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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

3 de marzo de 2017

Objetos encontrado alrededor de los esqueletos en el Cementerio El Chorro de Maíta



Uno de los aspectos más relevantes del cementerio de El Chorro de Maíta es la presencia de objetos de piedra, metal, y de diversos materiales orgánicos que aparecieron alrededor de los esqueletos. La posición de esos objetos permite suponer su ubicación en los cuerpos al momento del entierro. Para César Rodríguez Arce y Guarch Delmonte, en su mayoría esos son adornos corporales.
En varios textos Guarch Delmonte (1988, 1994, 1996) habló de los objetos hallados en el entierro No. 57 (la Gran Dama Enjoyada). Roberto Valcárcel Rojas y César Rodríguez Arce también han comentado sobre objetos encontrado en los restos de otros individuos.
En este texto que ahora publica La Aldea se resumen esas fuentes y además las notas de excavación hechas por Guarch Delmonte en 1987, la Tabla de control de los caracteres osteométricos (Rodríguez Arce 1992), y el plano del cementerio (Guarch Rodríguez 1987). Otro documento utilizado es el inventario de las piezas preparado por Guarch Delmonte en 1991 en el que se incluyen referencias sobre su localización en el cementerio y comentarios sobre los materiales empleados para su fabricación.
De todos los objetos sólo algunos de metal fueron estudiados; en el caso de los no metálicos Guarch Delmonte únicamente se estudió, sin concluir la investigación, en la identificación del uso de ámbar en la fabricación de las orejeras halladas en el entierro No. 94.
A fin de contextualizar los criterios antes mencionados y como parte del trabajo realizado durante la presente disertación, Valcárcel Rojas revisó las piezas conservadas en los fondos del Departamento Centro Oriental de Arqueología, las contó, registró sus formas y las midió. Los datos que consiguió al hacer ese trabajo son los que se presentan a continuación. A ellos se les intercalan algunas descripciones y los criterios de identificación de Guarch Delmonte.
Cuentas no metálicas
Elentierro No. 57 mostró el conjunto de ellas más impresionante.
Cuentas no metálicas del individuo No. 57. Al centro cuentas de cuarcita de entre 4.8 y 5.7 mm de diámetro; parte superior derecha, cuentas de igual material de entre 1.5 y 2.7 mm. A la Derecha, cuentas de coral de entre    3.6 y 6.1 mm de largo; parte superior, cuentas de perla, la mayor
con 4.0 mm de diámetro. El Chorro de Maíta.
Localizado entre las costillas y muy cerca de la mandíbula de ese esqueleto, lo que hace creer en un collar que llevaba puesto a la hora de su muerte, ese estaba confeccionado a base de cuentas diversas y piezas a base de oro y cobre.
Respecto a las cuentas, comentó Guarch:
“(…) se localizaron tres perlas, con sus perforaciones para servir de cuentas, sus formas irregulares son comunes en Las Antillas. Dieciocho eran cuentas de coral rosado, de forma cilíndrica, algunas husiformes parecidas a un pequeño barril, no mayores de 5 mm. de longitud, objetos esos que se encontraron por primera vez en Cuba. Además se rescataron 23 microcuentas de concha de forma discoidal, muy finas y pequeñas, de hasta 1.6 mm. de diámetro; 4 cuentas de calcita de las llamadas de “carretel” y una microcuenta de piedra negra, así como 4 del mismo material, pero blancas, siendo por tanto el collar más complejo de los encontrados en Cuba hasta el presente.”
Estos anteriores datos reiteran informaciones publicadas por Guarch Delmonte en 1988 y en 1996. (Entre los objetos de El Chorro de Maíta, existentes en la colección del Departamento Centro Oriental de Arqueología, en Holguín, no está la microcuenta de piedra negra y solo se conservan dos de las cuatro perlas de las que habla el arqueólogo, una de ellas fragmentada y las dos de color plateado con puntos dorados. Por su parte de las microcuentas de cuarcita, que Guarch dijo que eran 23, solo se conservan 21.  
