Roberto
Valcárcel Rojas y José Abreu Cardet
El territorio donde se desarrollan
los acontecimientos narrados en este texto comprende la provincia de Holguín,
según la división político administrativa cubana de 1976. Situada en la zona
norte de la cabeza del gigantesco cocodrilo que parece la Isla de Cuba cuando
se le mira en un mapa, es ésta una zona con desarrollo demográfico y cultural
bastante peculiares.
Fue a las costas de esta región
adonde llegó en octubre de 1492 Cristóbal Colón y que en 1511 el conquistador
Francisco Morales se encargó de explorar y dominar. Morales era parte de la
expedición que tocó tierra cubana en 1510, dirigida por Diego Velázquez, a
quien los Reyes habían comisionado para incorporar la mayor de las Antillas al
imperio español.
Aparentemente varias encomiendas se
situaron en este territorio, aunque no se fomentó el poblamiento estable de los
conquistadores. Posteriormente, muy próximos a la fecha de su llegada, muchos
de ellos se fueron al continente tras la riqueza de los imperios inca y azteca.
Entonces la isla de Cuba quedó
prácticamente sin población europea, pero aún así comenzó un lento proceso de
incremento de los vecinos en la zona: se crearon hatos habitados por algunos
españoles y seguramente por un número mayor de aborígenes y es posible que una
pequeña cantidad de africanos. En lo administrativo el territorio pertenecía a la
jurisdicción de Bayamo, de donde seguramente procedía el mayor número de sus
vecinos.
Un lento pero constante aumento de
los vecinos permitió la creación de un caserío que alrededor de 1720 estaba
bien consolidado y al que se le llamó Holguín por el apellido del fundador del
hato donde se creó el poblado. En 1752 se creó el ayuntamiento de San Isidoro
de Holguín y se le otorgó el título de ciudad.
Pese a lo rimbombante de sus títulos
Holguín no dejaba de ser un pueblo secundario, atrapado en la dinámica de
desarrollo y contradicciones de Bayamo y Santiago de Cuba, los dos centros
urbanos más importantes del oriente de Cuba.
No obstante los holguineros se
fueron imponiendo a los límites que significaba el residir en una de las
regiones más atrasadas y olvidadas de la isla. Y como mismo en el siglo XVIII
promovieron la separación de Bayamo con la creación del ayuntamiento, en el
siglo XIX dieron un salto económico sorprendente, produciéndose el milagro de
Holguín. Así fundaron un puerto en la bahía de Gibara, a unos 30 kilómetros de
la ciudad y consiguieron que este fuera habilitado en 1822; desde entonces aquel
fue el más importante centro de
exportación e importación de la jurisdicción y otros territorios inmediatos.
Por ese motivo Gibara atrajo una importante inmigración española que
se estableció en la villa y en los campos circundantes. Eran aquellas gentes laboriosas,
algunos de ellos poseedores de capital y relaciones con los gobernantes.
A pesar de que en las vecinas jurisdicciones
de Bayamo, Jiguaní, Tunas y Manzanillo hubo cierta homogeneidad en el
desarrollo de las bases de la nacionalidad, con una fuerte presencia criolla;
en el territorio de Holguín ocurrió un fenómeno singular dado por la presencia
de un potente núcleo de inmigrantes españoles en continuo incremento durante el
siglo XIX. Por otro lado en esta comarca la esclavitud africana no alcanzó las
proporciones de otros espacios del oriente como Santiago de Cuba y Guantánamo, por
lo que la población de piel negra solamente pudo hacer una contribución cultural de menos relevancia.
Las guerras independentistas
resultaron claves en dicho proceso. La región aportó una gran cantidad de
patriotas y estableció su imaginario heroico con la historia de aquellas
contiendas. Pero concluidas dichas guerras y viviéndose los primeros años del
siglo XX holguinero, parecía que había algo inacabado en el trasfondo de su
identidad. Era entonces notable la presencia de inmigrantes españoles que habían
sido importantes defensores de la metrópoli, al extremo de que a la zona de
Gibara se le llamó la España Chiquita o la Covadonga Cubana. Para los de
Holguín no eran agradables aquellos recuerdos en un entorno nacional donde se
estimaba que la cubanía se había definido a partir de la lucha contra la
metrópoli.
En el siglo XX en la costa norte de
oriente se establecieron grandes empresas azucareras y mineras estadounidenses[1]
y con ellas llegaron los técnicos y sus funcionarios acompañados con sus
familias que si verdad es que no se mezclaron con los naturales de estas tierras,
verdad es que influyeron en la cultura de la zona. Igual las dichas empresas trajeron
a miles de haitianos y a otros trabajadores de las colonias británicas de las
Antillas, especialmente jamaiquinos. Todo esto influyó en la identidad de
ciertos espacios de la geografía de la actual provincia.
Fue en este complejo marco cultural
y demográfico en que los holguineros construyeron su identidad.
A mediados del siglo XX los holguineros
intentaron convertirse en una provincia, separándose de Santiago de Cuba, pero lo consiguieron hasta 1976.
La provincia de Holguín geográficamente
ocupa casi todo el norte oriental del Oriente de Cuba. En la parte occidental
de ella predomina una visible raíz española y en el resto la identidad de sus
vecinos está más cerca de la forma de ser de quienes viven en Santiago de Cuba,
Guantánamo y Baracoa.
En la misma medida en la provincia crecía
en términos económicos, con vecinos que tienen historias y tradiciones tan
disímiles, los “nuevos holguineros” se examinaron a sí mismos de muchas
maneras, intentando encontrar lo que los marcaba y definía. Así se encontraron
muy diversos elementos pero pocos más sólido que las viejas visiones locales[2]
que reconocían la importancia del patrimonio arqueológico indígena como símbolo
histórico.
De ahí que el homogéneo pasado
indígena de la actual y diversa provincia sirvió como elemento cohesionador y
llegando a ser hoy mismo la más sólida visión de identidad del territorio.
Ninguna otra provincia de Cuba se vanagloria de esa identidad más que esta
provincia.
Y como es obvio, la apropiación del
elemento patrimonial indígena dio oportunidades excepcionales a la arqueología
para legitimarse en el panorama de la investigación científica y social en la
provincia, consiguiendo un desarrollo notable.
