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9 de septiembre de 2016

Crónica siempre feliz de cuando Holguín se coronó campeón de la pelota cubana (Décimo segunda parte)



EL Charangón de Pueblo Nuevo, bajo la batuta de Víctor Rodríguez, acompañó al equipo por todo el país.

En el libro Y los cachorros mordieron, de Ventura Carballido, narra el autor del frenesí colectivo que vivió Holguín a medidas que fue avanzando la serie 41 de la pelota cubana que se celebró en el año 2002.



Los comentaristas y reporteros de la prensa estaban tan atentos a lo que sucedía en el terreno que casi nunca miraban para las graderías, y allí estaban ocurriendo hechos muy dignos de ser anotados y dichos. Es que todos los holguineros querían ayudar al equipo echando mano hasta a sus creencias populares.



Fue por eso que nunca antes hubo más velas encendidas, cocos secos partidos a la mitad o enteros, trapos rojos, plumas de gallina negra… en la Cruz que está en la cima de la loma. Pero cuando más ofrendas se vieron en aquel lugar fue en el momento crítico de la serie beisbolera, cuando el equipo perdió cinco juegos seguidos: tres frente a la Isla de la Juventud y dos frente a Matanzas…  Hay quienes aseguran que en ese difícil momento en la cima de la loma se oficiaron varias sesiones espiritistas, y asimismo que la santería, en lo alto de la ciudad encomendó nuestros peloteros a Changó, por estar Holguín consagrada a esta deidad yoruba desde la década de 1940.




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En el juego de la sub-serie final, clasificatorio para cuartos de finales, celebrado en el Calixto García contra el flamante equipo de Villa Clara, una amplia comisión de embullo de las peñas deportivas de ese territorio del centro del país se dio cita en el estadio Calixto García. Y vinieron también el presidente de la Asamblea Provincial del Poder Popular de Villa Clara, el director de Deportes, y varios integrantes del Buró Provincial del Partido, vicepresidentes del Consejo de la Administración Provincial y otros invitados. Si Villa Clara ganaba podrían discutir el campeonato contra Sancti Spíritus.



Lógicamente, también estaban en el estadio las principales autoridades de Holguín.



El juego estuvo todo el tiempo a favor de los Naranjas (Villa Clara) y por eso en el 9no inning y con dos out, los de Villa Clara consideraban que habían ganado y solicitaron a las autoridades de Holguín que les ayudaran a llegar hasta el banco de su equipo, porque ellos habían traído banderas cubanas y cuando se concretara la victoria querían salir al terreno y felicitar a su equipo. En vista de que parecía que sí, que ganaría Villa Clara y que Holguín tendría que conformarse con el tercer lugar, las autoridades holguineras llevaron a las de Villa Clara adonde querían.



A un strike de la victoria de Villa Clara, el toletero de Holguín Juan Rondón logra pegarle a la pelota que sale como si la hubiera disparado un cañón. Ese ha sido el más electrizante jonrón que jamás haya dado el equipo de Holguín. Víctor Mesa no quería creer lo que acababa de ocurrir y tampoco las autoridades de aquella provincia que se quedaron con las ganas de salir al terreno del Calixto… en silencio, cabizbajos, un poco apenados, se marcharon los ilustres visitantes sin siquiera despedirse, aprovechando, para no ser visto, que los holguineros estaban como locos, festejando la victoria.



Por cierto, esa noche, al terminar el juego y cuando apagaron las luces del estadio, se veían varias velas encendidas. Parece que el aficionado que las encendió se olvidó de apagarlas, embriagado de alegría por el triunfo.



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En uno de los juegos de la gran final, que se celebró en Sancti Spíritus, el equipo de Holguín se vio sin poder utilizar a ninguno de sus lanzadores porque todos estaban fuera de rotación, entonces el director del equipo holguinero echó mano a uno de los jardineros, Ordanis Dubois para que ocupara el puesto de pitcher.



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Durante el primer partido que se celebró en el estadio José Antonio Huelga de Sancti Spíritus, tercero del Play Off decisivo, se vio a una señora sentada en uno de los palcos que están más cerca del terreno. A mitad del enfrentamiento la desconocida sacó un paño rojo y lo puso sobre la malla protectora que está detrás del home y cada cierto tiempo hacía raras gesticulaciones.



