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27 de octubre de 2017

Mérido Gutiérrez Rippe



Cantante, guitarrista y compositor. (Holguín, 18 de agosto de 1917-5 de mayo de 1992). Estudió guitarra con el profesor Guillermo Sánchez. A principios de la década del 30 se inició como imitador de instrumentos musicales. En 1948 residía en Nueva York donde, casualmente se encontró con el también guitarrista y compositor holguinero Rafael Reynaldo; ambos decidieron sumar a Ramiro Rivero y fundar el trío América, con el que realizó actuaciones durante 5 años en emisoras de radio, TV y teatros en Estados Unidos, Venezuela, México y Puerto Rico. También grabaron varios discos para la Margo Récords, la RCA Víctor y Landia Récords; entre sus composiciones más recordadas están: “No, corazón”, “La copa de cristal” y “Tú” (boleros), así como la guaracha “Lágrimas de ron” (igualmente conocida por “El borracho”). Todas ellas fueron grandes éxitos en la voz de otros solistas y agrupaciones como Virginia López, Pedro Vargas, Trío Los Panchos y el dúo puertorriqueño de Felipe Rodríguez y María Esther Pérez. Del texto de su canción “Mona Lisa” el binomio Livingston y Evans hizo una canción de impacto mundial.


Separado del trío en 1954, Mérido fundó el conjunto Casablanca con el que amenizó bailes y actos sociales. Regresó a Holguín en 1955 y trabajó en teatros e instituciones con su guitarra durante algunos años. Asimismo trabajó como periodista de la radio. 

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Por María Elena Balán Saínz


Mientras en estos días se especula si la Mona Lisa estaba embarazada cuando Leonardo Da Vince la pintó en un lienzo que permanece en el Museo del Louvre, en Cuba se recuerda a Mérido Gutiérrez, un músico, devenido periodista, fallecido el cinco de mayo de 1992, quien afirmaba haber sido el compositor de la emblemática canción que inmortalizó en el pentagrama a La Gioconda.

La historia que nos interesa hoy ocurrió en la década de 1940, en la ciudad de Nueva York. El entonces joven Mérido Gutiérrez, después de iniciar una carrera musical en Holguín y otras ciudades del interior de Cuba, viajó a La Habana,  donde se presentó en el concurso de la Corte Suprema del Arte, un programa de la emisora CMQ para los aficionados. Allí salió triunfador junto a  la mezzosoprano Alba Marina, con quien tuvo que compartir los 50 pesos entregados como premio.

A partir de entonces se presentó en los hoteles Sevilla y  Nacional, sitios que se mantienen en perfecto estado de conservación y constituyen destinos turísticos muy solicitados. También trabajó junto a Rita Montaner en el restaurante El Chico, adonde concurrían músicos muy reconocidos como el mexicano Pedro Vargas y los cubanos Sindo Garay y Ernesto Lecuona.

Después de alcanzar éxito con el trío Los Criollitos, Mérido Gutiérrez, como otros muchos cantautores se vieron afectados por la llegada a la Isla de los novedosos traganíqueles, que fueron desplazando a quienes ofrecían su música en los restaurantes habaneros. A esto se sumaba la disminución de la llegada de turistas, debido al comienzo de la Segunda Guerra Mundial.

Con tal situación financiera, Mérido Gutiérrez emigró hacía la ciudad norteamericana de Nueva York, con su título de  técnico de laboratorio clínico y sus ansias de continuar siendo artista.

En Nueva York escribió la canción.



La gran urbe no llenó sus expectativas y sus sueños fueron a parar a un empleo de lavaplatos, logrado tras abonar 10 dólares, en el Hotel Empire. Allí recibía cada semana 25 dólares por sus servicios.

En esa rutina vivió durante dos años, alquilado en un apartamento que le quedaba a unas pocas cuadras del lugar donde laboraba. Como estaba cerca, hacía el recorrido caminando y durante uno de esos días en que iba a cumplir de forma rutinaria su quehacer,  una molesta nevada le hizo detener el paso y entrar en una galería para esperar que mejorara el clima.

Allí se exhibía la famosa pintura realizada en 1503 por Leonardo Da Vinci, que había sido traída desde Francia para ser mostrada en la populosa ciudad neoyorquina.

Como a toda persona amante del arte y la cultura, aquella imagen impactó grandemente al músico holguinero, quien mirando a La Gioconda comenzó a tararear lo que luego llevó al pentagrama.

Pasados los años, contaba Mérido Gutiérrez que de regreso al apartamento donde residía, comenzó a escribir estrofa por estrofa la canción que más tarde se haría famosa en la voz de Nat King Cole. Pero tanta notoriedad no llegaría al compositor holguinero, porque circunstancias económicas lo condujeron a quedar en el anonimato de la autoría.

Despedido de su empleo del Hotel Empire, el inmigrante cubano  trabajó en el hotel Waldorf-Astoria y en otros tantos lugares. 

Pasado un tiempo de aquel día en que dio vida a la Mona Lisa en el pentagrama musical, y apremiado por la necesidad de mantenerse él y también a su familia, que ya era más numerosa desde la llegada de las gemelas Madelin y Carolina y de su único varón, Franklin, el compositor holguinero agrupó varias de sus composiciones y fue a venderlas a una firma discográfica.

