Por:
José Abreu Cardet
Entrevista
a Lourdes del Rosario Pérez Iglesias (Holguín, 7 de octubre de 1965).
Licenciada en Biología por la Universidad de Oriente y Máster en Gestión
Ambiental. Investigadora Auxiliar y arqueozoóloga del Departamento Centro Oriental
de Arqueología. En sus más de 24 años de trabajo en esta institución ha
participado y dirigido más de una docena de proyectos de investigación
-¿Qué estudia la arqueozoología?
La
arqueozoología en sitios indígenas, que son los que casi siempre investigo, se encarga del estudio de la fauna
con la que interactuaron los aborígenes en tanto se pueden conocer las especies
usadas para su sostenimiento alimentario, las que los proveyeron de materias
primas para la elaboración de sus instrumentos y objetos de adorno corporal y
de uso ceremonial. En esta investigación se pueden conocer los animales
utilizados, sus hábitats, sexo, edad, los procesos de matanza, transportación y
decisiones de distribución. Estos datos permiten además inferir acerca de las
tecnologías de captura, crianza y carnicería; la frecuencia con que las
especies fueron usadas, basándonos en la cantidad de animales o en la biomasa
que aportan, así como la salud de los especímenes. Estos aspectos pueden estar
relacionados con los cambios de la fauna en la región, particularmente con
procesos de domesticación, etc.
-¿Cómo te acercaste a la
arqueología?
Me gradué
de Licenciatura en Biología en 1988, en la Universidad de Oriente. Al terminar
me ubicaron en la estación de la Academia de Ciencias en Pinares de Mayarí,
pero por circunstancias familiares no podía irme a trabajar lejos de la casa.
El director del centro de Pinares de Mayarí en aquel entonces, Jacobo Urbino,
me dijo que en el Departamento Centro Oriental de Arqueología estaban buscando
un biólogo y me habló de José Manuel Guarch Delmonte. Cuando conversé con él me
explicó el tipo de trabajo que necesitaban por parte de un biólogo y quedé
fascinada. Se trataba de estudios paleobotánicos para determinar las plantas
que los aborígenes usaron en épocas precolombinas. Más tarde tomé otro rumbo,
cambié a la arqueozoología, ya que la palinología en arqueología era difícil de
fomentar por el alto costo de las técnicas que requiere. La arqueozoología era
más factible, pues podía aplicar y desarrollar mis conocimientos como bióloga,
y era igualmente necesaria en el Departamento Centro Oriental de Arqueología.
-¿Cuándo se iniciaron las
investigaciones arqueozoológicas en Cuba y particularmente en Holguín? ¿Qué
significó para ti entrar en ese campo?
El trabajo
arqueozoológico en Cuba se inició de forma sistemática desde que
institucionalizó la arqueología en el país, en 1962, y se ha concentrado
fundamentalmente en el Instituto Cubano de Antropología (ICAN), el Gabinete de
Arqueología de la Oficina del Historiador, y la Facultad de Biología de la
Universidad de La Habana. En Santiago de Cuba, en el Departamento de
Arqueología de la Oficina del Conservador de la Ciudad y en la Universidad de
Oriente también se ha avanzado. Milton Pino ha sido una figura importante en
este proceso.
En Holguín
desde que se creó el Departamento de Arqueología, su fundador, José Manuel
Guarch, siempre tuvo una clara visión de la importancia de los estudios
arquezoológicos. Las primeras informaciones arquezoológicas de Holguín se
remontan a los años 40 del siglo XX, a partir de trabajos ejecutados por
Eduardo García Feria, José A. García Castañeda y Orencio Miguel Alonso, entre
otros, quienes poseían colecciones de objetos extraídos de muchos residuarios
arqueológicos de la localidad. Por esa misma época se publica el libro Archaeology of the Maniabón Hills,
de Irving Rouse, en el que el investigador norteamericano informa sobre un
levantamiento de los sitios arqueológicos de esta región, y describe en muchos
de ellos la presencia de evidencias arqueozoológicas.
Con
posterioridad a 1959 la creación en Holguín del grupo de aficionados Jóvenes
Arqueólogos, luego incorporados varios de ellos al Grupo Científico García
Feria, conllevó la realización de trabajos arqueológicos que contemplaban,
entre otros materiales, la obtención de testimonios arquezoológicos. Muchos de
estos materiales pasaron a engrosar las colecciones del Museo Guamá. También
algunos de estos materiales pasaron a las colecciones del Museo de Historia Natural
Carlos de la Torre y Huerta, de la ciudad de Holguín.