Casualmente cerca de la dama del trapo rojo estaban sentados los integrantes de la prensa holguinera, entre ellos el entonces jefe de la redacción deportiva de esta emisora, Luís Jiménez Licea (ya fallecido). Intrigados como estaban los periodistas de Holguín, Jiménez muy dispuesto fue donde la mujer. ¿Es de Sancti Spíritus?, le preguntó y ella dijo que sí con la cabeza. Entonces Jiménez le dijo que aquella tela roja era trampa porque Holguín no tenía una  igual y, medio en broma y medio en serio, le pidió a la mujer que la quitara. Ella se negó rotundamente y confesó que sí, que aquella tela le traería la victoria a su equipo. Pero el poder del trapo rojo no funcionó, Holguín ganó el juego y Jiménez fue otra vez hasta la mujer y le dijo que los babalaos holguineros también habían hablado con los santos y les habían pedido que le dieran la victoria a Holguín y que quedaba probado que los poderes de los holguineros eran más grandes que los spirituanos. Ella respondió con una palabrota y se fue visiblemente enojada. Jiménez no tuvo tiempo de preguntarle si su enojo era con los peloteros de Sancti Spíritus o con sus santos…



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Un aficionado que vivía en Holguín y que le iba a Sancti Spíritus tuvo que pagar caro por su simpatía a favor del equipo contrario. Cuando se concretó la victoria de Holguín el que le iba a Sancti Spíritus fue obligado a comerse la cresta cruda y congelada de un gallo. (el gallo es la mascota del equipo spirituano)



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Contó el lanzador del equipo Holguín, Oscar Gil Rey, que el 28 de junio del 2002, en la mañana, día del encuentro final contra Sancti Spíritus, antes de salir de su casa rumbo al estadio, tuvo un “presentimiento” y por eso le dijo a su esposa y a su suegra: “hoy voy a ser yo el que decida el juego a favor de mi equipo”.



Ellas, que sabían que Gil estaba padeciendo de dolencias en el brazo de lanzar, le aconsejaron que no hiciera una locura… y él no les respondió nada.



El pitcher llegó al estadio en el momento en que la dirección del plantel estaba ventilando qué lanzador abriría por Holguín. Finalmente se decidieron por Orelvis Ávila. Gil se quedó cerca y cuando el director del equipo estuvo solo, el zurdo se le acercó y le dijo que él estaba dispuesto a pitchear si hacía falta. Héctor Tico Hernández le preguntó

que si no tenía dolores en el cuerpo, y Gil contestó que no, (pero eso no era verdad). Entonces, “prepárate que si te necesitamos contaremos contigo” le dijo Tico.



Cuando comenzó el juego Gil comenzó a hacer algunos calentamientos: un fuerte dolor se le clavó en los músculos intercostales, pero al mirar fijamente a los miles y miles de aficionados enardecidos que estaban en las gradas, se le quitaron o a lo mejor fue que a él se le olvidaron.



Orelvis Avila hizo una labor brillantísima. En los primeros ocho inning los spirituanos no pudieron hacerle ninguna carrera, pero en el noveno consiguieron una y pusieron en circulación las carreras del empate y la que los haría ganadores. Tico Hernández sacó a Orelvis y llamó a Gil para que consiguiera el tercer out… y lo consiguió: Oscar Gil ponchó al supertoletero Frederich Cepeda.



Inmediatamente la gente comenzó a festejar el título del campeonato, pero Gil no pudo irse de fiesta: los lanzamientos que hizo le agravaron varias de las hernias discales que padecía.



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Después que Gil ponchó a Frederich Cepeda y Holguín se coronó campeón, todo el mundo se lanzó al terreno a festejar… menos, obviamente, los integrantes del equipo espirituano que se quedaron en su banco, sin decir nada, sin hacer nada.



Frederich Cepeda cayó en un trauma incontrolable: sin que nadie pudiera tranquilizarlo, decía y repetía que le había fallado a su pueblo, a su familia, a su equipo… que con qué cara iba a regresar a Sancti Spíritus. El holguinero Felicio García, que tenía ciertas relaciones con Cepeda, se le acercó y para tranquilizarlo le dijo que era él uno de los atletas más grandes de Cuba, “tu familia y tu pueblo te darán fuerza, te estimularán”. Cepeda oyó y no dijo nada, pero poco a poco comenzó a mostrar signos de tranquilidad de espíritu.



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Poco antes del final del campeonato se celebró en Holguín una gigantesca concentración que los cubanos llaman Tribuna Abierta. A ella asistió Fidel Castro y como invitados estuvieron los integrantes del equipo de pelota que entonces no eran campeones, pero exhibían sobresalientes resultados.



