(Alejandro Querejeta, escritor holguinero)
Ya su salud no andaba bien y a todos nos intranquilizaba la
presencia de ciertos detalles en su físico que denunciaban de alguna manera que
vendría el final. Pero esa mañana estaba feliz, con ese entusiasmo que sabía
dar a la realización de sus proyectos. Me mostró un video del concierto que
ofreció en el Teatro García Lorca de La Habana y esa interpretación que hizo de “Ol´Man
River” que nunca olvidaré. Estábamos en su oficina y, en tanto veíamos el
material, Camayd no dejaba de trabajar: escribía un informe, recibía visitas,
resolvía problemas de su compañía. Y a todo prestaba atención y no perdía el
hilo de nada de lo que lo ocupaba. Y, además, se las arreglaba para que yo
sintiera su cálida presencia, su gentileza y, acaso sin darse cuenta, un tanto
de timidez al explicar las circunstancias en las que se desenvolvió ese, que
probablemente fue su último concierto en La Habana.
Yo no soy de los que inventan fórmulas para disimular la
presencia de la muerte; no me gustan las
frases como “desaparición física”, por ejemplo. Mas a Camayd lo tendré
vivo en el recuerdo. Aprendí mucho de él cuando compartíamos la dirección de la Unión de Escritores y
Artistas de Cuba en Holguín a lo largo de un año; era él un intelectual, una
figura de la cultura cubana muy reconocida y no tenía a mal ser el
Vicepresidente de la organización. Aconsejaba, daba muestras de prudencia y
paciencia pero, sobre todo, de una enorme capacidad de trabajo. Y de un amor
inmenso por la música, por el género lírico, por la cultura. Tal fue su gran
lección de vida; por lo menos lo que yo recibí.
Nunca pude decirle que le tenía mucho cariño. Y sé que en
algún lugar habremos de encontrarnos y tener esa conversación; yo soy de los
que creen en esas cosas. Y pienso que él también.
Luego de su operación y en la oficina de Mario Nieves,
entonces director de Tele Cristal, en una mañana de tantas en que hablamos de
lo humano y lo divino, en el caso de Camayd de lo humano y lo divino vinculado
a su Teatro Lírico, se quejó por primera vez de ciertas molestias. De dolores.
Su color había cambiado y yo tenía sombríos presentimientos. Y recordé los
ejercicios yoga que mi padre me enseñó para mitigar esas dolencias y no sé como
me vi en el suelo mostrándoselos y luego insistiendo para que los hiciera. Raúl
me tributó su condescendiente amabilidad, y una atención cariñosa. A las pocas
semanas tuvo que ir a La Habana,
le ingresaron en un hospital y creo que todo empeoró.
En una oportunidad hablamos de las evaluaciones en el
sector artístico y de una en particular que en su opinión y la mía no había
sido correcta. Y nos dimos a la tarea de escribir una carta a la Asociación de Música de
la Unión de
Escritores y Artistas y al Instituto Nacional de la Música manifestándole a
ambas instituciones por separado nuestra discrepancia. En un local contiguo se
ensayaba una nueva obra y Camayd redactaba en su mesa. De momento se puso en
pie con tranquilidad y como si anda salió de la habitación. se incorporó al
grupo y cantó justo en el momento en que debía hacerlo. Cuando terminó volvió
conmigo a su despacho y continuamos en la redacción de las cartas.
Creo que se fue a reunir con su familia al poco tiempo de
aquel día en que lo vi y oí cantar “Ol´Man River”. De alguna manera esa triste
melodía preludiaba el desenlace de su enfermedad, por su lentitud, su gravedad
y el dolor contenido que en la vigorosa interpretación de Camayd, tocaba hondo
en el corazón.
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