Cuando reiniciaron en Cuba
las guerras por laindependencia, los criollos locales incluyeron en el bando
integrista a todos los inmigrantes españoles, menos a los canarios. Es que
estos eran demasiados cercanos, cada cubano tenía un antepasado “isleño”.
Y es verdad que sicológicamente
ellos estaban más cerca del cubano que cualquier otro español y también es
verdad que los isleños nunca conformaron las élites de poder y eso les ganó la
generosidad de la historiografía local que los acercó al bando cubano o que,
por lo menos, los separó de la definición de “catalán” que en la Isla era sinónimo de
integrista.
José Martí, el héroe del
independentismo cubano, era hijo de una canaria y Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de las
guerras independentistas en Cuba y primer Presidente de la República de Cuba en
Armas tenía ascendencia canaria, verdaderamente lejana pero real[1]. En igual
circunstancias estaba el general insurrecto Julio Grave de Peralta[2].
Pero la verdad es otra
diferente. Pese a que un grupo de canarios militaron en las filas del
independentismo la mayoría de los que vivían en Cuba se convirtieron en
integristas acérrimos y apoyaron el integrismo.
Los territorios cubanos con
predominio de población de origen canario jugaron un papel importante en la
lucha contra el independentismo. Incluso, en los años iniciales de la Revolución cubana de
1959 cuando los cubanos se ilusionaban con los barbudos de Fidel Castro y se
desarrollaba con ímpetu la “fiesta cubana”, en los territorios de raíz canaria
se argumento con gran fuerza la contrarrevolución.
Asimismo en los territorios
con predominio de población canaria ha quedado una profunda huella racista que
perdura hasta nuestros días. Ellos, en especial las mujeres, solamente formaban
parejas con otros canarios o con españoles, considerando que el cubano criollo
era “un mal partido”.
Las causas de por qué esta
actitud tan conservadora de los canarios no se han estudiado o por lo menos en
Cuba no se ha publicado un texto con una reflexiones sobre el asunto. La
historiografía cubana, cuando habla de la inmigración canaria generalmente se
refiere a que el canario conforma una parte sustancial de la población cubana y
que su cultura está en las raíces de la nacionalidad de la Isla antillana y nada más.
Pero la inserción del canario
en la nacionalidad cubana no parece que fue muy simple.
Primero, porque el canario no
es un simple campesino enfrascado en una agricultura de subsistencia y de
escasa comercialización, vinculado de forma patriarcal al caudillo del barrio:
el canario era, siempre, un emprendedor empresario. Un ejemplo de esto es la
actividad agrícola de estos. Estaban ellos vinculados a productos de alta
demanda en el mercado internacional, por lo que trataron de establecerse en
zonas con facilidades en las comunicaciones para tener vías para la exportación
de sus productos.
Esa es la causa de que la inmigración española y canaria estaría estrechamente
vinculada a los puertos.
Aunque a estos inmigrantes se les
relaciona tradicionalmente con la vega de tabaco y el pequeño sitio de
labranza, lo que es verdad muchas veces, pero aún esos están estrechamente
vinculado al comercio internacional. Ellos, no se olvide jamás, eran gente
nacida a la vista de los muelles y los cargueros que expanden por el mundo la
fiebre del comercio. Igual, los isleños establecidos en Cuba continúan
manteniendo relaciones con la parentela de Canarias, lo que significaba que
tenían otros horizontes, otras relaciones y otra información. Incluso, era
costumbre que los integrantes de ese grupo que podían hacerlo, viajaban a su
tierra natal.
Aún residiendo en las zonas más
intrincadas de Cuba, su vida continuaba vinculada a viajes, barcos, correspondencia,
pago y cobro de letras, envío de remesas, que eran asuntos desconocidos por los
campesinos criollos cubanos perdidos entre los pastizales y montañas.
