de sentimientos que es capaz de hilvanar en apenas unos minutos, Emerio Medina luce sereno después de conocer, con cierta ventaja temporal, que un jurado integrado por Eduardo Becerra (España), Mario Roberto Morales (Guatemala), Sonia Rivera-Valdés (Cuba-EE.UU.) y Anna Lidia Vega Serova (Cuba), eligió por mayoría su libro La bota sobre el toro muerto, como ganador de la categoría de Cuento en la edición 52 del Premio Literario Casa de las Américas.

Gradualmente, el holguinero ―mayariseño, para más certeras señas― se va acomodando a la noticia. Durante su conversación para La Ventana parecía alguien “hecho para estas circunstancias”, aunque su reacción, unas horas después, cuando ante el expectante público su nombre fue anunciado por Rivera-Valdés en los momentos finales del acto de clausura del concurso, lo devolvería a ese estado emocional que apenas puede contenerse.

“Un cubano en la cima del Premio Casa”, diría un titular en la prensa. Emerio, un mayariseño, en la cima del cuento latinoamericano.

Emerio, muchas personas escriben. Pienso que se requiere una buena dosis de atrevimiento para superar esa visión quimérica que tenemos de determinados concursos y presentar una obra. ¿Cómo fue el proceso en tu caso?

—Este libro es muy reciente. Quizás la mitad tiene un par de años y la otra mitad son cuentos muy recientes. Es verdad que mucha gente escribe, y también que una gran cantidad de gente se dedica a revisarse durante años. Normalmente, te pasas un tiempo viendo una y otra vez tus cuentos, porque no estás conforme. Estás buscando otra solución para esa historia, hasta que la ves madura, lista. De alguna forma, tenía este libro listo antes del concurso, tal vez para enero o febrero del año pasado.

»Nunca había mandado un libro al Casa. Soy nuevo en esto, porque escribo hace siete años nada más. Esos primeros libros que escribí, que publiqué, que envié a concursos de pequeño o mediano alcance, me sirvieron para madurar. Cuando este libro estuvo, sentí que también estaba un poco maduro y podía atreverme a enviarlo e, incluso, pensar en que podía ganar algo.

»Por supuesto, ha habido otros concursos, pero este es muy especial. El hecho de decidirse a mandar al Premio Casa suponía que podía soportar la tensión, la presión de un concurso. Uno tiene que entender que un concurso lo gana «alguien». Había muchos libros en competencia, y estamos hablando de la América hispana. Se sabe que unos cuantos escritores enviaron muy buenos textos, pero uno se dice: «Voy a probarme». Salió bien. Lo demás son cosas comunes. Enfrentarte a la noticia, al momento, a la vida misma. Lo que está pasando ahora».

¿Cómo y dónde recibiste la noticia?

Estaba en Santa Clara, invitado por unos amigos escritores. Nos encontrábamos en un café literario, a las 6 de la tarde, y me dice Edelmis Anoceto: “Oye, te están llamando de La Habana”. Yo estaba con unos tragos, cosa muy común en mí. “¿De La Habana? No tengo a nadie en La Habana”. Y me dice: “De la Casa de las Américas”. Entonces caigo: “¿Qué dijiste? ¿Casa de las Américas?”. Me confirma y pienso: “Ay, el concurso Casa de las Américas”. Había logrado olvidarme. A veces quieres hacerlo y no puedes, pero en esos días en Santa Clara todo fue tan mágico que olvidé la tensión. Me dediqué a estar ahí con mis amigos, tomando un poco de ron, hablando de literatura, por supuesto, y pasándola bien. Dentro de ese panorama me llegó la noticia. Entonces tuve mi momento de bajar la cabeza, de sentirme tocado. Cuando pasó, todo fue alegría, hasta que llegué a La Habana. Y aquí estoy.

