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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

20 de febrero de 2017

Dr. Felipe Martínez Arango en la Loma de Los Mates, Báguano, Holguín



Por: Iván Rodríguez López
Aproximarse a la personalidad del doctor Felipe Martínez Arango y a sus aportes a la ciencia arqueológica en la región que conforma la actual provincia de Holguín es una empresa difícil sobre todo por lo poco a mano que están sus textos en ese campo. Sin embargo y después de salvar muchos obstáculos, hemos hecho una revisión minuciosa de las fuentes que han estado a mano para reconstruir su huella en la arqueología holguinera. Particularmente, nos concentraremos, aunque no de manera exclusiva, en las labores dirigidas por él en el sitio de la Loma de Los Mates y sus áreas aledañas a principios de la década de 1950, por ser esas labores de las que más trascendieron, y fue así por las razones que se advertirán más adelante. Asimismo hablaremos todo lo que averiguamos sobre la labor de Martínez Arango para formar el Museo de Arqueología de la Universidad de Oriente.


Antecedentes de la labor científica de Martínez Arango

Felipe Martínez Arango nació en la ciudad de Santiago de Cuba el 29 de enero de 1909. Estudió Filosofía y Letras y en 1934 también se doctoró en Derecho por la Universidad de La Habana. En 1947 fue fundador de la Universidad de Oriente y defensor de su oficialización y autonomía, lo que ocurrió cuatro años más tarde.
Para mediados del siglo XX Martínez Arango era uno de los intelectuales santiagueros con más prestigio y reconocimiento en la provincia de Oriente, y así quedó resaltado en nota de 1949 en la revista local “Acción Ciudadana” publicada con motivo de su elección como miembro correspondiente de la Academia de la Historia de Cuba. En ese texto, entre otros méritos, se consigna su destacado trabajo en la Sección de Historia de la Sociedad de Geografía e Historia de Oriente (de la que fue su secretario), su participación por Santiago de Cuba como delegado de la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, y en sus trabajos como fundador de la Comisión Pro Monumentos, Edificios y lugares históricos y artísticos de su ciudad natal. (Acción Ciudadana 104, 1949:5).
En el campo de los estudios históricos no pueden dejar de mencionarse dos de las obras más destacadas de Martínez Arango:  Próceres de Santiago de Cuba (1946), en la que pone en relieve la preeminencia patriótica de más de un centenar de santiagueros en la historia nacional; y Cronología Crítica de la Guerra Hispano-Cubano-Americana (1950), donde por primera vez restituye la verdad histórica de la guerra de 1895: “la guerra de Independencia, [fue] ganada con la sangre de nuestros mambises, por la estrategia del general cubano Calixto García Iñiguez” (Portuondo en: Martínez Arango, 1969:22)
Su inclinación por la arqueología nació de la participación en las excursiones del Grupo Humboldt, fundado en 1940 como sección de la Sociedad de Geografía e Historia de Oriente. Esta, además del  obvio interés por la geografía y la historia, se desenvolvía en otras áreas investigativas, entre ellas la zoología, la botánica, la paleontología, etc. (Martínez Arango, 1950:4).
Entre las excursiones desarrolladas en el Oriente de Cuba por el Grupo Humboldt hasta 1947 destacan las siguientes: Pinares de Mayarí, dentro de un estudio general de la Sierra de Nipe; el puente natural de Bitirí, con la consiguiente descripción fisiográfica del lugar; y el barrio de Tacámara, donde investigaron una serie de fallas y deslizamientos reportados en varias fincas (Martínez Arango, 1950:80-90).
Además, como director de su Departamento de Relaciones Culturales de la Universidad de Oriente, (luego de Extensión Cultural), el Dr. Martínez Arango creó la Sección de Investigaciones Históricas y Arqueológicas. Ese Departamento abrió su Escuela de Verano en la que destacados profesores del país, encabezados por él impartieron cursos de Arqueología, Antropología e Historia. Es precisamente en esa mencionada Escuela de Verano donde Martínez Arango introduce los estudios arqueológicos aborígenes y también los arqueológicos coloniales, estos últimos dirigidos por el doctor Francisco Prats Puig (Sosa Massop, 2008:28-29).
 
