Por Michel Manuel Hechavarría Rojas / tomado de Revista Ambito | ||
La primera leyenda que se conserva de estos parajes, se refiere a la llegada de los colonizadores españoles, allá por el año 1545, cuando ascendieron por el Cerro Bayado, hoy Loma de la Cruz, y observaron la fertilidad del valle marcado por los ríos Jigüe y Marañón. Todo esto se recrea en la corta pero intensa leyenda publicada en la Revista Ámbito, en marzo de 1993: “Lento, monótono pero firme, fue el ascenso de los primeros pobladores de estas tierras, el jefe del grupo no quería equivocarse, sintió la expresión de suavidad que produce el roce del viento, los alisios tropicales le hicieron exclamar: ¡Este es el valle de las delicias! Y entonces decidieron quedarse”.
La mezcolanza de mitologías provenientes, en mayor o menor grado, de varias partes del mundo, unido a los que nuestros antecesores precolombinos nos legaron, dio como resultado la mitología criolla. Desde entonces, en el naciente pueblito de Holguín, comenzaron a florecer personajes mitológicos de origen canario, debido al gran asentamiento de isleños en nuestra región, donde llegó a concentrarse más del 87 por de los emigrantes esa zona en todo el oriente de nuestro país. Así, “la bruja” se convirtió en la protagonista de diversos tipos de relatos dentro de la comunidad asentada en el Hato, donde sobresales leyendas como la que aparece en la investigación Entre brujas, pícaros y concejos de Maria del Carmen Victori: “Yo tenía una vecina que tenía un esposo que se llamaba Julián Concepción, ella había dado a luz y su familia se encontraba en las Islas Canarias. Una noche, recién parida, miró para la cuna y vio junto a ella a dos muchachas jóvenes y bonitas que miraban al niño y sonreían, las dos muchachas vestían de negro, Carmen las miró pero no les dijo nada porque tenía miedo. Entonces, cuando el esposo llegó del trabajo al amanecer, le comentó lo sucedido y él le contestó: esas son hermanas mías que viven en Canarias, son brujas y vinieron a ver al niño”. El crecimiento demográfico, así como el desarrollo comercial del territorio, propiciaron que Holguín recibiera el título de ciudad en 1752. En aquella ocasión, visitó el lugar, el entonces gobernador del Departamento de Oriente en nuestro país, el Mariscal de Campo Alonso de Arco y Moreno, quien, para congratularse con los holguineros, ciñó la testa del patrón San Isidoro con una corona de oro. La noticia corrió por el territorio y llegó a oídos de Francisco Caro, un terrible malhechor que tenía en su cuenta más de un crimen y robos a mano armada. Fue la noche del jueves 27 (Leer +) Existen otras leyendas que le han dado nombre a algunos de nuestros accidentes geográficos, las cuales se unen a las historias originarias de la Loma de la Cruz. Una de las que ha trascendido de generación en generación mediante el legado de la tradición oral, es la perteneciente a la loma del Fraile. El origen del nombre del cerro del Fraile es anterior a 1848, cuando un fraile franciscano que oficiaba en Holguín perdió sus facultades mentales y le dio por trepar a las faldas de esta elevación y pronunciar largas peroratas amenazantes. Al mismo tiempo, comenzó a expandirse la creencia de que en la cúspide anidaba un ave agorera. Tomándole gusto al lugar, el religioso pernoctaba allí con asiduidad. En tanto, los holguineros, temiendo sus amenazas, lo alimentaron y le cubrieron del frío y la intemperie. Cuenta la leyenda que un día, mientras el fraile lanzaba un sermón de injurias, rodó por accidente loma abajo y murió. Desde entonces, más de una persona aseguró haber visto al fantasma del fraile deambular por el cerro en noches de luna llena. (Leer +) Por otra parte, el historiador local Juan Albanés recogió, de los labios de Mercedes Losada, la última leyenda del jigüe en Holguín. Ella contó: “Pues sí, mi?jo, a Don Emiliano Espinosa, que vivía frente a la plaza de San Isidoro, le cocinaba una negra muy trabajadora, madre de unos cuantos vejigos, uno de ellos muy sobresalío, era chirriquitico, cabezón, hocicú, villaya y gandío. A estos personajes de leyendas, se les unieron el accionar de otros que radicaron en la Ciudad Cubana de los Parques en diferentes épocas. Es por eso que hasta nuestros días han llegado historias de Pancho el Pescador, Tina Neco, Concha la loca, Frank el Chino y Jorge el loco, entre muchos otros que enriquecieron, sin duda alguna, la mitología urbana de Holguín. “El negrito se juyía, iba a hartarse de guayaba al pie del río del cementerio, hasta que su madre se cansó del juyuyo, juró ponerlo a raya y se buscó un cuero de vaca, medicina buena para enderezar al cabezón. “Ese día el negrito se juyó. Ya era media noche y andaba por ahí, por allá, de pata de perro. La madre, que lo esperaba, se cansa, coge el cuero de vaca y se va a la orilla del río, el cielo estaba apagaíto y por la calle ni un alma. “Llegó al río y vio un bultito como de cristiano, en pelota, en cuero, durmiendo bocabajo entre las cañas bravas, el itamorreal y la yerba liza. La negra se lanzó chiflando de rabia sobre el dormilón, lo cogió por la quilla y metió mano al cuero. Y venga pela y pela, y el vejigo mugía como ternero. Ella se paró para secarse el sudor; el negrito, de aprovechao, se escapó y chaqueteó y chaqueteó, se tiró al agua y cayó como un carey, lo cubrió el agua y bururú barará, no aparece más… Después vinieron los gritos de la mamá, porque el negrito se había ahogao. “Llegó a la casa desmoñinga gritando, más aquí, ¡asómbrese hijo!, el muchachito, el muy cari vaqueta estaba durmiendo tranquilito, tranquilito como un panzú…entonces, ella calló en cuenta de que le había dado un componente del cará, y por eso, cuando le tocó el ombligo, no había na. “El jigüe, después de la cajeada brava, no apareció más, cortó yaguas, cogió pena, dios sabe, se fue el jigüe, se quedó Holguín sin jigüe”. |
Prensa desde 1900
▼
No hay comentarios:
Publicar un comentario