EL Charangón de Pueblo Nuevo, bajo la batuta de Víctor Rodríguez, acompañó al equipo por todo el país. |
En
el libro Y los cachorros mordieron, de Ventura Carballido, narra el autor del frenesí colectivo que vivió Holguín a
medidas que fue avanzando la serie 41 de la pelota cubana que se celebró en el
año 2002.
Los
comentaristas y reporteros de la prensa estaban tan atentos a lo que sucedía en
el terreno que casi nunca miraban para las graderías, y allí estaban ocurriendo
hechos muy dignos de ser anotados y dichos. Es que todos los holguineros
querían ayudar al equipo echando mano hasta a sus creencias populares.
Fue
por eso que nunca antes hubo más velas encendidas, cocos secos partidos a la
mitad o enteros, trapos rojos, plumas de gallina negra… en la Cruz que está en la cima de
la loma. Pero cuando más ofrendas se vieron en aquel lugar fue en el momento
crítico de la serie beisbolera, cuando el equipo perdió cinco juegos seguidos:
tres frente a la Isla
de la Juventud
y dos frente a Matanzas… Hay quienes aseguran
que en ese difícil momento en la cima de la loma se oficiaron varias sesiones espiritistas,
y asimismo que la santería, en lo alto de la ciudad encomendó nuestros
peloteros a Changó, por estar Holguín consagrada a esta deidad yoruba desde la
década de 1940.
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En
el juego de la sub-serie final, clasificatorio para cuartos de finales,
celebrado en el Calixto García contra el flamante equipo de Villa Clara, una
amplia comisión de embullo de las peñas deportivas de ese territorio del centro
del país se dio cita en el estadio Calixto García. Y vinieron también el
presidente de la
Asamblea Provincial del Poder Popular de Villa Clara, el
director de Deportes, y varios integrantes del Buró Provincial del Partido,
vicepresidentes del Consejo de la Administración Provincial
y otros invitados. Si Villa Clara ganaba podrían discutir el campeonato contra
Sancti Spíritus.
Lógicamente,
también estaban en el estadio las principales autoridades de Holguín.
El
juego estuvo todo el tiempo a favor de los Naranjas (Villa Clara) y por eso en
el 9no inning y con dos out, los de Villa Clara consideraban que habían ganado
y solicitaron a las autoridades de Holguín que les ayudaran a llegar hasta el
banco de su equipo, porque ellos habían traído banderas cubanas y cuando se
concretara la victoria querían salir al terreno y felicitar a su equipo. En
vista de que parecía que sí, que ganaría Villa Clara y que Holguín tendría que
conformarse con el tercer lugar, las autoridades holguineras llevaron a las de
Villa Clara adonde querían.
A
un strike de la victoria de Villa Clara, el toletero de Holguín Juan Rondón logra
pegarle a la pelota que sale como si la hubiera disparado un cañón. Ese ha sido
el más electrizante jonrón que jamás haya dado el equipo de Holguín. Víctor Mesa no quería creer lo que
acababa de ocurrir y tampoco las autoridades de aquella provincia que se
quedaron con las ganas de salir al terreno del Calixto… en silencio,
cabizbajos, un poco apenados, se marcharon los ilustres visitantes sin siquiera
despedirse, aprovechando, para no ser visto, que los holguineros estaban como
locos, festejando la victoria.
Por cierto, esa noche, al terminar el juego y
cuando apagaron las luces del estadio, se veían varias velas encendidas. Parece
que el aficionado que las encendió se olvidó de apagarlas, embriagado de
alegría por el triunfo.
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En uno de los juegos de la gran final, que se
celebró en Sancti Spíritus, el equipo de Holguín se vio sin poder utilizar a
ninguno de sus lanzadores porque todos estaban fuera de rotación, entonces el
director del equipo holguinero echó mano a uno de los jardineros, Ordanis
Dubois para que ocupara el puesto de pitcher.
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Durante
el primer partido que se celebró en el estadio José Antonio Huelga de Sancti
Spíritus, tercero del Play Off decisivo, se vio a una señora sentada en uno de
los palcos que están más cerca del terreno. A mitad del enfrentamiento la
desconocida sacó un paño rojo y lo puso sobre la malla protectora que está
detrás del home y cada cierto tiempo hacía raras gesticulaciones.