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Leer la historia de los ídolos aborigenes Taguabo y maicabó (en la fotografía)
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Las primeras noticias sobre
exploraciones arqueológicas en Holguín hablan de Miguel Rodríguez Ferrer, quien
fue, además, el primero en hacer investigaciones de este tipo en toda Cuba. En
la década de 1840 Rodríguez Ferrer visitó áreas cercanas a la bahía de Nipe y a
Mayarí y allí colectó hachas de piedra; también exploró lugares cerca de la
ciudad de Holguín, aunque principalmente en función de naturalista, dedicandose a observar antiguos
trabajos de minería realizados en los tiempos iniciales de la colonia con uso de la fuerza de
trabajo indígena.
Pero no fue Rodríguez Ferrer quien hizo el más
importante hallazgo de la época; ese se debió al capitán español Lucas Xuajardo
en las alturas cercanas a la ciudad de Holguín en 1860. Xuajardo encontró una
excepcional hacha indígena de piedra, con representación antropomorfa, que en
lo adelante se conocería como el Hacha de Holguín (Rouse, 1942) En la
actualidad símbolo de la provincia.
Como dato curioso, la historia de la arqueología holguinera dice que en 1870
el general independentista cubano Domingo Goicuría desembarcó cerca de Gibara acompañado, entre otros varios expedicionarios, con el arqueólogo Allier, quien pertenecía al
cuerpo de Húsares del Ejército francés[3].
Otra significativa pieza de la
provincia, hallada en el sitio El Catuco, cerca de Gibara, es un majadero
ornamentado que fue reseñado en 1904 en el artículo Prehistoric Culture of Cuba, por el arqueólogo norteamericano J.
Walter Fewkes, quien también obtuvo otros objetos provenientes de la bahía de
Nipe y de Santiago de Cuba.
M. Harrington |
Relevante para esta historia es la
visita de Mark Raymond Harrington a la ciudad para, entre otras labores que se
reseñaran más adelante, observar la colección García Feria. Luego Harrinton
habla de alguna de las piezas de la colección en su reconocida obra “Cuba antes de Colón”, publicada en los
Estados Unidos en 1921 y en 1935 en Cuba; incluso en el libro aparece, además, un
comentario o pequeño artículo redactado por Eduardo García Feria, el dueño de
la mencionada colección titulado “Arqueología
de la región de Holguín, Cuba” en el que se ofrece datos arqueológicos e
históricos útiles para reseñar la presencia indígena en Holguín y menciona sus
excavaciones en El Catuco (Gibara) y en La Güira y La Macagua, lugares estos
cercanos a la ciudad de Holguín, así como la presencia de piezas obtenidas en Alcalá
y Banes; todas de su colección (Harrington, 1935: t1, 75-77). Probablemente ese
es el primer texto sobre arqueología escrito por un holguinero y circulado
internacionalmente.
E. García Feria |
Eduardo García Feria fue calificado
por otro relevante arqueólogo norteamericano, Irving Rouse, como el pionero de
la arqueología en el nororiente de Cuba. Nació García
Feria en Holguín en 1871 de una antigua familia criolla de ascendencia mambisa.
Al finalizar la guerra de 1895 fue del grupo de maestros cubanos que fueron
seleccionados por las autoridades de ocupación para pasar un curso en la Universidad
de Harvard, en los Estados Unidos. De regreso a Cuba comenzó a trabajar como
maestro. En 1902 un aficionado a la arqueología de Puerto Padre, Fernando
García Grave de Peralta, fue quien interesó al holguinero en esta disciplina. Desde
ese momento García Feria llevó a cabo una sistemática labor de búsqueda de
objetos y también se valió de amigos y familiares que recogieron evidencias de
la cultura aborigen en diferentes lugares del oriente de Cuba, incrementándose
la fama de su afición por todo Holguín. Y tanto fue así que numerosos vecinos
de la comarca, especialmente los campesinos, cuando encontraban casualmente
algún objeto que consideraban perteneciente a los primeros habitantes de la
isla, se lo entregaban.
Tanto
por las excavaciones como por las donaciones, su colección se incrementó
considerablemente llegando a ser una de las mayores del país.
Pero
García Feria no se contentaba con obtener la pieza, sino que las enumeraba,
anotaba en una libreta el lugar donde se había obtenido y registraba la caja
donde las depositaba; ello significa un aporte significativo que no hicieron
todos los coleccionistas privados de su tiempo.
Con
el paso del tiempo y cuando tuvo piezas suficientes, García Feria construyó
vitrinas y exhibió “sus tesoros” en la sala de su casa en Holguín que se
convirtió en un verdadero museo particular, el Museo García Feria. Luego
incorporó al museo colecciones de otros tipos de objetos y ganó el
reconocimiento de las autoridades, la sociedad holguinera y diversas
instituciones de la época.
Antes
que arqueólogo García Feria fue un maestro consagrado a la enseñanza, por lo
que no dudó un instante en poner la colección al servicio de los estudiantes.
Era escena común encontrarse a un grupo de alumnos acompañados por sus profesores
visitando su museo privado, e igual recibía visitas llegadas de centros de
enseñanza, tanto estatales como particulares, que radicaban en otras provincias
y municipios.
Eduardo
García Feria falleció en 1941; en ese mismo año está fechada una misiva que
llega a su casa del Instituto Indigenista Interamericano, radicado en México, donde
le hablan del interés en sus trabajos; también en ese año arriba a Cuba el
arqueólogo norteamericano Irving Rouse, quien estudió a fondo los materiales de
su colección.
A
su muerte un hijo suyo, José Agustín García Castañeda, (Pepito), siguió los
pasos de coleccionista e investigador iniciados por el padre. Pepito nació el 22 de septiembre de 1902
en Holguín. Estudió la enseñanza media y se graduó como abogado y notario en la
Universidad de La Habana y en Holguín trabajó en esa profesión. Luego comenzó a
desempeñar una plaza en el Instituto de Segunda Enseñanza de Holguín, primero
como profesor ayudante de laboratorio y luego de profesor de Ciencias
Naturales.