Las 18 cuentas de coral son cilíndricas o con forma de barril; algunas lisas y otras con áreas de textura rugosa. Tres de ellas son de color rojizo marrón y el resto son de color rosado claro o blanco.
Asimismo según las notas de excavación, cerca de la mano del entierro No. 58 (el niño que estaba a los pies de la Gran Dama Enjoyada), se encontraron varias cuentas de coral rosado, alternadas con cuentas oscuras de resina vegetal. Y en el pie del mismo esqueleto había cuentas de coral rosado y cuentas de resina, (Ver imagen siguiente)
Ornamentos del entierro No. 58 (El niño a los pies de la Gran Dama Enjoyada). Izquierda, cuentas de resina y coral; Derecha, cuentas
de coral. (Las cuentas de resina tienen un diámetro de entre 4.6 y 6 mm; y las de coral tienen un  largo de entre 3.7 y 9.4 mm). El Chorro de Maíta.
En el plano del cementerio se muestra que ese esqueleto también tenía, posiblemente en el pecho, cuentas de cuarcita. Asimismo en el dicho plano y en la Tabla de control de los caracteres osteométricos elaborada por Rodríguez Arce, dice que “el niño” también tenía a su alrededor un ídolo, sin embargo esas piezas no fueron mencionadas en los artículos de Guarch y tampoco están entre el material del entierro depositado en el Departamento Centro Oriental de Arqueología. Lo que sí se conserva es un pulso o collar de cuentas alternas de resina (11) y coral (11), y otro conjunto con 15 cuentas de coral. La mayoría de las cuentas de coral tienen forma de barril, están pulidas y el color va de rosado muy claro a rojo anaranjado. Las perforaciones son cilíndricas y generalmente desplazadas a un lado. Las cuentas de resina poseen un diámetro de entre 4.6 y 6.0 mm., y un largo de 2.9 a 5.5 mm., algunas son esféricas y todas tienen color marrón con áreas amarillentas. (Ver fotografía anterior).
Igual la Tabla de control de los caracteres osteométricos de Rodríguez Arce refiere 24 cuentas de cuarcita en el entierro No. 64, que, según el plano, se encontraban próximas al antebrazo derecho. En el material que se conserva en el Departamento Centro Oriental de Arqueología nada más aparecen 32 cuentas de ese tipo. Su diámetro está entre 2.4 y 4.7 mm., y su largo es de 4.6 a 5.5 mm.; todas son  cilíndricas, de color blanco grisáceo, con perforación bicónica al centro (Verlas en la fotografía siguiente). Dos cuentas de cuarcita con caracteres parecidos a estas que acabamos de describir, pero de mayor tamaño, fueron halladas en el entierro No. 100.
Cuentas de cuarcita encontradas al lado del entierro No. 64. El Chorro de Maíta.
Los datos de excavación y registro refieren cuentas de coral y una cuenta esférica negra, ubicadas en la zona del cuello del entierro No. 84, según se comprueba en el plano del cementerio. En la colección hoy existente hay dos conjuntos de cuentas atribuidas a ese entierro: una con 28 y el otro con 33 cuentas.
Ornamentos del individuo No. 84. Cuentas de coral y una cuenta de azabache al centro. El Chorro de Maíta.
Esas mencionadas cuentas fueron identificadas por Guarch Delmonte como coral. En su mayoría son cilíndricas, aunque algunas tienen forma de barril; todas de color rosado claro o blanco amarillento, con formas y dimensiones similares a las del entierro No. 57. La cuenta negra, identificada como de resina por Guarch Delmonte, es esférica, presenta una perforación cilíndrica y mide 5.5 mm. de diámetro en su parte más ancha.
Aunque no se conservan en los fondos del material encontrado en El Chorro de Maíta, Guarch y Rodríguez Arce hablan de una vértebra de pescado aparentemente modificada para elaborar una cuenta, que apareció al lado del entierro No. 54, e igualmente se dice de otras cuentas de cuarzo al lado del entierro No. 63.
