Por: José Juan Arrom
El
primero en registrar el nombre de Cuba, y también el primero en tratar de sustituirlo, fue Colón.
El 21 de octubre de 1492 lo asienta por primera vez en su Diario de viaje.
Parece que no lo había escuchado bien, y por eso escribe: “Otra isla grande
mucho, que creo que debe ser Cipango, según las señas que me dan estos indios
que yo traigo, a la cual ellos llaman Colba”.
Dos
días después, habiendo afinado mejor el oído a los sonidos de la lengua taína,
apunta: “Quisiera hoy partir para la isla de Cuba, que creo que debe ser
Cipango, según las señas que dan esta gente de la grandeza de ella y riqueza.”
Al día siguiente escribe el Almirante: “Esta noche, a media noche, levanté las anclas [...] para ir
a la isla de Cuba, adonde oí de esta gente que era muy grande y de gran trato,
y había en ella oro, y especerías, y naos grandes, y mercaderes”.
Y el 26 de
octubre: “Dijeron los indios que llevaba que había de ellas a Cuba andadura de
día y medio con sus almadías [...]”. Partió de allí para Cuba, porque por las
señas que los indios le daban de la grandeza y del oro y las perlas de ella,
pensaba que era ella, conviene a saber: “Cipango”.
El
domingo 28 de octubre arriba a la soñada Cipango. La suavidad del clima, la
belleza y verdor de los árboles, la abundancia de flores y las muchas aves y
pájaros que cantaban dulcemente lo llenan de admiración y de júbilo. Vierte la
euforia del descubrimiento en renglones descriptivos que cobran tensión de
prosa poética. Y en ese primer elogio de Cuba en lengua española nos deja una
frase inolvidable: “Es aquella isla la
más hermosa que ojos hayan visto”.
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