Emerio Medina recibe el Premio Casa
Supongo que una buena dosis de tensión viene dada por el hecho de que el Premio está asociado con bastante promoción. Se sabe que los jurados están leyendo en Cienfuegos por una semana.

—Hay una cosa con eso. Uno logra quitarse esa presión si logra olvidar que existe. En otros concursos, como no hay divulgación por los medios, sabes que hay un concurso porque tú mandaste un libro, pero el Casa, como tiene una divulgación total, todo el que te conoce te pregunta: “¿Mandaste al Casa?”. Y no sabes qué decir. Ni mi mujer lo sabía que había mandado. No le dije para evitarme la pregunta, porque añade una tensión. Mi hermano me dijo el domingo: “Están dando por la televisión lo del Premio Casa. ¿Mandaste?”. Le respondí que sí, bajitico, al oído, como diciéndole: “Cállate”. La verdad es que lo sabían pocas personas, y por esa parte logré aislarme, evitarme preguntas.

»En Mayarí ya saben que gané porque me localizaron por allí. Además, llamé a mi esposa enseguida porque la idea era regresar para Mayarí hoy por la mañana (jueves, 27 de enero). Anoche la llamé y le dije: “No voy para Oriente, voy para La Habana”. “¿Cómo?”. No le vi la cara, pero me la imagino. Le expliqué: “Escúchame: me gané el Premio Casa”, y así fue como se enteró. Me alegro por ella, por mí, por mi hijo, por mi familia, por mis hermanos, por mi mamá».


Imagino que aguantar la otra presión, la de que todos te sepan ya el ganador del Premio, tampoco será fácil, porque una vez que alguien se gana un reconocimiento de determinado prestigio, este empieza a levitar sobre todo lo que hace de una manera que puede ser benefactora pero también perjudicial. ¿No?

—Tiene doble filo, sí, y a mí me afecta especialmente, porque soy una persona muy poco expuesta. Tengo un mundo muy cerrado. Ya viví una experiencia anterior con el Premio Julio Cortázar, que me enseñó un poco a manejarme. Quizás ahora lo haga mejor, porque aquella vez pasé sofocones tremendos, al punto de enemistarme con mucha gente. Es que se acaba la privacidad, estás más expuesto. Creo que ahora me irá mejor, podré manejarlo con más sobriedad.

Ahora mismo, este libro es prácticamente un desconocido para la mayoría de sus posibles lectores. ¿Nos darías algunas claves? ¿Por dónde van, en general, tus cuentos y, en particular, los de este libro?

—Es una pregunta interesante y una pregunta que me hago: ¿qué busco y adónde quiero llegar con mis cuentos o con mis novelas? Escribiré mientras tenga cosas que responderme, no cosas que preguntarme. Mis preguntas ya están en mí de alguna forma, desde que empezaron a formarse, comencé a ver el mundo, a caminar. Las respuestas a esas preguntas son con lo que trato de meterme. Escribo las cosas para mí. Un cuento que escriba es una respuesta que me doy a una pregunta que tengo sobre una arista determinada del mundo, de la vida, de la ciudad, del hombre. Cada uno de los cuentos del libro es una respuesta a una pregunta que me he hecho durante años.

»En este caso, el libro se llama La bota sobre el toro muerto, y tiene que ver con la muerte. Son trece cuentos y en cada uno se aborda la muerte de una u otra forma, ya sea física, espiritual, el derrumbe de cualquier quimera, la expiación de alguna culpa. Todo eso es muerte y el libro va por ahí. Lo que pasa es que las situaciones se circunscriben a marcos muy diversos. Hay un cuento que ocurre en Siberia, otro en Turquía, en Italia, en Bagdad bajo las bombas. Y en todos los casos el trasfondo es la muerte, o una de sus aristas: la muerte desde la sociedad.

