Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
En fin, poco a poco fui terminando
los cursos. Llegó la primavera de mi último año, vinieron los exámenes de
ingreso a la universidades y salí bastante bien, porque solicité entrada en
Harvard, Columbia y Yale, de acuerdo a los consejos que me daban, y las tres
universidades me aceptaron. Entonces fui con el decano, y él me dijo: “You are Yale material. Yougoto Yale”. Y
el profesor de Inglés, que era precisamente el que dirigía los grupos de debate
–donde yo me había destacado- me dijo: “Yo soy graduado de Yale y te voy a
llevar”. Reunió a dos o tres muchachos que querían ir y fuimos a conocer a
Yale. Y cuando llegué a New Haven quedé deslumbrado. Una universidad con esos
imponentes edificios, con esa gran biblioteca que entonces tendría
probablemente diez millones de ejemplares, con esos profesores famosos. Y
claro, resolví que sí, que quería ingresar en Yale.
Al poco tiempo de regresar a Mount
Hermon tuvieron lugar los ejercicios de graduación. Como yo tenía las mejores
notas de toda la clase, me tocó ser el valedictorian, el que daba la despedida
de su clase. Allí me tenías tú ahora haciendo un discurso en inglés. Lo escribí
en español, y lo traduje lo mejor que pide. Pero al ir a pronunciarlo, claro
que me salía muy mal. Mountain, yo lo pronunciaba mow-un-tayne. Entonces el
profesor me dijo: “No, no. Ven, que te voy a enseñar a pronunciar
correctamente”. Y me ayudó y fue un gran éxito, porque yo tenía bastante
capacidad para escribir y dar discursos, cosa que había hecho muchísimo en El Cristo.
Y no solamente eso, sino que el día
de la graduación, recibí de regalo de la secretaria del decano una billetera, y
le dije a mi compañero de cuarto: “Lo que es la vida, hoy que solamente me
quedan tres dólares me regalan una billetera”. Lo que no sabía es que ese día
me iban a conceder diez premios distintos: el mejor debatiente, el mejor
estudiante de Gramática, el mejor químico, en fin, una serie de premios. Y se
me llevó la billetera de dinero, porque cada premio traía 25 ó 50 dólares. Así
conseguí reunir un par de cientos de dólares con lo cual ingresé en Yale en
otoño.
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