Camino de la Loma de Los Mates

Loma de Los Mate
Se trata de un sitio de habitación de primera magnitud en tierra adentro, distante a unos 21 kilómetros del mar (al este de bahía de Corojal, en Nipe). Al momento de alcanzar notoriedad el lugar se hallaba dentro de los límites del barrio de Alcalá, en la finca La Ofelia, propiedad de la señora Zoila Ochoa.
Siguiendo informaciones obtenidas del censo de Irving Rouse (1942), sospechamos que el sitio ya era conocido por los holguineros Eduardo García Feria y su hijo José A. García Castañeda. (Irving Rouse visitó la espelunca o cueva enclavada en el lugar junto al museólogo holguinero en 1941, y así igualmente la colección de García Castañeda atesoraba un ídolo de piedra con cabeza de perro procedente de esa misma cueva, que le había sido donado a su padre por un lugareño en las décadas iniciales del siglo xx) (Rodríguez López, 2015:41).
Posteriormente y antes de la investigación de Martínez Arango llegan noticias de la Cueva a Báguano, entonces  el grupo de Boy scouts de ese batey azucarero dirigidos por Severo de la Fuente (padre) e integrado por Antonio Hidalgo, Manuel (Lilo) Magdalena y René Bellido, entre otros, fueron al lugar y en la ladera oeste de la loma donde está la cueva descubrieron una piedra trapezoidal de considerables dimensiones cubierta de petroglifos. En esa ocasión Severo de la Fuente denominó el lugar con el nombre de Máguana, creyendo que allí residió el cacicazgo de igual nombre. Ese dicho nombre probablemente procede del mito popular que habla de un tal cacique llamado Báguano quien ante la presencia de los colonizadores se inmoló en defensa de su pueblo y su gente. Pero hasta ahora no hay ninguna otra información sobre ese cacique; los historiadores creen que el mito solamente es la extrapolación de la historia del caudillo quisqueyano Caonabó, gobernante de Maguana.
Tras el hallazgo de la piedra trapezoidal, Severo de la Fuente y Antonio Hidalgo se comunicaron con el secretario general de la Universidad de Oriente, el doctor Ernesto Pujals Fernández, quien a su vez le informó al doctor Felipe Martínez Arango.
Posteriormente los arqueólogos aficionados de Báguano donaron a la Universidad varios de los objetos encontrados en su excursión a la cueva, entre los que se incluye el valioso petroglifo. Vista la pieza magnifica, el Dr. Martínez Arango pospuso temporalmente los trabajos que estaba haciendo en Damajayabo (que poco después, cuando los continuó, le trajeron gran reconocimiento porque pudo constatar por primera vez una superposición de restos de dos grupos indígenas de diferente desarrollo) y pospuso también los trabajos que hacía en las Ventas de Casanova, y con urgencia viajó a Báguano para comprobar personalmente la importancia del asentamiento aborigen en la Loma del Mate.
En ese primer contacto los exploradores baguanenses informaron al profesor de la Universidad santiaguera sobre la ubicación y características del sitio arqueológico y también le informaron de una pequeña cueva ubicada en el mismo lugar. Más tarde, cuando Martínez Arango comenzó excavaciones en el lugar, Severo de la Fuente convenció a las autoridades administrativas de los centrales Báguano y Tacajó para que le ofrecieran atenciones y grande colaboración. (Martínez y Castellanos, 1978: 1-2). 
            