Casualmente
cerca de la dama del trapo rojo estaban sentados los integrantes de la prensa
holguinera, entre ellos el entonces jefe de la redacción deportiva de esta
emisora, Luís Jiménez Licea (ya fallecido). Intrigados como estaban los
periodistas de Holguín, Jiménez muy dispuesto fue donde la mujer. ¿Es de Sancti
Spíritus?, le preguntó y ella dijo que sí con la cabeza. Entonces Jiménez le
dijo que aquella tela roja era trampa porque Holguín no tenía una igual y, medio en broma y medio en serio, le
pidió a la mujer que la quitara. Ella se negó rotundamente y confesó que sí,
que aquella tela le traería la victoria a su equipo. Pero el poder del trapo
rojo no funcionó, Holguín ganó el juego y Jiménez fue otra vez hasta la mujer y
le dijo que los babalaos holguineros también habían hablado con los santos y
les habían pedido que le dieran la victoria a Holguín y que quedaba probado que
los poderes de los holguineros eran más grandes que los spirituanos. Ella
respondió con una palabrota y se fue visiblemente enojada. Jiménez no tuvo
tiempo de preguntarle si su enojo era con los peloteros de Sancti Spíritus o
con sus santos…
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Un
aficionado que vivía en Holguín y que le iba a Sancti Spíritus tuvo que pagar
caro por su simpatía a favor del equipo contrario. Cuando se concretó la victoria
de Holguín el que le iba a Sancti Spíritus fue obligado a comerse la cresta
cruda y congelada de un gallo. (el gallo es la mascota del equipo spirituano)
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Contó
el lanzador del equipo Holguín, Oscar Gil Rey, que el 28 de junio del 2002, en la
mañana, día del encuentro final contra Sancti Spíritus, antes de salir de su
casa rumbo al estadio, tuvo un “presentimiento” y por eso le dijo a su esposa y
a su suegra: “hoy voy a ser yo el que decida el juego a favor de mi equipo”.
Ellas,
que sabían que Gil estaba padeciendo de dolencias en el brazo de lanzar, le
aconsejaron que no hiciera una locura… y él no les respondió nada.
El
pitcher llegó al estadio en el momento en que la dirección del plantel estaba
ventilando qué lanzador abriría por Holguín. Finalmente se decidieron por Orelvis
Ávila. Gil se quedó cerca y cuando el director del equipo estuvo solo, el zurdo
se le acercó y le dijo que él estaba dispuesto a pitchear si hacía falta.
Héctor Tico Hernández le preguntó
que
si no tenía dolores en el cuerpo, y Gil contestó que no, (pero eso no era
verdad). Entonces, “prepárate que si te necesitamos contaremos contigo” le dijo
Tico.
Cuando
comenzó el juego Gil comenzó a hacer algunos calentamientos: un fuerte dolor se
le clavó en los músculos intercostales, pero al mirar fijamente a los miles y
miles de aficionados enardecidos que estaban en las gradas, se le quitaron o a
lo mejor fue que a él se le olvidaron.
Orelvis
Avila hizo una labor brillantísima. En los primeros ocho inning los spirituanos
no pudieron hacerle ninguna carrera, pero en el noveno consiguieron una y
pusieron en circulación las carreras del empate y la que los haría ganadores.
Tico Hernández sacó a Orelvis y llamó a Gil para que consiguiera el tercer out…
y lo consiguió: Oscar Gil ponchó al supertoletero Frederich Cepeda.
Inmediatamente
la gente comenzó a festejar el título del campeonato, pero Gil no pudo irse de
fiesta: los lanzamientos que hizo le agravaron varias de las hernias discales
que padecía.
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Después
que Gil ponchó a Frederich Cepeda y Holguín se coronó campeón, todo el mundo se
lanzó al terreno a festejar… menos, obviamente, los integrantes del equipo
espirituano que se quedaron en su banco, sin decir nada, sin hacer nada.
Frederich
Cepeda cayó en un trauma incontrolable: sin que nadie pudiera tranquilizarlo,
decía y repetía que le había fallado a su pueblo, a su familia, a su equipo…
que con qué cara iba a regresar a Sancti Spíritus. El holguinero Felicio García,
que tenía ciertas relaciones con Cepeda, se le acercó y para tranquilizarlo le
dijo que era él uno de los atletas más grandes de Cuba, “tu familia y tu pueblo
te darán fuerza, te estimularán”. Cepeda oyó y no dijo nada, pero poco a poco
comenzó a mostrar signos de tranquilidad de espíritu.
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Poco
antes del final del campeonato se celebró en Holguín una gigantesca
concentración que los cubanos llaman Tribuna Abierta. A ella asistió Fidel
Castro y como invitados estuvieron los integrantes del equipo de pelota que
entonces no eran campeones, pero exhibían sobresalientes resultados.