García
Castañeda incrementó considerablemente la colección iniciada por su padre
aumentando el número de exploraciones arqueológicas. Incluso llegó a visitar
locaciones en otras partes del país, entre ellas Pinar del Río. Participó en la
Primera Conferencia Internacional de Arqueólogos del Caribe en Honduras y
asistió a varios congresos de Historia, entre ellos los celebrados en Cienfuegos
y Santiago de Cuba. Asimismo colaboró con los principales arqueólogos cubanos
del momento y con investigadores extranjeros que visitaron el país. Publicó
artículos en revistas especializadas y cuadernos a nombre del Museo García
Feria, donde exponía los resultados de sus investigaciones y otros trabajos de
divulgación. Lógicamente, como era en la época, de su bolsillo salía el dinero
para hacer ese tipo de publicaciones.
Pepito
defendió la necesidad de que el coleccionismo tuviera un valor social y
sirviera para conservar el patrimonio, pero no con la perspectiva de atesorar
objetos, sino para llevarlos a la sociedad: Su fin último debía ser la creación
de museos, útiles para preservar la memoria histórica y educar.
Según Rouse (1942:38), Castañeda
inició sus trabajos arqueológicos en 1927, explorando el cerro de Yaguajay, en
Banes, y el sitio de igual nombre, hoy conocido como El Chorro de Maíta.
Descubrió el sitio El Yayal y pagó a un excavador que trabajó en el lugar
durante un año, consiguiendo una gran cantidad de materiales que resultaron
únicos en la época para caracterizar la cultura del mundo colonial temprano y
los procesos seguidos por los indígenas para captar formas y objetos europeos.
Un tipo de mayólica temprana, identificada por el arqueólogo norteamericano
John Goggin, hoy se conoce con el nombre de Yayal por ser el lugar donde se
localizó por primera vez.
Pese a carecer de formación
arqueológica profesional y manejar la intervención en los sitios con las
técnicas típicas de los coleccionistas del momento, García Castañeda consiguió una
visión del universo indígena del nororiente cubano que influyó en el trabajo de
diversos especialistas nacionales y extranjeros de la época. Considerando los
estándares de trabajo arqueológico vigentes en el país y las implicaciones
sociales y científicas de su accionar como coleccionista, a este investigador
podría considerársele el primer arqueólogo holguinero o el primer holguinero
que realmente intentó ser un arqueólogo. Muchas de sus opiniones fueron citadas o seguidas en importantes
estudios, entre ellos la obra de Irving Rouse, “Archaeology
of the Maniabón Hills, Cuba”. Los artículos de Pepito aún son de imprescindible consulta.
García Castañeda fue quien primero
habló y demostró que Banes era una zona de gran concentración de sitios
arqueológicos relacionados con la vida aborigen, incluso, fue Pepito quien
primero dijo que era Banes la localidad clásica del subtaíno[4]
cubano, y no Baracoa como entonces se pensaba. Esa tesis fue probada por Irving
Rouse (1942:39). También fue el holguinero de los primeros en Cuba en mover sus
intereses arqueológicos más allá del universo precolombino y discutir aspectos
de las relaciones entre indígenas y europeos conquistadores a partir del
análisis de materiales hispanos obtenidos en sitios arqueológicos indígenas. En
su artículo de 1949 “La transculturación indo-española en Holguín” revisa la
información al respecto e intenta ordenar una explicación de los datos
arqueológicos desde la perspectiva histórica. En ese mismo texto, al comprobar
que en los sitios El Yayal y El Pesquero, al sur de la ciudad de Holguín,
aparecen más objetos hispanos que en los asentamientos de Banes y en el de
Barajagua, este último en el actual municipio de Cueto, Pepito concluye que fue
así porque en los primeros la relación “indio” y europeo fue más intensa y esa
dicha convivencia se dio de forma un tanto más pacífica, por lo que fue posible
un proceso de transculturación en el que los europeos aprendieron de los
aborígenes todo lo que necesitaron para sobrevivir en la nueva geografía a la
que habían llegado y a la vez los aborígenes captaron de sus conquistadores las
formas y materiales europeos. Por su parte en los sitios donde descubrió pocos
objetos europeos Pepito consideró que así es porque el contacto fue breve por
varios motivos, uno de ellos pudo ser, dijo, que las poblaciones aborígenes
fueron enviadas a trabajar a otras partes. Y al final García Castañeda concluye
que aunque se produjo ese proceso de transculturación no llegó a producirse la
transformación del indígena por su completa desaparición física.
En las décadas siguientes Castañeda
volvió sobre algunos puntos tratados en su artículo de 1949, sin embargo, de
manera gratamente sorpresiva, considera que los aborígenes no desparecieron del
todo, sino que se convirtieron en indios[5],
y lo prueba con elementos documentales de los siglos XVIII-XX. Lo anterior lo
dejo escrito el arqueólogo en un grupo de anotaciones firmadas en 1976 y que se
publicaron finalmente en el texto “Indios
en Holguín” (Valcárcel Rojas y Pérez, 2014). En esas breves consideraciones
Castañeda cuestiona la idea de la desaparición rápida y total del indígena en
los primeros 50 años de la colonia, y sienta un precedente para el caso
holguinero en lo que respecta a la valoración de la existencia del indio y a la
necesidad de lograr una revisión histórica del tema deteniéndose en referencias
históricas que demuestran su presencia en la ciudad y en espacios cercanos: entre
ellos datos sobre indios residentes en Holguín, su registro en los archivos
parroquiales, menciones sobre la participación de estos en acciones de las
guerras de independencia y múltiples alusiones a lugares asociados con indios.
García
Castañeda también fue un relevante historiador. Sus conocimientos sobre la
historia local y las búsquedas en archivo le permitieron publicar dos libros
sobre la municipalidad holguinera. Uno sobre el siglo XVIII y el otro sobre la
ocupación estadounidense y la república neocolonial. También publicó otras
obras de carácter histórico, como una biografía de Narciso López y otra del
general Rojas de Cárdenas. Se encargó de promover y dirigir la publicación de
un boletín de Historia Municipal en la década de los años cincuenta. Hoy el día
del historiador local holguinero se celebra el día de su nacimiento.
Y
por si todavía fuera poco, fue este un hombre de espíritu elevado y voluntad que
se interesó por diversas formas de la cultura y la ciencia: Incursionó en la
zoología y la botánica, realizó algunos aportes significativos al estudio de la
flora y la fauna de la comarca holguinera. Efectuó estudios malacológicos y llegó a reunir una colección
de polimitas considerada de las colecciones más ricas de Cuba y posiblemente de
América Latina. Finalmente fue un filatelista destacado y un numismático
relevante.