»Hablar de la muerte puede ser muy tétrico, pero también puede ser muy esperanzador, porque uno quisiera responderse un día qué hay detrás, cómo algo puede tener un fin u otro. Esas son las respuestas que me doy, que pueden servirle o no servirle a alguien. A mí me sirvieron. Si, además, eso es literatura, y puede ser entretenida o divertida o reflexiva… pues mejor. Pero esencialmente son respuestas que me doy, un poco de mi mundo interior. De eso va el libro».

Hay una pregunta muy socorrida, pero me gustaría conocer tu opinión sobre este tema: ¿es el cuento un camino hacia la novela o viceversa?

—Es una buena pregunta, aunque es como tú decías, una pregunta vieja. El cuento es un camino hacia el cuento, y la novela es un camino hacia la novela. Uno no escribe cuentos para un día hacer novelas, o novelas para un día hacer poesía, o cuentos para un día hacer ensayos. Decía antes que “¿por qué no, novelas?” porque hasta ahora solo he publicado cuentos. Tengo escritas varias novelas. No las he publicado por una circunstancia muy común: el cuento se me da con más facilidad. Le dedico más tiempo al cuento, más energías, y pienso que dentro del cuento tengo un camino que recorrer. En la novela quizás no. Quizás escriba cien y ninguna sirva.

»El cuento me da una satisfacción personal y disfruto mucho escribirlos. Las novelas que he escrito las escribí porque quería, no me las he impuesto, pero tengo un reto en el cuento porque para mí es la idea más acabada de la narrativa. Para mí es muy fácil expresarme en un cuento, redondear una idea, llegar a un fin. Lo que pasa es que hay un momento en que no te permite hacer cosas que la novela sí. Y quizás un día te replantees la situación, la vida y te digas: “esto es para novelar. Un cuento no me daría para lo que quiero decir”.

»Eso es lo que pasa. Son géneros que tienen su propio camino, su propio destino. Lo que pasa es que el lector puede tener una visión de las cosas. Quizás al lector mis cuentos no le digan las cosas que me dicen a mí. Quizás prefiera leer novelas. Pero para mí son géneros con el mismo valor. Entre los escritores que sigo, que frecuento, figuran más cuentistas que novelistas. Tengo quince o veinte, y hay poetas, novelistas, ensayistas, pero sobre todo cuentistas, porque es algo que me funciona».

En una pregunta anterior me hablabas de las muchas y diversas locaciones de tus cuentos. Me llamó la atención la universalidad. Me gustaría conocer los referentes que te sirven para «montar» historias en esos ámbitos, o ¿quizás la ubicación geográfica no es trascendente? Por otra parte, en este Premio se ha hablado de la identidad como un concepto muchas veces construido desde los Estados para crear una visión «única», uniforme, de los pueblos. En ese sentido, ¿cómo o con qué te identificas: escritor, cubano, mayariseño, alguien de ninguna parte…?

—En una entrevista dije que crecí con una espada de bronce en la mano y un yelmo en la cabeza. Una persona que la leyó la entrevista me hizo una pregunta que no esperaba: “¿Entonces para ti el machete no significa nada?”. Me sorprendió. El machete, por supuesto, tiene su significado para mí, pero la espada, espiritualmente, me responde más cosas. Uno trata de ubicarse en un universo que no tiene locación geográfica. Uno se compone de cosas que ni siquiera imagina que llegaron a su vida hace doscientos años. Precisamente, uno de los temas que toco en mi narrativa es la cuestión de la identidad, pero a partir de componentes. Se acostumbra a decir que el cubano es la mezcla de africano y español, pero hay mucho más ahí: árabe, francés, latino, hasta ruso, americano, caribeño…