En aquel
momento los datos arquezoológicos no pasaban de ser listas de entidades
zoológicas, vistas desde una perspectiva descriptiva, y alguna veces tratadas a
nivel de clases zoológicas en general, por lo que es frecuente encontrar
términos como: conchas de moluscos, huesos de jutías, pinzas de cangrejo,
huesos de majá, peto de jicotea, costilla de manatí, etcétera. O bien la
mención de la utilización de huesos y conchas como materia prima para la
confección de instrumentos de trabajo o de adornos de uso corporal por parte de
las comunidades aborígenes en los sitios estudiados.
Trabajos
con metodologías sistematizadas y con un enfoque que analizaba la explotación
del entorno y trabajaba la identificación de actividades subsistenciales y el
uso de recursos faunísticos, son los que provienen del Grupo de Trabajo de
Arqueología de Holguín, en 1977, adscrito a la entonces Academia de Ciencias de
Cuba, devenido más tarde Departamento Centro Oriental de Arqueología. En los
primeros momentos las investigaciones arqueozoológicas del mencionado
Departamento estuvieron a cargo de José Manuel Guarch Delmonte. En ese tiempo
se trabajaron sitios como La Güira de Barajagua, Loma de Ochile, Mejías.
Esta institución
incorporó a César Rodríguez Arce para el desempeño de esta disciplina. Este
investigador estudió un amplio grupo de sitios arqueológicos, entre ellos loma
de Baní, cerro del Júcaro, Esterito, Punta de Pulpo, El Boniato, El Porvenir,
El Chorro de Maíta. También creó, junto a Milton Pino, una metodología de
análisis arqueozoológico que fue bien acogida por la comunidad de
arqueozoólogos de Cuba. En la misma se utilizaba el conocido conteo de Número
Mínimo de Individuos (NMI) y se seguía una medida cuantitativa que pasaba del
solo conteo de las especies encontradas a las interpretaciones del contexto en
concordancia con el ambiente y las actividades subsistenciales que se realizaron.
A finales
de la década de los 80 es cuando me incorporo al Departamento Centro Oriental
de Arqueología, y bajo la tutela de Rodríguez Arce comienzo a realizar este
tipo de estudio y desde esos momentos y hasta el presente he trabajado
numerosos sitios arqueológicos, entre los que se destacan por su envergadura e
importancia histórica Cayo Bariay y El Chorro de Maíta.
-¿Cómo se hace el estudio de un
sitio arqueológico?
El
descubrimiento de un sitio arqueológico puede ser fortuito o intencional.
Muchas veces llegan a nosotros personas que hacen un reporte de un hallazgo y luego
los especialistas vamos al lugar a explorar y determinamos si es o no un sitio
arqueológico. Otras veces se descubren cuando se exploran áreas extensas con
determinados fines que pueden ser arqueológicos o no y se encuentran los sitios
en los que afloran materiales y también coinciden con accidentes geográficos
que revelan su presencia.
Recuerdo
cuando buscábamos un sitio arqueológico en Cayo Bariay cuando Guarch Delmonte
tenía la hipótesis de que en el cayo debió existir un sitio arqueológico que coincidiera
con lo que Cristóbal Colón describe en su diario cuando arribó a estos parajes
en 1492, una pequeña aldea de pescadores. El equipo de investigación se
desplegó a explorar todo el lugar, íbamos separados unos de otros a 2 metros,
con una piqueta en la mano, hasta que Juan Guarch y su padre José Manuel Guarch
Delmonte encontraron lo que hoy se conoce y se exhibe en Punta del Gato.
A partir
de este descubrimiento se diseñó un proyecto de investigación para acometer la
excavación, se estudiaron superficialmente las áreas del sitio y de acuerdo con
el tiempo y financiamiento disponible se definió el área para excavar. En estos
casos generalmente se cuadricula el espacio en escaques o cuadrículas de 2 x 2
metros o 1 x 1 m y se va excavando cuidadosamente, realizando una recogida cada
10 cm de profundidad, que es lo que llamamos estratigrafía artificial,, sin
perder la óptica de la estratigrafía por capas naturales. Paralelo a ello se
registra todo lo que va apareciendo, se hacen dibujos de las plantas, se toman
fotografías y se toman puntos para ubicar con exactitud cada uno de los objetos
hallados. Por otra parte, se tamiza todo el suelo que se va removiendo y es
aquí donde se consigue otra parte de la información. Cada objeto o fragmento
que va saliendo se guarda en bolsos bien etiquetados que se dividen en objetos culturales o restos
de fauna. También se guarda parte del sedimento para revisarlo con otros
tamices más finos, utilizados para obtener semillas, partes óseas muy pequeñas,
así como cualquier objeto o estructura diminuta.