En
medio de la gran indiferencia por la cultura, en una población donde no existía
una biblioteca pública ni un museo, la colección García Feria era algo
singular. Su exposición había sido organizada por dos figuras destacadas de la
sociedad holguinera: un maestro, entonces rodeado de una alta estima, y un
abogado y notario, estos últimos vinculados en el imaginario popular a la
política y el poder; recuérdese que no pocos alcaldes y ministros tenían esos
oficios.
Desde
inicios del siglo XX la zona de Banes también vio emerger un fuerte movimiento
de coleccionismo arqueológico y de exploración y excavación de sitios[6] que
tuvo entre sus primeros protagonistas a Manuel Domínguez y Dumois, Ramón Sierra
García y Mayo Carrington.
En
1927 comenzó sus exploraciones en la zona de Samá y Yaguajay, José Antonio
Riverón: su hallazgo de un amplio grupo de entierros y algunos ídolos de piedra
en la cueva de El Jobo, recibió amplia publicidad nacional entre 1933 y 1940.
En 1938 excavó en el sitio Aguas Gordas junto al ingeniero alemán Ernesto
Segeth, quien ya había realizado excavaciones y colectas en el sitio El Yayal
en 1935; los materiales recolectados fueron depositados en el museo Montané.
En
los años veinte se incorporó a labores arqueológicas el que sería el más
reconocido de los coleccionistas y aficionados de Banes, Orencio Miguel Alonso.
Orencio
Miguel organizó en 1933 la tropa de exploradores locales (Boy Scouts) y con ellos se dedicó a crear colecciones arqueológicas. La suya particular creció con mucho material obtenido en el sitio Potrero de El Mango.
En 1941 el grupo ya había visitado alrededor de 60 sitios indígenas y unas 200 cuevas en las entonces municipalidades de Banes, Antilla, Mayarí y Gibara. Sus actividades continuaron durante la década de los cincuenta.
En 1941 el grupo ya había visitado alrededor de 60 sitios indígenas y unas 200 cuevas en las entonces municipalidades de Banes, Antilla, Mayarí y Gibara. Sus actividades continuaron durante la década de los cincuenta.
Nello
Baisi-Facci, funcionario de la United
Fruit Company, y su esposa Dulce, también iniciaron excavaciones en Potrero
de El Mango en 1930; estas se extendieron varios años más y obtuvieron una gran
cantidad de materiales que una parte vendieron
a la Universidad de La Habana. También excavaron otros sitios cercanos a Banes
y en 1936 facilitaron la visita del arqueólogo cubano Carlos García Robiou, de
la mencionada Universidad.
García
Robiou ya había trabajado en El Yayal, próximo a la ciudad de Holguín y
revisado la colección García Feria. En Banes excavó junto a los Baisi-Facci en
Potrero de El Mango y Cuadro de los Indios. En 1941 trabajó junto a Irving
Rouse en la excavación del sitio Aguas Gordas, y logró adquirir de diversos
coleccionistas una gran cantidad de objetos para los fondos del museo Montané.
Irving Rouse |
Farallones de Seboruco, en Mayarí |
En 1939 Antonio Núñez Jiménez encontró grandes artefactos de piedra tallada en la cueva de Seboruco, en Mayarí, que resultaban atípicos para los contextos indígenas cubanos. Seguramente que por ese motivo es que en la siguiente década regresa y además de ampliar sus estudios en Seboruco explora otras zonas del mismo municipio y también en Cueto.
Milton Pino |
Ese grupo y su “nuevo museo” eran una
especie de contrapartida popular a la sólida residencia de José García
Castañeda, situada en la parte colonial de la ciudad. Según datos del Archivo
personal de Alberto Corona García, entre 1957 y 1965 formaron parte del grupo: Milton Pino Rodríguez, Ramón Fernández
Sarmiento, Alberto Salvador Corona García, Miguel Céspedes Sánchez, Arturo Pérez Cuenca (fallecido), Pedro Pérez Hernández
(fallecido), Austrialberto Garcés Gómez, Luis Rodríguez (fallecido), José González Santos (fallecido), Vinicio Ferrás Moreno, Luís Silva Martínez (fallecido), Eduardo Solana Osorio
(taxidermista), Fernando Solana Osorio, Silvio Alemán Marrero (fallecido),
Marcos Antonio Pino Rodríguez (fallecido), Marcelo Pino Rodríguez, Reinaldo
Ávila Oropesa, Mario Lojo Díaz
(fallecido), Carlos Gómez Sera, Amaury Lyra Sera (fallecido), Hiram Pérez Concepción*, Carlos Silva
Martínez (fallecido)
(* Miembros al final de existencia de la organización).
Ningún miembro del grupo tenía formación como arqueólogo, aunque años después Milton Pino pasaría a trabajar a la Academia de Ciencias de Cuba, en La Habana, y se convertiría en un destacado investigador y en pionero de los estudios arqueozoológicos en el país. Todos representaban un sentimiento cívico que se ampliaba entre los sectores populares y que incluía la búsqueda de superación educativa, y el interés por el conocimiento del pasado y la naturaleza.
(* Miembros al final de existencia de la organización).
Ningún miembro del grupo tenía formación como arqueólogo, aunque años después Milton Pino pasaría a trabajar a la Academia de Ciencias de Cuba, en La Habana, y se convertiría en un destacado investigador y en pionero de los estudios arqueozoológicos en el país. Todos representaban un sentimiento cívico que se ampliaba entre los sectores populares y que incluía la búsqueda de superación educativa, y el interés por el conocimiento del pasado y la naturaleza.
Es
en este periodo (años finales de la década de 1940 y años posteriores) cuando
se consolida la figura de Orencio Miguel Alonso como coleccionista de renombre
nacional: Hijo de emigrados españoles, nació en Banes, el 7 de mayo de 1911. Su
padre era joyero y en la tienda de la familia Orencio guardaba y exponía la
colección arqueológica que formó durante años. Publicó los artículos “Fases
constructivas del hacha petaloide” en la Revista Contribuciones del grupo
Guama. No. 9 y 10. La Habana, 1947; “Descubrimento y excavación de un montículo
funeral en El Porvenir”. Revista de Arqueología y Etnología (8-9):175-194,
en 1949, y en 1951: ”El primer ídolo de
oro precolombino encontrado en Cuba” en la Revista de Arqueología y
Etnología (13-14):158 - 165.