Justamente mientras Fidel hablaba comenzó un
fuerte aguacero. Los asistentes del Comandante le trajeron un paraguas, pero él
lo rechazó y se mojó como mismo los demás. Cuando terminó el discurso de Fidel
la concentración de disgregó. El equipo de Pelota fue a su lugar de
entrenamiento. Y una hora después les avisaron que Fidel estaba en la Plaza de la Marqueta y que quería
reunirse con ellos.
Después
de saludarlos y hacerse fotos juntos, Fidel entabló un diálogo con el lanzador
Orelvis Avila. Le preguntó Fidel que cuántas millas lanzaba. Orelvis contestó que
91 ó 92. Entonces Fidel dijo que con el tamaño que tenía, el pitcher debía lanzar,
como mínimo, 95 millas.
Poco
después ocurrió el enfrentamiento entre Holguín y Villa Clara. Orelvis alcanzó 96 millas por hora y dijo
que lo había logrado por la sugerencia de Fidel.
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Carlos
Alberto Rodríguez Hernández era uno de los entrenadores del equipo de béisbol
de Holguín y asistente de tercera base. Él contó que su difunto padre Fito era
un frenético y furibundo aficionado a la pelota, y, especialmente, del equipo
holguinero donde estaba su hijo. “En mis visitas por la casa, dijo, el único
tema que se hablaba era la pelota. Tenía mi padre el poder de recordar con
meridiana claridad cada una de las jugadas y por eso podía señalarnos cada mala
jugada y también cada cosa que salía bien.
“Me
decía siempre que no se quería morir antes de que los Cachorros le dieran un
alegrón tan grande que sirviera para olvidar todos los sufrimientos que había
padecido por las tantas derrotas…”
El
día que los holguineros ganaron el campeonato en el año 2002, parecía que el
anciano padre de Carlos Rodríguez iba a enloquecer… Y cuando vio por la
televisión que también a su hijo le colocaban la medalla de campeón, una gruesa
lágrima se asomó a sus ojos, pero el viejo hizo un esfuerzo para no llorar. Una
hija que estaba a su lado le aconsejó que llorara, que es bueno cuando es por
alegría, pero él dijo que NO, que los hombres no lloran ni por alegría ni por
tristeza…
Sabiendo
lo que significaba aquella victoria para su padre, Carlos Rodríguez no se
detuvo mucho en el carnaval con que todo el mundo estaba festejando y fue
adonde su padre. Él estaba despierto, esperándolo. Entonces el pelotero se
quitó la medalla y se la puso al viejo a la vez que le decía: “Ojalá no te
mueras nunca, pero como un día va a ocurrir, quiero que ese día te lleves la
satisfacción de haber logrado lo que tanto querías, que tu equipo lograra esta medalla”.
Don
Fito no se pudo contener y se echó a llorar… y cuando se percató que su hija lo
estaba viendo paró las lágrimas y le dijo: “Usted sabe bien que los hombres no
lloramos. Por eso cuando a un hombre se le ablandan las patas lo que se hace es
dejarlo solo para que no le de pena…”, la hija se marchó y entonces don Fito le
dijo al hijo campeón: “venga, abráseme y vamos a llorar todo lo que nos de la
gana, que nadie nos está viendo”.
El
viejo murió unos meses después. Quienes vieron el cadáver dicen que nunca se
había visto un muerto más feliz.
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En
una fría noche, media hora antes de comenzar un partido en el Estadio Nguyen
Van Troi, de la ciudad de Guantánamo, llegó una comisión de embullo de las
Peñas de Holguín. Estos habían salido de Holguín después de almuerzo y sin
detenerse en ningún punto del camino, llegaron al estadio y se dispusieron a
observar el juego.
Pero
cuando ya habían pasado las once de la noche, los aficionados holguineros tenían
hambre. Y el director del equipo Holguín, que los había sentido medio apagados
se dio cuenta. Entonces les mandó un mensaje: que cuando terminara el juego
pasaran por el banco de Holguín.
Terminó
el enfrentamiento. Los aficionados holguineros que habían ido hasta Guantánamo
fueron a ver para qué los quería Tico. Los quería para compartir con ellos la
merienda, café incluido, que le tocaba a los jugadores. Los aficionados por
vergüenza le dijeron que no, que esa merienda era de los integrantes del
equipo. Y entonces Tico les preguntó: “¿Y ustedes qué son sino integrantes del equipo?.
Arriba, que cada quien dividió su pan a la mitad pa´ que ustedes echen algo en
el saco, que todavía les espera un largo viaje hasta Holguín”.
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