Las circunstancias de su mismo
origen, esto es, de ser de una zona marginal del estado español los ha separado
del gran negocio. Tienen ellos muchas menos probabilidades de entrar por la
puerta ancha del almacén y casi nunca la de enriquecerse por medio de la
burocracia del imperio. Es esa falta de oportunidades y su situación marginal
lo que los ha llevado a la vega o la finca pequeña, pero sigue pensando en
comerciar con el mundo. Cuando logra ser propietario de tierras siembra tabaco,
que era un producto muy codiciado en las transacciones ultramarinas.
Eran los canarios que vinieron
quienes en Cuba conformaron una elite de gente con iniciativa. Eran ellos los
que tuvieron fuerzas para emprender el riesgoso viaje del inmigrante. Y cuando
llegaron se aferraron al trabajo sin descanso, expuestos a todos los azotes de
la naturaleza y de los hombres, pero con fuerzas para enfrentar todo lo que les
fuera contrario.
La mayoría de los canarios
acumularon riquezas, en ocasiones riquezas diminutas, es la verdad, pero eso
los hacía diferentes de los criollos locales. Al entrar en uno de sus casas, si
se nos permite llegar hasta la cocina, encontramos que sobre el fogón colgaban
ristras de ajos y racimos de plátanos. En un rincón había toneles rebosantes de
grasas con chicharrones de carne de cerdo flotando. En una botija de cristal guardaban
frijoles de la última cosecha para conservarlos de la humedad y los
depredadores y por la ventanuca se veía y oía el alboroto del mítico “patio de
gallinas”, mientras que cerdos gordísimos dormitaban en el corral. Más allá una
vaca mansa miraba con ojos indiferentes la abundancia de sus dueños[3].
Es cierto que existía una masa
canaria que eran los peones, esos trabajadores mal pagados de las plantaciones
pero apenas tienen una oportunidad ellos también tratan de establecerse como
campesinos propietarios en el mejor de los casos o como arrendatarios.
Sus fincas fueron un canto a la vida
y una negación de la muerte, aunque las rodeara o sobre ellas pendiera la
muerte y la destrucción, y este asunto los trataremos de comprender mirándolos desde
un campamento insurrecto cubano.
¿LOGISTICA MAMBISA VERSUS CANARIOS?
Un general insurrecto de la guerra de 1868 contaba con regocijo casi infantil que en su
campamento “…se ven varas de tasajos y montones de boniatos,
mangos, cañas y hasta zapotes y si algún curioso escarba algunos montones que
sobresalen de la tierra encontrara nísperos puestos a madurar con el calor del
sol. Esto es en fin, un campamento encantador, lo que no es de extrañar en
nuestra bella Cuba.”[4]
Obviamente que buena parte de la carne, frutas y
viandas que hacían a aquel un “campamento encantador” procedían de los
campesinos que residían en el territorio controlado por el gobierno español, no
pocos de ellos: canarios o sus descendientes.
Es una larga y poco conocida historia la que cuenta
que la logística insurrecta ponía casi constantemente en grave peligro para sus
vidas la población de isleños inmigrados a la isla.
Al iniciarse la guerra de 1868
no fue difícil para los insurrectos obtener alimentos para sus tropas
porque actuaban ellos en territorios con larga tradición agrícola y ganadera. Había
allí reservas de alimentos de todo tipo: grandes sembrados de yucas, boniatos,
ñames, plátanos y otras viandas y cabezas de ganado por miles.
Antes de dar una orden de
combate, todos los bisoños jefes independentistas ordenaban a sus hombres la
recolección de las cosechas.
Pero el avance de la
ofensiva española obligó a las familias a abandonar las estancias y fincas. Sin
embargo el cambio en lo que se refiere a las fuentes de alimentación del mambí
no varió bruscamente. Los sembrados de yuca, ñame, boniatos, maíz o plátanos
podían sobrevivir a la falta de atención humana, aunque, lógicamente,
disminuyendo sus rendimientos. Para las tropas cubanas bastaba descubrir dónde había
un sembrado de boniatos o ñames abandonado.
La tradición oral dejada
por los mambises cuenta que en ocasiones las tropas cortaban los cangres o
arbusto de la yuca para que el tubérculo continuara creciendo bajo tierra. De
esa forma las columnas hispanas nada más veían los herbazales, sin sospechar
que debajo estaba el nutritivo universo
de viandas.