No pensó entonces en que su Mona Lisa obtendría Disco de Oro en la voz de Nat King Cole, al lograr un millón de copias vendidas en 1949. La bella melodía había sido grabada por el sello discográfico Capitol, de Estados Unidos, con el  acompañamiento musical de la orquesta de Nelson Ridle,  antiguo miembro de la famosa orquesta de Glen Miller.

Pero la firma autoral no reconocería al cubano Mérido Gutiérrez, quien apremiado por problemas económicos había vendido junto a la pieza, todos los derechos de autor. Desde entonces aparecería bajo el crédito de Jay Livingston y Ray Evans.

Si bien Mérido Gutiérrez no alcanzó la fortuna con su Mona Lisa, sí fue un hombre afortunado al triunfar como un profesional de la prensa en su natal ciudad de Holguín, donde su familia y su pueblo, lo recuerdan con entrañable cariño.

Como homenaje a este compositor y periodista, en el complejo cultural Plaza de la Marqueta, núcleo principal del centro histórico de la ciudad de Holguín, existe un establecimiento bautizado con el nombre de Mona Lisa, concebido específicamente para la venta de cassettes y discos compactos de música.

 Es un sitio para la evocación de la famosa pintura realizada en 1503 por Leonardo Da Vinci, y  también un recuerdo permanente a La Gioconda  que el holguinero Mérido Gutiérrez llevó al pentagrama musical.

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Mérido César José Lauro Gutiérrez Rippe .

Nació un sábado 18 de agosto de 1917 en Holguín , Oriente .

