Por César Hidalgo Torres
De noche los negros iban hasta los conucos cercanos y allí robaban viandas y cazaban jutías a las que cogían durmiendo. Frotando unos palos verdes de cuaba con otro, sacaban fuego para azar a los animales y con una tea del mismo palo alumbraban la nganga, a la vez que le ofrendaban de todo lo que ellos comían.
Después de sanar el herido Tanka Jururu,
que todavía no se llamaba Taita Roque, llegó a donde lo esperaban los otros
seis hechiceros africanos apalencados, ¡el catauro lleno de frutas del monte!
Mientras los demás saciaban su hambre el
negro contó del hombre herido que encontró en el camino y de cómo lo había
salvado. Y entonces fue que cayeron en la cuenta de que no estaban solos, por
lo que no había otra solución como no fuera ponerse guardia y los cimarrones
hicieron como las lechuzas, dormían de día y no salían de la cueva a buscar
comida sino de noche.
De noche los negros iban hasta los conucos cercanos y allí robaban viandas y cazaban jutías a las que cogían durmiendo. Frotando unos palos verdes de cuaba con otro, sacaban fuego para azar a los animales y con una tea del mismo palo alumbraban la nganga, a la vez que le ofrendaban de todo lo que ellos comían.
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