Otras veces y por
casualidad, los soldados cubanos hacían
sorprendentes como aquella feliz ocasión de la que habla un mambí en su
diario: “...encontramos (...) una
pequeña finca abandonada a la margen de un arroyo.”[5]
Seguro que la alegría fue porque tropezaron con las viandas que habían quedado
olvidadas entre el maniguazo.
Había también reses
extraviadas, vagando a su suerte por los bosques y sabanas. El asunto era
descubrirlas…
Y así fue transcurriendo el
tiempo. Cada vez las gentes hambrientas que iban de uno a otro lugar era mayor
que los sembrados de boniatos y yucas.
La respuesta inicial de los
insurrectos fue sembrar ellos mismos en las prefecturas, que es el nombre que
les daban a los predios de labranza los soldados por la independencia. En las
Prefecturas se sembraban, fundamentalmente los cultivos que crecían debajo de
la tierra para que cuando sus enemigos prendieran fuego a los potreros no se
perdieran las cosechas. Asimismo cuando los forrajeadores mambises encontraban
fincas de las que sacaban los boniatos, dejaban sembrados los bejucos,
esperanzados de que crecieran otra vez y tenerlos cuando pasaran de nuevo por
allí.
Mientras las fuerzas del
gobierno español en la Isla,
sabiendo que podían vencer a los insurrectos cubanos por hambre, escribieron
textos[6]
ordenando la destrucción de los sembradíos. Exactamente, cuando las columnas
españolas no podían conducir el ganado cimarrón que encontraban, lo
sacrificaban para evitar que los mambises lo utilizaran.
Un revolucionario dejó la
narración de cómo actuó una tropa española que ocupó una hacienda de las que
utilizaban los independentistas para abastecerse:
“Mataron como treinta reses, veinte o más carneros y otros tantos
puercos. De estas tres clases de carne tan solo aprovecharon la quinta parte, y
todo lo otro lo dejaron botado en los corrales”[7].
Otra táctica insurrecta fue
sembrar la tierra de los apartados rincones de Cuba Libre. Un diarista mambí
describía esa acción así:
“Se ha desmontado un gran espacio
de terreno muy quebrado y vistoso y se han construido mas de veinte bohíos de
los cuales algunos están pintorescamente situados. Se cultiva maíz, arroz,
boniatos, frijoles, caña, ñame y además coles y otras verduras, siendo la de mayor
importancia la rica hoja del tabaco”[8].
Las prefecturas dependían
mucho de las posibilidades que tenían los mambises para ocultarlas del enemigo. Para conseguirlo escogían
aquellos los lugares más recónditos y siempre tenían el cuidado de borrar el rastro
que dejaban al seguir los caminos que conducían a ellas, además de crear un
sistema de vigilancia para descubrir con anticipación cuando las fuerzas se
acercaban y defender la prefectura o permitir la fuga de sus miembros. Pero los
españoles, con la utilización de su hábil sistema de exploradores y las
tristemente célebres “guerrillas”, integradas por cubanos a su servicio, muchas
veces lograban descubrirlas y asolarlas.
También los mambises
cubanos pusieron en funcionamiento un
mecanismo regional de abastecimiento. Para ello generalizaron un activo
comercio con el territorio enemigo. A individuos que residían en los poblados
españoles les entregaban dinero, estos adquirían los productos y se los hacían
llegar a los revolucionarios. Muchas veces esos dichos individuos actuaban de
forma espontánea, sin recibir retribución. En otras, obtenían alguna ganancia
de ese comercio ilícito.
La búsqueda de vituallas
influyó en las operaciones militares. Incluso, los forrajeadores eran gente tan
importante en las tropas, como mismo los más corajudos combatientes. Abastecer de
carne de res a aquellos campesinos y vaqueros devenidos en soldados de la
libertad era una verdadera obsesión para sus líderes militares.
Un
general revolucionario dejó escrito:
“Necesitado de ganado las fuerzas que en este distrito operan a mi mando,
determiné ir a buscarlo al cuartón enemigo de Samá”[9].
