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La aldea a la mano (Holguín, Cuba)

9 de enero de 2011

La infidelidad de los fieles. (Funcionarios y militares españoles que participaron en la guerra de independencia de Cuba)

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José Abreu Cardet



En los estudios de la guerra de 1868 raramente se ha tenido en cuenta el papel jugado en el movimiento revolucionario durante la conspiración y  en los primeros momentos del alzamiento por los funcionarios públicos y personas que desempeñaron algún cargo dentro del estado o los ayuntamientos y se unieron a la revolución. Estos se convirtieron  en  promotores  del movimiento revolucionario. Era desconcertante para cualquier vecino el hecho que un capitán  o un teniente pedáneo tomaran parte en la conspiración o se alzara.


   
En la sublevación del 10 de octubre de 1868 participaron una cantidad relativamente importante de miembros del cabildo, funcionarios españoles de bajo rango y varios sacerdotes. Aunque esto en esencia no afectó la estructura  de la Capitanía General, pues la mayoría de los miembros del aparato  político administrativo español permanecieron fieles.
Debemos de ver el asunto en la Cuba de 1868. En estas apartadas comarcas el capitán y el teniente pedáneo eran figuras fundamentales en la vida cotidiana. Los tenientes gobernadores residían en la cabecera de la jurisdicción. En muy contadas ocasiones los campesinos visitaban la ciudad cabecera. Sin embargo, estaban en constante contacto con las autoridades de su capitanía o tenencia. Cualquier funcionario a ese nivel tenía un papel muy relevante en la vida  de esta gente. El hecho de que uno o varios de ellos se sumaran al movimiento revolucionario debió de producir el efecto de una piedra lanzada al agua de un lago en día de calma. Seguramente que la mayoría de estos funcionarios  permanecieron fieles a la metrópoli. Pero en la formación de las ideas y los criterios colectivos no siempre el número es lo más importante. Lo que debió de crear una corriente de opiniones, por citar un ejemplo, no fue el hecho de que de todos los capitanes pedáneos de la jurisdicción de Holguín, tan solo Eduardo Cordón se sumara a la conspiración. Lo más relevante del asunto era que un capitán pedáneo se había insubordinado. Es de suponer que la noticia circulara por la comarca y fuera exagerada como es usual en la voz popular.       
 


A los ojos de los vecinos de algunos barrios rurales el alzamiento del 10 de octubre de 1868 muy bien pudo, parecer en un inicio, el de una parte del estado español contra el mismo estado. Algunos funcionarios se unieron a la insurrección. La mayoría de ellos vivía en esas comarcas desde hacía años. Se habían familiarizado con los vecinos de los barrios donde ejercían sus funciones. La mayoría se había casado con cubanas lo que incrementaba con mayor fuerza sus relaciones con los criollos.
Un ejemplo de esto fue el capitán pedáneo de San Pedro de Cacocum en Holguín, el alférez de caballería retirado Eduardo Cordón natural de un poblado de Granada en España.  Eduardo Cordón residía desde hacia varios años en Holguín. Se había casado con una mujer perteneciente a una antigua e insumisa familia criolla, Leonela  Feria Garayalde. Tenía además estrechos lazos de amistad con la familia Grave de Peralta. Estos poseían varias fincas y residían en el territorio de la capitanía pedánea que el comandaba. Tanto los Feria Garayalde como los Grave de Peralta aportaron a la causa revolucionaria varios de los principales líderes locales.
Eduardo acabó incorporándose a la conspiración. En sus informes al gobernador de Holguín resaltaba  que la comarca permanecía en perfecto orden. Mientras Julio Grave de Peralta y otros vecinos conspiraban prácticamente de forma publica. Esto permitió que el grupo más fuerte y numeroso de conspiradores en Holguín se encontrara en  Cacocum. En octubre de 1868 Cordón se sublevó. Su importancia en la localidad era tal que fue ascendido a coronel. Durante la guerra fue sorprendido por una contraguerrilla y asesinado ante su familia.  (1)
Hay otros ejemplos de funcionarios españoles que se sumaron al independentismo. La sublevación de Céspedes en La Demajagua contó con la colaboración del jefe de la policía y un oficial de las fuerzas regulares de Manzanillo. Estos facilitaron la concentración de los patriotas en La Demajagua.   El teniente pedáneo Emilio Soler, de Manzanillo,  se unió a las fuerzas insurrectas y se dedicó a reclutar combatientes.  (2)
José Alemán, teniente pedáneo en la jurisdicción de Santiago de Cuba, se unió a las fuerzas revolucionarias. Se convirtió en uno de los jefes militares de las tropas insurrectas concentradas en el campamento de Sevilla en Santiago de Cuba. Rafael Portuondo Vernáes, delegado del alguacil mayor de Santiago de Cuba, también se unió a los mambises de ese destacamento.  (3)
En Bocas, un cuartón en la capitanía pedánea de Maniabón en la jurisdicción de Holguín, el teniente pedáneo Agustín González se unió a las fuerzas revolucionarias. Un informe español hacia referencia a: “... que era anteriormente teniente de partida de Bocas y hoy es jefe de los insurrectos.”  (4)
El efecto que tuvo este individuo entre los vecinos de la localidad fue impactante. En los primeros meses de la guerra un total de 98 vecinos de ese barrio se unieron a las fuerzas revolucionarias.   (5)




