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30 de mayo de 2016

CIUDAD AUN VACÍA



Por costumbre, el español de Europa y aprendido de aquel, también el del nuevo Mundo, dejaron siempre un espacio vacío de concurrencia, en torno al cual edificó sus ciudades. 

Es Holguín el mejor ejemplo de tal tradición, lástima que a las plazas de esta comarca no le hicieron las típicas fuentes que en otros lugares, a cuya pila de agua se acercan los gorriones y en torno a la cual juegan los chicuelos.

Pero la historia no es lo que pudo haber ocurrido sino lo que aconteció, ¿o también? Hasta ahora se han publicado muchos libros que dan cuenta de la comarca, algunos que intentan pruebas exhaustivas y que a lo único que llegan es a provocar un aburrimiento olímpico porque en ellos no hablan los miles de difuntos que “asoman su corona” en los mares de documentos que se atesoran aquí; documentos que dan cuenta de los interminables parentescos o lo que es igual, de las dinastías de primos. A esos los historiadores científicos cuentan y acomodan en tablas trabajadas en Excel, y todos pierden el rostro cuando se convierten en demografía: ¡No hay programa para computadora que sea fiel a la justa forma de lo impreciso! 


Y después, o primero, los ojos que tenemos, que no sirven mucho, hechos como están a lo “ya” visto, son incapaces de estar más allá de lo que pudiera explicarse, y de lo que hablo es de lo inexplicable, que nada más o solamente  puede sentirse. Debe ser por eso que los humanos somos unos sentidores de lo que de las cosas brota, que es el tiempo. 

No obstante, ojalá que se escriban otros libros, para acomodarlos al lado de los que ya se publicaron, como si fueran una estatua del momento. 

Mientras, sigo fisgoneando en lo que pasó, a ver si en algún momento consigo hacer visible los secretos sabores con que los muertos tejieron su patria íntima. Avanzad, avancemos, sin dejar fuera a los que se marcharon, ellos vuelven de vez en cuando, solo hay que tener ojos y deseos de verlos llegar.

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