Justamente mientras Fidel hablaba comenzó un fuerte aguacero. Los asistentes del Comandante le trajeron un paraguas, pero él lo rechazó y se mojó como mismo los demás. Cuando terminó el discurso de Fidel la concentración de disgregó. El equipo de Pelota fue a su lugar de entrenamiento. Y una hora después les avisaron que Fidel estaba en la Plaza de la Marqueta y que quería reunirse con ellos.



Después de saludarlos y hacerse fotos juntos, Fidel entabló un diálogo con el lanzador Orelvis Avila. Le preguntó Fidel que cuántas millas lanzaba. Orelvis contestó que 91 ó 92. Entonces Fidel dijo que con el tamaño que tenía, el pitcher debía lanzar, como mínimo, 95 millas.



Poco después ocurrió el enfrentamiento entre Holguín y Villa Clara. Orelvis alcanzó 96 millas por hora y dijo que lo había logrado por la sugerencia de Fidel.



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Carlos Alberto Rodríguez Hernández era uno de los entrenadores del equipo de béisbol de Holguín y asistente de tercera base. Él contó que su difunto padre Fito era un frenético y furibundo aficionado a la pelota, y, especialmente, del equipo holguinero donde estaba su hijo. “En mis visitas por la casa, dijo, el único tema que se hablaba era la pelota. Tenía mi padre el poder de recordar con meridiana claridad cada una de las jugadas y por eso podía señalarnos cada mala jugada y también cada cosa que salía bien.



“Me decía siempre que no se quería morir antes de que los Cachorros le dieran un alegrón tan grande que sirviera para olvidar todos los sufrimientos que había padecido por las tantas derrotas…”



El día que los holguineros ganaron el campeonato en el año 2002, parecía que el anciano padre de Carlos Rodríguez iba a enloquecer… Y cuando vio por la televisión que también a su hijo le colocaban la medalla de campeón, una gruesa lágrima se asomó a sus ojos, pero el viejo hizo un esfuerzo para no llorar. Una hija que estaba a su lado le aconsejó que llorara, que es bueno cuando es por alegría, pero él dijo que NO, que los hombres no lloran ni por alegría ni por tristeza…



Sabiendo lo que significaba aquella victoria para su padre, Carlos Rodríguez no se detuvo mucho en el carnaval con que todo el mundo estaba festejando y fue adonde su padre. Él estaba despierto, esperándolo. Entonces el pelotero se quitó la medalla y se la puso al viejo a la vez que le decía: “Ojalá no te mueras nunca, pero como un día va a ocurrir, quiero que ese día te lleves la satisfacción de haber logrado lo que tanto querías, que tu equipo lograra  esta medalla”.



Don Fito no se pudo contener y se echó a llorar… y cuando se percató que su hija lo estaba viendo paró las lágrimas y le dijo: “Usted sabe bien que los hombres no lloramos. Por eso cuando a un hombre se le ablandan las patas lo que se hace es dejarlo solo para que no le de pena…”, la hija se marchó y entonces don Fito le dijo al hijo campeón: “venga, abráseme y vamos a llorar todo lo que nos de la gana, que nadie nos está viendo”.



El viejo murió unos meses después. Quienes vieron el cadáver dicen que nunca se había visto un muerto más feliz.



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En una fría noche, media hora antes de comenzar un partido en el Estadio Nguyen Van Troi, de la ciudad de Guantánamo, llegó una comisión de embullo de las Peñas de Holguín. Estos habían salido de Holguín después de almuerzo y sin detenerse en ningún punto del camino, llegaron al estadio y se dispusieron a observar el juego.



Pero cuando ya habían pasado las once de la noche, los aficionados holguineros tenían hambre. Y el director del equipo Holguín, que los había sentido medio apagados se dio cuenta. Entonces les mandó un mensaje: que cuando terminara el juego pasaran por el banco de Holguín.



Terminó el enfrentamiento. Los aficionados holguineros que habían ido hasta Guantánamo fueron a ver para qué los quería Tico. Los quería para compartir con ellos la merienda, café incluido, que le tocaba a los jugadores. Los aficionados por vergüenza le dijeron que no, que esa merienda era de los integrantes del equipo. Y entonces Tico les preguntó: “¿Y ustedes qué son sino integrantes del equipo?. Arriba, que cada quien dividió su pan a la mitad pa´ que ustedes echen algo en el saco, que todavía les espera un largo viaje hasta Holguín”.



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