Por: José Abreu Cardet
Mayor General Julio Grave de Peralta y Zayas |
El que seguidamente podrán leer los que
vienen a La Aldea es un singular documento: el diario del general cubano Julio
Grave de Peralta durante su primera estancia en Nueva York en 1871 para
organizar una expedición que trajera armas a Cuba para los insurrectos que
luchaban contra el dominio español.
Pero antes esta introducción en la que
se ofrece información sobre el General insurrecto, la situación de la
emigración revolucionaria en 1871 en los Estados Unidos y muy específicamente
en New York. También una valoración sobre el significado de un documento para
Grave de Peralta, que es un asunto raramente tratado en la historiografía
cubana. Finalmente el texto fue enriquecido con 82 notas a pie de página.
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La historia de la emigración cubana se
puede resumir en forma muy breve: antes del inicio de la guerra de
independencia vivían en el exterior de la Isla una pequeña cantidad de
emigrados políticos, pero al iniciarse la contiende se produjo un intenso flujo
de cubanos hacia el extranjero, principalmente de patriotas residentes en las
provincias occidentales, a donde la guerra no había llegado. La mayoría se
radicaron en los Estados Unidos, pero también se crearon colonias en Jamaica,
República Dominicana y otros países de América Latina y el Caribe.
Entre los emigrados se creó una
representación diplomática y una agencia general. La primera debía de gestionar
el reconocimiento de la República de Cuba por las demás naciones, la segunda,
que recibió diferentes nombres a lo largo de su historia, se encargaría
principalmente de la organización y el envío a la isla de expediciones. La
representación y la agencia quedaron en manos de los grandes terratenientes
azucareros occidentales emigrados: Miguel Aldama, millonario habanero fue la figura
de más relieve de ese grupo.
A la representación de la República en
armas entregaban dinero para sufragar los gastos de las expediciones los ricos
hacendados que no habían tomado formalmente partido por la independencia, por
miedo a perder las propiedades. Eran ellos parte de los hacendados emigrados
que habían salvado sus propiedades. Y también se hacían colectas entre los
emigrados más humildes y algunos países latinoamericanos aportaron ayuda. Con
todos estos recursos se lograron mandar importantes expediciones.
Pero estas fueron disminuyendo al paso
de un tiempo breve. Otras fracasaron y algunas fueron confiscadas por las
autoridades estadounidenses o británicas antes de partir y otras fueron capturadas
por los españoles; unas terceras no pudieron desembarcar una vez que llegaron a
las costas de Cuba.
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Después de una breve estancia en la
colonia británica de Jamaica, Grave de Peralta viajó a Nueva York y se entregó
a los trabajos de preparar su expedición. Solo que entonces ya había concluido la
época dorada de la emigración revolucionaria cubana, que fue cuando se contaba
con suficientes recursos para enviar a las costas de la Isla expediciones de
las proporciones del Galvanic o el Perrit con miles de fusiles y toneladas de
parque. En 1871 los pocos emigrados que todavía poseían recursos, estaban más
preocupados en proteger sus intereses que en la suerte de la patria. Y para
colmo de males la emigración se fragmentó en dos facciones que entre ellas libraban
una guerra tan intensa como lo que hacían los españoles a los insurrectos en
los campos de Cuba.
Otro argumento sobre la escasez o
dificultad para armar expediciones es que los grandes hacendados esclavistas
del occidente del país que se apropiaron de la dirección de la Agencia no
estaban felices de que las armas y municiones que mandaban a Cuba facilitaran la
invasión al occidente del país y con ella la destrucción de los grandes
ingenios azucareros, pero tal criterio hay que mirarlo con cautela porque fue
bajo la dirección de ese grupo de terratenientes que se enviaron a Cuba algunas
de las mayores expediciones.
En 1870 el presidente Carlos Manuel de
Céspedes mandó al extranjero a su cuñado, el General Manuel de Quesada, con
poderes especiales para agilizar el envío de expediciones. Y a su alrededor
comenzaron a agruparse los inconformes con la dirección de Miguel Aldama.
Surgieron así los dos grandes grupos en los que se agruparon los emigrados:
quesadistas o seguidores del General Quesada, y aldamistas o seguidores de
Miguel Aldama. Ambos grupos se combatían mutuamente.
Precisamente el General Grave de Peralta
llegó a Jamaica en el momento en que más álgido era el enfrentamiento entre los
dos grupos. Ante él había dos únicos caminos: unirse a los quesadistas o a los
aldamistas. En aquellos momentos era imposible una tercera opción o tratar de
organizar por su cuenta una expedición de importancia.