»En materia de identidad, no voy a teorizar, pero creo que es importante atender a las diferencias. Estas dan medidas que a veces ni siquiera sospechamos que existen. Sobre todas las cosas está lo humano, que debe dominar en cualquier situación: política, cultural, geográfica. Si una historia no me funciona en las calles de La Habana, y sí en la selva brasileña, entonces ocurrirá en Brasil, y con eso respondo algo que preocupa o atañe al hombre que va por Centro Habana. A veces hay que cambiar las cosas y hacer que la historia funcione. No tiene sentido situarla en las calles Virtudes o Reina porque quiero que refleje la identidad cubana. Da igual si ocurre en Siberia o el desierto de Sahara. No habría cubanos ahí, pero sí seres humanos que como nosotros enfrentan circunstancias y las resuelven. Son las soluciones lo que uno incorpora. La narrativa va por ahí, a buscar resonancias. Donde suene, ahí va la mano del escritor».

Sé que eres ingeniero (mecánico). ¿Cómo pasaste de esa profesión a la escritura?

—Nací en el campo, vivo en el campo y moriré en el campo, pero no soy campesino. Nunca he trabajado la tierra, no tengo vacas, nunca he montado a caballo. Ese tipo de cosas no. Soy un guajiro raro. Mi casa es muy común. Soy un cubano de lo más común, pero tuve la suerte de que hubiera libros en mi casa, y leía desde muchachito.

»Luego, también la suerte quiso que me hiciera ingeniero. Fueron circunstancias familiares, porque mi padre murió, y no tuve respaldo para estudiar idiomas, que era lo que me gustaba. Tuve que irme para Rusia a estudiar ingeniería. En realidad, no me gustaba. La carrera la pasé mal que bien, pero no me hice un buen ingeniero. Después, trabajando, fue cuando me hice ingeniero, me gustó la profesión, me gustó el hierro, la técnica. Hoy soy un ingeniero que escribe. Habrá un momento en que la escritura se irá imponiendo y quizás me dedicaré a escribir el resto de mi vida, o no.

»Mi entorno es muy rural. Imagina cuarenta casas al lado de un río, un platanal, mucho fango. Hay corriente eléctrica, claro, y tengo una computadora, pero no teléfono. Vivo a cuatro kilómetros del pueblo, y voy a pie todos los días… “pallá y pacá”. Me siento bien así.

»Escribo hace siete años, y lo hago con la pasión y el ardor que lleva, pero incorporándolo como oficio. Un día asumes que eres un escritor y te lo vas creyendo. Te tomas en serio, aunque el medio no es favorable. Tengo que enfrentar demasiada agresión, en el sentido de que no tengo la privacidad que hace falta. Normalmente, andas por la calle y quizás conozcas a una o dos personas, pero en mi barrio no: allí hay un abordaje constante que te obliga a interactuar, aunque no quieras.

»Me creé una aureola de tipo duro, de borrachito, no de “bronquero”, que me funciona muy bien. La gente no asocia que ese borrachito sea escritor. Es un mecanismo de defensa. En un momento tuve que incorporar formas de ser que no eran mías, y una de ellas fue el alcohol.

»Esa agresión de la que te hablo a veces es tácita, otras verbal, nunca física, no se trata de eso. Quieres cierta paz, y no la puedes tener porque tienes que atender determinadas cosas. La gente muy cercana, la familia incluso, no entienden que alguien pueda estar escribiendo con tanto trabajo por hacer. Uno está perdiendo el tiempo ahí, en lugar de ponerse a trabajar. “Llevas cuatro horas sentado en la máquina”. Imagínate, antes escribía a mano, a las tres de la mañana, con una caja de cigarros y un vaso de café frío al lado. Mi mamá se levantaba y preguntaba, y qué iba a decirle.

»Hay un momento en que esa situación mejora porque ya uno tiene cierta notoriedad y la gente se amolda a que “ese tipo es escritor”, pero aún así no entienden de qué se trata. Para el común de la gente los libros se hacen en una fábrica. Para escribirlos, hay escritores, y el que escribe está “por allá”. Entonces, tienes que convencerte de que eres escritor, y esa actitud te busca tremenda enemistad con una pila de gente.