Martínez Arango en la Loma de Los Mates
Idolo aborigen encontrado en la Loma de Los Mates
Las primeras excavaciones en el sitio hechas por la Sección de Investigaciones Históricas y Arqueológicas de la Universidad de Oriente se desarrollaron en tres etapas de una semana de duración cada una: la primera en marzo de 1953; la segunda pocos meses después y la tercera en abril de 1954. La exploración inicial y las dos primeras excavaciones estuvieron dirigidas por el doctor Felipe Martínez Arango, y en ellas participaron la doctora norteamericana Muriel Noé Porter[1] y los doctores Aurelio Ruiz Lafont y Francisco Prats Puig; como paleadores auxiliares intervinieron los hijos de don Amalio Calzadilla y Pedro San Martín, vecinos del caserío de Madamas (Martínez y Castellanos, 1978: 1).
El equipo de arqueólogos también visitó la vecina Loma de Salazar, propiedad del vecino de San Gerónimo, don Amador Ochoa, bajo la guía del campesino Pedro San Martín. En este segundo lugar el equipo realizó algunas exploraciones y calas de prospección que no fueron muy satisfactorias (Martínez y Castellanos, 1978: 3). En 1984 a propuesta de Milton Pino el sitio se bautiza como Salazar I, para diferenciarlo de otro yacimiento descubierto a 350 metros al noroeste en la misma elevación, que se nombró Salazar II (Departamento Centro Oriental de Arqueología, 1984)[2].
Los resultados de las investigaciones en la Loma de los Mates fueron resumidos en las monografías de Martínez Arango: “La Cerámica Aborigen de la Loma de Los Mates” (1978) y “El poblado aborigen de la Loma de Los Mates” (1979), ambos inéditos;  el último definitivamente perdido. Del primero en este texto, por primera vez, se presenta un resumen en el que se pormenorizan los resultados generales obtenidos durante las excavaciones.

Resumen del reporte de excavación de la Loma del Mate
El área arqueológica fue promediada en un tamaño de 250 por 100 metros, y estuvo conformada por una veintena de montículos-basureros visibles. En general se excavaron 16 trincheras estratigráficas grandes (cortes de 8 metros de largo con cuatro secciones de 2 por 1,50 metros cada una, aunque no fue necesario cavar en todos para obtener los resultados perseguidos), asimismo se hicieron media docena de calas de prospección, por lo general siguiendo niveles convencionales de 0,25 metros.
En algunas de las trincheras cavadas los restos aborígenes aparecieron a 1,50 metros de profundidad, pero en la mayoría se consiguieron al escarbar un metro de profundidad.
En la mayoría de ellas se hallaron grandes capas de cenizas y algunas de marga caliza sobrepuestas deliberadamente, así como piedras aplanadas que formaban un pequeño piso (Martínez y Castellanos, 1978:3-4).
Los artefactos exhumados fueron cuantiosos y de diversa naturaleza. Entre los objetos hechos de concha encontrados fueron los de más cantidad los raspadores de concha, en su mayoría de la especie bivalva Codakia orbicularis; pero también se hallaron picos de mano de Strombus sp. y otros fragmentos de este gasterópodo; una espátula; un excelente botuto de Charonia tritonis nobilis; una gubia y posibles fragmentos de otras tres; una serie de colgantes grandes de nácar; un pectoral grande fracturado; cuentas de collar de diverso tamaño; la dentadura de un ídolo sin terminar; y conchas de Polymita sp., Ligus sp., Murex, Pleurodontes, etc. (Martínez y Castellanos, 1978:5)
De los objetos de piedra descubiertos destacan hachas petaloides bien pulimentadas, varias de ellas enteras y muchas fragmentadas, algunas en proceso de elaboración; manos de morteros (majadores), morteros, martillos, percutores, cuentas de collar, sumergidores de redes; pulidores; limas de coral; hematitas (piedra utilizada como colorante); alisadores y abundantes núcleos y lascas de sílex utilizadas como cuchillos, punzones y raspadores laterales, y en menor cuantía se encontraron retoques o entalladuras y desechos industriales. Por último, y no menos importante, encontraron una cabeza de cemí tallada en cuarcita con adorno en forma de tiara, que mostraba la dentadura pero no tenía labios (Martínez y Castellanos, 1978:5-6).
Hechos en hueso se encontraron espátulas, punzones y serradores dentados de espina de levisa; grandes cuentas de collar hechos de vértebras de pescado; un colgante falimorfo grande con perforación bicónica en un extremo, labrada en una costilla de manatí, y finalmente, una singular figura antropozoomorfa (que representa un hombre-murciélago) con ojos perforados, hecha con maestría del pectoral de un quelonio fluvial (Martínez y Castellanos, 1978:6).
Tres fueron los únicos objetos metálicos de origen europeo que se encontraron estaban en íntimo contacto con los objetos aborígenes. Fueron esas una lámina rectangular de hierro (5,5 x 3 centímetros) encontrada entre los 0,75 a 1,00 metro de profundidad; una especie de ástil de hierro de unos 35 centímetros de largo y un centímetro de diámetro en su parte más gruesa, sensiblemente dañada por la oxidación, encontrada casi a flor de tierra, exactamente entre los 0,00 y 0,25 metros; y un broche o cierre metálico rectangular (8,6 x 3 centímetros) con bello decorado, probablemente de cobre y según estimaciones de Prats Puig, de manufactura no posterior al siglo XVI, también hallada a la misma profundidad que el objeto anteriormente descrito. (Martínez y Castellanos, 1978:6; Castellanos Castellanos, 1991:254-255).
Grande fueron los fragmentos de cerámica encontrados: más de 20 mil, de ellos 949 con decoración, 3 469 con bordes y 13 787 sin borde o decoración, así también 261 fragmentos de burén. Además se exhumaron varias vasijas casi enteras y muchas otras resultaron restaurables (esta labor fue realizada por los doctores Porter, Prats y Martínez). El material o pasta con que está hecha esta cerámica es por lo general homogénea y fina, la porosidad baja y poco frecuente; (se excluyen los burenes que, salvo raras excepciones, presentaron una pasta granulosa y poco coherente con desgrasantes grandes e irregulares). La técnica alfarera usada en la confección de esas piezas fue el acordonado, a excepción de algunas microvasijas modeladas a mano (Martínez y Castellanos, 1978:7-8).
El estudio de la estratigrafía indicó que la comunidad originaria enclavada en el lugar se asentó avanzada la segunda mitad del siglo XV y continuó en el lugar por alrededor de un siglo, se comprobó además que los aborígenes residentes en el lugar no entraron en contacto directo con los conquistadores españoles hasta inicios del siglo XVI.
Posteriormente el sitio fue estudiado por otros investigadores, destacando entre ellas las siguientes: Ernesto Tabío (1965), acompañado por el grupo de aficionados a la arqueología de Mayarí (quienes ya habían sondeado el lugar en 1962), estos realizaron algunas calas e identifican tres áreas aplanadas rectangulares que consideraron viviendas aborígenes; Jorge Febles (1976) realiza excavaciones controladas; luego también Milton Pino y Nilecta Castellanos (1984). A mediados de la década de 1980 el grupo de aficionados a la espeloarqueología de Báguano, Araai, excavaron el derrumbe de la cueva y descubrieron una nueva galería (Rodríguez López, 2015).

