Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Una de las escenas que recuerdo con
mayor interés es que temprano por la mañana veníaun anciano muy limpiecito, con
su ropa acabadita de lavar y un sombrero de yarey, a quien se le llamaba Pai, o
sea, Padre. El Pai vivía del otro lado del río en una finca con su familia. Y
una nietecita, como él decía, siempre lo acompañaba para ayudarle a cargas las
cosas que iba a vender. El perico de mi madre lo anunciaba, como siempre hacía
cuando alguien tocaba a la puerta, gritando “Marina, abre la puerta, Marina”
Entonces el Pai entraba por el zaguán hasta la cocina. Y tan pronto llegaba, la
cocinera le preguntaba: “Pai, ¿quiere una tacita de café?” Y él decía: “Sí
señora, con mucho gusto, si es su voluntad”. Y mientras se tomaba el café, mi
madre disponía lo que se le iba a comprar.
Todavía quedan descendientes de indios en Cuba |
El Pai tenía una manera de hablar muy suave, muy dulce, y usaba palabras que yo al principio no entendía y tuve queir aprendiendo. A la cesta en que traía la mercancía le decía “jaba”, y en la
jaba traía huevos envueltos en hojas de maíz para que se rompieran, y también
limones o frutas de su “conuco”. Así fue como aprendí que el conuco era una
especie de huerta. Esas frutas raramente se encontraban en el mercado:
anoncillos, caimitos, mameyes, nísperos, manzanas de rosa, que es una fruta con
semilla muy grande, que solamente se comía la parte de afuera, y otras frutas
cuyos nombres ahora no recuerdo y casi han desaparecido en la Cuba de hoy.
Tría, además, tortas de “casabe”. Yo no sabía lo que era casabe ni cómo se
hacía. Y él entonces me explicó que sus nietecitas habían ido al conuco el día
anterior y habían sacado las raíces de la yuca, las habían rayado (pero él
decía guayado, porque las raspaban en un guayo), y luego a esa masa le extraían
el líquido, porque contenía un ácido nocivo, y ese líquido se dejaba que se
pusiera agrio para usarlo como una especie de vinagre para las ensaladas. El
casabe lo traía en una cestica pequeña, sin tapa, que era como una jaba
pequeña, y la llamaba “jabuco”. A veces traía tres o cuatro quesitos criollos,
blancos, muy frescos, hechos en su misma casa, y otras veces, panales de miel
de abejas en una especie de recipiente impermeable hecho de la yagua, o sea,
parte de las hojas de la palma real, al que llamaba “catauro”.
Ahora bien, ni la gallega Marcelina
ni mis padres sabían lo que eran aquellas palabras, y yo pensé que era un
idioma especial que se hablaba del otro lado del río. Con los años llegué a
descubrir que realmente el Pai era descendiente de los indios taínos, los
primeros habitantes de Mayarí. Tenía la piel casi de un color sepia. Y esas
palabras procedían del idioma indígena, desaparecido como lengua hablada, pero
antes de desaparecer dejó una gran cantidad de préstamos que hoy todavía
enriquecen el idioma del país.
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