En Cuba Julio Grave de Peralta había
peleado bajo las órdenes de Manuel de Quesada y le simpatizaba su figura. Sin
embargo, al llegar a New York, Quesada no se encontraba en los Estados Unidos por
lo que Julio no se puede entrevistar con él. De todas formas varios seguidores
de Quesada se le acercaron, pero el militar holguinero comprobó inmediatamente
que aquellos tenían más intereses en ganarlo para sus filas que en enviarlo a
Cuba.
Por lo que a los ojos de Julio era Miguel
Aldama el que tenía un inconmensurable prestigio; además de ser el Agente
General era Aldama el hombre que había
enviado varias expediciones a Cuba, y asimismo fue el único que le propuso al
holguinero un plan concreto para organizar la expedición que fue a buscar: La
Agencia General de Cuba había adquirido el buque de bandera estadounidense
nombrado Hornet, con el fin de armarlo en corzo y hostigar el comercio español
en Cuba, pero esa idea no pudo fructificar. Por lo que el barco fue usado en
una expedición que desembarcó en Cuba el 7 de enero de 1871, pero los españoles
lograron confiscar el armamento unas horas después que el barco se hubo
marchado. Guiado
por Francisco Javier Cisneros, el Hornet pudo llegar a Port au Prince, capital
de Haití y allí quedó bloqueado por un buque de guerra español que ancló no muy
lejos de él en espera de su salida a alta mar, para capturarlo.
Miguel Aldama |
Ilusionados con la oferta Julio Grave de
Peralta y José Maria Izaguirre le entregaron a Aldama 7 000 pesos el primero y 2
000 del segundo; ese dinero debía servir
para comprar las armas y municiones. Y mientras Aldama se encargaba de hacer la
compra, Julio partió hacia Haití para inspeccionar el barco e Izaguirre
continuó en los Estados Unidos para incrementar los recursos.
Donde se explica la importancia que
para los revolucionarios independentistas cubanos tenían los documentos, sobre
todo los diarios, para hablarle a la posteridad y al mismo tiempo para
justificar sus actuaciones. De forma especial el cuidado extremo del General
Julio Grave de Peralta de dejar por escrito cada acto de su vida oficial y
cotidiana.
Los
hombres y mujeres cubanos de 1868 tenían clara conciencia de que estaban
haciendo historia y que la posteridad se encargaría de juzgarlos, por eso
muchos de ellos tuvieron mucho cuidado en redactar textos que le hablaran al
futuro. El mismo Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de la gesta
independentista, fue uno de los mas preocupados en ese sentido. En carta de
enero de 1872 dirigida a su esposa que se encontraba en el exilio, le dice “(…) dejo a la historia la apreciación de
mis faltas”[1], mientras que en otro
momento se pregunta el Padre de la Patria cubana: “Qué lugar nos asignara la
historia en sus páginas”[2]. Y en
los momentos en que más peligro corría, tuvo el interés de conservar objetos
que consideraban de valor histórico,
como por ejemplo, su revolver: “como salí con el á la revolución, quiero
conservarlo para memoria”[3]. Incluso
el Presidente no duda en escribirle a la esposa: “Así mismo te envió mi bandera
de Yara, perteneciente a la División de Bayamo, para que la guardes con cuidado
religioso hasta mejores días”[4].
Igual
Céspedes tuvo el cuidado de conservar los documentos. A la esposa le envió su
diario personal a la vez que le dice: “Ten la bondad de guardar religiosamente
ese librito y después de mi muerte sé la custodia de todos los secretos y
derechos que encierra”[5]
Calixto
García por su parte, aceptando que sería la historia el juez futuro de los
actos y acciones de los revolucionarios, al referirse a un líder de los
conspiradores que al estallar la sublevación se afilió a las fuerzas hispanas,
dejó dicho: “Tal bochorno leguemos a nuestros hijos para el traidor”[6]
Mientras
Ignacio Mora, deseoso de guardar para el futuro una memoria escrita y conciente
de lo peligroso de que el texto cayera en manos del enemigo, recurrió a una
singular medida que explicó en estos términos: “No es prudente vaciar todo el
pensamiento ni decir todo lo que se puede: [Ahora] un simple apunte como memorandum para
mas tarde, para cuando se pueda, escribir”[7]
Julio
Grave de Peralta también actuó de forma semejante a los demás hombres de su
época y le dio suma importancia al papel escrito. Pero, además, se puede
afirmar que en su familia había una profunda “cultura del documento”; desde
hacía mas de un siglo para sus antepasados cuidaron legajos, cartas,
testificaciones, actas y otros varios documentos. Uno de sus tatarabuelos y también
un bisabuelo suyo habían sido miembros del Cabildo holguinero y por tanto
dejaron muchas escrituras que aún pueden consultarse. Y su abuelo materno, que durante
largos años fue Teniente Gobernador de Holguín publicó una compilación de
documentos sobre la fundación de la ciudad. Por lo que es lógico creer que el
documento que salva o condena no debió de ser extraño en las conversaciones
cotidianas de su hogar.