El Museo de Arqueología e Historia de la Universidad de Oriente
Como resultado de las excavaciones realizadas en toda la provincia de Oriente por profesores y estudiantes de la Sección de Investigaciones Históricas y Arqueológicas del Departamento de Extensión Cultural Universitaria, se obtuvo numerosa cantidad de artefactos que permitió la fundación del Museo de Arqueología e Historia el 19 de junio de 1953.
Este museo alcanzó muy pronto reconocimiento nacional por la calidad de sus piezas y por el empleo de novedosas técnicas museográficas que estaban muy a la par de otras instituciones similares en el continente (Sosa Massop, 2008:31-32). Después de 1959 adquiere por un tiempo el nombre de Museo de Arqueología Prehispánica de Cuba pero hoy se le distingue sencillamente como Museo de Arqueología de la Universidad de Oriente.
Entre los fondos del museo se puede encontrar material de los sitios excavados por Martínez Arango en Holguín (Cayo Bariay; Cementerio de Guardalavaca; El Pesquero; Mejías; Loma del Cementerio en Barajagua; Loma El Catuco; El Porvenir; Punta de Pulpo; La Ensenada en Guardalavaca, Loma de Los Mates y Loma de Salazar I) y de sitios excavados por el mismo arqueólogo en Las Tunas hasta 1982 (Pedrera I y II; San Juan I y II; Loma del Aite; Majibacoa, Los Guayos) (Martínez Arango, 1982; ICAN 2013).
Interesante resulta que a medida que se avanzaba en las excavaciones en Los Mates, el museo exhibió una pequeña exposición con fotografías de los trabajos que se estaban realizando en ese sitio y asimismo algunas pocas y más significativas piezas encontradas allí. De todas ellas fue el centro de atención el petroglifo donado por los aficionados de Báguano (Martínez y Castellanos, 1978:3).
De la colección extraída de la Loma de los Mates, conformada en la actualidad por más de 450 objetos catalogados, solo hemos podido cotejar el 16 %, ya que el resto, una decena de vasijas restauradas, abundante material lítico, de hueso y concha, etc., carece de identificación o, en su mayoría, no aparecen los lotes correspondientes en el depósito. En la exposición permanente destacan varios recipientes, entre ellas una vasija efigie antropomorfa; un sello o pintadera y la famosa piedra de los petroglifos, raro espécimen de su tipo para Cuba.
El museo de la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, de manera general, y la colección baguanense, de modo particular, constituyen un valioso tesoro de la cultura material de los pueblos nativos que habitaron el archipiélago cubano, o al menos una representación importante de la región más oriental, a la vez que es una herramienta imprescindible para comprender nuestro pasado indígena.
              