Indudable
que en Orencio Miguel hay un interés de superación en su trabajo que incluye el
mejoramiento en la labor de excavación y registro y la participación en foros
de investigación histórica y arqueológica. En 1950, ya como miembro titular de
la Junta Nacional de Arqueología y Etnología, es uno de los delegados cubanos a
la reunión de la Sociedad de Antropología de la Florida, ocasión en la que
realiza una exposición de piezas selectas de su colección, en el museo de la
Universidad de la Florida, en Gainesville. En ese año asiste al Noveno Congreso
Nacional de Historia, en Cárdenas, como coautor de una ponencia junto al
arqueólogo Oswaldo Morales Patiño, y durante la visita a Banes de asistentes a
este evento sirve de anfitrión; entre los visitantes estaban los destacados
arqueólogos Herber Krieger, Hale Smith, José A. Cruxent y John Goggin. Durante
dicha visita, que fue apoyada por la United Fruit Sugar Company, se realizaron
excavaciones en varios sitios de la localidad (Morales Patiño, 1951).
Entre
1953 y 1954 el profesor de la Universidad de Oriente y jefe de la Sección de
Investigaciones Arqueológicas de aquel centro, Felipe Martínez Arango, dirigió
excavaciones en el sitio Loma de los Mates, en Báguano. En los trabajos, que
además fueron apoyado por el grupo de aficionados de la localidad, participó el
reconocido historiador del arte y profesor de la misma Universidad, Francisco
Prats Puig. En décadas posteriores Martínez Arango exploró otros sitios de la
provincia.
El primero de enero de 1959 triunfó
la Revolución Cubana, entonces el escritor Alejo Carpentier describió a los barbudos de
Fidel en estos términos: “Miro y vuelvo a mirar a estos hombres de la
Sierra y me parecen como gente de otra raza. Acaso una raza nueva capaz de
hacer algo nuevo”. Entre lo mucho nuevo
que hicieron fue dar un inusitado impulso a la educación y la cultura; en 1961
se realizó una campaña de alfabetización y simultáneamente en apartados rincones
del país se desarrollaron senderos culturales hasta entonces solamente a manos
de las élites que vivían, especialmente, en la capital: Museos, teatros,
escuelas de ballet, de música, orquestas sinfónicas, etc., fueron surgiendo acá
y allá con un singular ritmo guerrillero.
La Asociación de Jóvenes Arqueólogos de Holguín fue
incluida en aquel vertiginoso movimiento cultural. Alrededor de 1962 sus integrantes asumieron
la creación de un museo con el apoyo del Gobierno local. Surge así el primer
museo estatal que tuvo la ciudad, el Guamá, inaugurado en la noche del 22 de
julio de 1964 en el edificio que había ocupado un comercio de muebles situado
en la esquina de las calles Libertad y Aguilera[8].
Hiram Pérez Concepción |
En la década de los sesenta y los
setenta los arqueólogos de la Academia de Ciencias (ACC) en La Habana
realizaron numerosos trabajos en el territorio de la actual provincia
holguinera[9].
En los años siguientes el grupo
García Feria participó en las exploraciones y excavaciones realizadas por la
recién creada Academia de Ciencias de Cuba con un estricto control y una
cuidadosa metodología por Ernesto Tabío, José Manuel Guarch Delmonte, Rodolfo
Payarés, Milton Pino y Nilecta Castellanos, en Aguas Gordas, La Campana, El
Porvenir, Esterito y otros sitios que aportaron varias de las mejores
colecciones científicas existentes sobre Banes y un amplio caudal de
información. Asimismo el Grupo García
Feria exploró los alrededores de la bahía de Naranjo y la zona de Mulas, Punta
Lucrecia y Gibara[10].
Elementos de estos estudios, incluyendo datos
de cronología conseguidos a partir de fechados radiocarbónicos, fueron
incorporados por E. Tabío y E. Rey (1985) a su obra “Prehistoria de Cuba”,
un texto que basó gran parte de los capítulos dedicados al cultural subtaíno a
la información proveniente del área de Banes.
En 1965 se concretó el que era otro
gran sueño local; Orencio Miguel Alonso donó su famosa colección y con ella se
creó una singular institución, el Museo Indocubano Baní. El Museo, del que Orencio
fue su primer director, logró un reconocimiento institucional que el mismo
García Castañeda no consiguió nunca a partir de su trabajo arqueológico. Desde
entonces Banes fue sede de múltiples eventos arqueológicos de carácter nacional
y recibió a visitantes y arqueólogos de todo el país. Desde entonces el lugar
es conocido como la Capital Arqueológica de Cuba, pero en verdad nunca lo fue
más que en aquellos años y en la próxima década.
Entre 1964 y 1965 se excavó el sitio
Barajagua e igualmente se investigaron Mejías y Arroyo del Palo en Mayarí que
aportaron el descubrimiento de un nuevo fenómeno cultural en la vida aborigen
cubana, restos de cerámica en contextos de base arcaica. Al encontrarse
cerámica en contextos arcaicos o de pescadores recolectores (también conocidos
como ciboneyes) se pensó que estos podían tener algunas formas agrícolas
incipientes, por ello se comenzó a hablar de una protoagricultura.
En estudios recientes se ha visto
que la producción de cerámica era un fenómeno más común de lo que se creía entre
las comunidades no asociadas a los grupos de base aruaca, (estos últimos también
conocidos como taínos o agricultores ceramistas). Se ha comprobado, además, que
en grupos muy tempranos, que aún no tenían cerámica, lograron cultivos simples.
Fue el grupo de aficionados a la arqueología del poblado de Mayarí, dirigido
por José Viciedo, el que informó de la existencia de los peculiares materiales
que dieron origen a esa investigación.
Asimismo en la misma fecha se retomó
el estudio de los hallazgos de Núñez Jiménez en la Cueva de Seboruco, de
Mayarí, abriéndose otro capítulo pionero, el tema de grupos tempranos
relacionados con artefactos de piedra tallada. En la década de los sesenta y en
setenta se realizaron trabajos de exploración
y excavación bajo la
dirección de José M. Guarch Delmonte, E. Tabío, Rodolfo Payarés, y Osvaldo
Teurbe Tolón, con el apoyo de los arqueólogos polacos Janusz Kozlowski y J.
Trzeciakowski. El resultado final fue que los restos encontrados provenían de
los humanos más antiguos de Cuba, con unos 6 000 años antes de hoy.