Falleció el 5 de mayo de 1992
Tomado de: Musicuba

Acababa de nacer en la casa de la abuela materna en Maceo, esquina a Ángel Guerra, Holguín, el octavo hijo de Florinda Rippe y Miguel Gutiérrez,ambos cubanos, naturales de Holguín y Santa Lucía, respectivamente.
 Por  el almanaque se decidió llamarme: Mérido César José Lauro.
Cuarenta días después fui bautizado en la Iglesia San Isidoro y, en brazos de mi madre, emprendí mi primer viaje en un coche tirado por caballos hasta la Estación Ferroviaria de Gibara donde abordamos un motor de vía férrea que nos alejó lentamente de Holguín.
En la Estación del Central Santa Lucía nos esperaban papá y algunos de mis hermanos, por  fin llegué a mi hogar, que era una casa de madera y techo de cinc.
Han transcurrido más de setenta años y escribo estas vivencias en mi domicilio precisamente a media cuadra de la antigua Estación Ferroviaria de Gibara, hoy convertido en centro de estudios para jóvenes (SEPMI)
Mi madre Florinda sabía leer y escribir. Mi padre Miguel, cuando formó su familia, era soldado y fue ascendiendo hasta lograr los grados de Cabo, Sargento y 1er Teniente. Fue un hombre práctico. El Día de Reyes sus hijos no recibían juguetes. En esa fecha aparecían nuevos zapatos, ropas y mejor
comida.
Mi madre decía que los hijos traían lágrimas, alegrías y sorpresas. Cuando la recuerdo me siento feliz y agradecido. Con un hijo en cada pierna, cantaba para dormirnos. De ella aprendí que: «El que canta, sus penas espanta».
Maestro inolvidable Salustiano del Campo fue mi maestro en tercer grado. Era un mulato alto de mirada enérgica y sonrisa bondadosa. El amor a la naturaleza, el patriotismo y el respeto a los mártires eran sus temas favoritos. Organizaba competencias de siembra de árboles o deportivas y cada semana estimulaba a los mejores con entradas gratis al cine.
A los diez años de edad comencé la lucha por la supervivencia apartado de la familia. Desde Santa Lucía hasta el barrio de Melones viajaba en un caballo cargado de medicinas para aprender el o/cio de boticario.
Un año después mis padres se trasladaron a Gibara y reclamaron al hijo ausente. Canturreando la canción Ramona, viajé desde Bocas hasta la Villa Blanca. Al bordear el río y coronar la loma, la presencia del puente a la derecha y el inmenso mar, me sorprendieron. El caballo ni se diga… levantaba las patas delanteras y se negaba a continuar el camino, relinchando que metía miedo.
Ante el peligro, logré bajarme del animal abrazado a su pescuezo y sin soltar las bridas, esquivé sus patas. Lo tranquilicé, pasándole la mano y hablándole al oído. Así, paso a paso, con el caballo de las riendas, llegué a la vivienda familiar, que aún se conserva frente a la primera playita. El caballo y yo,
nacidos tierra adentro, nunca habíamos visto el mar, con tanta agua azul y gris movida por la brisa.
En 1933, tras la caída del Presidente Machado, a petición del Ejército
Nacional, el pueblo de Gibara se concentró frente a nuestra vivienda para aclamar a mi padre por su buen desempeño como Jefe militar de la zona.
Imitador de instrumentos musicales
Motivado por la impresionante musicalidad de la Orquesta Avilés concibo la idea de imitar el sonido de sus instrumentos. La imposibilidad de comprar uno de ellos y pagar las clases de música me hicieron buscar vocalmente sonidos similares al saxofón, el violín, la trompeta y el trombón. Enrique Avilés, pianista de la Orquesta, fue el primer músico que escuchó mis imitaciones y las consideró tan buenas que me dijo: Tienes dinero en la garganta.
Semanas después, acompañado por este pianista hice mi debut en el Teatro Oriente
  Se trataba de una velada artística organizada por las Damas Martianas en benecio de los pobres. Como no existían micrófonos, debía utilizar un megáfono que amplificaba el sonido.
Al ser presentado al público, una corriente de nervios hizo temblar todo mi cuerpo. El pianista hizo la introducción dos veces porque yo permanecía mudo; en medio de un gran silencio y entre los compases de Coctel for two, commence la imitación con una fuerza desconocida en mí. Al finalizar la ovación volvió a sacudirme de pies a cabeza. Enrique sonreía satisfecho y de inmediato inició la introducción de Blue Moon, ambos números los había popularizado la Orquesta y eran conocidos por
el público. Esa noche no pude dormir. En mis oídos no cesaba de escuchar el eco de los aplausos que había recibido en mi primer éxito artístico .
Mi primera guitarra valenciana la recibí de manos de mi primo Manuel, que se había transformado de aprendiz de bodeguero en estudiante de medicina.
Estoy convencido que ese gesto contribuyó a definir mis pasos en el campo artístico.
Gracias a mi madre, que pagó algunas clases con el maestro Guillermo Sánchez,   aprendí algunos acordes que me permitieron cantar serenatas y hacer la composición «Te quiero» dedicada al primer romance de mi juventud.La costumbre de cantar después de la medianoche junto a la ventana
de una novia o a los familiares y amistades en días de cumpleaños fue una sana diversión para la juventud de mi época. Las serenatas desaparecieron al surgir la represión contra el pueblo y ser consideradas por la policía como alteraciones del orden público. Sometidas a un permiso oficial quedaron endenitiva prohibidas. Con esto se perdió una bella tradición que jamás ha vuelto a recuperarse.
El artista múltiple
La popularidad del imitador se extendió a Camagüey y a Ciego de Ávila. Presentado como el Artista Múltiple y atracción de la Orquesta Avilés, que pagaba los gastos, no recibía más beneficio que conocer otros pueblos y actuar en Sociedades y Clubs ante numerosa concurrencia. Las imitaciones las realizaba a medianoche en el receso que hacía la Orquesta, la cual presentaba un pequeño show con sus solistas.
En 1935 llegó a Holguín un carro con dos bocinas y un micrófono destinado a la propaganda comercial. Recomendado por mi amigo Tinito Pupo, agente de los cigarros Partagás y las galleticas Siré, fui contratado para cantar y hacer mis imitaciones acompañado de la guitarra, con el «astronómico» sueldo de $2.00 diarios. Se actuaba en las esquinas de los barrios a la hora en que llegábamos. El carro tenía un dispositivo que producía una iluminación intermitente en colores que en la oscuridad atraía mucho público. Además de música, ofrecía el reparto gratis del condimento Bijol, patrocinador principal de la propaganda. Las cocineras, amas de casa y la muchachera del lugar formaban una multitude alrededor del carro que, al lograr su objetivo comercial, abandonaba el lugar
anunciando las bondades del condimento.
Frente a ernesto Lecuona
Al regresar a mi ciudad, la Compañía de Lecuona se estaba presentando en el Teatro Oriente. Entre el público, aplaudí emocionado a Esther Borjas que interpretó magistralmente su Damisela encantadora.
La directiva del Liceo Holguín, sociedad exclusiva para blancos ricos, ofreció al maestro Lecuona una despedida, a la que asistió con sus principales artistas para acompañarlos al piano en la interpretación de sus composiciones. Cuando terminó el concierto fui presentado como una curiosidad de la cultura holguinera.