El
periodista irlandés James O'Kelly, que
vivió algún tiempo entre los insurrectos, dejó una interesante descripción de
una de aquellas operaciones de búsqueda de alimentos:
"Como el campamento de Agua no podía
suministrar recursos suficientes para la guarnición se organizaron
expediciones contra los poblados españoles, a fin de conseguir
alimentos..."[10].
Otros
muy diversos ejemplos de estas acciones abundan en la papelería cubana que
habla de las guerras de independencia. El que sigue es uno de ellos: El 30 de
mayo de 1870 el General Grave de Peralta le escribió al coronel Quintilio
Villareal: “Disponga que las fuerzas de los comandantes Belisario Grave de Peralta y Jose Ma de Peña
pasen esta tarde al platanal que se halla frente a las trincheras de Camazán
para se tomen de allí los plátanos que
tenga o que puedan traer. Si para ello se necesita hostilizar al enemigo que
sea enérgicamente”[11].
Según
el informe sobre los vecinos enviado por el teniente pedáneo a sus superiores,
en el momento de la orden, residían en el poblado 11 campesinos canarios, por
lo que es muy posible que alguna de las fincas saqueadas fuera propiedad de uno
de estos. Si uno de ellos trató de proteger sus sembrados del hambre
insurrecto, bien pudo convertirse en víctima, y ya aquí comienza a verse
claramente el enfrentamiento canario a la independencia. (Sépase que las más las fincas de los canarios
eran las cultivadas con mas esmero, por lo que eran ellas las predilectas de
los mambises).
Igual los canarios se vieron afectados cuando los insurrectos tomaban las ciudades donde vivían y donde tenían sus negocios.
LA
RESPUESTA CANARIA
Es necesario reconocer antes que un grupo de
canarios militaron en el indepentismo cubano.
CANARIOS MAMBISES
Realmente un grupo de
inmigrantes canarios apoyaron el independentismo cubano y aunque este asunto
siempre se menciona cuando se habla a favor de incluir a los inmigrantes de
aquellas islas en los caminos de la nacionalidad de esta, la verdad es que la
mayoría los canarios mambises han sido olvidados. Hoy solamente se recuerda
esporádicamente a los más destacados o a los que en alguna ocasión fueron
llevados al papel en notas y documentos por algún mambí.
El gran héroe del
independentismo cubano, José Martí, es
el hijo de una canaria. Cuando era un adolescente Martí sufrió prisión y allí lo
ayudo un canario, Joaquín Montesinos. La poetisa
Dulce Maria Loynaz dejó escrito:
"Tengo el recuerdo de un señor que visitaba mi casa y que tenía una barba larga y blanca e iba siempre vestido de alpaca negra. Cuando llegaba este señor a mi casa, tanto mi padre como mi madre lo recibían con una marcada deferencia, con un marcado respeto, y yo no me explicaba la razón. Yo no sabia que cosa tenía ese señor. Ahí esta el señor Montesinos –decían- y toda la casa se ponía en movimiento. Después supe que ese señor que casi no hablaba era el joven isleño que le llevaba la cadena a José Martí y del que él habla en el Presidio Político en Cuba. Era uno de los personajes inolvidables de mi casa”[12].
Posteriormente
Joaquín Montesino se estableció en Republica Dominicana donde ayudó a José
Martí durante su tránsito hacia Cuba en la guerra de 1895.
El hinterland del puerto de
Gibara fue un territorio considerado por la historiografía como muy integrista,
sin embargo allí se unieron a las fuerzas libertadoras un grupo de canarios: En
febrero de 1869 de los 101 integrantes de la compañía insurrecta Número Dos, pertenecientes
a la División
de Holguín, 15 eran canarios[13]. En esa
misma fuerza solamente habían dos peninsulares: uno gallego y el otro
asturiano.