Esos eran comunidades pequeñas de
alta movilidad, poseedores de artefactos de piedra tallada, sobre todo grandes
puntas, y asimismo usados para raspar y cortar. También se descubrieron los
talleres para la elaboración de herramientas de piedra, ubicados en lugares
próximos a las zonas de Seboruco y Melones.
A esos primeros habitantes de la
Isla, Ernesto Tabío los incluyó en la fase temprana de la etapa preagroalfarera
(1984). Igualmente han sido denominados protoarcaicos, cazadores-recolectores,
pretribales tempranos y paleolíticos. Información sobre la historia de las
investigaciones en Seboruco, Melones y
Levisa puede hallarse en Izquierdo et al. (2014). Actualmente se reconoce su
ubicación en casi toda la Isla[11].
La Asociación de Jóvenes Arqueólogos también hizo su contribución en los
anteriormente narrados trabajos al descubrir en 1961 pictografías en la cueva
de Seboruco, así como diversos materiales y restos humanos (Pino, 1991); por su
parte el Grupo García
Feria apoyó en 1973 las labores hechas en Levisa, lugar este muy próximo a
Seboruco.
Por otro lado el Grupo Científico de
Holguín García Feria incluyó entre ellos y consideró su más cercano maestro a
García Castañeda, eso a pesar del difícil carácter del arqueólogo y aún más
cuando a ojos de muchos era un enemigo de la Revolución y
en cierta forma había razones para considerarlo así. En uno de los momentos más
exuberantes de la ola ideológica revolucionaria, finales de la década del
sesenta y principios de los setenta, García Castañeda tenía un concepto
deplorable de la sociedad comunista que se trataba de construir en Cuba y nunca
dudó en expresarlo públicamente.
Si
nos atenemos a los criterios que hacía públicos cada vez que tenía la
oportunidad, Pepito era un hombre con pensamiento de
derecha. No obstante, por su práctica el viejo arqueólogo se acercaba en mucho
a lo que en la época se llamaba “el hombre nuevo”, esto es, un ser humano desinteresado
que trabajaba por conciencia y estaba dispuesto a entregarlo todo a la
sociedad. Él apoyó con pasión a cuantas obras se emprendían para mejorar la
cultura: donó su colección malacológica y de diversos animales disecados al
Museo de Ciencias Naturales de Holguín; legó al museo provincial su biblioteca
personal y su valiosa colección de monedas, de sellos; a pesar de que en ella
había invertido una suma significativa de su dinero y de tiempo.
Y trabajó como técnico del museo, ganando 231 pesos mensuales, lo que para un
hombre como él era una suma mediocre. Por eso quienes lo conocieron insisten en
calificarlo como un caso sui generis
de lo que en la época se consideraba en Cuba un individuo de doble moral, o
sea, alguien que hablaba como un comunista y actuaba como un oportunista.
Pepito siempre habló como un enemigo del sistema y en la práctica actuó como un
comunista convencido.
Otra cosa igualmente extraña en Pepito fue que
sostuvo una relación estrecha con los Jóvenes Arqueólogos (todos empíricos y
aprendices), y una distancia infranqueable con los arqueólogos de la Academia
de Ciencias de Cuba.
En los años sesenta, pero principalmente en los
años posteriores, conocidos hoy como el quinquenio gris, un grupo de
intelectuales destacados fueron separados de instituciones culturales por
considerarse como individuos de derecha. Sin embargo Pepito nunca fue molestado
y mucho menos apartado de su puesto.
En 1976 el Dr. José Manuel Guarch Delmonte dejó La Habana y
junto a su familia se radicó definitivamente en Holguín. A partir del siguiente
año dirigió un grupo de trabajo que pertenecía a la Academia de Ciencias de
Cuba que rapidamente creció y ya en la década de 1980 era un importante
departamento de investigación.
De esa forma varios que luego fueron altos
profesionales de la arqueología fueron formados por Guarch o por reconocidos
arqueólogos cubanos en cursos organizados por él. Así la arqueología holguinera
se institucionalizó y logró ocupar un papel relevante en el panorama cubano.
En un principio Guarch inició un amplio programa
de investigaciones que se centró en Banes
y que incluyó el territorio que se extiende entre aquel pueblo y Bariay. Cuando
el departamento estuvo consolidado sus trabajos llegaron a otras zonas de la
provincia de Holguín y a otras áreas de Cuba. Luego, cuando se realizaron
trabajos de organización de la arqueología nacional, el grupo creado por Guarch
se nombró Departamento Centro Oriental de Arqueología.
El departamento creó eventos
nacionales y cursos de posgrado que se efectuaron en la provincia; apoyó la
creación de museos y un amplio programa de elaboración de réplicas
arqueológicas. Desde entonces una institución arqueológica radicada fuera de La
Habana, además de explorar sitios arqueológicos, también generó valoraciones
propias para explicar determinados aspectos del universo precolombino de Cuba.
Fue desde Holguín que Guarch propuso
su hipótesis sobre las variantes culturales del universo aborigen, tan
criticadas pero útiles para entender la fuerza de las expresiones locales de
las comunidades indígenas en Cuba, e igual, desde Holguín experimentó un sistema
de recogida de datos que después fue importante para diseñar el Censo
Arqueológico Nacional.
Por su parte otros arqueólogos bajo
su mando, César Rodríguez con la colaboración de Milton Pino, concibieron un
nuevo método para el registro y análisis de datos arqueozoológicos.
Y para que fuera más útil su empeño,
el departamento sostuvo un esfuerzo continuo para mantener publicaciones
científicas, y luchó por darle impacto social a su obra.
Entre 1986 y 1988 el Departamento
Centro Oriental de Arqueología logró el que es su más importante
descubrimiento, el cementerio del sitio El Chorro de Maíta, en Banes. Se trata
de un espacio único en la isla que inicialmente se asumió como un símbolo del
mundo indígena y sus prácticas funerarias.