Aportes de Martínez Arango a la arqueología regional
Martínez Arango fue un representante ferviente de los métodos de la arqueología normativista norteamericana con base en la antropología histórica de Franz Boaz e introducida en nuestro país por los arqueólogos norteamericanos, particularmente por Irving Rouse (Torres Etayo, 2008:8). Esta concepción que daba privilegio a los análisis de la cerámica por sobre las evidencias etnohistóricas y de otra naturaleza, con profundo trasfondo positivista, limitó la interpretación de los contextos excavados en detrimento de una comprensión general no viciada de las sociedades comunitarias precolombinas que habitaron Cuba.
Además el arqueólogo santiaguero fue precursor en Cuba de los estudios ambientales como corriente historiográfica (Sosa Massop, 2008:47-48), que aplicó a sus trabajos de arqueología aborigen tratando de encontrar una respuesta a los diversos fenómenos de cambio cultural e interacción con el entorno.
A pesar de que varias de las consideraciones suyas hechas en sus estudios de la región nororiental (y del oriente en general) son ampliamente cuestionadas por los arqueólogos actuales, no deben dejar de conocerse y reconocerse en ellos lo novedoso de sus modelos de interpretación social, que se adelantan incluso al establecimiento de los enfoques materialistas provenientes del marxismo que se introdujeron en el país a partir de la década de 1960. Al profesor santiaguero se debe también la introducción —después de 1959— en los planes de estudios de la Facultad de Artes y Letras, y particularmente de la Licenciatura en Historia en la Universidad de Oriente, de asignaturas como Prehistoria de Cuba, Prehistoria General y de América, entre otras afines. Lamentablemente su propuesta de especialización en Arqueología se frustró con la unificación de la carrera en 1976 (Sosa Massop, 2008:37-38). Sin embargo, los cursos optativos (entre los que vale mencionar: Fundamentos de Arqueología; Fundamentos de Etnología y Metodología de la Investigación Arqueológica) abrieron la posibilidad de promover esos estudios y ponerlos a la vanguardia en el país, con promociones excepcionales en las que despuntaron figuras como María Nelsa Trincado Fontán, Nilecta Castellanos Castellanos, Margarita Vera Cruz y Abel Cabrera Carrión, entre otras.

Palabras finales
El quehacer investigativo de Felipe Martínez Arango estuvo dominado por el entrañable vínculo entre las ciencias histórica y arqueológica, en las que hizo importantes y pioneros descubrimientos en esa área para el país, desde su participación activa como miembro del Grupo Humboldt hasta sus diversas responsabilidades en la Universidad de Oriente y la Academia de Ciencias. Su contribución a la formación de una escuela de prestigio desde el trabajo docente, investigativo y social le granjearon gran reconocimiento en el ámbito académico a nivel nacional. Desde mediados de la década de 1950 a su gestión se debió en gran medida el auge de la investigación y la difusión de la arqueología aborigen en el país, y en particular en la región oriental.
Y finalmente, el sitio de la Loma del Mate, por sus valores históricos, artísticos y naturales, y particularmente como exponente del arte rupestre aborigen, fue declarado Monumento Local el 17 de febrero de 1989 por la Comisión Nacional de Monumentos, a propuesta de Antonio Núñez Jiménez.



