Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Mayarí, Holguín, Cuba |
A la gente le gustaba decir refranes,
y a veces eran muy simpáticos. Mi padre no era refranero, pero en cambio mi
madre, muy criolla, los usaba mucho. Por ejemplo, cuando una persona era
precavida decían: “Bien sabe la jutía el palo en que se sube”. Si un hijo se
parecía a sus padres decían: “Hijo de majá sale pinto” (otra vez refiriéndose a
un animal cubano, pues la jutía es un roedor que vive en los árboles comiendo
frutas y el majá, una serpiente que no es venenosa). Hablando de la muerte se
decía: “A cada santo le llega su día y a cada puerco, su San Martín”. Si
alguien enfermaba se decía: “Le cayeron los curujeyes” (que es una planta que
se le enreda a los árboles viejos y los va matando. Como en Cuba los tambores
se hacían con piel de chivo, cuando alguien recibía el castigo que merecía se
decía: “Chivo que rompe tambor con su pellejo lo paga”. Y otra vez,
refiriéndose al chivo, cuando mi madre ya entrada en años padecía de los
achaques de la vejez, me decía: “Mi'jito, la vejez es una chiveta” (o
sea, una constante molestia), frase que comprendo bien ahora que yo también los
estoy padeciendo.
Asimismo, se repetían muchas coplas
tradicionales. Una que me viene a la mente, y que puede ser del siglo XVI, en
los tiempos de la reina Juana, hija de los Reyes Católicos, es:
El mundo se tambalea
La reina se llama Juana,
Quien no se baña en batea
Se bañará
en palangana.
Pero eran todavía más divertidos los
dichos que me aprendía en la calle. Estos no los conocía mi madre, que era una
dama que no usaba palabras gordas. Es más, no creo que ella supiera esas
palabras, porque los señores de esa época no las decían delante de sus esposas
e hijas. Por ejemplo, cuando mi abuelo se enojaba, sólo decía: “Ajo, Juana”,
igual que cuando ustedes eran chiquitos yo decía: “Con-chocolate” o “Jócara”
para evitar los expletivos. Esos sí, entre nosotros los muchachos decíamos
barbaridades tales como:
Este mundo es un relajo
En forma de gallinero
Y el que se sube primero
Se caga en el que está abajo.
Y entonces sube un guanajo,
De peso no muy ligero,
Y es cuando se rompe el gajo
Y se va para el carajo
El que se
subió primero.
Recuerdo otro que nos hacía reír a carcajadas:
En este lugar sagrado
Adonde acude tanta gente
Aquí puja el más cobarde
Y se caga
el más valiente.
Y había otro, bastante feo. No sé si
te lo debo contar, porque refleja el racismo de la época. Dice:
El negro
me hiede a grajo
A berrenchín huele el chino
Y el blanco, por ser más fino,
Huele a
mierda de gato.
Esas cosas no se dirían hoy en día,
pero al fin de cuentas demuestran la tendencia del pueblo a igualarnos a todos.