Memorias de José Juan Arrom, Profesor Emérito de la Universidad de Yale y Doctor Honoris Causa de la Universidad de La Habana. Académico, etnólogo, hispanista, historiador y divulgador
de la cultura cubana. En su obra se mezcla lo erudito y lo popular en
un cubanísimo estilo.
José Juan Arrom |
Después de ir un año o dos a la
escuelita de doña Nena, que viene a ser como un kindergarten, pasé a la Escuela
Pública no. 1 dirigida por don Humberto Tamayo. (También al otro extremo del
pueblo estaba la no. 2, de Osvaldo Espinal.) Yo tendría de siete a ocho años
cuando ingresé a esa escuela en el segundo grado.
Era un largo edificio de madera con
cuatro aulas, dos para hembras y dos para varones. Se enseñaban juntos en una
misma aula el primero y segundo grados, y en otra aula el tercero, cuarto y
quinto combinados. La maestra de las niñas principiantes era doña Leonor
Delgado, (que antes tenía la escuela de barrio), y la de las mayores, la
señorita EloinaVilloldo. Las maestras de las niñas eran TeodoritaVeiga y don
Humberto Tamayo, que también era el director. No había sexto grado.
Todos eran excelentes maestros. Don
Humberto hasta había sido del primer grupo de maestros cubanos que fue a Boston
para estudiar pedagogía en la escuela de verano de Harvard. Y tenía el sistema
de utilizar a los niños mayores para que ayudaran a enseñar a los más pequeños.
Recuerdo el primer día que llegué, un muchacho del quinto me escribió las
tablas de multiplicar y por ahí empecé mi educación primaria.
También recuerdo que en el quinto
grado todos los viernes recitábamos poesías que aprendíamos de memoria. Entre
ellas estaba una décima que proviene de “La vida es sueño”, de Calderón, que
decía algo así: “Cuentan de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba /
que sólo se sustentaba / de las hierbas que comía. / ¿Habrá en el mundo, decía,
/ otro más pobre que yo?. / Y cuando el rostro volvió / halló la respuesta
viendo / que otro sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó.” Estas
poesías aparecían en nuestro libro de lectura, preparado por Alfredo Aguayo. Y
ese libro se usaba en todas las escuelas de Cuba, haciendo nuestra educación
igual en todas partes de la república.
Aprendíamos de memoria también
muchísimas fábulas de las cuales sólo recuerdo algunos versos. Por ejemplo,
“Bebiendo un perro en el Nilo / bebía mientras corría. / Beber quiero, le decía
/ un taimado cocodrilo”. Otra fábula era: “A un panal de rica miel / dos mil
moscas acudieron / que por su gula murieron / presas de patas en él. / Otra
dentro de un pastel / enterró su golosina. / Y así, si bien se examina / los
humanos corazones / parecen en las prisiones / del vicio que los domina.” Y
otra me acuerdo de quién la recitaba, que era un compañero que llamábamos el
Negrito Ortega. No hablaba muy claro. El poema decía: “Allá va Blas derrengado
/ hace seis horas o más, / sin hallar el pobre Blas / las perdices que ha
soñado.” Y luego terminaba que cuando le iba a tirar a las perdices, al infeliz
se le había olvidado la escopeta. Pero el pobre muchacho no podía pronunciar
escopeta, sino “estopeta”, y entonces todos nos reíamos.
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