[1] Profesora de la Universidad de Berkeley; se incorporó al trabajo arqueológico en Cuba por invitación de Felipe Martínez Arango hecha, probablemente durante uno de los viajes del santiaguero a México donde la arqueóloga se encontraba haciendo trabajo de campo.

[2] La ubicación del sitio dada por Martínez Arango, estrictamente al este de Los Mates, pareciera indicar que pudo existir confusión en la numeración dada por Milton Pino y, por ende, en la identidad de aquel visitado entre 1953 y 1954 por la Universidad de Oriente, aun cuando la última identificación fue supuestamente basada en la información del lugareño Pedro San Martín, que también condujo al profesor santiaguero hasta Salazar.

Irving Rouse en Maniabón



Roberto Valcárcel Rojas
Dr. en Ciencias Aqueológicas

(Este articulo fue preparado como parte de investigaciones posdoctorales desarrolladas por el autor en el marco del proyecto ERC-Synergy NEXUS 1492, sostenido por European Research Council/ ERC grant agreement n° 3192099. Agradecemos el apoyo del  proyecto Cultura material en entornos de interacción indohispana (DCOA, CISAT, CITMA, Holguín) en la información aportada para la actualización del texto a fin de realizar su publicación).

En 1941 Benjamin Irving Rouse llega a Cuba. Uno de los vecinos del sitio Potrero de El Mango, en el barrio de Mulas, en Banes, en conversación con este autor en 1998 lo recordó así: “Era un hombre joven y práctico (tenía 28 años), que pagaba bien el servicio de los excavadores”.

Rouse se había educado en la Universidad de Yale, donde inició estudios forestales y donde finalmente pasó a la antropología. Su tesis doctoral, publicada en dos partes (Prehistory in Haiti: A Study in Method, en 1939, y Culture of the Ft. Liberté Region, Haiti, en 1941), sentaría las bases de un esquema de clasificación cerámica de enorme importancia para ordenar el estudio arqueológico de la presencia indígena en el Caribe.

A su llegada a Cuba venía a trabajar para el Programa antropológico del Caribe, de la Universidad de Yale, y a buscar datos para contrastar las hipótesis planteadas a partir de sus investigaciones en Haití. Tuvo el apoyo y la oportunidad de intercambiar con los más importantes investigadores cubanos de la época.

La labor de Rouse en Cuba consistió en un estudio exploratorio de los residuarios del área de Maniabón (norte de las actuales provincias de Holguín y Las Tunas). Los resultados de dicha investigación se publicaron en el mismo 1942 en la obra titulada por él: “Archaeology of the Maniabón Hills, Cuba”.

Aunque el científico tenía una clara intención generalizadora, a su llegada el científico encontró una particular concentración de sitios en la zona de Banes con un carácter sobresaliente en términos de complejidad cultural; todo ello hace que el área incida, primero en Rouse y luego en el texto que escribió y publicó. A partir de entonces Banes consiguió una relevancia en la arqueología cubana que no ha perdido.

Rouse realizó una exhaustiva consulta de las informaciones existentes sobre la zona y sobre arqueología cubana en general, que incluyó revisiones de colecciones y testimonios de los propios colectores. Luego preparó una valiosa reseña de la historia de las investigaciones realizadas en Banes y de las colecciones disponibles, haciendo amplio uso de los artículos y notas preparados por José A. García Castañeda.

El intercambio del norteamericano con el holguinero García Castañeda indudablemente influyó en muchos de los criterios del segundo; pero asimismo el apoyo que tuvo del coleccionista residente en Banes, Orencio Miguel Alonso, y el de otros coleccionistas y aficionados, fue vital para ubicar y explorar sitios, o lograr el acceso a las colecciones.