Debía ocupar el lugar donde momentos antes habían actuado el cantante lírico Miguel de Grandy y Esther Borjas. También me escucharía el propio Lecuona. Mis nervios no daban más. Pensaba que el temblor de mis piernas se advertía a través de los anchos pantalones. Pero luego de escuchar mis
imitaciones, me felicitó por mis habilidades vocales y a Enrique Avilés por la interpretación de dos de sus composiciones. Está demás decirlo, tampoco pegué un ojo esa noche.
Viaje productivo
Nuevamente junto a Tinito, visitamos Gibara, Velasco, Chaparra, Puerto Padre y Las Tunas, donde actué en cines, comercios y bodegas. Lo aprendido con la propaganda del Bijol me convenció de que todo lo que se quiere vender debe  anunciarse. Esa fue la condición que exigí a los dueños de cines que aceptaron nuestra presentación en cada uno de los pueblos visitados.
Los empresarios anunciaron sus películas en volantes y utilizaron como atracción el nombre del increíble imitador en grandes letras, por supuesto algunos fueron más discretos.
Estas presentaciones fueron posibles por la generosidad que caracteriza al cubano. Prácticamente ningún cine tenía piano y uno prestado por algún pudiente facilitó nuestra actuación.
En esta gira me acompañó René Urbino, quien también interpretaba solos como partenal del programa.
Los empresarios cumplieron con la promesa de la propaganda y nos liquidaron cada función con menos de veinte pesos. Los gastos de viaje, hospedaje y comidas nos obligaron a pedirle dinero a los comerciantes a cambio de que sus nombres y negocios fueran anunciados como patrocinadores de nuestra presentación.
El regreso a Holguín con relativo éxito permitió pagar los trajes que nos habían confeccionado en la Sastrería Hermanos Avilés, vendidos a plazo por cuarenta pesos, y la deuda de diez más por la primera foto utilizada para la propaganda.
En dicha foto, el saxofón que sostengo lo prestó el amigo Cronides Avilés, integrante de la famosa Orquesta. Este instrumento es una reliquia histórica, fue el primero que llegó a Holguín, traído por un acionado a la música norteamericana que había visitado los Estados Unidos.
El primer músico que aprendió su técnica fue Mauro Avilés quien lo tocaba a la entrada del Cine Martí y con su melodioso sonido atraía numeroso publico que luego entraba a ver las películas silentes de la época.
Estrella naciente
Mi hermano Mauro me llevó a La Habana, que no conocía, y pagó los gastos del viaje. Iba convencido de que triunfaría en La Corte Suprema del Arte. Éste era un famoso programa que ofrecía la Emisora Radial CMQ, de 8 a 10 de la noche para los a/cionados al arte, necesitados de ganar unos pesos como yo. Cada noche pagaban $ 50.00 al ganador a quien consideraban una Estrella Naciente.
A los aspirantes sin posibilidades le tocaban una ruidosa campana que provocaba risas y burlas entre el público.Durante el ensayo, por la tarde, el pianista acompañante me dijo: Esto no lo hace nadie, triunfarás con tus imitaciones, controla los nervios y ¡ya!
El  último concursante de la noche fue presentado por error, como Merodio Gutiérrez, de Oriente. Soporté la tortura del proceso de eliminación entre veinte aspirantes. El animador situaba una mano sobre la cabeza de los concursantes y el público aplaudía, más o menos, según su preferencia.
Por último, quedaron dos finalistas: una bella joven de brillante pelo dorado,llamada Alba Marina, mezzosoprano lírica, y el imitador hecho un manojo de nervios.
A insistencia del público se dividieron los $ 50.00, y se dijo que habían nacido dos nuevas estrellas. Salí del estudio con mis $ 25.00 y un ramo de flores, obsequio de una /rma comercial. El corazón no me cabía en el pecho, estaba casi sordo con sus latidos .
Siete pesos de aceite
Como Estrella Naciente recibí la sorpresa de que debía actuar una semana en el programa de CMQ que patrocinaba el Aceite Barcel, puro español. Por el trabajo de una semana me pagaron solo $ 7.00 y una botella del producto.Tratando de aprovechar mi estancia en La Habana y las posibilidades
de ganar algo más, me presente en la Corte Suprema del Arte que se presentaba en el Teatro Martí.
Allí recibí el Primer Premio de $ 25.00. En la ronda final junto a todos los ganadores aspirantes al premio de $ 50.00, $ 25.00 y $ 10.00, celebrada en el mismo teatro, sospechosamente la amplificación no funcionó durante mi presentación y sólo recibí dos entradas para una obra de teatro.
Festival de estrellas nacientes
Patrocinado por importantes   firmas comerciales participé en el Festival Trimestral celebrado en el Teatro Nacional. En el espectáculo actuaron como primeras figuras las jovencitas más bellas que recuerdo. Se presentaron doscuadros, Amanecer mexicano y El danzón, que exigían un rápido cambio de vestuario. Sin camerinos para cuarenta y cinco Estrellas Nacientes, los cambios
se hicieron detrás del escenario y en los servicios sanitarios a una velocidad inconcebible.
Al fnal del espectáculo, las jovencitas se fueron en autos con sus nuevos representantes o dueños de frmas comerciales. El resto de las Estrellas que trabajaron por amor al arte recibieron una cena con dulces y refrescos,felicitaciones, y ¡Buena suerte!
El brillo de las Estrellas se había apagado con aquel Festival. La Corte seguiría buscando nuevas estrellas y muchas de ellas morirían casi al nacer.
Llegué a esta conclusión cuando el director de la Orquesta de CMQ, luego deescucharme en una audición especial que le ofrecí, me dijo: ¡Excelente! Perolas imitaciones por radio, no funcionan. Preséntate cuando llegue la televisiónque estamos esperando.
La televisión llegó, pero muy tarde para mí. Las circunstancias cambiaron mi
rumbo artístico. Ignoraba que era una víctima de aquel sistema. No había oportunidades para los jóvenes con inquietudes artísticas como yo.
Artista de las propinas
Decidí quedarme en La Habana con la esperanza de vivir de mis facultades vocales. Guitarra en mano y bien vestido, conocí a un chofer que transportaba turistas. Le hice una demostración de mis imitaciones y quedó admirado: Ven conmigo y te garantizo buenas propinas, me dijo.
Su trabajo consistía en recoger en el muelle a los turistas norteamericanos, llevarlos al Hotel Nacional, y después recorrer los centros de interés de laciudad. Aquel carro tenía como atracción al imitador de instrumentos musicalesy su guitarra. No existía radio en los vehículos de esa época.
Los turistas me pedían que abriera la boca pensando que ocultaba algún pito. Así conocí el negocio de las propinas y gané los primeros dólares. Los barcos de turistas llegaban los fines de semana. De lunes a jueves permanecía sin hacer nada, así es que decidí integrar la familia de los músicos ambulantes que vivían de las propinas en bares y restaurantes. Los dueños de esos negocios no pagaban artistas, y para mantener su categoría sólo admitían a los que, con saco y corbata, amenizaban almuerzos y comidas. Mantener un trabajo fijo exigía estricta puntualidad y cantarle hasta el último cliente.
El repertorio instrumental de música norteamericana de las imitaciones fue ampliado y comencé a cantar lo más popular de la música latinoamericana: Siboney, La paloma, Cielito lindo, Tipitipitín, y otros.
Normalmente cantaba a dúo con Rafael Reynaldo, compositor y guitarrista holguinero, en El Floridita y La Zaragozana, durante el almuerzo y la comida.
