Las fuerzas armadas de la
dictadura batistiana tenían un entramado
de pequeños puestos de la guardia rural en los pequeños caseríos con
una dotación de una o dos parejas, y
asimismo cuarteles situados en los bateyes de los centrales azucareros y en otros
poblados de mayor importancia, donde
estaban ubicados una docena o mayor cantidad de
militares. Los revolucionarios atacaron algunos de esos lugares, por lo
que es interesante analizar, aunque brevemente, algunas de esas acciones.
Cristino Naranjo |
Precisamente la actuación de
las columnas rebeldes en los llanos orientales hizo que para el mando
batistiano los poblados comenzaron a perder importancia y que contrariamente
aquellos se convirtieran para ellos en verdaderos dolores de cabeza. Por un
lado políticamente no era conveniente
abandonar los caseríos y poblaciones al enemigo, pero al mismo tiempo, día a
día, los rebeldes se iban apoderando de los campos y cada vez contaban con
mejores armas y mayor número de hombres, lo que para el ejército significaba
muy complejo abastecer sus guarniciones asentadas en lugares aislados. Para
hacerlo tenían que escoltar los vehículos que
transportaban las vituallas,
muchas veces sometidos al hostigamiento rebelde; y para trasladar el personal
tenían que usar costosos viajes en pequeños aviones que aterrizaban en las pistas aéreas que había en varios de estos
poblados.
Otro factor a tener en
cuenta es la organización de la defensa de estos poblados y sus guarniciones dependían de dos factores.
Uno lo podríamos llamar interno y era la capacidad que tenía cada pequeño
bastión militar de organizar y sostener una defensa ante un ataque rebelde. El
otro era las posibilidades e interés que tuviera la
jefatura del regimiento de apoyarlos con
sus medios. Al analizar la defensa de los poblados es preciso tener en cuenta
lo anteriormente dicho. Y, aunque este tercer factor que seguidamente vamos a
mencionar es subjetivo, igual hay que tomarlo en cuenta: en Cuba republicana no
existía tradición de ataques a poblados y cuarteles, ni por delincuentes ni por
fuerzas políticas sublevadas. Por tanto aquellos reductos de poblados no reunían los requisitos mínimos
para sostener una defensa: casi siempre estaban ubicados dentro del poblado,
rodeados de casas, establecimientos de todo tipo y otros obstáculos que podían
afectar el campo de fuego de sus defensores. Por demás, o mejor, por lo mismo,
los edificios militares tampoco poseían una arquitectura militar muy lógica. Casi
siempre era un edificio de una planta, techo en forma de azotea, paredes generalmente de mampostería, una
caballeriza y un amplio patio. No tenían un sistema de trincheras ni blocaos u otro tipo de defensa capaz de
resistir la acción de las armas de
fuego modernas, y para colmo de males,
dentro del edificio siempre había materiales combustibles y las guarniciones
eran relativamente reducidas, aunque
inmediatamente después de la presencia de las columnas rebeldes, el ejército retiró los soldados que estaban
en los puestos de la guardia rural y los reubicó en los cuarteles. Pero o fue
ese un aporte significativo porque, generalmente, esos puestos estaban a cargo
de dos individuos. En fin, que lo más corriente era que los cuarteles
estuvieran defendidos por 30 ó 40 hombres bajo el mando de un sargento o un teniente.
Al sentirse amenazados los militares organizaron
una defensa muy simple que tenía como
eje central, casi siempre único, el
cuartel. Construyeron algunas trincheras en
los alrededores de este y
situaron sacos llenos de tierra. Sin embargo muchas veces esas
trincheras se encontraban muy cerca de las paredes externas del cuartel lo que
en caso de incendio o derrumbe ponía en duro aprieto a quienes la ocupaban. (Nada
más fue en Jobabo, durante el primer ataque rebelde, cuando la guarnición ocupó
el central azucarero, creando así dos
puntos de defensa. Y en Puerto Padre, que contaba con una guarnición mayo, organizaron la defensa en
varios puntos de la población).
Obviando los anteriores dos
ejemplos, los militares defensores abandonaban a los pueblos a su suerte, incluyendo a centros
industriales tan importantes como los centrales azucareros, como fue el caso de
San Germán y Jobabo durante el segundo ataque.
Las armas de los militares eran
fusiles ligeros de infantería y granadas; casi nunca contaron con
ametralladoras pesadas. Para sustituir esa arma tan importante, en ocasiones se
valían de la imaginación, como ocurrió en Buenaventura y en Bartle, que situaron sobre la azotea un madero cubierto
con una manta y le informaron a los vecinos que era aquello una ametralladora
pesada; y en verdad que esa fue una iniciativa eficaz, pues los rebeldes se lo
creyeron. En Bartle un desertor de la
guarnición local puso sobre aviso a los revolucionarios del engaño.
Cuando se producían los
ataques rebeldes, la guarnición respondía desde sus trincheras pero sin
acometer ninguna actitud ofensiva. De todas formas ofrecían una resistencia aceptable,
combatiendo durante varias horas, hasta que finalmente se rendían.
Aunque parezca ilógico, la
verdad es que el regimiento militar (ubicado en la ciudad de Holguín), no apoyó
a sus guarniciones sitiadas, con la excepción, nada más, de los ataques a la
cantera de Palo Seco y a Bartle. En este último caso el refuerzo fue por pura
“carambola”: en el momento del ataque coincidió con la llegada de tropas que
estaban en movimiento desde antes del hecho. Cuando los rebeldes atacaron
Manatí, el cercano cuartel de la marina no
se dio por enterado. Y cuando ocurrió en Puerto Padre, el Escuadrón de Delicias
ni siquiera hizo el intento de ayudar.
Sin embargo, cuando la guarnición
de Cueto fue atacada por tropas del Segundo Frente, desde el Regimiento se hizo
un esfuerzo considerable para rescatarla y finalmente lo consiguieron, aunque a
elevado costo de bajas.
Las tropas rebeldes recurrieron
a medios a veces muy simples para rendir a las fuerzas sitiadas: de noche
entraban al poblado y se acercaban lo más que pudieran a la guarnición,
ocupando determinados lugares que les permitieran obtener ventajas, luego,
desde allí, abrían fuego, al que los militares respondían. Los intercambios
solían ser fieros y duraban en dependencia de la cantidad de parque que cada
bando tenía.
La captura de las pequeñas
guarniciones por parte de las tropas rebeldes tenía ventajas y desventajas. Por un lado aislaban a
los escuadrones e impedía que el regimiento los utilizara en operaciones
en conjunto con sus tropas; se liberaban amplios territorio y a las manos de los
revolucionarios pasaban nuevos reductos con gran cantidad de medios materiales:
transporte, talleres, combustible, etc. En caso de que la guarnición se
rindiera se obtenía armas y parque, lo que resultaba valioso y necesario.
Pero asimismo esas pequeñas
guarniciones eran secundarias en los
planes del Cuarto Frente. Atacarlas significaba un gasto considerable de
parque sin que se tuviera la seguridad de que poder reponerlo; (ocurrió que
después del gasto de materiales de guerra no se pudo tomar la guarnición y que
en los casos que se tomaron, la guarnición había gastado gran parte del parque
que se esperaba obtener como botín).
Y finalmente los ataques y
captura de esas pequeñas guarniciones no decidía en los planes del Ejército
Rebelde que había pasado a la ofensiva y planeaba sitiar las grandes plazas
enemigas. (Fue por eso mismo por lo que el Jefe del Frente, comandante Delio
Gómez Ochoa, no estuvo de acuerdo con el capitán Suñol en sus planes de atacar
Gibara).
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