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22 de febrero de 2017

Introducción a "Un rostro local para la ARQUEOLOGIA cubana (en Holguín"

La arqueología cubana ha revelado que la historia de la presencia humana en el archipiélago precede en varios milenios al arribo europeo, y asimismo que las sociedades indígenas destruidas por los conquistadores no eran tan simples como se las ha presentado en la historia tradicional y que esos indígenas y sus descendientes generaron herencias esenciales en la conformación del ente nacional de Cuba.
Por demás y felizmente el mundo colonial también está siendo recuperado gracias al trabajo de los arqueólogos que ya ha traído a la luz viejas ciudades, ingenios azucareros, palenques de cimarrones y, sobre todo, un modo diferente de mirar nuestra historia.
Desde hace más de un siglo la arqueología cubana trabaja por aportar esa otra mirada. Todo comenzó con los trabajos de Luís Montané y Dardé[1] (1849-1936) durante la segunda mitad del siglo XIX en la capital del país. Y acto seguido emergieron tempranamente individuos interesados en la investigación arqueológica, en ocasiones integrados a grupos de aficionados. Ello dio nacimiento a un amplio movimiento de coleccionistas privados.
En la historia de la arqueología cubana siempre se tuvo en cuenta a esos actores locales y cuando se fortaleció la disciplina se hicieron esfuerzos para estructurar el vínculo de ellos y las instituciones nacionales. Un ejemplo relevante fue la integración a la Comisión Nacional de Arqueología, en el mismo momento de su fundación en 1937, de coleccionistas y aficionados como Pedro García Valdés, de Pinar del Río, y Eduardo García Feria, de Holguín, e, igual, la designación de delegados de la Comisión en las distintas provincias de la isla.
Estos individuos poseían el conocimiento de las locaciones arqueológicas y, en ocasiones, eran dueños de colecciones; aportaban datos y apoyaban el trabajo de los arqueólogos reconocidos, radicados en La Habana o en el extranjero. De cualquier modo debe recordarse que ciertos investigadores, como Felipe Pichardo Moya, en Camagüey, en la década de los años cuarenta del siglo XX o Felipe Martínez Arango, en Santiago de Cuba, en los años cincuenta, desarrollaron investigaciones relevantes y propuestas de alcance nacional.
En la misma línea tampoco puede ignorarse el importante trabajo de grupos como el Humboldt, con sede en Santiago de Cuba, el Yarabey, de Camagüey, o el Caonao, en Morón, o el de colectivos menos formales, en otras regiones.
En 1962, la Revolución Cubana impulsó todas las ciencias cubanas, incluyendo un apoyo fuerte al movimiento de aficionados a la arqueología e institucionalizando esa ciencia.
 
