Casi
nadie lo conoce por su verdadero nombre. Sin embargo, cuando se habla de El
Guayabero viene a la mente de todos los cubanos su peculiar estampa y el
criollísimo humor de sus canciones.
Cuando
uno lo mira bien, descubre que Faustino Oramas parece un Quijote demasiado
expuesto al sol. Como el inmortal caballero de Cervantes, Faustino es de
complexión recia, seco de carnes, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo de
la caza (de la caza de amor/que/ es de altanería, como bien dijera Gil
Vicente). Incluso, como todo caballero andante Faustino Oramas tiene su nombre
de guerra: El Guayabero.
Sin
embargo, su oficio no es deshacer entuertos, sino recorrer nuestra ínsula, de
pueblo en pueblo, acompañado siempre de su tres, como los viejos juglares. Como
los juglares, además, Faustino Orama va cantando la crónica de nuestra vida
cotidiana. Para ello cuenta con su voz potente, unos octosílabos inmejorables y
el criollísimo humor del doble sentido, atributos que lo hecho famoso y hasta
imprescindible en la abultada memoria de la música popular cubana.
[...]
de todas las cosas importantes que ha visto o le han sucedido en su larga vida,
El Guayabero ha tomado la materia prima para sus más populares, y por eso en
sus letras refleja, como pocos lo han hecho, el modo de ser del cubano, su
picardía congénita y su humor corrosivo y vital.
Faustino
Oramas es por ello, tal vez, el último representante de aquella generación de
soneros que vivieron de la música y para la música, y supieron transmitir a su
obra la idiosincrasia del cubano, que siempre se reconoce en las canciones de
este juglar oriental. Y, como juglar al fin, El Guayabero vive y disfruta la bohemia.
Con el tres debajo del brazo, siempre está dispuesto a cantar en escenarios o
parques, en bares o bateyes, donde quiera que haga falta la alegría, porque
Faustino Orama es la alegría de su música, y su público son todos los
habitantes de esta, su ínsula querida y natal. [...]
(Revista Cuba Internacional, septiembre
de 1988)
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