Por María Julia Guerra y Edith Santos
El holguinero Ángel Guerra Porro acompañó a José Martí en su viaje hacia Cuba; Juntos
desembarcaron por Playitas de Cajobabo y juntos estuvieron hasta el 8 de mayo
de 1895, cuando, por orden del general Máximo Gómez, Ángel Guerra parte hacia
tierras de Holguín para ponerse al frente de las tropas que antes dirigía Miró
Argenter.
Sin embargo no siempre fueron amistosas las relaciones
entre Martí y Ángel. Pero el sentimiento
de patriotismo, el amor que ambos le tuvieron a Cuba, la capacidad de comprensión de Martí y
la intervención de Gómez, limaron todas las asperezas y ambos hombres corrieron
la misma suerte por varios meses.
……………….
Ángel Guerra fue deportado de Cuba y llegó a Nueva
York el 30 de octubre de 1891 e inmediatamente se comunicó con Enrique Trujillo,
director de El Porvenir. A través de
ese personaje no siempre aceptado por la historiografía cubana y tampoco por
sus contemporáneos, hizo contacto con emigrados cubanos radicados en aquella ciudad
a quienes informó de las actividades conspirativas en Cuba, y especialmente en la zona de Holguín.
Es probable que dentro de los primeros días de su estancia
en aquella ciudad se produjera el encuentro entre Ángel Guerra y Martí, y lo
decimos por coincidir ambos en Nueva York y relacionarse con las mismas
personas.
Al holguinero no debió resultarle seductora la
figura de Martí porque este era prácticamente desconocido en la Isla y, sobre
todo, por el rechazo que le hacían algunos viejos luchadores desde su rompimiento
con el Plan Gómez-Maceo en 1884, y Ángel Guerra era un militar nato, de los que
no aceptaban que la lucha por la independencia de Cuba la dirigiera un civil.
A lo anterior se le debe sumar que Guerra pudo estar
influenciado por la enemistad que existía entre Martí y Enrique Trujillo desde
que este último obró a espaldas del primero y corrió los trámites con el Cónsul
Español para que la esposa del organizador de la guerra necesaria, Carmen Zayas
Bazán y su hijo, regresaran a Cuba.
Por demás debe saberse que muchos de los oficiales del
Ejército Libertador cubano residentes en Nueva York estaban en desacuerdo con
la estrategia planteada por Martí, quien abogaba por la unidad de todas las
fuerzas revolucionarias en torno a una organización de carácter civil.
Asimismo el 26 de noviembre Martí había pronunciado un
discurso en Tampa, que circuló en una hoja suelta bajo el título “Por Cuba y
para Cuba”, reproducido en el periódico La
Lucha, en La Habana, y en El Porvenir,
en Nueva York, en el que censuró el libro A
pie y descalzo, de Ramón Roa. A
juicio de Martí, en el momento en que se preparaba una nueva contienda, el
libro la perjudicaba seriamente por
inculcar miedo a las penurias reales de la guerra.
José Martí vs. "A pie y descalzo" de Ramón Roa
¿O nos ha de echar atrás el miedo a las tribulaciones de la guerra, azuzado por gente impura que está a paga del gobierno español, el miedo a andar descalzo, que es un modo de andar ya muy común en Cuba, porque entre los ladrones y los que los ayudan, ya no tienen en Cuba zapatos sino los cómplices y los ladrones? —Pues como yo sé que el mismo que escribe un libro para atizar el miedo a la guerra, dijo en versos, muy buenos por cierto, que la jutía basta a todas las necesidades del campo en Cuba, y sé que Cuba está otra vez llena de jutías, me vuelvo a los que nos quieren asustar con el sacrificio mismo que apetecemos, y les digo: —¡Mienten!
(Discurso en Tampa, noviembre 1891)
Inmediatamente del escrito martiano, Enrique Collazo
salió en defensa de Roa y se entabló una polémica que creó una desagradable
situación, aunque, luego, los elementos más destacados de la emigración se
expresaron públicamente a favor de Martí y se zanjaron las diferencias
surgidas.
Todo lo dicho debió influir en la actitud de Ángel
Guerra.
Asimismo es de suponer que Martí no tuviera las
mejores referencias del militar holguinero que siempre fue hombre de carácter
tozudo.
………….