Orejeras
Dos de esas, hechas de resina vegetal, se encontraron en el entierro No. 94. Otras dos, esas hechas de cuarcita, aparecieron situadas en las zonas del cráneo donde debieron ser usadas, del esqueleto No. 99
Izquierda, orejeras de resina del individuo No. 94. Derecha,
orejeras de cuarcita del individuo No. 99. El Chorro
de Maíta.
Las de resina son cilíndricas y miden 13.5 y 12.0 mm. de largo, y 6.10 y 6.15 mm. de diámetros. Todas presentan una muesca alrededor de uno de sus extremos. Son de color marrón, con interior transparente y cristalino, y superficies craqueladas. Las de cuarcita tienen forma de carretel y resultan muy similares a las cuentas comunes hechas de ese material aunque su parte central es más estrecha. Miden 12.1 y 13 mm. de diámetro respectivamente, y 13.7 y 15.6 mm. de alto.
Tela
Según Guarch Delmonte, en la mandíbula y en el interior de la boca del entierro No. 57, (la Gran Dama Enjoyada), se hallaron dos fragmentos de tela. El arqueólogo dio la posibilidad de que fueran de una misma pieza situada en la parte superior del cuello a modo de pañuelo y la describió así: “tela de algodón de color blanco amarillento de un tejido sencillo; uno de los fragmentos muestra una costura hecha con hilo mucho más grueso y burdo, hecho el hilo de dos cabos torcidos con poca tensión, lo que puede indicar su confección manual rústica”.
Restos de tela aparecido sobre el individuo No. 57, de .41.9 mm de largo. El Chorro de Maíta.
La Tabla de control de los caracteres osteométricos hecha por Rodríguez Arce, además de ese textil, refiere otro encontrado al lado del entierro No. 72. Asimismo Valcárcel Rojas y Rodríguez Arce (2005) mencionan un tercer fragmento de textil encontrado en el entierro No. 47. Sin embargo en la colección conservada en el Departamento Centro Oriental de Arqueología nada más se encuentran los fragmentos de tela del entierro No. 57 (Imagen que se ve en la anterior fotografía). Todo el textil presenta gránulos de lo que parece ser un sedimento de color negro.
Hueso marcado
Aún cuando no se colocó sobre el cuerpo hay una pieza que, según Guarch Delmonte, parece haber sido ubicada de modo intencional  entre el lado izquierdo del tórax y la articulación del codo izquierdo del entierro No. 31, un adulto masculino. Dicha pieza consiste en un fragmento de fémur de un individuo subadulto, con tres muescas consecutivas, muy parecidas entre sí en forma y tamaño, separadas por espacios regulares. Al parecer las dichas muescas o cortes fueron hechas post mórten. Lamentablemente el hueso no ha podido ser localizado entre las piezas de la colección.
Pendientes y cuentas de metal
Los objetos de metal encontrados en El Chorro de Maíta forman dos grupos; uno de tipos varios con evidente presencia de oro, y el otro consistente en piezas de estructura tubular, muy afectadas por la corrosión.
El primer grupo nada más se encontró en el entierro No. 57 (esos son las principales joyas de la Gran Dama). Se trata de 4 láminas para usar como pendientes o aretes, una figura en forma de cabeza de pájaro, un cascabel, una cuenta esférica hueca y dos cuentas cilíndricas de metal.
 
Los pendientes o aretes fueron hechos de láminas de metal con forma trapezoidal y tienen una perforación en un extremo. Uno de ellos tiene base bilobulada. En todos se observa una línea repujada que circunda las zonas de los bordes y el agujero para colgar. El peso promedio es de 0.2 gramos, el largo oscila entre 13 y 18 mm., y el ancho de las bases entre 15 y 19 mm., con un grueso de 0.1 mm. el color de todos es dorado rojizo, aunque uno de ellos es más oscuro en una de sus caras.
El cascabel es hueco, mide 12.4 mm., de largo y tiene forma alargada, algo aperada, de extremo inferior acuminado y con una escotadura longitudinal. En la parte superior muestra una argolla.
Las cuentas cilíndricas, elaboradas en oro según Guarch Delmonte, tienen alrededor de 2 mm., de diámetro, un agujero de 0.7 mm., y un alto de 0.81 mm., y 0.83 mm., respectivamente, con un peso promedio de 0.04 gramos.
