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20 de febrero de 2020

Gibara y Colón



Por César Hidalgo Torres
Gibara, donde el Almirante y sus hombres, posiblemente, yacen con mujeres aborígenes, a la vez que carenan sus naves y se enteran del tabaco.

Luego de arribar por la bahía de Bariay, Colón bordeó las costas hasta llegar a Gibara, lugar que es más hermoso en la nostalgia de los vecinos que en la realidad[1], y al que el Almirante llamó Puerto de Martes, (y que por un error de traducción le decimos de Mares).

Fue en Gibara donde el Almirante estrenó la exageración con que quiso engañar a las católicas majestades de España, que cejijuntas debieron leer que era el puerto descubierto “de los mejores del mundo por sus tan buenos aires” y poblado por la “más  mansa gente”. Y muy sobre todo “porque tiene un cabo de  peña  altillo” donde, si alguien daba el dinero, tan escaso siempre, “se puede hacer una fortaleza”[2].

Entonces ordenó el Almirante a dos de sus hombres, que sabían varias lenguas, Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, que se adentraran en tierra firme con un mensaje para el Gran Khan, creyendo que había llegado a las Indias. Hoy, después de cinco siglos, nadie sabe a ciencias ciertas dónde fue que llegaron los embajadores y si entregaron o no el mensaje.

De todos modos tan urgidos estaban (estamos) los holguineros de la ciudad a figurar en el mapamundi que dijeron los historiadores que los enviados por Colón vinieron a El Yayal, origen remoto de la ciudad de Holguín, sin embargo no pudo ser que los dos hombres llegaran a un lugar que entonces no existía. Adonde si pudieron llegar fue a Ochile, ubicado en las inmediaciones de la posterior ciudad y de donde, según la arqueología, fue el asentamiento aborigen del que García Holguín o quien fuere, tomó los aborígenes que luego trasladó a lugar cercano y creó El Yayal, lugar ese donde estuvo la Encomienda y por tanto fue sitio de intercambio cultural o transculturación.

En fin, Ochile o El Yayal, aunque no quedan claras las distancias de las que el propio Colón habla: que fueron sus enviados a doce leguas al sur del Puerto de Mares, veinticuatro de ida y vuelta por en medio de una selva tupidísima. Por esperarlos fue por lo que el almirante demoró tanto en Gibara. Y mientras esperaba, sugiere el historiador Francisco Pérez Guzmán, el Almirante y sus hombres sostuvieron las primeras relaciones sexuales con mujeres aborígenes. Y a la vez que solaz esparcimiento, los descubridores carenaron sus naves en Gibara por haber allí tan buenas maderas.

Miguel Ángel Esquivel Pérez y Cosme Casals[3] dicen que dijo a ellos en comunicación personal el arqueólogo Dr. José Manuel Guarch, que el lugar visitado por los embajadores colombinos debió ser el cerro de Yaguajay, donde existió una gran concentración de asentamientos aborígenes. Si eso es cierto quedan muchas interrogantes por responder, ¿Yaguajay está al sur de Gibara? No como es fácil de comprobar. Y si fueron a un lugar ubicado cerca de la costa ¿por qué los embajadores no emplearon para ir y volver embarcaciones aborígenes como lo hicieron con posterioridad Pánfilo Nárvaez y sus subordinados para trasladarse desde el norte de Las Villas hasta Puerto Carenas?

Jérez y Torres, dice el Almirante en el Diario, se intrincaron “tierra adentro”, y comentaron que hubieran visto el mar desde el lugar que visitaron, y se sabe que desde cualquier punto del cerro de Yaguajay se ve o se percibe el atlántico. De lo que hablaron los embajadores, alborozados, fue que “iban siempre los hombres con un tizón en las manos y ciertas hierbas para tomar sus sahumerios, que son unas hierbas secas (cojiba) metidas en una cierta hoja seca también a manera de mosquete, y encendido por una parte del por la otra chupan o sorben, y reciben con el resuello para adentro aquel humo, con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes llaman ellos tabacos”[4].





[1] “Gibara tiene algo de místico: en el ambiente de su vida moderna, en la tristeza de su descenso comercial, en el silencio de sus calles, flota un espíritu de dolor cristiano, dolor de ruinas jerosolimitanas; dolor que cantan con sordina, al morir en los peñascos de la costa y en las arenas de la playa, unas olas muy tímidas que llegan perezosamente, a deponer la fuerza de su origen ignoto ante las incontrastables barreras de la tierra” ([1] Eva Canel. Lo que vi en Cuba (A través de la isla). Habana Imprenta y papelería La Universal 1916  pp.  279-280) (Para comprender la ruina de Gibara se puede consultar: Vega Suñol, José. Norteamericanos en Cuba. Estudio Etnohistórico. Fundación Fernando Ortiz. La Habana 2004)

[2] Pichardo, Hortensia. Capitulaciones de Santa Fe.  Relación  del     primer viaje de Colón. Compilación. p. 28

[3] Esquivel Pérez, Miguel Ángel y Cosme Casal Corella. Derrotero de Cristóbal Colón por la costa de Holguín, 1492, Ediciones Holguín, 2005.


[4] Anotación hecha por Colón en su Diario, el día 6 de noviembre de 1492.

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