El primero de diciembre Ángel Guerra dejó Nueva York y
partió hacia Cayo Hueso donde tampoco halló mejor ambiente. En el Cayo las
opiniones sobre Martí y sus proyectos eran encontradas: los jóvenes y varios viejos
luchadores aplaudían su prédica, mientras que algunos de rico historial de
guerra lo miraban con desconfianza y lo criticaban severamente. Por tanto ahora
“Guerra contaba con mayor cantidad de elementos adversos a la figura de José
Martí, por lo que se supone que con este mismo ánimo las propalara en los
contactos que establece con otros patriotas”[1].
…………
De Cayo Hueso Ángel Guerra viajó a Montecristi, en la
República Dominicana, e hizo contactó con Máximo Gómez, al que puso al tanto de
los resultados del movimiento llevado a
cabo por Maceo en Cuba, de la situación en la Isla y, particularmente en la zona de Holguín con los
hermanos Sartorio.
Y mientras se ponen en contacto con Ángel Guerra los
integrantes del Club Convención Cubana de Cayo Hueso, quienes se habían
comunicado con los holguineros José Miró Argenter, Rafael Manduley del Río,
Francisco Frexes y, especialmente, con los hermanos Sartorio, ofreciéndole apoyo
para el levantamiento que se preparaba en el territorio. A Ángel Guerra los de
la Convención le dan la misión de que consulte con Máximo Gómez y que luego
viaje al Cayo para que se encargue de la expedición que debería traer a Holguín
las armas.
Guerra viajó a Cayo Hueso y allí se reunió con algunos
patriotas y les hizo saber la opinión de Gómez respecto al levantamiento que se
preparaba; a partir de entonces se le consideró “el comisionado de Gómez” o “el
comisionado de Oriente”, y surgieron diferentes interpretaciones y versiones de
sus planteamientos.
El
2 de agosto Martí le escribió a Serafín Sánchez diciéndole:
“Sobre
Ángel Guerra. Cuidado en la Convención. Recuerde la impresión que nos hizo a
todos. De Santo Domingo escriben a Justo Sorio, contradicciones visibles. No
está de más toda prudencia; y como que ya se ha cacareado mucho, por sus
movimientos, su actitud de invasión, importa por lo menos desviar esos rumores
con su quietud aparente.
Yo
le escribo (a Gómez). Complete allá la obra. Escribiré también a Calderón, a
quien ha de decir que sentí muy de veras no verlo. Sale, y esto guárdemelo de
Guerra, el comisionado a Oriente...”[2]
En carta de ese mismo día, Martí le dice a Fernando
Figueredo:
“Apresurado
le hablaré de A. Guerra. Acá ha traslucido, y sacado a la calle, algo de su
misterio, por lo que, de todos modos, y dado lo indispensable de su quietud,
ruego que no se justifique, y que se desvíe la curiosidad que ha excitado. Ni
he de recomendarle la gravedad de ponernos en peligro de fracasar en lo más por
acelerar lo menos. Ya allá nos lo dijimos todo. Eso es hoy, con la red que
tendemos por allá, más importante que ayer. Dejo eso al patriotismo vigilante
de Uds. Las exhortaciones de Gómez robustecen la determinación de espera que
convinimos en tomar, y que nuestro comisionado estará por allá dentro de pocos
días...”[3]
…………..
Es innegable que Martí recelaba de Ángel Guerra, sin
embargo, entre agosto y diciembre de ese año se había creado la Junta Revolucionaria
de Holguín, filial del Partido Revolucionario Cubano, y pese a que Ángel Guerra
se encontraba en el exterior, había sido electo para integrarla.
En una carta que Martí le escribe a José Dolores Poyo del
9 de agosto de 1892, le dice: “Sírvase decir a Calderón y Guerra que anhelo
tiempo para escribir”[4].
Y en esa misma carta habla Martí de los preparativos del levantamiento de los
hermanos Sartorio en Holguín, pero, ¿qué pensaba de Ángel Guerra? Nada se sabe,
el Apóstol mantiene reservas y está bien informado, según él mismo dice.