En junio de 1869 esa
Compañía, bajo el mando del general estadounidense al servicio de los cubanos
Tomas Jordán, realiza el ataque a un fuerte situado a unos 10 kilómetros de la
ciudad de Holguín. Un refuerzo enemigo ataca a los independentistas por la
retaguardia. Las tropas cubanas son masacradas. Entre los fallecidos se
encuentran dos canarios[14]. Igual el
documento dice que entre los independentistas hubo varios heridos, pero no dice
la nacionalidad de ellos; probablemente alguno era uno de los quince canarios
que la integraban.
Hay otros ejemplos de
canarios en la primera guerra de independencia. Era canario uno de los hombres
de mayor confianza del primer Presidente de Cuba en Armas y al que los cubanos
consideramos Padre de la Patria,
Carlos Manuel de Céspedes. Nos referimos al teniente coronel Francisco
Vega.
Vega formaba parte de la escolta
presidencial en los momentos en que se desarrolló la gran ofensiva hispana de 1869. Un insurrecto sobreviviente de
aquellos acontecimientos recordaba que:
“El agua era mala y escasa, la comida no teníamos
tiempo para buscarla, los cartuchos se
hacían con las cápsulas que los soldados dejaban caer sobre el camino. Así nos
sostuvimos cerca de un mes, pero a pesar de lo extremado de la situación, no
había habido ni una sola defección, ni un presentado; ya antes se habían ido
los débiles o cobardes, quedaban allí
los puros los resueltos a morirse...”[15]
El Teniente Coronel Vega
estaba en ese selecto grupo de “los resueltos a morirse”. Él, siempre fiel al
Presidente, se convirtió en uno de los hombres más odiados y perseguidos por el
imperio español.
Céspedes dejó constancia escrita del encuentro
de su fiel ayudante con su familia, que también militaba en las filas de la
revolución. En agosto de 1872 la
comitiva presidencial se acercó a la ribera del río Contramaestre en pleno
oriente cubano. Allí los esperaba una grata sorpresa. Emocionado Céspedes la narra
en carta a su esposa que se encuentra en el exilio: “Encontramos la familia de
Vega y hubo una escena conmovedora. Estaban reunidos todos los miembros de la
familia sanos y salvos, al cabo de cuatro años de guerra y en presencia de su
Gobierno. Esta honrada gente es toda de Canarias, que vino a esta Isla a buscar
fortuna y abrazó nuestra causa con decisión y entusiasmo. Nos obsequiaron con mangos y cocos”[16].
Dice el Presidente, además, que respondió con un cumplido a sus atentos
anfitriones canarios: “Llega el asistente Juan con todos los efectos. Hice de
ellos un regalito a la familia de Pancho Vega”[17].
Al tercer día de su estancia entre los integrantes
de la familia Vega, y como si no quisiera olvidar a gente tan noble y
sacrificada, el Presidente Céspedes vuelve a hablar de ellos en su diario
personal: “La familia de Vega es toda de
Canaria que vinieron aquí a buscar fortuna y han abrazado nuestra causa”[18].
El 29 de agosto el presidente anota en su diario
sobre las constantes atenciones de los Vegas y otras familias establecidas en
aquella comarca: "Estas familias tratan de cuidarme, unas me mandan
bocaditos y otras me arreglan la ropa! Dios se lo pague!”[19].
No queriendo abusar de la amabilidad de los
canarios y otros vecinos, el 30 de agosto la comitiva presidencial se traslada
hasta las márgenes del río Contramaestre donde se han construidos amplios y
rústicos ranchos.
Pese a lo prolongada de la separación de su
familia no hay pretexto alguno del teniente coronel Vega para alejarse de los
suyos: sale frecuentemente a cumplir encomiendas del Presidente. Céspedes da
información de una de ellas en su diario: “Figueredo se marcha con el teniente
coronel Vega que lleva orden de destruir el telégrafo”[20].
Los Vega, implacables en su amabilidad, siguen
al Presidente hasta su nuevo campamento. Cargan obsequios sencillos y rústicos:
naranjas, cocos, raspadura, un pájaro de poca carne... Son regalos arrebatados
a la necesidad cotidiana con la sencillez de quienes lo han dado todo por la
patria adoptiva.
