Prensa desde 1900

28 de abril de 2011

«Escribiré mientras tenga cosas que responderme, no cosas que preguntarme. Mis preguntas ya están en mí de alguna forma. Los cuentos que escribo son las respuestas»

Entrevista al escritor Emerio Medina

por Xenia Reloba

Escuche la entrevista que Emerio Medina concedió a la Radio de la Aldea
«El Premio Casa le suena a uno en la cabeza. Son años oyendo decir: “Fulano es Premio Casa, tal libro fue Premio Casa”. Se arma algo mágico alrededor. Uno sueña con encontrarse un día en esa posición. Es mucho tiempo acumulando esperanzas que se van sumando. Entonces, llegas a creer que nunca pasará, lo dejas como una quimera, un imposible. Por otra parte, cuando lees la lista de los premiados ―me refiero a los cubanos, que son los que más cerca tengo―, uno dice: “Son grandes escritores, es imposible llegar ahí”.

»Otra cosa es cuando te dicen: “Eres el Premio Casa de este año”. Hay un momento de vacío, como si la sangre se detuviera. Algo extraño pasa y uno baja la cabeza, se dice cosas muy íntimas. Es como un “juicio final”, pero sin el cariz dramático. Por supuesto, estoy muy contento. Este Premio ha sido muy soñado, muy deseado. Quería tenerlo, y ya que está, lo veo no como algo que yo quería, sino como algo que cualquiera desearía tener. Soñar con un Premio Casa durante un tiempo, durante años y verlo hecho realidad, es una cosa aplastante».

A pesar de la profusión de sentimientos que es capaz de hilvanar en apenas unos minutos, Emerio Medina luce sereno después de conocer, con cierta ventaja temporal, que un jurado integrado por Eduardo Becerra (España), Mario Roberto Morales (Guatemala), Sonia Rivera-Valdés (Cuba-EE.UU.) y Anna Lidia Vega Serova (Cuba), eligió por mayoría su libro La bota sobre el toro muerto, como ganador de la categoría de Cuento en la edición 52 del Premio Literario Casa de las Américas.

Gradualmente, el holguinero ―mayariseño, para más certeras señas― se va acomodando a la noticia. Durante su conversación para La Ventana parecía alguien “hecho para estas circunstancias”, aunque su reacción, unas horas después, cuando ante el expectante público su nombre fue anunciado por Rivera-Valdés en los momentos finales del acto de clausura del concurso, lo devolvería a ese estado emocional que apenas puede contenerse.

“Un cubano en la cima del Premio Casa”, diría un titular en la prensa. Emerio, un mayariseño, en la cima del cuento latinoamericano.

Emerio, muchas personas escriben. Pienso que se requiere una buena dosis de atrevimiento para superar esa visión quimérica que tenemos de determinados concursos y presentar una obra. ¿Cómo fue el proceso en tu caso?

—Este libro es muy reciente. Quizás la mitad tiene un par de años y la otra mitad son cuentos muy recientes. Es verdad que mucha gente escribe, y también que una gran cantidad de gente se dedica a revisarse durante años. Normalmente, te pasas un tiempo viendo una y otra vez tus cuentos, porque no estás conforme. Estás buscando otra solución para esa historia, hasta que la ves madura, lista. De alguna forma, tenía este libro listo antes del concurso, tal vez para enero o febrero del año pasado.

»Nunca había mandado un libro al Casa. Soy nuevo en esto, porque escribo hace siete años nada más. Esos primeros libros que escribí, que publiqué, que envié a concursos de pequeño o mediano alcance, me sirvieron para madurar. Cuando este libro estuvo, sentí que también estaba un poco maduro y podía atreverme a enviarlo e, incluso, pensar en que podía ganar algo.

»Por supuesto, ha habido otros concursos, pero este es muy especial. El hecho de decidirse a mandar al Premio Casa suponía que podía soportar la tensión, la presión de un concurso. Uno tiene que entender que un concurso lo gana «alguien». Había muchos libros en competencia, y estamos hablando de la América hispana. Se sabe que unos cuantos escritores enviaron muy buenos textos, pero uno se dice: «Voy a probarme». Salió bien. Lo demás son cosas comunes. Enfrentarte a la noticia, al momento, a la vida misma. Lo que está pasando ahora».