Ese mismo Martí vuelve a escribir a Poyo:
“...desde
el Consejo exija absoluto sigilo en el interior de los clubes sobre esta
organización, y ejercicio y compra de armas; que no se dé prueba escrita
susceptible de caer en manos del correo avisado que las busca, de que se están
reuniendo armas contra España, que el público aquí habla más de lo que se debe
de Ángel Guerra; y de ahí han venido cartas a él que deberían habérseles
entregado acá a su venida. Van los comisionados. Publico los manifiestos a Cuba
y a los Estados Unidos. Salgo para Santo Domingo. Reprimamos mientras
completamos. No demos ocasión, sobre todo, para querella alguna de este
Gobierno, donde no tenemos hoy amigos. Especialmente le recomiendo esto último,
porque por ahí viene un peligro. La Convención obrará con todo su juicio en lo
de [Ángel] Guerra. Por lo demás, ¿qué le habría de decir que no le pareciera
pedantería? Muévame en junto su ejército; no le deje tiempo para fruslerías
intestinas...”[5].
Martí no las tiene todas con Ángel Guerra, discrepa de
sus métodos y liderazgo. No quiere nada precipitado.
Tras ponerse de acuerdo con Gómez, Martí va al Cayo y
se reúne con la Convención Cubana y le pide al comisionado de Holguín que se
aplace el levantamiento y lo hagan coincidir con la fecha que sería acordada
luego para el alzamiento general. Ángel Guerra, con su tozudez característica,
no acepta y en noviembre parte desde el Cayo a la vez que escribe a Máximo
Gómez dándole su criterio desfavorable de Martí y su organización, el Partido
Revolucionario Cubano, o sea, que el holguinero estaba abiertamente en contra
de la persona del Delegado, y esta idea suya en cuanto a Martí la mantuvo por
largo tiempo.
…………………
Después que sale de Cayo Hueso, Ángel Guerra permaneció
unos días en la capital de Jamaica, y desde allí partió en enero de 1893 hacia Costa
Rica, al encuentro con Antonio Maceo.
Al llegar encuentra que Maceo acepta lo planteado por
Martí.
Tal vez la posición de Maceo hizo que Ángel Guerra
reflexionara y comenzara a cambiar su actitud hacia el principal organizador de
la guerra por la independencia de Cuba.
En junio de ese año Martí viajó a Santo Domingo, donde
se entrevistó con Gómez, y luego vuelve a Costa Rica para verse con Maceo.
Ambos jefes aceptaban el plan trazado por Matrí: el alzamiento simultáneo en
toda la Isla.
El 8 de abril de 1894, Martí recibió en Nueva York a Máximo
Gómez y al hijo del General, Panchito Gómez Toro. Es muy posible que cuando
Gómez regresó a Montecristi valoró con
Ángel Guerra, que residía allí, el encuentro con Martí en los EE. UU., y esa
conversación influyó grandemente para que se produjeran cambios en las ideas
del holguinero en cuanto a la materialización de la independencia de Cuba, de
cómo conseguirla y quién o quiénes serían los líderes.
Más, suponemos, después de la nueva visita que en 7 de
junio hizo Martí a Maceo en Costa Rica, donde no solamente obtuvo el apoyo de
Antonio sino, también de Agustín Cebreco, José Maceo y Flor Crombet.
Pero aún Martí tenía reservas sobre Ángel Guerra. En una
carta a Serafín Sánchez del mes de septiembre le dice:
“Guerra
está ahí. Calderón le escribió acá, por malas manos. Yo escribiré a Calderón, a
fin de que entre de lleno en la confianza justa. Guerra dice en el Cayo que
Gómez como que desaprueba nuestras gestiones, lo que va contra lo conveniente y
lo verdadero. Y lo dice, téngalo por seguro, en los oídos de quienes lo repiten
y me lo preguntan, y lo van repitiendo. Use el dato para remediarlo, y para
que, por lo menos, vean nuestros amigos que no anda por ahí muy abundante la
discreción”[6].
Martí preocupado por la discreción con que debía
hacerse la preparación de la guerra, piensa que el holguinero no calla lo que
debe callarse; pero aún así sigue trabajando para limar las asperezas y para
que desaparezcan las desavenencias entre generaciones y entre los viejos
luchadores, para que las contradicciones entre el exilio y la gente de adentro
no sea un freno para llevar adelante la contienda emancipadora.