Como un verdadero símbolo de aquellos días
canarios se produce el hermanamiento masón del teniente coronel Vega. Hasta entonces
el insurrecto canario solamente era el hombre de mayor confianza que tenía el
Presidente, de ahora en lo adelante será hermano[21].
Carlos Manuel de Céspedes anotó ese día en su diario personal: “Tenida masónica
en que se dio la luz al teniente coronel Pancho Vega”[22].
Pancho Vega y su familia continuaron fiel a la causa insurrecta, en no
pocas ocasiones se hace mención de ellos en diarios campaña y en la correspondencia de varios
patriotas cubanas. Pero al final todos desaparecieron físicamente
y también de la historia. Hoy permanecen olvidados de cubanos y españoles.
Y como mismo a
los Vega, el tiempo fue borrando las anécdotas heroicas vividas por otros
muchos. De vez en cuando, disperso en algún archivo o biblioteca, aparece alguna
descripción, siempre mencionada muy de prisa por un testigo. Pero el tiempo,
con egoísta premura borra por siempre la información que quisiéramos tener
sobre valientes incógnitos.
Lo que sí es una gran y sólida verdad es que, perdidos
en los rincones del pasado cubano hay gente guapa a la esperan del biógrafo
afortunado que encuentre los papeles y las anotaciones donde se describa en
detalle como un día dejaron finca y casa para hacer un país.
Algo ha encontrado La Aldea: Dos canarios
alcanzaron el grado de general del ejército libertador, una de ella es muy singular.
Se llamó María Hernández. Al llegar
de su isla natal, ella se estableció en Cupeicillos, a unos cuatro kilómetros
de la ciudad de Gibara. Al enviudar
heredó una extensa y bien cultivada
finca donde estableció un singular negocio: Costeaba los viajes de canarios
hasta Gibara. Los recién llegados deberían costear la deuda con su trabajo. No
hay evidencia de que alguno de los comprometidos se negara a saldar la deuda
porque, seguro, doña María nada más negociaba con gente honrada. Pero, por si
acaso, la mujer tenía fama de ser persona con la que no era aconsejable quedar
mal.
En
la guerra de 1895 uno de los hijos de María Hernández se unió a las fuerzas
libertadoras y entonces ella misma, por convencimiento o por lo madraza que
era, le declaró la guerra al estado español y lo hizo con toda las fuerzas que
la caracterizaban.
Con
su abultada billetera ella alimentaba a una partida mambisa que operaba en la
comarca y también llevaba y traía noticias y diversos medios bélicos.
Denunciada fue detenida y conducida a Gibara con el hijo mas pequeño. La
encerraron y la vejaron, pero doña María se mantuvo orgullosa y retadora.
A
la muerte del general Antonio Maceo un festejo inesperado envolvió a la villa
portuaria, en las calles se montaron improvisadas mesas donde había comida y
bebida pagada por los comerciantes. En medio del alboroto y la alegría
colectiva uno de los oficiales españoles seleccionó piezas apetecibles del
festín y se fue hasta la celda donde doña María padecía hambre.
-No, le dijo la mujer sin alterar la voz pero con
tal firmeza que la expresión y el gesto se
grabó en el hijo pequeño quien después de mucho tiempo dio testimonio de él[23].
Hay otros ejemplos de participación de estos
isleños en el esfuerzo independentista.
En el departamento oriental durante la guerra de
1895, el 1,5 % de las fuerzas cubanas eran extranjeros, de ellos, una parte
considerable eran canarios. En Camaguey aunque la cifra de canarios fue más
modesta: solo el 0,34 % y en Las Villas había 241 canarios entre los
insurrectos. En Matanzas eran 2.97 %. En La Habana el 3.38 % y el 1.21 % en Pinar del Río[24]. Con la sola excepción del Camaguey, donde la
cifra de españoles era mayor, en todas las otras partes de Cuba el número de
soldados independentistas canarios eran más que los otros hispanos[25].
Lógicamente que una parte grande de estos
combatientes de origen canarios murieron en la contienda y que otros recibieron
heridas. No pocos perdieron sus propiedades. No contamos con cifras precisas
pues la historiografía cubana hasta el presente no ha determinado la cantidad
de fallecidos en el bando insurrecto.