El teniente pedáneo de Tí Arriba, en la jurisdicción de Santiago de Cuba, Francisco Javier Rizo, se unió a los sublevados. En este caso tiene una doble significación, pues además de funcionario del gobierno era considerado como hacendado. Este individuo fue detenido. Sus declaraciones en los interrogatorios son interesantes. Declaró que el jefe de las fuerzas insurrectas del barrio, Bernardo Delgado, blanco y vecino del lugar, trató desde los primeros momentos de ganárselo para la causa insurrecta. El día en que los mambises ocuparon el poblado: “...le propusieron si quería ser comandante de aquel punto... “.  (6)
Al día siguiente el jefe mambí lo visitó en su casa y le solicitan: “... que mientras tanto quedaría lo mismo que estaba ejerciendo el cargo de Teniente del partido pero bajo la vigilancia del comandante de Ti Arriba...”   (7)
Este individuo en parte trata de disminuir su culpa aduciendo que se vio obligado a actuar de esa forma bajo la presión de un cabecilla insurrecto. Pero realmente hubo un intento de muchos caudillos locales de ganarse para la revolución a los funcionarios de sus localidades.
El teniente pedáneo del partido del Ramón, José de Jesús Pérez se unió a los insurrectos.  (8)
En Guantánamo varios funcionarios del estado se incorporan a la revolución. En el partido pedáneo de Jamaica se sublevan el capitán pedáneo, José Bienvenido Rodríguez, su secretario, Antonio Beruf y el cabo de salvaguardia, el gallego,  Francisco Domínguez. También lo hacen los cabos del cuartón del Sigual,  Eleuterio Pérez. Otros cabos de salvaguardia Ángel Proenza, y Francisco Domínguez siguen igual camino. Esto causó un verdadero estupor entre las autoridades fieles a España. Una anécdota recogida en los interrogatorios a los testigos y detenidos por las autoridades hispanas  deja sentir la sorpresa causada en todos por éste anónimo héroe independentista. Apenas las autoridades locales tuvieron conocimiento del alzamiento les informaron a los diferentes funcionarios de la jurisdicción. El capitán pedáneo de Jamaica reunió a los vecinos de su barrio y los arengó con las siguientes palabras: “.... que la isla de Cuba debía de ser libre puesto que los españoles quitaban  y ponían reyes y hacían lo que le parecía y ellos debían hacer lo mismo”.  (9)
Es interesante la declaración  de un oficial de voluntarios sobre la influencia de estos individuos entre los vecinos de Jamaica: “...  que casi todos los vecinos de su partido además de los ya dichos     pertenecen a la facción pero que no prestan parte activa en ella que    si lo hacen es seducidos por los anteriormente dichos que son los  principales cabecillas”.   (10)
León Téllez, teniente pedáneo y  Joaquín Suárez, también funcionario colonial, tomaron parte en el alzamiento de Guantánamo.  (11)  José María Ávila, teniente pedáneo del cuartón de Sevilla, de la capitanía pedánea del Caney, en Santiago de Cuba, era acusado de unirse a los insurrectos.   (12) 