Cuando ya ha logrado cierta concordancia Martí
comienza los preparativos para traer a Cuba a los principales jefes mambises
que se encontraban en el exilio.El plan era habilitar tres barcos con material
suficiente para armar a mil hombres. Uno de los barcos debería recoger en La
Florida a Carlos Roloff, Serafín Sánchez, Rafael Rodríguez y José Rogelio
Castillo, quienes debían desembarcar por Las Villas; otro iría a recoger en Costa
Rica a Antonio y José Maceo, Flor Crombet y Agustín Cebreco con los hombres que
habían reclutado, para desembarcar por las costas de Guantánamo. Y el tercero
lo abordarían en Santo Domingo Máximo Gómez, Paquito Borrero, Mayía Rodríguez,
Ángel Guerra y otros combatientes que estaban alistados, para arribar a Cuba
por Santa Cruz del Sur, en Camagüey. Así pondrían en pie de lucha las tres
provincias orientales a un mismo tiempo.
Pero el Plan conocido como “de Fernandina”, fracasó,
sin embargo ello no impidió que los patriotas continuaran laborando para
recuperarse y seguir adelante: el 31 de
enero de 1895 Martí salió de Nueva York en compañía de Enrique Collazo, Manuel
Mantilla y Mayía Rodríguez rumbo a República Dominicana. Llegaron a Cabo Haitiano y continuaron la marcha. En bote
salieron hacia Montecristi, donde los esperaba el generalísimo Máximo Gómez a
quien se le había sumado Ángel Guerra.
A la altura de esa fecha Ángel Guerra había ganado la
confianza de los principales dirigentes de la revolución, y tanto que es uno de
los escasos hombres que comparte con Gómez los secretos de la guerra que se
prepara.
Ya en Montecristi
y con la presencia de Martí, se fundó un club revolucionario al que se le puso el
nombre del viejo luchador holguinero: Ángel Guerra.
Los planes eran que Máximo Gómez marchara de inmediato
hacia Cuba acompañado de Paquito Borrero, Mayía Rodríguez, Ángel Guerra y
Enrique Collazo, en tanto José Martí y Manuel Mantilla regresarían a Nueva
York. Pero el 9 de marzo el periódico dominicano Listin Diario reprodujo una información que hacía referencia a la
presencia de Gómez y Martí en la guerra que había estallado en Cuba, lo que
determina cambios de planes: Enrique
Collazo y Manuel Mantilla volvieron para Nueva York, mientras que Máximo Gómez,
José Martí, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas y Marcos del Rosario
emprendieron viaje hacia la Isla.
Dejemos
que de ahí en adelante sea el propio Martí quien cuente la historia:
“El plan
pendiente a la salida de Collazo y Manuel fracasó después de larga espera, por
la negativa de los marinos. Compramos otra goleta, para mayor provecho de su
Capitán Bastian, que había de llevarnos. El 1ro. de abril por fin salimos, a
las 3 de la mañana, asaltando en los botes abandonados de la playa, la goleta Brothers que nos esperaba afuera, y a la
madrugada siguiente, andábamos en la isla inglesa de Inagua, adonde iba el
Capitán para renovar sus papeles, y de allí caer por ruta muy distinta de la
que ahora hemos traído. A las pocas horas era claro que el Capitán había
propalado el objeto del viaje, para que las autoridades lo redimiesen de la
obligación, impidiéndonos seguir viaje. Por la mañana nos visitó la Aduana
someramente: sentíamos crecer la trama: a la tarde, con minutos de aviso de
Bastian, volvió la Aduana a un registro minucioso. La recibí, y gané su
caballerosidad: nuestras armas podían seguir como efectos personales. Pero los
marinos se habían ido: sólo uno fiel quedaba, el buen David, de las islas
Turcas. No se hallaban marineros para continuar el viaje. Bastian fingía
contratarlos, y movía a otros a que los disuadiesen. En tanto, ya nuestra
retirada estaba descubierta: por tres días, los necesarios para su llegada a
Cuba, podía explicarse nuestra ausencia en Montecristi, por un viaje al
interior, y ya corría el tercer día. Podía España avisada asediarnos en Inagua,
en la isla infeliz y sin salida. Asomó un vapor alemán, que iba de Cuba al Cabo
Haitiano; obtuve del Cónsul de Haití, Barbes, los pasaportes: y a la mañana