¿Cómo y dónde recibiste la noticia?

Estaba en Santa Clara, invitado por unos amigos escritores. Nos encontrábamos en un café literario, a las 6 de la tarde, y me dice Edelmis Anoceto: “Oye, te están llamando de La Habana”. Yo estaba con unos tragos, cosa muy común en mí. “¿De La Habana? No tengo a nadie en La Habana”. Y me dice: “De la Casa de las Américas”. Entonces caigo: “¿Qué dijiste? ¿Casa de las Américas?”. Me confirma y pienso: “Ay, el concurso Casa de las Américas”. Había logrado olvidarme. A veces quieres hacerlo y no puedes, pero en esos días en Santa Clara todo fue tan mágico que olvidé la tensión. Me dediqué a estar ahí con mis amigos, tomando un poco de ron, hablando de literatura, por supuesto, y pasándola bien. Dentro de ese panorama me llegó la noticia. Entonces tuve mi momento de bajar la cabeza, de sentirme tocado. Cuando pasó, todo fue alegría, hasta que llegué a La Habana. Y aquí estoy.

Emerio Medina recibe el Premio Casa
Supongo que una buena dosis de tensión viene dada por el hecho de que el Premio está asociado con bastante promoción. Se sabe que los jurados están leyendo en Cienfuegos por una semana.

—Hay una cosa con eso. Uno logra quitarse esa presión si logra olvidar que existe. En otros concursos, como no hay divulgación por los medios, sabes que hay un concurso porque tú mandaste un libro, pero el Casa, como tiene una divulgación total, todo el que te conoce te pregunta: “¿Mandaste al Casa?”. Y no sabes qué decir. Ni mi mujer lo sabía que había mandado. No le dije para evitarme la pregunta, porque añade una tensión. Mi hermano me dijo el domingo: “Están dando por la televisión lo del Premio Casa. ¿Mandaste?”. Le respondí que sí, bajitico, al oído, como diciéndole: “Cállate”. La verdad es que lo sabían pocas personas, y por esa parte logré aislarme, evitarme preguntas.

»En Mayarí ya saben que gané porque me localizaron por allí. Además, llamé a mi esposa enseguida porque la idea era regresar para Mayarí hoy por la mañana (jueves, 27 de enero). Anoche la llamé y le dije: “No voy para Oriente, voy para La Habana”. “¿Cómo?”. No le vi la cara, pero me la imagino. Le expliqué: “Escúchame: me gané el Premio Casa”, y así fue como se enteró. Me alegro por ella, por mí, por mi hijo, por mi familia, por mis hermanos, por mi mamá».


Imagino que aguantar la otra presión, la de que todos te sepan ya el ganador del Premio, tampoco será fácil, porque una vez que alguien se gana un reconocimiento de determinado prestigio, este empieza a levitar sobre todo lo que hace de una manera que puede ser benefactora pero también perjudicial. ¿No?

—Tiene doble filo, sí, y a mí me afecta especialmente, porque soy una persona muy poco expuesta. Tengo un mundo muy cerrado. Ya viví una experiencia anterior con el Premio Julio Cortázar, que me enseñó un poco a manejarme. Quizás ahora lo haga mejor, porque aquella vez pasé sofocones tremendos, al punto de enemistarme con mucha gente. Es que se acaba la privacidad, estás más expuesto. Creo que ahora me irá mejor, podré manejarlo con más sobriedad.

Ahora mismo, este libro es prácticamente un desconocido para la mayoría de sus posibles lectores. ¿Nos darías algunas claves? ¿Por dónde van, en general, tus cuentos y, en particular, los de este libro?

—Es una pregunta interesante y una pregunta que me hago: ¿qué busco y adónde quiero llegar con mis cuentos o con mis novelas? Escribiré mientras tenga cosas que responderme, no cosas que preguntarme. Mis preguntas ya están en mí de alguna forma, desde que empezaron a formarse, comencé a ver el mundo, a caminar. Las respuestas a esas preguntas son con lo que trato de meterme. Escribo las cosas para mí. Un cuento que escriba es una respuesta que me doy a una pregunta que tengo sobre una arista determinada del mundo, de la vida, de la ciudad, del hombre. Cada uno de los cuentos del libro es una respuesta a una pregunta que me he hecho durante años.