La cabeza de ave mide 22.2 mm., de largo, y el grueso de la lámina con que fue hecha es de unos 0.1 mm. Fue descrita por Guarch Delmonte en 1988 de la siguiente manera: “ (…) la pieza es muy elaborada; en el tope de la cabeza se advierte un tocado consistente en arcos, situados en tres filas paralelas de delante atrás con tres anillos cada una. Los ojos están logrados mediante dos hilos de oro yuxtapuestos que en cada uno forman un semicírculo, continuándose sobre la frente como diadema; el iris de cada ojo se resuelve mediante una pequeña semiesfera. El pico es trapezoidal en el plano horizontal, muy deprimido, de punta truncada, con dos perforaciones en el extremo y dos líneas incisas en ambos lados que independizan el pico superior del inferior. En la parte superior e inferior del cuello se aprecian sendas gargantillas constituidas por dos hilos de oro paralelos entre los cuales se advierten un apretado entorchado también de dos hilos; ambos resaltos cruzan de lado a lado del cuello por la parte delantera y laterales, por detrás la cara es plana, mostrando una perforación rectangular que ocupa casi todo el espacio, dejando solamente un marco en rededor. La base de la pieza es semicircular y, como ya se ha expresado, hueca”.
Según Guarch Delmonte, al momento de su hallazgo la cuenta esférica, “tenía soldado en uno de sus extremos, un delgado tubito de 5 mm. de longitud, muy fino, el que se deshizo al ser extraída la pieza; por el lado contrario se advierte el inicio de lo que debió ser un apéndice similar, destruido con anterioridad. La esfera tiene un diámetro de 3 mm. y con el microscopio, se observa en sus interior un fragmento de hilo”. En su opinión fue elaborada en oro bajo. De esa dicha pieza solamente existe un dibujo. Lo que de ella se conserva son fragmentos de las varias partes en que se quebró.
A solicitud de Guarch Delmonte, algunas de estas piezas fueron analizadas en el Centro Nacional de Conservación y Restauración de Monumentos (CENCREM), en La Habana, usando un microscopio electrónico de barrido. Hoy se dispone de los resultados de composición de seis de ellas, (incluyéndose entre ellas uno los pendientes laminares. Lamentablemente en la información no se aclara cuál de ellos fue el analizado). Esa información dice que las láminas de los pendientes y el cascabel muestran presencia dominante de oro y cobre, con cierta cantidad de plata y niveles muy bajos de silicio. Por su parte la pieza con forma de ave fue hecha de una aleación de oro, cobre y plata.
Dijo Guarch Delmonte refiriéndose a la cabeza de ave, que esa puede representar al ente mítico de los indígenas de La Española, Inriri Cahubabayael, sin embargo, dice que su tipo no es propio de los objetos hechos en las Antillas y sí muy similar a la de la orfebrería centroamericana y colombiana. En el caso del cascabel, le encuentra semejanza con los que se fabricaban en zonas de Centroamérica. Asimismo descarta el carácter antillano para la cuenta esférica y si bien no valora el origen de los pendientes laminares, aclara su conexión estilística con los materiales antillanos.
Al hacer hipótesis de cómo llegaron esos objetos al Cerro de Yaguajay, Guarch no excluye la posibilidad de que los hayan llevado hasta allí en algún tiempo anterior a la llegada de Colón, pero sobre todo se inclina a creer que los llevó hasta allí o los fabricó en el lugar algún aborigen cazado por los españoles en Centroamérica. (Guarch Delmonte. Notas manuscritas en 1996).
Objetos tubulares de metal
En Chorro de Maíta aparecieron 38 tubos de metal hechos de una fina lámina de metal enrollada sobre sí misma. Según Guarch Delmonte esos tubos tenían un hilo de algodón en su interior y eran, supuso parte de adornos corporales.
En los fondos del Departamento Centro Oriental de Arqueología nada más se conservan 25 de esas piezas, de ellas cinco son tubos completos, y el resto, fragmentos.