siguiente, aquel duro Capitán, con asombro unánime, me rendía el barco, que
Barbes devolvió luego a Montecristi, y
los $450 que había recibido para sí y la tripulación. Al Cabo llegamos
al siguiente día, dejando ya en Iguana comprado a Barbes un buen bote y al
favor de un recio temporal nos repartimos en grupo los seis compañeros: el
General Gómez, Paquito Borrero, Ángel Guerra, César Salas, joven puro y valioso
de las Villas, Marcos del Rosario, bravo dominicano negro, y yo. El 10,
continuando el plan forjado en el camino, nos reembarcamos en el vapor Nordstrand, Capitán H. Loewe; recogimos
en Inagua el bote, y el 11, a
las 8 de la noche; negro el cielo del chubasco, vira el vapor, echan la escala,
bajamos, con gran carga de parque, y un saco con queso y galletas: y a las dos
horas de remar, saltábamos en Cuba. Se perdió el timón, y en la costa había
luces. Llevé el remo de proa. La dicha era el único sentimiento que nos poseía
y embargaba. Nos echamos las cargas arriba, y cubiertos de ellas, empapados, en
sigilo, subimos los espinares, y pasamos las ciénagas. ¿Caíamos entre amigos o
entre enemigos? Tendidos por tierra esperamos a que la madrugada entrase más, y
llamamos a un bohío: decir ahora más, fuera todavía imprudente, pero antier,
cuando asábamos en una parrilla improvisada la primer jutía, y ya estaba el
rancho de yaguas en pie, veo saltar hombres por la vereda de la guardia:
“¡Hermanos! “¡Ah hermanos!” oigo decir, y nos vimos en brazos de la guerrilla
baracoana de Félix Ruenes. Los ojos echaban luz, y el corazón se les salía.
Ahora, de aquí a pocos instantes, emprenderemos la marcha, al gran trabajo, a
hacer frente a la campaña de desorganización que se viene encima,-o de intento
de impedir que cunda la organización, con Martínez Campos de cabeza equivocada,
y los autonomistas y los cubanos fáciles de voluntario instrumento. Pero con el mismo amor y mente que hasta
aquí, echaremos la campaña atrás. Vemos el riesgo, y eso es ya evitarlo. Maceo
y Flor van delante, desde el 1ro. de abril en que desembarcaron, y creo que el
doctor Agramonte, que de ayudante les acompaña, será Frank, que había ido con
la comisión que encargué: a las dos horas del desembarco, pelearon, y se
salieron de los 75 que perseguían a los 23, haciéndole un muerto y doce
heridos. Adelante van ellos, y nosotros seguimos. A pie, y llegaremos, a tiempo
de concertar las voluntades, parar los golpes primeros, y dar a la guerra forma
y significación. Allanados parecen los obstáculos que a este fin urgente se hubieran
podido presentar: el General Gómez siente hoy, tan vivamente como yo, esa
primera necesidad, como medio eficaz y rápido de oponerse a la campaña inicial
de reducción y localización que el enemigo va a emprender contra la guerra. Y
del espíritu con que por fin entremos en esta labor, les dará muestra el
incidente con que para mí se cerró el día de ayer. “General” me llamaba nuestra
gente desde que llegué, y muy avergonzado con el inmerecido título, y muy
querido y conocido, me hallé por cierto entre estos inteligentes baracoanos: al
caer la tarde vi bajar hacia la cañada al General Gómez, seguido de los jefes,
y me hicieron seña de que me quedase lejos. Me quedé mohíno, creyendo que iban
a concertar algún peligro en que me dejarían atrás. A poco sube, llamándome,
Ángel Guerra, con el rostro feliz. Era que Gómez, como General en Jefe, había
acordado en consejo de Jefes, a la vez que reconocerme en la guerra como
Delegado del Partido Revolucionario, nombrarme, en atención a mis servicios y a
la opinión unánime que lo rodea, Mayor General del Ejército Libertador. ¡De un
abrazo, igualaban mi pobre vida a la de sus diez años! Me apretaron largamente
en sus brazos. Admiren conmigo la gran nobleza. Lleno de ternura veo la
abnegación serena, y de todos, a mi alrededor”[7].
Todos los desencuentros habían sido zanjados; se había
logrado la identificación completa y la unidad de espíritu y voluntades. Martí
mismo lo había dicho: “subir lomas hermana hombres”.
