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29 de septiembre de 2014

Carlos García Vélez en la guerra. 1896-1898

Por: Ronald Sintes Guethón

Organizada por José Martí, la tan esperada “guerra necesaria” comenzó el 24 de febrero de 1895. Para la fecha aún estaban ausentes los principales jefes militares cubanos. El Mayor General Calixto García era uno de los que estaba más lejos, en Madrid y bajo una férrea vigilancia por parte de la inteligencia española.

Como pueden, Calixto y su hijo Carlos burlan a sus vigilantes y después de vencer los tantos obstáculos que se le presentan durante el azaroso camino, desembarcan por Maraví, lugar ubicado en las inmediaciones de Baracoa el 24 de marzo de 1896.  Con ellos traen un notable cargamento: “1 250 fusiles, más de 600 000 cartuchos, un cañón de 12 libras del tipo Hotchkiss, con 200 proyectiles, además de medicinas,  víveres y otros medios”. Como todos los profesionales que acuden al campo independentista, Carlos es ascendido a teniente.

Es casi un extranjero el joven teniente que llega 26 años después de haberse ido. Entonces solo había cumplido tres años de su edad. Es verdad que durante aquel tiempo de ausencia la Cuba real le había faltado, pero verdad es que las heroínas de su familia y la figura inmensa del padre, General entre los primeros, mantuvieron en vivos en él los sentimientos de amor y pertenencia al lugar donde vino al mundo; Carlos piensa y actúa como lo que jamás dejó de ser, un cubano.

La manigua amada se extiende delante de él, hostil e indomable para quien no es un militar, sino un médico con sensibilidad para consumir música en los más hermosos teatros de Madrid. A paso vertiginoso tiene que lidiar con los rigores de la disciplina militar y tiene que ser el más disciplinado de todos porque nadie lo ve como él, sino como hijo de su padre. Fuera de todo pronóstico, Carlos aprende rápido, sobre todo las estrategias y tácticas que le sirvieron para cumplir las órdenes que daba el General, su padre.

Mayor General Calixto García Iñiguez en la guerra del 95

Integrando el Estado Mayor del General García Iñiguez, Carlos García Vélez participó en numerosos combates, todos en la región oriental de Cuba. Seguidamente la Aldea se refiere a dos de ellos que escogimos por dos motivos, primero, por la importancia que tuvieron para las acciones combativas mambisas y segundo, por lo mucho que aportaron al prestigio como jefe militar de Carlos García Vélez. Son ellos, la voladura del cañonero Relámpago en el Río Cauto a principios de 1897 y la Toma de Victoria de las Tunas en agosto del mismo año, aunque, obviamente, tendremos que mencionar los combates de Los Moscones, Cochinilla, Lugones, La Marina,  Yerba de  Guinea, Barrancas, Guanos  Altos, así como en el  ataque y toma de Guáimaro. (Todas estas acciones acontecieron en el año 1896 y en ellos fue relevante la actuación de Carlos, tanto que por sus méritos fue ascendiendo en la escala militar mambisa).

La Columna Volante del Cauto.

Cuando finaliza el año de la llegada a Cuba del Mayor General Calixto García, en el occidente de la Isla se produjo uno de los más desgraciados sucesos de la guerra necesaria, la caída en combate del Lugarteniente General Antonio Maceo, (7 de diciembre de 1896)[1]. Entonces el Generalísimo Máximo Gómez ordena al Jefe del Ejército Libertador en Oriente, que lo era el Mayor General Calixto García, que arrecie las acciones para que los españoles tengan ir sobre él y dejen respirar a las tropas cubanas que operaban cerca de La Habana, en Vuelta Abajo y en Matanzas.

Hasta entonces las tropas españolas hacían el avituallamiento llevando las mercancías hasta Manzanillo por barco y desde allí, en carretas de bueyes o en lomos de mulos, hasta Bayamo, pero las fuerzas mambisas comenzaron a oponer tenaz resistencia sobre los convoyes, ocasionándole al enemigo valiosas bajas en parque y hombres.

Entonces el alto mando español decidió utilizar la vía fluvial del Cauto para aprovisionar a las tropas. Lo que fue una buena solución para un bando se convirtió un problema para el otro. Para los cubanos era una necesidad vital detener el aprovisionamiento enemigo y de esa forma obligarlos a salir de Bayamo y de los pueblos limítrofes, pero, ¿cómo hacerlo?.

Desde el primer año de la guerra, (1895),  el río Cauto había sido minado varias veces, pero en todos los casos la operación final había fracasado, bien porque el material usado fuere defectuoso o por delaciones del sitio minado. Pero ahora la orden del Mayor General García era contundente, “había que detener el trasiego de embarcaciones enemigas por el Cauto”. 

