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20 de julio de 2018

De cómo los siete brujos del Africa que vivían en el Cerro de Los Portales se protegieron para no ser cazados por los perros de los rancheadores



Por: César Hidalgo Torres
Tiempo es que dediquemos un post para hablar de AmalukeTakalule, la única mujer entre los siete hechiceros africanos que huyeron desde un barco negrero que encalló en Boca de Sama hacia el cerro de Los Portales, en las inmediaciones de Bariay, muy cerca del poblado de Santa Lucía, en Holguín.
A ella la conocían los criollos de la zona y también los cimarrones apalencados en otras regiones, con el nombre de “maita tonga leña” y así la rebautizaron porque siempre que la vieron en los montes andaba ella con un haz de leña sobre los hombros.
Pero cuando los contemporáneos de la negra se hicieron viejos, se les olvidó ese nombre y los que ahora saben de ella la conocen como “María Siete Sayas” porque las mujeres le regalaban a la cimarrona, faldas viejas y ella se las ponía todas juntas, amarradas a la cintura con un bejuco.
El embrujo que hizo Amaluke para protegerse de los rancheadores.
Una noche cuando los siete brujos estaban alumbrando la nganga, les llegó una señal de peligro. Por todos los contornos se sabía que en el cerro Los Portales había negros apalencados… y en otras regiones, supieron los cimarrones, había hombres que se dedicaban a cazar negros huidos y por ese trabajo a los cazadores o rancheadores les pagaban mucho dinero. Ellos se mantenían alerta por lo que supieron y sobre todo porque los infumbi o muertos que habían cobrado vida en la ngangale habían asegurado que serían perseguidos nuevamente, por eso todo se puso en función de defenderse cuando, una noche, sintieron ruidos.
Los siete se pusieron a invocar a sus muertos y, mientras, los ojos de la negra parecían llamas  iluminados por la luz de la candela…
AmalukeTakalule, que todavía no era ni Maita Tonga e Leña ni María Siete Sayas, bramó como una pantera enjaulada y en el dialecto de su tribu le comunicó a los otros que a aquella loma no subía nadie y lo juró. Para evitar intrusos rancheadores dijo la mujer que iba a regar anzuelos y para fabricarlos mandó a buscar siete “quillambas”o calaveras de perro jíbaro, siete de lechuzas, siete de judíos o totíes y siete plastas de mierda de vaca mojada.
Cuando tuvo lo que necesitaba, la hechicera convirtió en polvo las siete quillambas o calaveras de perro jíbaro y el polvo lo depositó en el tronco de dos ceibas que estaban en la falda del cerro, exactamente por donde pasaba el único trillo que había para subir a la cueva: “estos siete perros jíbaros, dijo la negra, segura, se encargaran de morder a toda persona o animal que intente subir”.
Y el polvo de calavera de lechuzas lo regó por todo el monte para que las aves velaran de noche y dieran aviso a los perros invisibles que cuidaban el camino de subir al cerro.
Por su parte los polvos preparados con los esqueletos de los totíes estarían todo el día velando el área del cerro y con sus chillidos pondrían en alerta a los perros jíbaros de día.
Y porque se percató que le hacía falta otras cosas del monte, Amaluke mandó a buscar siete mudas o pieles de ñacos o majaes y con ellas preparó un polvo para que nadie pudiera subir al cerro si no era arrastrándose.
El Diablo de Banes aseguró que él cazaría a los siete brujos del África cimarrones en el Cerro de Los Portales.
Había un famoso cazador de negros por la zona de Retrete, en Banes, que lo apodaban El Diablo, aseguró que el cazaría a los apalencados del cerro de Los Portales y nadie lo dudó porque este rancheador tenía una cuadrilla de asesinos y una decena de perros entrenados.
Salió el Diablo para Los Portales y llegó durante una noche como boca de lobo, lo acompañaban la cuadrilla de asesinos y los perros famosos. A caballo llegaron hasta las dos ceibas donde Amaluke había puesto el polvo de los siete perros jíbaros, y una vez en ese punto las bestias se resistieron a seguir sin importarle que los jinetes les estuvieran sacando la vida con las espuelas. Y también los perros cazadores de esclavos huidos se detuvieron silenciosos ante las dos ceibas, como si hubieran perdido el olfato definitivamente.
Osado como era, el Diablo, rabiando por el comportamiento de sus animales, mandó a sus secuaces a que desmontaran y, armas en mano, se dispusieron a coger el trillo y seguir de las dos ceibas en lo  adelante… pero, tuvieron que maldecir la hora en que se atrevieron. Nada más que cruzaron el lugar donde estaba las dos ceibas una jauría de perros jíbaros invisible les calló encima, mordiéndoles todo el cuerpo, y a los perros que siguieron a sus amos, los descuartizaron los perros invisibles en menos tiempo del que se necesita para contarlo.
Los sobrevivientes del hecho que estamos terminando de narrarles, dijeron que ellos no veían a ningún perro, sino, nada más, los ojos que brillaban en la oscuridad y que sentían el dolor de las mordidas que les rajaba el pellejo.  Cuando esos terminaron de contar lo que les contamos, se murieron por las fiebres que les provocaron las mordidas de los perros invisibles.

Después del hecho que antes quedó por escrito, nadie más tuvo intención de capturar a los siete hechiceros cimarrones que vivieron hasta el día de sus muertes en el cerro de Los Portales, y aunque alguien lo hubiera querido, nadie pudo cruzar más allá de las dos ceibas, ni siquiera los muchos que llegaban hasta las inmediaciones tratando de conseguir que los negros les curaran sus enfermedades.

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