»Esa respuesta que te di ahora te hace caer pesado, pedante. “¿Quién se cree que es el guajiro este?”. Para evitártelo, te pones una armadura: botella de ron, tabaco habano, ¿verdad? Es un medio de defensa, y me funcionó porque he encontrado escritores que son como yo, que defienden la misma posición, que no tienen por qué estarse luciendo, o andar con poses.

»Uno llega a convivir en dos mundos: el de los escritores o la gente que sigue estas cosas con seriedad, y el de la gente que te ve como noticia. Nunca coinciden, tienen que coexistir pero no puedes mezclarlos. Estás en una dicotomía y puede que te equivoques, pero vas aprendiendo a sobrellevar esas cosas».

Mencionabas un número de autores a los que sigues. ¿Cuáles, por ejemplo?

—Juan Rulfo es una especie de pasión. Me gustan sus cuentos, Pedro Páramo no tanto. Pero en los cuentos es como si él destilara la palabra y sacara otras nuevas. Así que puedes ponerlo en letras grandes: JUAN RULFO, no ha habido otro cuentista como él. No se trata de que sus cuentos sean buenos o malos, es la forma como los cuenta. Es el primero. Después Cortázar, por supuesto, que me encanta lo que tiene de ruptura, de novedoso. Chéjov, Hemingway, Onetti, Borges, Mark Twain, que a mi juicio es la mejor persona que haya vivido jamás. Habría otros, pero esos son los que ahora pienso que me han alimentado.

»De los cubanos, Carpentier, por lo denso y lo rico de su lenguaje, lo fluido y artístico, por lo que dice y lo que no. Hay un cuento precioso, “Los advertidos”, que es la más hermosa parábola que alguien haya escrito jamás. Sus novelas son grandes, pero los cuentos también».

Confesabas que en el camino te adueñaste de algunas características que no son tuyas. ¿Con cuáles características propias has decidido quedarte, a pesar de la irrupción del mundo en tu ámbito interior? ¿A cuáles te aferras?

—Es que las cosas que he incorporado, como la forma de hablar, el hecho de tomar ron como un tren, están tan dentro de mí que ya no puedo evacuarlas. Se han convertido en parte de mí. Además, siempre he sido un hombre de muchas reservas, en extremo callado. Cuando hablo caigo mal. Soy muy encerrado. Tengo el oído puesto en función de cualquier sonido, no escucho música porque me molesta para escuchar el mundo. Tengo una visión fantástica del mundo. Todo lo resuelvo con una fantasía. Tengo una habilidad increíble para cerrar los ojos e imaginar mundos. Una pasión extrema por el cine. Desde que veo cine, eso me ha hecho mejor en todos los sentidos. Como la literatura, solo que escribo, no hago cine.

»Me pasa esta cosa extrema con los amigos, con los fieles. Y hay algo que nunca he soportado, y que parece una tontería, pero me molesta mucho que alguien pueda mentir. No soporto la pose.

»Le decía a mi esposa que tengo una virtud rara: atiendo la diferencia. Es rara porque generalmente lo que hace la gente es burlarse de la diferencia. Quisiera que el humor de la televisión dejara de burlarse de los defectos de la gente. Son cosas que me molestan de verdad. Me pongo bravo y me voy de la sala.

»Pero me iría para una isla desierta con mi soledad, con mi mundo encerrado, un par de botellas de ron ―para no estar tan solo―. Me han dicho tonto porque a veces me quedo mirando fijo. “¿Qué estás mirando?”. Nada. Me fascina esta imagen de Mark Twain, esa mirada larga, perdida. Hay un cuadro ruso donde hay tres personas mirando a lo lejos. Siento envidia por esa imagen, por alguien que puede mirar lejos, que aunque está viendo lo que tiene delante no le interesa. Me iría a una isla con esa forma de mirar. Me encanta ser así. Y si paso por tonto… perfecto.

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