Carlos Manuel de Céspedes encontró apoyo en un funcionario colonial que le ayudó en la labor de sumar hombres a sus fuerzas. En este caso era  Bartolomé Labrada, teniente pedáneo de Jibacoa partido de Guá en la jurisdicción de Manzanillo. Un informe español decía de este individuo: “D. Bartolomé teniente habilitado de Jibacoa que se insurreccionó contra nuestro gobierno y ha reclutado gente con abono de su autoridad”.  (13) Miguel Font un testigo de la actitud insumisa de este funcionario declaró a las autoridades españolas sobre el apoyo que le brindó a Carlos Manuel de Céspedes en los días en que se preparaba el alzamiento de la Demajagua y durante este:          

“... el declarante vio por sus propios ojos una orden del hermano del acusado llamado Bartolomé Labrada y esta orden la hacia al cabo del cuartón Purial para reclutar gente en nombre del gobierno español, valiéndose de este engaño para que esta gente reclutada se anexionara por medio de la farsa a los insurrectos, advirtiéndole  que este Bartolomé Labrada es teniente habilitado por nuestro gobierno de los cuatro cuartones de Gibacoa partido de Gua”.  (14)

Un hermano de Bartolomé detenido por las autoridades españolas declaró en el interrogatorio respecto a las relaciones de su hermano con Carlos Manuel de Céspedes: “ ...que el hermano del que narra Don Bartolomé y el otro Don Pedro son los que con Céspedes mas relaciones han tenido”.   (15)
Otro hermano de Bartolomé, llamado José Labrada Preco, escribiente del jefe de los cabos de Ronda de Manzanillo fue detenido, pues se sospechaba de que tomó parte en la conspiración. Eligio Izaguirre, secretario del Juez de Paz de Manzanillo, fue detenido también, acusado de ser un conspirador. Según las autoridades había utilizado su influencia para sumar al movimiento sedicioso al portero del juzgado Bartolomé Sariol y Quesada.
En Bayamo el capitán pedáneo Joaquín Tamayo se sumó a la sublevación. En Holguín el escribano público y secretario de la Junta de Armamento y Defensa, Jesús Rodríguez, se unió a la insurrección. También lo hicieron dos miembros del ayuntamiento,  los regidores Federico Marino y Carlos Téllez,  se unen  a la insurrección.
Las autoridades españolas intentaron utilizar los vecinos para sofocar los alzamientos. Existía una verdadera tradición de utilizar a fuerzas militares integradas por  vecinos de la isla, tanto españoles como criollos, para defender la colonia. Este tipo de  tropas habían sido utilizadas para  combatir a los piratas y corsarios, a los británicos en sus intentos de conquistar la mayor de las Antillas y más recientemente a las expediciones de Narciso López. En octubre de 1868 las autoridades recurrieron a esta medida. El acontecimiento es poco conocido. Armaron vecinos de las regiones donde estallaron las sublevaciones para combatirlas. En el caso de que la mayoría fueran hispanos y estaban bien dirigidos dieron buenos resultados. Un ejemplo de esto fueron  las defensas de Tunas y de Holguín. Pero donde predominaban criollos la situación cambió por entero. En general estos destacamentos acabaron rindiéndose y sumando sus efectivos a los libertadores. Un ejemplo de esto fue una pequeña tropa creada en el cuartón de Arroyo Blanco de la capitanía pedánea de Palma Soriano en Santiago de Cuba. El cabo de ronda local dirigía este destacamento. El 17 de noviembre se encontraron con una partida insurrecta. Sin disparar un tiro el grupo se entregó y prácticamente todos sus integrantes quedaron incorporados a la tropa mambisa   (16). Es interesante que parte de las estructuras represivas creadas por el gobierno hispano para luchar contra la insurrección acabaron fortaleciéndola
Los dominicanos que se unieron a la insurrección también debieron de crear un espacio de sorpresa entre los vecinos. Algunos de estos  individuos en momentos de integrarse a las fuerzas libertadoras estaban en activo como el general Modesto Díaz. Otros habían sido retirados pero debieron mantener la imagen pública de gente vinculada el régimen español