El
General Grave de Peralta escribía cada una de sus órdenes sin importar que esas
estuvieran dirigidas al jefe de su escolta que nada más estaba a algunos metros
de distancia. Y a la vez sus asistentes estaban en la obligación de reproducir
textualmente en un libro de borradores que siempre llevaban consigo, todos los
documentos que el General firmaba. Y aunque otros patriotas también ordenaron
que se llevaran libros de borradores, para el holguinero dejar constancia de la
orden impartida era casi una enfermedad, creyendo como creía que la copia era
tan importante como que la comunicación llegara a manos del destinatario.
En
la manigua, obviamente, el General no tenía papel suficiente para hacer la
carta y una copia; en esos casos el mensajero llevaba la carta que después de
ser leída por su destinatario, ese tenía que firmarla y regresaba a los
archivos. Era aquella la forma de tener constancia de la orden impartida para
el caso de que tuviera que exigirle a un subordinado moroso o justificarse ante
un superior.
Y
lo mas sorprendente es que no estamos ante un burócrata interesado en mantener
un apacible puesto en al aparato administrativo del estado; era Grave de
Peralta un hombre de acción que se movía de uno a otro lugar con tremenda
agilidad y detrás de él iban los combatientes, la escolta y el encargado de la
documentación que llevaba y traía un jolongo lleno de papeles. Interesante seria
un estudio más profundo sobre lo que significaba el documento para este héroe.
Actualmente
la documentación de Grave de Peralta se guarda en dos instituciones estatales y
en un archivo particular en nuestro país. Son las dos citadas instituciones: el
Archivo Nacional de Cuba, específicamente en el Fondo de Donativos y Remisiones, en el que existen
varias cartas firmadas por el patriota, y en el Museo Provincial de Holguín que
es donde se guarda el mayor número de su documentación. Esta papelería fue
donada por sus descendientes en la década del setenta del siglo XX. Y en el archivo particular del fallecido
historiador Juan Andrés Cue Bada, en Santiago de Cuba, se encuentra el original
de su diario en el extranjero.
Según
testimonio dejado por Cue Bada antes de morir, el diario le fue entregado por
uno de los descendientes del general.
Es
posible, claro, que en algunos archivos cubanos o extranjeros existan más
documentos de Grave de Peralta, pero sobre ellos no poseemos información.
En
su totalidad la documentación conocida de Julio Grave de Peralta consiste en
tres diarios particulares, un libro de borradores, correspondencia oficial no
recogida en el libro de borradores y la correspondencia particular.
El
primero de sus diarios comprende desde
que se inició en la contienda independentista de Cuba, en octubre de 1868 hasta
los primeros días del año 1869. El segundo se inicia en la fecha de su
destitución como Jefe de la División de Holguín, en el verano de 1870 hasta que abandona el país
en marzo de 1871; y el tercero corresponde a su estancia en el exterior. (Extraño
es que durante el año 1869 y la mitad de 1870, el General no haya llevado un
diario particular, o por lo menos ese no lo conocemos). Lo que sí cuidaron sus
asistentes durante ese periodo fue dejar copia en el libro de borradores de
toda su correspondencia oficial.
Asimismo
en sus dos últimos diarios personales Grave de Peralta reprodujo
cronológicamente toda la documentación de carácter oficial que salio de su
pluma, o sea, que en sus diarios el General ve
una especie de continuidad del libro de borradores. Ello ofrece al
historiador una posibilidad que no se tiene con otros personajes: leer el
diario es seguir las motivaciones de cada día, incluyendo cada carta en la que
el personaje estampó su firma.
El diario que Julio Grave de Peralta llevó
en el extranjero.