En cierta oportunidad, Antonio Tejeda sustituyó a Reynaldo que estaba enfermo. Cantábamos y tocábamos alternándonos la guitarra, porque la de él estaba empeñada, cuando entraron tocando maracas, un francés, su mujer y el chofer que también servía de traductor. Terminada la tanda musical y la comida, el francés nos invitó al Hipódromo de Marianao donde se estaba realizando una
importante carrera de caballos.
Nos dejó con la mujer a quien pidió dinero para ir a jugar a la ruleta. Vimos dos carreras y al poco rato se apareció el francés muy sonriente. Nos dio dos billetes de cincuenta dólares diciendo: ¡Ustedes me han dado suerte!
Sus habilidades como jugador profesional nos habían proporcionado la mayor propina.
Después de disfrutar unas merecidas vacaciones en Holguín, al regresar a La Habana mis compañeros Reynaldo y Tejeda no estaban en El Floridita ni en La Zaragozana. En la ruta ambulante tropecé con Urbano Monterrey, joven guitarrista pinareño que me ofreció compartir las propinas en el Cabaret La
Campana muy visitado por los turistas cuya llegada era recibida por continuos toques de campana, música alegre y un trago gratis.
Este negocio tenía un patio colonial, una barra grande, un fotógrafo y los músicos ambulantes para ambientar la venta de licores de todo tipo.
Después que se generalizaba la compra de bebidas se tomaban fotos con los músicos a petición de los visitantes que esperaban media hora por el revelado.
Por cada tirada, el fotógrafo cobraba $ 3.00, y a los músicos nos daba veinticinco centavos a cada uno.
El dúo Gutiérrez-Monterrey se convirtió en el Trío Los Criollitos, con la efímera inclusión del guitarrista Escalante, que muy pronto marchó a Venezuela y murió víctima de un marido celoso. Por la falta de recursos, fue sepultado en la tierra de Bolívar debido a lo costoso que resultaba trasladar el cadáver.
Bar el chico
Al comenzar la Segunda Guerra Mundial la afuencia de turistas disminuyó considerablemente. Para nuestras presentaciones usábamos unas guaracheras que combinábamos con un pañuelo rojo y pantalón oscuro. Las propinas eran tan pocas que nos resultaba difícil pagar el vestuario que alquilábamos en La Casa Fincy por el módico precio de $ 1.00 semanal.
El cierre de La Campana y la ausencia de turistas inició el peregrinaje del dúo. Una noche al entrar al Bar El Baturro, coincidimos con Nazario López,magnífco guitarrista que aceptó formar un trío con nosotros.Allí nos escuchó Julio Lanier, dueño del Bar - Restaurante El Chico. Nos ofreció buenas propinas y comida. Ni lo pensamos. En este Bar tuvimos la oportunidad de acompañar a Rita Montaner que interpretó Siboney y El manicero.
El contrato en este   Hotel Nacional   de mayor categoría establecía cantar música mexicana en el bar por la tarde, y en el comedor de 8:00 a 10:00 de la noche, no pedir propinas, cumplir el horario y comer en la cafetería. Salario: $ 120.00 para los tres.
Terminamos el contrato en el Hotel Nacional. El Bar El Chico, prácticamente sin clientela, se había convertido en negocio de segunda categoría.
Este bar estaba ubicado en el barrio de San Isidro donde funcionaban los
Cabarets Miami y el Kursal, que ofrecían tres shows nocturnos. En visita a uno de estos centros, para tantear el terreno, el trío fue invitado al Bodegón de Ramón, español, gordo y mujeriego que cerraba su negocio para compartir con sus amigos preferidos: cantantes, guitarristas y poetas a quienes ofrecía saladitos y bebidas gratis. Allí conocí, viejo y alcoholizado al famoso Manuel Corona, autor de la popular Longina, quien con un pedacito de voz cantó «Yo tuve un sueño feliz......
Invasión de los traganíqueles
En el año 1938, la precaria situación de los músicos ambulantes recibió el puntillazo final con la llegada de los traganíqueles americanos.
Estos artefactos disponían de cincuenta discos con las mejores grabaciones de orquestas y solistas nacionales y extranjeros. Por cinco centavos, se podían escuchar a cualquier hora, y cuántas veces se quisiera. Habían sido situados precisamente en los centros públicos donde los músicos se buscaban el
sustento.
Muchos de los artistas ambulantes terminaron cantando en los ómnibus y tranvías para recoger algunas pesetas.
El Teatro Shangai
Tenía una amplia clientela, aunque afectado también por la situación del país, fue el único teatro que se arriesgó a presentar mi último intento de vivir de la música: el grupo The Melody’s Boys. Formado por los guitarristas Nazario López y  Tony Tejeda y los imitadores musicales Armando (trompeta) y Mérido (saxofón). Teníamos un repertorio de música esencialmente norteamericana (blues).
El Shangai presentaba obras de teatro donde los actores empleaban un vocabulario obsceno y de doble intención, además de variedades con mujeres medio desnudas que atraían mucho público. Finalmente eliminaron las obras de teatro y agregaron a las variedades la proyección de películas pornográficas.
Tuvimos que irnos del Shangai.
Tejeda, que  vivió en Güines y conocido como guitarrista popular, logró una sola presentación del grupo en el mejor restaurante de su pueblo. Un balance de los gastos del viaje y el vestuario liquidaron la integración del grupo y mi montón de ilusiones.
Comprendí que había vivido como esos jóvenes románticos y sentimentales que avanzan mirando la luna que desean alcanzar sin medir la inmensa distancia que los separa. Tuve un breve período de frustración. Sin embargo, pronto comprendí que mi voluntad y optimismo debían ser superiores a los
obstáculos si quería abrirme paso en la vida. Tenía que comenzar de nuevo, y era preciso sentirme fuerte y listo para emprender un nuevo camino.
Formación del trío
Entre los millones de newyorkinos, encontré a mi antiguo compañero Rafael Reynaldo con el que compartía propinas en La Habana, en el Floridita y la Zaragozana , Ramiro Rivero, cubano, natural de Puerto Padre y excelente guitarrista.
Seis meses, con la asesoría del venezolano Pablo Briceño, profesor de canto y guitarra, nos permitieron montar las voces y el repertorio.
Previa evaluación, ingresamos en la Unión de Músicos de New York que nos autorizaba a trabajar profesionalmente en el país.
El profesor Briceño, admirador de la música cubana, nos presentó el día de su cumpleaños en una fiesta que dio en su apartamento.
Dos cubanos: Osvaldo Salas, fotógrafo, y Antonio Rivas, periodista, quedaron impresionados con el trío y decidieron lanzarnos de inmediato al mercado del disco, la radio y los teatros.
Se acordó el nombre de América porque el repertorio era del norte y del sur del continente, incluyendo Cuba, por supuesto, además era un nombre conocido y de fácil pronunciación.
El Trío América recibió desde sus inicios el sostenido respaldo de una propaganda sistemática en el diario La Prensa y las revistas Teatral y Ecos de New York, las tres publicaciones de mayor circulación en la comunidad hispana.
Los impulsores de esta propaganda, Salas y Rivas lograron que el trío grabaran discos en las compañías Margo Records, Landia, Rumba, Bolero y RCA Víctor, los que ganaron buen dinero con nuestras grabaciones. Prueba de ello es que el primer disco lo pagaron al precio de $ 300.00 y los últimos a $ 1 200.00 debido a la popularidad que ya habíamos alcanzado.
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Carolina Gutiérrez, hija de Mérido, narra la historia:

 
 

Al comenzar la Segunda Guerra Mundial la afluencia de turistas disminuyó considerablemente en La Habana. Para nuestras presentaciones usábamos unas guaracheras que combinábamos con un pañuelo rojo y pantalón oscuro. Las propinas eran tan pocas que nos resultaba difícil pagar el vestuario que alquilábamos en La Casa Fincy por el módico precio de un peso semanal.

El cierre de La Campana y la ausencia de turistas inició el peregrinaje del dúo. Una noche al entrar al bar El Baturro, coincidimos con Nazario López, magnífco guitarrista que aceptó formar un trío con nosotros. Allí nos escuchó Julio Lanier, dueño del bar-restaurante El Chico. Nos ofreció buenas propinas y comida. Ni lo pensamos. En este bar tuvimos la oportunidad de acompañar a Rita Montaner que interpretó Siboney y El Manicero.

Conseguimos un contrato en el Hotel Nacional, de mayor categoría, establecía cantar música mexicana en el bar por la tarde y en el comedor de 8 a 10 de la noche, no pedir propinas, cumplir el horario y comer en la cafetería. Salario: 120 pesos para los tres. Terminamos el contrato en el Hotel.

El Chico, prácticamente sin clientela, se había convertido en un negocio de segunda categoría.

Estaba ubicado en el barrio de San Isidro, donde funcionaban los cabarets Miami y el Kursal, que ofrecían tres shows nocturnos. Visitamos uno de estos dos centros, para tantear el terreno y el trío fue invitado al Bodegón de Ramón, un español, gordo y mujeriego que cerraba su negocio para compartir con sus amigos preferidos: cantantes, guitarristas y poetas a quienes ofrecía saladitos y bebidas gratis. Allí conocí, viejo y alcoholizado al famoso Manuel Corona, autor de la popular Longina, quien con un pedacito de voz cantó Yo tuve un sueño feliz...