 
En muchos de ellos es imposible ver su forma porque están cubiertos por una capa de sedimento calizo; en otros casos se distinguen zonas con intensa corrosión. Los cinco tubos mayores reportan, excluyendo el sedimento, dimensiones que oscilan entre 28.9 y 25.3 mm. de largo, 3.9 y 2.9 mm. de diámetro en su parte más ancha, y 1.7 y 1.2 mm. de diámetro en su parte más estrecha. El grosor de las láminas con que fueron hechos es de aproximadamente 0.3 mm.
La ubicación de estos materiales dentro del cementerio resulta complicada. En 1996 Guarch Delmonte dijo que se encontraron al lado de 15 entierros, sin embargo otros de los expertos que participaron en el descubrimiento, incluyendo al mismo Guarch, y también al consultar los datos del trabajo de excavación y el registro del material obtenido (Guarch Delmonte et al. 1987; Rodríguez Arce 1992b; Guarch Rodríguez 1987), dice que los tales tubos aparecieron relacionados con, al menos, 17 entierros, que fueron los No. 13, 19, 24, 25, 27, 29, 31, 38, 39, 45, 57, 62, 69, 84, 92, 98 y 101. De otros tubos se desconoce el entierro donde se hallaron, incluso, algunos fueron encontrados durante el proceso de cernido de la tierra, sin vínculo con un entierro en particular.
Los tubos que se conservan están identificados como provenientes de los entierros No. 25, 57, 69, 84, 94 y 101. En ninguna de las fuentes consultadas se mencionan tubos relacionándose con el entierro No. 94, por lo que la identificación de varios fragmentos en este entierro no es confiable.
Según la documentación antes mencionada los tubos aparecieron, básicamente sobre el tórax y el cuello de los esqueletos. En la mayoría de los casos se localizó sólo un tubo; pero en los entierros No. 45 y 69 se hallaron tres en cada uno y cuatro en el No. 27.
En el entierro No. 25 aparecieron varios tubos unidos a un disco confeccionado de varias capas de cobre. El dicho disco estaba envuelto en una tela de algodón. Guarch llamó al disco: “medallón” y la consideró un ornamento colocado bajo la rodilla.
Pieza de textil y metal hallada en el entierro No. 25. Izquierda, objeto en su estado actual; derecha, radiografía de la pieza. El Chorro de Maíta.
El medallón de cobre está expuesto en el Museo El Chorro de Maíta
Esa pieza es descrita como sigue: “El llamado medallón consiste en un disco de 36.5 mm. de diámetro y un grueso de 8 mm., confeccionado con una tela de algodón que envuelve con 4 capas un disco de cobre. Los bordes de la tela fueron llevados hacia el envés y cosidos allí con una puntada conocida en la actualidad como “zancaraña”; los hilos de la tela son de 0.8 mm. de diámetro, torcidos con poca tensión; el tejido es sencillo. Tanto la hilatura como el tejido indican su confección a mano. Del extremo inferior del disco penden cuatro canutillos unidos al mismo por un hilo que los cose a la tela y que, pasando por el interior del tubito, es rematado en su parte inferior por un nudo; esta sujeción permitió que las piezas tuvieran cierto movimiento, lo que debió ocasionar que al entrechocar, sonaran” (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987).
El textil que cubre el adorno del entierro No. 25 es de color verde, y de ese mismo color son los tubos adheridos a él. Este detalle pudo dar base a la identificación de cobre en el caso del núcleo de metal envuelto en tela. No tenemos información sobre un estudio de composición de esta parte. El hueso del esqueleto al que estaba unida la pieza quedó manchado de verde, y de ese mismo color se pintaron los otros esqueletos donde había tubos. Por esta razón al momento de la excavación se consideró que el material metálico podía ser cobre o guanín (Guarch Delmonte et al. 1987).

