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7 de diciembre de 2016

Camayd - María Dolores Rodríguez



(María Dolores Rodríguez. Soprano. Actual Directora del Teatro Lírico Rodrigo Prats).

Yo conocí a Raúl Camayd en uno de los estudios de Tele Cristal, en Holguín; yo integraba el grupo “Tallacán” del Instituto Superior Pedagógico, que hacía música latinoamericana y fuimos a presentarnos en el programa del que Camayd era jurado, “Todo el Mundo Canta”, lo acompañaba Héctor Convida, repertorista del espacio. Esa noche estaban haciendo captaciones. Nosotros comenzamos a ensayar y él a escucharnos. Cuando terminamos me llama y me dice que me preparara para que esa misma noche me presentara como solista; eran las cinco de la tarde. Mi respuesta fue preguntarle a él y a Convida si ellos estaban locos, pero pequé en oírlos y me convencieron. Me presenté en la eliminatoria semanal y gané esa noche y todas las otras hasta la final donde obtuve el segundo premio.

Camayd en la sala de su casa

Yo no había estudiado música y la primera clase me la dio Camayd en la sala de su casa; el tema nunca se me olvida: la respiración en el canto. Me puso un disco de María Callas interpretando “Ombra Leggiera” de Meyerber, (el mismo que luego yo canté en el Primer Concurso Nacional Rodrigo Prats, para Jóvenes Cantantes Líricos). El día de la clase Camayd puso el disco y sentó en un sillón grande que tenía frente al tocadiscos, a mi no me dijo que me sentara ni nada y yo pensé que era un mal educado. Oí, oímos dos veces el número, y entonces él me preguntó su yo creía que quien no supiera utilizar bien el aire que tenía en sus pulmones podía cantar como aquella mujer, “párate correctamente que te voy a enseñar a respirar”, dijo.
Al principio yo le tenía pánico, pero cuando le cogí confianza lo molestaba diciéndole que estaba barrigón, y él que no era barriga, sino diafragma, y yo: “Compay, usted sí que tiene el diafragma grande”.
Después fue Náyade quien continuó dando las clases, en la misma casa y con la misma exigencia, pero Raúl siempre de supervisor. Como yo no hacía los ejercicios de respiratorios, él me regañaba: “Mariloles, tan haragana”. Yo le puse Arthur Rubinstein, porque él se ponía a tocar el piano con dos dedos y aquello era muy divertido, pero así me enseñó cantidad de cosas. No se me olvida cuando el cuarto de repertorio del Teatro Lírico estaba al lado de su oficina y la repertorista era la maestra Graciela Morales, también muy exigente. Tenía que aprendérmelo todo de memoria y, lógicamente, llegaba un momento en que Graciela perdía la paciencia conmigo, que no daba pie con bolas, y enseguida Raúl aparecía allí y con su voz de barítono me cantaba la obra aunque fuera para soprano, eso me daba risa a mi, y más mal genio a Graciela.
Luego llegó el momento en que las actividades del movimiento de aficionados por un lado y las clases de canto por el otro provocaron mi inestabilidad en el pedagógico, y tuve que abandonar mis estudios en aquel centro. Cuando Raúl se enteró se puso frenético, me decía que todas formas yo iba a ser cantante, pero que tenía que terminar mi carrera.
Al abandonar el pedagógico perdí la beca, es decir, el lugar de Holguín donde vivía, porque yo soy de Puerto Padre, que es un pueblo que está como a cincuenta kilómetros. Entonces Raúl, que es el papá de mucha gente, me llevó para su casa y allí estuve viviendo un año.
Yo le hacía más caso a él que a mi verdadero padre. Me acuerdo que no me podía ver triste; enseguida se daba cuenta y me llamaba, “¿qué pasa Mariloles?”, y se ponía a pintarme monerías o inventaba un versito, siempre en jodedera, claro, y hacía que me riera. Hubo un tiempo en que cada vez que yo iba a comer hamburguesas me lo encontraba, y entonces él me escribió esto que dice:

No me coge de sorpresa
pasar por los corredores
y ver a María Dolores
saboreando una hamburguesa;

Me parece una marquesa
de la corte de Versalles,
caminando por las calles,
comiéndose una hamburguesa.

Y si no fuera por eso,
maravilla, tierno fiambre,
puedo imaginar el hambre
que pasara esa belleza.