»En este caso, el libro se llama La bota sobre el toro muerto, y tiene que ver con la muerte. Son trece cuentos y en cada uno se aborda la muerte de una u otra forma, ya sea física, espiritual, el derrumbe de cualquier quimera, la expiación de alguna culpa. Todo eso es muerte y el libro va por ahí. Lo que pasa es que las situaciones se circunscriben a marcos muy diversos. Hay un cuento que ocurre en Siberia, otro en Turquía, en Italia, en Bagdad bajo las bombas. Y en todos los casos el trasfondo es la muerte, o una de sus aristas: la muerte desde la sociedad.

»Hablar de la muerte puede ser muy tétrico, pero también puede ser muy esperanzador, porque uno quisiera responderse un día qué hay detrás, cómo algo puede tener un fin u otro. Esas son las respuestas que me doy, que pueden servirle o no servirle a alguien. A mí me sirvieron. Si, además, eso es literatura, y puede ser entretenida o divertida o reflexiva… pues mejor. Pero esencialmente son respuestas que me doy, un poco de mi mundo interior. De eso va el libro».

Hay una pregunta muy socorrida, pero me gustaría conocer tu opinión sobre este tema: ¿es el cuento un camino hacia la novela o viceversa?

—Es una buena pregunta, aunque es como tú decías, una pregunta vieja. El cuento es un camino hacia el cuento, y la novela es un camino hacia la novela. Uno no escribe cuentos para un día hacer novelas, o novelas para un día hacer poesía, o cuentos para un día hacer ensayos. Decía antes que “¿por qué no, novelas?” porque hasta ahora solo he publicado cuentos. Tengo escritas varias novelas. No las he publicado por una circunstancia muy común: el cuento se me da con más facilidad. Le dedico más tiempo al cuento, más energías, y pienso que dentro del cuento tengo un camino que recorrer. En la novela quizás no. Quizás escriba cien y ninguna sirva.

»El cuento me da una satisfacción personal y disfruto mucho escribirlos. Las novelas que he escrito las escribí porque quería, no me las he impuesto, pero tengo un reto en el cuento porque para mí es la idea más acabada de la narrativa. Para mí es muy fácil expresarme en un cuento, redondear una idea, llegar a un fin. Lo que pasa es que hay un momento en que no te permite hacer cosas que la novela sí. Y quizás un día te replantees la situación, la vida y te digas: “esto es para novelar. Un cuento no me daría para lo que quiero decir”.

»Eso es lo que pasa. Son géneros que tienen su propio camino, su propio destino. Lo que pasa es que el lector puede tener una visión de las cosas. Quizás al lector mis cuentos no le digan las cosas que me dicen a mí. Quizás prefiera leer novelas. Pero para mí son géneros con el mismo valor. Entre los escritores que sigo, que frecuento, figuran más cuentistas que novelistas. Tengo quince o veinte, y hay poetas, novelistas, ensayistas, pero sobre todo cuentistas, porque es algo que me funciona».

En una pregunta anterior me hablabas de las muchas y diversas locaciones de tus cuentos. Me llamó la atención la universalidad. Me gustaría conocer los referentes que te sirven para «montar» historias en esos ámbitos, o ¿quizás la ubicación geográfica no es trascendente? Por otra parte, en este Premio se ha hablado de la identidad como un concepto muchas veces construido desde los Estados para crear una visión «única», uniforme, de los pueblos. En ese sentido, ¿cómo o con qué te identificas: escritor, cubano, mayariseño, alguien de ninguna parte…?