El cementerio encontrado en El Chorro de Maíta, en las inmediaciones de la famosa Playa Guardalavaca, en Holguín, Cuba



Excluyendo al individuo intrusivo (No. 36) y también al considerado europoide, se estimó que el resto de los esqueletos pertenecieron a individuos que en vida pertenecían a la raza mongoloide americana (Guarch Delmonte 1988:163; Rodríguez Arce et al. 1995). Además de los análisis que pudieron generar esta opinión, la idea se sustentaba en la presencia de rasgos comunes en muchas comunidades de este origen en Las Antillas: fuertes niveles de desgaste dental (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:36) una estatura marcadamente baja (Rodríguez Arce 2003:87) y la presencia de deformación craneana, común en los patrones estéticos de los aborígenes de las Antillas.
Precisamente esos rasgos comunes, sobre todo la última mencionada (deformación craneana), fue lo que llevó a los arqueólogos a considerar atípico el cráneo sin el resto del esqueleto y sin deformación que fue nombrado por sus descubridores como No. 22.  

Cementerio de El Chorro de Maíta. Cráneo del individuo No. 22 al momento de la excavación. Archivos del Departamento Centro Oriental de Arqueología, Holguín, Cuba.
Un análisis preliminar de los caracteres de los huesos de la pirámide facial de ese cráneo estableció diferencias respecto a los rasgos mongoloides y dio la idea a sus descubridores que se trataba de un individuo de  probable origen europoide (Guarch Delmonte, Rodríguez Arce y Pedroso 1987:31).
Posteriormente ese dicho cráneo se comparó con otros de individuos europeos y con otra de cráneos de indígenas pertenecientes a grupos agroalfareros cubanos. El análisis confirmó en un 95 por ciento la opinión de que se trataba de un europeo. Además esos mismos estudios arrojaron que se trataba de un varón que al morir debió tener una edad entre 18 y 20 años (Rivero de la Calle et al. 1989).
Como mismo el cráneo del No. 22, otros encontrados en El Chorro de Maíta no presentaban deformación craneana, entre ellos el de los restos No. 45 (Guarch Delmonte 1996). César Rodríguez Arce realizó estudios a esos restos y determinó que se trataba de un adulto mestizo de origen indígena (comunicación personal 2003).

 
Sexo y edad de los restos óseos encontrado en El Chorro de Maíta
Para identificar el sexo y edad de los 106 individuos estimados indígenas, Rodríguez Arce analizó variados elementos anatómicos, en dependencia del estado de conservación de los restos.
A partir de esos estudios distinguió 26 subadultos (de 0 a 20 años). De esos 26 solamente pudo precisar el sexo del entierro No. 57 (La Gran Dama Enjoyada), una adolescente femenina.
Resultó curioso comprobar que entre esos 26 subadultos, 13 eran menores de 5 años.
El resto de los esqueletos (80 en total) pertenecían a individuos que a la hora de morir tenían más de 20 años. De ellos, 43 eran mujeres y  36 hombres, lo que significa que eran más las mujeres que se enterraban en el lugar que los hombres. A uno de esos individuos adultos no se le pudo identificar el sexo.
La mayoría de los restos encontrados en El Chorro de Maíta eran individuos que al morir tenían más de 50 años: 20 en total. Le sigue en cantidad jóvenes entre 20 y 25 años. Curiosamente ninguno de los entierros del lugar tenía al morir entre 40 y 50 años.
Estatura
La estimación de la estatura de los que fueron enterrados en El Chorro de Maíta la hizo Rodríguez Arce (2003) a partir de un estudio osteométrico de los huesos largos; para ello usó 39 individuos femeninos y 30 masculinos.
La estatura media para las mujeres alcanzó un promedio de 147.6 cm, con un rango de 134.7 cm. la más baja y 156.1 cm. la más alta. Por su parte la estatura media de los hombres fue de 158.6 cm. El más bajo medía 150.8 cm. y el más alto 172.3 cm. Aún cuando estas tallas parezcan pequeñas, según Rodríguez Arce, están dentro de los rangos normales para las poblaciones indígenas de América del Sur.
A pesar de ello, el experto se sorprendió de la existencia de mujeres muy bajitas, entre ellas una que solo alcanzó 134.7 cm., lo que está muy próximo a los límites de la calificación de enano. 

