Prensa desde 1900

6 de octubre de 2014

Mirandole la cara a los difuntos más antiguos de la comarca.

Con información tomada de la Tesis Doctoral de Roberto Valcárcel Rojas


Una región de tanta actividad colonial como la zona donde se encontró el cementerio de Chorro de Maíta, lógicamente dispondría de población diversa que residió en lugares cercanos al cementerio, desempeñándose en las más diferentes ocupaciones. Al principio los colonizadores buscaron a los aborígenes locales y cuando estos escasearon fueron a “pescar” esclavos en las tierras vecinas, incluyendo lugares más allá de las islas inmediatas a la nuestra, de ahí que no sea sorprendente el hallazgo en el lugar de objetos indígenas no antillanos.

Uno de los restos encontrados en el Chorro deja ver a las claras que ese, en vida, debió ser un yucateco. Y posiblemente este no fue el único de ese origen que vivió en la zona, en el Chorro apareció cerámica de la que los arqueólogos llaman México Pintado de Rojo en zonas no funerarias. También apareció Azteca IV y un cascabel de guanín de posible origen  mesoamericano, que adornó al muy famoso esqueleto 57A, que es el que la prensa y los curiosos llama, la dama enjoyada.

La evidencia de un fuerte tráfico naval en áreas próximas al cementerio y la intensa actividad económica colonial que se efectuó en la zona, más los anteriores datos, pudiera ser suficiente para asegurar que el trasiego marítimo de aquella época tan temprana en la historia de la conquista y colonización de Cuba era de un alcance mucho más largo que el que creíamos, quizás como parte del tráfico de esclavos indígenas desde Mesoamérica y otros espacios.

Incluso en el sitio El Porvenir se localizó una pata de metate, artefacto no reportado en contextos indígenas cubanos, pero fabricado con materias primas locales, interpretándose como resultado de la existencia aquí de indios mesoamericanos asociados al accionar colonial. No hay datos precisos sobre este hallazgo pero indudablemente que la pieza conecta a El Porvenir con El Chorro de Maíta en torno al tema de la presencia de individuos de origen mesoamericano en la zona.

Entre la abundante muestra de restos humanos encontrados en el cementerio de Chorro de Maíta apareció uno que, evidentemente, fue enterrado en el lugar varios siglos después, ese es el identificado como No, 36. Los otros, en un primer momento, fueron considerados “indios” con características comunes al resto de los antillanos. Pero análisis posteriores se detuvieron en el No. 22, del que nunca se encontró el cuerpo sino, solamente el cráneo que, en contra de las costumbres locales, no estaba deformado. Otros estudios sobre ese cráneo estableció otras diferencias respecto a los demás, llegando a la conclusión de que, posiblemente, se trataba de un europeo.

Por su parte el entierro No. 45 es el de un individuo adulto indígena con la peculiaridad de que no tiene deformación craneana. Estudios específicos concluyeron que pudiera tratarse de un mestizo de origen indígena.

Los estudios de la estatura también aportó sorpresas, entre ellas la existencia de varios individuos femeninos muy por debajo de la media, que promedió en 147.6 cm, incluso, se midió un esqueleto femenino que nada más alcanzó 134.7 cm, lo que lo ubica muy próximo a los límites de la calificación de enano y, por el contrario, se encontró un ejemplar masculino (entierro No. 25) con una estatura extraordinariamente alta comparado con la media que en los varones fluctúa entre 150.8 a 158.6 cm. Este esqueleto midió 172.3 cm.

Por su parte el entierro No. 47 mostraba huellas de que en algún momento de su vida había sufrido la fractura de dos costillas y el gigante No. 25 padeció un absceso dental crónico que dejó una abertura al exterior redondeada, en el lado izquierdo del maxilar. Por análisis de datación carbónica que se le realizó este individuo debió de vivir antes del arribo europeo mientras que el No. 39 vivió en un momento impreciso entre los siglos XV y XVII.

Las mediciones del cráneo del No. 45, un adulto masculino de entre 26-35 años, lo identifican como un africano, mientras que el cráneo del No. 81, un adulto posiblemente femenino de entre 18 y 25 años, se sitúa, con igual similitud, próximo a un femenino africano y a un femenino blanco, lo cual sugiere una ascendencia mixta (mestizo). El cráneo del No. 22, un joven masculino de entre 16 y 18 años, lo ubicaron inicialmente cerca de los rasgos de un individuo masculino blanco, pero un nuevo análisis de sus datos sugiere un origen mestizo, con ancestros blancos e indígenas.

El 72B con las modificaciones en los incisivos y caninos superiores

Es igualmente uno de los descubrimientos más sorprendentes el que se verificó en la dentadura del individuo 72B. Este tiene modificaciones intencionales en los incisivos y caninos superiores, particularmente intensa en los incisivos centrales que los tiene ranurados, y lo todavía más sorprendente, que este tipo de modificaciones es semejante a las que se hacían los aborígenes de Mesoamérica, específicamente en Belice, Guatemala y Honduras, especialmente en sitios mayas en Belice. 

Entierro bocabajo

La mayoría de los entierros son boca arriba, aunque diez de los esqueletos están sobre el lado derecho, once sobre el izquierdo, uno está sentado y dos están boca abajo. A estos últimos, en broma, las guías del museo los  llaman “la suegra”.

Uno de los aspectos más relevantes del cementerio es la presencia de objetos cuya posición respecto a los huesos permite asumir su ubicación en los cuerpos al momento del entierro. Estos son, en su mayoría, adornos corporales fabricados de piedra, metal, y de diversos materiales orgánicos. Destaca entre todos el entierro No. 57A, que es la famosa dama enjoyada, de la que ahora no diremos nada porque a ella se le dedicará una nota en la Aldea. El No. 94 tenía orejeras de resina vegetal (ámbar) y orejeras de cuarcita en el No. 99. El esqueleto No. 64 tenía a su lado veinticuatro cuentas de cuarcita y dos el No. 100. En el entierro No. 84 se encontraron cuentas de coral y una cuenta esférica negra, ubicadas en la zona del cuello, lo que denota que fueron enterrados usando collares.

Fragmento de tela de lino encontrada en el Chorro de Maíta visto en el microscópio

En tres de los esqueletos se encontraron restos de tela, conservándose solamente la de la siempre enigmática dama enjoyada. Igualmente en unos quince esqueletos se encontraron tubos de metal enrollado, muchas veces con un hilo de algodón adentro. Dicen los arqueólogos que esos tubos eran amarrados a las piernas de los individuos para provocar sonidos musicales al bailar.

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