Para las acciones anteriores Calixto había designado a otros subalternos, entre ellos al Brigadier Enrique Collazo, quien había recibido  instrucción militar de academia, pero el objetivo no se había conseguido.

En su Diario, o más en su libreta de anotaciones, Carlos García Vélez dejó el  siguiente escrito: “Al recibir la mala nueva del General Enrique Collazo, encargado de obstruccionar el paso del Convoy (porque la tropa enemiga descubrió dónde estaban colocadas las bombas), el General García sufrió un gran disgusto. (…) y airado, expresó: ¿Será posible que no haya un jefe o un oficial que tenga el concepto de cumplir una orden? ¿No cuento yo con uno, aunque no sea  más  que uno, que me haga esta operación? ¡Le daría dos ascensos al que lo hiciera!.[2]

Entonces Carlos García Vélez dijo al padre que él lo haría y Calixto estuvo de acuerdo y lo designó Jefe del Batallón  Especial que se conformó, y que más tarde terminaría llamándose Columna Volante del Cauto. Para asistirlo en las tareas que se llevarían a cabo, lo acompañaron entre otros, el “Comandante Juan Manuel Galdós, que fungiría como segundo jefe de la Columna Volante que se organizó, el Comandante Gonzalo Goderich, Jefe de Despacho, y los Tenientes Sabas Meneses y Aníbal Escalante…”[3]

Los efectivos comprometidos con la acción se trasladaron rápidamente a la zona en cuestión, tomando García Vélez las primeras disposiciones organizativas de la operación y poniéndose “en contacto directo con el General Francisco Estrada, Jefe de Brigada de Manzanillo, a fin de que el expresado jefe facilitara los hombres que se hicieran necesarios para la integración definitiva de las fuerzas que habrían de encargarse de la custodia y defensa de la vía fluvial del Cauto”[4].

Para la operación García Vélez contaba con un equipo en muy mal estado, consistente en las primitivas bombas fabricadas por los cubanos que tenían “los alambres muy viejos y los tubos de hierro de defectuoso cierre en los niples, (tanto que) a poco de estar sumergidos  penetraba el agua en ellos. Hacía falta otra clase de bomba y alambre conductor en buen estado. (Por otra parte) los fulminantes tampoco servían. Había que renovar todo el material”[5].

La solución fue totalmente “criolla”, Carlos recordó que unos meses atrás había visto por en vuelta de la finca La Herradura, escondida entre unos arbustos, una lata de chapapote. Un abnegado mambí la trajo a lomo de bestia y cuando la tuvo, el hijo del General le explicó a sus subordinados que no adivinaban para qué lo quería, que el  chapapote serviría como cobertura y protección del cobre, aislándolo perfectamente y sellando cualquier grieta.

Entonces, dice Carlos, “Se despachó al teniente Aníbal Escalante en busca de dinamita y otros materiales necesarios y al Capitán Pedro Gamboa a recoger de los ranchos de las familias del monte garrafones por falta de tinajas”[6].

Los garrafones, que antes habían contenido aguardiente, y que luego eran utilizados por las familias campesinas, para el almacenaje de agua, fueron decomisados y en ellos se colocó la dinamita. Claro que encerrar la dinamita en los dichos garrafones fue una tarea peligrosa porque consistía aquella en apilar en cada vasijas unas 40 libras del explosivo, pero lo hicieron sin que se produjera accidente alguno. Luego el chapapote sirvió de sellado para los tapones de madera con que taparon la boca de los garrafones. (El uso de la madera se explica con que no se disponía del corcho que sí era un material afín al propósito que perseguían).

Fabricadas las cuatro bombas y unidas cada una por un alambre de telégrafo de cuatro hilos enrollados, se procedió a colocarlas de dos en dos en las raíces de los árboles de la orilla, separadas cada dúo de bombas a una distancia de seis metros. Y entonces comenzó la espera.

Espera durante la que los revolucionarios tuvieron que soportar la plaga de insectos y la falta de comida. 

En su Diario-Memoria dice García Vélez que entre sus hombres valientes había viejos conocidos de anteriores combates, que habían accedido a unírsele por voluntad propia. De todos habla bien diciendo que no hubo nunca intento alguno de amotinamiento, y que todas sus órdenes fueron cumplidas cabalmente sin resistencia ninguna.