El papel de estos individuos que tenían cargo en el gobierno y se unieron a la insurrección merece un análisis. El primer asunto es que ellos se incorporaron a la sublevación producto del ambiente sedicioso que se había extendido por gran parte del oriente de la isla. Vecinos, amigos y parientes estaban imbuidos del espíritu revolucionario. Pero al mismo tiempo ellos desempeñaron un papel importante en algunas localidades en la movilización de los vecinos. No era fácil para muchos romper el orden establecido por cuatrocientos años de dominio español. Alzarse contra las autoridades hispanas era un reto. Era romper una barrera del orden establecido, de intereses creados. Por muy despótica que fueran las autoridades y por alto que fuera el grado de alienación social que existía en la sociedad cubana el poder guarda en si un grado de inercia hacia el orden establecido que no fue siempre fácil de romper. Para los vecinos de estas comarcas el representante del orden y la autoridad eran estos individuos: los capitanes y tenientes pedáneos cabos de ronda, etc. El hecho de que algunos de  ellos se sublevaran representaba un estímulo. Hacía mucho más fácil el romper la línea de la situación oficial creada y a las que se sentían subordinados. La élite revolucionaria lo había comprendido así. El propio Céspedes se proclamó como Capitán General. Se mantuvieron los mismos nombres de los cargos establecidos por el estado español. Así en la nomenclatura revolucionaria  continuaron los tenientes gobernadores, capitanes y tenientes pedáneos por lo menos en estos primeros meses de la sublevación. Era una forma de investir el nuevo orden establecido de las tradiciones del anterior.
Aunque tampoco podemos exagerar respecto al papel de un grupo de funcionarios españoles que simpatizaron con la revolución. Muchos funcionarios españoles se mantuvieron fieles a la metrópoli. Algunos murieron defendiendo sus ideas políticas. Pero en medio de un estado de efervescencia revolucionaria el hecho de que un capitán o un teniente pedáneo se sumaran a la conspiración debió de tener una relevante importancia. Es de imaginar los diversos comentarios que suscitaron tales actitudes entre los vecinos de estos apartados barrios. Al compás de estos comentarios con el ejemplo palpable del representante del estado colonial sumado a la revolución la decisión de tomar el camino de la insumisión debió de ser más fácil para muchos vecinos.

1-     Juan Albanez Martínez Eduardo Cordón. Inédito
2- ANC Fondo Comisión Militar Ejecutiva y Permanente. Legajo 125 número 4
3-   Idem Legajo 129   número 27
4-   Idem Legajo 129 número 4
5-  Museo Provincial de Holguín Fondo. Documentos de Julio Grave de Peralta.  
6- ANC  Comisión Militar Ejecutiva y Permanente Legajo 129 Número 4
7-   Idem  Legajo 129 número 21
8-   Idem  Legajo 126 número 13
9-  Idem  Legajo 126 número 12
10- Idem

Los inicios del cine en Holguín


Por: Héctor Carballo Hechavarría
   Casi dos años después de la primera exhibición pública de cine en Cuba, ocurrida el 24 de enero de 1897 en La Habana, los residentes en Holguín, al otro extremo de la ínsula, descubrieron la maravilla creada en París por los hermanos Lumiére, apenas tres años antes.
Al fondo La Periquera, lugar donde se produjo la primera exhibicion cinematografica en Holguin

Patio de La Periquera donde se produjo la primera exhibicion cinematografica en Holguin
   El cinematógrafo llegó a la isla caribeña, entonces colonia de la decadente metrópoli española, procedente de México. Lo trajo consigo un representante de la Casa Lumiére, el francés Gabriel Veyre.
   Unos meses antes, el deslumbrante aparato había sido exhibido en otras dos capitales de la América del Sur. La primera fue Río de Janeiro, Brasil, y luego Buenos Aires, Argentina.