Diferentes partes de Cuba tienen sus propias historias en lo que a estudio y reconocimiento del patrimonio arqueológico se refiere[2]. Historias esas, muchas veces construidas por personas que residen en esos lugares y que sienten que el patrimonio que allí existe es necesario para generar un discurso intelectual o científico y asimismo esencial para definir su entorno y la conformación de su mundo.
Estos individuos aportaron un rostro local que es imprescindible reconocer para llegar a una visión integral de la arqueología de la isla y sus actores.
Estas notas aportan elementos históricos al rostro generado desde la arqueología holguinera. Nacen de las conversaciones entre un historiador y un arqueólogo y del común interés por entender nuestro pasado y el modo en que impacta en nuestro presente y la forma en que nos entendemos como sociedad. En algún momento del dicho diálogo se hizo evidente que el contrapunteo personal podía ser del interés de otros y de ahí nació la idea de  reunir la historia de la arqueología en la provincia cubana de Holguín, sobre todo para mostrar cómo una disciplina secundaria en el panorama de las ciencias sociales cubanas ha logrado sobrevivir y hasta crecer en esa provincia, a la vez que contribuyó (y contribuye) a la recuperación del patrimonio arqueológico, sin dudas un ente importante en la construcción de la identidad local.
José A. García Castañeda y José Manuel Guarch Delmonte son personajes claves en la estructuración de este recorrido. Su labor y la de otros arqueólogos se reseñan aquí de diversos modos. También aparecen  informaciones (testimonios principalmente), que sitúan a los arqueólogos y aficionados de ayer y de hoy frente a las circunstancias en que vivieron e hicieron su trabajo, para desde este enfoque llegar hasta la arqueología del presente y las preocupaciones de mañana. Igualmente se tratan aspectos sobre el modo en que se ha manejado y llevado a la sociedad la información arqueológica y los datos sobre el mundo indígena. 
No es propuesta de estas simples notas un estudio sistemático y formal de los arqueólogos y de la arqueología hecha en Holguín, de sus aportes o problemas y la reflexión a fondo sobre su impacto en la arqueología de Cuba, es claro que quedan figuras y momentos importantes por tratar. No obstante, los artículos y testimonios compilados resultan una información valiosa y dan un enfoque personal y libre, lo que lleva a detalles que de otro modo hubiera sido difícil conseguir y que ubican a los lectores en criterios sobre el pasado y en las circunstancias cotidianas del mundo de la investigación arqueológica.
Los que aquí se aportan son datos que serán de gran utilidad para un futuro abordaje profundo, que, sin dudas, ya debe iniciarse, y asimismo son un acto necesario de recuperación de la memoria y también de la visión actual de una disciplina importante en la construcción de la cultura y la identidad holguinera.
Deseamos agradecer a todos los que ofrecieron sus testimonios y recuerdos. Reconocemos la contribución de Alberto Corona García, quien conserva la memoria del Grupo de Jóvenes Arqueólogos, y el apoyo de antiguos miembros de esa formación como Miguel Céspedes Rodríguez,  Ramón Fernández Sarmiento y Austrialberto Garcés Gómez. Además, gracias a Rigoberto González Limiñana logramos tener una visión más acabada sobre el Grupo Científico de Holguín “Eduardo García Fería”. Fueron igualmente importantes las informaciones aportadas por Miguel Cano Blanco, Georgelina Miranda Peláez y Abel Tarrago, así como la ayuda de Elia Sintes Gómez, Xiomara Garzón, José Oliver, Peter Siegel e Ileana Rodríguez Pisonero.
Importante fue el apoyo de la dirección de la filial en Holguín de la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba, en la persona de Julio Méndez, y la jefa del Departamento Centro Oriental de Arqueología, Elena Guarch Rodríguez, quienes tanto apoyaron en la preparación del texto.
Agradecemos al Instituto Cubano de Antropología (ICAN) y al Departamento Centro Oriental de Arqueología por permitirnos el uso de imágenes de sus archivos; siendo en este sentido de mucha importancia la ayuda de Elena Guarch, Mercedes Martínez, Gerardo Izquierdo, Ulises González y Guillermo Baena.
Finalmente deseamos que estos textos sirvan de homenaje a todos los aficionados y arqueólogos de Holguín y Cuba que han trabajado y trabajan mayormente por amor a su tierra, en ese esfuerzo interminable por recuperar las múltiples raíces que nos explican y definen.                 
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[1] Se considera el iniciador de la arqueología desde una perspectiva cubana. Antropólogo de renombre internacional formado en Francia, profesor de la Universidad de La Habana y fundador del museo que más tarde llevaría su nombre.

[2] Para una valoración historiográfica de la arqueología cubana en general y del accionar de los aficionados pueden consultarse los textos:
  1. R. Dacal Moure (2004) Historiografía Arqueológica de Cuba. Centro Nacional de Conservación, Restauración y Museología. Consejo Nacional de Patrimonio Cultural de Cuba, México D. F.;
  2. R. Dacal  Moure y M. Rivero de la Calle (1984) Arqueología Aborigen de Cuba. Editorial Gente Nueva, La Habana;
  3. S.T. Hernández Godoy (2010) Los estudios arqueológicos y la historiografía aborigen de Cuba (1847-1922). Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello, La Habana;
  4. R. Terrero Gutiérrez (2013) Grupo de Aficionados Yarabey, notas para su estudio. Cultura material e Historia. Encuentro arqueológico II, editado por I. Hernández Mora, pp. 63-71. Ediciones El Lugareño, Camagüey.

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