Ese
está escrito en una
gruesa libreta de las que usualmente
utilizaban los comerciantes para llevar sus cuentas. Su estado de conservación
es perfecto.
Como
antes quedó dicho lo entregaron los descendientes del General en la década del
setenta del siglo XX al historiador Juan
Andrés Cue Bada, en Santiago de Cuba.
Nacido
en Chaparra el 30 de noviembre de 1908, este historiador fue profesor de la
Universidad de Oriente a la vez que llevó una valiosa y sistemática búsqueda de
información sobre las guerras. Eso le permitió reunir gran cantidad de
testimonio de testigos o participantes en algunos de los acontecimientos más
importantes de las guerras de independencia y asimismo realizar un detallado
estudio de las dichas guerras, especialmente de la polémica figura del general
tunero Vicente García, a quien dedicó muchos años de estudio. Sin embargo el
historiador no llevó a la letra imprenta casi ninguna de sus investigaciones
esenciales. De él solamente han quedado unos muy pocos artículos dispersos en
revistas y periódicos. Su gran obra aún está inédita. Cue fallecio el 19 de
agosto de 1979 y por lo que hasta el presente parece, es el olvido lo que el
futuro deparó al laborioso y trascendente investigador.
Quienes
le conocieron guardan una deuda de gratitud al anciano venerable que era,
dicen, un hombre de generosidad pocas veces vista en otros del mismo gremio.
Que la publicación del diario de Grave de Peralta sea el agradecimiento que
tenemos por Cue Bada es lo que más desea La Aldea.
Se
inicia el diario en 11 de marzo de 1871 y concluye en 1872, pero a la verdad
que no es uno sino dos diarios. El primero se refiere a la preparación de la
expedición que debía ser trasladada a Cuba en el Hornet; en esa parte el
General se refiere a los momentos en que actúa junto al grupo de Aldama y el
fracaso de la idea. El segundo habla sobre la organización de la expedición que
finalmente se llevó a cabo en el vapor Fanny. Para ella el General contó con el
apoyo de Francisco Vicente Aguilera.
Igual
a esta publicación se le agregaron algunas notas para su mejor comprensión. En
ellas, además de las aclaraciones que usualmente se hacen sobre los personajes
que aparecen en las páginas, tuvimos el cuidado de incluirlos en el grupo de Aldamista
o Quesadista en el que militaban. Hoy para algunos esa militancia pudiera
parecer intrascendente, pero en el momento en que se escribieron las
anotaciones pertenecer a uno u otro grupo era sumamente trascendente y
determinante en las relaciones personales y oficiales de los patriotas y en su
actuación. Aclaramos, eso sí, que la posición o pertenencia a uno u otro grupo
que aquí queda anotada es la que el personaje tenía en el momento en que Grave
de Peralta escribió el diario, pues algunos cambiaron de criterios
posteriormente. La información sirve, sobre todo, para que el lector entienda
las actitudes de estos individuos hacia Grave de Peralta, quien, por demás, era
considerado por los emigrantes como un aldamista que actuaba apoyado por los
seguidores del millonario habanero. (Esto independientemente del criterio del
General de que no formaba parte de ningún grupo).
Verdad
que no hay documento mas subjetivo que
los diarios personales, en los que se anota lo que no se puede decir
públicamente. Precisamente eso es lo que los hace en extremo polémicos, tanto
que la publicación de algunos diarios o crónicas personales en años cercanos a
la terminación de las contiendas por la independencia de Cuba, despertaron
encendidos debates.
Pero
en el diario de Grave de Peralta, a diferencia de otros tantos, no aparece muy
a menudo la pasión a la hora de hacer valoraciones personal. Incluso, en ocasiones
más parece que estamos ante una crónica impersonal que ante un diario. También
sorprende en él la cantidad de copias de cartas escritas por Grave de
Peralta a diferentes patriotas, todas
con carácter oficial y referidas a asuntos sobre la organización de la
expedición, sin embargo no hizo el General ninguna copia de cartas particulares
y apenas menciona la esposa, a sus hijos y a otros miembros de la familia.
Tampoco
en el diario dice nada sobre que al terrateniente oriental le sorprenda la industrial
New York o el raudo desplazamiento en
modernos barcos por el Atlántico, el clima frío de Norteamérica o el abigarrado
Caribe. O sea, que al parecer no se trata de un libro en el que se anotaban
criterios subjetivos y eso es muy útil para los historiadores pero no para los
periodistas que terminan la lectura decepcionados porque no encuentran lo que el Grave de
Peralta realmente pensaba sobre personajes tan polémicos como Aldama o Quesada.