   La prensa habanera de la época reflejó cómo unas dos mil personas se congregaron en una casona marcada con el número 126, en la calle Prado de la capital, en donde hasta horas de la media noche se ofrecieron varias funciones con unos veinte minutos de duración.

   En una de sus acostumbradas crónicas de época, el desparecido periodista holguinero Juan Albanés Martínez apuntaría en los años cuarenta del pasado siglo que fue el día 25 de noviembre de 1898 cuando los holguineros concurrieron por vez primera a un espectáculo de cine.

   El suceso tuvo lugar en condiciones distintas a las que lo rodearon en La Habana. Como escenario tuvo a un local de la planta baja del histórico edificio La Periquera, sede del entonces cabildo municipal y en cuya fachada pendía una bandera yanqui.

   Lo que tal vez consistía en el único pertrecho pacífico en poder de las fuerzas militares acantonadas en el lugar, bajo el mando del General Duncan N. Hood, sería empleado ese día como un medio de distracción.

   Llegadas desde Santiago de Cuba, aquellas tropas formaban parte en realidad de un nuevo ejército de ocupación en el país, al cual le habían truncado su verdadera independencia del colonialismo.

   Según refiere el propio Albanés, los militares norteamericanos organizaron una función a la cual se sumaron los lugareños. En medio de un clamor y entusiasmo generalizados, los primeros cinéfilos holguineros vieron imágenes en movimiento de caballos participando en maniobras militares. Constaban estas películas de rollos de 500 pies.

   Pero dejando a un lado en este párrafo las posibles reflexiones en torno a las utilidades que desde entonces ya se le vislumbraban al cine, y no precisamente como arte, o acerca del marco histórico en el cual fue conocido en Holguín, lo ciertamente indiscutible es que tal acontecimiento significó un hito no solo para la forma en que los holguineros prefirieron ocupar en lo adelante sus horas de ocio.

   Baste solamente con recordar en este espacio algunas pinceladas referidas a aquellos orígenes legados por dos cronistas holguineros para comprender que la llegada del cinematógrafo a Cuba tampoco pudo escapar a la ingeniosidad ni al gracejo típico de los cubanos.

Primeros cines en Holguín



   Desapolillando escritos del Albanés, en los cuales llega a reconocer la posibilidad de la imprecisión, podemos conocer que el primer teatro cine con uso comercial establecido en la ciudad de San Isidoro fue el Colón, propiedad de Don Franco Monné y el cual estaba ubicado en la actual calle Maceo, esquina a Martí.

   El filme norteamericano Vida y Pasión de N.S.J.*(Nuestro Señor Jesús) sería el primer largometraje de cine mudo exhibido en Holguín por el círculo de artesanos de la llamada Sociedad de Color, la cual tenía su sede en la calle Miró.

   Como el primer filme hablado presentado, el referido investigador menciona a «El Código Penal, con las actuaciones de Carlos Villaríos, en el papel estelar».

   Los primeros aparatos cinematográficos funcionaban con la luz producida por la combustión del carburo y a medida que iba avanzando el filme, una persona se encargaba de explicar a viva voz la trama o argumento.

   Más tarde serían introducidos el acompañamiento mediante piano u orquestas. Entre estas últimas se citan las de Fello Pupo y Los Hermanos Coayo. Frecuentemente también alternaban con las tandas los cupletistas, bailarinas y otras atracciones.