Yo le digo dulcemente
a la tierna “Mariloles”,
que para dar tiernos bemoles
tiene que comer caliente.
Él me criticaba a mí porque soy golosa, pero él era tremendo goloso también y le encantaba la cocina, cocinar digo, inventar platos y, sobre todo, preparar aquellas exquisitas comidas árabes. Él fue el que me enseñó a cocinar “malfuf”. De verdad que Raúl era un bárbaro en la cocina, aunque formaba un embarro tremendo. 

Raúl en su auto, lo acompaña su hija Nadia

Una vez me invitó a comer al Hotel Pernik, y como él era amigo de todo el mundo, también era amigo del parqueador. El hombre le dijo: “Oiga, Camayd, usted siempre con la juventud”… Raúl no le respondió, dejamos el carro y entramos al Hotel, pero en el mismo vestíbulo nos encontramos con carmen, una funcionaria de Cultura de cierta edad que necesitaba trasladarse a la Ciudad. Raúl vuelve al parqueo a sacar el carro para llevar a la mujer y de nuevo le dice bajito el parqueador: “Camayd, pero esa no es la misma de ahorita”, y él, que siempre tenía una salida ingeniosa para todo, le contesta: “Sí, es la misma, lo que pasa es que la metieron en una lavadora y se me arrugó”.
Era Raúl un hombre de muy buen humor, un “Conde Danilo” querido por todos, galán, elegante, de cuna noble, admirado por las mujeres y leal a los amigos; siempre dispuesto a resolverle cualquier problema de trabajo o personal a cualquiera, alguien en quien se podía confiar sabiendo de antemano que jamás te iba a defraudar o a traicionar.
Su nobleza se refleja también en que era ajeno a las envidias, a los celos. Su talento era como una fortaleza que lo alejaba de cualquier miseria de ese tipo, y algo muy importante es que como no sentía esos feos sentimientos, contribuyó en alguna medida a eliminarlos del grupo. Era el barítono que disfrutaba mucho las interpretaciones de otro barítono, que se emocionaba hasta las lágrimas oyendo cantar, por ejemplo, a Ramón Calzadilla y gritaba “Bravo” con sincera admiración, y que se entusiasmaba con la gente joven, con las nuevas voces. Él fue quien descubrió a Nelson Martínez y se volvió loco con su voz, me acuerdo que decía: “Es un barítono hecho con dieciocho años que nada más tiene”, y comenzó él mismo a darle clases, le preparaba los conciertos, le cedía parte de su repertorio: si Raúl iba a cantar cinco números, cantaba dos y le daba tres a Nelson. El siempre sacrificó cosas personales por su colectivo, que es, en definitiva, por la sociedad.
Algo que me conmovió mucho fue el día en que le hicieron las últimas pruebas en el Hospital Hermanos Ameijeiras, en La Habana. Coincidió que ese día en La Habana se iban a hacer las eliminatorias para el Concurso de Canto María Teresa Carreño, convocado por Venezuela. Yo estaba muy nerviosa, insegura, hasta que lo vi llegar, su presencia me llenó de serenidad, de confianza. Fui seleccionada y meses después, durante el Concurso en Caracas, gané el segundo premio.
Ya desde 1986 yo lo oía hablar del que era un viejo sueño suyo, el Concurso Nacional para Jóvenes Cantantes Líricos. En 1988 lo logró. ¿Quién puede olvidar las finales de cada uno de esos encuentros? Un verdadero acontecimiento social. Las voces que salieron de esos concursos hoy están cantando en los mejores y más importantes grupos del país y del mundo.
La unidad docente de canto en Holguín, anexa al Instituto Superior de Arte también fue una idea que él acarició mucho. Y finalmente en 1989 se logró fundar. La dirección recayó en Náyade Proenza, pero Raúl siempre fue una suerte de “sobredirector”, como decía el tecladista Luís Mariano Cancañón. Raúl siempre fue “sobredirector” de todo y todavía lo sigue siendo porque la gente dice: “Raúl Camayd decía esto” y lo hacen como él lo decía, así que las cosas se continúan haciendo como él orientó.
El aseguraba que en La Habana había una escuela de canto que es una mezcla de la italiana y la eslava, pero que en Holguín había otra manera de cantar que no era esa. Entre otras cosas él pasará a la historia por fundar la Escuela de Canto de Holguín, ese estilo distinguible en el panorama del país; y pasará a la historia por todo lo que hizo por los jóvenes, que más que por los jóvenes del Lírico de Holguín es por la juventud del género lírico en Cuba, para que no envejezca y no muera. Y lo logró.

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