……………………
Pocos días después del desembarco en Cuba el General
en Jefe determinó que el brigadier Ángel Guerra, nombrado Jefe de
Operaciones, partiera para la zona de
Holguín y se hiciera cargo de las fuerzas que tenía bajo su mando José Miró
Argenter. Martí escribió a Miró para que no se opusiera a Guerra y le ayudara y
además, redactó una proclama a los holguineros que firmó y que Ángel Guerra
llevó consigo.
Cubanos de Holguín
La
Revolución
ordenada y potente que otra vez ha estallado en Cuba, para no acabar más que
con la independencia absoluta de nuestro país, me manda venir a servirla á
esta comarca llena de de glorias. Vengo de ver los campos de Oriente en todas
partes victoriosos. Vengo de pasear en seguridad, con las fuerzas
libertadoras, las entradas mismas de las sociedades orientales, que han
mandado su juventud mejor á los combates. Vengo de asistir al triunfo de
nuestras armas, á la confianza y amor a nuestro pueblo, al desorden y
aislamiento de nuestros enemigos, y á la unanimidad del pueblo cubano, que
adentro peleará hasta vencer; y afuera nos auxiliará hasta que triunfemos. No
hay derrota para esta revolución. Lo sentimos así todos en nuestras entrañas.
Es la voz del pueblo. Los caminos están llenos de hombres que se nos unen,
con fe y alegría, de mujeres que nos alientan y bendicen, y dan a la patria
sus maridos y sus hijos.
Los hombres de pensamiento comprenden que un enemigo desorganizado,
empobrecido, que pelea si fe y sin voluntad, será impotente contra la
revolución bien pensada y bien dirigida, con un ejército de pelea adentro y
otro de auxilio afuera; en que se alza, determinada á no rendirse, la
dignidad cansada de un pueblo de veteranos, que al morir legan sonriendo su
bandera á los hijos que combaten a su pié.
Para la paz hacemos esta guerra, que será á la vez enérgica y
generosa. Para asegurarnos un país libre al mérito cubano, á la industria
legítima de todos los habitantes de Cuba, cubanos y españoles. Para salvar a
Cuba del abuso y de la corrupción, y para abrir á Cuba al mundo. Yo, por mi
parte, no quiero saber de descanso. Mi deber es vencer todos los días, hasta
que hayamos conquistado el honor. Ya está armado, y en gran parte con las
armas tomadas al enemigo, el Ejército Libertador. Ya tiene a su cabeza al
general amado, á Máximo Gómez. Ya las fuerzas de los Maceo triunfan por todo
Oriente. Ya está encendida la isla y se junta en nuestras filas el joven
poderoso de la ciudad, el hermano del campo y el abogado brillante, al
jornalero. Ya se nos muestra respeto y admiración en los primeros pueblos del
mundo.
¡Hombres del Consejo, ayúdenme sin timidez,
á que entienda y se ame la revolución!
¡Hombres de corazón venid todos, pronto, á
que Holguín peleé, como se pelea en todas partes, y renueve sus glorias!
Por la guerra, á la honra. Os espera en el
campo el brigadier Ángel Guerra.
Escrita por José Martí y suscrita por Ángel
Guerra.
El original se encuentra en el Museo Histórico Ignacio Agramonte, de Camagϋey.
|
Al amanecer del día 8 de mayo de 1895 en Hato del
Medio, se despidieron Martí y Guerra con un fuerte abrazo; cada uno siguió su
camino de glorias. De este modo se ponía de manifiesto, una vez más, la
habitual delicadeza y probada habilidad de Martí en los menesteres de unir
criterios y voluntades políticas entre “los elementos expertos y novicios, por
igual movidos de ímpetu ejecutivo y pureza ideal, que con nobleza idéntica,
tras el alma y guía de los primeros héroes, a abrir a la humanidad una
república de trabajadores…”[8]
[1]
Fernando Fernández Rodríguez. “Valoración crítica sobre el accionar
independentista del General Ángel Guerra Porro”. Tesis presentada en opción al
título académico de Máster en Historia y Cultura de Cuba. Holguín, 2000, p. 54.
(inédita).
[2] Obras Completas. T. 2, p. 83.
[3] Ibídem,p.84.
[4] Ibídem. p.103.
[5] Ibídem. p. 125.
[6] Obras Completas. T. 3, p. 259.
[2] Obras Completas. T. 2, p. 83.
[3] Ibídem,p.84.
[4] Ibídem. p.103.
[5] Ibídem. p. 125.
[6] Obras Completas. T. 3, p. 259.