Fue uno de los hombres bajo el mando de García Vélez, Horacio Ferrer, quien posteriormente escribió un libro, quien dijo que el criterio que dejó por escrito lo compartían todos los combatientes: “El Teniente coronel García Vélez, jefe de la Columna Volante, pasó una temporada en la zona de mi cargo, y su presencia se dejó sentir. Hombre activo, culto, enérgico y valiente, no sabía estar con los brazos cruzados, y cuando el enemigo no salía de operaciones, él aprovechaba el tiempo destruyéndole los caminos con árboles que derribaba a ambos lados, o bien levantaba trincheras en lugares estratégicos por donde los contrarios pudieran algún día pasar”[7].

Después de días de espera a las orillas del Cauto, al fin les llegó la información de que dos embarcaciones españolas navegaban en dirección a  Cauto Embarcadero, se trataba de los cañoneros Relámpago y Centinela. Por el rumbo que llevaban aquellos tendrían que pasar por donde García Vélez había organizado la emboscada, en de Paso de Agua.

“Mi plan era dejar pasar el primer barco hasta que estuviera cerca de la segunda línea de bombas, entonces el segundo estaría encima de las dos primeras bombas. Pero el temor de que fallara la segunda línea en la que Galdós no tenía gran confianza, nos dio la tentación de disparar la primera de ellas. (Y lo hicieron), el Relámpago saltó con una horrible  detonación, hundiéndose enseguida. Las avispas desde la orilla atacaron el segundo cañonero”[8].

Sólo tres tripulantes salvaron sus vidas, los demás perecieron en el acto. Por su parte el cañonero Centinela fue obligado a retirarse sufriendo algunas bajas producto a las descargas de fusilería que desde la orilla le hacían las muy bien apostadas tropas mambisas. Y cuando terminó el combate los cubanos estuvieron todo el día haciendo infructuosos intentos por sacar del fondo del río el cañón de la cubierta del barco hundido, pero no lo consiguieron. Lo que sí pudieron obtener del navío fueron armas, frazadas y hamacas.

Seguidamente transcribimos el parte que da el Teniente Coronel García Vélez al Brigadier Francisco Estrada, jefe militar de la zona donde se produjo el hecho:
“Paso de Agua, enero 17 de 1897.
Brigadier:
Tengo la satisfacción de comunicarle que al pasar hoy las diez de la mañana por la línea de torpedos el cañonero Relámpago, comandado por el Alférez de Nav ío, don Federico Martínez Villarino y 17 tripulantes, fue echado a pique, salvándose milagrosamente tres individuos, entre ellos el Condestable. El otro cañonero, Santoscicles, antes Centinela, vióse obligado a regresar a Manzanillo con grandes averías, después de sostener con mis tropas y la Avispa cerca de una hora de fuego con máuser y ametralladora. 
De usted atento s.s.
Carlos García
Comandante[9]
Dice Aníbal Escalante que el Jefe del Departamento Oriental, para entonces Lugarteniente General Calixto García, estaba acampado en un lugar cercano a la ciudad de Holguín cuando recibió el parte de guerra enviado por el Brigadier Francisco Estrada, en relación con la voladura del “Relámpago”. “Es de suponer la satisfacción que experimentaría el viejo guerrero al conocer la proeza llevada a cabo por su hijo Carlos. 
“Con la alegría reflejada en sus ojos vivaces, esa misma tarde comunicó al General en Jefe aquella noticia que tan hondo sentimiento le había producido”[10].

La acción de Carlos García Vélez en el río Cauto le valió el ascenso a teniente coronel, grado con el cual llegará a la Toma de Victoria de las Tunas, donde  se  destacó sobremanera en el cumplimiento de las órdenes y por sus acciones heroicas.


[1]  En la página 55 de su Diario, que se conserva en la Casa Natal de Calixto García, en Holguín, escribió Carlos García Vélez: “…no se puede dudar que serán gravísimas las consecuencias de la muerte de Antonio Maceo. Con este hecho la Revolución se debilitó en las provincias de Matanzas, Habana y Pinar del Río…  y el desaliento se apoderó de aquellos que eran devotísimos del Lugarteniente General cuando él cayó en Punta Brava. ”
[2] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 72
[3] Escalante Beatón, Aníbal: Calixto García Iñiguez. Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág. 255
[4] Ídem
[5] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 73
[6] Ídem
[7] Ferrer, Horacio: Con el Rifle al Hombro. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 2002. Pág. 76
[8] Centro Información Museo Casa Natal Calixto García Iñiguez. Diario Carlos García Vélez. Pág. 74
[9] Tomado de: Escalante Beatón, Aníbal: Calixto García Iñiguez. Su Campaña en el 95. Ediciones Verde Olivo, 2001. Pág. 266
[10] Ídem. Pág. 267

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