Los trabajos se hicieron en solo cuatro meses de 1941 con un ritmo muy intenso y una rigurosa metodología, finalmente obteniendo un gran volumen de información que en 1942 ya aparecía publicada por el Departamento de Antropología de la Universidad de Yale una  monografía que recogía los resultados de las exploraciones.

Igualmente se planificó la escritura de textos para presentar las excavaciones, pero esos no vieron la luz.

Durante la investigación se visitaron o exploraron numerosos sitios arqueológicos, y se hicieron recogidas superficiales de evidencias; se excavaron los sitios Aguas Gordas, Salermo y Potrero de El Mango. Usando sus datos y los de los exploradores locales y coleccionistas, Rouse preparó un informe de tipo censal y clasificatorio sobre todos los sitios y áreas con reportes de material arqueológico conocidos en Maniabón; un total de 190 locaciones. Las referencias obtenidas atañen tanto al orden de los artefactos como a las peculiaridades del patrón de asentamiento, los rasgos medioambientales, la estructura estratigráfica de las deposiciones y el estado de conservación de los yacimientos.

Igual Rouse trabajó junto a Carlos García Robiou, profesor de Antropología de la Universidad de La Habana, en la excavación de Aguas Gordas. Los materiales colectados por Robiou nunca fueron adecuadamente estudiados (Tabío y Rey, 1985:122), aunque algunos datos sobre la excavación se conocen por la obra de Rouse.

Los trabajos hechos en Potrero de El Mango fueron dirigidos por el mismísimo Rouse con el apoyo de Orencio Miguel Alonso y los Boy Scouts de Banes. esas son las primeras excavaciones en Cuba donde se mantiene control estratigráfico y un registro adecuado del trabajo. Las evidencias obtenidas en Potrero de El Mango fueron enviadas a los Estados Unidos y se conservan en el Peabody Museum of Natural History de la Universidad de Yale. Han sido estudiadas recientemente por la arqueóloga A. Brooke Persons (2013), de la Universidad de Alabama, para su disertación doctoral sobre Banes.

Rouse propuso una cronología general para la región, así como una correlación de los sitios más tardíos, identificados por el reporte de material hispano y ciertos rasgos cerámicos. Lo segundo aporta una valiosa relación de sitios con evidencias europeas que ayuda a iniciar en Cuba el análisis de los vínculos entre aborígenes y sus conquistadores y los potenciales procesos de cambio o “aculturación” en la sociedad indígena.

De esta investigación se desprende además el reconocimiento de la existencia en Maniabón de residuarios de dos tipos de grupos culturales: ciboney en su cultura Cayo Redondo y subtaíno en su cultura Baní. El término subtaíno había sido manejado antes por  Harrington para designar una expresión más simple del taíno, grupo que estimó dominante en Cuba. A partir de los datos de Maniabón las diferencias del subtaíno y el taíno fueron detalladas y reformuladas por Rouse (1942: 31; 163 - 166), considerándolos como dos grupos étnicos diferentes.

Sobre un estudio esencialmente cerámico, al que agrega la valoración de patrones de asentamiento, probable extensión de las ocupaciones, presencia de cercados térreos y petroglifos, y usando como referencia los datos cerámicos de Haití, Rouse estructura las diferencias. Así distingue en el extremo este de Cuba (en la actual provincia de Guantánamo) cerámicas complejas, asimilables a las de la cultura Carrier de Haití, relacionadas con obras térreas y petroglifos. Al hallarse estas solamente en el Este de Cuba y en sitios cuya ocupación no parece haber sido muy extensa, el arqueólogo estadounidense asume que los individuos debieron arribar tardíamente desde Haití y los vincula con la información aportada por Bartolomé de las Casas sobre los últimos emigrantes indígenas provenientes de La Española. A esos nombra con el término de taínos.

