Por: César Hidalgo Torres
Tiempo es que dediquemos un post para
hablar de AmalukeTakalule, la única mujer entre los siete hechiceros africanos
que huyeron desde un barco negrero que encalló en Boca de Sama hacia el cerro de
Los Portales, en las inmediaciones de Bariay, muy cerca del poblado de Santa
Lucía, en Holguín.
A ella la conocían los criollos de la
zona y también los cimarrones apalencados en otras regiones, con el nombre de
“maita tonga leña” y así la rebautizaron porque siempre que la vieron en los
montes andaba ella con un haz de leña sobre los hombros.
Pero cuando los contemporáneos de la
negra se hicieron viejos, se les olvidó ese nombre y los que ahora saben de
ella la conocen como “María Siete Sayas” porque las mujeres le regalaban a la
cimarrona, faldas viejas y ella se las ponía todas juntas, amarradas a la
cintura con un bejuco.
El
embrujo que hizo Amaluke para protegerse de los rancheadores.
Una noche cuando los siete brujos
estaban alumbrando la nganga, les llegó una señal de peligro. Por todos los
contornos se sabía que en el cerro Los Portales había negros apalencados… y en
otras regiones, supieron los cimarrones, había hombres que se dedicaban a cazar
negros huidos y por ese trabajo a los cazadores o rancheadores les pagaban
mucho dinero. Ellos se mantenían alerta por lo que supieron y sobre todo porque
los infumbi o muertos que habían cobrado vida en la ngangale habían asegurado que
serían perseguidos nuevamente, por eso todo se puso en función de defenderse
cuando, una noche, sintieron ruidos.
Los siete se pusieron a invocar a sus muertos
y, mientras, los ojos de la negra parecían llamas iluminados por la luz de la candela…
AmalukeTakalule, que todavía no era ni Maita Tonga
e Leña ni María Siete Sayas, bramó como una pantera enjaulada y en el dialecto
de su tribu le comunicó a los otros que a aquella loma no subía nadie y lo
juró. Para evitar intrusos rancheadores dijo la mujer que iba a regar anzuelos
y para fabricarlos mandó a buscar siete “quillambas”o calaveras de perro
jíbaro, siete de lechuzas, siete de judíos o totíes y siete plastas de mierda
de vaca mojada.
Cuando tuvo lo que necesitaba, la hechicera
convirtió en polvo las siete quillambas o calaveras de perro jíbaro y el polvo
lo depositó en el tronco de dos ceibas que estaban en la falda del cerro,
exactamente por donde pasaba el único trillo que había para subir a la cueva: “estos
siete perros jíbaros, dijo la negra, segura, se encargaran de morder a toda
persona o animal que intente subir”.
Y el polvo de calavera de lechuzas lo regó
por todo el monte para que las aves velaran de noche y dieran aviso a los
perros invisibles que cuidaban el camino de subir al cerro.
Por su parte los polvos preparados con
los esqueletos de los totíes estarían todo el día velando el área del cerro y
con sus chillidos pondrían en alerta a los perros jíbaros de día.
Y porque se percató que le hacía falta
otras cosas del monte, Amaluke mandó a buscar siete mudas o pieles de ñacos o
majaes y con ellas preparó un polvo para que nadie pudiera subir al cerro si no
era arrastrándose.
El
Diablo de Banes aseguró que él cazaría a los siete brujos del África cimarrones
en el Cerro de Los Portales.
Había un famoso cazador de negros por la
zona de Retrete, en Banes, que lo apodaban El Diablo, aseguró que el cazaría a
los apalencados del cerro de Los Portales y nadie lo dudó porque este
rancheador tenía una cuadrilla de asesinos y una decena de perros entrenados.
Salió el Diablo para Los Portales y
llegó durante una noche como boca de lobo, lo acompañaban la cuadrilla de
asesinos y los perros famosos. A caballo llegaron hasta las dos ceibas donde
Amaluke había puesto el polvo de los siete perros jíbaros, y una vez en ese
punto las bestias se resistieron a seguir sin importarle que los jinetes les
estuvieran sacando la vida con las espuelas. Y también los perros cazadores de
esclavos huidos se detuvieron silenciosos ante las dos ceibas, como si hubieran
perdido el olfato definitivamente.
Osado como era, el Diablo, rabiando por
el comportamiento de sus animales, mandó a sus secuaces a que desmontaran y,
armas en mano, se dispusieron a coger el trillo y seguir de las dos ceibas en
lo adelante… pero, tuvieron que maldecir
la hora en que se atrevieron. Nada más que cruzaron el lugar donde estaba las
dos ceibas una jauría de perros jíbaros invisible les calló encima,
mordiéndoles todo el cuerpo, y a los perros que siguieron a sus amos, los
descuartizaron los perros invisibles en menos tiempo del que se necesita para
contarlo.
Los sobrevivientes del hecho que estamos
terminando de narrarles, dijeron que ellos no veían a ningún perro, sino, nada
más, los ojos que brillaban en la oscuridad y que sentían el dolor de las
mordidas que les rajaba el pellejo. Cuando
esos terminaron de contar lo que les contamos, se murieron por las fiebres que
les provocaron las mordidas de los perros invisibles.
Después del hecho que antes quedó por
escrito, nadie más tuvo intención de capturar a los siete hechiceros cimarrones
que vivieron hasta el día de sus muertes en el cerro de Los Portales, y aunque
alguien lo hubiera querido, nadie pudo cruzar más allá de las dos ceibas, ni siquiera
los muchos que llegaban hasta las inmediaciones tratando de conseguir que los
negros les curaran sus enfermedades.
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