Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Familia Arrom en Mayarí, 1927 (De pie a la izquierda, José Juan) |
La primera cocinera de mi casa se
llamaba Pepilla, y era como un miembro de la familia. Vino de Holguín con mi
madre, porque era bisnieta de una esclava que había pertenecido a mi bisabuela.
Cuando Pepilla se casó, su puesto lo ocuparon varias muchachas del campo cerca
de Mayarí. Sólo trabajaban por unos meses porque añoraban estar con sus
familias, pero antes de irse encontraban hermanas o primas que las remplazaran.
Estas cocineras no eran tan parlanchinas como Pepilla, pero sí muy serviciales
y afectuosas. Y a veces decían cosas divertidas. Recuerdo que un día una de
ellas, cuando mi madre le enseñaba cómo preparar un plato, le contestó con una
frase popular: “Ay, doña Marina, é verdad que a eperencia é la adre de la
cencia”. También cuando rompían algo decían que la culpa la tenía, no ellas,
sino “un espíritu burlón”.
En una ocasión Pepilla me dijo:
“Óyeme, Pepito, (porque todos me decían así), si tu coges un pelo de la crin de
un caballo y lo pones en una botella de agua a la luz de la luna por una
semana, el pelo se convierte en una culebra”. Yo me asombré y corrí a
preguntarle a mi papá si era verdad. Él me contestó: “Yo no sé, ¿por qué no
hacemos el experimento?” Así lo hicimos, y al cabo de la semana el pelo seguía
siendo pelo. Entonces mi padre me dijo: “La próxima vez que alguien te diga
algo así, compruébalo como hemos hecho en esta ocasión, porque en el futuro yo
no estaré para contestarte”. Fue una gran lección para mí.
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