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29 de marzo de 2019

El teatro de Mayarí (Memorias de José Juan Arrom)



Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en un cubanísimo estilo. 


El teatro Presilla estaba a mitad de la cuadra donde nosotros vivíamos, y allí se proyectaban películas todas las noches. Imagínate que costaba solamente un real la luneta y un medio la galería. Había dos tandas, una temprano y otra tarde. Íbamos todos los muchachos, pagábamos un medio y veíamos películas de vaqueros y de indios. A veces también de espías y ladrones, pero sobre todo muchas de vaqueros y de indios. Nos encantaban. Había un vaquero llamado Tom Mix, que tenía un caballo precioso y corría y cogía a todos los indios. Películas que además eran silentes, con subtítulos, (estoy hablando de cuando éramos muchachitos, de eso hace más de ochenta años). Tocaban pianola. Había una persona que le ponía el rollo y a medida que éste iba dando vueltas, pues de alguna manera tocaba un valse o alguna canción antigua que no tenía nada que ver con la película, pero hacía ruido, que era lo importante.

Un hijo del dueño del teatro protagonizó un suceso trascendental, al extremo de que se inauguren estatuas suyas en Moa
En el teatro hacíamos aviones de papel con los anuncios, subíamos a la galería y, tan pronto empezaba la película, los lanzábamos. Entonces parecía como si el cine se volviera un circo de pajaritos, porque se veían los avioncitos volando por la luz del proyector del cinematógrafo. Y le caían los pedacitos de papel a las muchachas y nos moríamos de risa. El dueño del acueducto, que se llamaba Federico Villoch, tenía una calvicie que a la luz del espectáculo brillaba, y era como un blanco para los aviones. Él no sabía que se los dirigían a su calva; además, no siempre le daban. Unas veces llegaban y otras no. Y él sabía que eso era parte de la fiesta. No había mala intención, sino boberías de muchachos.


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