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14 de febrero de 2022

LA MUNICIPALIDAD HOLGUINERA 1800-1850 (9)

 9.- En mi comentario anterior sobre la Municipalidad holguinera (1752-1799), vimos que la Ciudad de Holguín no era más que una aldea con categoría de Ciudad, tanto por el número de sus habitantes como por sus construcciones, no obstante, ello, en el plano tenían trazada una bonita Ciudad, la que contaba, de acuerdo con ese plano, con trece calles de Norte a Sur, cada una con una extensión de 2 023 metros largo, y nueve que lo hacían de Este a Oeste con una extensión de 1 086 metros cada una, las que dividían a la Ciudad de Holguín en 140 manzanas de suficiente amplitud, y tanto que los moradores, a más de su casa vivienda, tenían que dejar para el patio y el traspatio, dependiendo de esos espacios parte de su sustento y la crianza de animales, a más de las comodidades necesarias a la vida hogareña a que estaban condenados, que en la actualidad se hace en la calle, en los paseos o en los teatros… 

En ese periodo histórico que comentamos, procuró el Cabildo que los habitantes de la Ciudad fabricaran cómodas y vistosas casas de mampostería y la eliminación de los solares yermos que tanto la afeaban. Así también la sustitución de los bohíos de guano que tanto abundaban; para ello obviamente que necesitaban la cooperación del vecindario. Para auxiliarlos en su labor contaban con los Alarifes que eran el Tasador Público, Albañilería, Carpintería, Platería, Zapatería, Barbería, Herrería, Sastrería y asimismo con el Mayordomo de la Ciudad, con los celadores de los ríos “Jigüe” y “Marañón”, y con el Comisionado de Abasto. 

Para mejor darle aires de Ciudad a esta de Holguín, la dividieron en Barrios que nombraron “Marañón”, “Jigüe”, “El Llano”, “Punta Brava”, de “La Cárcel”, de “San José” y de “San Isidoro”. Más adelante en el tiempo vamos a encontrar el barrio del “Cuartel” y del “Tejar”.  

Los Acuerdos tomados se daban a conocer al vecindario por medio de Bandos que se leían a viva voz en los parajes públicos de la Ciudad. Así, por medio de Bando prohibieron la construcción de casas de guano en el perímetro de la Ciudad, (lo que era cosa imposible de lograr ante la pobreza del vecindario). En esto de no construir casas de guano el gobierno fue más efectivo dentro del cuadro comprendido entre las Calles Nueva, de Santa Ana, Santiago y San Francisco, y también cuidaron de que no se construyera con ese material en los alrededores de la Plaza de San José. Es por eso que se fiscalizaban las nuevas construcciones, debiendo intervenir en ellas el Síndico y el Alarife de Albañilería. Para hacer más efectiva la disposición de no construir con guano se prohibió por medio de Bando la entrada en la ciudad de pencas de guano, penalizando a los conductores, a los cobijadores y al propietario de la casa.

Acordaron también y así lo dieron a conocer, la inspección periódica a las casas, realizando para ello el Registro de Casas, en el que se anotaba el nombre de la calle en que estaba situada, el nombre del dueño o del inquilino, el material con que estaba construida y la renta o alquiler que se pagaba al dueño. Y acordaron que los solares situados frente a las Plazas de la Ciudad y a la Iglesia de San Isidoro, debían estar fabricados en un plazo no mayor de seis meses, así como que los solares existentes entre las calles de Santiago, San Diego, San Isidoro, San Miguel y Real Cárcel, así como las situadas frente a La Marqueta, tenían que ser amurallados de mampostería de tres varas de alto, y los no comprendidos dentro de las indicadas calles, cercarse de madera dura. 

Por Bando de 28 de agosto de 1850, en el mando de don Juan Antonio de los Reyes, dieron a conocer por Bando sobre el rótulo y numeración de las casas. Para ello, informó el Cabildo, tenía contrato celebrado con el pintor Tomás Ceruti para los indicados fines, y, como es natural, a cargo del propietario de la casa, quien quedaba obligado a conservarlo visible bajo la penalidad de cuatro ducados si lo retiraban. Además se informó que la limpieza de las calles estaba a cargo del vecindario, los que debían de barrerlas todos los días, cada vecino el frente de su morada, y regarlas con agua limpia una hora antes del amanecer en el verano y en los inviernos de mucho calor, así como limpiarlas de yerbas, prohibiendo, además, el arrojar basuras a la calle ni dejar salir agua inmunda por el caño. En un principio la basura se arrojaba en la Laguna de Lugones y más tarde a la entrada de los caminos.

Se creó el alumbrado público de la Ciudad. Las farolas se colocaron a cargo del Fondo de Propios y fueron 16 en el Parque de Isabel II, antes de Armas; cinco en la de San Isidoro; cinco en la de San José. Esas las encendía el farolero los días festivos y en las noches oscuras desde la oración hasta las diez de la noche. Otras fueron seis en La Marqueta, de ellas, cuatro en el interior del edificio y dos en las afueras; las del interior del edificio se mantenían encendidas toda la noche. Igualmente colocaron cinco en el edificio de la Real Cárcel.

En el mismo sentido, los vecinos estaban obligados a mantener un farol encendido en el frente de su casa en las noches oscuras, hasta las diez de la noche, aunque de esa obligación quedaron exentos los de notoria pobreza.

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