Para tan magno trabajo fue importante el apoyo
del entonces primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC) en la
provincia de Holguín, Miguel Cano Blanco. Nacido en Banes había sido miembro de
un grupo de exploradores, y todavía antes, cuando era prácticamente un niño,
Cano tuvo la oportunidad de apreciar el interesante mundo de la investigación histórica, “y
como explorador participé en caminatas y recorridos por las cuevas, entre otras
la que se conoce como Cueva de las Cuatrocientas; además, mi padre fungió
varios años como el presidente de los exploradores”[12]
En los siguientes enlaces puede escuchar una conversación con Caridad Rodríguez, viuda del Dr. Guarch Delmonte
Y para
mejor el miembro del Buró del
Partido Comunista que atendía la esfera ideológica, Hiram Pérez, en cierta
forma continuaba siendo un eterno aficionado a la arqueología y la dirección provincial
de Patrimonio Cultural estaba en manos de otra integrante de los Jóvenes
Arqueólogos, Georgelina Miranda, por lo que estaba claro que ese tipo de
investigaciones tenía un vital apoyo en las más importantes instancias políticas
y gubernamentales.
Esta combinación y la capacidad creativa de
Guarch permitieron la construcción de un singular museo de sitio, inaugurado en
1990, que mostraba parte del cementerio encontrado en el Chorro de Maíta y que,
asimismo, reflejaba el prestigio que la investigación arqueológica alcanzó en
la provincia.
Un momento significativo fue la proclamación por Decreto del Poder Popular en la
provincia del Hacha de Holguín como
símbolo del territorio y como reconocimiento es entregada a las personas con
relevantes aportes a la sociedad. Posteriormente se eligió
el Baibrama, otra imagen indígena, para entregar una réplica a los que ganaban
el Premio de la Ciudad en la creación cultural, literaria y la investigación
histórica.
En este período se reactiva el movimiento de
arqueólogos aficionados y aparecen o renuevan los grupos existentes en estrecho
vínculo con grupos dedicados a la espeleología que también cooperan en la
investigación arqueológica. Destacada fue en la década de los ochenta el trabajo
de los grupos Felipe Poey de Gibara y Araai de Báguano. Este último, fundado el
1ro de Agosto de 1984 con una membresía inicial de una veintena de espeleoarqueólogos,
creció considerablemente en los años sucesivos. Con la colaboración de otros
aficionados de la provincia y lugareños, Araai realizó búsquedas arqueológicas
por toda la zona montañosa de Báguano, logrando identificar algunos
asentamientos aborígenes, entre los que se destacan el redescubrimiento del
sitio de Alcalá, y donó abundante material para la conformación de la sala de
arqueología aborigen del museo local; también sus integrantes participaron en
las excavaciones del Departamento Centro Oriental de Arqueología en El Chorro
de Maíta y en el mencionado sitio de Alcalá.
A la vez se realizan en Mayarí investigaciones
conjuntas entre especialistas de la Academia de Ciencias de Cuba, el
Departamento Centro Oriental de Arqueología y diversos grupos de aficionados,
destacando entre ellas los trabajos dirigidos por Jorge Febles en Levisa y Melones,
Holguín, Banes, Báguano, Gibara y otras localidades.
En los años noventa la crisis que generó la caída
del campo socialista constriñó la investigación arqueológica, pero aún en esas circunstancias el Departamento Centro Oriental de
Arqueología desarrolló labores importantes como la creación del Censo
Arqueológico de la provincia de Holguín, el Atlas
Arqueológico Nacional de Cuba, y ejecutó proyectos territoriales dirigidos
al estudio de las comunidades protoagrícolas y del contacto indo-hispánico en
la provincia de Holguín.
Entre los años 2000 y 2015 se
realizaron 12 proyectos territoriales de investigación y el departamento se
involucró en varios proyectos nacionales o internacionales, ahora como parte
del Ministerio de Ciencias, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA).
El nuevo milenio trajo más autonomía
de trabajo, pero también menos visualidad para el Departamento que, finalmente
en 1999, fue incorporado a un centro de investigación del CITMA: el Centro de
Investigaciones y Servicios Ambientales de Holguín (CISAT); disminuyendo la
cantidad de investigadores y sufriendo grandes recortes en los recursos. Ello
obligó a ofrecer servicios científico-técnicos y a la búsqueda desesperada de la
colaboración académica internacional como vía de
acceso a información científica, oportunidades de superación profesional y
fondos.
Los siguientes son los proyectos
territoriales desarrollados en dicho periodo por el Departamento Centro
Oriental de Arqueología: Potencialidades arqueológicas del oeste del municipio
Mayarí (2000 – 2002);
Yaguajay. Cultura,
Muerte y Sociedad (2001–2003);
Banes precolombino.
Catálogo de objetos ceremoniales y de adorno corporal (2001–2003);
Arqueología y
participación comunitaria en las localidades Cayo Bariay-Fray Benito–Jagüeyes
(2001–2003);
Estudio arqueológico del
sitio Pedrera II, Puerto Padre, Las Tunas (2001–2003);
Manejo integral de
cavernas de la provincia de Holguín (2004–2006);
El Chorro de Maíta.
Registro del espacio arqueológico (2005–2007);
Ordenamiento de los recursos arqueológicos del Parque Cristóbal Colón
(2005–2007);
Estudio del contacto
hispano aborigen en El Chorro de Maíta (2008-2011);
Estudio del patrimonio
arqueológico del sitio Los Buchillones, Ciego de Ávila (2013-2015);
Cultura material en
entornos de interacción indohispana (2013-2015);
Patrimonio arqueológico
ex situ del municipio Gibara (2013-2015).
Antes, en 1993 Guarch se había jubilado pero
siguió incorporando la arqueología, el patrimonio arqueológico y los
conocimientos sobre el mundo indígena a la vida cultural de la provincia y a
los proyectos turísticos que fueron tomando cada vez más fuerza en el
territorio. La Casa de Iberoamérica, que dirigió entre 1993 y 1994, y los eventos
culturales que se promovieron a partir de entonces, como la Fiesta de la
Cultura Iberoamericana y las Romerías de Mayo, manejan elementos del simbolismo
indígena y un particular sentido de respeto por el pasado; que así haya sido se
debe, en mucho, a las influencias de Guarch y al trabajo que en esta dirección
mantuvo (y mantiene) el Departamento Centro Oriental de Arqueología y diversos
actores culturales y académicos de la provincia. La Aldea Aborigen de Chorro de
Maíta y el Parque Monumento Nacional Bahía de Bariay son otros ejemplos de
productos culturales que llevan lo indígena y la arqueología al turismo.