—En una entrevista dije que crecí con una espada de bronce en la mano y un yelmo en la cabeza. Una persona que la leyó la entrevista me hizo una pregunta que no esperaba: “¿Entonces para ti el machete no significa nada?”. Me sorprendió. El machete, por supuesto, tiene su significado para mí, pero la espada, espiritualmente, me responde más cosas. Uno trata de ubicarse en un universo que no tiene locación geográfica. Uno se compone de cosas que ni siquiera imagina que llegaron a su vida hace doscientos años. Precisamente, uno de los temas que toco en mi narrativa es la cuestión de la identidad, pero a partir de componentes. Se acostumbra a decir que el cubano es la mezcla de africano y español, pero hay mucho más ahí: árabe, francés, latino, hasta ruso, americano, caribeño…

»En materia de identidad, no voy a teorizar, pero creo que es importante atender a las diferencias. Estas dan medidas que a veces ni siquiera sospechamos que existen. Sobre todas las cosas está lo humano, que debe dominar en cualquier situación: política, cultural, geográfica. Si una historia no me funciona en las calles de La Habana, y sí en la selva brasileña, entonces ocurrirá en Brasil, y con eso respondo algo que preocupa o atañe al hombre que va por Centro Habana. A veces hay que cambiar las cosas y hacer que la historia funcione. No tiene sentido situarla en las calles Virtudes o Reina porque quiero que refleje la identidad cubana. Da igual si ocurre en Siberia o el desierto de Sahara. No habría cubanos ahí, pero sí seres humanos que como nosotros enfrentan circunstancias y las resuelven. Son las soluciones lo que uno incorpora. La narrativa va por ahí, a buscar resonancias. Donde suene, ahí va la mano del escritor».

Sé que eres ingeniero (mecánico). ¿Cómo pasaste de esa profesión a la escritura?

—Nací en el campo, vivo en el campo y moriré en el campo, pero no soy campesino. Nunca he trabajado la tierra, no tengo vacas, nunca he montado a caballo. Ese tipo de cosas no. Soy un guajiro raro. Mi casa es muy común. Soy un cubano de lo más común, pero tuve la suerte de que hubiera libros en mi casa, y leía desde muchachito.

»Luego, también la suerte quiso que me hiciera ingeniero. Fueron circunstancias familiares, porque mi padre murió, y no tuve respaldo para estudiar idiomas, que era lo que me gustaba. Tuve que irme para Rusia a estudiar ingeniería. En realidad, no me gustaba. La carrera la pasé mal que bien, pero no me hice un buen ingeniero. Después, trabajando, fue cuando me hice ingeniero, me gustó la profesión, me gustó el hierro, la técnica. Hoy soy un ingeniero que escribe. Habrá un momento en que la escritura se irá imponiendo y quizás me dedicaré a escribir el resto de mi vida, o no.

»Mi entorno es muy rural. Imagina cuarenta casas al lado de un río, un platanal, mucho fango. Hay corriente eléctrica, claro, y tengo una computadora, pero no teléfono. Vivo a cuatro kilómetros del pueblo, y voy a pie todos los días… “pallá y pacá”. Me siento bien así.

»Escribo hace siete años, y lo hago con la pasión y el ardor que lleva, pero incorporándolo como oficio. Un día asumes que eres un escritor y te lo vas creyendo. Te tomas en serio, aunque el medio no es favorable. Tengo que enfrentar demasiada agresión, en el sentido de que no tengo la privacidad que hace falta. Normalmente, andas por la calle y quizás conozcas a una o dos personas, pero en mi barrio no: allí hay un abordaje constante que te obliga a interactuar, aunque no quieras.

»Me creé una aureola de tipo duro, de borrachito, no de “bronquero”, que me funciona muy bien. La gente no asocia que ese borrachito sea escritor. Es un mecanismo de defensa. En un momento tuve que incorporar formas de ser que no eran mías, y una de ellas fue el alcohol.

»Esa agresión de la que te hablo a veces es tácita, otras verbal, nunca física, no se trata de eso. Quieres cierta paz, y no la puedes tener porque tienes que atender determinadas cosas. La gente muy cercana, la familia incluso, no entienden que alguien pueda estar escribiendo con tanto trabajo por hacer. Uno está perdiendo el tiempo ahí, en lugar de ponerse a trabajar. “Llevas cuatro horas sentado en la máquina”. Imagínate, antes escribía a mano, a las tres de la mañana, con una caja de cigarros y un vaso de café frío al lado. Mi mamá se levantaba y preguntaba, y qué iba a decirle.