En 1938, la precaria situación de los músicos ambulantes recibió el puntillazo final con la llegada de los traganíqueles americanos. Estos artefactos disponían de cincuenta discos con las mejores grabaciones de orquestas y solistas nacionales y extranjeros. Por cinco centavos, se podían escuchar a cualquier hora, y cuantas veces se quisiera. Habían sido situados precisamente en los centros públicos donde los músicos se buscaban el sustento. Muchos de los artistas ambulantes terminaron cantando en los ómnibus y tranvías para recoger algunas pesetas.

El Teatro Shangai tenía una amplia clientela, aunque afectado también por la situación del país, fue el único teatro que se arriesgó a presentar mi último intento de vivir de la música: el grupo The Melody’s Boys, formado por los guitarristas Nazario López y Tony Tejeda y los imitadores musicales Armando (trompeta) y yo en el saxofón. Teníamos un repertorio de música esencialmente norteamericana, sobre todo blues.

El Shangai presentaba obras de teatro donde los actores empleaban un vocabulario obsceno y de doble intención, además de variedades con mujeres medio desnudas que atraían mucho público. Finalmente eliminaron las obras de teatro y agregaron a las variedades la proyección de películas pornográficas.

Tuvimos que irnos del Shangai. Tejeda, que vivió en Güines y conocido como guitarrista popular, logró una sola presentación del grupo en el mejor restaurante de su pueblo. Un balance de los gastos del viaje y el vestuario liquidaron la integración del grupo y mi montón de ilusiones. Comprendí que había vivido como esos jóvenes románticos y sentimentales que avanzan mirando la luna que desean alcanzar sin medir la inmensa distancia que los separa.

Tuve un breve período de frustración. Sin embargo, pronto comprendí que mi voluntad y optimismo debían ser superiores a los obstáculos si quería abrirme paso en la vida. Tenía que comenzar de nuevo, y era preciso sentirme fuerte y listo para emprender un nuevo camino. Nos fuimos a New York.

Entre los millones de newyorkinos, encontré a mi antiguo compañero Rafael Reynaldo con el que compartía propinas en La Habana, en el Floridita y la Zaragozana, Ramiro Rivero, cubano, natural de Puerto Padre y excelente guitarrista. Seis meses, con la asesoría del venezolano Pablo Briceño, profesor de canto y guitarra, nos permitieron montar las voces y el repertorio. Previa evaluación, ingresamos en la Unión de Músicos de New York que nos autorizaba a trabajar profesionalmente en Estados Unidos.

El profesor Briceño, admirador de la música cubana, nos presentó el día de su cumpleaños en una fiesta que dio en su apartamento. Había dos cubanos, Osvaldo Salas, fotógrafo, y Antonio Rivas, periodista, quedaron impresionados con el trío y decidieron lanzarnos de inmediato al mercado del disco, la radio y los teatros.

Se acordó el nombre de América porque el repertorio era del norte y del sur del continente, incluyendo Cuba, por supuesto. Además, era un nombre conocido y de fácil pronunciación. El Trío América recibió desde sus inicios el sostenido respaldo de una propaganda sistemática en el diario La Prensa y las revistas Teatral y Ecos de New York, las tres publicaciones de mayor circulación en la comunidad hispana.

Los impulsores de esta propaganda, Salas y Rivas lograron que el trío grabara discos en las compañías Margo Records, Landia, Rumba, Bolero y RCA Víctor, que ganaron buen dinero con nuestras grabaciones. Prueba de ello es que el primer disco lo pagaron al precio de $300 y los últimos a $ 1200, debido a la popularidad que ya habíamos alcanzado.

Un día, bajo una intensa nevada, busqué refugio en la Biblioteca de la Quinta Avenida. Una diligente empleada me invitó a entrar en el edificio. En su interior había cubículos llenos de estantes con libros y mesas de lectura. En una simetría perfecta, cuadros de pintores famosos adornaban las paredes.

Me detuve a contemplar una reproducción de la Mona Lisa, de Da Vinci, que me sorprendió por su extraordinaria belleza. De regreso a casa, tomé mi guitarra y fue surgiendo poco a poco la línea melódica de la canción. Utilicé varios compases de un popular número del cubano Arsenio Rodríguez, también radicado en New York. Después de terminada, inscribí la canción Mona Lisa en el Registro de la Propiedad Intelectual, en la Jefferson Music Inc.

Pero ignorando el valor que podía tener esta pieza, vendí mis derechos de autor, junto a otra composición, por el módico precio de $200. Estaba presionado económicamente por los gastos más recientes y atravesaba un período critico que me hacía casi imposible responder a las necesidades familiares. Nunca pensé que mi composición tuviera tanta suerte.

Dos años después el número se hizo famoso gracias a la excelente interpretación de Nat King Cole y al maravilloso arreglo orquestal de que fue objeto. Este tema ha sido empleado como banda sonora en varias películas norteamericanas para enmarcar la época de los primeros años de la década del 50.