Igual Rouse reconoce el predominio en el centro y el oriente de Cuba de otras formas de cerámica, esas más simples que las anteriormente narradas pero similares a las de la cultura Meillac de Haití que fueron encontradas en depósitos arqueológicos cuya densidad sugiere ocupaciones extensas y por ello una entrada anterior a la del taíno. A falta de una adecuada denominación histórica para esos grupos Rouse recupera el término subtaíno dejando implícita la idea de su inferioridad cultural respecto al taíno.

Rouse (1942: 163 – 164) propone las culturas Pueblo Viejo y Baní como expresión cubana de las culturas haitianas Carrier y Meillac. En años posteriores ajustará estos elementos a su esquema de desarrollo caribeño integrándolas con carácter de estilos a subseries cerámicas: Chican ostionoid y Meillacan ostionoid, según se escriben en inglés (Rouse, 1992: 52–53).

El trabajo realizado por Rouse fue reconocido por la calidad de su enfoque analítico, pero su división del taíno no fue aceptada por muchos. En su texto Caverna, Costa y Meseta, de 1945, Felipe Pichardo Moya objeta con razón la selección del término subtaíno, completamente arbitrario y carente de base histórica, y cuestiona la capacidad de los elementos diferenciadores considerados por Rouse para sustentar distinciones culturales. No obstante, el esquema de Rouse sobrevivió incluso en un texto de la importancia de Prehistoria de Cuba (1985) de E. Tabío y E. Rey, donde se proponía la perspectiva marxista para valorar el mundo precolombino de Cuba.

Archaeology of the Maniabón Hills, Cuba, por sus aportes metodológicos y conceptuales desborda los marcos de una investigación regional para convertirse en una obra clásica de la arqueología de Cuba. Revoluciona la práctica arqueológica del momento al demostrar la importancia de las excavaciones controladas como modo de seguir el cambio cultural y al abordar la validez, en una óptica analítica, de los estudios cerámicos y tipológicos en general. Aporta una nueva propuesta de clasificación cultural que reconoce elementos diferenciales hasta ese momento no considerados y facilita la correlación de la información arqueológica de Cuba con la del resto de las Antillas Mayores. De este texto emerge la visión de un desarrollo cultural que involucra la mayor parte de Cuba, vinculado a rasgos cerámicos que tienen su sitio guía en el yacimiento Meillac de Haití, y que sirven para conceptualizar la presencia de los agricultores ceramistas en el país.

Tal investigación constituye hasta hoy uno de los resúmenes descriptivos más amplios de los residuarios de Banes, muy valioso si se considera el nivel  de deterioro que han llegado a tener estos sitios o la destrucción de algunos. Aunque, claro, no puede ignorarse que el arqueólogo propone consideraciones basadas en un manejo limitado de información estratigráfica, e incluso a partir de observaciones de materiales superficiales u obtenidos en colectas no científicas, que resultaban en muchos casos propuestas iniciales. De cualquier modo muchos de sus señalamientos y observaciones sobre el cambio cerámico, el patrón de asentamiento y las concentraciones de yacimientos, entre otros, han tenido algún tipo de corroboración (ver en este sentido Persons, 2013; Valcárcel Rojas, 2002b; Valcárcel Rojas et al., 1996) o funcionan como guía de nuevas investigaciones.

De modo inmediato tales estudios sirvieron para precisar la importancia de esta área en el panorama arqueológico de Cuba y Las Antillas, estimularon el interés en ella e influyeron en la adopción, por parte de coleccionistas como Orencio Miguel Alonso y los Boy Scouts de Banes, de cierto manejo investigativo en sus trabajos (Miguel, 1949). Aunque estos y otros coleccionistas continuaron las exploraciones y excavaciones, con ocasionales visitas y prospecciones de estudiosos de la arqueología cubana, Banes solo vuelve a tener un trabajo científico realmente serio e intenso con las excavaciones ejecutadas a partir de 1963 por el Departamento de Antropología (Academia de Ciencias de Cuba). Lamentablemente el trabajo de Rouse en Maniabón, que es sin discusión un impresionante ejercicio investigativo de uno de los arqueólogos más importantes del Caribe, permanece ignorado por muchos investigadores cubanos o aún no ha sido reconocido en toda su magnitud.


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