El trabajo
de un arqueozoólogo es en general participar en todo esto y además estar
pendiente de todo hallazgo animal, para más tarde en el laboratorio poder
realizar mediciones, observaciones, análisis y las interpretaciones
convenientes.
Una
excavación no se realiza para extraer un conjunto de objetos curiosos, bonitos,
extraños, valiosos, que sirvan para exhibirlos en un museo. Para que una
excavación rinda resultados satisfactorios hay que llegar más lejos, porque
detrás de cada objeto que uno encuentra hay una persona o un grupo de personas,
un modo de vida, fuentes de materia prima, recursos bióticos, un entorno y la
historia de una sociedad, que es donde hay que llegar, por eso la arqueología
es una ciencia social.
Si una
persona entrega una pieza que se encuentra, es algo positivo siempre y cuando
sepa bien de dónde salió y si no hizo una excavación para hallarla. Una pieza
así es indicativa de un tipo de cultura, por ejemplo, pero realmente para que
una pieza tenga valor debe estar contextualizada, es decir, estar relacionada
con otras piezas que darían el verdadero sentido al hallazgo. A mediados del
siglo pasado existieron muchos arqueólogos aficionados que extraían de los
sitios piezas arqueológicas para venderlas a coleccionistas, a museos de
antigüedades y que recuperaron objetos que muchas veces solo sirven para decir
que entre los indígenas cubanos existían buenos artesanos. El Hacha de Holguín
la hallaron, según se cuenta, en los alrededores de la ciudad y por su
tipología y hechura se infiere que perteneció a los grupos agroalfareros o
agricultores ceramistas, pero es lamentable que no se conozca exactamente dónde
fue encontrada, con qué objetos se relacionaba, es decir, que no tengamos otros
elementos para explicar su origen, significado y uso.
Las piezas
y los datos tomados en la excavación son traídos al laboratorio. Allí son
analizados desde diferentes puntos de vista por los especialistas la cerámica,
los objetos de piedra, los objetos de concha, la fauna, los metales, el suelo,
los datos geográficos y topográficos. El personal que se encarga de esto puede
o no participar en la excavación, generalmente es el mismo, pero, por ejemplo,
en otros países los que excavan son personas que se contratan para eso, dirigidos
por uno o dos arqueólogos, y luego los materiales se los entregan a los
especialistas en los laboratorios, quienes analizan e interpretan. Pero
nosotros hacemos de todo, excavamos en el campo y analizamos en el laboratorio.
-¿Cómo valoras el patrimonio
arqueológico de Holguín?
Realmente
Holguín se destaca por poseer una gran cantidad de sitios arqueológicos. En la
zona de Banes se reportan más de 70 residuarios arqueológicos de filiación
agroalfarera de gran importancia, dentro de los que se destacan El Chorro de
Maíta, Potrero de El Mango, Esterito, Loma de Baní, El Porvenir, Cerro de los
Muertos, Los Carbones, etc. En esta zona a inicios del siglo pasado se
extrajeron muchas piezas arqueológicas de gran valor, que compraban y
almacenaban los coleccionistas. Uno de ellos, Orencio Miguel Alonso, donó su
colección, que es lo que hoy mayormente se exhibe en el Museo Indocubano Baní.
Por la cantidad de sitios y su envergadura es que en la década de los 70 se
empieza a nombrar a Banes como la capital arqueológica de Cuba.
También
existe otro conjunto grande de sitios en la zona de Mayarí y Levisa; son de los
grupos cazadores, los más tempranos de Cuba. No obstante, existen otras
provincias que según el Censo Nacional del 2013 albergan mayor cantidad de
sitios arqueológicos que Holguín, como Villa Clara y Pinar del Río.
-¿Crees que los aborígenes cubanos
ayudaron a producir cambios en la naturaleza, en nuestro ambiente?