[1] Fernando Portuondo del Prado y Hortensia Pichardo Viñals,
“Carlos Manuel de Céspedes: Escritos”, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1974, tomo I, p 389.
[2] José Novoa Betancourt: “Historia colonial de Holguín. El
pueblo. (1720-1752)”, pp.21-23.
[3] Para elaborar la descripción de este
típico sitio de labranza canario nos hemos valido de entrevistas y
conversaciones sostenidas con los
historiadores Enrique Doimeadios Cuenca,
Francisco García Benítez y José A García Castañeda. Ellos nos describieron su recorrido por zonas de
poblamiento canario en Pinar del Río y
Gibara. En el caso de los
testimonios expresados por los ya fallecidos García Benítez y García Castañeda se refieren
a escenas observadas en las primeras décadas del siglo XX.
[4] Fragmento de una carta de
Calixto García a su esposa del 20 de junio de 1874. En: Periódico la Independencia,
Órgano de los Pueblos Hispano – Americanos, N.Y, septiembre. 24- 1874 # 90 año II. Los editores del periódico probablemente
retiraron los párrafos iniciales de la carta, tal vez más íntimos.
[5] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. “Carlos Manuel
de Céspedes Escritos”. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, t III, p 99.
[6] Adolfo Jiménez Castellano. Sistema
para combatir la insurrección en
Cuba según lo que aconseja la
experiencia, Madrid, 1883.
[7] Juan J Pastrana. “Ignacio Agramonte
Documentos”. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1974,
p 246.
[8]
Eusebio Leal Spengler. “Carlos Manuel de Céspedes El diario perdido”.
Publicimex S. A., 1992, p 268.
[9] Parte oficial de Calixto García referido a acciones militares del 14 de julio de 1872. En: Periódico la Revolución de Cuba, N. Y.- 9 de noviembre de 1872. ANC. Donativos y Remisiones. Fuera de Caja No. 2
[9] Parte oficial de Calixto García referido a acciones militares del 14 de julio de 1872. En: Periódico la Revolución de Cuba, N. Y.- 9 de noviembre de 1872. ANC. Donativos y Remisiones. Fuera de Caja No. 2
[10] James
0'Kelly: “La tierra del mambí”, pp. 329, 330.
[11] Museo Provincial de Historia. Fondo Julio Grave de
Peralta. Libro copiador. número 1425 del 30 de mayo de 187.
[12] Vicente
González Castro, “Un encuentro con Dulce Maria Loynaz”, Ediciones Artex, La Habana, 1994, p 109.
[13] Museo Provincial de Holguín, La Periquera. Fondo Julio Grave de
Peralta.
[14] Museo Provincial de Holguín, Fondo Julio Grave de Peralta,
documento 23.
[15] Enrique Collazo, Cuba
Heroica, La Habana,
1912, Imprenta La Mercantil, p 276.
[16] Fernando Portuondo y Hortensia Pichardo. “Carlos
Manuel de Céspedes Escritos”. Editorial de Ciencias Sociales La Habana, 1982, Tomo III, p.153.
[17] Fernando
Portuondo y Hortensia Pichardo. Carlos Manuel de Céspedes
Escritos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982, Tomo III, p.153.
[18] Ibidem. p. 351.
[19] Ibidem. p. 352.
[20] Ibidem p. 371.
[21] Las logias masónicas no eran para los insurrectos cubanos una mera
institución fraternal. En el seno de la logia se había organizado la
conspiración, se discutió y convenció de la necesidad de ir a la lucha armada.
Las logias eran resumen de la regeneración humana a la que aspiraban estos
sacrificados hombres de la independencia. Ser miembro de una de estas logias insurrectas
era reconocimiento máximo al sacrificio por Cuba Libre.
[22] Ibidem. p. 354.
[23] Entrevista a Nicolás Hernández Hernández.
[24] Francisco Pérez Guzmán,
“Radiografía del Ejército Libertador 1895-1898”, Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana,
2005, p 160.
[25] Ibidem
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