Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
Mayarí, Holguín, Cuba |
Todavía me acuerdo de algunos
personajes de la villa. No había locos ni mendigos, salvo los sábados por la
mañana cuando muchas viejitas de las afueras de la ciudad venían al centro a
pedir su limosna. Viejitas blancas, muy vestiditas con sus trajes baratos pero
bien planchaditos, acostumbradas a que les dieran un medio aquí y un medio
allá. No, mendigos no, pero personajes interesantes, sí.
Había un señor que le decían El
Mundo. Nadie sabía su verdadero nombre. Tenía un carretón y vivía de ser
carretonero, un hombre fuerte. Y hubo una época en que un médico español hacía
unos experimentos tocando el nervio trigémino para que los mudos hablaran. (El
médico español Fernando Asuero se hizo famoso en 1929 por sus curas estimulando
el nervio trigémino). Entonces a Jonás Galán, que tenía fama de ser un poquito
exhibicionista, se le ocurre tocarle el trigémino al Mudo. Calienta un
instrumento y le dice: “Abre la boca”. Y le da tal quemadura que El Mudo suelta
un grito del diablo. Y la gente, que observaba por la puerta abierta del
consultorio, decía: “El Mudo no ha hablado, pero sí gritó”. Y ésa era la risa.
Pero nunca habló, porque era mudo.
Había una pobre señora que le decían
Lola la Mulata, que estaba alcoholizada. Por las tardes iba a las cantinas
pidiendo que alguien le regalara un medio o un real, y con eso se daba un
traguito de ron. Y después que se había tomado dos o tres tragos, volvía a su
casa medio borracha, riéndose y haciendo chistes, Lola la Mulata.
Otro al que le gustaba darse unos
traguitos se llamaba León de León, ése era su nombre y su apellido también era
León. Cuando éste se tomaba dos tragos se volvía simpatiquísimo y se metía con
todo el mundo. Un día, ya medio borracho, pasó una muchacha fea como ella sola,
y le dijo: “Adiós, fea”. La muchacha,
ofendida, le dijo: “Borracho, indecente borracho”. Y él le contestó: “Sí, pero
a mí se me quitará la borrachera y a ti lo feo no se te quita ni con cuatro
docenas de aspirinas”. Todo el mundo se reía de las cosas de León de León. Y a
veces era mal hablado. Un día, borracho como una uva, dijo que iba a cruzar el
río a nado, a pesar de que estaba crecido. Sus amigos trataron de disuadirlo,
pero él insistió y empezó a meterse en el agua. entonces se detuvo y, con una
gran sonrisa, recitó unos versos que se le acababan de ocurrir: “Oh río,
crecido estás / conozco tus intenciones / me ahogarás por los cojones / porque
aquí viro hacia atrás”. Y sus amigos lo aplaudieron y lo abrazaron.
Y se usaban mucho los apodos. Había
un joven, como de veinticinco años, que caminaba todo doblado, y le decían
Barco Vira'o. A mí me parecía muy mal eso y nunca se lo dije. Había una
mujer, lavandera, mulata, delgada, muy nerviosa, que se llamaba Nina, y como
siempre andaba de prisa, le decían Nina la Vená (de venado), como si fuera un
animalito que corría y huía. Y entonces a su hijo le decían Venadito. Pero no
se le decía en forma insultante. Es el hecho: también al hijo del bombero le
decían bomberito. Todo el mundo se conocía así, íntimamente. Era una sociedad
muy cariñosa.
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