Muchas
veces la literatura y las películas hacen ver que los aborígenes tenían una
relación idílica con la naturaleza. Hay que pensar en que ellos tenían que
cazar, pescar, recolectar y cultivar para vivir y mantener una población.
Tenían que derribar árboles para hacer sus casas, cobijarlas; los agricultores
tenían que desbrozar terreno y quemar árboles para sembrar. Cuando iban a la
costa recolectaban todo lo que podían y pescaban todo lo que podían conservar.
Su vida no era fácil, su promedio de vida era 45 años, precisamente por los
trabajos que pasaban, la mortalidad infantil era alta. Claro, ese grado de
desarrollo que tenían no permitía que sus poblaciones aumentaran
desmesuradamente y una cosa tiene que ver con la otra, por tanto, el daño que
pudieron haber provocado al medioambiente es mínimo en comparación con las
poblaciones actuales, pero ciertamente afectaron la naturaleza.
-¿Cómo están representadas las
sociedades indígenas en los museos cubanos?
Sí están
representadas, aunque en algunos mejor que en otros. Pienso que hay falta de
creatividad en los dioramas que exhiben piezas arqueológicas, al igual que en
la presentación de otras colecciones,
estamos muy atrasados en ese sentido. Y no estoy hablando del empleo de
grandes recursos, con pocas cosas se podrían hacer muestras más didácticas e
interactivas, por ejemplo, en el Museo de Ciencias de Gibara hay muy buenas
ideas. Los museólogos debían documentarse de cómo va el mundo en ese tema, pues
aquí las colecciones se muestran de forma muy estática.
El Chorro
de Maíta es un buen museo in situ y
muy original. Representa fielmente lo que se encontró allí, ha servido como
referente para dar continuidad a las investigaciones, constituye uno de los
símbolos de la provincia, avalado por un historial de investigaciones. El Museo
Indocubano Baní es un museo especializado en arqueología que atesora una
colección muy valiosa de piezas arqueológicas de la región. Fue algo que ayudo
a dar a Banes el título de la Capital Arqueológica de Cuba, pero está concebido
a la usanza de los años 50 del pasado siglo.
-¿Cuáles son las dificultades que
existen para hacer arqueología?
Es
realmente serio el problema del financiamiento de la arqueología. La
arqueología ha avanzado dialécticamente en el mundo y lo que antes se escribía
a partir de la observación especializada de un objeto (cerámica, piedra,
concha, resto de fauna) hoy quedaría en un plano de aficionado. Existen ahora
otros tipos de análisis como fechamientos radiocarbónicos, cromatografía de
gases, análisis de isótopos, análisis y mediciones en microscopios, ADN, que
necesitan de tecnologías muy caras que en su mayoría no se pueden hacer en
Cuba. Por otra parte, las jornadas de excavación se ven muy limitadas por la
escasez de financiamiento, así como las carencias de otras tecnologías como
equipos topográficos avanzados, escáneres, radares, tecnología para fotografía,
etc.
Cuba ha
avanzado algo a través de la colaboración internacional para realizar estos
tipos de análisis y la adquisición de algunos de estos recursos, también el
país realiza esfuerzos para proveer servicios como las conexiones a internet,
que son fundamentales para todo tipo de contactos y acceso a la información.
Pero en general, dada la situación económica de Cuba y el mundo, la arqueología
no es prioridad, como lo son la medicina, la educación, la alimentación, aspectos
en los que el país pone su mayor empeño. A nosotros nos cuesta trabajo
encontrar un espacio para presentar nuestros temas de investigación en los
Programas Nacionales que oferta el país, pues estos se encuentran acordes a los
lineamientos de la política del Estado y la arqueología no aparece en ninguno.
-¿Qué impacto tuvo el período
especial para un intelectual cubano,
especialmente si era de una provincia? Cuéntanos tus recuerdos de esos
momentos.
Fue
funesto este período. Para nosotros significó una gran frustración, pues
teníamos encaminadas nuestras perspectivas de trabajo en una dirección, la cual
hubo que cambiar. Algunos abandonaron la arqueología, otros como yo, de la
Palinología y la Paleobotánica tuve que cambiar para Arqueozoología, conformarme
con el uso de métodos de trabajo de bajo costo para proseguir mi trabajo.