»Hay un momento en que esa situación mejora porque ya uno tiene cierta notoriedad y la gente se amolda a que “ese tipo es escritor”, pero aún así no entienden de qué se trata. Para el común de la gente los libros se hacen en una fábrica. Para escribirlos, hay escritores, y el que escribe está “por allá”. Entonces, tienes que convencerte de que eres escritor, y esa actitud te busca tremenda enemistad con una pila de gente.

»Esa respuesta que te di ahora te hace caer pesado, pedante. “¿Quién se cree que es el guajiro este?”. Para evitártelo, te pones una armadura: botella de ron, tabaco habano, ¿verdad? Es un medio de defensa, y me funcionó porque he encontrado escritores que son como yo, que defienden la misma posición, que no tienen por qué estarse luciendo, o andar con poses.

»Uno llega a convivir en dos mundos: el de los escritores o la gente que sigue estas cosas con seriedad, y el de la gente que te ve como noticia. Nunca coinciden, tienen que coexistir pero no puedes mezclarlos. Estás en una dicotomía y puede que te equivoques, pero vas aprendiendo a sobrellevar esas cosas».

Mencionabas un número de autores a los que sigues. ¿Cuáles, por ejemplo?

—Juan Rulfo es una especie de pasión. Me gustan sus cuentos, Pedro Páramo no tanto. Pero en los cuentos es como si él destilara la palabra y sacara otras nuevas. Así que puedes ponerlo en letras grandes: JUAN RULFO, no ha habido otro cuentista como él. No se trata de que sus cuentos sean buenos o malos, es la forma como los cuenta. Es el primero. Después Cortázar, por supuesto, que me encanta lo que tiene de ruptura, de novedoso. Chéjov, Hemingway, Onetti, Borges, Mark Twain, que a mi juicio es la mejor persona que haya vivido jamás. Habría otros, pero esos son los que ahora pienso que me han alimentado.

»De los cubanos, Carpentier, por lo denso y lo rico de su lenguaje, lo fluido y artístico, por lo que dice y lo que no. Hay un cuento precioso, “Los advertidos”, que es la más hermosa parábola que alguien haya escrito jamás. Sus novelas son grandes, pero los cuentos también».

Confesabas que en el camino te adueñaste de algunas características que no son tuyas. ¿Con cuáles características propias has decidido quedarte, a pesar de la irrupción del mundo en tu ámbito interior? ¿A cuáles te aferras?

—Es que las cosas que he incorporado, como la forma de hablar, el hecho de tomar ron como un tren, están tan dentro de mí que ya no puedo evacuarlas. Se han convertido en parte de mí. Además, siempre he sido un hombre de muchas reservas, en extremo callado. Cuando hablo caigo mal. Soy muy encerrado. Tengo el oído puesto en función de cualquier sonido, no escucho música porque me molesta para escuchar el mundo. Tengo una visión fantástica del mundo. Todo lo resuelvo con una fantasía. Tengo una habilidad increíble para cerrar los ojos e imaginar mundos. Una pasión extrema por el cine. Desde que veo cine, eso me ha hecho mejor en todos los sentidos. Como la literatura, solo que escribo, no hago cine.

»Me pasa esta cosa extrema con los amigos, con los fieles. Y hay algo que nunca he soportado, y que parece una tontería, pero me molesta mucho que alguien pueda mentir. No soporto la pose.

»Le decía a mi esposa que tengo una virtud rara: atiendo la diferencia. Es rara porque generalmente lo que hace la gente es burlarse de la diferencia. Quisiera que el humor de la televisión dejara de burlarse de los defectos de la gente. Son cosas que me molestan de verdad. Me pongo bravo y me voy de la sala.

»Pero me iría para una isla desierta con mi soledad, con mi mundo encerrado, un par de botellas de ron ―para no estar tan solo―. Me han dicho tonto porque a veces me quedo mirando fijo. “¿Qué estás mirando?”. Nada. Me fascina esta imagen de Mark Twain, esa mirada larga, perdida. Hay un cuadro ruso donde hay tres personas mirando a lo lejos. Siento envidia por esa imagen, por alguien que puede mirar lejos, que aunque está viendo lo que tiene delante no le interesa. Me iría a una isla con esa forma de mirar. Me encanta ser así. Y si paso por tonto… perfecto.

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