No. 25, el Gigante de El Chorro de Maíta
Singular también fue el hombre que se conoce como entierro No. 25, con una estatura de 172.3 cm., lo que le permitió que los arqueólogos le llamaran el gigante.

Banes fue el lugar de Cuba donde mayor cantidad de aborigenes vivían a la llegada de los colonizadores



 
El sitio arqueológico El Chorro de Maíta se ubica en el nororiente de Cuba, en el Cerro de Yaguajay que es una altura situada en el centro de una zona rural históricamente conocida con el mismo nombre, parte del actual municipio Banes, provincia de Holguín.
Espacios relacionados con la conquista y colonización, próximos a Yaguajay y a El Chorro de Maíta.
Cristóbal Colón arribó por primera vez a Cuba por la bahía de Bariay, a unos 20 kilómetros al oeste de El Chorro de Maíta. Tras el arribo del conquistador de Cuba, Diego Velázquez, el lugar donde apareció el cementerio y todos las otras áreas circundantes pudieron ser los lugares donde actuó el grupo conquistador dirigido por Francisco de Morales, durante su violenta campaña en la provincia india de Maniabón. Precisamente la existencia allí de un extenso grupo de elevaciones denominado Lomas de Maniabón es el que se usa para inferir que fue allí donde estaba la dicha provincia india.
A unos 57 kilómetros al suroeste de El Chorro de Maíta, a partir de 1520, tuvo tierras y seguramente que también tuvo indios encomendados, un vecino de Bayamo nombrado García Holguín. Esas tierras, se cree (aunque se discute la fecha), para 1545 se convirtieron en un hato o hacienda ganadero. En 1720 se fomentó un pueblo donde estuvo el centro del hato de García Holguín y en 1752 ese dicho pueblo se convirtió oficialmente en ciudad: San Isidoro de Holguín. Desde entonces Banes y Yaguajay quedaron bajo su jurisdicción.
Según datos históricos, hacia 1740 Yaguajay era un corral dedicado a la cría de cerdos (Bacallao 2009:297), sin embargo en documentos que se conservan en el Archivo Nacional de Cuba, Fondo Gobierno Superior, legajo 630, No. 19886, del año 1814 se le consideraba tierras realengas, es decir un espacio propiedad de la corona española. Esto sugiere que, quizás, su uso agrícola-ganadero fue corto y poco importante y luego dejado de usar.
Aparentemente la zona permaneció deshabitada o con un uso muy limitado hasta 1846, cuando se menciona su carácter de paraje ganadero (Novoa Betancourt 2008:82). También las tierras cercanas demoraron en ser colonizadas; Samá, Retrete e incluso Banes no se adjudicaron a terratenientes hasta la segunda mitad del siglo XVIII (Novoa Betancourt 2008:39-40).
En el Censo General de 1943 Yaguajay es registrado como un barrio del municipio Banes (Censo 1943), limitando al este por la Bahía de Samá, al oeste por la Bahía de Naranjo y al sur por la elevación conocida como Pan de Samá.
Precisamente esa tardía colonización fue la que hizo creer que por siglos la zona estuvo distante de los españoles, quienes crearon en el sur dos principales villas, Santiago y Bayamo.
Una pregunta que siempre ha rondado esa geografía es la siguiente: ¿por qué no se asentaron los españoles en el lugar de Oriente que más aborígenes vivían? Y que era esa la zona donde más aborígenes vivían se pasa a demostrar seguidamente:

Lugares de la zona de Yaguajay y del área arqueológica de Banes donde se han encontrado sitios o lugares donde vivieron aborígenes agricultores ceramistas.
La llamada Área Arqueológica de Banes comprende la mayor parte del actual municipio Banes y el municipio Antilla, sobre un territorio que se proyecta hacia el océano Atlántico, limitado por una línea imaginaria que va de la Bahía de Naranjo en el norte, a la desembocadura del Río Tacajó en la Bahía de Nipe, al sur. Es esa área la que en Cuba concentra la mayor cantidad de sitios de habitación de agricultores-ceramistas (más de 70).