Centralizaron los recursos, por lo que ya no pudimos contar más con el
transporte que manejábamos en nuestra propia área, nos redujeron el consumo de
combustible, el apoyo al trabajo de campo.
En el
departamento en general hubo que variar la estrategia de investigación y
empezar a trabajar con lo que estaba guardado en los almacenes y en los museos
y con los datos archivados. Fue cuando se realizó el censo arqueológico provincial,
que luego tributó al nacional. Una de las estrategias para hacer excavaciones
fue insertarnos en los programas del medioambiente; fue cuando al principio de
los 2000 hicimos la excavación de Loma de Jagüeyes en un proyecto de educación
ambiental, y el de San Antonio, en Gibara, en un proyecto de ordenamiento de
los recursos arqueológicos. También se crearon vínculos de trabajo con el
turismo, así se excavó y se construyó el área expositiva de Cayo Bariay.
En los
últimos años hemos tenido cierto avance, tanto que se nos fue otorgado un
Premio Nacional por las investigaciones realizadas en El Chorro de Maíta entre
el 2005 y el 2012, dirigidas por el doctor Roberto Valcárcel Rojas, las que se
han podido llevarse a cabo gracias a la colaboración internacional. Esta ha
aportado tanto recursos materiales, financiamiento como superación para los
arqueólogos. Ahora casi que volvimos a un período especial porque los programas
importantes de investigaciones, que son los nacionales, no nos dan brecha para
trabajar, no estamos entre las prioridades del país.
-¿Crees que el arqueólogo pese al
desarrollo de la ciencia no está siempre al borde del abismo de la
especulación? ¿Cómo defines a un arqueólogo moderno?
El
arqueólogo moderno está cada vez más lejos de la especulación porque ahora
existen muchas tecnologías con las que se pueden demostrar las hipótesis de
trabajo, entre estas pruebas podemos mencionar análisis de isótopos,
cromatografía de gases, análisis de ADN, fotografías satelitales, mediciones
topográficas con equipos láser, entre otras. Cada día se exige más rigor y
veracidad. El difícil acceso a esas tecnologías pone en peligro el alcance de
muchos resultados, por lo que cada vez tenemos que hacer más vínculos con
instituciones que las poseen y luchar por usarlas y a la vez ser más serios y
exigentes con nuestro trabajo. No podemos caer en la especulación y el
aventurerismo intelectual.
-¿Pasar de aficionado a arqueólogo
es común en Cuba?
Hay
arqueólogos que comenzaron como aficionados y fueron y son grandes figuras que
han aportado cosas valiosas, como Milton Pino, que comenzó como aficionado,
luego se hizo técnico y más tarde ha sido uno de los mayores aportadores en
cuestión de arqueozoología en Cuba. Otro ejemplo es el arqueozoólogo Osvaldo Jiménez,
del Gabinete de Historia de La Habana, el paleontólogo Oscar Arredondo de la
Mata, una de las figuras más reconocidas en esta rama. Se pueden catalogar como
personas muy responsables y que su conocimiento empírico no los limitó para
sobresalir en las ciencias. Hay otros que siendo aficionados y queriendo
sobresalir se introducen más de la cuenta y lo que hacen es daño, provocan
alteraciones en los sitios arqueológicos al tratar de excavar y luego no pueden
hacer nada con lo extraído.
-¿Cuáles consideras que son tus
principales logros como arqueóloga?
Para mí
constituye la carrera que me ha permitido desarrollarme como profesional, en la
que he hecho aportes a través de los cuales se ha podido abrir una ventana al
conocimiento de la explotación de los recursos faunísticos por parte de las
comunidades aborígenes de nuestra región. Dentro de ellos se destacan los
trabajos arqueozoológicos en Cayo Bariay y El Chorro de Maíta por ser sitios de
gran trascendencia histórica. Cayo Bariay posee una especial significación, por
estar ubicado en el escenario del primer arribo de los europeos a Cuba. En este
caso se realizaron amplios estudios arquezoológicos, los cuales formaron parte
de publicaciones, así como del diorama expositivo que se muestra en el sitio. Por
otra parte, El Chorro de Maíta constituye otro contexto arqueológico de gran
complejidad en el territorio. Allí se ubica uno de los cementerios más
interesantes del área de las Antillas, en el que los estudios arqueozoológicos
han permitido entender con mayor precisión las relaciones que se fomentaron
entre indígenas y españoles en tiempos tempranos de la conquista.