Mi decepción fue mayor cuando tuve que solicitar un permiso para grabar con el Trío América la versión original en español. Había perdido las posibilidades de ganar buen dinero como compositor. Tuve en mis manos una fortuna. Al menos sirvió para conocer que mi trabajo como compositor tenía valor.

A petición de mis padres, hicimos un viaje a Cuba con la finalidad de que conocieran a mis hijos nacidos en New York. Traía el deseo expreso de mis compañeros de conseguir un contrato para que el Trío actuara en nuestro país. Fui recibido por el programador de CMQ-TV, Sr. Vaillant.

En la entrevista le mostré el aval de los éxitos obtenidos, fotos en teatros y cabarets y opiniones de la prensa. Luego de escuchar uno de nuestros discos, me propuso un contrato de una semana por 300 pesos. El viaje y la estancia lo pagaríamos nosotros. Serían dos presentaciones en CMQ Radio, dos en cabaret y dos en TV.

-Ustedes son desconocidos en Cuba y con esa propaganda de una semana tendrán mucho trabajo en La Habana. Como son cubanos pueden recorrer el país. De los contratos nos ocuparemos nosotros, me dijo.

Este señor pretendía vendernos a alguna firma comercial o gerente de cabaret. Concluyó aclarándome que la transportación dentro del país debía correr por nuestra cuenta. Le argumenté, con un contrato, en la mano, que cobrábamos 300 dólares por cada presentación.

Su respuesta fue: "Bueno, eso es allá, en Estados Unidos, aquí somos un país pobre". Recogí las fotos y los documentos que le había mostrado y le dije: "Su proposición es inaceptable". Me marché sin darle la mano y a mis espaldas escuché su voz cuando decía: "Si cambia de opinión, avíseme y escojan la fecha para este año".

Dos días después regresé a New York. El sueño de presentarnos en nuestro país, se había esfumado.

En 1951 se celebró la Fiesta Panamericana en honor a las repúblicas que integraban la Organización de Estados Americanos (OEA). Acompañados por el mexicano Chucho Martínez Gil, llegamos al Hotel Park Sheraton para entrevistarnos con María Grever quien tenía una proposición de trabajo para el trío. En su apartamento en un quinto piso, Doña María nos recibió sentada en silla de ruedas junto a un gran piano.

Había sufrido un accidente que impedía su locomoción y había inutilizado su mano izquierda, pero con la derecha tocaba magistralmente el piano. Estreché, emocionado, la mano de aquella mujer, autora de tantas composiones famosas (Júrame, Muñequita linda,Tipitipitín). Sus ojos verdes, de intensa mirada, y su cabello castaño, peinado según la época, complementaban un bello rostro en el que se ocultaban muy bien sus 50 años.

-Estamos a su disposición, Doña María. Ella nos explicó que el programa incluía una representación de cada uno de los países participantes. Nosotros debíamos cantar el Pregón de las Dores que era el número que cerraba la presentación de México.

-Deben presentarse con trajes típicos mexicanos, se trata de una sola actuación y solo dispongo de $300 para ustedes, el pasaje por tren y una cena al final, nos dijo.

La idea de trabajar a las órdenes de la famosa compositora en el teatro más antiguo de Washington, el Constitution Hall, durante la Fiesta Panamericana, nos entusiasmó inmediatamente. Pero comprobamos que la música cubana no estaba representada, a pesar de que nuestro país era miembro de la OEA.

Le pregunté: ¿Qué posibilidades existen de que nos presentemos como cubanos en ese programa?

-Pero esa actuación no puedo pagarla, solo dispongo de $300, nos respondió.

-La haremos sin cobrarla, Doña María, solo para que Cuba también esté representada y como propaganda para nuestro grupo, ¿qué le parece? Ella, más aliviada, dijo:

-Magnífico, dígame el título de los números que van a interpretar para incluirlos en el programa.

Decidimos cantar No, corazón y Sensemayá, dos temas populares de nuestro repertorio.

Sin tener en cuenta los acuerdos tomados por el colectivo en el momento de su fundación, Reynaldo registró a su nombre la propiedad del trío, argumentando que había sido suya la idea de formarlo y nos mostró un contrato firmado por él para actuar en un cafetín en el barrio de Brooklyn.

Las relaciones con músicos con los que grabé discos para grupos fantasmas me permitieron formar un conjunto dedicado a tocar en bailables, sábados y domingos, con la música más conocida y popular del ambiente latino. Le pusimos Casablanca para aprovechar el éxito de la película del mismo nombre, recién estrenada en el año 1942. Exploté los vínculos que tenía con los medios de propaganda y pronto surgieron los contratos, muchos de ellos económicamente ventajosos.

Como director, pasé muchos sustos al llegar la hora de iniciar la presentación y faltarme algunos músicos. Mientras llegaban los ausentes, entreteníamos al público interpretando boleros y sones con los que habían sido puntuales. Aquellos contratos establecían recibir el 50 % adelantado y el resto al terminar el trabajo. Este conjunto se mantuvo año y medio respaldado por la popularidad que aún mantenían.

Mi última actuación en New York fue el 31 de diciembre de 1956 en el Cabaret La Rumba.
 

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