Los restos aborígenes más antiguos encontrados en la zona fueron los de Aguas Gordas, fechados en el año 1000 después de Cristo. Le siguen cronológicamente los del Potrero de El Mango, fechado en el año 1014 aproximadamente. Asimismo los fechados radiocarbónicos  hechos a los sitios de Banes determinaron que estos aún estaban vigentes en los siglos XV y XVI, en tiempos en que ya se había producido la colonización europea.
Los asentamientos aborígenes encontrados por la arqueología en el área de Banes, diferente a los que han aparecido en el sur oriental y semejante a los aparecidos en gran parte del resto de la Isla, están en la cima de elevaciones y a cierta distancia del mar, esto último a pesar de que muchos sus alimentos tienen componente marino significativo (Valcárcel Rojas 2002:43-51).
Asimismo hay indicios de que la población creció mucho en los sitios más antiguos y que desde esos se desplazaron grupos que se asentaron en lugares cercanos, dando nacimiento a otros con muchas semejanzas a los pueblos padres. Los sitios más antiguos (de los que se desprendieron los otros), siempre son los de mayor tamaño. Esos, se puede demostrar, se mantuvieron en uso durante siglos y en ellos se concentran materiales de carácter ceremonial y suntuario. Tal detalle se interpreta como expresión de una creciente complejidad social y liderazgo territorial, en clara consolidación durante el siglo XV después de Cristo. (Valcárcel Rojas 1999; 2002:93-96).
En la zona de Banes (que muy comúnmente se le llama la capital arqueológica de Cuba), se reconocen tres grandes agrupaciones de sitios, delimitadas aparentemente por accidentes geográficos: una en el lado Este (Banes), otra en la zona Samá-Río Seco, en la parte Centro Norte, y en el extremo Noroeste la de Yaguajay (obsérvese el mapa siguiente).
Distribución de sitios arqueológicos en la zona de Yaguajay.
Las 25 locaciones arqueológicas de agricultores ceramistas y las 17 de agricultores arcaicos que se han encontrado en Yaguajay se ubican entre la costa y las laderas Este y Norte del Cerro de Yaguajay, en un área de unos 50 km². Tal cantidad de sitios de habitación aborigen hace a Yaguajay la de mayor densidad en toda el Área Arqueológica de Banes.
De todos esos sitios, los que se supone que fueron sitios habitacionales o “pueblos” de alta cantidad de población y de largo tiempo de uso están en la cima de las elevaciones y donde el terreno es fértil. De todos ellos, Chorro de Maíta es el que está en lugar más elevado.   
Entre los “pueblos” y el litoral, se han encontrado paraderos o campamentos. Por su parte en las orillas del mar nada más aparecen unos muy pocos asentamientos poblacionales de poca cantidad de individuos y paraderos en los que, al parecer, los aborigenes estaban por poco tiempo, posiblemente mientras pescaban.
Los principales sitios de habitación cercanos a la costa que se han encontrado son el del Cementerio de Guardalavaca y el de Punta de Pulpo; ambos especializados en la explotación marina. Los expertos consideran que, quizás, esos dos “pueblos” en la costa garantizaban el control de esa área tan rica en recursos marinos y asimismo la salida al mar de los grupos agricultores ceramistas que vivían en zonas interiores. Cerca se encontraron vestigios de grupos de pescadores-recolectores, y ello se ha considerado un indicio de lo temprano de la ocupación del lugar, seguramente que por el interés por aprovechar sus recursos naturales (Valcárcel Rojas 2002:37).
En once de las cuevas ubicadas en las alturas y también en las de las llanuras costeras han aparecido elementos arqueológicos, pero solamente en seis de ellas hay indicios de uso funerario. Esas se sitúan, mayormente, cerca de los sitios de habitación.
Al carecer las cuevas funerarias de características particulares, parece que su selección para esos usos se debe al factor distancia.
Por demás, al ser la cantidad de cuevas funerarias menor al número de sitios de habitación, es muy probable que algunas fueran empleadas por más de un asentamiento.






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