   La comercialización del cine significó también un valor agregado para los pocos teatros existentes en Holguín, los cuales experimentaron un renacer, en cuanto a la afluencia del público, comparable solo a lo acaecido en el año 1894 con las visitas a la ciudad de Claudio Brindis de Salas, Gilda del Real y la compañía de Don Antonio Vico.

   Otros teatros cines surgidos con los años fueron el Holguín, perteneciente a la colonia española, el Martí, propiedad de Don Manuel Avilés Lozano, y el Frexes. Estos últimos todavía hoy conservan su utilidad.

De escándalos y desenfrenos

   Si bien para esa época la media de la población cubana había oído al menos hablar sobre la existencia del cinema, la inmensa mayoría no comprendía muy bien cómo era que funcionaba, aunque sí eran muy disímiles las versiones al respecto.

   Un jocoso episodio sobre las primeras tribulaciones del cinematógrafo sería comentado precisamente por Juan Albanés, quien nos remite a 1912, en un sitio conocido como Arroyo Blanco de Cabezuelas en donde se brindó una función nocturna.

   La ya de por sí extraordinaria noche, en la que de pronto una simple sábana se convertía en el centro de atracción de todos, sería colmada por la trama de un filme insonoro y en blanco y negro en el cual una pareja de enamorados se enfrentaban a un pistolero malhechor.

   En medio de un silencio casi sepulcral, apenas roto por el sonido del cinematógrafo y la voz del relator, la fulgurante sábana mostraba cómo los truhanes poseían de rehén a la joven, quien valientemente se negaba a firmar una carta dirigida al galán de la película para hacerlo caer en una trampa.

   Todo parece indicar que el filme era muy bueno o el narrador hacía un trabajo encomiable, pues en el instante en que el jefe de los bandidos le dio una bofetada a la renuente muchacha, uno de los espectadores, al que llamaban Yía, entró en acción: «Eso sí que no compay, que en delante de mi naidem le pega a una mujer», gritó el guajiro arremetiendo machete en mano contra la pantalla, antes de que nadie lo pudiese evitar, rasgándola de un buen tajo». Y dicen que lo peor no fueron las quejas de la dueña de la sábana, sino que también por poco descabeza a quien describía la película.

   Otro pasaje revelado por el no menos destacado periodista y escritor local Celso Enríquez Gómez en su libro Morriña Holguinera nos narra lo que sería el primer intento de hacer cine en Holguín. El autor, testigo del hecho, asegura que la iniciativa sería del mismo Albanés, con quien compartiera amistad. «Nos convocó un buen día a una finca en Mayabe, creo que propiedad de mister Thomas R. Towns. Por entonces los temas vaqueros estaban muy de moda con los filmes de Gustavo de Córdova, René, Adorés, Rodolfo Valentino, Harry Carey y Ford Mix, entre otros. «Ya en los campos de Mayabe, Albanés nos dio indicaciones definitivas con las que se pondría en acción su gran largometraje. El argumento no tenía nada de particular, puesto que se reducía a un refrito fílmico basado en las películas de Holywood. «Se formó una caballería de unos veinte hombres de los alrededores, además de las estrellas de Holguín, que éramos unos seis. Todos nos movíamos bajo la acción de un megáfono de mano, en espera de entrar en escena.

   La secuencia en cuestión consistiría en la «filmación» de una corrida a tropel de los caballos por sobre el hilo de agua de una cañada, cuyo lecho estaba atiborrado de piedras.


   Lo cierto fue que a la voz de acción siguió que una de las estrellas acabó en un estrellón contra el suelo, en compañía de su caballo. «La caída fue estrepitosa y la sangre manaba profusamente de la frente de aquel hombre y hubo que trasladarlo a Holguín donde lo atendió el doctor Avilés.»

   Y refiere Celso, aunque sin dejar claro si en realidad se contaba con alguna cámara para la filmación, que a partir de aquella escena campirana la idea sufriría un suspenso que no recuerda si tuvo continuación o si solamente quedó en el intento apasionado de Albanés. ¿Quién sabe adónde hubiese podido llegar aquel inicio?, escribió al final de su crónica.

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