En la última década la ciudad y
diversos espacios coloniales están siendo revisitados desde la arqueología, a
partir de la colaboración entre el Departamento Centro Oriental de Arqueología
y la Oficina de Monumentos del Centro Provincial de Patrimonio Cultural,
planteándose con más fuerza la necesidad de incorporar la arqueología al
proceso de recuperación y conservación del patrimonio urbano. Una nueva mirada
y un fuerte vínculo de los arqueólogos con los historiadores, representados en
particular por Ángela Peña, Hiram Pérez y José Novoa, ha redimensionado el
tratamiento de la presencia del indio en Holguín, el reconocimiento de aspectos
tempranos de la formación de la ciudad, y el estudio del mundo colonial temprano
en la provincia de Holguín.
Y así es, sobre todo, por la
inspiración ofrecida por las nuevas investigaciones del Departamento Centro Oriental de Arqueología en El Chorro de
Maíta, en lo referido al análisis de la aparición del indio, y su protagonismo
en el mundo colonial.
Dr. en Ciencias Arqueológicas Roberto Valcárcel |
La investigación revoluciona los
métodos y enfoques de la arqueología cubana y caribeña e impulsa su visibilidad
internacional, alcanzando en 2013 uno de los premios nacionales de la Academia
de Ciencias de Cuba y reafirma a Holguín y al Departamento Centro Oriental de Arqueología
en un actor relevante de la arqueología cubana.
Hace varias décadas los holguineros
más madrugadores se acostumbraron día a día antes de que el amanecer se hiciera
dueño de la ciudad, a ver la figura de Pepito,
aquel anciano que desde su amplia casona avanzaba hacia el vetusto edificio del
Museo Provincial La Periquera, caminando con dificultad, lentamente. Entonces
el viejo maestro estaba definitivamente enfermo y él lo sabía. Pero administradores
y responsables de personal del Museo Provincial, donde laboraba, no sabían qué
hacer con sus vacaciones que nunca
disfrutó, con los domingos jamás descansados. Esa persistencia creativa
que Pepito encarnó marca el espíritu que mueve la investigación arqueológica en
Holguín. Un espíritu que incorpora desde modestos aficionados hasta renombrados
académicos, esfuerzos de coleccionistas y estudios que involucran a
generaciones y familias, hallazgos revolucionarios que cambiaron la visión del
mundo precolombino cubano, proyectos investigativos y museológicos pioneros,
construcciones culturales que modelan la imagen y la identidad de la provincia.
Esa es la esencia del rostro local que Holguín ofrece a la arqueología cubana.
[1] En la costa
norte de Oriente fueron construidas las plantas
de níquel de Moa y Nicaro, los centrales azucareros de Preston, Boston,
Chaparra y Delicias.
[2] Aunque es un
tema poco investigado hay evidencias de que persistían y persisten diversos
elementos de base indígena en la cultura del territorio. Esto pudo estar
relacionado también con la memoria de la presencia de descendientes de indios
hasta bien entrado el siglo XIX en distintas partes del territorio. Para
informarse sobre el asunto ver Valcárcel Rojas y Pérez (2014).
[3] Véase el
artículo “Mambises franceses” de René González Barrios en el periódico Granma,
no. 32, 8 de febrero de 2016, p.3.
[4] Por mucho
tiempo se usó el término taíno para designar a las comunidades indígenas que
poblaban la mayor parte de Cuba y las Antillas Mayores a la
llegada de Colón. A partir del trabajo de Irving Rouse se empieza a reconocer
que las que se hallaban en Cuba, Jamaica y Las Bahamas tenían una expresión
cultural de menor desarrollo que las existentes en La Española y Puerto Rico, y
con ciertas diferencias culturales. A ellas el notable estudioso las llamó
subtaíno, porque todas se asociaban al
tronco etnolingüístico aruaco, de Suramérica. Se ha aceptado, sin embargo, que
los grupos de la zona Maisí-Baracoa sí
estarían relacionados con la expresión de alto desarrollo de La Española y
Puerto Rico. Clasificaciones posteriores hechas en Cuba incorporaron tanto a taínos como a subtaínos
dentro del término agroalfareros o agricultores ceramistas. Se estima que
arribaron a Cuba hacia el siglo VII d.C., provenientes de la isla de La
Española (actuales Haití y R. Dominicana).
[5] Indio, término
que se refiere a los descendientes de indígenas que viven en el entorno colonial. Para
informarse sobre la denominación consultar a Valcárcel Rojas (2015).
[6] En el texto Archaeology of
the Maniabón Hills, Cuba, se puede
encontrar una reseña de las investigaciones arqueológicas en el norte de
Holguín y Las Tunas, que aquí sintetizamos, así como datos de las principales
colecciones de esa área existentes hacia 1941.
[7] El 1 de febrero
de 1960 se constituye oficialmente como un club juvenil de exploraciones
teniendo por nombre Jóvenes Arqueólogos Aficionados, se aprueban los estatutos
y el reglamento. Según estos dichos
estatutos era una sociedad de arqueología, espeleología y exploración en
general. La organización interna quedó integrada por una junta de gobierno
compuesta por un presidente, un director organizador, un tesorero, un
secretario de actas, un instructor de exploraciones y cinco vocales. La junta
sería elegida cada dos años en votaciones, menos el cargo de director
organizador que sería nominado cada cuatro años.
[8] Información al
respecto puede hallarse en el periódico Ahora,
de fecha 3 de agosto de 1964, número 177, Año II.
[9] Una valoración
sobre el tema para el caso de Banes aparece en Valcárcel Rojas (2002b).
[10] Fruto de las
investigaciones en el sitio El Macío del Jobal es el artículo de González et
al. (1980).
[11] Se trata de
comunidades pequeñas, de alta movilidad, con artefactos de piedra tallada en
los que destacan grandes puntas, raederas, tajadores, etc. Sus talleres para la
elaboración de herramientas de piedra están próximos a los lugares donde
obtenían estos materiales, en las zonas de Seboruco y Melones. En la
clasificación de Tabío (1984) serian incluidas en la fase temprana de la etapa
preagroalfarera. También han sido denominados protoarcaicos,
cazadores-recolectores, pretribales tempranos y paleolíticos. Información sobre
la historia de las investigaciones en Seboruco, Melones y Levisa puede hallarse en Izquierdo et al.
(2014). Actualmente se reconoce su ubicación en casi toda la Isla.
[12] Testimonio de
Miguel Cano Blanco a José Abreu Cardet, 29 de febrero de 2016.