¿Por
qué un lenguaje tan cuidadoso y esas opiniones tan impersonales en un hombre
que vivió con tanta intensidad en la vida? Esa es una respuesta que cada quien
debe darse a sí mismo cuando termine de leer la última anotación del General.
La de La Aldea es la siguiente: Organizar una expedición era una empresa eminentemente
comercial. El General tenía que fletar un buque, contratar una tripulación,
comprar combustibles, víveres, parque, armas y diversos equipos. Y todo eso
tenía que hacerlo evitando a toda costa que su empresa llegara a oídos de los
espías españoles o de las autoridades de los
Estados Unidos, y todo eso en el seno de una emigración enfrascada en
una guerra intestina en el que uno y
otro bando se acusaba mutuamente de mal manejo de fondos, de incumplimiento de
promesas y de otros errores capaces de desacreditar públicamente a cualquier
hombre.
Por
lo que el diario del General es a nuestro entender, sobre todo, prueba de su
integridad para poder exigir el cumplimiento de la promesa que había hecho al
Gobierno de Cuba en armas. Por lo que además de diario personal es el texto un
libro de borradores donde quedó escrita la grande obra de un hombre solitario
en una muy poblada ciudad.
Asimismo
en el texto se reflejan otros fenómenos de la emigración independentista cubana
hasta ahora poco estudiado: Uno de ellos es el papel de la mujer, tantas veces pasado
por alto a pesar de las tantas mujeres que ofrecieron medios para la guerra de
Cuba. Y otro no menos interesante es el papel de la familia. No pocas familias
residieron en el exterior y en torno a ellas se crearon intereses que nos
señalan un camino para la indagación sobre asunto tan complejo. Incluso
podríamos preguntarnos hasta qué punto los lazos de parentesco más que el
convencimiento fue lo que llevó a tener una actitud favorable hacia uno u otro
grupo, (aldamistas o quesadistas).
No
menos interesante sería encontrar lo que significó la emigración para la vida
interna de la Revolución y no solo en el sentido de las armas y parque que
enviaron o no a los combatientes, sino en el peso político de ellos y los
criterios que llegaban desde el otro lado del mar a los campos donde se luchaba,
más entendiéndose que las estructuras creadas por la revolución en el
extranjero eran en extremo sensibles a cualquier cambio político y militar en
Cuba. Esa compleja interacción es difícil de encontrar en la documentación,
pero debe tomarse en cuenta por lo real que fue.
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Claramanente se percibe en el documento las sórdidas luchas entre
cubanos seguidores de Aldama y de Quesada. Los quesadistas no dudaron en
brindarse ante Grave de Peralta para ejecutar acciones que en la practica eran
irrealizables con el único objetivo de separarlo de Aldama y su grupo. Y los
aldamistas lo envían a Haití en un plan que parecía fracasado de antemano.
En
fin, iniciemos la emocionante aventura de acompañar al General Julio Grave de
Peralta por los mares caribeños hasta llegar a las frías y cosmopolitas calles
neoyorquinas; entremos en aquel tiempo de incertidumbre y de desaliento para
Cuba. Pero sobre todo conozcamos de la tenacidad de estos hombres del 68, de
sus grandezas y miserias sin olvidar que simplemente eran hombres y mujeres. Tiene la palabra el general Peralta.
[1] Fernando Figueredo y Hortensia
Pichardo. “Carlos Manuel de Céspedes
Escritos”. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1982. Tomo III p.100
[2] Eusebio Leal
Spengler. “Carlos Manuel de Céspedes. El
Diario Perdido”. Publicimez S.A.
Ciudad de La Habana, 1992. p. 221
[3] Eusebio Leal Spengler. “Carlos Manuel de Céspedes. El Diario
Perdido”. Publicimez S.A. Ciudad de
La Habana, 1992. p.86
[4] Fernando Portuondo y
Hortensia Pichardo. “Carlos Manuel de
Céspedes Escritos” Editorial de Ciencias Sociales. La Habana,1982 Tomo III
p. 91
[5] Ibídem. p. 96
[6] Juan Andrés Cue Bada.
“Diario de Calixto García”. Órgano
de la Comisión Regional de Historia de Holguín, Enero-Febrero de 1971. págs.
29-31
[7] Nydia Sarabia, “Ana Betancourt”, Instituto Cubano del
Libro, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1970, p.151
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